domingo, 22 de abril de 2018

"Jonas Fink", de Giardino




Me sorprendió mucho descubrir (...) que los jóvenes a los que conocía en el ambiente universitario de París solían simpatizar con el comunismo. En pocas palabras, soñaban con instaurar un régimen similar a aquel del que yo acababa de escapar, y se lamentaban de vivir en uno que les permitía llevar su envidiable existencia. Cuando me reunía con otras personas procedentes de los países de la Europa del Este, compartía con ellos mi perplejidad por la ingenuidad de los jóvenes franceses.

Tzvetan Todorov, "La experiencia totalitaria"


"¿Por qué?", gritaba furiosa Ajmátova cuando alguien en nuestro entorno contagiado por el estilo general, hacía esa pregunta.
"¿Cómo que por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada..."

Nadezhda Mandelstam, "Contra toda esperanza"


Hoy quiero recomendaros los tebeos de Jonas Fink, cuyo último volumen se ha publicado en nuestro país este año. Cuentan la vida de un tipo en Praga, Jonas, desde que era niño allá por los años cincuenta. De origen judío y "burgués", Jonas lo tiene crudo para hacerse mayor bajo el régimen comunista, empezando porque a su padre lo detienen acusado de "enemigo del pueblo", es decir, por no haber hecho nada más que pensar por sí mismo. Jonas y su madre quedan señalados, estigmatizados, así que los echan de casa y a Jonas de la escuela.

Si alguien tiene interés en saber lo estupendo que se vivía al otro lado del Telón de Acero, nada mejor que estos cómics. El autor, Vittorio Giardino, es un genio en lo suyo. A través de un guión envolvente y unos dibujos esmerados, minuciosos y perfectos, Giardino ofrece una imagen bastante real de la Praga comunista. Una ciudad que había pasado de ser el paraíso para los amantes del arte, la literatura, la arquitectura y la cultura, a un periodo de profunda decadencia gracias a la represión política que detenía, ejecutaba o enviaba a campos de trabajos forzados a muchas personas que aquel régimen totalitario consideraba incómodas: opositores políticos, "burgueses", o simples intelectuales, pues no convenía que hubiera gente con formación que pudiera cuestionar la autoridad del gobierno (recordemos que Kafka estaba censurado en la Checoslovaquia comunista). Y cuando en 1968, durante la Primavera de Praga, Alexander Dubček llevó a cabo unas tímidas reformas democráticas en Checoslovaquia y por fin parecía que se podía respirar algo de libertad, los soviéticos no fueron capaces de tolerarlo e invadieron el país. Los checos tendrían que esperar hasta 1989, tras la caída del Muro de Berlín, para que se hicieran realidad los cambios drásticos que llevaban tanto tiempo anhelando.

Pues hala, leedlos.




domingo, 8 de abril de 2018

Turismo de campo de concentración




Hoy está de moda el turismo de campo de concentración, visitar los lugares del horror humano, sobre todo si son nazis. No sé las cifras, pero supongo que serán ya bastantes millones las personas que han peregrinado a Auschwitz, Sachsenhausen, Mauthausen, Buchenwald o Dachau (la actual exposición sobre Auschwitz en Madrid ha recibido a más de 200.000 visitantes en sus cien primeros días). Sin embargo, aunque los campos nazis supusieron el clímax, el punto álgido de este tipo de instituciones, no han sido ni los primeros ni los últimos en existir. En los tiempos modernos fueron los españoles los creadores de los primeros campos de concentración, y lo hicieron en Cuba, durante la guerra de independencia de aquel país, a finales del siglo XIX. Desde entonces, muchas naciones han puesto todo su empeño en encerrar a enormes grupos de población "indeseable" en este tipo de recintos, siempre bajo nefastas e inhumanas condiciones. Así lo hicieron por ejemplo los británicos durante las Guerras de los Bóeres; los alemanes en Namibia (donde en 1904 construyeron el primer campo de exterminio de la historia); los turcos en la Primera Guerra Mundial para confinar a la población armenia; los soviéticos con el Gulag; los nazis con sus campos de concentración y de exterminio; los estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial para recluir a sus ciudadanos de origen japonés; la Yugoslavia de Tito; los británicos en Kenia antes de la independencia de este país; la Cuba castrista con las UMAP; China con el Laogai, o actualmente Corea del Norte con sus campos para presos políticos. Los objetivos de hacinar a la gente en estos lugares van desde simples castigos, a la reeducación política, la limpieza étnica, los trabajos forzados o el exterminio.

En España también tuvimos campos de concentración, claro. Empezaron a aparecer durante la Guerra Civil y continuaron existiendo en la posguerra. Los republicanos tuvieron cuatro campos de trabajo por los que pasaron miles de presos derechistas. Los franquistas llegaron a erigir casi trescientos campos (inspirados en los nazis) por los que pasaron cientos de miles de presos republicanos (otros 9.000 republicanos españoles estuvieron en los campos nazis -sobre todo en Mauthausen- y más de 300 en los soviéticos). El último campo de concentración oficial franquista fue el de Miranda de Ebro, en Burgos, que durante la Segunda Guerra Mundial llegó a estar dirigido por funcionarios nazis, por cierto, como Paul Winzer. El campo se cerró en 1947, después de una década de existencia, y tiempo después fue desmantelado.

Alguien que en España tenga interés por el turismo de campo de concentración se va a tener que ir al extranjero. A Alemania, por ejemplo. Porque de las decenas de campos que hubo en nuestro país casi no queda ni rastro. Del de Miranda de Ebro nos dice la Wikipedia que "sólo queda un viejo depósito de agua, algún muro, los restos del lavadero y una caseta de guardia y una placa en recuerdo de los prisioneros". Por aquel campo pasaron cerca de 100.000 presos, incluyendo a unos 15.000 refugiados extranjeros.

Y es que no es lo mismo que un ejército libere un campo de concentración, a que sean sus propios artífices quienes lo cierren cuando ya no les sirve y luego lo hagan desaparecer de forma conveniente.


domingo, 1 de abril de 2018

Pablo Iglesias y la izquierda latinoamericana




En estos días de asueto he estado entretenido viendo los vídeos de los discursos que ha dado Pablo Iglesias en su reciente visita a Argentina (sí, soy así de especialito). Por si alguien tiene curiosidad, los tiene todos colgados en su perfil público de Facebook.

Lo primero que voy a hacer es recomendar un curso de ética periodística, como esos que daba Juanjo de la Iglesia en Caiga Quien Caiga, a La Gaceta:



No, Pablo Iglesias no ha reconocido eso, sino más bien que "América Latina fue la escuela en la que aprendimos a pensar la política". Ya digo que he escuchado los discursos y diría que en ningún momento ha mencionado ni el chavismo ni a Maduro. Tampoco le hace falta, ya elogió a Chávez bastante cuando este murió:



Teniendo en cuenta la situación actual de Venezuela, habría sido muy torpe por parte de Pablo Iglesias hacer alguna referencia concreta y elogiosa a la misma. Ahora simplemente no toca. Su partido se limita a vetar en el Congreso, junto a Esquerra Republicana de Catalunya, cualquier iniciativa en contra del régimen de Maduro. Además, en Argentina Pablo en realidad ha hecho algo peor que elogiar a Maduro y que seguramente se les ha pasado a los de La Gaceta: ensalzar al carnicero del Che Guevara (a partir del minuto 42).

No obstante, es obvio que cuando Pablo reconoce la influencia de América Latina en Podemos, está en realidad reconociendo la influencia de la izquierda latinoamericana en Podemos. Y bueno, la izquierda latinoamericana así, en general, es ciertamente digna de elogio, aunque solo sea por haber hecho frente a la derecha latinoamericana, parte de la cual ha sostenido unas cuantas dictaduras y que siempre ha tenido detrás a los EEUU. El problema del discurso de Pablo Iglesias es la falta de autocrítica. Porque esa izquierda latinoamericana, aparte del Che, la dictadura castrista, Sendero Luminoso, las FARC y otros protagonistas indeseables, también incluye el chavismo y otros movimientos populistas con los que sus críticos siempre relacionan a Podemos ante el enfado ocasional de sus dirigentes. Y ahora ha venido Pablo Iglesias a darles las razón a esos críticos de Podemos. Si habla de la izquierda latinoamericana así, en general, sin tacha alguna, está dando a entender que la asume al completo.

Pablo Iglesias además se ha reunido con la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, a la que ha comparado con Eva Perón. Recordemos que Cristina Fernández está inmersa en causas por corrupción y como encubridora del caso AMIA, uno de los peores atentados ocurridos en Argentina, en el que murieron 86 personas y resultaron heridas más de 300. Asimismo, Pablo ha reconocido en una entrevista las raíces peronistas de Podemos.

Bien, pues he de decir que, dejando aparte al Che, los Castro y demás esperpentos leninistas, no me gustaría nada ver en el poder de mi país a una formación que tenga algo que ver con:

-Chávez o el chavismo.

-Evo Morales y su pseudociencia homófoba ("por eso los hombres, cuando comen este pollo, tienen desviaciones en su ser como hombres").

-El sandinismo de Daniel Ortega, antiabortista y aliado de la Iglesia Católica.

-El peronismo de Cristina Fernández de Kirchner, alias "la diabetes es una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo", o cualquier peronismo, vaya.

-El corrupto Lula da Silva.