domingo, 9 de agosto de 2020

Los nazis que vendieron armas (y estafaron) a la República




Para la Alemania nazi, la República fue una fuente de divisa fuerte tan importante como la zona nacional.

Cita recogida por Antony Beevor en su libro "La Guerra Civil Española"


Aunque edulcorados, todavía persisten unos cuantos mitos franquistas sobre nuestra guerra civil. Por ejemplo el que insiste en que la República recibió más ayuda militar que los vencedores, gracias entre otras cosas al supuesto expolio del oro del Banco de España por parte del Gobierno del Frente Popular, mientras que Franco habría contado tan solo con un escaso apoyo financiero exterior. Ángel Viñas, experto en el tema del famoso "oro de Moscú", ha demostrado que en realidad Franco no solo contó con más apoyos financieros que la República, sino que además estuvo en condiciones de movilizarlos más rápidamente. La República fabricó algunas armas y compró la mayoría de las que empleó, aunque con enormes dificultades debido a la "no intervención" internacional. Franco obtuvo las armas a crédito y se fue apoderando de las que tenían los republicanos a medida que los iba derrotando. Pero no quiero entrar demasiado en temas económicos ni jurídicos, sino que me voy a centrar en la ayuda material propiamente dicha que recibieron ambos bandos y, en especial, en aquella que la República obtuvo, aunque suene paradójico, de sus enemigos.

Desde un punto de vista militar, la imagen global de la Guerra Civil Española podría ser esta: en un lado había un ejército perfectamente pertrechado y entrenado, organizado, con amplias ayudas exteriores, ya que burlaba casi siempre el embargo internacional, y con armamento homogéneo; en el otro todo era desorganización, caos, y un ejército abastecido a medias, entrenado a medias, con las ayudas exteriores entorpecidas por el Comité de No Intervención y con una heterogeneidad armamentística que le ocasionaba serios problemas logísticos. El bando franquista contó desde el principio con la ayuda militar de Alemania e Italia y con el combustible -y esto es menos sabido- de empresas petrolíferas estadounidenses como la Texaco, la Standard Oil de Nueva Jersey (Esso) o la Socony-Vacuum Oil Company, más tarde conocida como Mobil. Franco recibió 3.500.000 toneladas de petróleo a crédito durante el curso de la guerra, mucho más del doble de las importaciones que consiguió la República. Por si fuera poco, otras empresas también estadounidenses, Studebaker, Ford y General Motors, proporcionaros a los sublevados unos 12.000 camiones, tres veces más que los entregados por Alemania e Italia juntas. En 1945 José María Doussinague, subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, admitió abiertamente que "sin el petróleo americano, sin los camiones americanos y sin los créditos americanos nunca hubiésemos ganado la guerra". El único país que ayudó a la República con una fuerza militar importante fue la URSS (ante el incumplimiento del "Pacto de No Intervención" por parte de las potencias fascistas en favor de los sublevados), pero el armamento soviético -no muy caro, en contra de lo que se ha repetido durante años- no empezó a llegar a España hasta el 4 de octubre de 1936, es decir, cuando los franquistas habían tomado Toledo y se aproximaban a Madrid. En los meses anteriores los republicanos habían tratado a duras penas de obtener armas de otros lugares, sobre todo de Francia, donde también había un gobierno frentepopulista y se suponía por tanto que era su aliada natural. Si algo se puso de manifiesto en la Guerra Civil Española fue el papel decisivo del poder aéreo, por eso los republicanos comenzaron centrando sus esfuerzos en comprar aviones al país vecino. Pero la airada reacción de la derecha francesa y el riesgo de perder al Reino Unido -que no simpatizaba con el Gobierno republicano español- como aliado en una futura contienda contra Alemania, indujo al Gobierno galo a inhibirse de forma considerable en el suministro de armas a la República. De hecho, el famoso Comité de No Intervención se creó a instancias precisamente de Francia, y aunque no fue respetado por casi ninguno de sus principales países firmantes, terminó perjudicando a los republicanos pues partió de una premisa que resultó falsa: la esperanza de que las potencias fascistas se inhibirían igual que lo harían las democracias. También se pasaron por alto, despectivamente, dos elementos esenciales. El primero es que el Gobierno republicano había sido legítimamente constituido y reconocido por la comunidad internacional y de repente se le negó el derecho inmanente a defenderse. El segundo es que en diciembre de 1935 Francia había llegado a un acuerdo comercial con España que preveía el suministro de armas a nuestro país. 

A lo largo de la Guerra Civil Española, Francia siguió una política de "no intervención atenuada" ayudando a la República de forma muy limitada e intermitente. No hay que olvidar las precarias condiciones en las que llegaban los aviones franceses a suelo republicano durante los primeros meses de la contienda, sin armas y muchas veces sin pilotos, y en mucho menor número que el material que llegaba al otro lado. Eso favoreció enormemente el avance hasta las puertas de Madrid de los sublevados. El armamento soviético que llegó a España en general era de buena calidad, pero no lo hizo en cantidad suficiente como para compensar la ventaja que proporcionaron a los sublevados las armas enviadas por Alemania e Italia. Así, en conjunto la República contó con más tanques y vehículos blindados que sus enemigos, pero estos ingenios estuvieron lejos de resultar determinantes para el resultado de las batallas como sí hicieron la aviación, las armas de infantería o la artillería, más numerosas -salvo, quizá, la artillería- y homogéneas en general entre los franquistas. Y es que la desventaja que sufrieron los republicanos no fue solo cuantitativa. Centrándome de nuevo en la aviación, frente a la frialdad automática y bien organizada con que los nacionales cubrían sus bajas con creces, aumentando la presión sobre el enemigo según lo requerían las circunstancias internacionales, se encontraba un esbozo de fuerza aérea que libraba la más dura batalla solamente para conseguir que el 30% de los aviones disponibles sobre el papel pudiera volar (la República no tenía la capacidad técnica, ni el combustible necesarios, para mantener a tantos aviones en vuelo). Los pilotos republicanos aterrizaban y despegaban sin una DCA que protegiera sus maniobras. Los mecánicos sufrían la pesadilla de la escasez de recambios, producida por un bloqueo que ni la flota ni los diplomáticos supieron romper. El personal de pista vivía bajo las bombas alemanas, cambiando constantemente de aeródromo para seguir a la escuadrilla a través de carreteras plagadas de controles políticos. A los mandos no les iba mejor pues, por un lado, tenían que rechazar los continuos intentos de los diferentes partidos por controlar la aviación, y por otro se enfrentaban a la pesadilla logística que suponía el mantenimiento de más de cien modelos de aviones, con otros tantos tipos de motores y hélices, nueve o diez tipos de ametralladoras de cuatro calibres distintos, veinte tipos de bombas de todas las procedencias imaginables que debían ser distribuidas, probadas y adaptadas cada cual a su correspondiente sistema de lanzamiento. Aparte, los aviones fabricados por la República durante la guerra eran simples células (madera y tela) sin ametralladoras ni motor, pues tan indispensables mecanismos no se habrían podido fabricar en la zona republicana ni aunque los combates hubiesen durado hasta la Segunda Guerra Mundial.

Si bien las penalidades, los riesgos y las bajas sufridas durante los combates aéreos estuvieron repartidos razonablemente entre ambos bandos, habría que reconocer que no ocurrió lo mismo con el apoyo en tierra, el mantenimiento y la disponibilidad de material. En la zona republicana todo ello resultó penoso.

Pero bueno, el caso es que los sublevados tenían acordado el suministro de armas con la Italia fascista desde bastante antes del inicio de la guerra, y tampoco les costó obtener las de los nazis. En cambio, las trabas puestas por Francia obligaron a los republicanos a buscar armas de forma desesperada donde fuera y a tener que tratar desde el inicio de la guerra con ministros, jefes militares y demás altos cargos, a los que tenían que sobornar para que luego en muchos casos ni siquiera les entregaran las armas, o tuvieran que comprarlas "ilegalmente". También sufrieron a menudo la obstrucción de los banqueros y los timos de los traficantes de armas e intermediarios de todo pelaje que eran, en buena medida, parte de la trama que organizara años atrás el multimillonario Basil Zaharoff. Y cuando conseguían por fin las armas, a menudo eran carísimas, obsoletas o incluso inutilizables. Los republicanos fueron víctimas, en definitiva, de chantajes políticos y financieros que socavaron su capacidad para equipar a sus ejércitos, especialmente en los decisivos primeros meses de la contienda. Por eso resulta muy difícil de comprender la insistencia de la República en conseguir armas fuera de la URSS después de que se comenzasen a recibir las de este país, a pesar de que las otras fueran más caras, peores, más heterogéneas y de más complicada adquisición y transporte por tener que obviar los canales oficiales, en lugar de reclamar un mayor volumen de suministros soviéticos. Teniendo en cuenta que Stalin continuó suministrando armas a la República incluso cuando la guerra parecía definitivamente ganada por Franco, no parece que los soviéticos pusieran muchas limitaciones a dichos envíos. Y tampoco hay que olvidar que disponían de las reservas de oro del Banco de España en Moscú.

En todo caso, uno de los traficantes de armas con los que trataron los republicanos se llamaba Veltjens.

Josef Veltjens (1894) fue inicialmente un as de caza alemán que logró 35 victorias en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda se enroló en los Freikorps para luchar contra los espartaquistas (comunistas alemanes) y resultó herido tres veces. Más tarde se hizo traficante de armas y se las suministró a Mustafá Kemal Atatürk para el establecimiento de la República de Turquía, a Chiang Kai-shek para la unificación de la China nacionalista y a los militares alemanes que estaban rearmando en secreto a su país. Se unió al Partido Nazi y las SA, pero fue expulsado de ambos a inicios de los años treinta, aunque siguió continuando con la protección de su viejo compañero de armas, el poderoso Hermann Göring (en la foto de la izquierda, arriba; el de la derecha es Veltjens). A mediados de esa década, Veltjens formaba parte de una consolidada banda internacional de traficantes de armas que suministró material a ambos bandos tanto en la Guerra del Chaco (entre Paraguay y Bolivia) como en la Guerra Civil Española (vendieron armas alemanas, polacas, británicas y belgas a los republicanos y alemanas a los nacionales, blanqueando el dinero a través de Finlandia). Haré un inciso para contar algo. A inicios de la guerra civil, en su desesperación por encontrar armas, los republicanos trataron de comprárselas incluso a la Alemania nazi. Así, el 6 de agosto de 1936 el teniente coronel Luis Riaño se presentó en Berlín con ese propósito, pero los dirigentes nazis estuvieron dándole largas y manteniéndole allí casi como prisionero hasta que el 18 de agosto le dijeron "con pesar" que su solicitud debía ser rechazada porque Alemania iba a firmar el convenio de no intervención, como efectivamente hizo el 24 de aquel mes. Sin embargo, la República sí recibiría armas de Alemania.

El capitán John Ball era un oficial británico que tras la Gran Guerra había decidido dedicarse al negocio de las armas, como Veltjens. De hecho, en 1936 formaba parte de la banda de traficantes de Veltjens. A comienzos de aquel año, Austria había encargado la compra de doce monoplanos alemanes para entrenamiento de caza avanzado Focke-Wulf FW 56 Stösser ("Azor"), pero Ball, a través de un agente suizo, había logrado desviar tres de estos aviones para Haile Selassie, emperador de Etiopía, que estaba haciendo frente a la invasión italiana. Seguramente al agente suizo no le costó convencer a los austriacos, que en ese momento no sentían muchas simpatías hacia Mussolini. Los alemanes, necesitados de divisas, tampoco pusieron reparos. Los Stösser estaban en un barco cuando Etiopía se vino abajo, de manera que Ball aparentemente logró vendérselos a los conspiradores españoles, aunque los aviones terminaron en Amberes, Bélgica, a la espera de acontecimientos. En agosto la aduana mandó retirar las armas de los aviones y estos fueron trasladados a Rotterdam. Entonces los nacionales le dijeron a Ball que ya no les interesaban los aparatos, así que este terminó vendiéndoselos a una agente republicano. Los Stösser llegaron a Alicante el 10 de octubre.



Unos días antes, el 1 de octubre, había llegado a Alicante procedente de Hamburgo el carguero galés Bramhill. Llevaba 19.000 fusiles, 101 ametralladoras y más de 28 millones de cartuchos, todo ello de fabricación checoslovaca y comprado por la CNT. Su presencia en aquel puerto fue detectada por el buque de guerra británico HMS Woolwich, que la comunicó de inmediato al Foreign Office. Los británicos preguntaron a los alemanes y estos se excusaron diciendo que Hamburgo era un puerto franco y que por tanto ellos no podían impedir la exportación, pero lo cierto es que el cargamento de armas había partido con la bendición de los jerarcas nazis. Los artífices de esta venta secreta de armas a la República habían sido de nuevo Veltjens y su banda de traficantes, aunque este en realidad actuaba de acuerdo con el comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Göring. De la misma manera, Veltjens había vendido armas al general Mola antes de la sublevación y, sobre todo, a Prodromos Bodosakis-Athanasiadis, un pirata griego muy próximo al dictador Metaxás.


El 4 de agosto de 1936, quizá inspirado por el general Franco, el general Ioannis Metaxás, primer ministro griego, abolió todos los partidos políticos y estableció una dictadura con la excusa de prevenir un golpe comunista. Metaxás era monárquico y germanófilo, de manera que fomentó la inversión alemana en su país con el resultado de que a los tres años Alemania controlaba el 38% del comercio exterior griego. A Metaxás, que no sentía la menor simpatía hacia los rojos españoles, le parecía muy bien la intervención hitleriana en favor de Franco, pero no tanto la de Mussolini, pues desconfiaba de las ambiciones del Duce en el Mediterráneo. En ese sentido, prefería tener a los británicos de su lado y por eso firmó el "Pacto de No Intervención" el 27 de agosto.

Prodromos Bodosakis-Athanasiadis, nacido de padres griegos en 1890 en la Capadocia, tuvo que emigrar a Grecia tras la expulsión de los helenos por Atatürk. Huido de la pobreza y la guerra, a mediados de los años treinta Bodosakis se las había arreglado para controlar un imperio armamentístico en su país. Desde 1934 dirigía Pyrkal, la principal empresa productora de explosivos y municiones de Grecia. Amigo de Metaxás, en el verano de 1936 se convirtió en el mayor accionista y director general de la empresa Poudreries et Cartoucheries Helleniques, S.A., cuyo principal socio y proveedor era la corporación alemana Rheinmetall-Borsig AG, la cual controlaba personalmente Göring. Bodosakis pasaba los pedidos de armamento que recibía a la Rheinmetall-Borsig, con la cobertura del Gobierno de Metaxás, el cual afirmaba que estaban destinados al ejército griego. Cuando el armamento llegaba a Grecia, Bodosakis lo embarcaba en mercantes que zarpaban oficialmente con destino a México, pero que en realidad iban a España. Como Bodosakis negociaba tanto con los nacionales como con los republicanos, a veces embarcaba las armas en dos buques diferentes, uno con material de buena calidad destinado a los franquistas y otro con armas viejas o inservibles para la República. El mercante que contenía este último cargamento era a menudo descubierto y abordado por los nacionales. Ese juego fue el que siguió Veltjens también por su cuenta, como ya hemos visto, así como el que empleó durante bastante tiempo uno de los principales mecenas de Franco: Juan March, "el último pirata del Mediterráneo".

Entre 1937 y 1938, cuando las ventas germanas a la República por este procedimiento alcanzaron su clímax, la empresa de Bodosakis hizo encargos de armamento a la Rehinmetall-Borsig por valor de 40 millones de marcos (3,2 millones de libras esterlinas). Estos pedidos fueron servidos casi íntegramente a los republicanos, con lo que la cifra del pedido de Bodosakis a Göring puede multiplicarse por cinco o seis para obtener la cifra aproximada que debió pagar la República. Hay que pensar que Bodosakis tenía que repartir el botín con el mismísimo Göring, con Metaxás y con otros altos funcionarios de Alemania y Grecia, y que tenía que pagar también elevados costes del seguro para una carga de entrega tan incierta como aquella. Todo eso iba, naturalmente, a cargo de la República (se sabe que Göring cobró una libra esterlina por cada fusil de un pedido de 750.000 unidades enviadas por Bodosakis a los rojos). En noviembre de 1937, Bodosakis viajó a Barcelona en un avión soviético, acompañado por George Rosenberg, hijo del embajador de la URSS en España, Marcel Rosenberg, y agente de compras de compañías navieras, con objeto de firmar personalmente un contrato con la República para el suministro de municiones por un importe de 2,1 millones esterlinas (las aventuras de George Rosenberg serían denunciadas por Indalecio Prieto -ministro de Marina y Aire y después de Defensa Nacional durante la Guerra Civil- como tejemanejes de los comunistas, aunque él también tenía un hijo, Luis, comprando armas por su cuenta). En aquella ocasión, como en todas las demás, Bodosakis exigió que se le pagase por anticipado (crédito irrevocable al cien por cien) en oro o en moneda fuerte.

Entre septiembre de 1936 y marzo de 1937, el mercante Yorkbrook, de bandera estonia, realizó tres envíos de armas desde Finlandia a la España republicana. En algún envío se descubrió que el armamento era inservible o que había sido saboteado y que incluso había cajas llenas de piedras en lugar de explosivos. El último viaje del Yorkbrook fue un tanto accidentado, ya que el 4 de marzo de 1937 resultó interceptado en el golfo de Vizcaya por el crucero franquista Canarias. El Canarias se encontraba en esas aguas acechando la llegada de barcos mercantes con suministros para la República, en especial la del Mar Cantábrico, que llevaba desde Estados Unidos y México una carga de ocho aviones, armamento, alimentos y ropa. Al día siguiente tuvo lugar un enfrentamiento que se conoce como la batalla del cabo Machichaco, frente a las costas de Vizcaya, en el que el Canarias entabló combate con tres bous (pesqueros armados) vascos hundiendo a uno de ellos y capturando al mercante Galdames, que iba desde Bayona a Bilbao. Mientras tanto, un cuarto bou que no había sido detectado por el Canarias, logró liberar al Yorkbrook y conducirlo a Bermeo donde este dejó su carga. El 8 de marzo el Canarias finalmente apresó al Mar Cantábrico.


Parece ser que pudo haber otro barco con suministros para la República, el vapor sueco Allegro, que también habría sido capturado por los nacionales en 1937, momento en que se habría descubierto que su carga solo consistía en ladrillos y escombros bajo una capa de cartuchos. Los ladrillos habrían sido cargados en Gdynia, Polonia, y los fardos de cartuchos que los ocultaban se habrían llevado a través de Helsinki desde Lübeck, Alemania, que ni siquiera era puerto franco. La existencia de este último buque no queda del todo clara, pero en cualquier caso, tanto el Allegro como el Yorkbrook habrían sido contratados por la compañía A.B. Transport de Helsinki, de la que Veltjens era uno de los administradores.


El suministro de armamento alemán a la República continuó hasta el final de la guerra, como comprobó en enero de 1939 la comisión internacional que se hizo cargo de la repatriación de voluntarios extranjeros. Cuando los franquistas se enteraron de todo este tinglado, protestaron repetidas veces ante las autoridades alemanas afirmando que tenían controlados por lo menos 18 embarques de este tipo entre el 3 de enero de 1937 y el 11 de mayo de 1938, pero jamás llegaron hasta Josef Veltjens y menos aún hasta Hermann Göring.

Pero la República no podía seguir pagando eternamente con oro o con moneda fuerte a aquellos gánsteres que organizaron "la mayor y la más complicada de la operaciones de contrabando de armas de la historia", en palabras del historiador Gerald Howson. A inicios de 1938 las cantidades de oro que quedaban en los depósitos de Moscú y París eran ya escasas, de manera que en marzo de ese mismo año la República tuvo que pedir un crédito a la URSS por valor de 70 millones de dólares y en diciembre otro de 85 millones más. A lo largo de aquel año, la Unión Soviética continuó enviando armas a los republicanos, a crédito y a sabiendas a esas alturas de la guerra de que no tendrían posibilidad de cobrarlas. La última remesa de armamento soviético salió en diciembre de 1938 y en enero de 1939 ya estaba en Francia. Era menos de lo que había pedido Negrín, pero aun así no era nada desdeñable. Una parte de esas armas pasaron a Cataluña, pero casi todas tuvieron que ser devueltas ante el avance franquista. Lo cierto es que, como escribe el historiador Enrique Moradiellos, "Stalin decidió mantener hasta el final su apoyo a la causa republicana". Por eso, como decía más atrás, no se entiende el empeño republicano en conseguir armas fuera de la Unión Soviética.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hermann Göring llegó a ser nombrado sucesor de Hitler, mariscal del Reich y fue uno de los principales responsables del expansionismo germano y del Holocausto. Además de todo eso, se dedicó al saqueo sistemático de obras de arte y bienes culturales por toda la Europa ocupada. Se suicidó en Núremberg en 1946 cuando iba a ser ahorcado por sus crímenes.

Tras la guerra civil, Veltjens suministró armas a Finlandia para que hiciera frente a la agresión soviética durante la Guerra de Invierno. Los finlandeses le condecoraron por ello. Más tarde, como teniente coronel de la Luftwaffe y emisario personal de Göring, negoció con Finlandia el traslado de fuerzas alemanas a este país con vistas a la invasión de la URSS, algo que se hizo efectivo en junio de 1941, días antes de la Operación Barbarossa. En 1942 fue designado plenipotenciario especial con la misión de trasladar el mercado negro de la Europa ocupada a manos alemanas. Siguió trabajando para Göring durante la guerra hasta que en 1943 murió en un accidente aéreo en Italia.

Metaxás y Bodosakis murieron de causas naturales, el primero en 1941 y el segundo en 1979.


Más información:

-Beevor, Antony, "La Guerra Civil Española", Crítica, 2005.

-Howson, Gerald, "Armas para España. La historia no contada de la Guerra Civil española", Península, 2000.

-Miranda, Justo y De Mercado, Paula, "Aviación mundial en España (Guerra Civil) 1936-1939. Tomo I: Aviones americanos y rusos", Sílex, 1985.

-Molina, Lucas y Permuy, Rafael, "Importación de armas en la Guerra Civil Española. Discrepancias historiográficas con Ángel Viñas", Galland Books, 2017.

-Moradiellos, Enrique, "Negrín", Península, 2006.

-Mortera Pérez, Artemio, "España... ¿traicionada?", en Revista Española de Historia Militar, números 49, 50 y 51, Quirón, 2004.

-Rybalkin, Yuri, "Stalin y España", Marcial Pons Historia, 2007.

-Saiz Cidoncha, Carlos, "Aviación republicana. Historia de las Fuerzas Aéreas de la República Española (1931-1939). Tomo I: Desde el Alzamiento hasta la primavera de 1937", Almena, 2006.

-Viñas, Ángel, "Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos de franquismo", Pasado y Presente, 2013.