Vivimos días de grandes aniversarios. Hoy, por ejemplo, es el de la liberación de Auschwitz por el ejército soviético, un suceso que seguramente tuvo mucho de bueno, pero también algo de malo, cosa que por lo general se desconoce.
Y ayer fue el primer aniversario de este mi blog, motivo de abrir esta entrada. Un blog que me parece que tiene mucho que mejorar, al que he hecho caso sólo de vez en cuando, pero que me ha servido para contar lo que me ha dado la gana (y para que algunos pocos lo leyeran).
Pues nada, querido blog: feliz primer cumpleaños. Y perdona el retraso de un día, pero es que ayer ni me acordé.
Todo empezó hace doce
meses con un festín de quesos. Después nuestra relación fue cuajando poco a
poco, en porciones. Sería una bola si te dijera que éste ha sido mi mejor año
-y sabes por qué-, aunque sin ti habría resultado mil veces más amargo. Gracias
por ser tan valiente –cual prota de Ratatouille-
y haberte lanzado a cambiar nuestras vidas, gracias por curarme con tu aceite
mágico y aromático, gracias por derretirme con tu calor, gracias por querer
madurar junto a mí, ojalá esto dure hasta
el infinito y más allá. Ah, y que nunca nos falte el queso. Te quiero,
Raquel.
Donatello, la tortuga
ninja, advirtió a Raphael (otra tortuga ninja, nada que ver con el famoso
cantante) que no abriera el portón del camión porque había un toro de lidia de
cien gramos de peso encerrado dentro. Raphael hizo caso omiso, abrió el portón
y, antes de que pudiera darse cuenta, volaba por los aires tras ser embestido por
el astado. Afortunadamente una chica pirata de Playmobil acudió en su ayuda a
lomos de un félido de dientes de sable dejando al bovino fuera de combate. Por
desgracia, no tardó en ser atropellada junto a su montura por un enorme coche
conducido de forma vandálica por otro Playmobil. Mientras tanto, un elefante
africano decidió que si un toro cabía dentro del camión, por qué no iba él a
intentar entrar. Sus enormes orejas desplegadas le pusieron dificultades, pero al final lo
consiguió. Eso sí, salir de allí iba a ser otro cantar. También apareció un lobo con ganas de morder a todo el mundo. Raphael, recuperado de
su encuentro con el toro, agarró el cañón de plástico que había en lo alto del
camión y disparó sobre aquellos agresivos animales, pero el arma era poco
potente y sólo conseguía hacerles cosquillas, y eso cuando les acertaba. Harto,
aprovechó un momento en que estaban juntos y los atropelló brutalmente a todos con el camión.
Los animales quedaron desperdigados por el suelo ofreciendo una imagen dantesca,
y entonces todo terminó porque llegó la hora de cenar.
Y bueno, éste es el resumen de
lo que ocurrió mientras jugaba el otro día con Iván, el hijo de Raquel.
Joseph Joanovici(o Joinovici)
nació en el seno de una familia judía de Chisináu, Moldavia, hacia 1905. Por
entonces la ciudad se llamaba Kishinev y pertenecía al Imperio Ruso.
Según relataría él
mismo, tras el asesinato de sus padres durante un pogromo, Joanovici llegó a
Francia en 1925. Se instaló en Clichy, un suburbio de París, donde supo hacer
negocio con la chatarra. Un inmigrante pobre, huérfano e iletrado se transformó
así en alguien importante, llegando a ser conocido como el Señor Joseph.
Este increíble éxito le haría pensar durante el resto de su vida que con dinero podría conseguir lo que quisiera y comprar a quien fuera. Casi siempre fue así.
Tras el estallido de la
Segunda Guerra Mundial,permaneció en
Francia durante la ocupación alemana y se convirtió en multimillonario
vendiendo metal a los nazis, a pesar de ser judío.
No sólo tuvo trato con
los nazis, también con el crimen organizado parisino. Por ese motivo necesitó
de la protección de la llamada Gestapo francesa, una siniestra organización dirigida por dos maleantes, Henri Chamberlin, conocido como Lafont, y Pierre Bonny, a los que los nazis habían otorgado puestos de
responsabilidad.
Lafont
Bonny
Se dice que durante una
cena, Lafont le espetó a Joanovici:
-Después de todo,
Joseph, no eres más que un sucio judío.
A lo que éste
respondió:
-¿Y cuánto costaría
dejar de serlo, Hauptsturmführer?
A la vez, Joanovici
formó parte también de la resistencia francesa, y en 1944, tras la liberación
de París, delató a Lafont y Bonny, que fueron juzgados y ejecutados.
Tras la guerra Joanovici fue detenido por colaboracionista, pero se le puso en libertad por falta de pruebas (a pesar de ser sospechoso incluso de participar en el asesinato un miembro de la resistencia: Robert Scaffa). En 1947 escapó a Munich, y al cabo de unos meses regresó esperando contar con la ayuda de algunos amigos de la Prefectura de Policía de París, burlando además a la DST que le estaba esperando en Phalsbourg para detenerlo.
En 1949 fue juzgado y
condenado a cinco años de cárcel.
En 1952 salió de
prisión, pero tuvo que permanecer bajo arresto domiciliario en Mende.
En 1957, acusado de
fraude fiscal, escapó a Suiza y de ahí a Israel, pero fue expulsado de este
país (junto a Robert Soblen y Meyer Lansky, es uno de los tres único judíos a
los que no se les ha aplicado la Ley del Retorno de Israel).
Murió arruinado en
1965.
Este año se ha
publicado en España una trilogía de cómics titulada Érase una vez en Francia
(Nury y Vallée, Norma Editorial), que narra la vida de Joanovici. Los autores
mezclan hechos reales con otros ficticios que rellenan las lagunas
existentes en la biografía de este ambiguo personaje.
El resultado es
magistral, no sólo por la excelente calidad del dibujo, sino también porque la
narración engancha desde la primera a la última viñeta. La intensa vida de
Joanovici es un reflejo de la propia Francia durante la guerra, que se movió
entre la resistencia y la colaboración con el ocupante. A lo largo de la
historia va apareciendo una serie de personajes más o menos oscuros, de dudosa
ética, corruptos, de gánsteres y de asesinos. Nadie se libra de mostrar su lado
maligno, empezando por el principal protagonista, cuyos escrúpulos dependen de
su ambición y su instinto de supervivencia. El título de la serie,
obviamente, hace referencia a la famosa película de Sergio Leone.
Una pareja discutiendo a voz en grito mientras otra la mira con envidia. La envidia de los segundos era porque ambos eran mudos y les habría encantado poder gritarse lo mucho que se querían.
Aquella pareja decidió no hablarse nunca más: se querían mucho pero no se entendían nada, a pesar de que discutían en el mismo idioma. Fue la primera vez en que estuvieron de acuerdo en algo, y se quisieron para siempre.