jueves, 29 de octubre de 2020
Por qué Israel se creó en Palestina y no en Europa
jueves, 10 de septiembre de 2020
Los principios y las normas
Un grupo de partisanos comunistas se topa con tres soldados enemigos a los que capturan. Como la vida guerrillera no facilita eso de hacerse cargo de prisioneros, los partisanos debaten si han de fusilar a los soldados, pero estos intervienen y les hacen ver que en tiempos de paz eran trabajadores simples y corrientes y por tanto no sería correcto que unos comunistas asesinaran a unos compañeros proletarios, aunque sean enemigos. Añaden además que son reclutas y, en consecuencia, víctimas del sistema capitalista que les ha obligado a combatir en contra de su voluntad. Los partisanos quedan convencidos y dejan a los soldados en libertad. Poco después, y gracias a las informaciones de los prisioneros liberados, llega un gran contingente de tropas a la zona que masacra a los partisanos.
Al cabo de un tiempo, los partisanos supervivientes reorganizan su unidad y deciden matar a todos los prisioneros que capturen, cosa que efectivamente hacen a partir de aquel momento sin ningún reparo. Tras el fin de la contienda, los partisanos son acusados de violar la Convención de Ginebra. Detenidos y jugados, se les responsabiliza de crímenes de guerra y son ejecutados al amanecer.
PD: Esta historia está basada en parte en hechos reales.
viernes, 4 de septiembre de 2020
Asturias
Creo que cuando me llevaron por primera vez a Asturias tenía 13 años. Yo era un adolescente acostumbrado a veranear en las playas de levante, es decir, hecho al sol, el calor y las arenas ardientes, y de repente me encontré en un lugar inhóspito, habitado por gente que hablaba con un extraño acento, en el que en pleno agosto hacía un frío que pelaba y no solo estaba nublado un día sí y otro también, sino que encima llovía sin parar. Para mí aquella tierra resultó ser como Invernalia, o más bien como el norte del Muro, y en consecuencia me moría de ganas de volver a mi casa.
Al año siguiente mis padres adquirieron y rehabilitaron el caserón de la foto de arriba, un edificio de principios del siglo XX, situado a medio camino entre Llanes y Ribadesella, que se encontraba en un lamentable estado, el pobre. En lo que a mí respecta, ese momento significó que era mejor que me fuera acostumbrando al veraneo en Asturias, porque durante unos años no me iba a quedar otra.
Pero la naturaleza siguió su curso y el ir madurando -bueno, en mi caso de forma muy relativa- me hizo poco a poco comenzar a apreciar los tesoros harto conocidos por cualquiera que se haya acercado a esa parte del mundo: sus paisajes, el contacto con la naturaleza (siempre satisfactorio, salvo cuando tuve un encuentro con una víbora en la playa: cosas de ser un urbanita), la gastronomía, el carácter afable de su gente, el clima (sí, me gusta) y un larguísimo etcétera. Digamos que me enamoré perdidamente de aquellos parajes a los que he procurado volver cada vez que he podido, aprovechando la suerte de disponer de una casa familiar en la zona, para recorrerlos de punta a punta. Así, año tras año y cual explorador de poca monta, he ido organizando expediciones y peregrinando por cada rincón de Asturias (en especial del Oriente) y también por unos cuantos de Galicia, Cantabria y el País Vasco, dado que no quedan demasiado lejos. En realidad mi fortuna ha sido mayor, pues emprendí esa tarea ya en los años noventa, antes de internet, del auge del turismo rural y por tanto de que aquello se masificara, como ocurre actualmente.
Mis padres acaban de vender esa casa, justo al volver yo de pasar unos días allí en este pandémico verano. Bueno, porque no la disfrutaban como antes, porque ya no les compensa mantenerla o desplazarse hasta allí, o simplemente porque les ha dado la gana, sin más. Tengo sentimientos encontrados: por un lado me alegro de que hayan conseguido un propósito que perseguían desde hace dos años, pero por otro no puedo evitar que se me haga un pequeño nudo en la garganta al pensar en no volver a ese viejo caserón después de tantos años. A Asturias regresaré siempre, claro, pero sin la casa ya no será lo mismo. En cualquier caso, solo puedo agradecer a mis papás que compraran y arreglaran aquel vetusto edificio y que me llevaran para allá con determinación prusiana en cada verano de mi adolescencia, pues eso me permitió conocer el que es sin duda el lugar más bonito y acogedor de España (y lo siento por los demás, pero es así). También les mando un abrazo a mis vecinos asturianos, que con tanto cariño me han tratado siempre, y en general a toda la gente de allí, pues da gusto la amabilidad y la simpatía con la que se comportan en cualquier momento.
Todo llega a su fin, pero que me quiten lo bailao, lo viajao, lo vivido, lo comido y lo bebido. ¡Puxa Asturies!
Actualización del 16-09-20: Los compradores se han echado atrás. Aunque la casa sigue en venta, al menos tengo una prórroga.
Actualización del 17-07-21: La casa está vendida desde hace dos días, pero me pude despedir de ella.
domingo, 9 de agosto de 2020
Los nazis que vendieron armas (y estafaron) a la República
Pero bueno, el caso es que los sublevados tenían acordado el suministro de armas con la Italia fascista desde bastante antes del inicio de la guerra, y tampoco les costó obtener las de los nazis. En cambio, las trabas puestas por Francia obligaron a los republicanos a buscar armas de forma desesperada donde fuera y a tener que tratar desde el inicio de la guerra con ministros, jefes militares y demás altos cargos, a los que tenían que sobornar para que luego en muchos casos ni siquiera les entregaran las armas, o tuvieran que comprarlas "ilegalmente". También sufrieron a menudo la obstrucción de los banqueros y los timos de los traficantes de armas e intermediarios de todo pelaje que eran, en buena medida, parte de la trama que organizara años atrás el multimillonario Basil Zaharoff. Y cuando conseguían por fin las armas, a menudo eran carísimas, obsoletas o incluso inutilizables. Los republicanos fueron víctimas, en definitiva, de chantajes políticos y financieros que socavaron su capacidad para equipar a sus ejércitos, especialmente en los decisivos primeros meses de la contienda. Por eso resulta muy difícil de comprender la insistencia de la República en conseguir armas fuera de la URSS después de que se comenzasen a recibir las de este país, a pesar de que las otras fueran más caras, peores, más heterogéneas y de más complicada adquisición y transporte por tener que obviar los canales oficiales, en lugar de reclamar un mayor volumen de suministros soviéticos. Teniendo en cuenta que Stalin continuó suministrando armas a la República incluso cuando la guerra parecía definitivamente ganada por Franco, no parece que los soviéticos pusieran muchas limitaciones a dichos envíos. Y tampoco hay que olvidar que disponían de las reservas de oro del Banco de España en Moscú.
En todo caso, uno de los traficantes de armas con los que trataron los republicanos se llamaba Veltjens.
Josef Veltjens (1894) fue inicialmente un as de caza alemán que logró 35 victorias en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda se enroló en los Freikorps para luchar contra los espartaquistas (comunistas alemanes) y resultó herido tres veces. Más tarde se hizo traficante de armas y se las suministró a Mustafá Kemal Atatürk para el establecimiento de la República de Turquía, a Chiang Kai-shek para la unificación de la China nacionalista y a los militares alemanes que estaban rearmando en secreto a su país. Se unió al Partido Nazi y las SA, pero fue expulsado de ambos a inicios de los años treinta, aunque siguió continuando con la protección de su viejo compañero de armas, el poderoso Hermann Göring (en la foto de la izquierda, arriba; el de la derecha es Veltjens). A mediados de esa década, Veltjens formaba parte de una consolidada banda internacional de traficantes de armas que suministró material a ambos bandos tanto en la Guerra del Chaco (entre Paraguay y Bolivia) como en la Guerra Civil Española (vendieron armas alemanas, polacas, británicas y belgas a los republicanos y alemanas a los nacionales, blanqueando el dinero a través de Finlandia). Haré un inciso para contar algo. A inicios de la guerra civil, en su desesperación por encontrar armas, los republicanos trataron de comprárselas incluso a la Alemania nazi. Así, el 6 de agosto de 1936 el teniente coronel Luis Riaño se presentó en Berlín con ese propósito, pero los dirigentes nazis estuvieron dándole largas y manteniéndole allí casi como prisionero hasta que el 18 de agosto le dijeron "con pesar" que su solicitud debía ser rechazada porque Alemania iba a firmar el convenio de no intervención, como efectivamente hizo el 24 de aquel mes. Sin embargo, la República sí recibiría armas de Alemania.
viernes, 17 de julio de 2020
Los posos del comunismo (el poscomunismo)
Lo peor del comunismo es lo que viene después.
Adam Michnik
Normalmente quienes aseguran que sólo se puede conseguir más seguridad a costa de la libertad están intentando negarnos ambas cosas.
Timothy Snyder, "Sobre la tiranía"
La vida ha perdido contra la muerte, pero la memoria gana en su combate contra la nada.
Tzvetan Todorov, "Los abusos de la memoria"
sábado, 6 de junio de 2020
El tipo que empezó la Guerra Civil
El 17 de julio de 1936, un tipo llamado Luis Soláns Labedán (Albalate de Cinca, Huesca, 1879; es el que está en el centro de la foto) se puso al frente de la sublevación de las fuerzas del Tercio y Regulares en Melilla, dando así inicio a la Guerra Civil Española. Según los planes del general Emilio Mola, organizador de la conspiración contra el Gobierno del Frente Popular, el golpe debería haber comenzado al día siguiente, pero un inesperado registro policial adelantó el momento de pasar a la acción. De manera que Soláns fue el primer líder de la zona sublevada, que en aquel momento se correspondía con el mando oriental del Protectorado español de Marruecos. Por entonces Soláns era coronel de infantería y jefe de la Agrupación de Cazadores. Sus ayudantes en la rebelión fueron los tenientes coroneles Juan Seguí Almuzara (que, aunque estaba retirado en 1936, era jefe de Falange en Marruecos), Darío Gazapo Valdés y Maximino Bartomeu.
Se ha acusado de inacción en aquellos cruciales momentos al entonces presidente del Consejo de Ministros y titular de la cartera de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, hasta el punto de que ante la insistencia de los periodistas preguntándole por una posible sublevación, él les habría respondido que si los militares se levantaban en Marruecos, él se iría a acostar. Lo cierto es que Casares llamó por teléfono aquel día al general Romerales para averiguar qué ocurría y ordenarle que detuviera a los responsables, pero fue el propio Soláns quien contestó: "No pasa nada, presidente", le dijo. Casares se puso en contacto entonces con el general Agustín Gómez Morato, comandante del Ejército de África, que se encontraba en Larache, para que fuese a Melilla a hacerse cargo de la situación, pero este fue detenido por los rebeldes nada más aterrizar. Gómez Morato permanecería preso hasta poco antes de morir, en 1952. Mientras tanto en Tetuán, capital del protectorado, el coronel Eduardo Sáenz de Buruaga y el teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas se sublevaron y detuvieron al Alto Comisario, Arturo Álvarez-Buylla, que sería fusilado al año siguiente. En Ceuta se alzó el coronel Juan Yagüe.
Rápidamente Soláns transformó Melilla en el reino del terror: los sublevados se hicieron con listas de cientos de sindicalistas, izquierdistas y masones a los que encerraron en el campo de concentración de la Alcazaba de Zeluán, abierto a los pocos días del golpe y que permaneció como tal hasta 1939. Ya en la noche del 17 al 18 de julio, los rebeldes asesinaron a 225 personas en el Marruecos español. Por cierto, varios de los represaliados eran judíos, aunque no se les persiguió por tal motivo, sino por ser de izquierdas o masones. Eso sí, en la zona sublevada y durante el franquismo, los judíos españoles tuvieron que soportar la propaganda del régimen, virulentamente antisemita, que se tradujo en hostigamientos, extorsiones económicas y el cierre temporal de algunas sinagogas, como la de Melilla, donde la Falange también se incautó durante años del Colegio Hebreo para transformarlo en su sede local.
No contento con ejecutar a Leret, Soláns hizo detener también a su mujer, Carlota O'Neill, y a su criada, Librada Jiménez. O´Neill, feminista de izquierdas, escritora y fundadora de la revista Nosotras, fue separada de sus hijas, Carlota y Mariela, y encerrada junto a otras mujeres republicanas en el Fuerte de Victoria Grande, la primera cárcel franquista, un lugar en el que se sucedieron torturas, violaciones y asesinatos. Carlota permaneció encarcelada hasta 1940 mientras que Librada fue puesta en libertad en 1937. Tras salir de la cárcel, Carlota obtuvo la custodia de sus hijas y más tarde partió con ellas al exilio, a Venezuela y México. Allí escribió su autobiografía, Una mujer en la guerra de España.
Bien, Luis Soláns continuó activo durante la guerra y en algún momento ascendió a general. Entre agosto y septiembre de 1936 fue comandante militar de Huesca y, cómo no, responsable de la muerte de decenas de personas en aquella localidad. Solo el 23 de agosto fueron fusiladas 95 personas en las tapias del cementerio de la ciudad. Más adelante, Soláns fue gobernador militar de Cádiz y comandante del II Cuerpo de Ejército, en Extremadura. Tras la guerra fue miembro del Consejo Nacional del Movimiento y procurador en las Cortes franquistas. Murió en Vitoria en 1951.
Para terminar, en la web de Albalate de Cinca, lugar de nacimiento de Luis Soláns, se le menciona como ilustre hijo, y al menos hasta hace cuatro años, el colegio público de dicha localidad llevaba su nombre, aunque por lo visto ya lo cambiaron.
La RAE define el término "ilustre" en su segunda acepción como insigne, célebre. Pues está claro por qué es célebre el señor Luis Soláns Labedán, aunque si yo estuviera al frente del Ayuntamiento de Albalate creo que no me sentiría muy orgulloso de él.
Más información:
-Medel, Óscar, "La Guerra Civil Española mes a mes: La sublevación (julio 1936)", Unidad Editorial S. A., 2005.
-Preston, Paul, "El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", Círculo de Lectores, 2011.
Carlota O'Neill de Lamo
domingo, 17 de mayo de 2020
Represión y humanitarismo en la Guerra Civil Española
Coronel Federico Loygorri Vives, presidente del tribunal que condenó a muerte a Joan Peiró
En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.
Francisco Franco
Digamos que a partir del golpe de Estado, la suerte que corriera cada uno en cualquier lugar de España dependía en gran medida de las ideas políticas que hubiera manifestado antes de la guerra. No obstante, sí hubo a mi modo de ver una diferencia importante entre ambas zonas referente a la represión. Me explico. Dejando aparte la encomiable labor de las embajadas y legaciones extranjeras, así como de la Cruz Roja, que durante la Guerra Civil salvaron a miles de personas, seguramente había mucha gente con inquietudes humanitarias por toda España.
Pero en lo que respecta a la ayuda hacia los perseguidos políticos, quienes se involucraron en ella de forma altruista solo se hicieron notar en la zona republicana, pues fue exclusivamente ahí donde estos individuos alcanzaron puestos de responsabilidad. Dicho de otra manera, hubo dirigentes republicanos que, además de no tener las manos manchadas de sangre, se esforzaron en salvar de los suyos a la gente de derechas a pesar de que con ello pusieran en grave riesgo sus propias vidas. Quizá entre todos ellos destaque el anarquista Melchor Rodríguez, aunque no fuera el único. Rodríguez, conocido como El ángel rojo y cuya máxima era "morir por las ideas, nunca matar por ellas", salvó a miles de personas durante la Guerra Civil al detener numerosas sacas de las cárceles, paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Aquello no le costó la vida pero sí su matrimonio, pues su mujer le dejó a comienzos de 1939 convencida de que Melchor estaba siendo utilizado por la quinta columna.
Conflictos bélicos y ayuda humanitaria: La guerra civil española (1936-1939)