Cuando
uno cree que ya lo ha leído todo acerca de las barbaridades de la Segunda
Guerra Mundial va y descubre que no, que todavía quedan horrores nuevos que
van saliendo a la luz.
Michael Jones es un historiador británico que ha escrito una trilogía sobre la
guerra en el
Frente del Este. El último de sus tres libros, publicado el año
pasado en España, es
El trasfondo humano de la guerra (Crítica).
Tras una pequeña introducción sobre la campaña de 1941, el libro cuenta las
vicisitudes del Ejército soviético desde Stalingrado hasta Berlín. Para ello
Jones se apoya en los testimonios de
muchos veteranos a través de sus cartas o de entrevistas.
El
libro es en realidad, como el propio autor admite, un homenaje a los soldados
del Ejército Rojo cuyo sacrificio permitió la derrota de la Alemania de Hitler.
Describe con todo detalle sus sufrimientos y las atrocidades que descubrían a
medida que atravesaban los territorios antes ocupados por los nazis, o cuando
entraban en los
campos de la muerte. Pero también hace referencia, como es lógico,
a los
crímenes que muchos de esos hombres cometieron cuando entraron en suelo alemán.
Y no
solo en suelo alemán.
Yevgeni Ananevich Jaldei tenía 28 años cuando tomó la fotografía más famosa de su
vida, la del oficial soviético que sostenía una bandera roja en lo alto del
Reichstag. La imagen ha llegado a ser un icono, un símbolo de la derrota del
nazismo y del fin de la guerra en Europa.
Como
corresponsal de la agencia de noticias
TASS, Jaldei acompañó al Ejército Rojo
desde el inicio de la guerra. Fue testigo directo del terrible precio pagado y
del enorme sufrimiento, tanto de civiles como de militares, en el Frente del Este.
Él mismo, que era judío y había nacido en Ucrania, descubrió que los nazis
habían asesinado a su familia y habían tirado los cuerpos al fondo de una mina.
Conforme el Ejército Rojo avanzaba hacia el oeste, Jaldei tomaba fotos de las atrocidades cometidas por los nazis contra la población y los judíos. Las
autoridades soviéticas permitían la publicación de las primeras, pero se
mostraban reticentes con las imágenes de judíos asesinados.
De
hecho, su condición de judío hizo que Jaldei perdiera su trabajo en 1948.
Durante una década tuvo que apañárselas por su cuenta, hasta que en 1959 empezó
a trabajar para
Pravda. No obstante, en 1970 fue forzado a abandonar el
trabajo de nuevo y por el mismo motivo.
La
fama internacional por sus fotos sólo le llegó tras la caída de la URSS, pero
no tuvo mucho tiempo para disfrutarla ya que murió en 1997.
Jaldei
se inspiró en la
famosa foto de Iwo Jima, de
Joe Rosenthal, para tomar la suya
sobre el Reichstag. Llegó a Berlín con una bandera hecha con un mantel rojo: «Y
entonces, al Reichstag. Subí al tejado con unos cuantos soldados y busqué un
buen ángulo. Encontré el sitio y le dije a uno de los soldados: “Sube ahí
arriba”. Y él me respondió: “Vale, pero si alguien me sujeta los pies”».
Era
el 2 de mayo de 1945.
La
foto fue retocada. Ésta es la original:
El
propio Jaldei añadió después humo para dar la sensación de que en el momento de tomar la foto
se continuaba combatiendo en Berlín (en realidad, los alemanes se acababan de
rendir):
Más
tarde, las autoridades soviéticas ordenaron acentuar el humo del fondo y
eliminar uno de los dos relojes de pulsera que lleva el tipo que sujetaba al de la
bandera, para no dar la sensación de que los militares soviéticos eran unos
saqueadores:
El
resultado final:
Durante
cincuenta años la propaganda soviética divulgó que el hombre que alzaba la
bandera en la fotografía de Jaldei era un georgiano llamado
Meliton Varlamovich Kantaria. Hoy
sabemos que se le eligió simplemente por satisfacer a Stalin, que también era
georgiano, pero lo cierto es que el tipo que levantó la bandera aquel día sobre
el Reichstag era ucraniano y se llamaba
Aleksei Kovalev (o Alyosha Kovalyov, en ucraniano).
En su
libro, Michael Jones cuenta la entrevista que le hizo a Kovalev. Cuenta su historia.
El 30
de abril de 1945 los soviéticos ocuparon posiciones alrededor del
Reichstag.
Aunque la importancia de aquel edificio (el parlamento) en la Alemania de
Hitler había sido mínima, tenía un gran poder simbólico. El mariscal
Zhukov había pedido a sus hombres que
plantasen una bandera roja allí. Esa bandera simbolizaría el fin de la guerra.
El soldado
Mijail Petrovich Minin recordaba: «En el cuartel general y
los puestos de mando, los oficiales políticos nos habían explicado que
cualquier bandera o enseña roja, cualquier tela roja que se alzase sobre el
Reichstag sería considerada la bandera de la victoria. Y todo el que ayudase a
ponerla allí sería condecorado con el título de Héroe de la Unión Soviética.
Éramos conscientes de que aquellas condecoraciones nos podían costar la vida».
Hubo
una serie de ataques a lo largo del día contra el edificio, pero fracasaron y
los soviéticos tuvieron muchas bajas. A las 14:40 un grupo entró en el
Reichstag y se vio ondear una bandera roja en una de las ventanas del primer
piso. El hombre que la puso allí fue Kovalev. Después, la bandera desapareció y
el grupo fue expulsado del edificio.
Conforme
se acercaba la prestigiosa
fecha del 1 de mayo, los intentos por tomar el
Reichstag -o al menos por plantar una bandera en lo alto- se volvieron cada vez
más frenéticos. La noche del 30 de abril se formó un grupo de cinco soldados,
uno de los cuales era Minin. Fue él quien consiguió abrirse paso a tiros y
finalmente alzar la bandera en el tejado del Reichstag.
El 1
de mayo la noticia del suicidio de Hitler llegó hasta los mandos soviéticos
transmitida por el general alemán
Hans Krebs, que inició las negociaciones para la rendición de la ciudad. Al
concluir ese día, el Reichstag ya estaba completamente controlado por los
soviéticos.
Al
día siguiente llegó Jaldei.
La
persona escogida para salir alzando la bandera en la foto de Jaldei fue el
teniente Kovalev. Él había sido uno de los primeros en llegar al Reichstag. Él
había sido en realidad el primero en colocar una bandera roja allí, y además
era un tipo admirado en el Ejército como jefe de una sección de reconocimiento.
La
mañana del 2 de mayo el mariscal Zhukov visitó el Reichstag. Se encontró con
Kovalev y le preguntó acerca de la toma del edificio. Kovalev le habló de una
carga desenfrenada, de cómo habían subido las escaleras hasta el primer piso y
habían ametrallado a dos alemanes que se escondían tras un colchón. Fue
entonces cuando anudó una bandera roja a una ventana.
Zhukov
quedó encantado y le regaló a Kovalev su mapa personal de Berlín como
recuerdo. Cuando Jaldei llegó para hacer su foto, Zhukov insistió en que fuera
Kovalev el que apareciera izando la bandera. Después
los censores soviéticos modificaron la foto, cambiaron la identidad de Kovalev
y le dijeron que guardara silencio. Hoy, por fin, sabemos la verdad.
Jones
resalta que Kovalev «fue un hombre valiente y un soldado duro que siempre
estuvo en la vanguardia de la acción». El propio Kovalev dice que «he matado a
más gente que pelos tengo en la cabeza». Pero
la entrevista sigue, y la voz de Kovalev empieza a cortarse:
«Como
explorador con labores de reconocimiento, siempre iba por delante de nuestro
ejército y tenía que reunir datos para la inteligencia. Usaba a la gente local;
los abordaba y les preguntaba por el paradero de los alemanes. Eran rusos,
gente buena, y querían ayudarme. Me decían todo lo que sabían».
A
Kovalev le cuesta continuar, pero sigue hablando:
«Imagine
esto. Cojo a una joven rusa, que está lavando la ropa en el río, a un niño que
juega en un pueblo, o a un anciano sentado a la puerta de su casa. Les
pregunto. Ellos me ayudan en todo lo que pueden. Y entonces, la “norma férrea
de nuestro ejército”: tengo que matar a mis fuentes, sin excepción. No puedo
correr el riesgo de que los alemanes los capturen, interroguen y descubran que
nuestras tropas están en las inmediaciones. No puedo poner en peligro a todo
nuestro ejército por la vida de una sola persona».
Kovalev
llora pero sigue:
«Les
cortaba el cuello con un cuchillo. Maté a centenares de los nuestros, personas
decentes, amables, honradas. Los maté, los asesiné para poder derrotar a los
alemanes. Este es el precio que pagué. Tengo que vivir con esto cada día,
durante toda mi vida».
Jones
habla de los crímenes del Ejército Rojo, pero también pide comprensión.
Comprensión hacia unos hombres que se vieron metidos en el peor de los
infiernos y que derrotaron a la Alemania nazi tras unos sacrificios extremos,
en una lucha sin
Convención de Ginebra, en la que se libraron las batallas más
brutales y más importantes. Unos hombres que fueron testigos de las peores
atrocidades.
En
fin, creo que esto fue la guerra en el Frente Oriental. Se me hace complicado
hablar de “buenos” y “malos”. Más bien fue un cataclismo en el que muchas
personas se mataron entre sí de la forma más brutal, y muchísimos inocentes
fueron asesinados. Y en la que hubo mucha propaganda, muchísima propaganda.
La
guerra en todo su esplendor, en definitiva.