Todos
sabemos que, tras la Segunda Guerra Mundial, una buena colección de
criminales nazis y fascistas se marcharon a hacer las Américas para
no caer en manos de los vencedores. Lo que no es tan sabido es que,
entre los exiliados políticos que había por allí en aquellos años,
también estaba algún otro asesino de masas y no precisamente nazi o
fascista, sino del extremo opuesto.
Siempre me ha llamado la atención la doble vida que llevó Segundo Serrano Poncela, un personaje muy desconocido en nuestros días que, sin embargo, cumplió un oscuro e importante papel en un siniestro episodio de nuestra guerra civil.
Serrano Poncela fue un tipo cultivado, licenciado en Filosofía y Letras y en Derecho, socialista, dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas junto a su amigo Santiago Carrillo -que era secretario general de la organización- y con el que ingresó en el Partido Comunista de España al empezar la Guerra Civil.
En noviembre de 1936, con 24 años, Serrano Poncela fue nombrado delegado de Orden Público en Madrid, un cargo equivalente al de director general de Seguridad. Estaba a las órdenes de su camarada Carrillo, de 21 años, que era consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. El caso es que la firma de Serrano Poncela aparece en algunas de las órdenes de "liberación" o "evacuación" de muchos cientos de presos que acabaron fusilados en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz. Digamos que entre Carrillo, Serrano Poncela y otras autoridades republicanas organizaron las matanzas, y ellos dieron las órdenes.
Antes de que terminara la guerra, Serrano Poncela se enfrentó a su amigo Carrillo y a todo el PCE y se marchó a Hispanoamérica a trabajar de profesor de Literatura Española. Parece ser que antes de cruzar el Atlántico, mientras estaba en Francia, escribió una carta al PCE abjurando del comunismo. Cuando alguien en el exilio le inquirió por su papel en las masacres de Paracuellos, Serrano se limitó a decir que las órdenes se las pasaba Carrillo y que él solo las firmaba. Como si no se enterase de nada, como una infanta Cristina cualquiera, vaya. Por su lado Carrillo negó de forma contumaz y hasta su muerte -hace siete años- haber sabido nada de las matanzas mientras sucedían y, por supuesto, culpó de ellas a su antiguo amigo y camarada Serrano Poncela.
Mientras tanto, Serrano pudo procurarse una nueva vida como profesor universitario en Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela, e incluso alcanzó cierto prestigio. Es cierto que mientras estuvo en Puerto Rico, apareció señalado en la Causa General junto a Carrillo como responsable de los crímenes, motivo por el que Juan Ramón Jiménez, exiliado como él, se negó a saludarle ("no me he exiliado para acabar dándole la mano a un asesino", diría el autor de Platero y yo). No obstante, Serrano logró que su nombre se relacionara más bien con su trayectoria académica y literaria en el exilio, pues también escribió varias obras de ficción y ensayo que llegaron a ser publicadas en España a partir de los años sesenta. Su libro "Formas de vida hispánica" tuvo incluso buenas críticas nada menos que en el diario ABC, aunque el autor de la reseña, desconocedor de la trayectoria de Serrano Poncela, tuvo que rectificar unos días después tras recibir una llamada de atención del Tribunal Supremo.
Hoy casi nadie se acuerda de Segundo Serrano Poncela -muerto en Caracas en 1976-, y mucho menos se relaciona su nombre con las matanzas de Paracuellos, al contrario de lo que ocurre con el de Carrillo, que decidió seguir metido en política. En ese sentido se puede decir sin lugar a dudas que Serrano pudo hacer borrón y cuenta nueva con su vida. Y es que, como él mismo escribió, "recordar es dejar de vivir".
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