Dos fenómenos importantes, de la misma naturaleza y sin embargo opuestos, que aún no han llamado la atención del mundo, se manifiestan hoy en la Turquía asiática: son el despertar de la nación árabe y los latentes esfuerzos de los judíos para reconstruir a gran escala la antigua monarquía de Israel. Estos dos movimientos están destinados a luchar entre sí constantemente, hasta que uno de ellos prevalezca sobre el otro. El destino del mundo dependerá del resultado de la lucha entre estos dos pueblos, que representan dos principios opuestos.
Naguib Azoury, "El despertar de la nación árabe", 1905
Si la piedra cae sobre el cántaro, peor para el cántaro; si el cántaro cae sobre la piedra, peor para el cántaro. Siempre peor para el cántaro.
Talmud
Debéis crear tales condiciones... que ellos mismos quieran escapar.
Iósif Stalin
Hay un argumento que se repite en contra de la existencia del Estado de Israel, según el cual, si su creación fue consecuencia del Holocausto, debería haberse situado en Europa y no en Palestina. Se trata de un alegato no exento de antisemitismo y bastante cargado de demagogia, así que lo voy a desmontar. Ea.
Para empezar, la idea de instaurar un "hogar nacional judío" en la antigua Tierra de Israel no solo es muy anterior al Holocausto, sino incluso a la llegada de Hitler al poder. En realidad data de finales del siglo XIX y hay que enmarcarla en el contexto del surgimiento de los nacionalismos. Así, el movimiento que propugnaba la creación del Estado de Israel se denominó sionismo, y se postulaba como solución al "odio prolongado", es decir, a los dos mil años de persecuciones que habían sufrido los judíos y que en aquella época recobraban nuevos bríos en algunos lugares de Europa como Rusia, o Francia. Se eligió Palestina, entonces perteneciente al Imperio turco, por ser la patria histórica del pueblo hebreo, si bien es verdad que hubo que financiar inmigraciones judías a la zona por medio de filántropos sionistas ya que en aquel momento por allí no había demasiados integrantes del "pueblo elegido". Todo este propósito quedó plasmado en el Primer Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1897, y recibió apoyo británico a través de la Declaración Balfour, en 1917, durante la Gran Guerra. Los británicos buscaban así el favor sionista para sus proyectos imperiales en Oriente Próximo y el canal de Suez, aunque aquel acuerdo chocaba de frente con las promesas hechas por la pérfida Albión a los árabes a cambio de su ayuda en la lucha contra los turcos. Finalmente, tras la contienda, Palestina no fue ni para los judíos ni los árabes, ya que se la quedaron los británicos al repartirse con los franceses todas las regiones que habían pertenecido al Imperio turco situadas entre Anatolia y la península arábiga merced al Acuerdo Sykes-Picot. De esa manera, los vencedores de la Primera Guerra Mundial ignoraban los ideales por los que dijeron combatir a los Imperios Centrales, como el derecho de autodeterminación sin ir más lejos, que jamás se aplicó a la población mayoritaria en ese momento en Palestina: la árabe. Eso sí, el Mandato británico de Palestina fue reconocido tras la guerra por la Sociedad de Naciones, precursora de la ONU, junto al objetivo de establecer allí un "hogar nacional para el pueblo judío" salvaguardando por otro lado "los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina". Es decir, que la conformación de un Estado hebreo en Palestina tuvo desde mucho antes de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto cierta legitimación internacional.