Puerto de Indias (Sevilla), atribuido a Alonso Sánchez Coello
Vi la serie de Alberto Rodríguez y bueno, en líneas generales me gustó, aunque la trama principal
parezca inspirada en un thriller
estadounidense.
Antes de seguir, tengo
que decir que esta entrada va más bien sobre los aspectos históricos de la
serie, pero advierto a navegantes que a partir de ahora OBVIAMENTE HABRÁ DESTRIPES.
Después de acabar de
verla, he leído un par de críticas sobre la serie, una buena y otra mala. La buena es de un
colega bloguero, John Surena:
Y la mala es de María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia,
Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2017):
Me han parecido muy
interesantes ambas, y digamos que yo, en mi humildad, me situaría entre ellas
(para aprender, más que nada).
Estoy de acuerdo con la
primera crítica en que la ambientación, la recreación de la época con sus epidemias de peste y todo eso,
parece muy logrado. Está muy bien que en la serie se pongan de manifiesto cosas
como la presencia opresiva de la Iglesia, la persecución a los homosexuales y
la marginación de la mujer. En ese sentido me ha encantado que aparezca una
pintora que, como bien señala John, está inspirada directamente en auténticas
mujeres artistas de la época cuya existencia se ha ocultado durante siglos solo por
misoginia. De hecho, muchas tenían que firmar sus obras con un pseudónimo
masculino.
También es loable, como
indica John, que en la serie aparezcan esclavos, muy abundantes en aquel
momento. Porque, como bien escribe John, existe la creencia generalizada, aún hoy, en un Imperio español no-esclavista
por motivos religiosos cuando la verdad histórica es que resultó al contrario y
el uso de la coerción a la hora de obtener mano de obra (a través de
subterfugios en el caso de los indios americanos, ya que no se les podía
esclavizar formalmente, o usando la esclavitud de facto en el caso de la
población negra) resultó capital para la economía del Imperio de los Austrias
casi en la medida en que lo fue para los romanos. Esto es un hecho, como lo fue
en el caso portugués, y no deberían oscurecer el análisis de esta cuestión las
valoraciones sobre si los ingleses o los franceses u otros hacían lo mismo o
peor. Porque esa no es la cuestión. Sevilla fue, además de muchas otras cosas,
un mercado de esclavos y no pasa nada por admitirlo. Lo contrario es intentar
“blanquear” la historia cuando no nos gusta la imagen que proyecta sobre
nuestros antepasados.
También estoy de
acuerdo con John, y aquí han metido la pata en la serie, en que persiste el
mito de que el principal metal precioso que se traía de la América española era
el oro, cuando en realidad se trataba de la plata.
En cuanto a la fábrica
de añil, sí hubo alguna en Andalucía, en lugares como Écija (Sevilla) o Guadix
(Granada), después de que su cultivo se importara de América. De hecho,
discrepo con John en que sea acertada la frase de uno de los personajes de la
serie cuando dice al respecto que "debe ser de las pocas fábricas
sevillanas que exporta algo". La verdad es que en aquel momento Sevilla,
en su papel de Puerto de Indias, era algo así como la capital del comercio
mundial, cosa que creo que tampoco se pone muy de manifiesto en la serie. Y entrando ya
en la crítica de Roca Barea, acierta cuando dice que se exportaban muchas manufacturas locales desde ese puerto: loza,
paños, libros, vino, sal... y hasta sofisticados productos farmacéuticos
trasatlánticos como la quinina, que era el no va más de la medicina de la época.
Yo añadiría el trigo y el aceite, por ejemplo.
También parece absurdo,
como señala Roca Barea, que aparezcan tantas velas encendidas incluso a plena
luz del día.
En cuanto a la Biblia del Oso, que realmente existió,
dice Roca Barea que al protagonista, impresor de aquel libro y protestante, quizá le
hubiera ido como a Miguel Servet, o sea, muy mal, si hubiese logrado su propósito
de escapar a Ginebra con los calvinistas, sobre todo por el discurso que se
marca borracho en una taberna: en Ginebra estaban prohibidos el alcohol y la
música, las tabernas habían sido cerradas y el panteísmo estaba muy mal visto
como en toda la cristiandad. Sabemos que el autor de la Biblia del Oso,
Casiodoro de Reina, se convirtió al protestantismo y efectivamente huyó a
Ginebra, mientras la Inquisición quemaba su imagen en un auto de fe y prohibía
sus obras. Pero de Ginebra salió por patas después de ver cómo los calvinistas quemaban a Servet. Estuvo en Inglaterra, donde tampoco le fue demasiado bien, y
terminó muriendo en Fráncfort después de pasar por Amberes. Digamos que se pasó
la vida huyendo de unos y otros.
Roca Barea comenta que
el personaje del médico Monardes (confusamente
tocado con un gorrito que recuerda la kipá judía) se queja de que si la
Iglesia supiera que emplea piñas para cicatrizar heridas, como los indios,
"lo quemaban todo conmigo dentro. Por brujo. Con la mitad de todo lo que
aquí hay se podrían curar más de cien enfermedades y, sin embargo, tengo que
esconderlo". Roca Barea recuerda con acierto entonces que donde más se
quemó a la gente por brujería no fue en España, sino más al norte, sobre todo
en territorios protestantes, y como prueba nos remite a la Wikipedia. En su
libro, Roca Barea emplea los trabajos del estudioso de la Inquisición, Gustav
Henningsen, para darnos algunos datos: en la Edad Moderna fueron quemadas unas
50.000 personas acusadas de brujería, la mitad en territorios alemanes; 4.000
en Suiza (en la Wikipedia pone que 10.000); 4.000 en Francia; 1.500 en Inglaterra...
y en España, el número de brujas quemadas por el Santo Oficio fue de 27. La diferencia me parece abrumadora,
sobre todo porque también está muy extendida la imagen de la Inquisición
española quemando brujas y herejes día sí y día también. De hecho, así termina
la serie: con los herejes ardiendo en la hoguera. Como bien señala John, los autos de fe finalizados en ejecuciones
en la hoguera resultaban bastante esporádicos y para nada tan comunes como a
veces la imaginación popular ha pretendido, y Roca Barea nos da también un
número exacto de protestantes víctimas de la Inquisición española: 12, los cuales han dado lugar a tantos libros,
comentarios y menciones que parecen doce mil. Los mártires católicos que
produjo el protestantismo pueden competir con la guía de teléfonos de una
ciudad mediana.
La última crítica de
Roca Barea a la serie es sobre una frase
genial: «Se embarcan los deshechos, los que aquí no tenían futuro, esperando
volver a empezar». Hay pocas migraciones en la Historia de Occidente más
supervisadas, cuidadas y mimadas que la que fue al Nuevo Mundo desde España. A
Cervantes no le fue permitido viajar. ¿Por qué? Pues porque no tenía oficio ni
beneficio. Había sido soldado pero ya no podía serlo tras quedarse manco. Y
había que evitar que las Indias se llenaran de aventureros sin cualificar.
Bien, el debate que se
plantea aquí es: ¿hasta qué punto el Imperio español, la España de la Edad
Moderna, fue ese lugar oscuro, tenebroso, atrasado, represivo, en permanente bancarrota y
fallido -John lo compara con la URSS de Stalin-, o más bien, como se nos quiere
hacer creer por otro lado, representa una época gloriosa de la historia de nuestro
país, regido por grandes gobernantes y, en fin, en su máximo esplendor?
Pues creo que ni una
cosa ni la otra, pero sí me parece fundamental encontrar una perspectiva
adecuada para contemplar nuestra historia. Una perspectiva basada en la verdad
de los hechos, vaya.
Es importante destacar
los aspectos más oscuros de la sociedad de entonces: la marginación de las
mujeres y las persecuciones a herejes, brujas, homosexuales y otros grupos. Hay
que hablar también de la esclavitud y hay que hablar de
la Inquisición, por supuesto, pero desmitificándola. La Inquisición, que se ha
convertido en la encarnación de todo mal, para empezar ni siquiera surgió en
España, sino en Francia, en el siglo XII. Su función era reprimir a los herejes,
efectivamente, pero también poner orden, es decir, evitar que cualquiera se
tomara la justicia por su mano y le quemara la casa a un vecino o lo colgara de
un árbol porque se llevaban mal, acusándole de hereje o de brujo. La
Inquisición sometía el delito de herejía a un proceso reglamentado. Sí, hoy
esto nos parecería una barbaridad igualmente, pero no hay que olvidar que estamos hablando de una
institución medieval. Y no solo hay que situar este tema en su contexto, sino
también verlo con perspectiva. Según Jaime Contreras y Gustav Henningsen, entre
1550 y 1700 la Inquisición abrió 44.674 causas, de las que resultaron 1.346
condenas a muerte. Según Henry Kamen, el total de personas ejecutadas por la
Inquisición en toda su historia y territorios en que existió, es de 3.000. Es necesario aclarar además que no todas esas personas fueron acusadas de herejía o
brujería, también de crímenes que así son considerados hoy en día: violaciones,
abusos a menores, contrabando, falsificación de documentos, etc. Según James
Stephen, durante los tres siglos de la Edad Moderna solo en Inglaterra se ejecutó a
264.000 personas.
¿No será que esta
visión tan negativa de la historia de España que seguimos teniendo está un
poquillo influida por nuestra leyenda negra? Quizá Roca Barea exagere con eso
de que estamos echando abajo el trabajo de la Marca España y el Instituto
Cervantes, pues creo que los acontecimientos políticos del último siglo nos han
hecho también mucho daño en cuestiones de imagen, pero a la vez me parece
innegable que desde finales del siglo XIX (o sea, tras la pérdida de las colonias),
los españoles hemos sido muy críticos en general con nuestra propia historia,
quizá demasiado, cosa que han aprovechado los apologistas de nuestra leyenda
negra, que a su vez suelen hacer propaganda en favor de los protestantes. Lo
dice también García de Cortázar: "en España hemos sido muy torpes a la hora de
contar nuestra historia. No sólo no hemos tenido sentido de la propaganda sino,
al contrario, hemos cultivado un sentido justiciero de nuestra propia historia
que ha permitido la pervivencia de mitos muy dañinos".
No creo que la
situación de la España del siglo XVI fuera la ideal, pero tampoco tan
desastrosa como se da a entender con frecuencia teniendo en cuenta el contexto.
Resulta muy difícil de entender que un país en continua crisis, que iba de
bancarrota en bancarrota y que además estaba atrasado, política, económica e
intelectualmente, fuera capaz de crear el primer imperio mundial de la historia
y que lo mantuviera durante más de tres siglos. Un imperio cuya estabilidad y prosperidad fueron mucho más duraderas que las de cualquier imperio colonial creado después por el resto de potencias de Europa Occidental (Inglaterra, Países Bajos, Francia, Portugal, Alemania, Bélgica o Italia). Eso por no hablar del Siglo de Oro español.
Es verdad que el
panorama español en el siglo XVII no era para tirar cohetes, pero es que
hubo una crisis que afectó a toda Europa, por eso es importante situar los
hechos en su contexto. Una crisis en la que por cierto tuvo mucha influencia
cierto cambio climático que se dio por entonces y que se conoce como Pequeña
Edad de Hielo. El descenso demográfico que hubo en España a principios de aquel
siglo se debió, entre otras cosas, a la migración a América (que no estaba
formada por prófugos, como los calvinistas del Mayflower) y a la expulsión de los moriscos.
Si nos situamos en el
Siglo de las Luces, desde luego el resto de países europeos no es que
estuvieran en su mayor momento de esplendor, ni en el terreno de las libertades
ciudadanas ni en el de la economía. En lo intelectual es el siglo de la
Ilustración, pero es que también hubo una Ilustración española como la hubo
inglesa, francesa y de otros lugares. Fijémonos en Francia. Su participación en
la Guerra de Sucesión española arruinó a nuestro país vecino y agravó allí la
tremenda hambruna de 1709, una de las peores ocurridas en Europa desde el
Renacimiento y que mató a cientos de miles de personas. A lo largo del siglo
XVIII hubo muchas decenas de levantamientos en Francia provocados por el hambre.
Pero vamos, que lo de las revueltas en Francia por causa del hambre para
entonces ya era una tradición. La justicia francesa era inexistente y las detenciones
arbitrarias mediante la lettre de cachet
eran la norma. Se habla mucho de la toma de la Bastilla en 1789, lo que no es
tan conocido es que aquella acción se debió precisamente a que la famosa cárcel
se había utilizado durante mucho tiempo para encerrar a las víctimas de los
abusos monárquicos. En fin, que en esas condiciones no es raro que estallara
una revolución en Francia y lo que llama la atención es que no ocurriera antes.
En Francia, por cierto, se perseguía a los protestantes, y en Inglaterra a los
católicos... y a todos los que no fueran anglicanos. Es muy gracioso que a
María I, que era católica, la llamen Bloody
Mary por matar a 284 protestantes cuando los reyes anglicanos, empezando
por su padre Enrique VIII y continuando con su hermanastra Isabel I, fueron
bastante más sanguinarios. Por no hablar de la Gran Hambruna que provocaron los
ingleses en la católica Irlanda a mediados del siglo XIX.
En cuanto a la América
española, la situación de los indígenas en el siglo XVI, tras la llegada de los primeros conquistadores, por supuesto era nefasta debido al criminal comportamiento inicial de estos y a las enfermedades epidémicas que involuntariamente llevaron consigo. Aunque tampoco resultaba envidiable bajo el dominio de los incas o los aztecas, motivo por el que el imperio se construyó gracias a pactos entre los españoles y distintos pueblos indígenas. En los siglos XVII y XVIII, distando mucho de ser ideales las condiciones de vida de los indígenas, desde luego fueron mucho mejores que en el XIX y el XX cuando, tras la independencia de los Estados hispanoamericanos, se les marginó y persiguió con el objeto de hacerlos desaparecer ya que no encajaban en las sociedades modernas.
Con el Imperio español pasó algo muy llamativo, y es que en 1551 la flor y
nata de los legisladores y teólogos se reunieron en Valladolid para discutir
acerca de los derechos de los indios. No es muy común que un imperio en plena
expansión detenga sus máquinas para debatir la legitimidad moral y legal de sus
conquistas. Y como como pone en la Wikipedia,
"no hubo una resolución final, aunque fue el inicio de un cambio que se
tradujo en más derechos para los indígenas".
Para España sus territorios
en América no eran simples colonias, en realidad eran la España de ultramar. La
intención de España era reproducir la metrópoli en América, por eso los
españoles construyeron tantas ciudades, caminos, hospitales, escuelas y universidades allí. Para ilustrar esta cuestión, dejo algunas fotos que hice en el Museo del Ejército, en Toledo:
Para acabar, en su
libro Roca Barea da una explicación a por qué EEUU ha sido desde su creación
una nación exitosa, mientras que las repúblicas que surgieron del Imperio
español en América han experimentado un fracaso tras otro. Existe un esquema
mental al respecto, el cual procede de la historiografía del siglo XIX, que
viene a achacar la responsabilidad de este asunto a quienes colonizaron unos y
otros territorios. El resumen sería que Norteamérica (o EEUU) es próspera
porque allí hubo colonias inglesas, mientras que los países fracasados
surgieron precisamente en territorio hispano. El debate es muy interesante y
creo que la autora lo resuelve de forma acertada. Hubo un Imperio español en
América que duró más de tres siglos, y hubo un proyecto de imperio británico en
el territorio de EEUU que fracasó. Los españoles llegaron a América en 1492 y
en cincuenta años habían conquistado más de quince millones de kilómetros
cuadrados (con la inestimable ayuda de muchos indígenas, por supuesto). En 1584
Sir Walter Raleigh exploró una zona de Norteamérica a la que llamó Virginia (en
honor a Isabel I, conocida como "la Reina Virgen"), pero su intento
de establecer allí una colonia no prosperó. El primer asentamiento inglés en el
Nuevo Mundo fue Jamestown (Virginia), fundada en 1607. Tres años después habían
muerto el 80 por ciento de los colonos. En 1620 llegó a América el Mayflower, un acontecimiento considerado
por la mitología fundacional como el origen de las famosas Trece Colonias y por
tanto de EEUU. Hay que señalar que aquel barco iba tripulado por puritanos
(similares a los calvinistas) que huían de las persecuciones anglicanas. Los
prófugos del Mayflower fundaron la
colonia de Plymouth. Ciento cincuenta años después, los colonos ingleses habían
podido llegar a controlar un territorio aproximadamente tan grande como España.
A finales del siglo XVIII, cuando EEUU se independizó de Inglaterra, los
territorios americanos controlados por España, además de mucho más extensos,
eran asimismo mucho más prósperos que los del Norte. En 1800 la América
española contaba con las ciudades más pobladas y con las mejores
infraestructuras del continente. México tenía 137.000 habitantes, y Lima,
Bogotá y La Habana superaban los 100.000. En cambio Boston, una de las ciudades
más pobladas del Norte, tenía 37.000. La prosperidad en el Norte se alcanzó
después de la independencia, no antes. A comienzos del siglo XIX el Imperio
español estaba cerca de su final, mientras que el del Norte, que era
estadounidense y no inglés, comenzaba a expandirse: en sesenta años multiplicó
por ocho su superficie.
En resumen, el Imperio
español era próspero, al menos en comparación con otros lugares de su época,
mientras que la prosperidad de EEUU se debe a los propios estadounidenses, no a
los ingleses. Así pues, la suerte que han vivido los países americanos tras su
independencia no parece que guarde mucha relación con sus respectivos
colonizadores. Quedarían por explicar los motivos de las sucesivas crisis que
han vivido las repúblicas independizadas de España en América. Como imperio que
es, tras expandirse rápidamente los EEUU se han caracterizado desde el siglo
XIX por intervenir en el resto del continente americano, al que han considerado
su patio trasero, y es innegable que este intervencionismo (o imperialismo) ha
condicionado en gran medida su historia. Pero esto, que es cómodo y
tranquilizador porque echa todas las culpas a otro, no explica del todo la
crisis permanente que existe en Hispanoamérica desde hace dos siglos (una
crisis que quizá sí explica las intervenciones yanquis en esos países, y no al
revés). Copio unas palabras de Roca Barea al respecto:
"No es asunto de
este libro, pero hago notar que los territorios de un imperio, cuando este se
derrumba, pasan por una larga etapa de problemas sociales y políticos, y se ven
arrastrados por toda suerte de tendencias disgregadoras que generan una enorme
conflictividad. Y esto sucedió en Hispanoamérica y en España por igual. El
feudalismo es el resultado de la caída del Imperio romano, esto es, del fracaso
del Estado. Se genera automáticamente una situación feudal siempre que se
produce esta quiebra estatal, porque el feudalismo no es más que la búsqueda de
alianzas personales por encima de la ley. El mundo se vuelve demasiado inseguro
para confiar en extraños. Consciente de que la situación de Hispanoamérica era
pareja a la de Europa tras el fin del Imperio romano, Simón Bolívar dijo que
era necesario dejar que América del Sur hiciera su Edad Media. De semejante
manera, viven los Balcanes en una situación de angustia permanente. Las
terribles guerras que allí se han comenzado tienen una relación directa con el
final del Imperio otomano y el Imperio austrohúngaro. El Imperio español hizo
durante varios siglos que el milagro e
pluribus unum fuera posible, y cuando el imperio faltó, afloraron todas las
diferencias de sustrato, que eran enormes, y lo que triunfó fue ex uno, plures".
De aquí se podrían
extraer algunas conclusiones. Una sería que el Imperio español se asemejaría
bastante más al romano que a la URSS, por ejemplo. Y otra sería una pregunta:
¿qué pasará cuando se acabe el Imperio estadounidense, del que por cierto
formamos parte?
Brillante exposición
ResponderEliminarMuchas gracias.
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