Ahora que todos sabemos que Teruel existe, no está de más recordar que allí, en el crudo invierno de 1937 a 1938, se desarrolló la batalla más sangrienta de la Guerra Civil Española. En aquella ocasión resultó gravemente herido mi tío abuelo Manolo, por cierto.
Teruel
fue la única capital de provincia conquistada por el bando
republicano, aunque fuera por poco tiempo. En la efímera victoria
republicana, sucedida el 7 de enero de 1938, tuvo un papel estelar la
84ª Brigada Mixta del Ejército Popular, a la que acompañaron en su
avance conocidos corresponsales extranjeros, como Ernst Hemingway,
Herbert Matthews o Robert Capa. Este último, además de fotografiar
la batalla, realizó sobre la misma la única crónica escrita que
publicó en toda la contienda.
El
16 de enero, los hombres de la 84ª Brigada Mixta, que habían
sufrido un tercio de bajas, recibieron una semana de merecido
descanso y fueron enviados a Rubielos de Mora, en retaguardia, a
medio centenar de kilómetros del frente, adonde se trasladaron a
pie. Pero al día siguiente Franco inició una gran ofensiva para
reconquistar Teruel, de manera que el 19 de enero el mando
republicano, en la necesidad de recurrir a todas las fuerzas
disponibles para evitar el hundimiento del frente, ordenó a la 84ª
Brigada Mixta suspender el permiso y regresar al frente. Los hombres
de dicha unidad se sintieron estafados y 600 de ellos se
insubordinaron negándose a volver al combate después de haber
luchado en la ciudad de Teruel durante más de tres semanas, calle
por calle, casa por casa, a veinte grados bajo cero y tras sufrir
cuantiosas bajas. Reclamaron continuar con el descanso que les habían
prometido y que otra unidad fuera al frente en su lugar. En
represalia, y como en la película "Senderos de gloria",
las autoridades republicanas seleccionaron a varios de ellos para que
fueran pasados por las armas. Algunos lograron escapar, pero 46
hombres resultaron fusilados sin posibilidad alguna de defensa. La
brigada terminó disuelta y más de un centenar de sus supervivientes
fueron enviados a campos de trabajos forzados para el resto de la
contienda.
Teruel
volvió a caer en manos de sublevados el 22 de febrero de 1938.
Siempre
se recalca que la represión franquista fue mucho mayor que la
republicana, pero esto fue así básicamente porque los primeros dispusieron de más
tiempo para ello, durante la guerra y después. Cuando empezó la contienda, en
el verano de 1936, la represión en la capital turolense se cebó en
los izquierdistas, pero más tarde, en el poco tiempo que controlaron
los republicanos la ciudad de Teruel y sus alrededores, tampoco estos
dudaron en dar rienda suelta a los asesinatos llevándose por delante
a cientos de personas. De hecho, a lo largo de la guerra los
republicanos mataron en la provincia de Teruel a más gente que los
franquistas durante la guerra y la posguerra juntas: 1.702 víctimas
de los republicanos contra 1.340 de los nacionales. Y hay que tener
en cuenta que ya entonces era una de las provincias más despobladas
de España. La represión republicana se recrudeció precisamente
durante la batalla y la ocupación de la ciudad. Todavía en febrero
de 1939, unos soldados republicanos que huían hacia Francia
fusilaron en Cataluña a una cuarentena de prisioneros franquistas de
la batalla de Teruel, entre ellos al jefe de la guarnición, el
coronel Domingo Rey d'Harcourt (repudiado por los franquistas tras
haberse rendido), y al obispo de la ciudad, Anselmo Polanco. Después,
quemaron los cuerpos cuando algunos todavía agonizaban.
Todo
esto también es memoria histórica.
Más información:
-Corral, Pedro, "Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil", Almuzara, 2019.
De héroes a traidores: senderos de gloria en la batalla de Teruel
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