Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.
Armin T. Wegner
fue uno de los varios representantes de la comunidad internacional que
contemplaron las atrocidades. Éstas se llevaron a cabo ante observadores
neutrales (suizos, estadounidenses, daneses, suecos) y funcionarios civiles y
militares, alemanes y austriacos, destinados en la zona. Sus múltiples informes
permitieron a las asociaciones de ayuda a los refugiados y a la prensa dar a
conocer al mundo que, en lugar de un simple desplazamiento de la población en
una zona de guerra, se estaba cometiendo un asesinato colectivo en todo el
país. En 1916 todos estos informes fueron sintetizados en una importante
antología publicada bajo la dirección de James
Bryce, presidente de la Anglo-Armenian Association, y con el concurso de un
joven historiador de Oxford, Arnold J.
Toynbee. El grueso
volumen se titulaba The treatment of Armenians in the Ottoman Empire. Se envió a unas 250
publicaciones estadounidenses y al año siguiente se editó en francés.
Esta
obra, junto con el Informe secreto del pastor Johannes Lepsius, presidente de la Deutsche Orientalische Mission,
que apareció también en 1916 y del que se distribuyeron 20.000 ejemplares en
Alemania, las Memorias del embajador estadounidense Morgenthau y el
importante testimonio del periodista alemán Harry Stuermer, Dos años en Constantinopla, contienen las
descripciones y los análisis más precisos de las atroces operaciones que se
llevaron a cabo durante largos meses en territorio turco.
Por
su parte, como testigo de las atrocidades, Wegner escribió sobre ellas y tomó
cientos de fotografías en Deir ez-Zor con el ánimo de denunciarlas. Wegner fue
quien mostró las imágenes del horror:
Últimamente he hecho muchas
fotografías. El bajá Djemal, el verdugo sirio, ha prohibido tomar fotografías
en los campos de exterminio, bajo pena de muerte. Yo llevo las imágenes del
terror y de la denuncia escondidas en el cinturón.
En los campamentos de Meskené y
Aleppo he recogido muchas cartas de súplica que guardo en mi petate, a la
espera de poder enviarlas desde la embajada estadounidense en Constatinopla.
Sé que cometo alta traición, pero
saber que puedo contribuir siquiera lo más mínimo a ayudar a estas pobres
personas me llena de gozo, más que cualquier otra cosa.
Aquí morían asesinados por los
kurdos, saqueados por los gendarmes, fusilados, ahorcados, envenenados,
apuñalados, estrangulados, consumidos por las enfermedades, ahogados de sed, de
hambre, podridos…
Morían de todas las muertes del
mundo, las muertes de todos los siglos.
Vi a muchos volverse locos y
comerse sus propios excrementos, vi a madres tirar a sus hijos a los pozos, y a
mujeres embarazadas arrojarse cantando al Éufrates.
La voz de la conciencia, la voz de
la humanidad, no se acallarán nunca en mi interior… Esta carta es un testamento
espiritual. Son las voces de millares de muertos que hablan a través de mí.
A petición de las autoridades turcas, Wegner fue
arrestado, degradado y devuelto a Alemania.
Aunque algunas de sus fotografías fueron
destruidas, muchas han llegado a nuestros días gracias a que su autor las
escondió.
En 1919 escribió una carta al presidente de los
Estados Unidos, Woodrow Wilson, en
la que denunciaba las atrocidades turcas contra el pueblo armenio. La carta le
llegó a Wilson en la conferencia de paz posterior a la Gran Guerra, e influyó
en la creación de un estado armenio independiente.
Tras la guerra, Wegner se convirtió en un activo
pacifista.
El
genocidio armenio entre la negación, el olvido y el reconocimiento tardío
Talat llegó a ser Gran Visir en 1917, pero en 1919
fue condenado a muerte junto a los otros dos miembros del triunvirato, İsmail
Enver y Ahmed Djemal. Los tres, fugitivos desde noviembre de 1918, escaparon a la
justicia, pero no a la muerte. Enver
murió en 1922 combatiendo contra los bolcheviques (a quienes previamente se
había unido); Djemal fue asesinado
aquel mismo año en Tiflis por un armenio llamado Stepan Dzaghigian; y Talat cayó en Berlín, en 1921, bajo los
disparos de otro armenio, Soghomon Tehlirian.
Tehlirian
fue juzgado y absuelto, pese a ser culpable del asesinato de Talat. Wegner
testificó en su favor. Y un joven estudiante judío polaco de la Universidad de
Lviv realizó entonces un estudio sobre el proceso del asesino juzgado en
Berlín. Se llamaba Raphael Lemkin, y
veintitrés años más tarde, en 1944, acuñaría el término "genocidio" a partir de la palabra griega genos (raza,
pueblo) y del sufijo latino cide (de caedere, matar).
El
genocidio armenio ya fue denunciado públicamente en 1915, en una declaración
conjunta de las potencias aliadas (incluida Rusia), que lo calificaba como un
“crimen de Turquía contra la humanidad”.
Artículo
del New York Times, 1915
Tras
el armisticio turco del 30 de octubre de 1918, los vencedores intentaron
aplicar los principios del Derecho Internacional a los autores de la masacre.
Una comisión aliada se puso a trabajar en ello en enero de 1919 basándose en la
Convención de La Haya de 1907, que había convertido la protección de los
civiles en principio absoluto. El Tratado de Sèvres, firmado el 10 de agosto de 1920, exigió en varios de sus
artículos que se nombrara un tribunal aliado para juzgar a los responsables.
Era una oportunidad histórica para poner en marcha una jurisdicción
internacional encargada de juzgar las atrocidades cometidas por un gobierno
criminal. Sin embargo, nada pudo hacerse. La ola de nacionalismo y la guerra de
independencia que azotaron a una Turquía a punto de desmembrarse llevaron al
poder a Mustafa Kemal. Los Aliados
no quisieron incomodar demasiado al nuevo líder y, ocupados en otros asuntos,
para ellos los armenios pasaron a ser una cuestión secundaria. Finalmente, fue
la justicia del gobierno de Constantinopla que había sucedido a los Jóvenes
Turcos la que inició un proceso contra los responsables del genocidio el 26 de
abril de 1919. El acta de acusación se refería a las “deportaciones concebidas
y decididas por el comité central del Ittihad (Comité de Unión y Progreso, el
partido de los Jóvenes Turcos) y al “exterminio de todo un pueblo que
constituía una comunidad distinta”. El veredicto del 19 de julio condenó a
muerte a los tres principales instigadores (Talat, Djemal y Enver) y a quince
años de prisión a los ittihadistas de segunda fila. Pero el tribunal rechazó
que la decisión hubiera constituido un acto de Estado, al estimar que los
responsables no habían actuado como ministros en misión oficial, sino como
miembros de una sociedad secreta culpable de “conspiración”. Así se eludía
responsabilizar al Estado turco del genocidio.
La
victoria kemalista en la guerra de independencia turca implicó la abolición de todos los actos del gobierno de
Constantinopla: los tratados, los decretos y, por supuesto, las decisiones de
sus tribunales. Los propios tribunales fueron abolidos, los jueces, detenidos,
y los procesos, desaparecieron: el 31 de marzo de 1923 la revancha del
nacionalismo dio lugar a una amnistía general, que algunos meses más tarde fue
ratificada por el Tratado de Lausana.
La guerra que enfrentó en 1920 a los
nacionalistas turcos con la efímera República Democrática de Armenia
(creada en 1918), terminó con la victoria de los primeros y la reintegración de
casi todo su territorio en Turquía. La parte más oriental pasó a ser una república soviética (padeciendo más asesinatos y deportaciones en masa en
tiempos de Stalin), y no lograría su independencia hasta 1991.
Durante
el conflicto, los nacionalistas turcos llevaron a cabo nuevas masacres de
armenios en un territorio que estaba lleno de refugiados supervivientes del
genocido (unos 300.000). Cuando Mustafá Kemal (Atatürk desde 1934) proclamó
la República de Turquía en 1923,
virtualmente no quedaban armenios en territorio turco.
Mustafa
Kemal Atatürk
El
nuevo Estado kemalista adoptó una tesis oficial que atribuía “la
responsabilidad de todas las calamidades a las que se expuso el elemento
armenio en el Imperio Otomano... a sus propios actos, pues el Gobierno y el
pueblo turco no hicieron más que recurrir, en todos los casos y sin excepción,
a medidas de represión o de represalias, y eso después de que su paciencia se
hubiera agotado”.
La
negación alimentó el olvido y, veinticinco años más tarde, Turquía firmó la Convención sobre el Genocidio de 1948
sin ningún complejo. Hubo que esperar hasta 1965, fecha del quincuagésimo
aniversario del genocidio, para que el traumático acontecimiento volviera al
primer plano de la escena política, diplomática e historiográfica. Los
representantes de la comunidad armenia llevaron a cabo un trabajo de
recuperación de la memoria que logró, entre otras cosas, convertir el 24 de
abril en una fecha conmemorativa sagrada para los armenios del mundo entero.
Ante la persistente negativa del gobierno turco a reconocer la responsabilidad
histórica de su Estado, tuvieron que buscar pruebas de la misma, emprendiendo
una investigación histórica cuyos resultados debían ser expuestos a las
organizaciones internacionales. Esta estrategia empujó a su vez al gobierno turco
a lanzar una contraofensiva historiográfica para invalidar las pruebas de lo
que llamaba un “supuesto genocidio”, valiéndose de investigadores extranjeros
entregados a la causa de Turquía. Pero como se fundaban en mentiras, llevaban
las de perder.
En
1973, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU evocó en un informe los hechos
de 1915 como el “primer genocidio del siglo”. En abril de 1984, el Tribunal
Permanente para el derecho de los Pueblos dictó sentencia, calificando los
acontecimientos como “un crimen imprescriptible de genocidio en el sentido de
la Convención de 9 de diciembre de 1948”. El informe de Benjamin Whitaker sobre el crimen de genocidio, que mencionaba
expresamente el caso armenio, fue adoptado por la ONU en agosto de 1986. El
genocidio fue reconocido por el Parlamento Europeo en 1987, advirtiendo que su
no reconocimiento por parte de Turquía representaría un “obstáculo insalvable”
para que se examinara su candidatura a ingresar en la Comunidad Europea. Hoy el genocidio armenio está oficialmente reconocido por veinte países y 42 estados de EEUU. El gobierno de este
último país, que tiende a contemporizar con su aliado estratégico en Oriente
Próximo, sigue sin reconocer el genocidio armenio: la Casa Banca habla
púdicamente de “matanza deliberada”. En España, el genocidio sólo ha sido
reconocido como tal por el País Vasco y Cataluña.
La
versión turca de los acontecimientos se ha desarrollado en tres direcciones: el
pueblo armenio, la acción unilateral y la intencionalidad del Estado. Para los
turcos, el pueblo armenio carecía de una existencia consciente y no era más que
una comunidad esencialmente nómada que nunca se estableció en ningún sitio,
nunca fue mayoritaria en Anatolia y, por tanto, no tiene historia. Además, para
los historiadores de Ankara la lucha entre turcos y armenios se debió, desde
antes de 1915, al terrorismo insurreccional de éstos y las represalias de
aquéllos. Por tanto, no puede tratarse de un genocidio, ya que era en realidad
una lucha entre dos bandos, aunque desigual, por la supervivencia de un país en
guerra, con todas las consecuencias lamentables que tiene ese tipo de
situación. Así, según escribió el diplomático-historiador Kamuran-Gürün, “el Gobierno otomano se vio obligado a decidir el
traslado de las poblaciones armenias”. Este autor admite 300.000 armenios
muertos, y los divide en dos categorías: las “verdaderas pérdidas” (200.000), y
los que murieron durante los traslados, que “no lo hicieron por orden del
Gobierno”, sino por los “medios rudimentarios de la época”, la subalimentación
y las epidemias, que afectaron igualmente a la población musulmana. En resumen,
para este agente de la historiografía oficial, “no se puede considerar inhumano
el hecho de que se haya preferido forzar a esos rebeldes y a sus cómplices al exilio”
antes que ejecutarlos.
El
objetivo de las tesis proturcas es demostrar que lo ocurrido fue sólo la
respuesta a una provocación y que, por tanto, no hubo intencionalidad por parte
del Estado turco en cometer ningún genocidio. Así, para el historiador
británico Bernard Lewis, el
nacionalismo armenio amenazó el corazón mismo de la patria turca, provocando la
reacción -desproporcionada pero en última instancia racional- del nacionalismo
turco. La deportación, con las dramáticas consecuencias humanas que tuvo a
causa de la desorganización provocada por la guerra, es para él el desenlace
trágico de un conflicto entre dos nacionalismos, pero no la expresión de una
voluntad sistemática de eliminar físicamente al pueblo armenio.
En
Ankara hay una avenida con el nombre del bajá Talat. En 1943, la Alemania nazi
entregó sus restos a Turquía. Su tumba se encuentra en el Monumento a la
Libertad de Estambul, junto a los de Enver (llevados allí desde Tayikistán en
1996).
Tras
un viaje por la URSS y la Armenia soviética, entre los años 1927 y 1928, Wegner
publicó Cinco dedos sobre ti, un texto en el que denunciaba
tempranamente el régimen soviético y que cosechó un considerable éxito.
En
1933 tuvo el valor de enviarle una carta personal a Hitler denunciando el acoso
a los judíos. En consecuencia fue detenido, torturado y pasó por varios campos
de concentración.
Tras
la Segunda Guerra Mundial fue condecorado y nombrado Justo entre las Naciones por el Yad Vashem. En la República de
Armenia fue condecorado con la Orden de San Gregorio. En Ereván, capital de
Armenia, hay una calle que lleva su nombre.
Armin
T. Wegner murió en 1978, en Roma.
¿Quién, al fin y al cabo, se
acuerda hoy del exterminio de los armenios?
Adolf
Hitler, 1939
Más información:
-Astorri,
Antonella y Salvadori, Patrizia, “Atlas ilustrado de la Primera Guerra Mundial”,
Susaeta.
-Bruneteau,
Bernard, “El siglo de los genocidios”, Alianza, 2006.
-Kinder,
Hermann y Hilgemann, Werner, “Atlas histórico mundial”, Akal/Istmo, 2006.
-Strachan,
Hew, “La Primera Guerra Mundial”, Crítica, 2004.
Conozco
dos cómics en castellano relacionados con el tema. El primero es “Sangre Armenia”, de Guy Vidal y
Florenci Clavé. Se editó por primera vez en 1979, y treinta años después fue
reeditado de nuevo por Glénat. Está ambientado en las matanzas de armenios a
manos de los turcos a finales del siglo XIX, las masacres hamidianas. Es un
trabajo notable, pero hay que decir que la edición de 2009 tiene un prólogo a
cargo del editor, Antonio Martín, en el que habla de “los pueblos sin estado”
(citando al presidente yanqui Wilson) y establece una demagógica comparación
entre “los casos de Cataluña y Euskadi” y los de los pueblos árabes, los
irlandeses y los armenios. En fin.
El
otro tebeo es “Medz Yeghern: La Gran Catástrofe”, de Paolo Cossi, editado por
Ponent Mon en 2009. Éste se centra en el genocidio de 1915 y aporta numerosos
datos históricos.
Tsitsernakaberd,
“Fortaleza de las Golondrinas”. Monumento conmemorativo del genocidio armenio
levantado en Ereván, en 1968.
Las imágenes son realmente duras, alguna de ellas vaya, la frase de Hitler esclarecedora, a él y a la memoria de lo que dejó, sin embargo, no le salió tan bien como a los turcos.
ResponderEliminarLamentablemente el término "genocidio" se ha usado luego para diversas matanzas, que como matanzas desde luego son condenables, pero no son genocidios, el usar tan gratuitamente esta palabra hace perder la perspectiva sobre la realidad de las cosas.
Saludos mozo.