Después de un pequeño paréntesis de casi dos mesecitos, vuelvo con renovados bríos. Ea.
El nazismo se ha
relacionado directamente con uno de los partidos que han ocupado cargos en el
nuevo gobierno ucraniano: Svoboda
("Libertad"), lo cual ha provocado numerosas críticas, sobre todo en
medios rusos o de izquierdas. En cambio, la exhibición sin tapujos de
parafernalia soviética por el lado de los partidarios de Rusia en el conflicto
no he visto que haya provocado rechazo alguno. Ni una queja, vamos. Todo esto
me sirve de excusa para explicar el asunto al que voy, esto es, por qué en
nuestra conciencia colectiva no tenemos reflejados de la misma manera los
crímenes nazis y los de las dictaduras comunistas, o lo que es lo mismo: por
qué el comunismo no suscita tanto rechazo como el nazismo o el fascismo. Sobre
la condena al nazismo hay consenso, pero la del comunismo es conflictiva. Si
ambos sistemas han asesinado a millones de personas sería lógico a primera
vista que tuviéramos una opinión similar de las dos ideologías, y sin embargo
no es así. Las razones para esta
asimetría son varias, paso a resumirlas:
-Una diferencia
puramente ideológica. Es decir, más que una razón es un argumento según el cual
el comunismo es una presunta doctrina de amor entre los pueblos, humanista, mientras que
el nazismo propugna el odio. El comunismo tendría buenas intenciones mientras que
las del nazismo son malas. A este argumento se le responde con los hechos. Si
tenemos en cuenta que en nombre del comunismo se ha perseguido y asesinado a
muchas más personas que bajo el nazismo, desde luego es como para desconfiar de las
ideologías con supuestas "buenas intenciones". En cualquier caso, cabría preguntarse más bien cómo es posible que unos sistemas políticos que han resultado ser los más destructivos de la historia -las dictaduras comunistas y la nazi- pudieran despertar tanta devoción y espíritu de entrega en millones de personas.
-Otra diferencia
ideológica, bastante más de peso. La ideología marxista es más
compleja y está mucho más elaborada que el pensamiento nazi o fascista, y por
tanto ha influido mucho más profundamente que éste en el análisis de la
sociedad que llevan a cabo los medios de comunicación. Los conceptos de "capitalismo"
y "burguesía" que todos utilizamos incluyen tanto al fascismo como a
las democracias. A la vez, el "antifascismo" reúne a las democracias
y los regímenes comunistas. Esta confusión, impulsada en su día por la Unión
Soviética y que borra todo parentesco entre nazismo y comunismo, quedó muy reforzada por el desenlace de la Segunda Guerra Mundial,
en la que la URSS venció junto a las democracias. El mundo quedó dividido entonces en fascistas y antifascistas, una falsa dicotomía promovida por los comunistas y consagrada por la guerra. Del mismo modo, se hizo habitual un sofisma según el cual todo anticomunista pasaba automáticamente a ser, cuando menos, sospechoso de fascista, negando la posibilidad de ser anticomunista y antifascista a la vez.
-El resultado de la
Segunda Guerra Mundial propiamente dicho. La Alemania nazi y sus aliados fascistas fueron aplastados, la
Unión Soviética, aliada de las democracias, resultó ser la gran vencedora y el
comunismo se extendió por el mundo. El Mal, representado por las potencias del Eje, había sido derrotado y el comunismo
había contribuido decisivamente a ello.
-El reconocimiento
de los crímenes. Alemania se ha mostrado desde la Segunda Guerra Mundial
completamente dispuesta a reconocer y expiar sus culpas. En cambio, los
crímenes soviéticos se ocultaron y falsearon durante décadas, y todavía tras la
caída del Bloque del Este las autoridades rusas han persistido en ocasiones en
negar su evidencia. Aparte de las numerosas reivindicaciones de la figura de
Stalin que se han dado en Rusia en los últimos años, baste mencionar como
ejemplo que cuando Antony Beevor se atrevió a documentar en su libro
"Berlín. La caída: 1945" (2002) el enorme número de violaciones que
cometió el Ejército Rojo en Alemania, tuvo que aguantar ataques y
amonestaciones incluso por parte del embajador ruso en Londres.
-De las dos últimas
razones se extrae otra. Tras ser vencido militarmente, el nazismo fue juzgado y
los responsables del Tercer Reich castigados, cuando no se habían suicidado u
ocultado. La ruptura es clara. En cambio, en Europa del Este los regímenes
comunistas cayeron casi sin violencia (afortunadamente), de modo que los
antiguos dominados y dominantes se pusieron a convivir como si nada. La
situación incitaba poco a saldar cuentas (como pasó en la Transición española),
sobre todo porque entre tanto los antiguos dirigentes comunistas se habían
convertido en los más ricos del país, grandes propietarios y empresarios.
-Los campos de
concentración nazis fueron liberados, fotografiados y filmados con profusión.
Los crímenes nazis salieron a la luz pública y horrorizaron al mundo, y
continúan horrorizándolo gracias al cine y la literatura. En cambio nadie
liberó, fotografió, ni filmó los campos soviéticos. Para muchos, lo que no está
recogido en imágenes simplemente no existió. Los interesados sólo nos empezamos
a enterar a ciencia cierta de los detalles del Gulag y otros horrores
estalinistas tras la caída de la URSS. Entonces se demostró que Solzhenitsyn y
Conquest habían estado mucho más cerca de la verdad de lo que sus críticos
admitían.
-Diferencias entre
las características del régimen nazi y los comunistas, o más bien entre sus
víctimas. Es mucho más fácil identificar como grupo a las víctimas del nazismo
que a las del comunismo. En el primer caso se trata de rivales políticos (sobre
todo comunistas) y grupos étnicos que se reconocen como tales: judíos, gitanos
y eslavos. Los grupos étnicos cuentan con rasgos distintivos: lengua, religión,
costumbres, una memoria común y conciencia de grupo. No sucede lo mismo en el
caso de la mayoría de los perseguidos por el comunismo, si exceptuamos a los
grupos étnicos. Los rusos blancos abarcaban un amplio espectro político
(básicamente a todos los que no tragaban el comunismo) y nunca estuvieron
cohesionados, nunca fueron un grupo, sino muchos. Nunca tuvieron cronistas, ni
tradición, ni identidad, y lo mismo se puede decir de los burgueses o los
kulaks, unos términos sociopolíticos bajo los cuales podían caber muchas
personas muy diferentes entre sí. En realidad, lo único que tenían en común los
perseguidos por el comunismo era que los calificaban de "enemigos del
pueblo", aunque ahí podían entrar incluso los propios comunistas. Bajo las
dictaduras comunistas cualquiera podía convertirse con facilidad en perseguido,
hasta los perseguidores, por tanto es muy complicado recordar a sus víctimas
como una entidad diferenciada.
La frontera entre
dominantes y dominados es muy clara en el nazismo pero confusa en el comunismo,
no sólo porque los propios dirigentes pudieran ser víctimas de procesos, sino
porque en realidad toda la sociedad se veía atrapada en el engranaje represivo.
La misma frontera entre vigilantes y vigilados también es confusa, ya que los regímenes comunistas no se limitaban a imponerse a la ciudadanía, sino que también alentaban a la gente a implicarse en la represión, colaborando con las fuerzas de seguridad e informando sobre las actividades y opiniones de sus vecinos, colegas, conocidos, amigos y familiares. La negativa a hacerlo podía costarle a alguien, como mínimo, el futuro de sus hijos.
En los últimos años
todo esto se ha comentado muchas veces en libros, foros y debates. Sin embargo
no es suficiente, estas razones no lo explican todo. En muchas discusiones
acerca del nazismo y el comunismo, siempre hay alguien que acaba preguntando
por qué si ambas ideologías conducen igualmente a la dictadura y el terror, un
neonazi no tiene nada que ver con un militante de Izquierda Unida o de
cualquier partido comunista democrático actual. Bien, para explicar esto hay
que tener en cuenta el factor geográfico.
En Europa hay dos
memorias del totalitarismo, la occidental y la oriental. Los países de Europa
Occidental fueron víctimas de dictaduras fascistas, de modo que tienen cuentas
pendientes con el nazismo, el fascismo y el franquismo. Nunca han padecido
dictaduras comunistas porque lo máximo que pasó por ellos del Ejército Rojo
fueron sus coros y danzas, si exceptuamos a los militares soviéticos que acudieron en ayuda del bando republicano durante la Guerra Civil Española. En estos países los comunistas apenas si han estado
en el poder, y cuando lo han hecho ha sido formando parte de coaliciones de
izquierdas o en ayuntamientos. Con respecto a estos comunistas, aunque
ideológicamente tuvieron una etapa prosoviética, su situación política y
geográfica les permitió evolucionar y muchos de ellos abandonaron el leninismo
en los años setenta. Por eso, el comunista occidental medio no se parece
ni a un exterminador de kulaks de los años treinta ni a un burócrata arribista
y cínico de la era Brezhnev, sino que es un tipo respetable, interesado en el
bien común y solidario, cuyo partido tiene una larga tradición democrática y de
lucha por las libertades. Nada que ver por tanto con un miembro de la extrema
derecha, cuyo discurso sigue siendo profundamente antidemocrático.
En Europa Oriental
la situación es muy diferente. Allí hubo unas cuantas dictaduras comunistas
durante décadas. En estos países todo el mundo sufría el régimen y a la vez
contribuía a consolidarlo. Por ello, para muchos lo importante una vez
desaparecida la dictadura ha sido "pasar página", pero para los que
padecieron directamente la represión y sobrevivieron, el comunismo seguramente sea
tan odioso o más que el nazismo. Polonia sufrió una brutal ocupación nazi y
luego una prolongada dictadura comunista. No es de extrañar por tanto que allí
sea frecuente la condena a ambos sistemas por igual. Algo similar ocurre en los
países bálticos o en Ucrania, sin ir más lejos.
La memoria del
comunismo y la del nazismo siguen alejadas. La del comunismo que se vivió en Europa del Este parece irreconciliable con la de Europa Occidental, dado que
proceden de experiencias diferentes: en Europa Occidental sólo
existe la memoria del fascismo, del nazismo y del franquismo. A esto hay que
añadir que en muchas ocasiones se realizan alusiones arbitrarias al pasado con el objetivo
de ensalzar a un grupo político o de favorecer determinados intereses. Se piensa que una
experiencia puede anular otra igual de criminal pero de signo contrario.
Afortunadamente
contamos con el testimonio de algunas personas que padecieron los horrores de
ambos sistemas y de quienes en su día alzaron su voz contra los dos, poniéndose
así al servico de la justicia y no de un grupo o una ideología (como la alemana Margarete Buber-Neumann).
La historia del
totalitarismo sólo puede sernos útil como herramienta contra el mal si la
despojamos de intereses personales, ideológicos o de grupo, y reconocemos que
el crimen de masas no es algo exclusivo o propio de un único sistema político,
sino que forma parte de nuestra naturaleza y de nuestra historia colectiva. De
nosotros mismos, vamos. Como expresó Romain Gary, escritor de origen ruso y judío que
combatió en las Fuerzas Francesas Libres durante la Segunda Guerra Mundial:
"Mientras no admitamos que la inhumanidad es algo
humano seguiremos en la mentira piadosa".
A la vez, tampoco se
deben mezclar todas las desgracias del pasado, sino destacar lo que cada una
tiene de paradigmática. Y para eso están los historiadores.
Más información:
-Applebaum, Anne,
"Gulag" (Debate, 2004).
-Beevor, Antony,
"Berlín. La caída: 1945" (Crítica, 2002).
-Benoist, Alain de,
"Comunismo y nazismo" (Áltera, 2005).
-Buber-Neumann,
Margarete, "Prisionera de Stalin y Hitler" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2005).
-Judt, Tony, "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945" (Taurus, 2006).
-Todorov, Tzvetan, "La experiencia totalitaria" (Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010).