Escribo lo que veo
Anna Politkóvskaya
Muy buenas.
Anna Politkóvskaya
Muy buenas.
Hoy vamos a denunciar un doble rasero. En dónde, os estaréis preguntando con ansia quienes me leéis fielmente. En política internacional. Bueno, no vas a descubrir la pólvora, me diréis. Ya, pero es que me apetece comentar un caso flagrante de esto que digo, a ver qué os parece.
Kurt Waldheim (1918-2007) fue un diplomático y político conservador austriaco. Llegó a ser secretario general de la ONU entre 1972 y 1981, y presidente de su país entre 1986 y 1992. Precisamente, a raíz de su candidatura a la presidencia de Austria estalló un escándalo que alcanzó cotas internacionales. Salió a la luz que Waldheim había formado parte de las SA austriacas y que durante la Segunda Guerra Mundial había sido oficial de la Wehrmacht en los Balcanes, después de resultar herido en el frente oriental. Se dijo que había mentido acerca de su pasado e incluso se le implicó en los crímenes nazis. Se creó entonces un comité internacional de historiadores que investigó al detalle su vida. Finalmente, el comité concluyó que Waldheim había mentido efectivamente al ocultar parte de su historial militar y al negar haber tenido conocimiento de los crímenes que los nazis y sus aliados cometieron en los Balcanes, pero no encontró ninguna evidencia de que él hubiera participado personalmente en los mismos.
La actitud de Waldheim al mentir alegando no haberse enterado de las barbaridades que los nazis y sus aliados habían perpetrado no es justificable, pero sí muy habitual. De hecho, entre todos aquellos que han servido de una u otra forma a las órdenes de un régimen atroz -ya sea el nazi u otro cualquiera-, o que se han visto relacionados directa o indirectamente con los responsables de algún horrible crimen, la conducta habitual es la del disimulo, la de desentenderse de ello, la del "no sabe, no contesta".
Waldheim tuvo que reconocer a la fuerza que en realidad sí se enteró de lo que sus camaradas de armas estaban haciendo (atrocidades contra judíos, gitanos, serbios y contra la población sospechosa de simpatizar con los partisanos), pero alegó no haber podido hacer nada para impedirlo, cosa que probablemente fuera cierta. En todo caso pagó por ello: tanto él como su mujer fueron declarados personae non gratae en varios países, incluyendo Estados Unidos, lo que significaba que no podían entrar en los mismos, vaya. Debido a todas estas presiones, Waldheim decidió no presentarse a la reelección para la presidencia de su país, en 1992.
Comparemos su caso con el de otro dirigente aún más famoso.
Vladímir Vladímirovich Putin (1952) es el presidente de Rusia. Digamos que es el hombre fuerte del país desde que en 1999 se convirtiera en primer ministro. El 31 de diciembre de aquel año, Boris Yeltsin renunció a la presidencia de Rusia. Putin pasó a ser entonces presidente interino y en marzo de 2000 ganó las elecciones para ese puesto. Su mandato se prolongó durante ocho años, ya que en 2004 volvió a ganar los comicios. En 2008, al no poder presentarse por tercera vez a la presidencia, fue nombrado de nuevo primer ministro con Medvédev como presidente. Copio lo que dice la Wikipedia al respecto:
En 2012, tras una reforma constitucional, Putin volvió a ganar las elecciones y se convirtió de nuevo en presidente de Rusia, esta vez por seis años.
Y qué tiene que ver todo esto con Waldheim, me preguntaréis impacientes. Esperad, que sigo.
En la época soviética Putin fue un oficial de la KGB, es decir, de la policía secreta. Entre 1985 y 1990 estuvo destinado en la RDA donde colaboró con la Stasi, es decir, con la policía secreta de aquel régimen. Tras la caída del Muro de Berlín, Putin se encargó de hacer desaparecer los archivos de la KGB en la ciudad.
De vuelta a la URSS, Putin dimitió de su puesto en la KGB en 1991, cuando el régimen comunista se estaba viniendo abajo. Hasta 1996 ocupó varios cargos políticos en San Petersburgo, su ciudad natal. Después se trasladó a Moscú donde se hizo cargo de diversos puestos cercanos al presidente Yeltsin, llegando a ser nombrado en 1998 director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, sucesor de la KGB). Como antiguo miembro de la nomenklatura soviética (o de "los órganos", como se conoce en Rusia a la policía secreta desde los tiempos de la URSS), al llegar al poder Putin se rodearía de viejos camaradas de la KGB y el FSB, como Serguéi Nikoláevich Lebedev, a quien pondría al frente del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) en el año 2000, o Serguéi Borísovich Ivanov, al que nombraría ministro de Defensa en 2001.
En 1999, como ya hemos dicho, Putin sustituyó a Yeltsin en la presidencia de su país, pero antes ya había alcanzado la jefatura del Gobierno ruso. Desde aquel puesto desencadenó la Segunda Guerra Chechena.
Hablemos un poco de la historia de Chechenia.
La República de Chechenia es un pequeño Estado del Cáucaso perteneciente a Rusia. En realidad, siempre ha sido una fuente de conflicto desde que la Rusia zarista comenzó a tratar de apoderarse del territorio a finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX se combatía con ferocidad por allí. Por entonces Tolstói decidió alistarse en el ejército e ir a luchar al Cáucaso. Aquella experiencia serviría para convertirlo en escritor y en pacifista.
Rusia conquistó Chechenia en la Guerra del Cáucaso, tras varias décadas de dura lucha, y comenzó a explotar los recursos petrolíferos del país. En la etapa comunista, Chechenia suministraría el 45% del petróleo de toda la URSS.
En 1918, tras la Revolución bolchevique, Chechenia se independizó de Rusia formando parte de la República de las Montañas del Cáucaso Norte, pero sería una independencia efímera. La nueva república hizo frente primero a los ejércitos blancos durante la Guerra Civil Rusa para ser después ocupada por los bolcheviques y terminar siendo parte de la Unión Soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo una rebelión contra el poder soviético en Chechenia e Ingusetia. La insurrección alcanzó su cenit en 1942, cuando se aproximaba la Wehrmacht, pero los alemanes nunca llegarían a conquistar la región.
Aunque hubo cierta colaboración entre los germanos y algunos rebeldes chechenos, esta nunca fue generalizada. En cambio, unos 40.000 chechenos e ingusetios combatieron en las filas del Ejército Rojo, cincuenta de los cuales fueron distinguidos como Héroes de la Unión Soviética. A pesar de ello, en febrero de 1944 toda la población chechena (alrededor de 500.000 personas), junto a otros cientos de miles de habitantes de las regiones norcaucásicas, fueron deportados por la NKVD (antecesora de la KGB) a Asia Central, acusados en masa de colaborar con los nazis. Cerca de la mitad de ellos eran niños. Un tercio de los chechenos moriría durante los primeros cuatro años.
En 2004 el Parlamento Europeo calificó estas deportaciones de genocidio.
En 1957, tras la muerte de Stalin, se permitió a los supervivientes volver a sus casas.
En 1991, con el régimen soviético a punto de derrumbarse, Chechenia se declaró independiente bajo el nombre de República Chechena de Ichkeria, aunque jamás obtuvo ningún reconocimiento internacional.
En 1994 el presidente Yeltsin desencadenó la Primera Guerra Chechena con el objeto de recuperar el territorio. El conflicto se prolongó hasta 1996, causó decenas de miles de muertes (sobre todo de civiles) y se saldó con la derrota de las fuerzas rusas. Pero he aquí que tres años después Putin volvió al ataque dando lugar a la Segunda Guerra Chechena, como ya hemos señalado. El pretexto fue una incursión chechena en Daguestán. El objetivo, de nuevo, era recuperar Chechenia para Rusia. Oficialmente la guerra duraría diez años.
Todos estos acontecimientos favorecieron que el islamismo radical prendiera en Chechenia. A partir de entonces, terroristas chechenos llevaron a cabo una serie de sangrientas acciones, cuya resolución por parte de las autoridades rusas, sin embargo, dejó bastante que desear, por decirlo de alguna forma. Así, en septiembre de 1999 se produjeron unas cuantas explosiones en Moscú y otras ciudades rusas que causaron cientos de muertos y heridos. Sin embargo, el Gobierno de Putin impidió que una comisión independiente investigara los atentados, e incluso dos miembros de dicha comisión fueron asesinados.
El 23 de octubre de 2002, un comando de 40 terroristas chechenos secuestró a 850 personas en el Teatro Dubrovka de Moscú exigiendo la retirada rusa de Chechenia. La periodista Anna Stepánovna Politkóvskaya, del diario Nóvaya Gazeta, trató de mediar entre los secuestradores y las autoridades rusas, pero estas la apartaron.
El 26 de octubre, fuerzas especiales rusas (Spetsnaz) gasearon a cuantas personas ocupaban el teatro -terroristas y rehenes-, y luego entraron. Todos los terroristas murieron, pero también unos 130 rehenes. Muchas personas murieron asfixiadas bien por los efectos del gas, bien porque los cuerpos de los desmayados se amontonaban unos sobre otros, o bien por las malas condiciones en que fueron evacuadas. No hubo organización en los servicios de socorro. Para colmo, las autoridades rusas se negaron a revelar el tipo de gas empleado, lo que dificultó aún más la atención médica a los supervivientes.
El 1 de septiembre de 2004, un grupo de 32 terroristas chechenos e ingusetios llegó a un colegio de Beslán, en Osetia del Norte, Rusia. Los terroristas tomaron como rehenes a unas 1.100 personas, entre adultos y niños. De nuevo exigían la retirada rusa de Chechenia y el reconocimiento de la independencia del país. De nuevo Anna Politkóvskaya trató de mediar en las negociaciones, pero en el vuelo que la trasladaba al lugar pidió un té y cayó gravemente enferma. Evidentemente había sido envenenada.
El 3 de septiembre se desencadenó un tiroteo en el colegio de Beslán entre los terroristas y las fuerzas de seguridad rusas. Murieron todos los terroristas salvo uno, pero también más de 300 rehenes, de los cuales 186 eran niños...
El "Árbol del Dolor", monumento en recuerdo a las víctimas de la masacre de Beslán, de los escultores Kornaev y Dzanagov
Mientras, la guerra continuaba en Chechenia. Si los independentistas chechenos cometían actos terroristas, las fuerzas rusas no se quedaban atrás: fueron acusadas de todo tipo de atrocidades sistemáticas, como asesinatos, torturas, violaciones, saqueos y secuestros.
Los rusos consideraban a todos los combatientes chechenos como terroristas, así que los trataban como a tales. De hecho no hacía falta que hubieran combatido, bastaba con que fueran sospechosos de haberlo hecho.
En el año 2000 se hizo tristemente famoso el campo de detención de Chernokosovo, un lugar infernal en el que las torturas y las violaciones eran habituales.
Zachistka significa "operación de limpieza". Las zachistki eran expediciones punitivas, redadas llevadas a cabo por las fuerzas rusas. Para los civiles chechenos eran sinónimo de terror. Implicaban la puesta en práctica de todo tipo de violencia gratuita, y solían finalizar con el arresto de los sospechosos de haber combatido junto a los rebeldes. Las personas así secuestradas en muchos casos desaparecían para siempre.
Las zachistki también formaban parte del negocio de la guerra. Si alguien quería información sobre algún familiar detenido en una de ellas, tenía que pagar. Si tenía suerte y se lo devolvían con vida, tenía que pagar. Si lo habían matado y quería recuperar el cadáver para enterrarlo, tenía que pagar.
Anna Politkóvskaya fue una mujer valiente que se dedicó, entre otras cosas, a investigar y denunciar los crímenes de guerra en Chechenia. Publicó reportajes y libros sobre la guerra y sobre la Rusia de Putin, y recibió varios premios internacionales por su trabajo.
En 2001, mientras investigaba la suerte de los chechenos secuestrados en las zachistki, fue detenida por militares rusos que la interrogaron, la golpearon y la sometieron a un simulacro de ejecución.
Recibió numerosas amenazas de muerte. En 2004 fue envenenada de camino a Beslán.
El 7 de octubre de 2006 terminó asesinada a tiros en el ascensor de su casa.
El crimen fue investigado por Aleksandr Valtérovich Litvinenko, un antiguo oficial de la KGB que vivía exiliado en Londres por su oposición a Putin.
Litvinenko murió el 23 de noviembre de 2006 después de ser envenenado con polonio 210 (radiactivo). Antes de morir dejó escrita una carta en la que culpaba a Putin de su asesinato.
Las últimas investigaciones apuntan a Rusia como responsable del envenenamiento.
Stanislav Yúrievich Markélov fue un abogado que se dedicó a investigar crímenes de guerra en Chechenia. Asimismo fue el abogado de Anna Politkóvskaya y también investigó su asesinato.
Markélov fue asesinado a tiros en pleno centro de Moscú el 19 de enero de 2009. Junto a él fue asesinada también la periodista Anastasia Baburova, de Nóvaya Gazeta, el periódico de Politkóvskaya.
Natalia Jusainovna Estemírova fue una historiadora y activista en favor de los derechos humanos. También colaboraba con Nóvaya Gazeta. El 15 de julio de 2009, mientras investigaba abusos en Chechenia, fue secuestrada cerca de su casa, en Grozni, y asesinada a tiros.
Desde 2001 han sido asesinados seis periodistas de ese diario.
Pero ya hemos visto que los opositores a Putin que mueren violentamente no son solo los periodistas. En noviembre de 2008, el abogado Serguéi Leonídovich Magnitsky fue detenido y encerrado en la famosa prisión de Butyrka. Magnitsky había acusado de corrupción a unos cuantos funcionarios rusos. No tuvo ningún juicio y al cabo de un año murió en la cárcel por oscuras razones.
En 2012 Estados Unidos adoptó la llamada Ley Magnitsky, según la cual se negaba la entrada en el país a los funcionarios rusos relacionados con la muerte de Magnitsky -Putin no estaba entre ellos- y se congelaban sus activos. Putin tildó la ley de "antirrusa". En respuesta, Rusia prohibió las adopciones de niños rusos por parte de estadounidenses y prohibió asimismo la entrada en el país a unos cuantos yanquis relacionados con las violaciones de los derechos humanos en lugares como Irak o el campo de detención de Guantánamo. En palabras de Putin: "Cuando te golpean, debes responder. De lo contrario siempre nos golpearán."
Conocida es también la rivalidad entre Putin y el magnate Boris Abrámovich Berezovsky... que apareció ahorcado en su casa de Londres en 2013.
Por ahora, el último episodio de esta negra historia ha sido el asesinato en Moscú de Boris Yefímovich Nemtsov, uno de los líderes políticos opositores a Putin. Hace dos días.
Como escribió Carlos Boyero al referirse a la Rusia de Putin: qué miedo.
Y bueno, para qué seguir. Para qué hablar de la permanente rehabilitación de Stalin y de la época soviética que se da en Rusia desde la llegada de Putin al poder. De la ausencia de libertad de expresión en aquel país. De su legislación homófoba. De la constante intervención rusa en el conflicto de Ucrania, de su expansionismo...
Ya, pero ¿qué diablos tiene que ver Waldheim con todo esto?, insistirá alguien.
Pues veamos, mi reflexión es la siguiente. Waldheim sufrió un boicot internacional y tuvo que renunciar a presentarse de nuevo para la presidencia de su país. Le estuvo bien empleado por mentir acerca de su pasado, sobre todo teniendo en cuenta que ese pasado había tenido que ver con su pertenencia al ejército nazi. Un tipo que ha ocupado o pretende ocupar puestos de responsabilidad, como la Secretaría General de la ONU o la presidencia de Austria, no puede permitirse mentir, porque demuestra que no es digno de confianza, aunque la gente le vote después en unas elecciones. Seguramente hubo millones de alemanes, austriacos y europeos en general, que en su día simpatizaron con el nazismo, que presenciaron atrocidades con aparente indiferencia, y que tras la Segunda Guerra Mundial se avergonzaron de ello y trataron de ocultarlo o silenciarlo de alguna forma. Pero no todos se presentaron más tarde para ocupar puestos de responsabilidad política. Waldheim sí, de modo que su actitud es injustificable.
Ahora bien, su vida se investigó concienzudamente y nunca se demostró que fuera un criminal de guerra. A Waldheim le cayó la del pulpo por haber simpatizado con el nazismo y por haber ocultado lo que vio durante la guerra. Desde luego no fue por ser responsable de ningún crimen, ni menos aún por nada de lo que hizo cuando estuvo en el poder. Pero su caso podría haber sentado un precedente, podría haber servido para que a partir de entonces se investigara a todos los dirigentes con un oscuro historial.
No fue así.
Ahí tenemos a Putin. Presidente ruso por elección popular, sí. Bueno, lo cierto es que las elecciones en Rusia siempre están plagadas de irregularidades, pero no pongo en duda la amplia popularidad de la que el tipo goza en su país. Similar a la que tenía Waldheim en el suyo, por cierto, con la ligera diferencia de que Austria es una democracia y Rusia decididamente no: el régimen de Putin es tan autoritario como el de su aliado Lukashenko, presidente de Bielorrusia (un país donde la KGB se sigue llamando así: KGB).
Lo que digo es que si se puso en la picota a Waldheim hasta el punto de hacerle renunciar a presentarse a unas elecciones, creo que el historial del amigo Putin da para lo mismo y mucho más. Para empezar, si uno fue oficial de la Wehrmacht el otro lo fue de la KGB. Y además estuvo en la RDA trabajando codo con codo con la siniestra Stasi. Digo yo que solo esto ya da de sobra para que se le declare persona non grata en algún país, pero es que la cosa no se queda ahí. Bajo su mandato, los derechos humanos y las libertades han retrocedido en Rusia en muchos casos hasta niveles de la época soviética. Una época, como ya hemos dicho, que se reivindica por allí cada vez más. Bajo su mandato, los militares rusos han cometido todo tipo de atrocidades en Chechenia. Bajo su mandato, se ha asesinado a los periodistas que más le criticaban y a opositores políticos. Bajo su mandato, se ha llevado a cabo una política exterior cada vez más agresiva. El presidente de Rusia se asemeja de forma creciente a un capo mafioso. Pero un capo al frente de uno de los países más poderosos del mundo.
¿Por qué no se crea una comisión internacional para investigarle? ¿Por qué no se le hace un boicot como a Waldheim?
Se me ocurren algunas respuestas. Por un lado, digamos que tener un pasado de simpatizante nazi resulta más antipático que haber sido oficial de la policía secreta soviética. Lo nazi sigue estando peor visto que lo comunista (como ya apuntamos aquí), aunque la historia de ambas ideologías esté llena de millones de muertos por igual. Por otro, si el boicot fuese encabezado por Estados Unidos a los putinistas les entraría la risa floja: no son los yanquis los más indicados para dar lecciones de ética, valores y defensa de los derechos humanos (ya hemos visto lo que ocurrió con el caso Magnitsky: el Gobierno ruso respondió con un y tú más y se quedó tan ancho). Para acabar, y creo que este es el motivo de más peso, es mucho más fácil arremeter contra el presidente de un pequeño país como Austria, que contra el hombre fuerte de la potente Rusia.
Waldheim renunció a su carrera política y murió hace unos años. Putin continúa en su puesto.
Imparable.
Más información:
-AAVV, "Crónica del Holocausto" (Libsa, 2002).
-Bruneteau, Bernard, "El siglo de los genocidios" (Alianza, 2006).
-Igort, "Cuadernos rusos" (Salamandra, 2014).
-Katamidze, Slava, "KGB: Leales camaradas, asesinos implacables" (Libsa, 2004).
Posdata:
Los regalos que le gusta hacer a Putin
Kurt Waldheim (segundo por la izquierda) como oficial de la Wehrmacht en Montenegro, 1943
La actitud de Waldheim al mentir alegando no haberse enterado de las barbaridades que los nazis y sus aliados habían perpetrado no es justificable, pero sí muy habitual. De hecho, entre todos aquellos que han servido de una u otra forma a las órdenes de un régimen atroz -ya sea el nazi u otro cualquiera-, o que se han visto relacionados directa o indirectamente con los responsables de algún horrible crimen, la conducta habitual es la del disimulo, la de desentenderse de ello, la del "no sabe, no contesta".
Waldheim tuvo que reconocer a la fuerza que en realidad sí se enteró de lo que sus camaradas de armas estaban haciendo (atrocidades contra judíos, gitanos, serbios y contra la población sospechosa de simpatizar con los partisanos), pero alegó no haber podido hacer nada para impedirlo, cosa que probablemente fuera cierta. En todo caso pagó por ello: tanto él como su mujer fueron declarados personae non gratae en varios países, incluyendo Estados Unidos, lo que significaba que no podían entrar en los mismos, vaya. Debido a todas estas presiones, Waldheim decidió no presentarse a la reelección para la presidencia de su país, en 1992.
Comparemos su caso con el de otro dirigente aún más famoso.
Vladímir Vladímirovich Putin (1952) es el presidente de Rusia. Digamos que es el hombre fuerte del país desde que en 1999 se convirtiera en primer ministro. El 31 de diciembre de aquel año, Boris Yeltsin renunció a la presidencia de Rusia. Putin pasó a ser entonces presidente interino y en marzo de 2000 ganó las elecciones para ese puesto. Su mandato se prolongó durante ocho años, ya que en 2004 volvió a ganar los comicios. En 2008, al no poder presentarse por tercera vez a la presidencia, fue nombrado de nuevo primer ministro con Medvédev como presidente. Copio lo que dice la Wikipedia al respecto:
Con Medvédev como
presidente, la jefatura del Gobierno adquirió más poderes que de costumbre, y
aunque formalmente era este el que ostentaba el cargo máximo de la nación,
nadie dudaba que el hombre fuerte seguía siendo Putin. Esto significaba que
Medvédev no podría hacer nada que no contara con la venia de Putin. Como se
vería al final, Medvédev desempeñó a la perfección el papel para el que Putin le había elegido: guardarle el sillón presidencial hasta que él pudiera volver
a ocuparlo.
En 2012, tras una reforma constitucional, Putin volvió a ganar las elecciones y se convirtió de nuevo en presidente de Rusia, esta vez por seis años.
Y qué tiene que ver todo esto con Waldheim, me preguntaréis impacientes. Esperad, que sigo.
En la época soviética Putin fue un oficial de la KGB, es decir, de la policía secreta. Entre 1985 y 1990 estuvo destinado en la RDA donde colaboró con la Stasi, es decir, con la policía secreta de aquel régimen. Tras la caída del Muro de Berlín, Putin se encargó de hacer desaparecer los archivos de la KGB en la ciudad.
El amigo Volodia en la KGB
De vuelta a la URSS, Putin dimitió de su puesto en la KGB en 1991, cuando el régimen comunista se estaba viniendo abajo. Hasta 1996 ocupó varios cargos políticos en San Petersburgo, su ciudad natal. Después se trasladó a Moscú donde se hizo cargo de diversos puestos cercanos al presidente Yeltsin, llegando a ser nombrado en 1998 director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, sucesor de la KGB). Como antiguo miembro de la nomenklatura soviética (o de "los órganos", como se conoce en Rusia a la policía secreta desde los tiempos de la URSS), al llegar al poder Putin se rodearía de viejos camaradas de la KGB y el FSB, como Serguéi Nikoláevich Lebedev, a quien pondría al frente del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) en el año 2000, o Serguéi Borísovich Ivanov, al que nombraría ministro de Defensa en 2001.
En 1999, como ya hemos dicho, Putin sustituyó a Yeltsin en la presidencia de su país, pero antes ya había alcanzado la jefatura del Gobierno ruso. Desde aquel puesto desencadenó la Segunda Guerra Chechena.
Hablemos un poco de la historia de Chechenia.
La República de Chechenia es un pequeño Estado del Cáucaso perteneciente a Rusia. En realidad, siempre ha sido una fuente de conflicto desde que la Rusia zarista comenzó a tratar de apoderarse del territorio a finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX se combatía con ferocidad por allí. Por entonces Tolstói decidió alistarse en el ejército e ir a luchar al Cáucaso. Aquella experiencia serviría para convertirlo en escritor y en pacifista.
Rusia conquistó Chechenia en la Guerra del Cáucaso, tras varias décadas de dura lucha, y comenzó a explotar los recursos petrolíferos del país. En la etapa comunista, Chechenia suministraría el 45% del petróleo de toda la URSS.
En 1918, tras la Revolución bolchevique, Chechenia se independizó de Rusia formando parte de la República de las Montañas del Cáucaso Norte, pero sería una independencia efímera. La nueva república hizo frente primero a los ejércitos blancos durante la Guerra Civil Rusa para ser después ocupada por los bolcheviques y terminar siendo parte de la Unión Soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo una rebelión contra el poder soviético en Chechenia e Ingusetia. La insurrección alcanzó su cenit en 1942, cuando se aproximaba la Wehrmacht, pero los alemanes nunca llegarían a conquistar la región.
Aunque hubo cierta colaboración entre los germanos y algunos rebeldes chechenos, esta nunca fue generalizada. En cambio, unos 40.000 chechenos e ingusetios combatieron en las filas del Ejército Rojo, cincuenta de los cuales fueron distinguidos como Héroes de la Unión Soviética. A pesar de ello, en febrero de 1944 toda la población chechena (alrededor de 500.000 personas), junto a otros cientos de miles de habitantes de las regiones norcaucásicas, fueron deportados por la NKVD (antecesora de la KGB) a Asia Central, acusados en masa de colaborar con los nazis. Cerca de la mitad de ellos eran niños. Un tercio de los chechenos moriría durante los primeros cuatro años.
En 2004 el Parlamento Europeo calificó estas deportaciones de genocidio.
En 1957, tras la muerte de Stalin, se permitió a los supervivientes volver a sus casas.
En 1991, con el régimen soviético a punto de derrumbarse, Chechenia se declaró independiente bajo el nombre de República Chechena de Ichkeria, aunque jamás obtuvo ningún reconocimiento internacional.
En 1994 el presidente Yeltsin desencadenó la Primera Guerra Chechena con el objeto de recuperar el territorio. El conflicto se prolongó hasta 1996, causó decenas de miles de muertes (sobre todo de civiles) y se saldó con la derrota de las fuerzas rusas. Pero he aquí que tres años después Putin volvió al ataque dando lugar a la Segunda Guerra Chechena, como ya hemos señalado. El pretexto fue una incursión chechena en Daguestán. El objetivo, de nuevo, era recuperar Chechenia para Rusia. Oficialmente la guerra duraría diez años.
Una fosa común en Chechenia (foto de Natalia Medvedeva)
Todos estos acontecimientos favorecieron que el islamismo radical prendiera en Chechenia. A partir de entonces, terroristas chechenos llevaron a cabo una serie de sangrientas acciones, cuya resolución por parte de las autoridades rusas, sin embargo, dejó bastante que desear, por decirlo de alguna forma. Así, en septiembre de 1999 se produjeron unas cuantas explosiones en Moscú y otras ciudades rusas que causaron cientos de muertos y heridos. Sin embargo, el Gobierno de Putin impidió que una comisión independiente investigara los atentados, e incluso dos miembros de dicha comisión fueron asesinados.
El 23 de octubre de 2002, un comando de 40 terroristas chechenos secuestró a 850 personas en el Teatro Dubrovka de Moscú exigiendo la retirada rusa de Chechenia. La periodista Anna Stepánovna Politkóvskaya, del diario Nóvaya Gazeta, trató de mediar entre los secuestradores y las autoridades rusas, pero estas la apartaron.
El 26 de octubre, fuerzas especiales rusas (Spetsnaz) gasearon a cuantas personas ocupaban el teatro -terroristas y rehenes-, y luego entraron. Todos los terroristas murieron, pero también unos 130 rehenes. Muchas personas murieron asfixiadas bien por los efectos del gas, bien porque los cuerpos de los desmayados se amontonaban unos sobre otros, o bien por las malas condiciones en que fueron evacuadas. No hubo organización en los servicios de socorro. Para colmo, las autoridades rusas se negaron a revelar el tipo de gas empleado, lo que dificultó aún más la atención médica a los supervivientes.
El 1 de septiembre de 2004, un grupo de 32 terroristas chechenos e ingusetios llegó a un colegio de Beslán, en Osetia del Norte, Rusia. Los terroristas tomaron como rehenes a unas 1.100 personas, entre adultos y niños. De nuevo exigían la retirada rusa de Chechenia y el reconocimiento de la independencia del país. De nuevo Anna Politkóvskaya trató de mediar en las negociaciones, pero en el vuelo que la trasladaba al lugar pidió un té y cayó gravemente enferma. Evidentemente había sido envenenada.
El 3 de septiembre se desencadenó un tiroteo en el colegio de Beslán entre los terroristas y las fuerzas de seguridad rusas. Murieron todos los terroristas salvo uno, pero también más de 300 rehenes, de los cuales 186 eran niños...
Mientras, la guerra continuaba en Chechenia. Si los independentistas chechenos cometían actos terroristas, las fuerzas rusas no se quedaban atrás: fueron acusadas de todo tipo de atrocidades sistemáticas, como asesinatos, torturas, violaciones, saqueos y secuestros.
Los rusos consideraban a todos los combatientes chechenos como terroristas, así que los trataban como a tales. De hecho no hacía falta que hubieran combatido, bastaba con que fueran sospechosos de haberlo hecho.
En el año 2000 se hizo tristemente famoso el campo de detención de Chernokosovo, un lugar infernal en el que las torturas y las violaciones eran habituales.
Zachistka significa "operación de limpieza". Las zachistki eran expediciones punitivas, redadas llevadas a cabo por las fuerzas rusas. Para los civiles chechenos eran sinónimo de terror. Implicaban la puesta en práctica de todo tipo de violencia gratuita, y solían finalizar con el arresto de los sospechosos de haber combatido junto a los rebeldes. Las personas así secuestradas en muchos casos desaparecían para siempre.
Las zachistki también formaban parte del negocio de la guerra. Si alguien quería información sobre algún familiar detenido en una de ellas, tenía que pagar. Si tenía suerte y se lo devolvían con vida, tenía que pagar. Si lo habían matado y quería recuperar el cadáver para enterrarlo, tenía que pagar.
En 2001, mientras investigaba la suerte de los chechenos secuestrados en las zachistki, fue detenida por militares rusos que la interrogaron, la golpearon y la sometieron a un simulacro de ejecución.
Recibió numerosas amenazas de muerte. En 2004 fue envenenada de camino a Beslán.
El 7 de octubre de 2006 terminó asesinada a tiros en el ascensor de su casa.
Otra persona en su situación seguramente se hubiese refugiado en la distancia olímpica del cronista, de quien observa con escrúpulo. Ella, en cambio, había respondido a las atrocidades que presenciaba día tras día de la manera más sencilla, que es al mismo tiempo la más dolorosa y complicada. Se despojó de la distancia del periodista para ser, simplemente, un ser humano.
Ese gesto fue su condena a muerte.
Igort
El crimen fue investigado por Aleksandr Valtérovich Litvinenko, un antiguo oficial de la KGB que vivía exiliado en Londres por su oposición a Putin.
Litvinenko murió el 23 de noviembre de 2006 después de ser envenenado con polonio 210 (radiactivo). Antes de morir dejó escrita una carta en la que culpaba a Putin de su asesinato.
Las últimas investigaciones apuntan a Rusia como responsable del envenenamiento.
Stanislav Yúrievich Markélov fue un abogado que se dedicó a investigar crímenes de guerra en Chechenia. Asimismo fue el abogado de Anna Politkóvskaya y también investigó su asesinato.
Markélov fue asesinado a tiros en pleno centro de Moscú el 19 de enero de 2009. Junto a él fue asesinada también la periodista Anastasia Baburova, de Nóvaya Gazeta, el periódico de Politkóvskaya.
Natalia Jusainovna Estemírova fue una historiadora y activista en favor de los derechos humanos. También colaboraba con Nóvaya Gazeta. El 15 de julio de 2009, mientras investigaba abusos en Chechenia, fue secuestrada cerca de su casa, en Grozni, y asesinada a tiros.
En 2012 Estados Unidos adoptó la llamada Ley Magnitsky, según la cual se negaba la entrada en el país a los funcionarios rusos relacionados con la muerte de Magnitsky -Putin no estaba entre ellos- y se congelaban sus activos. Putin tildó la ley de "antirrusa". En respuesta, Rusia prohibió las adopciones de niños rusos por parte de estadounidenses y prohibió asimismo la entrada en el país a unos cuantos yanquis relacionados con las violaciones de los derechos humanos en lugares como Irak o el campo de detención de Guantánamo. En palabras de Putin: "Cuando te golpean, debes responder. De lo contrario siempre nos golpearán."
Conocida es también la rivalidad entre Putin y el magnate Boris Abrámovich Berezovsky... que apareció ahorcado en su casa de Londres en 2013.
Como escribió Carlos Boyero al referirse a la Rusia de Putin: qué miedo.
Y bueno, para qué seguir. Para qué hablar de la permanente rehabilitación de Stalin y de la época soviética que se da en Rusia desde la llegada de Putin al poder. De la ausencia de libertad de expresión en aquel país. De su legislación homófoba. De la constante intervención rusa en el conflicto de Ucrania, de su expansionismo...
Ya, pero ¿qué diablos tiene que ver Waldheim con todo esto?, insistirá alguien.
Pues veamos, mi reflexión es la siguiente. Waldheim sufrió un boicot internacional y tuvo que renunciar a presentarse de nuevo para la presidencia de su país. Le estuvo bien empleado por mentir acerca de su pasado, sobre todo teniendo en cuenta que ese pasado había tenido que ver con su pertenencia al ejército nazi. Un tipo que ha ocupado o pretende ocupar puestos de responsabilidad, como la Secretaría General de la ONU o la presidencia de Austria, no puede permitirse mentir, porque demuestra que no es digno de confianza, aunque la gente le vote después en unas elecciones. Seguramente hubo millones de alemanes, austriacos y europeos en general, que en su día simpatizaron con el nazismo, que presenciaron atrocidades con aparente indiferencia, y que tras la Segunda Guerra Mundial se avergonzaron de ello y trataron de ocultarlo o silenciarlo de alguna forma. Pero no todos se presentaron más tarde para ocupar puestos de responsabilidad política. Waldheim sí, de modo que su actitud es injustificable.
Ahora bien, su vida se investigó concienzudamente y nunca se demostró que fuera un criminal de guerra. A Waldheim le cayó la del pulpo por haber simpatizado con el nazismo y por haber ocultado lo que vio durante la guerra. Desde luego no fue por ser responsable de ningún crimen, ni menos aún por nada de lo que hizo cuando estuvo en el poder. Pero su caso podría haber sentado un precedente, podría haber servido para que a partir de entonces se investigara a todos los dirigentes con un oscuro historial.
No fue así.
Ahí tenemos a Putin. Presidente ruso por elección popular, sí. Bueno, lo cierto es que las elecciones en Rusia siempre están plagadas de irregularidades, pero no pongo en duda la amplia popularidad de la que el tipo goza en su país. Similar a la que tenía Waldheim en el suyo, por cierto, con la ligera diferencia de que Austria es una democracia y Rusia decididamente no: el régimen de Putin es tan autoritario como el de su aliado Lukashenko, presidente de Bielorrusia (un país donde la KGB se sigue llamando así: KGB).
Lo que digo es que si se puso en la picota a Waldheim hasta el punto de hacerle renunciar a presentarse a unas elecciones, creo que el historial del amigo Putin da para lo mismo y mucho más. Para empezar, si uno fue oficial de la Wehrmacht el otro lo fue de la KGB. Y además estuvo en la RDA trabajando codo con codo con la siniestra Stasi. Digo yo que solo esto ya da de sobra para que se le declare persona non grata en algún país, pero es que la cosa no se queda ahí. Bajo su mandato, los derechos humanos y las libertades han retrocedido en Rusia en muchos casos hasta niveles de la época soviética. Una época, como ya hemos dicho, que se reivindica por allí cada vez más. Bajo su mandato, los militares rusos han cometido todo tipo de atrocidades en Chechenia. Bajo su mandato, se ha asesinado a los periodistas que más le criticaban y a opositores políticos. Bajo su mandato, se ha llevado a cabo una política exterior cada vez más agresiva. El presidente de Rusia se asemeja de forma creciente a un capo mafioso. Pero un capo al frente de uno de los países más poderosos del mundo.
¿Por qué no se crea una comisión internacional para investigarle? ¿Por qué no se le hace un boicot como a Waldheim?
Se me ocurren algunas respuestas. Por un lado, digamos que tener un pasado de simpatizante nazi resulta más antipático que haber sido oficial de la policía secreta soviética. Lo nazi sigue estando peor visto que lo comunista (como ya apuntamos aquí), aunque la historia de ambas ideologías esté llena de millones de muertos por igual. Por otro, si el boicot fuese encabezado por Estados Unidos a los putinistas les entraría la risa floja: no son los yanquis los más indicados para dar lecciones de ética, valores y defensa de los derechos humanos (ya hemos visto lo que ocurrió con el caso Magnitsky: el Gobierno ruso respondió con un y tú más y se quedó tan ancho). Para acabar, y creo que este es el motivo de más peso, es mucho más fácil arremeter contra el presidente de un pequeño país como Austria, que contra el hombre fuerte de la potente Rusia.
Waldheim renunció a su carrera política y murió hace unos años. Putin continúa en su puesto.
Imparable.
Más información:
-AAVV, "Crónica del Holocausto" (Libsa, 2002).
-Bruneteau, Bernard, "El siglo de los genocidios" (Alianza, 2006).
-Igort, "Cuadernos rusos" (Salamandra, 2014).
-Katamidze, Slava, "KGB: Leales camaradas, asesinos implacables" (Libsa, 2004).
Posdata:
Los regalos que le gusta hacer a Putin
Muy interesante y muy bien explicado. La respuesta es lógica y obvia, y es que la política, y más a nivel internacional, es siempre un juego muy sucio. A Putin nadie, ni dentro ni fuera de su país le va a parar los pies.
ResponderEliminarLas reflexiones de Politkóvskaya respecto a este personaje son terroríficas, y no me extraña que pararan los pies a cualquiera que quisiera investigar los atentados del metro de Moscú, por ejemplo.
En fin, una entrada muy recomendable.
Un saludo.
Joder Pedrín, me pones los deberes muy seguidos!!! No me da tiempo. Haré la anotación de que ayer mi madre dijo que "a él no le conviene que la gente piense que él está detrás y que esto es una confabulación"... Y yo la miré y le dije, claro, lo mismo que dice Maduro con sus opositores...
ResponderEliminarDiría que a Putin le importa un comino lo que piense la gente. Lo que busca más bien es demostrar que él manda en Rusia, y que quien le toque las narices lo lleva crudo. Le gusta dar miedo, sensación de impunidad.
EliminarEs hora ya de actualizar los insultos; propongo hijo de Putin, en vez de seguir usando el clásico denigrante de meretrices y su descendencia.
ResponderEliminarDa mucho miedo leer estas cosas pero se agradece.
Un abrazo
Más se agradece vuestro interés :)
EliminarUn abrazo, Javier.
ResponderEliminarhttps://elpais.com/internacional/2018/12/11/mundo_global/1544550719_987070.html
ResponderEliminarhttps://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-01-06/de-disidentes-sovieticos-a-exiliados-rusos-bajo-putin-el-mapa-de-la-diaspora-en-europa_2399755/