"Ya hablaremos... con el tiempo", dice ella. Y él piensa que no es con el tiempo con quien quiere hablar, sino con ella. Todo el tiempo que sea necesario para arreglar el problema, claro que sí. Bueno, para entender el problema, en primer lugar, porque ni siquiera lo entiende. No le ha dado tiempo a entenderlo. Y en unos segundos, como si se fuera a morir, desfila por su cabeza toda su vida con ella. La pasada y la futura, la que habitaba en su imaginación y que ahora se hace pedazos. La prisa que tenía ella al principio. Las pocas ganas que tenía él de resistirse, a pesar de que lo intentaba en vano. Lo guapa que estaba siempre (también hoy). La pasión desbordada. Los momentos felices. Las pequeñas escapadas juntos. Los leves proyectos en común, como estrellas fugaces a las que se pide un deseo ilusorio. Las primeras discusiones. Las primeras veces en que ella pidió tiempo ("necesito estar sola"). Intermedios. Una relación como una montaña rusa: a veces arriba, a veces abajo, y a velocidad de vértigo. Todo comprimido en un año y medio. Será cosa de los tiempos actuales, se dice a sí mismo. Hoy todo se almacena cada vez en menos espacio y cada vez más rápido. Todo cambia cuando uno menos se lo espera, lo efímero está de moda. Esos pensamientos hacen que la cabeza le dé vueltas, tanto que está a punto de caerse. Cada día está más convencido de no estar hecho para los tiempos que corren. Tiempos que corren, qué expresión más acertada, qué descriptiva. Quién fuera Marinetti para entender estos tiempos modernos tan veloces, tan frenéticos, esta especie de pesadilla futurista.
Qué obsesión tiene esta chica con el tiempo, se dice a continuación. Como el conejo blanco del país de las maravillas. Maravillosa sí podía ser, cuando quería. Lo bastante como para haberla seguido ciegamente hasta la hecatombe, hasta precipitarse contra la realidad como un kamikaze. Su relación ha sido como un cohete viajando raudo por el espacio y por el tiempo, con ella a los mandos. "Qué rápida eres siempre para todo", le había dicho él a veces. "Bueno, soy así", confirmaba ella con esa sonrisa que le derretía. Y él no supo ver que en realidad se trataba de un aviso, de la advertencia de que el fin se acercaba. A toda velocidad. Como un meteorito, como un rayo. "Me gustan las carreras de coches", había comentado ella alguna vez. Ahora todo cuadra.
Después de la última discusión ella le había vuelto a pedir tiempo y espacio. No me extraña que necesites tanto espacio, piensa él, vas a toda leche por la vida, hija mía. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, cantaban en la zarzuela. Pues tú más aún, cariño mío. Tanto que resulta que las leyes de la física se te quedan cortas.
¿Cómo habían llegado a esta situación? ¿Cuánto tiempo habían estado mal mientras seguían juntos? ¿Un fin de semana? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Todo el tiempo? No lo sabe pero ya no importa. El tiempo para hablar y averiguarlo ya ha pasado, aunque él no se haya dado cuenta hasta ahora.
Y hoy se están despidiendo, quizá para siempre. El tiempo lo dirá. El tiempo lo cura todo, pone las cosas en su sitio. Hablaremos con el tiempo. Maldito tiempo que decide sobre nuestras vidas, ni que fuera Dios.
Ella se queda con su tiempo y su espacio interminables. Él simplemente se echa a andar: su tiempo ha acabado. El encuentro ha durado dos minutos. Tiempo suficiente para poner punto final a una historia de amor, por lo visto.