viernes, 6 de septiembre de 2019

El bombardeo de El Havre




Hola, amigos. Os traigo un ejemplo de cómo por muy loables que sean los objetivos, no todo vale. De que el fin no justifica los medios, vaya.

Se cumplen ahora 75 años de los brutales bombardeos aliados de El Havre, una ciudad situada en la desembocadura del Sena, al noroeste de Francia.

A comienzos de septiembre de 1944 El Havre estaba completamente rodeada por las tropas británicas. La ciudad había sido declarada fortaleza (“festung”) por Hitler, de manera que una guarnición alemana de 12.000 hombres se disponía a defenderla. Previamente al asedio, gran parte de la población había sido evacuada, pero 50.000 de sus habitantes decidieron quedarse. El general “Honesto John” Crocker, jefe del I Cuerpo de Ejército británico, lanzó un ultimátum a los alemanes antes de atacar para que se rindieran bajo la amenaza de un tremendo bombardeo, pero el general Hermann-Eberhard Wildermuth, jefe de la guarnición, se negó. No obstante, este pidió a Crocker una tregua de 48 horas para evacuar a todos los civiles, y esta vez fue el británico quien dijo que no. Crocker justificó su drástica decisión alegando que aquel plazo solo serviría para que los alemanes ganaran tiempo. El general británico tenía prisa.

Y entonces comenzó la Operación Astonia. Entre los días 5 y 6 de septiembre, El Havre fue arrasada por los bombarderos de la Royal Air Force (RAF) en el que resultó ser el ataque aéreo más mortífero sufrido por Francia durante la Segunda Guerra Mundial. El colmo de aquel absurdo y criminal bombardeo es que no sirvió para nada desde el punto de vista militar: mató a solo 19 soldados alemanes y a más de 2.000 civiles franceses.

Como ya comenté por aquí, los Aliados tenían la costumbre de liberar territorios ocupados por Alemania arrasándolos primero con sus famosos bombardeos de saturación. De esa forma, causaron más de 60.000 víctimas civiles en Francia y otras tantas en Italia. Por cierto, el “honesto” general Crocker también había sido el encargado de conquistar Caen, una ciudad que tenía que haber sido tomada el mismo día del desembarco de Normandía pero que tardó seis semanas en caer. Eso sí, antes de ser liberada, por supuesto, fue arrasada por la RAF en un bombardeo llevado a cabo el 7 de julio de 1944 que, vaya sorpresa, no afectó a las posiciones alemanas pero sí mató a cientos de civiles.

El 10 de septiembre, tras un nuevo bombardeo, las tropas británicas atacaron El Havre que cayó dos días más tarde. Cada bando sufrió unos 500 muertos.

Obviamente, la recepción de los civiles supervivientes a sus libertadores británicos fue bastante fría. El Havre fue reconstruida en la posguerra, aunque no a gusto de sus habitantes. Quizá por tratar de compensarles, en 2005 el centro reconstruido de la ciudad fue inscrito en el patrimonio de la Unesco.

La verdad es que el tema de los bombardeos aliados sobre territorios ocupados por los nazis es bastante desconocido aún y la bibliografía existente es escasa. No obstante, os dejo un buen documental donde se relata todo esto con más detalle:




domingo, 1 de septiembre de 2019

Mitos nazis




Tras la guerra, la Wehrmacht pervivió durante décadas en forma de una leyenda, la de una Wehrmacht "limpia", leyenda concebida y difundida ya en la fase final de la contienda, así como en la inmediata posguerra por parte de los integrantes de su cúpula militar. Esa leyenda habría de convertirse tal vez en el mayor de todos los éxitos de la Wehrmacht, como sugiere un jocoso y certero dicho popular, según el cual ésta perdió la segunda guerra mundial, pero obtuvo una victoria después del año 1945, esto es, la referida a su imagen ante la opinión pública.

Wolfram Wette, "La Wehrmacht: Los crímenes del ejército alemán"


Desde medianoche callan las armas en todos los frentes. Por orden del gran almirante Dönitz la Wehrmacht ha puesto fin a una guerra sin salida. Así acaba una heroica lucha que se ha prolongado durante casi seis años y que nos ha deparado grandes victorias, pero también amargas derrotas. Al final la Wehrmacht ha sucumbido con honra ante un enemigo netamente superior.

El soldado alemán, fiel a su juramento, ha llevado a cabo gestas por siempre inolvidables en la altísima contienda por su pueblo. La Patria les ha prestado apoyo hasta el final con todas sus fuerzas y con ímprobos sacrificios.

Las hazañas desarrolladas en el frente y en el suelo patrio sabrán hallar posteriormente, en una justa valoración de la historia, su reconocimiento definitivo.

Tampoco el adversario podrá negar su admiración ante el valor y el sacrificio demostrado por los soldados alemanes de tierra, mar y aire. Todo soldado puede, por tanto, deponer su arma erguido y con orgullo y aprestarse a trabajar, en las más difíciles horas de nuestra historia, con valentía y esperanza por la eterna pervivencia de nuestro pueblo.

La Wehrmacht rinde homenaje en esta difícil hora a todos los camaradas caídos frente al enemigo. Ellos nos obligan a mantener fidelidad incondicional, obediencia y disciplina hacia la Patria que se desangra por incontables heridas.

Último parte de guerra emitido por la Wehrmacht, 9 de mayo de 1945



Karl Dönitz


Hoy se cumple el 80º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial y a estas alturas nos seguimos tragando un montón de mitos al respecto, incluidos algunos nazis. Sí, amigos, hay leyendas de origen nazi que continúan en cierta medida vigentes a día de hoy, como por ejemplo:

-La gran ventaja cualitativa y tecnológica de las fuerzas armadas alemanas, que solo fueron derrotadas debido a los errores militares de Hitler y a la abrumadora superioridad numérica aliada (véase por ejemplo la invención del "rodillo soviético").

-Que el grueso de la Wehrmacht salió "limpia" de crímenes de aquella guerra, los cuales se debieron básicamente a Hitler, su camarilla de jerarcas nazis y las SS.

Veamos esto. En realidad, ni las fuerzas armadas germanas fueron nunca tan modernas y avanzadas como se ha dicho durante décadas (algo de eso comenté ya aquí y aquí), ni sus armas eran tan perfectas e innovadoras. Baste decir que el enorme ejército nazi que invadió la URSS en 1941 estaba formado sobre todo por soldados que iban a pie con la única ayuda, casi siempre, de caballos. Por otro lado, si la propia invasión de la Unión Soviética fue un disparate estratégico, hay que decir que el alto mando alemán apoyó en su día los planes de Hitler al respecto de forma entusiasta. A mediados de 1941, después de sus victorias en los años anteriores, los generales teutones se creían invencibles, capaces de conquistar el mundo y hacer con él lo que les viniese en gana. Esto produjo cierta relajación industrial alemana: no se mejoró el equipamiento de la Wehrmacht, que seguía siendo básicamente el mismo que en el año anterior. De hecho, al inicio de Barbarossa, el ejército de invasión alemán tenía más de mil tanques ligeros Panzer I y II, totalmente anticuados, en especial frente a los carros soviéticos. La campaña de los Balcanes tampoco supuso un gran retraso para la invasión de la URSS, porque las lluvias de la primavera de 1941 habrían imposibilitado que el ataque se produjera mucho antes del 22 de junio. La llegada del invierno ya había sido prevista antes de la invasión. De hecho, se había planteado la posibilidad de que la Wehrmacht se acuartelara hacia octubre para reorganizar la logística, pasar el invierno y acabar la campaña en 1942. El desvío de fuerzas hacia Kiev -e incluso hacia el Báltico- también se había previsto, pues el Grupo de Ejércitos Centro no podría avanzar hacia Moscú dejando importantes fuerzas enemigas en sus flancos. El objetivo de la guerra moderna, de la guerra acorazada, no era la conquista rápida del territorio, sino la destrucción del enemigo. Así se había hecho en Polonia y en Francia. Por tanto, la decisión de embolsar a los soviéticos en Kiev fue acertada, y de hecho supuso una enorme victoria alemana. El error germano estuvo pues en lanzarse inmediatamente después a por Moscú en lugar de consolidar sus posiciones, y ahí la culpa no fue tanto de Hitler, sino de sus generales, que se consideraban imparables y que le convencieron de que era posible tomar la ciudad antes de que terminara el año. Culpable fue el capitán general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Alto Mando del Ejército alemán, que por entonces se creía Napoleón. Halder, que tres años antes había llegado a conspirar contra Hitler temblando ante la idea de que este pudiera atacar Checoslovaquia, ahora se embriagaba de gusto imaginando a las tropas alemanas desfilando por la Plaza Roja. Y culpable fue Heinz Guderian, jefe del II Grupo Panzer, un prima donna que no dudaba en saltarse la cadena de mando y acudir directamente a Hitler para que este le autorizase a hacer lo que le diera la gana. Los generales de los Panzer, como Guderian, Hoth o Kleist, se creyeron dioses después de sus victorias en los primeros años de la contienda. Y no tuvieron en cuenta que las enormes distancias del frente del Este iban a implicar una sobrecarga enorme sobre sus hombres, máquinas y suministros. Y por supuesto también influyó en el fracaso alemán la capacidad de resistencia del Ejército Rojo, que soportó unas pérdidas espantosas y que sin embargo aguantó hasta el final. Antes de aquel invierno, en realidad Hitler no se había inmiscuido directamente demasiado en las operaciones militares. Después del fracaso de la operación Tifón sí lo hizo, porque empezó a dejar de fiarse de sus generales. Y claro, esto tampoco ayudaría a Alemania a ganar la guerra.

En cuanto a la cuestión de los crímenes nazis, en realidad los mandos militares alemanes que se opusieron a ellos fueron una excepción, pues la gran mayoría participaron en todo tipo de fechorías cometidas en nombre de Hitler, especialmente en territorio soviético.

El verdadero origen de esas leyendas está en el último parte de guerra de la Wehrmacht, que he transcrito arriba y que fue obra del gran almirante Karl Dönitz, sucesor de Hitler como líder supremo del Reich en los últimos días de la guerra. Ahí ya quedaba reflejada esa visión de la contienda según la cual Alemania había sido derrotada por la abrumadora superioridad del enemigo, a pesar de lo cual la Wehrmacht lo había dado todo en una lucha heroica y honrosa, realizando enormes sacrificios, algo que habría de ser reconocido por el enemigo y valorado por la historia. A continuación los mitos se fueron alimentando en la posguerra, en primer lugar cuando la División Histórica del Ejército de los Estados Unidos ofreció a antiguos oficiales de la Wehrmacht prisioneros la posibilidad de dar su versión de los hechos. En junio de 1946 estaban involucrados en el proyecto no menos de 328 antiguos oficiales -casi todos generales- que hasta marzo de 1948 redactaron más de mil manuscritos con un volumen aproximado de 34.000 páginas. Todo bajo la dirección del antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército alemán Franz Halder. 


Franz Halder


Bávaro y católico, Halder era tenido en gran estima por todo el cuerpo de oficiales y gozaba de la fama de haberse opuesto a Hitler. Y bueno, es cierto, como ya he mencionado, que formó parte de la llamada conspiración de Zossen, un fracasado intento de derrocar a Hitler en 1938 ante sus proyectos de invadir Checoslovaquia, pero también lo es que a partir de 1939 dejó de oponerse al Führer y de hecho participó en la elaboración de los planes de invasión de Polonia,  los Países Bajos, Francia, el Reino Unido, los Balcanes y la Unión Soviética. Además, fue responsable de dictar órdenes contra los ciudadanos soviéticos en general y los judíos en particular, las cuales causaron numerosos crímenes y atrocidades en el frente oriental. Es significativo que su decisión de colaborar con los estadounidenses fuera bajo el argumento de "proseguir la guerra contra el bolchevismo". De hecho, la propaganda nazi siempre trató de vender su guerra de exterminio contra la URSS como una cruzada contra el comunismo en la que las tropas de la Wehrmacht eran una suerte de baluarte de la civilización occidental, un dique contra la "inundación asiático-bolchevique". Esta visión no logró evitar el colapso del Reich, pero sí preparó el terreno para la futura alianza de la República Federal Alemana y Occidente y proporcionó un poderoso argumento a los apologistas de la Wehrmacht. 

En términos similares a los de Halder se expresaron el gran almirante y fugaz sucesor de Hitler, Karl Dönitz, así como el general de la inteligencia militar alemana Reinhard Gehlen, máximo responsable de la organización -creada a iniciativa estadounidense- que llevaba su nombre, la Organización Gehlen (y que era conocida como la "Org", algo de lo que ya hablé aquí), que fue embrión del futuro servicio de inteligencia de la República Federal Alemana. Por aquel entonces, entre las fuerzas armadas británicas y estadounidenses pervivía (y quizá perviva hasta hoy), además del sentimiento de repulsión hacia los crímenes nazis, cierta admiración hacia la profesionalidad, la capacidad táctica y el empeño de los militares alemanes. Y a partir de 1947 el interés de las autoridades estadounidenses comenzó a centrarse, más que en el estudio general de las operaciones alemanas en la Segunda Guerra Mundial, en la campaña del frente del Este, es decir, en la Unión Soviética. El caso es que Halder estuvo colaborando con la División Histórica durante quince años, y la visión de la Wehrmacht que se ofreció bajo sus directrices fue abiertamente la de una víctima de Hitler o, al menos, como manipulada por él de cara a imponer su política criminal, a la que los altos mandos trataron de oponerse por todos los medios, incluyendo el intento de asesinato del dictador (hay que decir que Halder fue detenido por los nazis tras el atentado del 20 de julio de 1944, si bien no había participado en el mismo). Vamos, que el modo en que los altos mandos militares alemanes habían conducido la guerra aparecía casi milagrosamente desligado de los objetivos políticos del régimen. Digamos que, según esta gente, hubo diferentes guerras: en el plano moral, la practicada por la Wehrmacht, dura pero decente y supuestamente limpia, y la sucia y criminal llevada a cabo por las SS; y en términos de profesionalidad militar, la de los triunfos germanos, que fueron mérito de los militares, y la de los fallos y las derrotas que, por supuesto, se debieron al incorregible diletantismo de Hitler como estratega. Obviamente se evitó hacer referencia a la guerra de exterminio llevada a cabo por la Wehrmacht en la URSS, llegándose incluso a "hacer desaparecer diferentes documentos inculpatorios -con ayuda estadounidense- que habrían podido verse utilizados en el proceso de Núremberg", según palabras del antiguo general Leo Geyr von Schweppenburg, que prestó sus servicios en la mencionada División Histórica.

El siguiente episodio, el de la consolidación del mito, consistió en que muchos antiguos generales y oficiales alemanes pasaron de trabajar para los distintos servicios históricos aliados a empezar a publicar sus memorias en las que, de nuevo, daban a entender de forma clara que ellos habían sido los artífices de brillantes planes tácticos y estratégicos, los cuales al final se habían ido al traste por la intromisión de Hitler, ese cabo ignorante. Pero ahora era a la opinión pública a la que buscaban transmitir la idea de que Alemania podía haber ganado la guerra porque tenía buenos mandos, buenas ideas, buenos soldados y buenas armas (por algo eran la raza superior, claro), pero la perdió por culpa de Hitler (que estaba muerto y ya no se podía defender). Entre ellos cabe mencionar otra vez al general Franz Halder, al gran almirante Karl Dönitz -condenado como criminal de guerra-, al destacado general de blindados Heinz Guderian, al mariscal de campo y comandante de la Wehrmacht en Italia Albert Kesselring -condenado como criminal de guerra-, al mariscal de campo Erich von Manstein -condenado como criminal de guerra y creador del mito del "rodillo soviético"- y al famoso mariscal de campo Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, cuyas memorias de la Segunda Guerra Mundial se publicaron de forma póstuma en 1953. 



Por supuesto estos ilustres generales no dedicaban ni una línea a hablar de los crímenes de guerra o del Holocausto, como si ellos no hubieran tenido nada que ver. Esta versión de los hechos, presentada en plena Guerra Fría, fue bien acogida no solo en Alemania, sino también por renombrados historiadores y periodistas anglosajones, como el prestigioso historiador militar británico sir Basil Liddell Hart, editor de las memorias de Guderian y Rommel en inglés, los cuales además la utilizaban para explicar por qué a sus respectivos países les había costado tanto derrotar al Reich: en lugar de admitir sus propios errores, era mejor alegar que al fin y al cabo se enfrentaban a superhombres. De hecho, el mismo Liddell Hart no dejó de mostrar en sus obras su entusiasmo por el talento militar de los oficiales de la Wehrmacht.


Heinz Guderian



Erich von Manstein con Hitler


Y es que, por si no ha quedado claro hasta ahora, a medida que la Guerra Fría se hacía más patente, aumentaba el número de estadounidenses y británicos que opinaban que convenía hacer cuanto fuera posible por ganar a los alemanes como aliados y rearmarlos frente al enemigo común soviético, hasta que llegó un momento en que los más firmes valedores de la actuación de la Werhmacht en la Segunda Guerra Mundial fueron precisamente ciudadanos de sus otrora países enemigos. Así, con respecto al mito de la Wehrmacht "limpia" de crímenes, el mismísimo Winston Churchill llegó a donar públicamente una suma de dinero para que el mariscal de campo Erich von Manstein, uno de los más afamados militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial y autor del libro de memorias "Victorias frustradas" (guiño, guiño), contratara los servicios de dos abogados defensores británicos durante su juicio, celebrado en 1949. Manstein fue finalmente condenado a 12 años de prisión de los que solo cumplió cuatro. El problema es que era responsable de aplicar órdenes criminales en el frente oriental. El filósofo Bertrand Russell, uno de los más destacados pacifistas británicos, declaró públicamente en Alemania en 1949 que Manstein merecía seguramente castigo, pero que, a la vista de la situación política del momento, el proceso era un error. Según Russell, había que tener en cuenta que los crímenes de guerra de los vencedores no habían sido juzgados, y que si Europa quería recuperarse, habría de ser junto a Alemania, por lo que, en política, había que pensar más en el futuro que en el pasado. En 1950, un grupo de antiguos oficiales de la Wehrmacht escogidos por el canciller de la República Federal Alemana Konrad Adenauer, entre los que estaba el general Hermann Foertsch, uno de los principales responsables del adoctrinamiento nazi de los soldados alemanes llevado a cabo en los años treinta, redactaron el "memorando de Himmerod". En él, exponían claramente a Adenauer su convicción de que solo sería posible establecer unas fuerzas armadas en Alemania en la medida en que representantes de las potencias occidentales efectuasen declaraciones que rehabilitaran el honor de la Wehrmacht. Además le reclamaron la puesta en libertad de los miembros de aquella condenados por crímenes de guerra, "siempre y cuando estos solo hubiesen actuado cumpliendo órdenes y no hubiesen cometido ningún acto punible según las leyes alemanas de aquel tiempo". Finalmente, en 1951, durante su gira por Alemania, Dwigt D. Eisenhower realizó una declaración de desagravio a la Wehrmacht alegando que existía "una diferencia real entre los soldados y oficiales alemanes como tales y Hitler y su banda criminal". "Ike" anteriormente se había pronunciado en términos muy negativos sobre la Wehrmacht, llegando a tacharla de nazi, pero no tuvo problemas en rectificar. Sí, ese mismo Eisenhower que, siendo ya presidente de los Estados Unidos, vino a España a abrazar al dictador Francisco Franco para tenerle como aliado.



El Holocausto además se llegó a equiparar a los bombardeos aliados sobre Alemania.

En la campaña para las elecciones de 1953, el canciller Adenauer no dudó en acudir al penal de Werl -bajo autoridad británica- para visitar a los criminales de guerra nazis allí internados. Este gesto claramente contribuyó a que los partidos de la coalición gubernamental se alzasen con una mayoría de dos tercios de los sufragios. Por cierto, de los 509 diputados electos entonces, 129 habían estado afiliados al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. En 1955 varios antiguos generales y oficiales de la Wehrmacht, como Erich von Manstein o Heinz Guderian, participaron en la creación de la Bundeswehr, las fuerzas armadas de la República Federal de Alemania. Interesaba por tanto, y mucho, que permanecieran incólumes.




Así, en la primera mitad de los años cincuenta culminó el proceso de interpretación del pasado según el cual la culpa de la guerra y los crímenes cometidos durante el régimen nazi se hizo recaer únicamente sobre Hitler y una reducida camarilla  de "criminales de guerra con responsabilidad principal". O dicho de otra manera, que debido al contexto internacional, en Occidente se ha aceptado durante mucho tiempo la idea de que las derrotas alemanas en la Segunda Guerra Mundial y los crímenes nazis se debieron solo a Hitler y unos pocos que le rodeaban, de los que la gran mayoría del pueblo alemán, incluyendo a casi todos sus jefes militares, solo habían sido unas víctimas más.

Y así continuó siendo hasta que medio siglo después del fin de la Segunda Guerra Mundial -y justo al acabar la Guerra Fría-, en 1995, se rompió el tabú gracias a la inauguración de una exhibición itinerante, la llamada "Exposición sobre la Wehrmacht" (Wehrmachtsausstellung), que recorrió decenas de ciudades alemanas y austriacas hasta 1999 y luego de nuevo, revisada, entre 2001 y 2004. Recibió la visita de más de un millón de personas y tuvo como objetivo demostrar que las fuerzas armadas alemanas habían llevado a cabo una guerra de agresión y de exterminio de los judíos, los prisioneros de guerra soviéticos y la población civil, es decir, la falsedad del mito de la Wehrmacht "limpia". Obviamente la exposición fue controvertida y se enfrentó a las protestas de los partidos de derechas como la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su aliada bávara, la Unión Social Cristiana (CSU), a los que se unieron el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), de extrema derecha, y las agrupaciones de antiguos combatientes. La exposición sufrió incluso un atentado con bomba en 1999, aunque no hubo víctimas (hago notar que en España somos muy dados a la autocrítica con el tema de la memoria histórica, incluso poniendo a Alemania como ejemplo a seguir, pero está claro que en todas partes cuecen habas). Hoy la exhibición se puede ver de forma permanente en el Museo de Historia Alemana de Berlín.





A estas alturas sabemos que las tropas de la Wehrmacht fueron adoctrinadas a través de propaganda antibolchevique, antisemita y antieslava. Sabemos que dicha propaganda fue difundida en parte por sus mandos, acompañándola en ocasiones de órdenes criminales. Sabemos que los soldados de la Wehrmacht no solo estaban en muchos casos al tanto de los crímenes nazis, sino que colaboraban en su ejecución o a veces los iniciaban ellos mismos. Sabemos que la Wehrmacht estableció por la Europa ocupada una red de cientos de burdeles militares donde se utilizaba como esclavas sexuales a mujeres y adolescentes secuestradas. La Wehrmacht no fue, sin más, forzada a obedecer al régimen nazi por el terror y la intimidación, no fue manipulada para que colaborase por parte de una minoría de oficiales nazis, ni apoyó a Hitler debido a un malentendido sobre lo que significaba el nacionalsocialismo. La Wehrmacht formaba más bien parte integral del régimen y, como organización social, reflejó a la sociedad civil en un grado mayor que en el pasado.

Sin embargo, a pesar de todo, los mitos y cuñadismos sobre una Wehrmacht heroica, avanzadísima tecnológicamente para su época e inocente de crímenes, aún persisten entre muchos. En esas seguimos.





Más información:

-Bartov, Omer, "El Ejército de Hitler", La Esfera de los Libros, 2017.

-Peñas Artero, José Antonio, "Detrás del mito. Panzer, los años de las victorias", HRM, 2014.

-Peñas Artero, José Antonio, "Detrás del mito. Panzers: contra la marea", HRM, 2015.

-Wette, Wolfram, "La Wehrmacht: Los crímenes del ejército alemán", Crítica, 2006.

Sujétame el cubata: el mito de la máquina militar nazi