Este cartel propagandístico trataba de convencer a los estadounidenses que combatían en la Segunda Guerra Mundial de que los soldados de Stalin luchaban por la libertad. Hoy todos sabemos que no era así, pero seguramente los que diseñaron el cartel también lo sabían ya. De hecho, nadie luchaba en el fondo por la libertad, ya que aquel conflicto no fue más que la expresión del choque de intereses entre grandes potencias. Lo que pasa es que algunos de esos intereses eran más perniciosos para el conjunto de la humanidad que otros. El término posverdad es un neologismo, pero el concepto es antiguo. Seguramente data del momento en que se inventaron las palabras "pueblo", "nación" y "libertad".
jueves, 18 de mayo de 2017
domingo, 14 de mayo de 2017
Las inocentes
Sufrimos primero la persecución de los alemanes, y luego llegaron los rusos. Para nosotras, cuando ellos irrumpieron en nuestro convento fue como... fue un horror inimaginable que solamente Dios podrá ayudarnos a superar.
Se quedaron durante días.
Hoy quiero recomendar una de esas películas tan alegres que suelo ver: Las inocentes (2016), de Anne Fontaine.
Basada en hechos reales, va del encuentro de una médica francesa con unas monjas polacas violadas por los soldados del Ejército soviético al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una historia de mujeres narrada por mujeres, que al fin y al cabo conforman un tipo muy concreto de víctimas de las guerras: las que sufren violaciones sistemáticas como forma de dominación militar, como arma de guerra.
En la Segunda Guerra Mundial hubo tres ejércitos que se caracterizaron por llevar a cabo violaciones sistemáticas: el alemán y sobre todo el japonés y el soviético. La diferencia entre el último y los otros dos es que el Ejército Rojo se supone que formó parte del bando de los buenos. Es más, fue el artífice de la derrota de los nazis.
De siempre se ha sabido que cuando los soldados soviéticos entraron en Alemania al final de la contienda violaron a mansalva, a mujeres de todas las edades, un crimen terrible que se ha tratado de justificar como venganza por las barbaridades cometidas por los nazis en la URSS. Si esto ya de por sí se trata de una excusa muy burda, puesto que no parece que una niña de doce años, por ejemplo, pudiera tener culpa de los crímenes hitlerianos, pierde todo sentido desde el momento en que sabemos que los soviéticos no violaban solo a las alemanas, sino a mujeres de múltiples nacionalidades que se iban encontrando mientras "liberaban" Europa Oriental. Mujeres que incluían a sus compatriotas y también a prisioneras de los campos de concentración y de exterminio nazis, como ya expliqué aquí. Se puede decir que el Ejército Rojo era un ejército de violadores.
Además, Polonia no solo formó parte del bando aliado, como la URSS, sino que fue el primer país aliado. De hecho, la invasión alemana de Polonia fue el casus belli de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Y en 1945 el país no solo terminó ocupado por los soviéticos, sino también con sus mujeres violadas por ellos.
Pero la película tiene más enjundia. Aunque es obvio que un grupo de monjas encerradas en un convento de Polonia no podía suponer una gran amenaza para el Ejército soviético, el resto de países aliados miraban hacia otro lado ante los crímenes estalinistas (quizá porque también tenían vergüenzas que esconder). En la pelí, la protagonista forma parte de una misión de la Cruz Roja francesa que está en Polonia para atender exclusivamente a deportados franceses antes de repatriarlos, cerrando los ojos a todo lo que ocurriera alrededor. Pero ella rompe en secreto esa barrera para ayudar a las monjas, no pocas de las cuales están embarazadas como resultado de las violaciones, y estas rompen a su vez sus propias reglas permitiéndole acceder al recinto donde viven. La película es también una crítica a las ideologías y a la religión. La protagonista es comunista, pero su doctrina se tambalea cuando comprueba lo que hacen los soldados de la patria socialista. A la vez, algunas monjas se replantean su fe después de ser violadas, mientras la madre superiora ve en los embarazos el resultado del pecado, no la consecuencia de agresiones sexuales, y actúa como si lo que más le preocupara es que le pudieran cerrar el chiringuito.
La peli es dura pero no melodramática. Y deja espacio para la esperanza cuando esas mujeres, con ideas aparentemente antagónicas, se unen y buscan un feliz modo de salir adelante.
Huelga decir que las actuaciones, la ambientación y todo lo demás es perfecto. No voy a contar más para no destripar la película, pero creo sinceramente que debería ser de obligada visión en todos los colegios, institutos y conventos del mundo entero.
De siempre se ha sabido que cuando los soldados soviéticos entraron en Alemania al final de la contienda violaron a mansalva, a mujeres de todas las edades, un crimen terrible que se ha tratado de justificar como venganza por las barbaridades cometidas por los nazis en la URSS. Si esto ya de por sí se trata de una excusa muy burda, puesto que no parece que una niña de doce años, por ejemplo, pudiera tener culpa de los crímenes hitlerianos, pierde todo sentido desde el momento en que sabemos que los soviéticos no violaban solo a las alemanas, sino a mujeres de múltiples nacionalidades que se iban encontrando mientras "liberaban" Europa Oriental. Mujeres que incluían a sus compatriotas y también a prisioneras de los campos de concentración y de exterminio nazis, como ya expliqué aquí. Se puede decir que el Ejército Rojo era un ejército de violadores.
Además, Polonia no solo formó parte del bando aliado, como la URSS, sino que fue el primer país aliado. De hecho, la invasión alemana de Polonia fue el casus belli de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Y en 1945 el país no solo terminó ocupado por los soviéticos, sino también con sus mujeres violadas por ellos.
Pero la película tiene más enjundia. Aunque es obvio que un grupo de monjas encerradas en un convento de Polonia no podía suponer una gran amenaza para el Ejército soviético, el resto de países aliados miraban hacia otro lado ante los crímenes estalinistas (quizá porque también tenían vergüenzas que esconder). En la pelí, la protagonista forma parte de una misión de la Cruz Roja francesa que está en Polonia para atender exclusivamente a deportados franceses antes de repatriarlos, cerrando los ojos a todo lo que ocurriera alrededor. Pero ella rompe en secreto esa barrera para ayudar a las monjas, no pocas de las cuales están embarazadas como resultado de las violaciones, y estas rompen a su vez sus propias reglas permitiéndole acceder al recinto donde viven. La película es también una crítica a las ideologías y a la religión. La protagonista es comunista, pero su doctrina se tambalea cuando comprueba lo que hacen los soldados de la patria socialista. A la vez, algunas monjas se replantean su fe después de ser violadas, mientras la madre superiora ve en los embarazos el resultado del pecado, no la consecuencia de agresiones sexuales, y actúa como si lo que más le preocupara es que le pudieran cerrar el chiringuito.
La peli es dura pero no melodramática. Y deja espacio para la esperanza cuando esas mujeres, con ideas aparentemente antagónicas, se unen y buscan un feliz modo de salir adelante.
Huelga decir que las actuaciones, la ambientación y todo lo demás es perfecto. No voy a contar más para no destripar la película, pero creo sinceramente que debería ser de obligada visión en todos los colegios, institutos y conventos del mundo entero.
jueves, 11 de mayo de 2017
La Cosa del Valle de los Caídos
Hoy el Congreso de los Diputados ha aprobado una propuesta no de ley para sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos y trasladar los de José Antonio Primo de Rivera a un lugar "no preeminente" del faraónico edificio. Queda por ver si realmente se hace, aunque esto depende del Gobierno de Mariano Rajoy. Sería lo suyo, lo justo, lo decente y lo ético, algo que en realidad se debería haber hecho hace mucho.
O sea, que probablemente no se haga.
Pero bueno, el caso es que, como todo el mundo sabe, aparte de los cadáveres del invicto Caudillo y del creador del fascismo hispano, allí están enterradas otras 33.847 personas muertas en la Guerra Civil, de ambos bandos. Ese es el número oficial hasta ahora porque, según explicó en 2009 el diputado del PP y luego ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, podrían ser hasta 60.000. Parece ser que al menos varios cientos de cuerpos fueron trasladados allí sin el consentimiento de sus familiares. Y si bien podríamos sacar de aquel lugar los cadáveres del Centinela de Occidente y del Ausente sin problemas logísticos, otra cosa sería la exhumación, recuento e identificación del resto de decenas de miles de personas allí enterradas. De hecho, según este estudio de Francisco Ferrándiz tal tarea sería harto imposible. El motivo, para empezar, es que los cuerpos estarían mezclados y no depositados ni en nichos ni en columbarios, sino simplemente dejados a la buena de Dios en criptas. Para seguir, las goteras y la humedad que padece el lugar desde hace décadas "han afectado de tal manera a las criptas donde están depositados los cadáveres que el osario se ha disuelto en la roca, haciendo indistinguibles unos cuerpos de otros". Como pone en este artículo de EL PAÍS: "Los restos sirvieron para llenar cavidades internas de las criptas y ahora forman parte del edificio. Las humedades han hecho el resto". Como escribe Ferrándiz, "las continuas filtraciones y la acción corrosiva del agua, por lo tanto, habrían "hecho el resto", que significa la disolución de las identidades, conocidas y "desconocidas" o por conocer, en un complejo y contradictorio cadáver colectivo indisoluble y su consolidación arquitectónica en los subterráneos del monumento, en lo que posiblemente llegue a ser uno de los legados más extravagantes del franquismo a largo plazo".
Dicho de otra manera, el arte de quienes diseñaron el edificio, junto al tiempo y el agua, han transformado decenas de miles de cadáveres en una especie de magma humano, en argamasa. En algo parecido a La Cosa, ese ser terrorífico que absorbe y se mezcla con otras formas de vida para imitarlas.
No soy arquitecto, pero no sé si esto es muy ortodoxo.
viernes, 28 de abril de 2017
El provincianismo histórico
Mi amiga Ana Cepeda se deja los sesos una y otra vez tratando de convencer a todo quisque de que el comunismo ha sido tan malo como el fascismo. Ana tiene razones de peso para pensar así: su padre y su tío, malagueños, formaron parte de los miles de niños de la guerra que fueron evacuados a la URSS durante nuestra contienda civil. Y no les fue muy bien: el primero murió en una cárcel soviética, mientras que el segundo pasó varios años en el Gulag por tratar de escapar de aquel siniestro país. Además Ana es de madre rusa, y resulta que su abuelo materno fue ejecutado durante las purgas estalinistas.
El problema es que mi amiga Ana es española, vive en España y claro, no pocas veces sufre la incomprensión de sus compatriotas.
Como ya expliqué aquí, Europa ha padecido en su historia reciente dos tipos de dictaduras, las fascistas y las comunistas. Durante la Segunda Guerra Mundial el fascismo, en su variante nazi, se extendió por casi todo el continente, pero fue derrotado en 1945 y sustituido a partir de entonces en Europa Oriental por el comunismo, en su variante estalinista. Las dictaduras comunistas europeas perdurarían durante más de cuatro décadas.
En España, el fascismo, en su variante franquista, no fue derrotado ni en la Guerra Civil ni después porque nuestro país no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial, de manera que también perduró durante casi cuarenta años desde que se empezó a instaurar en 1936.
Así pues, los europeos tenemos dos experiencias dictatoriales contemporáneas de distinto signo, lo que hace que existan dos memorias históricas diferentes en nuestro continente, dependiendo de si nos situamos en el este o en el oeste. Europa Oriental padeció el fascismo durante la guerra, pero su experiencia más duradera y reciente ha sido con el comunismo, de manera que muchos de sus ciudadanos tendrán una percepción más negativa del segundo que del primero, o al menos igual de mala en ambos casos. Europa Occidental sufrió el fascismo, y en especial España, en la que el régimen franquista duró hasta hace solo cuatro décadas. Además, el PCE tuvo un papel protagonista en la lucha contra la dictadura y por el restablecimiento de la democracia en nuestro país, que por otra parte sirvió para disimular su tenebroso pasado estalinista. En cualquier caso, en España y en Europa Occidental en general la percepción que se tiene del fascismo es peor que la del comunismo.
Esta forma tan particular de ver la historia es lo que he decidido llamar provincianismo histórico. La incultura, el desinterés, el sectarismo, la propaganda o incluso el nacionalismo hacen que a menudo la gente tenga una versión de la historia formada básicamente a partir de la experiencia de su lugar de nacimiento, completamente exenta del sentido global, del conjunto. Así, por regla general un español de izquierdas va a ver peor el fascismo que el comunismo debido a la dictadura de Franco, aunque en otros lugares del mundo los comunistas hayan perpetrado todo tipo de barrabasadas durante décadas. Por otro lado, también hay que tener en cuenta lo que podríamos llamar el factor del triunfador, que vendría a significar, a grandes rasgos, que toda persona que triunfe en la vida tendrá muchos seguidores -más o menos explícitos-, aunque hablemos de un criminal de la peor especie. Este factor es que el hace que tipos como Franco o Stalin cuenten, aún en nuestros días, con no pocos defensores en sus respectivos países a pesar de ser responsables de crímenes de masas: al fin y al cabo ganaron guerras, ¿y qué mayor logro hay en la vida de un ser humano que aplastar al enemigo? En España alguien así sería por ejemplo un tipo -o tipa- que aceptase que Franco se equivocó en algunas cosas pero que ante todo resaltase lo bueno que hipotéticamente también hizo, y que por supuesto considerara a los dictadores comunistas mucho peores que él.
Dejando aparte la evidente doble moral que supone condenar más unas dictaduras que otras según su color político, el provincianismo histórico implica una distorsión importante de la realidad con el añadido de otros efectos indeseables, como cuando se otorga al país propio una importancia excesiva en el contexto internacional. Así, siempre se ha exagerado el papel de España durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que si nuestro país permaneció ajeno a aquel conflicto no fue gracias a la habilidad en cuestiones diplomáticas del invicto Caudillo, como se ha cansado de repetir la propaganda durante décadas, sino porque entonces ningún contendiente nos prestó demasiada atención.
La propaganda es la madre de todos los mitos, y estos forman la masilla con la que rellenamos la pobre visión que aún tenemos de la historia y por tanto del presente, lo que no está exento de riesgos. Sin ir más lejos, los programas de los partidos políticos son siempre maravillosos y está bien votar teniéndolos en cuenta, pero la experiencia histórica nos dice que dichos programas existen sobre todo para incumplirse. Y en un mundo en que los políticos no paran de tirar de mitos históricos para manipular a las masas, parece recomendable conocer un poco la realidad del pasado y de dónde viene cada partido, al menos a la hora de votar.
Esta forma tan particular de ver la historia es lo que he decidido llamar provincianismo histórico. La incultura, el desinterés, el sectarismo, la propaganda o incluso el nacionalismo hacen que a menudo la gente tenga una versión de la historia formada básicamente a partir de la experiencia de su lugar de nacimiento, completamente exenta del sentido global, del conjunto. Así, por regla general un español de izquierdas va a ver peor el fascismo que el comunismo debido a la dictadura de Franco, aunque en otros lugares del mundo los comunistas hayan perpetrado todo tipo de barrabasadas durante décadas. Por otro lado, también hay que tener en cuenta lo que podríamos llamar el factor del triunfador, que vendría a significar, a grandes rasgos, que toda persona que triunfe en la vida tendrá muchos seguidores -más o menos explícitos-, aunque hablemos de un criminal de la peor especie. Este factor es que el hace que tipos como Franco o Stalin cuenten, aún en nuestros días, con no pocos defensores en sus respectivos países a pesar de ser responsables de crímenes de masas: al fin y al cabo ganaron guerras, ¿y qué mayor logro hay en la vida de un ser humano que aplastar al enemigo? En España alguien así sería por ejemplo un tipo -o tipa- que aceptase que Franco se equivocó en algunas cosas pero que ante todo resaltase lo bueno que hipotéticamente también hizo, y que por supuesto considerara a los dictadores comunistas mucho peores que él.
Dejando aparte la evidente doble moral que supone condenar más unas dictaduras que otras según su color político, el provincianismo histórico implica una distorsión importante de la realidad con el añadido de otros efectos indeseables, como cuando se otorga al país propio una importancia excesiva en el contexto internacional. Así, siempre se ha exagerado el papel de España durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que si nuestro país permaneció ajeno a aquel conflicto no fue gracias a la habilidad en cuestiones diplomáticas del invicto Caudillo, como se ha cansado de repetir la propaganda durante décadas, sino porque entonces ningún contendiente nos prestó demasiada atención.
La propaganda es la madre de todos los mitos, y estos forman la masilla con la que rellenamos la pobre visión que aún tenemos de la historia y por tanto del presente, lo que no está exento de riesgos. Sin ir más lejos, los programas de los partidos políticos son siempre maravillosos y está bien votar teniéndolos en cuenta, pero la experiencia histórica nos dice que dichos programas existen sobre todo para incumplirse. Y en un mundo en que los políticos no paran de tirar de mitos históricos para manipular a las masas, parece recomendable conocer un poco la realidad del pasado y de dónde viene cada partido, al menos a la hora de votar.
lunes, 24 de abril de 2017
El PP today
Ante tanto caso de
corrupción suelto -aunque todos ligados a su formación-, el Partido Popular ha protestado enérgicamente frente al
Partido Popular, situado al otro lado de una pantalla de plasma. Los dirigentes
del PP de los que usted me habla se han instado a sí mismos a hacer algo al
respecto, e incluso se han advertido que están planteándose revisar los
acuerdos alcanzados con ellos mismos. Por su parte, esos mismos dirigentes de
los que usted me habla se han respondido que la lucha contra la corrupción
siempre ha sido una prioridad en su partido, añadiendo que no hay que olvidar
que la gran mayoría de los integrantes del Partido Popular son personas
honradas y merecedoras de toda confianza.
Después, han apagado la
tele y se han puesto a leer el Marca.
jueves, 13 de abril de 2017
El mito de Skorzeny (I)
Cuando yo era niño (en el siglo pasado, hace muchísimo tiempo) ya me interesaba por la historia contemporánea en general y por la Segunda Guerra Mundial en particular. Recuerdo bien que por entonces la figura de Otto Skorzeny se hallaba completamente envuelta por un aura de leyenda. Era el prototipo de hombre de acción, una especie de Rambo al servicio de Hitler que había llevado a cabo espectaculares y arriesgadísimas acciones de comandos dignas de superproducciones de Hollywood y tal y cual. Hoy sabemos, sin embargo, que su biografía está plagada de mitos difundidos en su día por él mismo y también por otros. En definitiva, por la propaganda. Sin embargo, se trata de unos mitos que por lo visto todavía hoy muchos se siguen creyendo.
Hace un año Skorzeny volvía a estar de actualidad debido a una investigación que sacó a la luz que el tipo no solo trabajó para el Mosad, allá por los años sesenta -una noticia que, por otro lado, no es nueva-, sino que además tuvo un papel estelar en la Operación Damocles, una serie de acciones terroristas israelíes destinadas a intimidar a los científicos exnazis integrados en el programa de cohetes egipcio para que lo abandonaran. Por lo visto, el austriaco incluso llegó a asesinar a uno de ellos, Heinz Krug. El problema es que, a la vez que se relatan estos interesantes hechos, se persiste en repetir las mismas falacias de siempre relativas a las actuaciones de Skorzeny en la guerra.
Es indudable que Skorzeny continúa siendo un personaje que despierta fascinación y polémica, motivo por el que se sigue investigando su ajetreada biografía sobre la que cada no mucho tiempo aparecen nuevos datos y publicaciones. Pero aquí estamos para desmitificarlo, así que vamos a ello.
SCARFACE
Otto Skorzeny nació en Viena, en 1908. Su temprana afición al duelo de espadas (Mensur) le dejó para siempre la cara marcada de cicatrices (participó en trece duelos), aunque de esto él siempre estuvo la mar de orgulloso. Unos cuantos años más tarde, al hacerse famoso, los servicios secretos aliados le adjudicarían el apodo de Scarface (cara cortada). Se unió a los nazis austriacos en 1931. En 1938 parece ser que tuvo cierto protagonismo durante el Anschluss, al impedir que el presidente de Austria, Wilhelm Miklas, fuese asesinado por sus camaradas nazis. O al menos eso cuenta Skorzeny en su autobiografía, titulada "Vive peligrosamente", unas memorias, por otro lado, plagadas de hechos rocambolescos, como cuando relata que mató a un tigre escapado del zoo en Burdeos. Ingeniero de profesión y con una estatura de casi dos metros, en 1939 trató de ingresar en la Luftwaffe, pero no pudo al ser considerado demasiado viejo. Lo que entonces supuso para él una decepción que obstaculizaba sus deseos de gloria militar, serviría para abrirle camino a la carrera que le haría célebre. Acabó pues en las Waffen-SS, con las que participó en varias campañas hasta diciembre de 1941, cuando fue evacuado tras caer enfermo en el Frente Oriental, donde había sido condecorado con la Cruz de Hierro. Pasó prácticamente todo 1942 en Berlín. En abril de 1943 fue ascendido a capitán de las SS (SS-Haupsturmführer) e ingresó en el SD, el Servicio de Seguridad de las SS, donde fue puesto al mando de una unidad de comandos denominada primero "Oranienburg" y más tarde "Friedentahl". Resulta sorprendente tal designación para un tipo que llevaba un año convaleciente, pero tal hecho no fue resultado del azar. Aunque no lo cuenta en sus memorias, Skorzeny obtuvo el puesto gracias a su amigo Ernst Kaltenbrunner, austriaco como él y ascendido en enero de 1943 a la jefatura del RSHA, donde había sucedido a Reinhard Heydrich. Después de una misión fracasada en Irán en la que perdió algunos hombres (él se salvó porque no fue), a Skorzeny le llegó el momento de hacerse famoso con el rescate de Mussolini.
El 25 de julio de 1943 el Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini y este, al día siguiente, fue detenido por orden del rey Víctor Manuel III. El motivo fue la marcha de la guerra, que estaba siendo desastrosa para Italia: ese mismo mes los Aliados habían desembarcado en Sicilia. El Duce fue sustituido por el mariscal Pietro Badoglio, que inició unas conversaciones secretas con los Aliados para buscar un armisticio, el cual llegaría a comienzos de septiembre.
En cuanto se dio a conocer la caída de Mussolini, Hitler consideró la ocupación de Italia (temiendo que el país cambiase de bando, como efectivamente terminó ocurriendo) y la liberación del Duce. Decidió dar prioridad a lo segundo, pues de momento el gobierno de Badoglio prometía seguir combatiendo al lado de Alemania. La Operación Roble -Unternehmen Eiche, así se denominó la liberación de Mussolini- fue encargada al general de paracaidistas (Fallschirmjäger) Kurt Student, que dirigía el XI. Fliegerkorps (XI Cuerpo Aéreo). El papel de Skorzeny era secundario. Así lo relató el propio Student:
Fui sorprendido por una llamada del cuartel general del Führer (Wolfsschanze) estando en Nimes el 26 de julio de 1943 por la tarde. Debía presentarme inmediatamente ante él. Rápidamente volé hacia Rastenburg (en Prusia Oriental) y allí recibí por parte de Hitler la orden de marchar a Roma con todas las tropas paracaidistas disponibles. En caso de capitulación italiana debía ocuparme de conservar Roma. Se me encargó como misión especial la liberación de Mussolini. En el viaje de regreso me acompañó alguien desconcido por mí hasta entonces: el SS-Haupsturmführer Otto Skorzeny. Me fue adjudicado junto a un comando SS para ayudarme en la búsqueda de Mussolini y para la realización de algunas labores policiales. Hitler nos había ordenado que mantuviéramos el encargo en el más estricto secreto. Comenzamos pues con una intensa búsqueda del escondrijo de Mussolini. Finalmente una pista "caliente" nos condujo hasta el Gran Sasso. Eso ocurrió el 8 de septiembre, el día de la caída de Italia. En este serio acontecimiento debí dejar para más tarde la acción de Mussolini, y disponer de todas las fuerzas para mi principal tarea, es decir, la conservación de Roma en nuestro poder.
Efectivamente, lo primero que tuvieron que hacer los alemanes fue buscar al Duce, al que los italianos habían trasladado de un sitio a otro desde su detención: primero lo llevaron a la isla de Ponza, luego a la de La Maddalena, al norte de Cerdeña, y finalmente, el 28 de agosto, al hotel Campo Imperatore, un edificio de estilo racionalista italiano que fue inaugurado como centro de esquí en 1934 en el macizo del Gran Sasso, en los Apeninos, para promocionar el turismo. Hay que decir que en la búsqueda del Duce, mientras este se encontraba en La Maddalena, un bombardero Heinkel He 111 en el que viajaba Skorzeny fue derribado por cazas británicos. Sus ocupantes pudieron salir a flote antes de que el avión se hundiera en el Mediterráneo y fueron recogidos por un barco italiano. Mientras tanto, durante su cautiverio, Mussolini recibió por su 60º cumpleaños las obras completas de Nietzsche dedicadas por Hitler, y de parte de su mujer, Donna Rachele, algo de dinero, ropa limpia y un ejemplar de Vida de Jesucristo, de Giuseppe Ricciotti.
La pista "caliente" de la que hablaba Student venía de Herbert Kappler, jefe del SD en Roma, que había interceptado y descifrado un mensaje dirigido al jefe de la policía italiana en el que se hablaba del Gran Sasso ("la prisión más alta del mundo", en palabras del propio Mussolini, pues el hotel se encuentra a dos mil doscientos metros de altura).
Mientras tanto, a comienzos de septiembre los Aliados empezaron a desembarcar en el sur de la península itálica y el día 8 se hizo pública la capitulación de Italia. La descoordinación entre los Aliados y las autoridades italianas hizo que los alemanes pudieran ocupar fácilmente casi todo el país, lo que daría lugar a una sangrienta y absurda campaña que se prolongaría durante más de un año y medio. El Gobierno italiano y el rey huyeron a la zona controlada por los Aliados.
El 11 de septiembre Student encargó la misión de rescate al Major (comandante) Harald Mors, de 32 años de edad, veterano de Creta y del frente oriental, y jefe del I./FJR7 (primer batallón del 7º regimiento de paracaidistas): tenía que liberar a Mussolini al día siguiente. Pero Mors, no Skorzeny. El austriaco estaba metido en el ajo, pero en actividades de espionaje e información.
Mors, un tanto agobiado por tener que planificar algo así de un día para otro, y más aún teniendo en cuenta que los italianos se habían convertido en enemigos, concibió la operación en dos fases: una aerotransportada, con planeadores que aterrizarían en la meseta del hotel Campo Imperatore, cuyos tripulantes liberarían al Duce; y otra terrestre, que sería el grueso de batallón transportado en vehículos y que bloquearía el único acceso al hotel: un teleférico que subía desde Assergi. En la Operación Roble participarían trescientos ochenta hombres en total, que se retirarían a Roma al finalizar la acción. La mejor baza de los alemanes era la sorpresa (o eso pensaban ellos).
El traslado de Mussolini después de su liberación se realizaría en un Fieseler Fi-156 "Storch" (Cigüeña), un avioncito muy ágil y maniobrable capaz de aterrizar en un pequeño terreno como el que había delante del hotel. A los mandos del "Storch" iría el Hauptmann (capitán) Heinrich Gerlach, piloto personal de Student.
Obviamente a partir de este momento la presencia de Skorzeny no era necesaria, pero se le agregó a la misión, con dieciséis de sus hombres de las SS, como reconocimiento a su labor de inteligencia en la búsqueda y localización del paradero del Duce. Skorzeny teóricamente estaba a las órdenes de Mors, que dirigía toda la operación, como ya he dicho. Sin embargo, el austriaco cuenta en sus memorias que Hitler le encargó a él planificar y dirigirlo todo. Que él estuvo al frente del rescate del Duce en todo momento, incluso por encima de personas de mayor graduación que él.
Aparte, en aquel momento Student y Mors pensaron que Skorzeny podría acompañar a Mussolini una vez este fuera liberado. Los motivos que tenían era que Skorzeny era vienés y podría ser útil en la escala que haría en la capital austriaca el avión que trasladaría al Duce y, ante todo, que conocía a Hitler en persona. Pero aún no quedó nada decidido al respecto.
007 AL SERVICIO DEL FÜHRER
Desde hace tiempo se ha acusado a Skorzeny de apropiarse de los méritos del rescate de Mussolini, y de hecho yo mismo pretendo demostrar en esta entrada que así lo hizo, pero lo cierto es que, por un motivo u otro, todos contaron con él desde el principio: tanto en las labores de inteligencia y búsqueda del Duce, como al permitirle volar e uno de los planeadores y asignarle la tarea de acompañar a Mussolini hasta el cuartel general de Hitler. De esa manera, todos contribuyeron a que el austriaco terminase siendo la persona más beneficiada con aquella operación, aunque en aquel momento nadie consideró importante tal cosa. Al fin y al cabo, Skorzeny había recibido el encargo personal de Hitler el mismo día que Student.
Por iniciativa de Skorzeny, en los planeadores iría un general italiano, Fernando Soleti, para evitar que los guardianes italianos abrieran fuego ante la llegada de los alemanes. Detenido por los nazis tras la caída de Mussolini, el pobre Soleti fue obligado por los SS a formar parte de la expedición, aunque trató en vano de suicidarse antes de subir al planeador.
El 12 de septiembre, la primera compañía del 7º regimiento de paracaidistas, al mando del Oberleutnant (teniente) Georg Freiherr von Berlepsch, despegó del aeródromo de Pratica di Mare, cerca de Roma. Los alemanes iban en diez planeadores DFS 230 remolcados por aviones Henschel Hs 126. Cada planeador transportaba a nueve soldados y el piloto, es decir, en total viajaban cien hombres. Skorzeny, sus hombres y el general Soleti ocupaban dos planeadores, así que parte de la compañía se tuvo que quedar en tierra para hacerles sitio. En el grupo iban también dos corresponsales de guerra.
Los planeadores volaban hacia Campo Imperatore pasando por Tívoli cuando de pronto, como si fuese una carrera, el que transportaba a Skorzeny se puso en cabeza. Parece ser que el tipo había hablado con el piloto del avión que remolcaba su planeador para que lo colocara al frente de la formación y que así aterrizara el primero. Aunque las argucias del austriaco no se quedaron ahí. El general Student había prohibido aterrizar en picado, indicando que si no era posible una toma de tierra en condiciones cerca del hotel, los planeadores deberían hacerlo en el valle de Assergi. Pero Skorzeny decidió desobedecer la orden: a pesar de que él era solo un invitado en la operación, y de que el terreno visto de cerca no parecía muy recomendable, conminó al piloto a que aterrizara en picado poniendo así en peligro la misión entera. El resto de planeadores lo siguieron y, de hecho, uno se accidentaría al tomar tierra y varios de sus tripulantes resultarían heridos. Skorzeny estaba dispuesto a lo que fuera con tal de llegar hasta Mussolini antes que nadie.
Los aviones remolcadores soltaron amarras con los planeadores a cuatro kilómetros del objetivo y estos tomaron tierra a unos cien o ciento cincuenta metros del hotel. Todos aterrizaron sin problemas salvo el planeador mencionado que sufrió un accidente. Mientras tanto, el resto del batallón, con Mors al frente, había partido de Frascati y llegó al cabo de unas horas a Assergi. Allí los alemanes tomaron la estación de teleférico y cortaron la línea telefónica para aislar el hotel después de un intercambio de disparos en el que murieron dos italianos: el guarda forestal Pasqualino Vitocco y el carabiniere Giovanni Natali, los únicos muertos de la Operación Roble. Poco después aparecieron los planeadores: la sincronización fue perfecta, como no podía ser de otra manera tratándose de alemanes, claro.
Cuando los germanos salieron de los planeadores no hubo necesidad de lucha. Solo se oyó un detonación: la del cocinero de los paracaidistas al que se le disparó el arma por accidente. Los italianos (unos ochenta hombres, entre policías y carabinieri) entregaron las armas sin oponer la menor resistencia: probablemente estaban esperando a los recién llegados. Mussolini se asomó por una ventana y por lo visto hizo notar a gritos la presencia del general Soleti para que sus compatriotas no dispararan. Al cabo de unos minutos el Duce estaba en la entrada del hotel, rodeado de alemanes e italianos, con Skorzeny situado detrás de él. Mors subió al hotel en el teleférico y se presentó a Mussolini, al que encontró un tanto demacrado ("era un hombre en el que se podían leer las señales de la desilusión y del sufrimiento"). Este no paraba de repetir: "estaba seguro de que mi amigo Hitler no me abandonaría". Todo el mundo estaba contento: Mussolini porque lo habían rescatado, los alemanes porque habían triunfado y los italianos porque se habían quitado un peso de encima. Pero el más contento de todos era Skorzeny.
El capitán Gerlach aterrizó con el "Storch" en la explanada, rodeada de montañas y precipicios. Skorzeny le pidió que le llevara con él junto a Mussolini, pero Gerlach lo rechazó alegando que el "Storch" solo tenía dos asientos y que además supondría un peso excesivo (los más de cien kilos de Skorzeny), lo que convertiría el despegue en algo de lo más arriesgado. Como Skorzeny insistía, Gerlach pensó que se le podría evacuar en otro "Storch" que se había preparado de reserva, pero se enteró por radio de que ese segundo avión estaba averiado. Finalmente Gerlach no tuvo más remedio que ceder a los deseos de Skorzeny, seguramente porque este le amenazó... en nombre del mismísimo Hitler. Skorzeny exhibía el encargo de Hitler como si se tratara de un salvoconducto y nadie se atrevía a contradecirle. En todo caso ya sabemos que ni Mors ni Student veían problema alguno en que Skorzeny acompañara a Mussolini.
Como el tiempo apremiaba, Gerlach decidió partir. Cuando Mussolini se acercó al avión y se percató del panorama, manifestó alguna reserva ("¿no podríamos ir por tierra?", recordemos que además de dictador era piloto y seguramente no veía las cosas muy claras). Una vez subidos los tres tripulantes al aparato, varios soldados sujetaron el avión por las alas. Con el viento de cola y sin apenas terreno para despegar, Gerlach dio la máxima potencia para lograr un efecto catapulta. El despegue fue espeluznante porque el avión se precipitó al vacío, pero con la caída aumentó la velocidad y el piloto pudo ascender. Fue la habilidad de Gerlach lo que salvó la situación. Al cabo de una hora el "Storch" aterrizó el Pratica di Mare. Allí Mussolini y Skorzeny subirían a un Heinkel He 111 que los trasladaría a Viena. Fue entonces cuando Hitler quiso felicitar personalmente por teléfono a Skorzeny y comunicarle que lo condecoraba con la Cruz de Caballero y lo ascendía a comandante de la SS (SS-Sturmbannführer). Después, en un Junkers Ju 52, irían a Múnich y de ahí a la Guarida del Lobo donde los recibiría Hitler. El resto de los alemanes evacuaron Campo Imperatore por tierra y los italianos fueron puestos en libertad.
En sus memorias, Skorzeny da una versión muy particular de los hechos. Para empezar, cuenta que los días anteriores estuvo supervisando toda la operación aerotransportada, cosa que no puede ser verdad porque, como ya he dicho, él era solo un artista invitado. Cuenta también que justo antes del despegue, el aeródromo de Pratica di Mare sufrió un bombardeo aliado y que posteriormente dos planeadores no pudieron partir porque capotaron "hundiéndose en un gran boquete abierto por las bombas". Otra trola, porque no hubo tal bombardeo. Es cierto que una formación aliada sobrevoló la base, pero su objetivo era otro. Si dos planeadores no pudieron despegar fue por otra causa. Siguiendo con su relato, Skorzeny y sus hombres fueron los primeros en llegar al hotel. Entraron en el edificio gritando "mani in alto!" y vieron a un telegrafista enfrascado en su tarea. Lo tiraron al suelo de una patada y destrozaron la radio a culatazos. La habitación no tenía acceso al interior del hotel de modo que salieron de nuevo. En ese momento, Skorzeny vio la inconfundible cabeza de Mussolini asomada a una ventana y le gritó al Duce que se apartara para que no le dispararan. Mientras se dirigían hacia la entrada principal, los tipos de las SS la emprendían a golpes con todos los italianos que se iban encontrando. Skorzeny subió raudo por unas escaleras hasta la habitación de Mussolini en la cual, además del Duce, encontró a dos oficiales italianos a los que "aplastó" contra la puerta. Se asomó a la ventana, vio aterrizar a otros planeadores e incluso contempló aterrorizado cómo uno de ellos se despeñaba por un acantilado "destrozándose en el abismo". En ese momento oyó disparos que atribuyó a que un puesto de italiano "se había obstinado en ofrecer resistencia". Conminó a los italianos a rendirse y entonces apareció un coronel de carabinieri con una botella de vino y se la ofreció diciendo: "¡Al vencedor!".
Este relato no estaría mal como parte de un guión cinematográfico, pero la realidad es algo diferente. La verdad es que ningún planeador se precipitó a un abismo, solo hubo uno que se accidentó al aterrizar pero, aunque hubo heridos, todos sus tripulantes sobrevivieron. Tampoco hubo disparos, salvo el tiro accidental que se le escapó al cocinero alemán. Y para finalizar, no había ningún coronel italiano: los oficiales de más alta graduación encargados de la custodia de Mussolini eran el inspector general de la policía Giuseppe Gueli y el teniente de carabinieri Alberto Faiola.
Para su antiguo compañero de armas Harald Mors, el comportamiento de Skorzeny fue "sin escrúpulos, egoísta y desleal" y "un desprecio hacia los paracaidistas". No niega sus méritos en las averiguaciones acerca del paradero de Mussolini, pero añade que "una acción tan delicada y compleja como la liberación de Mussolini, que exigía la máxima coordinación entre las fuerzas aerotransportadas y las terrestres en una zona difícil, no la habría confiado jamás Student a un hombre de las SS inexperto y casi desconocido". Otro de los paracaidistas, Nicolas Hoelscher, que conoció bien a Skorzeny tras la guerra, apoya las tesis de Mors. Eugen Dollmann, diplomático de la SS en Roma, asistente del mariscal de campo Albert Kesselring, y que llegaría a ser intérprete entre Hitler y Mussolini, explicó:
Según mi opinión, y también según la del mariscal de campo Kesselring, los verdaderos protagonistas fueron el general Student, el comandante Mors y el capitán Gerlach. La parte de Skorzeny fue la de participar como consejero, o mejor, como observador de la policía, en la búsqueda de Mussolini. Esta era su misión. El responsable exclusivo de la operación militar fue el general Student. Que se atribuyera a Skorzeny el éxito de la liberación fue algo que sorprendió hasta al mismo Kesselring.
El propio Student también dio su versión:
La paternidad de la operación militar pertenece a quien elaboró el plan y a quien guió a las tropas para llevarlo a cabo. Y Skorzeny no tuvo que ver nada con el plan. La acción militar fue liderada por el comandante Mors. Él fue el encargado de liberar a Mussolini. Skorzeny era una persona dotada de gran vitalidad, inteligencia y valor; también con una imaginación poderosa; pero él no liberó a Mussolini. Mors, por el contrario, era el responsable de todos los paracaidistas empleados en la operación. Si la operación hubiera fracasado, Skorzeny se habría guardado bien de atribuirse la responsabilidad. En cambio, habrían aparecido los nombres de Student y Mors. Si yo mismo hubiera dirigido en persona a los paracaidistas sobre el Gran Sasso -algo que no fue posible-, no habría existido nunca la "leyenda de Skorzeny".
Y el historiador italiano Arrigo Petacco declaró en 1993 que Skorzeny era "sin duda un fanfarrón, un tipo de esos que en tiempos de paz puede ser un delincuente y en la guerra convertirse en un héroe. Estas cosas suceden a menudo".
El 14 de septiembre, la radio alemana difundió la voz del "liberador de Mussolini": Otto Skorzeny, que se autoproclamó como el planificador y comandante de la operación. Mors y Von Berlepsch montaron en cólera y exigieron una rectificación, pero el general Student le respondió a Mors que no quería "líos con Himmler" (jefe de las SS). Mors no se conformó y se quejó en Berlín, pero recibió un telegrama del Cuartel General del Führer que decía lo siguiente: "El Führer mismo ha ordenado difundir la noticia de este modo para demostrar al mundo que ha estado dispuesto a sacrificar la sangre de los mejores soldados alemanes por su amigo Mussolini".
Harald Mors y el resto de participantes en la acción del Gran Sasso también fueron condecorados como Skorzeny, aunque unos días más tarde que él. En 1945 Mors fue hecho prisionero por los Aliados, pero lo pusieron en libertad en septiembre dado que existía un informe de la Gestapo que lo calificaba como "políticamente sospechoso" por algún comentario que había expresado en contra del nazismo. Se integró en el ejército de la República Federal Alemana (Bundeswehr) y ocupó varios puestos en la OTAN. En 1961 fue ascendido a coronel y destinado a Madrid, donde por entonces también vivía Skorzeny. Aunque coincidieron en algún encuentro oficial, siempre evitaron dirigirse la palabra.
En 1973 el periodista David Solar entrevistó a Skorzeny y le preguntó acerca de la polémica sobre la acción en el Gran Sasso, de la que se cumplía por entonces el trigésimo aniversario. Según Solar, Skorzeny "en una o dos ocasiones, respondió con una retahíla de improperios en alemán y español contra quienes le calumniaban o contradecían" y terminó por dar así su punto de vista:
Hablar de memoria, al cabo de los años, no contribuye a aclarar las situaciones. Yo estaba en Italia enviado por Hitler y todos los funcionarios y soldados alemanes en Italia debían apoyarme en esa misión. Eso nadie lo niega. En nuestra embajada en Roma me comunicaron cuanto sabían; ellos me pusieron en la pista del Gran Sasso y yo la comprobé.
Kesselring, ocupado de contrarrestar la invasión aliada, se enteraría del asunto de refilón, cuando lo contaron los periódicos. El propio Student estaría mucho más preocupado por controlar la situación al sur de Roma que de esta pequeña operación, para la que prestó unos pocos hombres y medios mandados por Harald Mors. Al frente de los planeadores, en los que había gente mía y de Mors, estaba otro subalterno de Student, el teniente Berlepsch... Lógico: Student proporcionaba hombres y aviones, con sus mandos correspondientes... ¿Y qué? ¿Dónde estaba Mors a las 14 horas del domingo 12 de septiembre de 1943? Yo se lo diré: con sus hombres en la base del funicular. ¿Quién penetró en el hotel, quién entró en la habitación de Mussolini, quién obtuvo la rendición de sus guardianes...? ¡Menos mal, eso no me lo ha negado nadie!
La notoriedad de la operación, que los medios de comunicación personificaron en mí, fastidió a los demás. Pero eso pasa siempre: cuando un general gana la batalla nadie se acuerda de los planes del Estado Mayor, de las directrice generales de la guerra, de los oficiales que movieron las tropas, ni de quién fabricó los tanques... Se personifica en uno y, en esa ocasión, me tocó a mí, por la sencilla razón de que Hitler me designó a mí: yo la inicié, la perseguí y la rematé, con múltiples ayudas, claro.
La entrevista fue publicada en 2005 por Solar en su libro "La caída de los dioses. Los errores estratégicos de Hitler". Eso sí, cuando el autor narra la liberación de Mussolini, da por buena la versión de que fueron Skorzeny y sus comandos los verdaderos protagonistas de la acción.
La liberación de Mussolini fue ante todo una operación política, más que militar, y por eso supuso un triunfo de la propaganda y de las SS, en perjucio de la Luftwaffe. Skorzeny había sido recomendado ante Hitler por Kaltenbrunner. Ya sabemos que tanto Kaltenbrunner, como Skorzeny y Hitler eran austriacos, de manera por podríamos decir que dentro del Partido Nazi existía una suerte de "mafia austriaca" que favoreció en varias ocasiones a Skorzeny. El asalto al Gran Sasso aparecía así como una hazaña excepcional realizada por un hombre de extraordinaria capacidad, un tipo que representaba a Hitler y a sus SS, la personificación del mito nazi del superhombre, vaya. Mussolini por su parte era al fin y al cabo el fundador del fascismo, y Hitler lo necesitaba a su lado por motivos propagandísticos, como "compañero de viaje" (aunque la participación italiana en la guerra no había beneficiado mucho a Alemania, que digamos). Ese mismo septiembre Mussolini proclamó que retomaba "el liderazgo al frente del fascismo" y creó en el norte de su país la República Social Italiana, que no sería más que un efímero Estado títere de Alemania. Nada de esto libraría al Duce de morir asesinado por partisanos comunistas junto a su amante Clara Petacci el 28 de abril de 1945. De hecho quizá lo facilitó.
Skorzeny vivió el resto de su vida cautivado por sí mismo y su leyenda. Antes he comentado que su relato del rescate de Mussolini parecía de película, y de hecho en 1959 llegó a terminar el guión de un largometraje basado en la acción del Gran Sasso. El film se debería haber titulado Special Mission y para ponerlo en marcha Skorzeny contactó con Warwick Film Productions Ltd., de Londres, con la editorial Robert Hale & Company y con la cadena estadounidense CBS, aunque los desacuerdos económicos impidieron que comenzara el rodaje.
Continuará...
Hace un año Skorzeny volvía a estar de actualidad debido a una investigación que sacó a la luz que el tipo no solo trabajó para el Mosad, allá por los años sesenta -una noticia que, por otro lado, no es nueva-, sino que además tuvo un papel estelar en la Operación Damocles, una serie de acciones terroristas israelíes destinadas a intimidar a los científicos exnazis integrados en el programa de cohetes egipcio para que lo abandonaran. Por lo visto, el austriaco incluso llegó a asesinar a uno de ellos, Heinz Krug. El problema es que, a la vez que se relatan estos interesantes hechos, se persiste en repetir las mismas falacias de siempre relativas a las actuaciones de Skorzeny en la guerra.
Es indudable que Skorzeny continúa siendo un personaje que despierta fascinación y polémica, motivo por el que se sigue investigando su ajetreada biografía sobre la que cada no mucho tiempo aparecen nuevos datos y publicaciones. Pero aquí estamos para desmitificarlo, así que vamos a ello.
SCARFACE
Otto Skorzeny nació en Viena, en 1908. Su temprana afición al duelo de espadas (Mensur) le dejó para siempre la cara marcada de cicatrices (participó en trece duelos), aunque de esto él siempre estuvo la mar de orgulloso. Unos cuantos años más tarde, al hacerse famoso, los servicios secretos aliados le adjudicarían el apodo de Scarface (cara cortada). Se unió a los nazis austriacos en 1931. En 1938 parece ser que tuvo cierto protagonismo durante el Anschluss, al impedir que el presidente de Austria, Wilhelm Miklas, fuese asesinado por sus camaradas nazis. O al menos eso cuenta Skorzeny en su autobiografía, titulada "Vive peligrosamente", unas memorias, por otro lado, plagadas de hechos rocambolescos, como cuando relata que mató a un tigre escapado del zoo en Burdeos. Ingeniero de profesión y con una estatura de casi dos metros, en 1939 trató de ingresar en la Luftwaffe, pero no pudo al ser considerado demasiado viejo. Lo que entonces supuso para él una decepción que obstaculizaba sus deseos de gloria militar, serviría para abrirle camino a la carrera que le haría célebre. Acabó pues en las Waffen-SS, con las que participó en varias campañas hasta diciembre de 1941, cuando fue evacuado tras caer enfermo en el Frente Oriental, donde había sido condecorado con la Cruz de Hierro. Pasó prácticamente todo 1942 en Berlín. En abril de 1943 fue ascendido a capitán de las SS (SS-Haupsturmführer) e ingresó en el SD, el Servicio de Seguridad de las SS, donde fue puesto al mando de una unidad de comandos denominada primero "Oranienburg" y más tarde "Friedentahl". Resulta sorprendente tal designación para un tipo que llevaba un año convaleciente, pero tal hecho no fue resultado del azar. Aunque no lo cuenta en sus memorias, Skorzeny obtuvo el puesto gracias a su amigo Ernst Kaltenbrunner, austriaco como él y ascendido en enero de 1943 a la jefatura del RSHA, donde había sucedido a Reinhard Heydrich. Después de una misión fracasada en Irán en la que perdió algunos hombres (él se salvó porque no fue), a Skorzeny le llegó el momento de hacerse famoso con el rescate de Mussolini.
El 25 de julio de 1943 el Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini y este, al día siguiente, fue detenido por orden del rey Víctor Manuel III. El motivo fue la marcha de la guerra, que estaba siendo desastrosa para Italia: ese mismo mes los Aliados habían desembarcado en Sicilia. El Duce fue sustituido por el mariscal Pietro Badoglio, que inició unas conversaciones secretas con los Aliados para buscar un armisticio, el cual llegaría a comienzos de septiembre.
En cuanto se dio a conocer la caída de Mussolini, Hitler consideró la ocupación de Italia (temiendo que el país cambiase de bando, como efectivamente terminó ocurriendo) y la liberación del Duce. Decidió dar prioridad a lo segundo, pues de momento el gobierno de Badoglio prometía seguir combatiendo al lado de Alemania. La Operación Roble -Unternehmen Eiche, así se denominó la liberación de Mussolini- fue encargada al general de paracaidistas (Fallschirmjäger) Kurt Student, que dirigía el XI. Fliegerkorps (XI Cuerpo Aéreo). El papel de Skorzeny era secundario. Así lo relató el propio Student:
Fui sorprendido por una llamada del cuartel general del Führer (Wolfsschanze) estando en Nimes el 26 de julio de 1943 por la tarde. Debía presentarme inmediatamente ante él. Rápidamente volé hacia Rastenburg (en Prusia Oriental) y allí recibí por parte de Hitler la orden de marchar a Roma con todas las tropas paracaidistas disponibles. En caso de capitulación italiana debía ocuparme de conservar Roma. Se me encargó como misión especial la liberación de Mussolini. En el viaje de regreso me acompañó alguien desconcido por mí hasta entonces: el SS-Haupsturmführer Otto Skorzeny. Me fue adjudicado junto a un comando SS para ayudarme en la búsqueda de Mussolini y para la realización de algunas labores policiales. Hitler nos había ordenado que mantuviéramos el encargo en el más estricto secreto. Comenzamos pues con una intensa búsqueda del escondrijo de Mussolini. Finalmente una pista "caliente" nos condujo hasta el Gran Sasso. Eso ocurrió el 8 de septiembre, el día de la caída de Italia. En este serio acontecimiento debí dejar para más tarde la acción de Mussolini, y disponer de todas las fuerzas para mi principal tarea, es decir, la conservación de Roma en nuestro poder.
Student
Efectivamente, lo primero que tuvieron que hacer los alemanes fue buscar al Duce, al que los italianos habían trasladado de un sitio a otro desde su detención: primero lo llevaron a la isla de Ponza, luego a la de La Maddalena, al norte de Cerdeña, y finalmente, el 28 de agosto, al hotel Campo Imperatore, un edificio de estilo racionalista italiano que fue inaugurado como centro de esquí en 1934 en el macizo del Gran Sasso, en los Apeninos, para promocionar el turismo. Hay que decir que en la búsqueda del Duce, mientras este se encontraba en La Maddalena, un bombardero Heinkel He 111 en el que viajaba Skorzeny fue derribado por cazas británicos. Sus ocupantes pudieron salir a flote antes de que el avión se hundiera en el Mediterráneo y fueron recogidos por un barco italiano. Mientras tanto, durante su cautiverio, Mussolini recibió por su 60º cumpleaños las obras completas de Nietzsche dedicadas por Hitler, y de parte de su mujer, Donna Rachele, algo de dinero, ropa limpia y un ejemplar de Vida de Jesucristo, de Giuseppe Ricciotti.
La pista "caliente" de la que hablaba Student venía de Herbert Kappler, jefe del SD en Roma, que había interceptado y descifrado un mensaje dirigido al jefe de la policía italiana en el que se hablaba del Gran Sasso ("la prisión más alta del mundo", en palabras del propio Mussolini, pues el hotel se encuentra a dos mil doscientos metros de altura).
El hotel Campo Imperatore en 1943 y en la actualidad
Mientras tanto, a comienzos de septiembre los Aliados empezaron a desembarcar en el sur de la península itálica y el día 8 se hizo pública la capitulación de Italia. La descoordinación entre los Aliados y las autoridades italianas hizo que los alemanes pudieran ocupar fácilmente casi todo el país, lo que daría lugar a una sangrienta y absurda campaña que se prolongaría durante más de un año y medio. El Gobierno italiano y el rey huyeron a la zona controlada por los Aliados.
El 11 de septiembre Student encargó la misión de rescate al Major (comandante) Harald Mors, de 32 años de edad, veterano de Creta y del frente oriental, y jefe del I./FJR7 (primer batallón del 7º regimiento de paracaidistas): tenía que liberar a Mussolini al día siguiente. Pero Mors, no Skorzeny. El austriaco estaba metido en el ajo, pero en actividades de espionaje e información.
Mors, un tanto agobiado por tener que planificar algo así de un día para otro, y más aún teniendo en cuenta que los italianos se habían convertido en enemigos, concibió la operación en dos fases: una aerotransportada, con planeadores que aterrizarían en la meseta del hotel Campo Imperatore, cuyos tripulantes liberarían al Duce; y otra terrestre, que sería el grueso de batallón transportado en vehículos y que bloquearía el único acceso al hotel: un teleférico que subía desde Assergi. En la Operación Roble participarían trescientos ochenta hombres en total, que se retirarían a Roma al finalizar la acción. La mejor baza de los alemanes era la sorpresa (o eso pensaban ellos).
El traslado de Mussolini después de su liberación se realizaría en un Fieseler Fi-156 "Storch" (Cigüeña), un avioncito muy ágil y maniobrable capaz de aterrizar en un pequeño terreno como el que había delante del hotel. A los mandos del "Storch" iría el Hauptmann (capitán) Heinrich Gerlach, piloto personal de Student.
Obviamente a partir de este momento la presencia de Skorzeny no era necesaria, pero se le agregó a la misión, con dieciséis de sus hombres de las SS, como reconocimiento a su labor de inteligencia en la búsqueda y localización del paradero del Duce. Skorzeny teóricamente estaba a las órdenes de Mors, que dirigía toda la operación, como ya he dicho. Sin embargo, el austriaco cuenta en sus memorias que Hitler le encargó a él planificar y dirigirlo todo. Que él estuvo al frente del rescate del Duce en todo momento, incluso por encima de personas de mayor graduación que él.
Aparte, en aquel momento Student y Mors pensaron que Skorzeny podría acompañar a Mussolini una vez este fuera liberado. Los motivos que tenían era que Skorzeny era vienés y podría ser útil en la escala que haría en la capital austriaca el avión que trasladaría al Duce y, ante todo, que conocía a Hitler en persona. Pero aún no quedó nada decidido al respecto.
007 AL SERVICIO DEL FÜHRER
Desde hace tiempo se ha acusado a Skorzeny de apropiarse de los méritos del rescate de Mussolini, y de hecho yo mismo pretendo demostrar en esta entrada que así lo hizo, pero lo cierto es que, por un motivo u otro, todos contaron con él desde el principio: tanto en las labores de inteligencia y búsqueda del Duce, como al permitirle volar e uno de los planeadores y asignarle la tarea de acompañar a Mussolini hasta el cuartel general de Hitler. De esa manera, todos contribuyeron a que el austriaco terminase siendo la persona más beneficiada con aquella operación, aunque en aquel momento nadie consideró importante tal cosa. Al fin y al cabo, Skorzeny había recibido el encargo personal de Hitler el mismo día que Student.
Por iniciativa de Skorzeny, en los planeadores iría un general italiano, Fernando Soleti, para evitar que los guardianes italianos abrieran fuego ante la llegada de los alemanes. Detenido por los nazis tras la caída de Mussolini, el pobre Soleti fue obligado por los SS a formar parte de la expedición, aunque trató en vano de suicidarse antes de subir al planeador.
El 12 de septiembre, la primera compañía del 7º regimiento de paracaidistas, al mando del Oberleutnant (teniente) Georg Freiherr von Berlepsch, despegó del aeródromo de Pratica di Mare, cerca de Roma. Los alemanes iban en diez planeadores DFS 230 remolcados por aviones Henschel Hs 126. Cada planeador transportaba a nueve soldados y el piloto, es decir, en total viajaban cien hombres. Skorzeny, sus hombres y el general Soleti ocupaban dos planeadores, así que parte de la compañía se tuvo que quedar en tierra para hacerles sitio. En el grupo iban también dos corresponsales de guerra.
Los planeadores volaban hacia Campo Imperatore pasando por Tívoli cuando de pronto, como si fuese una carrera, el que transportaba a Skorzeny se puso en cabeza. Parece ser que el tipo había hablado con el piloto del avión que remolcaba su planeador para que lo colocara al frente de la formación y que así aterrizara el primero. Aunque las argucias del austriaco no se quedaron ahí. El general Student había prohibido aterrizar en picado, indicando que si no era posible una toma de tierra en condiciones cerca del hotel, los planeadores deberían hacerlo en el valle de Assergi. Pero Skorzeny decidió desobedecer la orden: a pesar de que él era solo un invitado en la operación, y de que el terreno visto de cerca no parecía muy recomendable, conminó al piloto a que aterrizara en picado poniendo así en peligro la misión entera. El resto de planeadores lo siguieron y, de hecho, uno se accidentaría al tomar tierra y varios de sus tripulantes resultarían heridos. Skorzeny estaba dispuesto a lo que fuera con tal de llegar hasta Mussolini antes que nadie.
Los aviones remolcadores soltaron amarras con los planeadores a cuatro kilómetros del objetivo y estos tomaron tierra a unos cien o ciento cincuenta metros del hotel. Todos aterrizaron sin problemas salvo el planeador mencionado que sufrió un accidente. Mientras tanto, el resto del batallón, con Mors al frente, había partido de Frascati y llegó al cabo de unas horas a Assergi. Allí los alemanes tomaron la estación de teleférico y cortaron la línea telefónica para aislar el hotel después de un intercambio de disparos en el que murieron dos italianos: el guarda forestal Pasqualino Vitocco y el carabiniere Giovanni Natali, los únicos muertos de la Operación Roble. Poco después aparecieron los planeadores: la sincronización fue perfecta, como no podía ser de otra manera tratándose de alemanes, claro.
El guarda forestal Pasqualino Vitocco
Cuando los germanos salieron de los planeadores no hubo necesidad de lucha. Solo se oyó un detonación: la del cocinero de los paracaidistas al que se le disparó el arma por accidente. Los italianos (unos ochenta hombres, entre policías y carabinieri) entregaron las armas sin oponer la menor resistencia: probablemente estaban esperando a los recién llegados. Mussolini se asomó por una ventana y por lo visto hizo notar a gritos la presencia del general Soleti para que sus compatriotas no dispararan. Al cabo de unos minutos el Duce estaba en la entrada del hotel, rodeado de alemanes e italianos, con Skorzeny situado detrás de él. Mors subió al hotel en el teleférico y se presentó a Mussolini, al que encontró un tanto demacrado ("era un hombre en el que se podían leer las señales de la desilusión y del sufrimiento"). Este no paraba de repetir: "estaba seguro de que mi amigo Hitler no me abandonaría". Todo el mundo estaba contento: Mussolini porque lo habían rescatado, los alemanes porque habían triunfado y los italianos porque se habían quitado un peso de encima. Pero el más contento de todos era Skorzeny.
Mors y Von Berlepsch
A la derecha de Mussolini, y muy pegado a él, un sonriente Skorzeny. A la derecha de este, Harald Mors, también feliz y sin sospechar que el tipo que tiene a su lado le iba a arrebatar los méritos de la operación de rescate. A la izquierda del Duce, un cariacontecido Soleti.
El capitán Gerlach aterrizó con el "Storch" en la explanada, rodeada de montañas y precipicios. Skorzeny le pidió que le llevara con él junto a Mussolini, pero Gerlach lo rechazó alegando que el "Storch" solo tenía dos asientos y que además supondría un peso excesivo (los más de cien kilos de Skorzeny), lo que convertiría el despegue en algo de lo más arriesgado. Como Skorzeny insistía, Gerlach pensó que se le podría evacuar en otro "Storch" que se había preparado de reserva, pero se enteró por radio de que ese segundo avión estaba averiado. Finalmente Gerlach no tuvo más remedio que ceder a los deseos de Skorzeny, seguramente porque este le amenazó... en nombre del mismísimo Hitler. Skorzeny exhibía el encargo de Hitler como si se tratara de un salvoconducto y nadie se atrevía a contradecirle. En todo caso ya sabemos que ni Mors ni Student veían problema alguno en que Skorzeny acompañara a Mussolini.
Gerlach y Skorzeny discutiendo
Como el tiempo apremiaba, Gerlach decidió partir. Cuando Mussolini se acercó al avión y se percató del panorama, manifestó alguna reserva ("¿no podríamos ir por tierra?", recordemos que además de dictador era piloto y seguramente no veía las cosas muy claras). Una vez subidos los tres tripulantes al aparato, varios soldados sujetaron el avión por las alas. Con el viento de cola y sin apenas terreno para despegar, Gerlach dio la máxima potencia para lograr un efecto catapulta. El despegue fue espeluznante porque el avión se precipitó al vacío, pero con la caída aumentó la velocidad y el piloto pudo ascender. Fue la habilidad de Gerlach lo que salvó la situación. Al cabo de una hora el "Storch" aterrizó el Pratica di Mare. Allí Mussolini y Skorzeny subirían a un Heinkel He 111 que los trasladaría a Viena. Fue entonces cuando Hitler quiso felicitar personalmente por teléfono a Skorzeny y comunicarle que lo condecoraba con la Cruz de Caballero y lo ascendía a comandante de la SS (SS-Sturmbannführer). Después, en un Junkers Ju 52, irían a Múnich y de ahí a la Guarida del Lobo donde los recibiría Hitler. El resto de los alemanes evacuaron Campo Imperatore por tierra y los italianos fueron puestos en libertad.
En sus memorias, Skorzeny da una versión muy particular de los hechos. Para empezar, cuenta que los días anteriores estuvo supervisando toda la operación aerotransportada, cosa que no puede ser verdad porque, como ya he dicho, él era solo un artista invitado. Cuenta también que justo antes del despegue, el aeródromo de Pratica di Mare sufrió un bombardeo aliado y que posteriormente dos planeadores no pudieron partir porque capotaron "hundiéndose en un gran boquete abierto por las bombas". Otra trola, porque no hubo tal bombardeo. Es cierto que una formación aliada sobrevoló la base, pero su objetivo era otro. Si dos planeadores no pudieron despegar fue por otra causa. Siguiendo con su relato, Skorzeny y sus hombres fueron los primeros en llegar al hotel. Entraron en el edificio gritando "mani in alto!" y vieron a un telegrafista enfrascado en su tarea. Lo tiraron al suelo de una patada y destrozaron la radio a culatazos. La habitación no tenía acceso al interior del hotel de modo que salieron de nuevo. En ese momento, Skorzeny vio la inconfundible cabeza de Mussolini asomada a una ventana y le gritó al Duce que se apartara para que no le dispararan. Mientras se dirigían hacia la entrada principal, los tipos de las SS la emprendían a golpes con todos los italianos que se iban encontrando. Skorzeny subió raudo por unas escaleras hasta la habitación de Mussolini en la cual, además del Duce, encontró a dos oficiales italianos a los que "aplastó" contra la puerta. Se asomó a la ventana, vio aterrizar a otros planeadores e incluso contempló aterrorizado cómo uno de ellos se despeñaba por un acantilado "destrozándose en el abismo". En ese momento oyó disparos que atribuyó a que un puesto de italiano "se había obstinado en ofrecer resistencia". Conminó a los italianos a rendirse y entonces apareció un coronel de carabinieri con una botella de vino y se la ofreció diciendo: "¡Al vencedor!".
Este relato no estaría mal como parte de un guión cinematográfico, pero la realidad es algo diferente. La verdad es que ningún planeador se precipitó a un abismo, solo hubo uno que se accidentó al aterrizar pero, aunque hubo heridos, todos sus tripulantes sobrevivieron. Tampoco hubo disparos, salvo el tiro accidental que se le escapó al cocinero alemán. Y para finalizar, no había ningún coronel italiano: los oficiales de más alta graduación encargados de la custodia de Mussolini eran el inspector general de la policía Giuseppe Gueli y el teniente de carabinieri Alberto Faiola.
Para su antiguo compañero de armas Harald Mors, el comportamiento de Skorzeny fue "sin escrúpulos, egoísta y desleal" y "un desprecio hacia los paracaidistas". No niega sus méritos en las averiguaciones acerca del paradero de Mussolini, pero añade que "una acción tan delicada y compleja como la liberación de Mussolini, que exigía la máxima coordinación entre las fuerzas aerotransportadas y las terrestres en una zona difícil, no la habría confiado jamás Student a un hombre de las SS inexperto y casi desconocido". Otro de los paracaidistas, Nicolas Hoelscher, que conoció bien a Skorzeny tras la guerra, apoya las tesis de Mors. Eugen Dollmann, diplomático de la SS en Roma, asistente del mariscal de campo Albert Kesselring, y que llegaría a ser intérprete entre Hitler y Mussolini, explicó:
Según mi opinión, y también según la del mariscal de campo Kesselring, los verdaderos protagonistas fueron el general Student, el comandante Mors y el capitán Gerlach. La parte de Skorzeny fue la de participar como consejero, o mejor, como observador de la policía, en la búsqueda de Mussolini. Esta era su misión. El responsable exclusivo de la operación militar fue el general Student. Que se atribuyera a Skorzeny el éxito de la liberación fue algo que sorprendió hasta al mismo Kesselring.
El propio Student también dio su versión:
La paternidad de la operación militar pertenece a quien elaboró el plan y a quien guió a las tropas para llevarlo a cabo. Y Skorzeny no tuvo que ver nada con el plan. La acción militar fue liderada por el comandante Mors. Él fue el encargado de liberar a Mussolini. Skorzeny era una persona dotada de gran vitalidad, inteligencia y valor; también con una imaginación poderosa; pero él no liberó a Mussolini. Mors, por el contrario, era el responsable de todos los paracaidistas empleados en la operación. Si la operación hubiera fracasado, Skorzeny se habría guardado bien de atribuirse la responsabilidad. En cambio, habrían aparecido los nombres de Student y Mors. Si yo mismo hubiera dirigido en persona a los paracaidistas sobre el Gran Sasso -algo que no fue posible-, no habría existido nunca la "leyenda de Skorzeny".
Y el historiador italiano Arrigo Petacco declaró en 1993 que Skorzeny era "sin duda un fanfarrón, un tipo de esos que en tiempos de paz puede ser un delincuente y en la guerra convertirse en un héroe. Estas cosas suceden a menudo".
El 14 de septiembre, la radio alemana difundió la voz del "liberador de Mussolini": Otto Skorzeny, que se autoproclamó como el planificador y comandante de la operación. Mors y Von Berlepsch montaron en cólera y exigieron una rectificación, pero el general Student le respondió a Mors que no quería "líos con Himmler" (jefe de las SS). Mors no se conformó y se quejó en Berlín, pero recibió un telegrama del Cuartel General del Führer que decía lo siguiente: "El Führer mismo ha ordenado difundir la noticia de este modo para demostrar al mundo que ha estado dispuesto a sacrificar la sangre de los mejores soldados alemanes por su amigo Mussolini".
El rescate de Mussolini según la revista alemana Signal, noviembre de 1943
Harald Mors y el resto de participantes en la acción del Gran Sasso también fueron condecorados como Skorzeny, aunque unos días más tarde que él. En 1945 Mors fue hecho prisionero por los Aliados, pero lo pusieron en libertad en septiembre dado que existía un informe de la Gestapo que lo calificaba como "políticamente sospechoso" por algún comentario que había expresado en contra del nazismo. Se integró en el ejército de la República Federal Alemana (Bundeswehr) y ocupó varios puestos en la OTAN. En 1961 fue ascendido a coronel y destinado a Madrid, donde por entonces también vivía Skorzeny. Aunque coincidieron en algún encuentro oficial, siempre evitaron dirigirse la palabra.
En 1973 el periodista David Solar entrevistó a Skorzeny y le preguntó acerca de la polémica sobre la acción en el Gran Sasso, de la que se cumplía por entonces el trigésimo aniversario. Según Solar, Skorzeny "en una o dos ocasiones, respondió con una retahíla de improperios en alemán y español contra quienes le calumniaban o contradecían" y terminó por dar así su punto de vista:
Hablar de memoria, al cabo de los años, no contribuye a aclarar las situaciones. Yo estaba en Italia enviado por Hitler y todos los funcionarios y soldados alemanes en Italia debían apoyarme en esa misión. Eso nadie lo niega. En nuestra embajada en Roma me comunicaron cuanto sabían; ellos me pusieron en la pista del Gran Sasso y yo la comprobé.
Kesselring, ocupado de contrarrestar la invasión aliada, se enteraría del asunto de refilón, cuando lo contaron los periódicos. El propio Student estaría mucho más preocupado por controlar la situación al sur de Roma que de esta pequeña operación, para la que prestó unos pocos hombres y medios mandados por Harald Mors. Al frente de los planeadores, en los que había gente mía y de Mors, estaba otro subalterno de Student, el teniente Berlepsch... Lógico: Student proporcionaba hombres y aviones, con sus mandos correspondientes... ¿Y qué? ¿Dónde estaba Mors a las 14 horas del domingo 12 de septiembre de 1943? Yo se lo diré: con sus hombres en la base del funicular. ¿Quién penetró en el hotel, quién entró en la habitación de Mussolini, quién obtuvo la rendición de sus guardianes...? ¡Menos mal, eso no me lo ha negado nadie!
La notoriedad de la operación, que los medios de comunicación personificaron en mí, fastidió a los demás. Pero eso pasa siempre: cuando un general gana la batalla nadie se acuerda de los planes del Estado Mayor, de las directrice generales de la guerra, de los oficiales que movieron las tropas, ni de quién fabricó los tanques... Se personifica en uno y, en esa ocasión, me tocó a mí, por la sencilla razón de que Hitler me designó a mí: yo la inicié, la perseguí y la rematé, con múltiples ayudas, claro.
La entrevista fue publicada en 2005 por Solar en su libro "La caída de los dioses. Los errores estratégicos de Hitler". Eso sí, cuando el autor narra la liberación de Mussolini, da por buena la versión de que fueron Skorzeny y sus comandos los verdaderos protagonistas de la acción.
La liberación de Mussolini fue ante todo una operación política, más que militar, y por eso supuso un triunfo de la propaganda y de las SS, en perjucio de la Luftwaffe. Skorzeny había sido recomendado ante Hitler por Kaltenbrunner. Ya sabemos que tanto Kaltenbrunner, como Skorzeny y Hitler eran austriacos, de manera por podríamos decir que dentro del Partido Nazi existía una suerte de "mafia austriaca" que favoreció en varias ocasiones a Skorzeny. El asalto al Gran Sasso aparecía así como una hazaña excepcional realizada por un hombre de extraordinaria capacidad, un tipo que representaba a Hitler y a sus SS, la personificación del mito nazi del superhombre, vaya. Mussolini por su parte era al fin y al cabo el fundador del fascismo, y Hitler lo necesitaba a su lado por motivos propagandísticos, como "compañero de viaje" (aunque la participación italiana en la guerra no había beneficiado mucho a Alemania, que digamos). Ese mismo septiembre Mussolini proclamó que retomaba "el liderazgo al frente del fascismo" y creó en el norte de su país la República Social Italiana, que no sería más que un efímero Estado títere de Alemania. Nada de esto libraría al Duce de morir asesinado por partisanos comunistas junto a su amante Clara Petacci el 28 de abril de 1945. De hecho quizá lo facilitó.
Skorzeny vivió el resto de su vida cautivado por sí mismo y su leyenda. Antes he comentado que su relato del rescate de Mussolini parecía de película, y de hecho en 1959 llegó a terminar el guión de un largometraje basado en la acción del Gran Sasso. El film se debería haber titulado Special Mission y para ponerlo en marcha Skorzeny contactó con Warwick Film Productions Ltd., de Londres, con la editorial Robert Hale & Company y con la cadena estadounidense CBS, aunque los desacuerdos económicos impidieron que comenzara el rodaje.
Continuará...
miércoles, 1 de febrero de 2017
El Holocausto y el mito de la Gran Guerra Patria (IV)
El judío eterno, de Fritz Hippler (1940)
Hitler no era un nacionalista alemán seguro de la victoria de su país que aspirara a ampliar el Estado alemán, sino un anarquista zoológico que creía que debía restaurar el orden natural de las cosas.
Timothy Snyder
La mayoría de los judíos del mundo se salvaron del Holocausto
simplemente porque el poder germano no llegó a los lugares donde vivían y
porque este no suponía ninguna amenaza para los Estados de los que eran
ciudadanos. Los judíos con pasaporte polaco estuvieron a salvo en los
países que reconocían el Estado polaco anterior a la guerra, mientras
que fueron asesinados en los países que no lo reconocían. Los judíos
estadounidenses y británicos estaban seguros, en principio, no solo en
sus países, sino en todo el mundo. Los nazis no se plantearon asesinar a
los judíos que disponían de pasaportes británicos o estadounidenses y,
salvo contadas excepciones, no lo hicieron. La supervivencia judía
dependía pues de la estatalidad. Como hemos visto, el genocidio se acercó al 100% de judíos asesinados en las zonas en las que el Estado fue doblemente destruido por los soviéticos y los nazis (Polonia y los países bálticos, que sufrieron una doble ocupación) y fue de un porcentaje muy elevado en las zonas de la URSS prebélica ocupadas por Alemania. El exterminio tendía a consumarse en el extremo
de la destrucción del Estado y apenas ocurría en el otro extremo, el de la
integridad del Estado, que fue el caso de Dinamarca. En el resto de países que fueron aliados de Alemania o que resultaron ocupados por ella (o ambas cosas), los nazis no lograron completar la Solución Final. Dichos países estaban en la zona intermedia entre los dos extremos que he mencionado, y la política alemana establecía que los judíos residentes allí tenían que ser extraídos, deportados y ejecutados. A pesar
de que en esos países se exterminó a una cantidad espantosa de judíos y
de que estos corrían una suerte mucho peor que sus conciudadanos,
la tasa no fue tan alta como en la zona de no estatalidad. La
escala del sufrimiento del pueblo judío -uno de cada dos fue asesinado-
sobrepasa la de cualquier otro colectivo durante la Segunda Guerra
Mundial. Con todo, la diferencia con la tasa de asesinatos en la zona de
no estatalidad -aquí, de cada veinte judíos diecinueve fueron
asesinados- es enorme y merece ser observada con atención.
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