martes, 27 de mayo de 2014

Recordando Pearl Harbor (sobre el ataque japonés, el caza Zero y otras cosas)


El presidente Roosevelt tenía que habernos condecorado a los japoneses por haber atacado Pearl Harbor

Almirante Chūichi Hara





Resulta que hace unos días vi la película El viento se levanta, de Hayao Miyazaki. Se supone que es un biopic sobre Jirō Horikoshi, el legendario creador del famoso y no menos legendario caza Zero. La verdad es que a mí me interesa mucho el personaje y a la vez también me gustan las pelis de Miyazaki, y sin embargo esta me ha parecido terriblemente mala. Estéticamente es bonita, es decir, como todas las de Miyazaki, pero el guión es ñoño y tontorrón a más no poder, y además es laaaaaaarga y leeeeeeenta de narices. No obstante lo que más me ha irritado es que no explica por qué diablos Horikoshi y su caza son tan legendarios. La peli nos cuenta la historia de un tipo muy friki que siempre está soñando –que está en las nubes casi permanentemente, vaya- y poco más. Digamos que se puede resumir en menos de un minuto pero dura dos interminables horas.


En fin, esto me ha dado ganas de contar aquí aquello que omite la peli, o sea, la leyenda del caza Zero. Y ya de paso voy a hablar también un poco del ataque nipón a la base yanqui de Pearl Harbor, de las conspiranoias que hay en torno a dicho suceso, y de las impresionantes victorias japonesas en los primeros meses de la campaña del Pacífico. 

Ea.



Como todos sabemos -porque así nos lo ha contado Hollywood-, el 7 de diciembre de 1941 la Armada Imperial Japonesa atacó la base aeronaval de Pearl Harbor, en Hawái, propiciando la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial como parte del bando aliado. Asimismo, Japón se enfrentó a partir de entonces además al Imperio británico y a las Indias Holandesas (actualmente Indonesia), situándose definitivamente en aquella contienda al lado de la Alemania nazi y la Italia fascista, o sea, en el bando del Eje. El ataque fue el resultado de varios años de tensiones entre el Imperio nipón y Estados Unidos, tensiones motivadas por el expansionismo japonés en China y el Sudeste Asiático, y los subsiguientes embargos comerciales por parte de los yanquis.



La mayoría de la población estadounidense era aislacionista desde la Gran Guerra, es decir, no tenía ninguna gana de que su país entrara de nuevo en una guerra mundial, y de hecho el presidente Franklin D. Roosevelt había logrado su reelección en 1940 bajo la promesa de “no enviar a muchachos americanos a ninguna guerra extranjera”, a pesar de que él estuviera deseando intervenir en Europa. Dicho de otra manera, para que los Estados Unidos participaran en la Segunda Guerra Mundial primero tenían que ser atacados. Hay quienes creen pues que el ataque a Pearl Harbor le vino muy bien a Roosevelt para lograr sus propósitos intervencionistas, y que por tanto la agresión japonesa no solo no fue tan inesperada para los dirigentes yanquis como se nos ha hecho creer, sino que incluso podría haber sido provocada por estos. Veámoslo un poco.




El Código Naval Japonés (para los yanquis JN-25) aparentemente apenas si había sido descifrado por los estadounidenses en diciembre de 1941. Sin embargo, el código diplomático nipón (Púrpura para los yanquis) había sido descriptado ya en 1940 gracias al equipo de William F. Friedman.



Las cosas no están nada claras con respecto a lo que sabían o no sabían los yanquis antes del ataque. Pero nada claras, entre otras cosas porque a estas alturas todavía no se ha desclasificado toda la información relativa a los mensajes japoneses interceptados y descifrados antes de Pearl Harbor, y por tanto no podemos saber a ciencia cierta ni si se mencionaba en algún mensaje diplomático (en cuyo caso los yanquis sí habrían conocido el ataque de antemano) o militar (en cuyo caso también existe una pequeña posibilidad de que los yanquis lo pudieran haber averiguado).
 
Oficialmente hacia diciembre de 1941 los yanquis sólo habían conseguido descifrar entre el 10 y el 15% del Código Naval Japonés, el JN-25. Pero en junio de 1942 (batalla de Midway) dicho código ya estaba totalmente roto. De esa manera los yanquis supieron que el próximo objetivo de los japoneses era un lugar que éstos denominaban AF. Quedaba por confirmar si AF era Midway -cosa que los yanquis ya sospechaban-, para lo cual urdieron una estratagema mediante la cual transmitieron un mensaje banal que decía que Midway tenía problemas con su suministro de agua potable. Los japoneses interceptaron el mensaje y transmitieron a su vez que AF tenía problemas, etc, etc, etc. En fin, que cuatro portaaviones japoneses hundidos y cambio de tornas en el Pacífico.


Pero vamos, que nadie niega que ya por esas fechas los yanquis se leían todos los mensajes cifrados nipones como quien se lee el periódico de la mañana. De hecho, un mes antes ya habían averiguado que los japoneses se disponían a desembarcar en Port Moresby, operación que acabó siendo frustrada en la batalla del Mar del Coral.

Por otro lado es tan abrumadora la ceguera de las autoridades estadounidenses ante la cantidad de evidencias que recibieron antes del ataque a Pearl Harbor, que resulta sospechosa. Evidencias que son por ejemplo:

-Un aviso del embajador yanqui en Japón, Joseph Grew, en enero de 1941, diciendo que los japoneses iban a atacar Pearl Harbor. Sí, como suena.

-En la primavera de 1941, el comandante Warren J. Clear, del servicio de inteligencia militar en Extremo Oriente, advirtió a sus superiores de que los japoneses se preparaban para atacar Guam y Hawái.

-El ataque también fue advertido en el verano por el agente doble de origen yugoslavo Dusko Popov, aparentemente al servicio de los alemanes pero que en realidad trabajaba para los británicos. Popov entregó la información al FBI.




-Entre octubre y diciembre de 1941 se descifraron varios mensajes japoneses avisando de que la guerra era inminente, entre ellos los intercambiados por Tokio y Takeo Yoshikawa, un espía nipón en Honolulu.



Se podría decir que la llamativa ceguera yanqui previa al ataque habría sido similar a la de Stalin antes de que los alemanes invadieran la URSS, ya que en ambos casos hubo múltiples avisos previos que advertían claramente de lo que iba a ocurrir y que sin embargo no fueron tenidos en cuenta. No obstante la comparación no es adecuada. Sin negar la obcecación de Stalin en no ver la realidad, en su descargo hay que decir que en el caso del ataque alemán a la Unión Soviética hay una diferencia muy clara con respecto a lo de Pearl Harbor, y es que hasta el 22 de junio de 1941 existió un pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, acompañado de una amplia colaboración entre ambos países en todos los campos, incluyendo el militar. Y a eso hay que añadir la desconfianza sistemática que tenía Stalin hacia todos sus colaboradores e informantes. Digamos que la situación entre la URSS y Alemania era muy distinta a la que hubo entre yanquis y japoneses en los meses previos al ataque a Pearl Harbor, aun teniendo en cuenta que las relaciones entre nazis y soviéticos se habían ido deteriorando desde finales de 1940.

Los autores revisionistas (Roosevelt lo sabía), como John Toland (autor de Infamy: Pearl Harbor and its Aftermath, 1982) o Robert Stinnett (autor de Day of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor, 1999), no son unos locos descerebrados, sino que se apoyan en serias investigaciones. Según Stinnett –que se pasó diecisiete años investigando sobre esto- es falso que los criptógrafos de radio yanquis no hubieran descifrado el JN-25 antes del ataque, y también lo es que los almirantes japoneses no identificaran el objetivo como Pearl Harbor. Así, en el epílogo de la edición de bolsillo de su libro, escribe: 

Estos dos asertos han caído por tierra con la aparición de nuevos documentos. En mayo de 2000 los documentos del Acta de Libertad de Información revelan que a mediados de 1941, cuando la flota de guerra japonesa se dirigía hacia Hawái, los criptógrafos de radio estadounidenses habían descifrado los principales códigos navales nipones y que a través de las ondas de radio los primeros almirantes (Nagano, jefe de operaciones navales, o Yamamoto) habían dejado claro en sus mensajes que Pearl Harbor era el objetivo del raid. La documentación, prohibida durante casi sesenta años para el Congreso y para el público, revela la verdad: los mensajes de los principales almirantes japoneses constituyen una fuente de información de primer orden para nuestros servicios de inteligencia en la travesía hacia Pearl Harbor a través del Pacífico septentrional y central. 

Tampoco es necesario defender oscuras conspiraciones para opinar que el ataque japonés no pilló a Roosevelt desprevenido. Así, el prestigioso historiador J.F.C. Fuller escribe en su obra Batallas decisivas del Mundo Occidental: 

La asombrosa historia de cómo los japoneses fueron inducidos a la guerra por el presidente Roosevelt queda resumida por el almirante Theobald, cuando dice: “Sosteniendo una débil flota del Pacífico –era inferior a la japonesa en todo- en Hawái como invitación a un ataque por sorpresa y negando a su jefe la información que le hubiera hecho posible rechazar dicho ataque, el presidente Roosevelt llevó a la guerra a los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941. Lanzó a una sobreexcitada nación a la lucha sin que nadie pudiera sospechar hasta qué punto el ataque japonés encajaba en los planes presidenciales. Aunque desastroso desde el punto de vista naval, el ataque a Pearl Harbor constituyó el preludio diplomático para la completa derrota de las fuerzas del Eje”. 

El historiador suizo Eddy Bauer concluye en su Historia Controvertida de la Segunda Guerra Mundial:

Una vez que en Washington el coronel William F. Friedman y su equipo de criptólogos lograron descifrar, con tiempo suficiente, las claves diplomáticas japonesas, ¿cómo se explica que en Pearl Harbor la flota del Pacífico no fuera advertida de la maniobra que se preparaba para sorprenderla? (…) Porque el presidente Roosevelt y sus consejeros, el general Marshall y el almirante Stark, decidieron hacerla servir de cebo al tigre japonés, y que el riesgo al que se exponía de esta manera, era el único medio de provocar la agresión que llevaría a los Estados Unidos, por fin, a la guerra. 

También está la posibilidad de que Roosevelt lo ignorase pero no sus colaboradores, que le habrían ocultado información. O incluso sus aliados. Así, Rusbridger y Nave (autores de Betrayal at Pearl Harbor: how Churchill lured Roosevelt into war, 1991) sostienen que eran los británicos quienes podían descifrar los códigos navales japoneses, y que el primer ministro Winston Churchill prefirió no advertir a Roosevelt del ataque. De esa forma, el premier británico habría conseguido un objetivo largamente anhelado: meter a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial (algo muy meritorio si tenemos en cuenta que Roosevelt, a la vez que intervencionista, era un enemigo declarado del Imperio británico).

No pocos historiadores sostienen que Roosevelt, que deseaba influir en la opinión pública de su país para que esta apoyara la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, mantuvo una política destinada a provocar un ataque japonés y de esa forma no violar las Leyes de Neutralidad. En octubre de 1940, el comandante Arthur H. McCollum, jefe de la sección de Extremo Oriente de la Oficina de Inteligencia Naval, redactó un memorando en el que recomendaba ocho acciones para provocar al Japón:

- Llegar a un acuerdo con Gran Bretaña para el uso de sus bases en el Pacífico, sobre todo la de Singapur

- Llegar a un acuerdo con Holanda para usar sus bases y aprovisionarse con suministros de las Indias Holandesas.

- Proporcionar toda la ayuda posible al gobierno chino de Chiang Kai-shek (entonces en guerra con Japón).

- Enviar una división de cruceros pesados a Oriente, Filipinas o Singapur.

- Enviar dos divisiones de submarinos a Oriente.

- Mantener el grueso de la flota estadounidense del Pacífico en el área de las islas Hawái.

- Insistir a los holandeses en que se nieguen a satisfacer las demandas económicas japonesas, en especial en lo referente al petróleo.

- Establecer un completo embargo comercial entre Estados Unidos y Japón, en colaboración con un un embargo similar impuesto por el Imperio Británico.

McCollum concluía su informe explicando que "si de esa forma pudiéramos llevar a Japón a cometer un acto de guerra, tanto mejor. En todo caso debemos estar enteramente preparados para aceptar la amenaza de una guerra".






No existen pruebas de que Roosevelt recibiera el memorando de McCollum, pero lo cierto es que se pusieron en práctica casi todas sus recomendaciones. Parece que Estados Unidos buscaba de nuevo una forma de arrastrar a otro país a la guerra, tal y como sucedió en 1898, cuando tras la explosión del USS Maine, en la bahía de La Habana, Washington hizo creer que había sido un acto de agresión español

En fin, que la cosa no está tan clara como para despachar el asunto con un otra conspiración más

Y en cualquier caso quienes no lo supieron de antemano fueron el almirante Kimmel -comandante de la Flota del Pacífico- y el general Short -jefe de las defensas de Pearl Harbor-, que pagaron el pato: ambos fueron degradados.




Hay un elemento aparentemente sospechoso sobre el que tradicionalmente se han apoyado los revisionistas, que es el hecho de que el día del ataque japonés no hubiera ningún portaaviones yanqui en la base. Daría la sensación de que los portaaviones, que se convertirían en un arma decisiva de la campaña del Pacífico, habrían sido mantenidos lejos de allí a propósito. Para los propios nipones fue una sorpresa enterarse de que no estaba en Pearl Harbor ni uno solo de los tres portaaviones que los estadounidenses tenían por la zona (el USS Saratoga, el USS Lexington y el USS Enterprise).

Alguien podría alegar que la teoría de que los tres buques fueron mantenidos fuera de Pearl Harbor intencionadamente tiene muchas lagunas, entre otras cosas porque si los japoneses hubiesen bombardeado los depósitos de combustible y los talleres de reparaciones de la base (cosa que podrían haber hecho en una tercera oleada de ataque que el vicealmirante Nagumo se negó a llevar a cabo), ésta simplemente habría quedado inutilizada durante meses, obligando a retirar la flota a la Costa Oeste de los EEUU. Sin embargo, lo cierto es que si los nipones hubieran hundido los portaaviones yanquis, el daño habría sido mucho peor. Y es correcto que hasta el ataque a Pearl Harbor todos los países, incluyendo Japón, seguían viendo en el acorazado el arma más importante de la guerra naval (por eso Japón construyó esos dos monstruos inútiles que fueron el Yamato y el Musashi). Pero no es menos verdad que tanto en Japón como en EEUU había quienes empezaban ya a ser conscientes de la importancia del portaaviones, a diferencia de lo que ocurría en otros países. De hecho, cuando antes del ataque el comandante Mitsuo Fuchida -que lideraría la primera oleada de aviones sobre Pearl Harbor y exclamaría la famosa frase en clave tora, tora, tora-, supo de la ausencia de los portaaviones estadounidenses en la base, planteó a su superior, el vicealmirante Nagumo, la posibilidad de abandonar la empresa. Nagumo, perteneciente a la vieja escuela, y que por tanto daba más importancia a los ocho acorazados presentes en la rada, se negó.


 

Continuará...


viernes, 23 de mayo de 2014

Los dos próceres

 


"Japón nunca se unirá al Eje"

General Douglas MacArthur, 27 de septiembre de 1940 (al día siguiente los periódicos anunciaron que Japón se había unido al Eje).
 
 
"El daño parece considerable, ¿no?"

El emperador Hirohito cuando visitó Hiroshima dos años después de la bomba atómica.
 
 
Y estos dos lideraron el Japón de la posguerra.
 


martes, 29 de abril de 2014

La bella y el bestia



Ilustración para el cuento La Bella y la Bestia, de Eleanor Vere Boyle


La chica más guapa del mundo se puso a tirarle los tejos al tío más horrendo del universo. Como el tipo era feo pero no de piedra, no tardó en caer rendido ante su magia y empezaron a salir juntos. Los demás le preguntaban a ella que qué veía en él: "no es guapo, pero es un encanto", respondía feliz.

Un día se pelearon, que es lo que tienen todas las parejas. Ella sólo esperaba que su novio se tranquilizara un poco, pero él decidió cambiar aquello que creía era el origen del problema: su aspecto físico. Desde que sufrió la mordedura de un camaleón, años atrás, el tipo había adquirido el poder de modificar con facilidad su piel, de modo que se volvió de color verde, se puso cachas, se afeitó y se cortó el pelo para asemejarse así al Increíble Hulk. Ahora sí le voy a gustar de verdad, se dijo a sí mismo satisfecho.

Cuando ella le vio salió despavorida.


jueves, 27 de marzo de 2014

Cuento de verano




Gracias a la magia de internet, se me ha aparecido el fantasma de un verano del pasado. A través de mis vivencias de entonces, el espectro ha tratado de hacerme ver que soy un personaje ridículo y tontorrón. Esto me ha permitido reírme tanto de mí mismo como del propio fantasma, por poner tanto interés en alguien como yo. Ha sido divertido.


domingo, 23 de marzo de 2014

Las dos memorias





Después de un pequeño paréntesis de casi dos mesecitos, vuelvo con renovados bríos. Ea.

A raíz de los recientes acontecimientos en Ucrania y Crimea, se han vuelto a ver por allí símbolos nazis y soviéticos. Y hasta alguna frase de la Guerra Civil Española:




 
El nazismo se ha relacionado directamente con uno de los partidos que han ocupado cargos en el nuevo gobierno ucraniano: Svoboda  ("Libertad"), lo cual ha provocado numerosas críticas, sobre todo en medios rusos o de izquierdas. En cambio, la exhibición sin tapujos de parafernalia soviética por el lado de los partidarios de Rusia en el conflicto no he visto que haya provocado rechazo alguno. Ni una queja, vamos. Todo esto me sirve de excusa para explicar el asunto al que voy, esto es, por qué en nuestra conciencia colectiva no tenemos reflejados de la misma manera los crímenes nazis y los de las dictaduras comunistas, o lo que es lo mismo: por qué el comunismo no suscita tanto rechazo como el nazismo o el fascismo. Sobre la condena al nazismo hay consenso, pero la del comunismo es conflictiva. Si ambos sistemas han asesinado a millones de personas sería lógico a primera vista que tuviéramos una opinión similar de las dos ideologías, y sin embargo no es así.  Las razones para esta asimetría son varias, paso a resumirlas:

-Una diferencia puramente ideológica. Es decir, más que una razón es un argumento según el cual el comunismo es una presunta doctrina de amor entre los pueblos, humanista, mientras que el nazismo propugna el odio. El comunismo tendría buenas intenciones mientras que las del nazismo son malas. A este argumento se le responde con los hechos. Si tenemos en cuenta que en nombre del comunismo se ha perseguido y asesinado a muchas más personas que bajo el nazismo, desde luego es como para desconfiar de las ideologías con supuestas "buenas intenciones". En cualquier caso, cabría preguntarse más bien cómo es posible que unos sistemas políticos que han resultado ser los más destructivos de la historia -las dictaduras comunistas y la nazi- pudieran despertar tanta devoción y espíritu de entrega en millones de personas.

-Otra diferencia ideológica, bastante más de peso. La ideología marxista es más compleja y está mucho más elaborada que el pensamiento nazi o fascista, y por tanto ha influido mucho más profundamente que éste en el análisis de la sociedad que llevan a cabo los medios de comunicación. Los conceptos de "capitalismo" y "burguesía" que todos utilizamos incluyen tanto al fascismo como a las democracias. A la vez, el "antifascismo" reúne a las democracias y los regímenes comunistas. Esta confusión, impulsada en su día por la Unión Soviética y que borra todo parentesco entre nazismo y comunismo, quedó muy reforzada por el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, en la que la URSS venció junto a las democracias. El mundo quedó dividido entonces en fascistas y antifascistas, una falsa dicotomía promovida por los comunistas y consagrada por la guerra. Del mismo modo, se hizo habitual un sofisma según el cual todo anticomunista pasaba automáticamente a ser, cuando menos, sospechoso de fascista, negando la posibilidad de ser anticomunista y antifascista a la vez.

-El resultado de la Segunda Guerra Mundial propiamente dicho. La Alemania nazi y sus aliados fascistas fueron aplastados, la Unión Soviética, aliada de las democracias, resultó ser la gran vencedora y el comunismo se extendió por el mundo. El Mal, representado por las potencias del Eje, había sido derrotado y el comunismo había contribuido decisivamente a ello.

-El reconocimiento de los crímenes. Alemania se ha mostrado desde la Segunda Guerra Mundial completamente dispuesta a reconocer y expiar sus culpas. En cambio, los crímenes soviéticos se ocultaron y falsearon durante décadas, y todavía tras la caída del Bloque del Este las autoridades rusas han persistido en ocasiones en negar su evidencia. Aparte de las numerosas reivindicaciones de la figura de Stalin que se han dado en Rusia en los últimos años, baste mencionar como ejemplo que cuando Antony Beevor se atrevió a documentar en su libro "Berlín. La caída: 1945" (2002) el enorme número de violaciones que cometió el Ejército Rojo en Alemania, tuvo que aguantar ataques y amonestaciones incluso por parte del embajador ruso en Londres.

-De las dos últimas razones se extrae otra. Tras ser vencido militarmente, el nazismo fue juzgado y los responsables del Tercer Reich castigados, cuando no se habían suicidado u ocultado. La ruptura es clara. En cambio, en Europa del Este los regímenes comunistas cayeron casi sin violencia (afortunadamente), de modo que los antiguos dominados y dominantes se pusieron a convivir como si nada. La situación incitaba poco a saldar cuentas (como pasó en la Transición española), sobre todo porque entre tanto los antiguos dirigentes comunistas se habían convertido en los más ricos del país, grandes propietarios y empresarios.

-Los campos de concentración nazis fueron liberados, fotografiados y filmados con profusión. Los crímenes nazis salieron a la luz pública y horrorizaron al mundo, y continúan horrorizándolo gracias al cine y la literatura. En cambio nadie liberó, fotografió, ni filmó los campos soviéticos. Para muchos, lo que no está recogido en imágenes simplemente no existió. Los interesados sólo nos empezamos a enterar a ciencia cierta de los detalles del Gulag y otros horrores estalinistas tras la caída de la URSS. Entonces se demostró que Solzhenitsyn y Conquest habían estado mucho más cerca de la verdad de lo que sus críticos admitían.

-Diferencias entre las características del régimen nazi y los comunistas, o más bien entre sus víctimas. Es mucho más fácil identificar como grupo a las víctimas del nazismo que a las del comunismo. En el primer caso se trata de rivales políticos (sobre todo comunistas) y grupos étnicos que se reconocen como tales: judíos, gitanos y eslavos. Los grupos étnicos cuentan con rasgos distintivos: lengua, religión, costumbres, una memoria común y conciencia de grupo. No sucede lo mismo en el caso de la mayoría de los perseguidos por el comunismo, si exceptuamos a los grupos étnicos. Los rusos blancos abarcaban un amplio espectro político (básicamente a todos los que no tragaban el comunismo) y nunca estuvieron cohesionados, nunca fueron un grupo, sino muchos. Nunca tuvieron cronistas, ni tradición, ni identidad, y lo mismo se puede decir de los burgueses o los kulaks, unos términos sociopolíticos bajo los cuales podían caber muchas personas muy diferentes entre sí. En realidad, lo único que tenían en común los perseguidos por el comunismo era que los calificaban de "enemigos del pueblo", aunque ahí podían entrar incluso los propios comunistas. Bajo las dictaduras comunistas cualquiera podía convertirse con facilidad en perseguido, hasta los perseguidores, por tanto es muy complicado recordar a sus víctimas como una entidad diferenciada.

La frontera entre dominantes y dominados es muy clara en el nazismo pero confusa en el comunismo, no sólo porque los propios dirigentes pudieran ser víctimas de procesos, sino porque en realidad toda la sociedad se veía atrapada en el engranaje represivo. La misma frontera entre vigilantes y vigilados también es confusa, ya que los regímenes comunistas no se limitaban a imponerse a la ciudadanía, sino que también alentaban a la gente a implicarse en la represión, colaborando con las fuerzas de seguridad e informando sobre las actividades y opiniones de sus vecinos, colegas, conocidos, amigos y familiares. La negativa a hacerlo podía costarle a alguien, como mínimo, el futuro de sus hijos.

En los últimos años todo esto se ha comentado muchas veces en libros, foros y debates. Sin embargo no es suficiente, estas razones no lo explican todo. En muchas discusiones acerca del nazismo y el comunismo, siempre hay alguien que acaba preguntando por qué si ambas ideologías conducen igualmente a la dictadura y el terror, un neonazi no tiene nada que ver con un militante de Izquierda Unida o de cualquier partido comunista democrático actual. Bien, para explicar esto hay que tener en cuenta el factor geográfico.

En Europa hay dos memorias del totalitarismo, la occidental y la oriental. Los países de Europa Occidental fueron víctimas de dictaduras fascistas, de modo que tienen cuentas pendientes con el nazismo, el fascismo y el franquismo. Nunca han padecido dictaduras comunistas porque lo máximo que pasó por ellos del Ejército Rojo fueron sus coros y danzas, si exceptuamos a los militares soviéticos que acudieron en ayuda del bando republicano durante la Guerra Civil Española. En estos países los comunistas apenas si han estado en el poder, y cuando lo han hecho ha sido formando parte de coaliciones de izquierdas o en ayuntamientos. Con respecto a estos comunistas, aunque ideológicamente tuvieron una etapa prosoviética, su situación política y geográfica les permitió evolucionar y muchos de ellos abandonaron el leninismo en los años setenta. Por eso, el comunista occidental medio no se parece ni a un exterminador de kulaks de los años treinta ni a un burócrata arribista y cínico de la era Brezhnev, sino que es un tipo respetable, interesado en el bien común y solidario, cuyo partido tiene una larga tradición democrática y de lucha por las libertades. Nada que ver por tanto con un miembro de la extrema derecha, cuyo discurso sigue siendo profundamente antidemocrático.

En Europa Oriental la situación es muy diferente. Allí hubo unas cuantas dictaduras comunistas durante décadas. En estos países todo el mundo sufría el régimen y a la vez contribuía a consolidarlo. Por ello, para muchos lo importante una vez desaparecida la dictadura ha sido "pasar página", pero para los que padecieron directamente la represión y sobrevivieron, el comunismo seguramente sea tan odioso o más que el nazismo. Polonia sufrió una brutal ocupación nazi y luego una prolongada dictadura comunista. No es de extrañar por tanto que allí sea frecuente la condena a ambos sistemas por igual. Algo similar ocurre en los países bálticos o en Ucrania, sin ir más lejos.

La memoria del comunismo y la del nazismo siguen alejadas. La del comunismo que se vivió en Europa del Este parece irreconciliable con la de Europa Occidental, dado que proceden de experiencias diferentes: en Europa Occidental sólo existe la memoria del fascismo, del nazismo y del franquismo. A esto hay que añadir que en muchas ocasiones se realizan alusiones arbitrarias al pasado con el objetivo de ensalzar a un grupo político o de favorecer determinados intereses. Se piensa que una experiencia puede anular otra igual de criminal pero de signo contrario.

Afortunadamente contamos con el testimonio de algunas personas que padecieron los horrores de ambos sistemas y de quienes en su día alzaron su voz contra los dos, poniéndose así al servico de la justicia y no de un grupo o una ideología (como la alemana Margarete Buber-Neumann).

La historia del totalitarismo sólo puede sernos útil como herramienta contra el mal si la despojamos de intereses personales, ideológicos o de grupo, y reconocemos que el crimen de masas no es algo exclusivo o propio de un único sistema político, sino que forma parte de nuestra naturaleza y de nuestra historia colectiva. De nosotros mismos, vamos. Como expresó Romain Gary, escritor de origen ruso y judío que combatió en las Fuerzas Francesas Libres durante la Segunda Guerra Mundial:

"Mientras no admitamos que la inhumanidad es algo humano seguiremos en la mentira piadosa".

A la vez, tampoco se deben mezclar todas las desgracias del pasado, sino destacar lo que cada una tiene de paradigmática. Y para eso están los historiadores.


Más información:

-Applebaum, Anne, "Gulag" (Debate, 2004).

-Beevor, Antony, "Berlín. La caída: 1945" (Crítica, 2002).

-Benoist, Alain de, "Comunismo y nazismo" (Áltera, 2005).

-Buber-Neumann, Margarete, "Prisionera de Stalin y Hitler" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2005)

-Judt, Tony, "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945" (Taurus, 2006).

-Todorov, Tzvetan, "La experiencia totalitaria" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010).