domingo, 3 de julio de 2022

Ucrania y la importancia de la historia

 


El colapso de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo.

Vladimir Vladimirovich Putin


Fue un error permitir a las repúblicas dejar la URSS.

Vladimir Vladimirovich Putin


El 24 de febrero de este año, la Rusia de Putin comenzó a invadir la parte de Ucrania que le quedaba después de que, en 2014, se anexionara impunemente Crimea y fomentara la secesión del Donbás, en el este del país, con la clara intención de incorporar también dicho territorio a la madre patria. A pesar de que eran un secreto a voces, durante los meses anteriores Rusia negó en reiteradas ocasiones sus intenciones de invadir (en realidad seguir invadiendo, ya digo) Ucrania, mientras su propaganda se burlaba de las informaciones al respecto proporcionadas por gobiernos y medios occidentales tachándolas de "histeria y teorías de la conspiración". Haciendo de la deshonestidad marca de la casa, el propio Putin negó al presidente francés Macron "toda intención ofensiva" sobre Ucrania solo unos días antes de atacar ese país.


La excusa esgrimida esta vez por la autocracia rusa para invadir un Estado soberano ha sido la de buscar la "desnazificación" de Ucrania. Como si su país vecino fuera un campo plagado de nazis que hubiera que desratizar y limpiar. Estos "argumentos" recuerdan de forma inquietante a los utilizados por ciertos genocidas y asesinos de masas en el pasado. Así, noventa años atrás, con el objetivo de querer hacer desaparecer a los kulaks (supuestos campesinos acomodados, "enemigos del pueblo") de la URSS, Stalin asesinó a millones de personas (sobre todo en Ucrania, por cierto). Hace ochenta años, con el objetivo de "limpiar" Europa de judíos y otros grupos, los nazis asesinaron a millones de personas. Hoy Putin dice querer "desnazificar" Ucrania, de manera que, si gana la guerra, es presumible que la consecuencia de nuevo sean millones de asesinatos.

Ya que en una guerra la propaganda es tan crucial como el resultado de las batallas, para apoyar sus afirmaciones sobre el supuesto nazismo de los ucranianos, el ejército ruso se ha desplegado portando banderas soviéticas a tutiplén, como si quisiera revivir la victoria del Ejército Rojo sobre la Wehrmacht en 1945, e incluso está volviendo a levantar estatuas de Lenin en la Ucrania ocupada. El tema tiene su enjundia.  


Antes de nada, quiero recordar un discurso de Putin del 22 de febrero donde, supuestamente y según cierta izquierda, despotricaba contra la URSS y Lenin:



Lo que vino a decir es que Ucrania solo es una creación de Rusia, de la Rusia soviética, por decisión de Lenin. Y que Lenin, de puro bueno que era, en realidad fue tonto porque mira cómo se lo han agradecido los malditos ucranianos derribando sus estatuas e implementando la política de la descomunización en cuanto han podido. Y termina con una amenaza: ¿queréis descomunizaros? Pues tomad dos tazas. El motivo del discurso fue el reconocimiento de la independencia de las repúblicas separatistas de Donestk y Lugansk (el Donbás), pero lo cierto es que dos días después se lanzó a invadir toda Ucrania con la intención de hacerla desaparecer como Estado independiente.

Obviamente todo el discurso de este malnacido es más falso que un euro de madera. La República Socialista Soviética de Ucrania solo existió sobre el papel, no fue más que un paripé para hacer ver que los bolcheviques respetaban el derecho de autodeterminación de los pueblos y bla, bla, bla. En la práctica Ucrania no logró independizarse de Rusia tras la Primera Guerra Mundial (como sí ocurrió con Polonia, Finlandia y los países bálticos), y por tanto siempre fue parte integrante de la URSS, siempre estuvo sometida a Moscú por la fuerza de las armas. En tiempos de Stalin incluso se mató de hambre a millones de personas allí haciendo desaparecer cualquier atisbo de nacionalismo ucraniano. Por eso es normal que cuando Ucrania por fin logró independizarse de Moscú, tras la caída de la URSS, se tratara de borrar allí cualquier homenaje o reconocimiento a la época soviética, que es lo que les fastidia a Putin y sus propagandistas. Y por eso, entre ironías, en realidad lo que busca Putin es recomunizar o resovietizar Ucrania como forma de reincorporarla a Rusia. De dar un paso más hacia la reconstrucción de la Unión Soviética, vaya.

Como ya expliqué en su día (precisamente en 2014, a raíz de la anexión rusa de Crimea), en nuestra conciencia colectiva no valoramos de igual manera los crímenes nazis y los comunistas, a pesar de que ambos sistemas son responsables de múltiples barbaridades de todo tipo y de millones de asesinatos. Digamos que el nazismo sigue teniendo bastante peor imagen entre nosotros que su equivalente del otro extremo. No voy a volver a entrar en los motivos de esto porque creo que ya quedaron expuestos de forma más que suficiente en aquella entrada, pero sí en alguna de sus consecuencias, en concreto la que tiene que ver con la actual invasión de Ucrania.

Durante años, la Rusia de Putin ha tratado de sembrar toda la cizaña que ha podido entre sus rivales occidentales (básicamente la OTAN, la Unión Europea y EEUU) a través de una compleja tarea de propaganda, ciberataques, creación y difusión de bulos, etc. Los ejemplos son muchos y bastante conocidos: desde la injerencia en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, hasta el apoyo a grupos y partidos extremistas, populistas, euroescépticos y separatistas varios por el viejo continente. La identificación rusa de Ucrania con el nazismo también viene de años atrás, y está claro que busca el apoyo de buena parte de la sociedad occidental para la cual dicha ideología es sinónimo del mal absoluto, sin comparación con ninguna otra, tirando de una falsa dicotomía: si Ucrania y sus aliados son el mal, sus enemigos serán el bien. A la vez, la recuperación de la simbología soviética no ha ido encaminada solo a los nostálgicos de los tiempos gloriosos de la URSS que quedan en Rusia (y que no son pocos), sino también a esos izquierdistas que siguen haciéndole ojitos a la ideología de la hoz y el martillo, especialmente en Occidente. Este juego de la propaganda, las injerencias y el "divide y vencerás" ha tenido como objetivo básicamente privar a Ucrania de apoyos, así como minar la moral y la estabilidad de Occidente.

Afortunadamente parece que las cosas no le están saliendo como esperaba al autócrata ruso. El populista y aislacionista Trump ya no está en el poder, mientras que la UE y la OTAN se han mostrado más unidas que nunca y se han volcado en apoyar a Ucrania, incluso enviándole cantidades ingentes de armamento. De hecho, en el aspecto militar tampoco es que a Rusia le haya ido muy bien hasta ahora.

La otra excusa de Putin para justificar la invasión de su país vecino ha sido el avance de la OTAN por los países de la antigua órbita soviética tras la caída de la URSS. Dejando aparte que la supuesta entrada de Ucrania en la OTAN nunca ha sido un tema resuelto ni de lejos y que, en todo caso, cada Estado ha de ser soberano y libre en cuanto a sus decisiones sobre la pertenencia a organismos internacionales, sea la OTAN, la UE o cualquier otro, no hay más que echar un vistazo al mapa para comprobar que el supuesto acoso de la OTAN a Rusia, el país más grande del mundo, solo es un cuento chino (o ruso, mejor dicho). En rojo, las actuales fronteras entre la OTAN y Rusia:



Encima el asunto le ha salido rana a Putin, porque con la presumible entrada de Suecia y Finlandia (hasta ahora neutrales) en la OTAN tras sentirse amenazadas por la agresividad rusa, las fronteras entre Rusia y la Alianza Atlántica en realidad van a aumentar. Un plan sin fisuras, camarada Putin:



Vamos, que más que la respuesta a ningún acoso, las acciones de Putin parecen en realidad fruto del imperialismo ruso de toda la vida, ese que ha hecho que sus países vecinos teman a Rusia desde hace décadas.

Lo que parece claro es que a Ucrania le habría venido de perlas formar parte de la OTAN desde años atrás porque seguramente así habría evitado ser invadida. Y en mi opinión, Moldavía debería ponerse las pilas y solicitar su entrada en dicha organización ya mismo. 

Pero volvamos a la narrativa rusa de la invasión de Ucrania como una suerte de enfrentamiento entre soviéticos y nazis. Seguramente Putin pensó que al exhibir dicho relato, una especie de recreación de lo más fantasiosa del frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, lograría el apoyo de buena parte de la opinión pública gracias a la no tan mala prensa de la que aún goza el comunismo, especialmente en contraposición al nazismo. Hoy sabemos que no ha sido así, salvo en lo que respecta a cierta izquierda desnortada, pero deberíamos preguntarnos qué le ha hecho pensar a Putin que podrían salir bien sus planes.

La Rusia de hoy no es técnicamente comunista, aunque sigue siendo un Estado autoritario que mantiene el control sobre ciertas áreas estratégicas de la economía, como la defensa y la energía. Se discute si en su reivindicación del pasado imperial ruso, Putin se centra más en el zarismo o en la URSS. La Rusia de Putin es sucesora de la Unión Soviética, no del zarismo. Todos los dirigentes que ha tenido en los últimos treinta años han sido antiguos miembros de la nomeklatura soviética, incluyendo por supuesto a Putin, que formó parte del KGB y la Stasi. El tipo fue incluso director del FSB, sucesor del KGB, y parece que ha mantenido los mismos modos y usanzas que cuando estaba en dichas organizaciones. De hecho podríamos decir sin lugar a dudas que desde que Putin se hizo con el poder en Rusia, el KGB pasó a controlar el país (en 2004, uno de cada cuatro puestos de la administración federal estaba ocupado por personal formado en el KGB). Esto explica que a lo largo de los últimos veinte años nos haya ido llegando desde aquel país una alarmante combinación de retórica patriótica y nostalgia por los tiempos del poder soviético. Es esa hegemonía lo que busca recuperar Putin. La Rusia zarista fue un imperio, pero el estatus de superpotencia solo lo consiguió la Unión Soviética y en tiempos de Stalin, por cierto, de ahí que se le reivindique cada vez más por aquellas tierras. Los intentos que se han llevado a cabo en Rusia para revisar el pasado soviético y sus crímenes se han visto obstaculizados cada vez más por Putin hasta que en el pasado diciembre se ilegalizó la conocida ONG Memorial. En realidad, el pueblo ruso nunca ha afrontado con seriedad los abusos de la época soviética. Por eso hoy la momia de Lenin continúa en su mausoleo de la Plaza Roja y los comunistas del mundo, de forma más o menos directa, terminan siempre apoyando a Moscú.



Ucrania, un país donde la extrema derecha obtuvo poco más del 2% de los votos en las elecciones de 2019 y cuyo actual presidente es de origen judío, desde luego no es un Estado nazi, pero el régimen de Putin insiste en lo contrario.

Como ya he dicho, desde hace ya bastante tiempo el fascismo y el nazismo se identifican con el mal absoluto, sin tapujos y sin parangón con ninguna otra ideología. Términos como "fascista", "nazi", "facha" e incluso "reaccionario" se emplean como insultos incluso por parte de gente de derechas. Si alguna actuación política resulta nefasta, perniciosa para la sociedad, irremediablemente para mucha gente será propia de "fachas", independientemente de las ideas que exhiban sus autores. No es de extrañar entonces que Putin pensara que al identificar a sus enemigos con la maldad absoluta, automáticamente lograría las simpatías de muchos en un mundo cada vez más dominado por la corrección política. Por otro lado, si en nuestra conciencia colectiva el nazismo se iguala con el mal, el estalinismo está lejos de hermanarse con el bien, cierto, pero no hay que olvidar que fue Stalin el gran vencedor del nazismo, y esa ha sido la excusa perfecta empleada por Putin para tratar de identificar a sus tropas con el Ejército Rojo.



Se suele aplicar al campo de la historia la manida frase de Santayana Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo. Sin embargo no basta con conocer la historia, de hecho lo más importante es saber interpretarla. Y lo digo básicamente porque los políticos son muy proclives a utilizarla, manipularla y tergiversarla en favor de sus intereses. Es lo que ha puesto en práctica precisamente el amigo Putin de forma exagerada y brutal. Ha tirado del hecho de que los nazis fueran derrotados por la URSS para tratar de justificar ante la opinión pública una acción criminal que, por otro lado, precisamente sería propia de la Alemania de Hitler. O de los soviéticos. Y es que cuando se habla de los crímenes de la Segunda Guerra Mundial evocamos en primer lugar los del Eje, obviando que Stalin también invadió países y también deportó y asesinó a la gente en masa, en algunos casos en colaboración con Hitler. Entre los grandes crímenes del siglo XX, los cometidos por los regímenes comunistas son tan monstruosos como los perpetrados por los nazis e incluso los superan en número de víctimas. Si nuestra sociedad tuviera asumido este hecho, seguramente los tanques de Putin no habrían tenido excusas para atacar un país enarbolando banderas soviéticas. Quizá el tirano ruso habría invadido Ucrania de todas formas, pero se habría tenido que buscar otro pretexto. Al hacerlo así, definitivamente se ha convertido en un auténtico heredero de la Unión Soviética. Las atrocidades cometidas hoy por el ejército ruso en Ucrania recuerdan irremediablemente a las llevadas a cabo en su día por los soviéticos, las hacen presentes. Esto al menos debería servir de toque de atención a quienes, de una u otra forma, continúan ciegos, sordos y mudos ante la memoria de los crímenes del comunismo.

Al final, la predicción de los Simpson parece que se ha cumplido en gran medida.



miércoles, 26 de enero de 2022

Nueve años de blog



Nueve años de blog y sigo sin tener los pies en la tierra. A ver si lo consigo antes de que cumpla diez.