El
presidente Roosevelt tenía que habernos condecorado a los japoneses
por haber atacado Pearl Harbor
Almirante
Chūichi
Hara
Resulta
que hace unos días vi la película El viento se levanta,
de Hayao Miyazaki.
Se supone que es un biopic
sobre Jirō Horikoshi,
el legendario creador del famoso y no menos legendario caza Zero.
La verdad es que a mí me interesa mucho el personaje y a la vez
también me gustan las pelis de Miyazaki, y sin embargo esta me ha
parecido terriblemente mala. Estéticamente es bonita, es decir, como
todas las de Miyazaki, pero el guión es ñoño y tontorrón a más
no poder, y además es laaaaaaarga y leeeeeeenta de narices. No
obstante lo que más me ha irritado es que no explica por qué
diablos Horikoshi y su caza son tan legendarios. La peli nos cuenta
la historia de un tipo muy friki que siempre está soñando –que
está en las nubes casi permanentemente, vaya- y poco más. Digamos
que se puede resumir en menos de un minuto pero dura dos
interminables horas.
En
fin, esto me ha dado ganas de contar aquí aquello que omite la peli,
o sea, la leyenda del caza Zero. Y ya de paso voy a hablar también
un poco del ataque nipón a la base yanqui de Pearl Harbor, de las
conspiranoias
que hay en torno a dicho suceso, y de las impresionantes victorias
japonesas en los primeros meses de la campaña del Pacífico.
Ea.
Ea.
Como todos sabemos -porque así nos lo ha contado Hollywood-, el 7 de diciembre de 1941 la Armada Imperial Japonesa atacó la base aeronaval de Pearl Harbor, en Hawái, propiciando la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial como parte del bando aliado. Asimismo, Japón se enfrentó a partir de entonces además al Imperio británico y a las Indias Holandesas (actualmente Indonesia), situándose definitivamente en aquella contienda al lado de la Alemania nazi y la Italia fascista, o sea, en el bando del Eje. El ataque fue el resultado de varios años de tensiones entre el Imperio nipón y Estados Unidos, tensiones motivadas por el expansionismo japonés en China y el Sudeste Asiático, y los subsiguientes embargos comerciales por parte de los yanquis.
La
mayoría de la población estadounidense era aislacionista desde la Gran Guerra, es decir,
no tenía ninguna gana de que su país entrara de nuevo en una guerra
mundial, y de hecho el presidente Franklin D. Roosevelt había logrado
su reelección en 1940 bajo la promesa de “no enviar a muchachos
americanos a ninguna guerra extranjera”, a pesar de que él
estuviera deseando intervenir en Europa. Dicho de otra manera, para
que los Estados Unidos participaran en la Segunda Guerra Mundial
primero tenían que ser atacados. Hay quienes creen pues que el
ataque a Pearl Harbor le vino muy bien a Roosevelt para lograr sus
propósitos intervencionistas, y que por tanto la agresión japonesa
no solo no fue tan inesperada para los dirigentes yanquis como se nos ha
hecho creer, sino que incluso podría haber sido provocada por estos. Veámoslo un poco.
El
Código Naval Japonés (para los yanquis JN-25)
aparentemente apenas si había sido descifrado por los
estadounidenses en diciembre de 1941. Sin embargo, el código
diplomático nipón (Púrpura
para los yanquis) había sido descriptado ya en 1940 gracias al
equipo de William F. Friedman.
Las
cosas no están nada claras con respecto a lo que sabían o no sabían
los yanquis antes del ataque. Pero nada claras, entre otras cosas
porque a estas alturas todavía
no se ha desclasificado toda la información relativa a los mensajes
japoneses interceptados y descifrados antes de Pearl Harbor,
y por tanto no podemos saber a ciencia cierta ni si se mencionaba en
algún mensaje diplomático (en cuyo caso los yanquis sí habrían
conocido el ataque de antemano) o militar (en cuyo caso también
existe una pequeña posibilidad de que los yanquis lo pudieran haber
averiguado).
Oficialmente
hacia diciembre de 1941 los yanquis sólo habían conseguido
descifrar entre el 10 y el 15% del Código Naval Japonés, el JN-25.
Pero en junio de 1942 (batalla de Midway) dicho código ya estaba
totalmente roto. De esa manera los yanquis supieron que el próximo
objetivo de los japoneses era un lugar que éstos denominaban AF.
Quedaba por confirmar si AF era Midway -cosa que los yanquis ya
sospechaban-, para lo cual urdieron una estratagema mediante la cual
transmitieron un mensaje banal que decía que Midway tenía problemas
con su suministro de agua potable. Los japoneses interceptaron el
mensaje y transmitieron a su vez que AF tenía problemas, etc, etc,
etc. En fin, que cuatro portaaviones japoneses hundidos y cambio de
tornas en el Pacífico.
Pero vamos, que nadie niega que ya por esas fechas los yanquis se leían todos los mensajes cifrados nipones como quien se lee el periódico de la mañana. De hecho, un mes antes ya habían averiguado que los japoneses se disponían a desembarcar en Port Moresby, operación que acabó siendo frustrada en la batalla del Mar del Coral.
Pero vamos, que nadie niega que ya por esas fechas los yanquis se leían todos los mensajes cifrados nipones como quien se lee el periódico de la mañana. De hecho, un mes antes ya habían averiguado que los japoneses se disponían a desembarcar en Port Moresby, operación que acabó siendo frustrada en la batalla del Mar del Coral.
Por otro lado es tan abrumadora la ceguera de las autoridades estadounidenses ante la cantidad de evidencias que recibieron antes del ataque a Pearl Harbor, que resulta sospechosa. Evidencias que son por ejemplo:
-Un aviso del embajador yanqui en Japón, Joseph Grew, en enero de 1941, diciendo que los japoneses iban a atacar Pearl Harbor. Sí, como suena.
-En la primavera de 1941, el comandante Warren J. Clear, del servicio de inteligencia militar en Extremo Oriente, advirtió a sus superiores de que los japoneses se preparaban para atacar Guam y Hawái.
-El ataque también fue advertido en el verano por el agente doble de origen yugoslavo Dusko Popov, aparentemente al servicio de los alemanes pero que en realidad trabajaba para los británicos. Popov entregó la información al FBI.
-Entre octubre y diciembre de 1941 se descifraron varios mensajes japoneses avisando de que la guerra era inminente, entre ellos los intercambiados por Tokio y Takeo Yoshikawa, un espía nipón en Honolulu.
Se
podría decir que la llamativa ceguera yanqui previa al ataque habría
sido similar a la de Stalin antes de que los alemanes
invadieran la URSS, ya que en ambos casos hubo múltiples avisos
previos que advertían claramente de lo que iba a ocurrir y que sin
embargo no fueron tenidos en cuenta. No obstante la comparación no
es adecuada. Sin negar la obcecación de Stalin en no ver la
realidad, en su descargo hay que decir que en el caso del ataque
alemán a la Unión Soviética hay una diferencia muy clara con
respecto a lo de Pearl Harbor, y es que hasta el 22 de junio de 1941
existió un pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, acompañado de una amplia colaboración entre ambos
países en todos los campos, incluyendo el militar. Y a eso hay que
añadir la desconfianza sistemática que tenía Stalin hacia todos
sus colaboradores e informantes. Digamos que la situación entre la
URSS y Alemania era muy distinta a la que hubo entre yanquis y
japoneses en los meses previos al ataque a Pearl Harbor, aun teniendo
en cuenta que las relaciones entre nazis y soviéticos se habían ido
deteriorando desde finales de 1940.
Los autores revisionistas (Roosevelt lo sabía), como John Toland (autor de Infamy: Pearl Harbor and its Aftermath, 1982) o Robert Stinnett (autor de Day of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor, 1999), no son unos locos descerebrados, sino que se apoyan en serias investigaciones. Según Stinnett –que se pasó diecisiete años investigando sobre esto- es falso que los criptógrafos de radio yanquis no hubieran descifrado el JN-25 antes del ataque, y también lo es que los almirantes japoneses no identificaran el objetivo como Pearl Harbor. Así, en el epílogo de la edición de bolsillo de su libro, escribe:
Estos dos asertos han caído por tierra con la aparición de nuevos documentos. En mayo de 2000 los documentos del Acta de Libertad de Información revelan que a mediados de 1941, cuando la flota de guerra japonesa se dirigía hacia Hawái, los criptógrafos de radio estadounidenses habían descifrado los principales códigos navales nipones y que a través de las ondas de radio los primeros almirantes (Nagano, jefe de operaciones navales, o Yamamoto) habían dejado claro en sus mensajes que Pearl Harbor era el objetivo del raid. La documentación, prohibida durante casi sesenta años para el Congreso y para el público, revela la verdad: los mensajes de los principales almirantes japoneses constituyen una fuente de información de primer orden para nuestros servicios de inteligencia en la travesía hacia Pearl Harbor a través del Pacífico septentrional y central.
Tampoco es necesario defender oscuras conspiraciones para opinar que el ataque japonés no pilló a Roosevelt desprevenido. Así, el prestigioso historiador J.F.C. Fuller escribe en su obra Batallas decisivas del Mundo Occidental:
La asombrosa historia de cómo los japoneses fueron inducidos a la guerra por el presidente Roosevelt queda resumida por el almirante Theobald, cuando dice: “Sosteniendo una débil flota del Pacífico –era inferior a la japonesa en todo- en Hawái como invitación a un ataque por sorpresa y negando a su jefe la información que le hubiera hecho posible rechazar dicho ataque, el presidente Roosevelt llevó a la guerra a los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941. Lanzó a una sobreexcitada nación a la lucha sin que nadie pudiera sospechar hasta qué punto el ataque japonés encajaba en los planes presidenciales. Aunque desastroso desde el punto de vista naval, el ataque a Pearl Harbor constituyó el preludio diplomático para la completa derrota de las fuerzas del Eje”.
El historiador suizo Eddy Bauer concluye en su Historia Controvertida de la Segunda Guerra Mundial:
Los autores revisionistas (Roosevelt lo sabía), como John Toland (autor de Infamy: Pearl Harbor and its Aftermath, 1982) o Robert Stinnett (autor de Day of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor, 1999), no son unos locos descerebrados, sino que se apoyan en serias investigaciones. Según Stinnett –que se pasó diecisiete años investigando sobre esto- es falso que los criptógrafos de radio yanquis no hubieran descifrado el JN-25 antes del ataque, y también lo es que los almirantes japoneses no identificaran el objetivo como Pearl Harbor. Así, en el epílogo de la edición de bolsillo de su libro, escribe:
Estos dos asertos han caído por tierra con la aparición de nuevos documentos. En mayo de 2000 los documentos del Acta de Libertad de Información revelan que a mediados de 1941, cuando la flota de guerra japonesa se dirigía hacia Hawái, los criptógrafos de radio estadounidenses habían descifrado los principales códigos navales nipones y que a través de las ondas de radio los primeros almirantes (Nagano, jefe de operaciones navales, o Yamamoto) habían dejado claro en sus mensajes que Pearl Harbor era el objetivo del raid. La documentación, prohibida durante casi sesenta años para el Congreso y para el público, revela la verdad: los mensajes de los principales almirantes japoneses constituyen una fuente de información de primer orden para nuestros servicios de inteligencia en la travesía hacia Pearl Harbor a través del Pacífico septentrional y central.
Tampoco es necesario defender oscuras conspiraciones para opinar que el ataque japonés no pilló a Roosevelt desprevenido. Así, el prestigioso historiador J.F.C. Fuller escribe en su obra Batallas decisivas del Mundo Occidental:
La asombrosa historia de cómo los japoneses fueron inducidos a la guerra por el presidente Roosevelt queda resumida por el almirante Theobald, cuando dice: “Sosteniendo una débil flota del Pacífico –era inferior a la japonesa en todo- en Hawái como invitación a un ataque por sorpresa y negando a su jefe la información que le hubiera hecho posible rechazar dicho ataque, el presidente Roosevelt llevó a la guerra a los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941. Lanzó a una sobreexcitada nación a la lucha sin que nadie pudiera sospechar hasta qué punto el ataque japonés encajaba en los planes presidenciales. Aunque desastroso desde el punto de vista naval, el ataque a Pearl Harbor constituyó el preludio diplomático para la completa derrota de las fuerzas del Eje”.
El historiador suizo Eddy Bauer concluye en su Historia Controvertida de la Segunda Guerra Mundial:
Una vez que en Washington el coronel William F. Friedman y su equipo de criptólogos lograron descifrar, con tiempo suficiente, las claves diplomáticas japonesas, ¿cómo se explica que en Pearl Harbor la flota del Pacífico no fuera advertida de la maniobra que se preparaba para sorprenderla? (…) Porque el presidente Roosevelt y sus consejeros, el general Marshall y el almirante Stark, decidieron hacerla servir de cebo al tigre japonés, y que el riesgo al que se exponía de esta manera, era el único medio de provocar la agresión que llevaría a los Estados Unidos, por fin, a la guerra.
También está la posibilidad de que Roosevelt lo ignorase pero no sus colaboradores, que le habrían ocultado información. O incluso sus aliados. Así, Rusbridger y Nave (autores de Betrayal at Pearl Harbor: how Churchill lured Roosevelt into war, 1991) sostienen que eran los británicos quienes podían descifrar los códigos navales japoneses, y que el primer ministro Winston Churchill prefirió no advertir a Roosevelt del ataque. De esa forma, el premier británico habría conseguido un objetivo largamente anhelado: meter a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial (algo muy meritorio si tenemos en cuenta que Roosevelt, a la vez que intervencionista, era un enemigo declarado del Imperio británico).
No pocos historiadores sostienen que Roosevelt, que deseaba influir en la opinión pública de su país para que esta apoyara la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, mantuvo una política destinada a provocar un ataque japonés y de esa forma no violar las Leyes de Neutralidad. En octubre de 1940, el comandante Arthur H. McCollum, jefe de la sección de Extremo Oriente de la Oficina de Inteligencia Naval, redactó un memorando en el que recomendaba ocho acciones para provocar al Japón:
- Llegar a un acuerdo con Gran Bretaña para el uso de sus bases en el Pacífico, sobre todo la de Singapur
- Llegar a un acuerdo con Holanda para usar sus bases y aprovisionarse con suministros de las Indias Holandesas.
- Proporcionar toda la ayuda posible al gobierno chino de Chiang Kai-shek (entonces en guerra con Japón).
- Enviar una división de cruceros pesados a Oriente, Filipinas o Singapur.
- Enviar dos divisiones de submarinos a Oriente.
- Mantener el grueso de la flota estadounidense del Pacífico en el área de las islas Hawái.
- Insistir a los holandeses en que se nieguen a satisfacer las demandas económicas japonesas, en especial en lo referente al petróleo.
- Establecer un completo embargo comercial entre Estados Unidos y Japón, en colaboración con un un embargo similar impuesto por el Imperio Británico.
McCollum concluía su informe explicando que "si de esa forma pudiéramos llevar a Japón a cometer un acto de guerra, tanto mejor. En todo caso debemos estar enteramente preparados para aceptar la amenaza de una guerra".
No existen pruebas de que Roosevelt recibiera el memorando de McCollum, pero lo cierto es que se pusieron en práctica casi todas sus recomendaciones. Parece que Estados Unidos buscaba de nuevo una forma de arrastrar a otro país a la guerra, tal y como sucedió en 1898, cuando tras la explosión del USS Maine, en la bahía de La Habana, Washington hizo creer que había sido un acto de agresión español.
En fin, que la cosa no está tan clara como para despachar el asunto con un otra conspiración más.
Y en cualquier caso quienes no lo supieron de antemano fueron el almirante Kimmel -comandante de la Flota del Pacífico- y el general Short -jefe de las defensas de Pearl Harbor-, que pagaron el pato: ambos fueron degradados.
Hay
un elemento aparentemente sospechoso sobre el que tradicionalmente se
han apoyado los revisionistas, que es el hecho de que el día del
ataque japonés no hubiera ningún portaaviones yanqui en la base.
Daría la sensación de que los portaaviones, que se convertirían en
un arma decisiva de la campaña del Pacífico, habrían sido
mantenidos lejos de allí a propósito. Para los propios nipones fue
una sorpresa enterarse de que no estaba en Pearl Harbor ni uno solo
de los tres portaaviones que los estadounidenses tenían por la zona
(el USS Saratoga, el USS Lexington y el USS Enterprise).
Alguien
podría alegar que la teoría de que los tres buques fueron
mantenidos fuera de Pearl Harbor intencionadamente tiene muchas
lagunas, entre otras cosas porque si los japoneses hubiesen
bombardeado los depósitos de combustible y los talleres de
reparaciones de la base (cosa que podrían haber hecho en una tercera
oleada de ataque que el vicealmirante Nagumo
se negó a llevar a cabo), ésta simplemente habría quedado
inutilizada durante meses, obligando a retirar la flota a la Costa
Oeste de los EEUU. Sin embargo, lo cierto es que si los nipones
hubieran hundido los portaaviones yanquis, el daño habría sido
mucho peor. Y
es correcto que hasta el ataque a Pearl Harbor todos los países,
incluyendo Japón, seguían viendo en el acorazado el arma más
importante de la guerra naval (por eso Japón construyó esos dos
monstruos inútiles que fueron el Yamato
y el Musashi).
Pero no es menos verdad que tanto en Japón como en EEUU había
quienes empezaban ya a ser conscientes de la importancia del
portaaviones, a diferencia de lo que ocurría en otros países. De
hecho, cuando antes del ataque el comandante Mitsuo Fuchida
-que lideraría la primera oleada de aviones sobre Pearl Harbor y
exclamaría la famosa frase en clave tora, tora, tora-,
supo de la ausencia de los portaaviones estadounidenses en la base,
planteó a su superior, el vicealmirante Nagumo,
la posibilidad de abandonar la empresa. Nagumo, perteneciente a la
vieja escuela, y que por tanto daba más importancia a los ocho
acorazados presentes en la rada, se negó.
Continuará...