Habitualmente, cuando oímos hablar de Kenia nos vienen a la cabeza viajes turísticos, safaris o la romántica historia de Memorias de África.
Sin embargo su historia es bastante más cruda.
El declive francés tras la derrota de Napoleón y las luchas entre árabes en el sultanato de Zanzíbar, favorecieron el aumento de la influencia británica en el territorio que hoy conocemos como Kenia. Además, se abolió allí la esclavitud como consecuencia de una corriente humanista que proponía, como alternativa al comercio de esclavos, el comercio con los productos de la tierra. Vamos, que se sustituía la explotación de los negros por la explotación de sus tierras.
El Reino Unido abanderó esta lucha antiesclavista, lo que le facilitó las cosas, y la Conferencia de Berlín de 1884, que sirvió para que las potencias europeas se repartieran alegremente todo el continente africano, aseguró la presencia británica en lo que se llamaría el África Oriental Británica (más tarde Kenia y Uganda). La zona fue declarada protectorado británico en 1895, y la franja costera quedó arrendada al sultán de Zanzíbar, aunque éste no era sino una mera figura decorativa: quienes manejaban (y explotaban) el cotarro eran los británicos.
En lo que respecta al Reino Unido, cuando empezó el siglo XX era dueño del mayor imperio de su historia, un imperio que iba desde Nueva Zelanda, pasando por Australia, Malasia, Birmania, la India, zonas de Arabia, de África, hasta los inmensos territorios de Canadá, amén de varias islas, archipiélagos y demás. Los británicos poseían la cuarta parte de la superficie no sumergida del planeta, y su reina, la reina Victoria, era la soberana de 445 millones de personas.
Hay que decir que una gran parte de los tremendos problemas que ha sufrido África en el último siglo -y que sigue padeciendo-, comenzó en aquella conferencia en Berlín. Los dirigentes europeos trazaron fronteras a su capricho (fronteras que darían lugar a los actuales Estados africanos), se dividieron un continente entero como quienes cortan una enorme tarta para comérsela, y se dispusieron a explotarlo (zampárselo) a su gusto. De paso, separaron a pueblos que preferían estar juntos y juntaron a otros a que no querían estarlo. La que se avecinaba era buena, aunque aquí vamos a ocuparnos sólo de Kenia, pues para tratar de hablar de los padecimientos del continente africano a lo largo de más de un siglo haría falta mucho más espacio.
En Kenia, pues, las tribus nativas fueron encerradas en reservas, se instauró una nueva mentalidad europea que se enseñaba en las escuelas, se implantaron impuestos que debían ser pagados en moneda británica, una moneda que, claro está, sólo se podía obtener trabajando para los blancos. Obviamente todo este sistema iba en detrimento de la economía aldeana de auto-subsistencia, es decir, de la forma de vida que había tenido allí la gente desde siempre. También se cristianizaba a los nativos; así, aunque se les explotara, al menos sus almas se salvarían.
Para que la colonización avanzara hacia el interior del continente, para extender la Pax Britannica, se construyó una vía férrea (era la época del ferrocarril) desde el puerto de Mombasa hasta el lago Victoria. El camino de hierro costó 6,5 millones de libras, y para construirlo se importaron unos 30.000 culis de la India (según los racistas británicos, los negros no servían para la construcción), de los cuales unos 2.500 murieron a consecuencia del trabajo, las distintas enfermedades o los ataques de los masái y los leones. Se terminó en 1901 y se bautizó con el nombre de Uganda Railway, aunque, dada la locura que supuso su construcción, hoy se conoce como “Lunatic Express”.
La vía férrea, al adentrarse en el interior de Kenia, atravesó las tierras ocupadas por la mayor etnia del lugar, los kĩkũyũ. Para despejar la zona y pacificar a la población local, los británicos lanzaron expediciones punitivas que causaron la muerte de miles de africanos. En una de ellas, dirigida por el capitán Richard Meinertzhagen (un oficial educado en Harrow), los británicos arrasaron una aldea asesinando a hombres, mujeres y ancianos usando armas de fuego y bayonetas. Después quemaron todo y se llevaron a los niños.
Richard Meinertzhagen con una avutarda kori
Los kĩkũyũ se vieron afectados también por las enfermedades que los blancos llevaron hasta ellos y, para colmo de males, en esa época hubo una plaga de langostas y una tremenda sequía.
Los kĩkũyũ huyeron de los británicos y de aquel horror hacia el interior de Kenia.
Como buenos colonos, los británicos estaban convencidos de su misión civilizadora; es decir, ellos no explotaban, ellos “civilizaban”. Para tal menester contaban con que pertenecían a una raza superior, poseían una moral cristiana y unos altos conocimientos en economía. Tenían la obligación moral de redimir a los “últimos paganos”, el deber de llevar la luz al Continente Oscuro, transformando a los pobres nativos en hombres de provecho, en ciudadanos del mundo moderno. Tenían que ayudar a los africanos a acabar de evolucionar.
Empezaron a llegar colonos, unos eran pequeños granjeros, otros aristócratas (algunos de los cuales habían comenzado a perder privilegios en su país). Muchos no habían estado en una granja en su vida. Llegaban para recrear el estilo de vida señorial en las Tierras Altas de Kenia, pero se encontraban con que más allá de Nairobi sólo estaba África en estado puro (miles and miles of bloody Africa). Para ellos se construyeron infraestructuras, como escuelas, hospitales y carreteras. Los colonos se apropiaron de extensiones enormes de territorio. Lord Delamere, por ejemplo, el más popular de los primeros colonos (y el más racista también), se agenció cien mil acres (casi 405.000 kilómetros cuadrados) en 1903, en Kenia central. Muchos nativos trabajaron para ellos.
Los colonos se dedicaban a las cacerías, el polo y, en definitiva, llevaban una vida hedonista con mucho sexo, drogas, bebida y fiestas, todo seguido de más de lo mismo. Así, en Nairobi se abrió el Muthaiga Club, también conocido como el Moulin Rouge de África. Allí se bebía champán desde el amanecer, se jugaba a las cartas, se bailaba toda la noche, y quienes iban habitualmente se despertaban con una persona diferente cada noche. En el Hotel Norfolk, más conocido como “House of Lords”, los colonos dejaban sus caballos en el Lord Delamere Bar, bebían como locos y pasaban la noche con prostitutas japonesas. En el Happy Valley (al este del Valle del Rift) había intercambio de parejas, y se repartía cocaína y morfina en la puerta.
Entre los británicos se hizo popular la frase: “¿Estás casado o vives en Kenia?”
Raymond de Trafford, Frédéric de Janzé, Alice de Janzé y Lord Delamere en el Happy Valley
Para los colonos, los africanos no eran sino salvajes. Muchos creían que los negros eran biológicamente inferiores, con el tamaño del cerebro más pequeño y una limitada capacidad de sentir dolor o emociones. Estaban convencidos de que sólo necesitaban comer un poco de maíz (posho) al día para mantener una buena salud. Pensaban además que los hombres africanos tenían que estar controlados, pues eran impredecibles y sexualmente agresivos.
Con el tiempo, el racismo se haría más virulento: los blancos pasarían de tomar a los negros por estúpidos, inferiores e infantiles, a considerarlos como unos bárbaros y unos animales sedientos de sangre. El cambio se produjo cuando los negros (sobre todo los kĩkũyũ), se empezaron a cansar de ser explotados por los blancos y comenzaron a intentar recuperar las tierras que éstos les habían robado.
Los kĩkũyũ perdieron 60.000 acres (casi 243.000 kilómetros cuadrados) de tierras fértiles a manos de los colonos británicos. Cuando emigraron a sus ancestrales territorios de las Tierras Altas, se encontraron con que los británicos también se estaban asentando allí. Los colonos lo estaban invadiendo todo. Y se lo apropiaban todo.
Otras etnias, como los masái, aceptaron ceder sus tierras tradicionales a los blancos y retirarse hacia el sur, pero la pérdida de territorios conllevaba para los kĩkũyũ un problema adicional: según sus tradiciones, para que un hombre o una mujer fuesen considerados adultos y tratados como tales, debían poseer tierras.
La Tierras Altas pasaron a denominarse White Highlands. Los kĩkũyũ tuvieron entonces que vivir en reservas situadas en sus aledaños.
Obviamente los británicos se estaban convirtiendo en un problema serio para los kĩkũyũ.
Los ingleses crearon en Kenia una sociedad basada en la discriminación racial; los blancos dominaban la administración colonial, la economía y el comercio; los nativos tenían que vivir en reservas de las que sólo podían salir con un pase especial, y se vieron obligados (incluso por ley) a trabajar para los blancos cultivando sus tierras.
En líneas generales, los blancos cada vez eran más ricos y los nativos cada vez más pobres, aunque entre los últimos se dieron dos hechos. Por un lado, la mejora de las condiciones sanitarias por la llegada de la medicina europea hizo aumentar la población nativa, lo que indirectamente supuso un perjuicio, pues los negros cada vez estaban más hacinados y necesitados. Por otro, una minoría nativa se adaptó a la forma de vida europea, mejoró su nivel de subsistencia y se enriqueció. Esta minoría se alejó del resto de los nativos. Dentro de esa minoría destacaron los jefes de las aldeas, impuestos por los británicos a los kĩkũyũ, ya que antes de la época colonial éstos vivían en sociedades gobernadas por consejos de sabios.
A la vez que ocurría todo esto, los británicos organizaban una cacería tras otra esquilmando la fauna del lugar y destruyendo uno de los últimos paraísos naturales del planeta.
Hasta 1946 no se crearía el Parque Nacional de Nairobi, y dos años después el de Tsavo.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, los británicos de Kenia se enfrentaron a los germanos que estaban en la vecina África Oriental Alemana o Tanganika (hoy Tanzania). Allí, las fuerzas del coronel alemán Paul von Lettow-Vorbeck, después de rechazar victoriosamente un desembarco aliado, aguantaron hasta más allá del final de la guerra.
Los británicos, dirigidos por el general sudafricano Jan Smuts, llegaron a enviar hasta 45.000 hombres en 1916 contra los 15.000 de Von Lettow-Vorbeck. Las fuerzas británicas empleaban sobre todo soldados indios (para ellos, los negros, igual que no servían para construir, tampoco era muy útiles en el combate), mientras que los alemanes utilizaron 12.000 soldados nativos (áscaris).
Paul von Lettow-Vorbeck
Von Lettow-Vorbeck estaba aislado, así que recurrió a la guerra de guerrillas, algo que le dio muy buenos resultados cada vez que los británicos se adentraban en Tanganika. Además, las fuerzas alemanas realizaban incursiones contra el Uganda Railway y Mozambique, que era colonia portuguesa.
En noviembre de 1918, tras el cese de las hostilidades en Europa, Von Lettow-Vorbeck seguía al frente de 175 alemanes y 1.480 áscaris, y no se había rendido. Sus hombres fueron el único ejército alemán que permaneció imbatible durante toda la contienda. Regresó a su país como un héroe, lo que no impidió que se empobreciera y quedara marginado durante el mandato de Hitler por su oposición a los nazis.
Tras la Segunda Guerra Mundial, su viejo rival Smuts le consiguió una pensión militar aliada. Von Lettow-Vorbeck murió en 1964. Sus antiguos áscaris siempre guardaron buen recuerdo de él.
En 1920 el África Oriental Británica fue declarada colonia, y Tanganika pasó a depender también de los británicos. Llegaron entonces muchos veteranos británicos de la Gran Guerra, desmovilizados, a vivir a Kenia con sus familias. El número de colonos se multiplicó y llegó a 10.000.
La sociedad creada por los blancos, fuertemente racista, las discriminaciones que sufrían los negros, las injustas leyes y los impuestos, alimentaron el lógico resentimiento contra los británicos y sembraron la semilla del nacionalismo.
Algunos blancos habían alzado su voz a favor de los nativos.
Winston Churchill, conservador y colonialista convencido, después de una visita a Kenia en 1907, cuando era vicesecretario de Estado para las colonias, escribió en su libro “Mi viaje por África” que no creía en el mito del “país del hombre blanco” y que la educación debía primar en el aumento del nivel social de las tribus nativas. Eso sí, su papel en la historia de Kenia unas décadas más tarde sería menos honorable, como ya veremos.
Karen Blixen, la famosa escritora danesa, llegó a Kenia en 1913 y se estableció en las Tierras Altas, cerca de las colinas de Ngong. Allí explotó una plantación de café, pero a la vez puso un gran empeño en escolarizar a los niños kĩkũyũ, algo que no fue bien recibido entre los sectores coloniales más conservadores. Su matrimonio fracasó, su plantación quebró y su amante, Denys Finch Hatton, murió en un accidente de aviación, así que regresó a Dinamarca donde se hizo famosa escribiendo bajo el seudónimo de Isak Dinesen sus experiencias en África (Den Afrikanske Farm –“Memorias de África”-, 1937). Casi medio siglo después de publicarse, su libro sería llevado al cine con mucho éxito.
Karen Blixen
La granja, hoy transformada en museo
Denys Finch Hatton (no, no se parece a Robert Redford) con Karen Blixen
La discriminación de los negros en Kenia se hizo incluso frente a otras razas. Así, en 1927 entraron en el Consejo Legislativo de la colonia los representantes asiáticos y árabes, pero a los nativos africanos sólo les representaba un colono blanco nombrado a tal efecto. En los lugares públicos había servicios para caballeros europeos, señoras europeas, caballeros asiáticos y señoras asiáticas, pero no para los nativos.
En esas condiciones, a comienzos de los años veinte un pequeño grupo de jóvenes nativos formó una organización política llamada Kikuyu Central Association (KCA), cuyo objetivo era desafiar a la administración colonial. Estos hombres habían recibido educación europea (de los misioneros) y conocían los entresijos de dicha administración. La KCA supuso la primera protesta nativa frente a los colonos y protagonizó revueltas contra los blancos.
A finales de aquella década, el secretario general de la KCA era un joven kĩkũyũ, Kamau wa Ngengi, al que después se conocería como Jomo Kenyatta o Mzee (“Venerable”). Kenyatta era hijo de campesinos y había nacido entre 1892 y 1894.
Por entonces los misioneros cristianos en Kenia decidieron plantar cara firmemente a la práctica de la mutilación genital de las mujeres, conocida allí como circuncisión femenina, y la KCA respondió defendiendo vigorosamente lo que consideraban una práctica tradicional y cultural. Las autoridades coloniales se pusieron de parte de los misioneros y en respuesta, miles de kĩkũyũ abandonaron las escuelas y las iglesias para formar otras independientes.
Estos acontecimientos proporcionaron a la KCA una gran base social, e hizo que los británicos considerasen la organización como antioccidental y anticristiana. Desgraciadamente, la terrible costumbre de la mutilación de las niñas proporcionó a la injusta y racista administración británica un argumento para apoyar sus tesis de que los nativos africanos no eran más que salvajes.
Estos acontecimientos proporcionaron a la KCA una gran base social, e hizo que los británicos considerasen la organización como antioccidental y anticristiana. Desgraciadamente, la terrible costumbre de la mutilación de las niñas proporcionó a la injusta y racista administración británica un argumento para apoyar sus tesis de que los nativos africanos no eran más que salvajes.
Mientras esto ocurría, Kenyatta estuvo entre 1929 y 1946 en la URSS y, sobre todo, en el Reino Uunido, donde entre otras cosas estudió Antropología y escribió el libro Facing Mount Kenya (“Frente al Monte Kenia”, 1938).
Jomo Kenyatta
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, los británicos ilegalizaron la KCA bajo el pretexto de que la organización había entablado contacto con los fascistas italianos de la vecina Abisinia (Etiopía) para facilitar una invasión de Kenia.
Las demandas bélicas provocaron un “boom” económico en Kenia y los colonos se enriquecieron. Gran parte de los frutos obtenidos se utilizaron para pagar las deudas de guerra contraídas por los británicos con los EEUU, pero la vida de los nativos, excepto la de una minoría, empeoró: cada vez se les explotaba más y se les dejaba menos espacio para vivir.
Los británicos utilizaron soldados kĩkũyũ en los frentes, sobre todo en Próximo Oriente y en el Teatro de Operaciones de la India-Birmania. Cuando esos soldados volvieron a casa, llevaron consigo nuevas ideas nacionalistas y liberalizadoras aprendidas sobre todo en la India, pero también de la propia causa aliada, que se suponía que representaba la lucha de la libertad frente al fascismo y el imperialismo.
Muchos trabajadores nativos fueron despedidos, pues ya no hacían falta, y Nairobi se llenó de desempleados y mendigos. Los disturbios y las huelgas eran frecuentes y duramente reprimidos por la policía.
Durante la guerra los políticos de la ilegalizada KCA fundaron la Kenya African Union (KAU), partido al que se incorporó (y más tarde lideró) Kenyatta cuando regresó del Reino Unido.
Tras la contienda, el Gobierno británico concedió autonomía e incluso la independencia a varias de sus colonias, pero en Kenia la presión en contra de tales medidas por parte de los colonos era muy intensa. A la vez, y como hemos visto, la guerra trajo muchos cambios, los cuales galvanizaron el descontento kĩkũyũ y lo canalizaron en un movimiento de masas. En resumen, la mayor oposición a la colonización británica no la protagonizarían en los años siguientes ni la KAU ni Kenyatta, sino una organización secreta, expresión de aquel movimiento rebelde, formada por miles de kĩkũyũ (muchos de ellos ex combatientes) que se conocería en el mundo entero con el nombre de Mau Mau.
Continuará...
Uno siempre aprende cosas nuevas, a diario, hoy ni te cuento, salvo lo de Von Lettow y poco más apenas conocía de estas historias.
ResponderEliminarBuen artículo.
Gracias.
ResponderEliminarLo peor, no obstante, lo contaré en la segunda parte.
Cuando leo estas historias y otras ya conocidas, cada hecho me sienta como una puñalada en el corazón, que sangra abundantemente.Para mitigar mi dolor, entre los remedios que tengo, destaco a un jesuita: DENIS DIDEROT(1713-1784), entre cuyas obras, LA CARTA SOBRE LOS CIEGOS((1749) le costó la cárcel por rechazar en ella la existencia de un Dios providencial. En su colaboración a la obra de Reynal "La Historia de las Indias", recojo un párrafo "ad-hoc"...."se plantea la naturaleza depredadora de la colonización del Nuevo Mundo, el supuesto derecho de los europeos a permanecer allí y el que asiste a los nativos para defenderse y rebelarse contra la opresión de aquellos...." Siempre el blanco se ha creído poseedor de la única moral, la única manera de vivir, etc, a la que han de adaptarse los demás pueblos...creando estados SANGUINARIOS Y CRUELES que basan su existencia en la fuerza y la tiranía.." lejos de la felicidad y el bien común.Qué difícil resulta, a veces, olvidar y perdonar....
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