Seamos hoy revolucionarios conscientes, hagamos la acción eficaz y coordinémosla de modo que sea un ejemplo de entusiasmo, de inteligencia y de capacitación.
Ramón J. Sénder
Siempre me han llamado la atención esos políticos republicanos
españoles que huyeron a Francia en 1939, sólo para ser capturados allí por los
nazis no mucho tiempo después, devueltos a España, y finalmente encarcelados o ejecutados. Su historia
me parece terrible, por la múltiple crueldad que supone tener que dejar tu
casa, tu país, para tratar de ponerte a salvo y, una vez que crees que ya lo
estás, ser devuelto a las garras de los que te persiguen para matarte.
Fueron unos cuantos los que corrieron esa suerte, aunque
de todos, el caso más conocido, y con diferencia, es el de Lluís Companys,
presidente de la Generalitat catalana durante la Guerra Civil. El nombre de
Companys ha sido profusamente utilizado por el nacionalismo catalán, en
ocasiones de forma harto demagógica (desde
ciertos sectores políticos catalanes se ha exigido reiteradamente que el Estado español pidiese perdón por su fusilamiento). Además, se ha pedido la revocación de su consejo de
guerra, y se le han realizado durante mucho tiempo múltiples homenajes desde
diferentes instituciones, no sólo catalanas. Nada que objetar por mi parte a
esto último, al contrario más bien. Creo que toda víctima de la barbarie merece, aparte de justicia, un recuerdo, un homenaje. Por eso
precisamente me parece injusto que otros que corrieron la misma suerte que
Companys hayan caído en el olvido excepto para unos pocos, como los
socialistas Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido, o el anarquista Joan
Peiró.
El caso de Peiró es especialmente sangrante, dado que fue
un hombre honesto y trabajador que dedicó su vida tanto a luchar por los más
desfavorecidos, como a enfrentarse a la violencia. No hay un solo punto oscuro
en su biografía.