lunes, 18 de febrero de 2013

Duelo



El camino solitario, de Alexander Mann


Como describe genialmente Javier Marías al principio de su novela “Los enamoramientos”, resulta muy difícil acostumbrarse a la ausencia permanente y definitiva de alguien cercano, una persona que estaba a nuestro lado y ha desaparecido, por la causa que fuera, de forma inesperada. Inesperada porque algunas cosas siempre lo son en nuestra mente: aunque otros desde fuera, a veces, puedan advertirlas de antemano, no crees (o no quieres creer) que vayan a suceder hasta que realmente ocurren.

Aunque lo pasemos mal, a partir de ese momento sabemos que no debemos contar con la persona desaparecida para nada. Ni siquiera para cuestiones sin importancia, como ir juntos al cine, a comprar algo, una llamada banal o una pregunta insignificante (“¿a qué hora sales hoy?”). A pesar de ello, inconscientemente, surge durante un tiempo el impulso de hacer un nuevo plan en común, de querer hablar con esa persona sobre lo que sea, de saber qué tal está, como si el subconsciente estuviera a años luz del mundo real y no se enterara de nada.

Pero ella –la persona desaparecida- ya no va a venir más, ni a decir nada más, no la vamos a escuchar reír ni llorar, no se va a acercar ni alejar, no va a mirarnos ni a apartar la vista. Sencillamente no está ni va a estar, por mucho que nos cueste entenderlo y aceptarlo, dado que nuestra naturaleza está reñida con las certidumbres.

Y es difícil, ya digo, porque cuanto más allegada fuera esa persona, más nos acompaña su imagen en la cabeza allá donde estemos, solos o acompañados, en la calle o en casa. Y durante mucho tiempo pensamos que esa imagen, esa cara, se va a quedar ahí siempre y que no vamos a acostumbrarnos a esa situación.

De forma inexplicable, con el paso del tiempo, nos vamos olvidando a ratos de los desaparecidos. Ellos se fueron o se apartaron del camino, pero nosotros seguimos adelante. No sabemos por qué resistimos, pero lo hacemos. Resistimos, lo superamos y nos recuperamos. Una y otra vez.


2 comentarios:

  1. Primero habría que mentalizarse para que las rutinas empiecen a cambiar, pese a que llevemos el impulso cogido desde hace tiempo. Son esos pequeños momentos lo que nos toca la fibra, está claro. Pero tarde o temprano esos vacíos, esa nostalgia o añoranza se va reemplazando con otras muchas acciones.

    También está el truco de aprovechar para hacer aquellas cosas nuestras que tanto molestaban a la otra persona, es decir, confirmar que sigues siendo tú, individualmente, pese a todo.

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  2. Eso último que dices es fundamental.

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