¿Quién no ha oído hablar de los pantanos de Franco? ¿Y de las autopistas de Hitler? Las autopistas y
los pantanos son positivos, pero también hay que tener en cuenta que se han
empleado hasta la saciedad como propaganda por las dictaduras. Aunque lo peor es que se siguen utilizando así hoy, cuando ya no existen tales dictaduras. Y es que hay mucho mito en torno a estas cuestiones. Para empezar, la
primera autopista se creó en la Italia de Mussolini, en 1923, no en la Alemania
de Hitler, pero es que ya estaba planificada antes de que el Duce llegara al
poder. Igual que las autopistas germanas estaban planificadas antes de la
subida al poder de Hitler y los pantanos españoles se diseñaron y se empezaron
a construir antes de Franco. De hecho, me parece muy injusto que siempre se
hable de las autopistas de Mussolini y Hitler y de los pantanos de Franco, en
lugar de mencionar a los ingenieros que idearon todo eso, sus obvios y verdaderos
artífices. Así que lo voy a hacer ahora, qué cojones, para visibilizarlos. El creador de las autopistas
fue Piero Puricelli. El planificador de las autobahnen en tiempos de la República de Weimar fue Robert Otzen. Y el auténtico padre de los pantanos
españoles, proyectista del embalse del Ebro en 1921, fundador y primer director
técnico de la Confederación Hidrográfica del Ebro en 1926 y creador del Plan
Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, en el que se basó el Plan General de
Obras Públicas de 1940, fue don Manuel Lorenzo Pardo.
Piero Puricelli, Robert Otzen y Manuel Lorenzo Pardo, bien visibilizados.
El único "mérito" de
todos esos dictadores habría sido, en cualquier caso, dejar hacer lo que ya había
sido planificado antes y aprovecharlo de forma propagandística en su favor. Y además, en el caso de los pantanos de Franco, emplear a presos políticos como mano de obra esclava.
Vi la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, sobre el famoso campo de concentración y exterminio nazi, que lleva unos meses instalada en Madrid. Mi conclusión es que resulta interesante por lo que cuenta, pero a la vez decepcionante por lo que no cuenta. Es decir, está bien que se remonte al siglo XIX para explicar las causas inmediatas del racismo y el antisemitismo germanos, pero pasa muy de puntillas acerca de la relación entre el cristianismo y el secular odio a los judíos. Está bien que hable de la situación de judíos y gentiles en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial, pero en ningún momento vi que se dijera una sola palabra acerca del antisemitismo polaco. Está muy bien que se comente el plan de enviar a los judíos europeos a Madagascar, ideado por el antisemita Paul de Lagarde (en realidad un alemán llamado Paul Anton Bötticher) en 1885, y que fue adoptado por los nazis hasta 1940. Pero está muy mal que no se mencione que las autoridades polacas, que eran bastante antisemitas, estudiaron el plan de Lagarde desde los años veinte. De hecho, llegaron a entablar conversaciones sobre la deportación de los judíos polacos a Madagascar, con Francia en 1937 (por entonces la isla era una colonia francesa) y con Alemania en 1938. Recordemos que en aquel momento vivían en Polonia más de tres millones de judíos, los cuales suponían cerca del 10% del total de la población.
Que Polonia fue una víctima del totalitarismo en la Segunda Guerra Mundial es una obviedad, que desarrolló uno de los movimientos más importantes de resistencia contra los nazis es innegable, pero a la vez resulta de lo más absurdo tratar de ocultar que antes de que los nazis invadieran el país, ya campaba a sus anchas por allí un creciente antisemitismo. O que una buena parte de su población, empezando por las autoridades, deseaban que los judíos desaparecieran del país. La responsabilidad del Holocausto es ante todo de los nazis, pero no tiene sentido hablar de la Polonia anterior a la guerra, o contar la historia de Oświęcim (nombre polaco de Auschwitz) como se hace en la exposición, eludiendo toda referencia al antisemitismo que ya existía antes de la llegada del nazismo y que de alguna manera favoreció el genocidio, sobre todo cuando era la propia población polaca la que participaba en las matanzas. La realidad no es blanca o negra, sino gris.
La única explicación que se me ocurre a estas notables omisiones es que, al fin y al cabo, la exposición está coproducida por el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, que depende del Gobierno polaco. Y resulta que, a instancias de ese mismo gobierno, hace unos meses Polonia prohibió por ley cualquier vinculación de dicho país con el Holocausto. Dicho de otra manera, que el Gobierno polaco ha decidido censurar toda información acerca del antisemitismo patrio en los oscuros tiempos del nazismo, aunque se lleve por delante la libertad de expresión y, en definitiva, la verdad histórica. Estamos ante un lavado de imagen de un país a cargo de un gobierno nacionalista y autoritario que pretende crear así una historia oficial de Polonia gloriosa e inmaculada. En ese sentido, la exposición sobre Auschwitz no deja de ser parte de este proceso de maquillaje de la historia.
El visitante de la exposición sobre Auschwitz podrá contemplar un vagón de mercancías como aquellos en que los nazis hacinaban a los presos camino de los guetos, los campos de concentración o los de exterminio. Un barracón donde dormían amontonados los presos. Juegos de mesa y libros infantiles destinados a promover el odio a los judíos entre los niños. El visitante aprenderá que entre el más de un millón de personas que murieron en Auschwitz, además de judíos -que fueron la gran mayoría- también hubo presos políticos, prisioneros de guerra polacos y soviéticos, gitanos, testigos de Jehová y homosexuales. Leerá y verá imágenes y objetos sobre la vida y la muerte en el campo, sobre los kapos, sobre el trabajo esclavo a cargo de IG Farben, sobre los métodos para asesinar en masa. Descubrirá también a heroicos personajes que arriesgaron su vida por ayudar a los perseguidos. Y a unos cuantos verdugos. Sabrá lo que fueron las marchas de la muerte y que Auschwitz fue finalmente liberado el 27 de enero de 1945 por el Ejército soviético, el cual encontró a unos 7.000 supervivientes así como numerosas pruebas de los crímenes allí cometidos. Y en este punto la exposición peca de otro importante olvido. Como ya comenté aquí en su día, la suerte de los prisioneros soviéticos que fueron "liberados" por sus compatriotas de los campos nazis no fue nada envidiable, pues solían ser acusados de "traidores a la patria" por haberse rendido al enemigo y castigados por ello. En el caso de las mujeres el asunto era aún más grave. El Ejército Rojo se distinguió entre otras cosas por el enorme número de violaciones que perpetró a medida que avanzaba hacia el interior de Alemania. Solo en este país hubo dos millones de mujeres violadas, pero en realidad no fue el único lugar donde los soviéticos cometieron tales crímenes, pues también sucedieron en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía o Yugoslavia. Podríamos decir que el Ejército soviético "liberaba" violando. Las víctimas no eran solo "enemigas", es decir, alemanas o húngaras, sino que podían ser de cualquier nacionalidad o etnia, incluyendo a las presas "liberadas" de Auschwitz y otros campos nazis, especialmente si eran soviéticas. Estas últimas eran tachadas de putas de los alemanes, lo que las convertía en merecedoras de castigos ejemplares.
Como escribió Laurence Rees en su libro Auschwitz. Los nazis y la solución final:
“Nunca sabremos el número exacto de ataques sexuales perpetrados por los
soldados soviéticos a medida que avanzaban a través de Alemania, así como el de
los cometidos tras el final de la guerra, pero se trata de una cifra que con
certeza ronda los centenares de miles. En años recientes, el sufrimiento de las
mujeres alemanas en ciudades como Berlín ha recibido mucha publicidad. Sin
embargo, la revelación de que mujeres que ya habían soportado toda clase de
maltratos en Auschwitz y otros campos fueron posteriormente violadas por sus
libertadores hace que toda la historia resulte aún más repugnante y asquerosa”.
La exposición sobre Auschwitz es notable, rica en información, imágenes y objetos. Es de agradecer que incluya datos sobre los republicanos españoles que cayeron en las garras de los nazis. Hay que valorar que mencione el desinterés de los Aliados por frenar de alguna forma el Holocausto, a pesar de que estaban muy al tanto del mismo. Podríamos decir que es una muestra necesaria para que no se olvide lo que jamás debemos olvidar... si sus organizadores no se hubieran olvidado de contar una parte importante de la historia.
Me sorprendió mucho
descubrir (...) que los jóvenes a los que conocía en el ambiente universitario
de París solían simpatizar con el comunismo. En pocas palabras, soñaban con
instaurar un régimen similar a aquel del que yo acababa de escapar, y se lamentaban
de vivir en uno que les permitía llevar su envidiable existencia. Cuando me
reunía con otras personas procedentes de los países de la Europa del Este,
compartía con ellos mi perplejidad por la ingenuidad de los jóvenes franceses.
Tzvetan Todorov,
"La experiencia totalitaria"
"¿Por qué?",
gritaba furiosa Ajmátova cuando alguien en nuestro entorno contagiado por el
estilo general, hacía esa pregunta.
"¿Cómo que por
qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada..."
Nadezhda Mandelstam,
"Contra toda esperanza"
Hoy quiero recomendaros
los tebeos de Jonas Fink, cuyo último volumen se ha publicado en nuestro país
este año. Cuentan la vida de un tipo en Praga, Jonas, desde que era niño allá
por los años cincuenta. De origen judío y "burgués", Jonas lo tiene
crudo para hacerse mayor bajo el régimen comunista, empezando porque a su padre
lo detienen acusado de "enemigo del pueblo", es decir, por no haber
hecho nada más que pensar por sí mismo. Jonas y su madre quedan señalados, estigmatizados,
así que los echan de casa y a Jonas de la escuela.
Si alguien tiene
interés en saber lo estupendo que se vivía al otro lado del Telón de Acero,
nada mejor que estos cómics. El autor, Vittorio Giardino, es un genio en lo
suyo. A través de un guión envolvente y unos dibujos esmerados, minuciosos y
perfectos, Giardino ofrece una imagen bastante real de la Praga comunista. Una
ciudad que había pasado de ser el paraíso para los amantes del arte, la
literatura, la arquitectura y la cultura, a un periodo de profunda decadencia
gracias a la represión política que detenía, ejecutaba o enviaba a campos de
trabajos forzados a muchas personas que aquel régimen totalitario consideraba
incómodas: opositores políticos, "burgueses", o simples intelectuales,
pues no convenía que hubiera gente con formación que pudiera cuestionar la
autoridad del gobierno (recordemos que Kafka estaba censurado en la
Checoslovaquia comunista). Y cuando en 1968, durante la Primavera de Praga,
Alexander Dubček llevó a cabo unas tímidas reformas democráticas en
Checoslovaquia y por fin parecía que se podía respirar algo de libertad, los
soviéticos no fueron capaces de tolerarlo e invadieron el país. Los checos
tendrían que esperar hasta 1989, tras la caída del Muro de Berlín, para que se
hicieran realidad los cambios drásticos que llevaban tanto tiempo anhelando.
Hoy está de moda el
turismo de campo de concentración, visitar los lugares del horror humano, sobre
todo si son nazis. No sé las cifras, pero supongo que serán ya bastantes millones las
personas que han peregrinado a Auschwitz, Sachsenhausen, Mauthausen, Buchenwald o Dachau (la actual exposición sobre Auschwitz en Madrid ha recibido a más de 200.000 visitantes en sus cien primeros días).
Sin embargo, aunque los campos nazis supusieron el clímax, el punto álgido de
este tipo de instituciones, no han sido ni los primeros ni los últimos en
existir. En los tiempos modernos fueron los españoles los creadores de los
primeros campos de concentración, y lo hicieron en Cuba, durante la guerra de
independencia de aquel país, a finales del siglo XIX. Desde entonces, muchas
naciones han puesto todo su empeño en encerrar a enormes grupos de población
"indeseable" en este tipo de recintos, siempre bajo nefastas e
inhumanas condiciones. Así lo hicieron por ejemplo los británicos durante las
Guerras de los Bóeres; los alemanes en Namibia (donde en 1904 construyeron el
primer campo de exterminio de la historia); los turcos en la Primera Guerra
Mundial para confinar a la población armenia; los soviéticos con el Gulag; los
nazis con sus campos de concentración y de exterminio; los estadounidenses
durante la Segunda Guerra Mundial para recluir a sus ciudadanos de origen
japonés; la Yugoslavia de Tito; los británicos en Kenia antes de la
independencia de este país; la Cuba castrista con las UMAP; China con el
Laogai, o actualmente Corea del Norte con sus campos para presos políticos. Los
objetivos de hacinar a la gente en estos lugaresvan desde simples castigos, a la reeducación
política, la limpieza étnica, los trabajos forzados o el exterminio.
En España también
tuvimos campos de concentración, claro. Empezaron a aparecer durante la Guerra
Civil y continuaron existiendo en la posguerra. Los republicanos tuvieron cuatro
campos de trabajo por los que pasaron miles de presos derechistas. Los
franquistas llegaron a erigir casi trescientos campos (inspirados en los nazis) por
los que pasaron cientos de miles de presos republicanos (otros 9.000
republicanos españoles estuvieron en los campos nazis -sobre todo en
Mauthausen- y más de 300 en los soviéticos). El último campo de concentración oficial franquista fue el de Miranda de Ebro, en Burgos, que durante la Segunda Guerra
Mundial llegó a estar dirigido por funcionarios nazis, por cierto, como Paul Winzer. El
campo se cerró en 1947, después de una década de existencia, y tiempo después
fue desmantelado.
Alguien que en España
tenga interés por el turismo de campo de concentración se va a tener que ir al
extranjero. A Alemania, por ejemplo. Porque de las decenas de campos que hubo
en nuestro país casi no queda ni rastro. Del de Miranda de Ebro nos dice la Wikipedia que "sólo queda un viejo depósito de agua, algún muro, los
restos del lavadero y una caseta de guardia y una placa en recuerdo de los
prisioneros". Por aquel campo pasaron cerca de 100.000 presos, incluyendo
a unos 15.000 refugiados extranjeros.
Y es que no es lo mismo
que un ejército libere un campo de concentración, a que sean sus propios
artífices quienes lo cierren cuando ya no les sirve y luego lo hagan
desaparecer de forma conveniente.
En estos días de asueto he estado entretenido viendo los vídeos de los discursos que ha dado Pablo Iglesias en su reciente visita a Argentina (sí, soy así de especialito). Por si alguien tiene curiosidad, los tiene todos colgados en su perfil público de Facebook.
Lo primero que voy a hacer es recomendar un curso de ética periodística, como esos que daba Juanjo de la Iglesia en Caiga Quien Caiga, a La Gaceta:
No, Pablo Iglesias no ha reconocido eso, sino más bien que "América Latina fue la escuela en la que aprendimos a pensar la política". Ya digo que he escuchado los discursos y diría que en ningún momento ha mencionado ni el chavismo ni a Maduro. Tampoco le hace falta, ya elogió a Chávez bastante cuando este murió:
Teniendo en cuenta la situación actual de Venezuela, habría sido muy torpe por parte de Pablo Iglesias hacer alguna referencia concreta y elogiosa a la misma. Ahora simplemente no toca. Su partido se limita a vetar en el Congreso, junto a Esquerra Republicana de Catalunya, cualquier iniciativa en contra del régimen de Maduro. Además, en Argentina Pablo en realidad ha hecho algo peor que elogiar a Maduro y que seguramente se les ha pasado a los de La Gaceta: ensalzar al carnicero del Che Guevara (a partir del minuto 42).
No obstante, es obvio que cuando Pablo reconoce la influencia de América Latina en Podemos, está en realidad reconociendo la influencia de la izquierda latinoamericana en Podemos. Y bueno, la izquierda latinoamericana así, en general, es ciertamente digna de elogio, aunque solo sea por haber hecho frente a la derecha latinoamericana, parte de la cual ha sostenido unas cuantas dictaduras y que siempre ha tenido detrás a los EEUU. El problema del discurso de Pablo Iglesias es la falta de autocrítica. Porque esa izquierda latinoamericana, aparte del Che, la dictadura castrista, Sendero Luminoso, las FARC y otros protagonistas indeseables, también incluye el chavismo y otros movimientos populistas con los que sus críticos siempre relacionan a Podemos ante el enfado ocasional de sus dirigentes. Y ahora ha venido Pablo Iglesias a darles las razón a esos críticos de Podemos. Si habla de la izquierda latinoamericana así, en general, sin tacha alguna, está dando a entender que la asume al completo.
Pablo Iglesias además se ha reunido con la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, a la que ha comparado con Eva Perón. Recordemos que Cristina Fernández está inmersa en causas por corrupción y como encubridora del caso AMIA, uno de los peores atentados ocurridos en Argentina, en el que murieron 86 personas y resultaron heridas más de 300. Asimismo, Pablo ha reconocido en una entrevista las raíces peronistas de Podemos.
Bien, pues he de decir que, dejando aparte al Che, los Castro y demás esperpentos leninistas, no me gustaría nada ver en el poder de mi país a una formación que tenga algo que ver con:
Puerto de Indias (Sevilla), atribuido a Alonso Sánchez Coello
Vi la serie de Alberto Rodríguez y bueno, en líneas generales me gustó, aunque la trama principal
parezca inspirada en un thriller
estadounidense.
Antes de seguir, tengo
que decir que esta entrada va más bien sobre los aspectos históricos de la
serie, pero advierto a navegantes que a partir de ahora OBVIAMENTE HABRÁ DESTRIPES.
Después de acabar de
verla, he leído un par de críticas sobre la serie, una buena y otra mala. La buena es de un
colega bloguero, John Surena:
Me han parecido muy
interesantes ambas, y digamos que yo, en mi humildad, me situaría entre ellas
(para aprender, más que nada).
Estoy de acuerdo con la
primera crítica en que la ambientación, la recreación de la época con sus epidemias de peste y todo eso,
parece muy logrado. Está muy bien que en la serie se pongan de manifiesto cosas
como la presencia opresiva de la Iglesia, la persecución a los homosexuales y
la marginación de la mujer. En ese sentido me ha encantado que aparezca una
pintora que, como bien señala John, está inspirada directamente en auténticas
mujeres artistas de la época cuya existencia se ha ocultado durante siglos solo por
misoginia. De hecho, muchas tenían que firmar sus obras con un pseudónimo
masculino.
También es loable, como
indica John, que en la serie aparezcan esclavos, muy abundantes en aquel
momento. Porque, como bien escribe John, existe la creencia generalizada, aún hoy, en un Imperio español no-esclavista
por motivos religiosos cuando la verdad histórica es que resultó al contrario y
el uso de la coerción a la hora de obtener mano de obra (a través de
subterfugios en el caso de los indios americanos, ya que no se les podía
esclavizar formalmente, o usando la esclavitud de facto en el caso de la
población negra) resultó capital para la economía del Imperio de los Austrias
casi en la medida en que lo fue para los romanos. Esto es un hecho, como lo fue
en el caso portugués, y no deberían oscurecer el análisis de esta cuestión las
valoraciones sobre si los ingleses o los franceses u otros hacían lo mismo o
peor. Porque esa no es la cuestión. Sevilla fue, además de muchas otras cosas,
un mercado de esclavos y no pasa nada por admitirlo. Lo contrario es intentar
“blanquear” la historia cuando no nos gusta la imagen que proyecta sobre
nuestros antepasados.
También estoy de
acuerdo con John, y aquí han metido la pata en la serie, en que persiste el
mito de que el principal metal precioso que se traía de la América española era
el oro, cuando en realidad se trataba de la plata.
En cuanto a la fábrica
de añil, sí hubo alguna en Andalucía, en lugares como Écija (Sevilla) o Guadix
(Granada), después de que su cultivo se importara de América. De hecho,
discrepo con John en que sea acertada la frase de uno de los personajes de la
serie cuando dice al respecto que "debe ser de las pocas fábricas
sevillanas que exporta algo". La verdad es que en aquel momento Sevilla,
en su papel de Puerto de Indias, era algo así como la capital del comercio
mundial, cosa que creo que tampoco se pone muy de manifiesto en la serie. Y entrando ya
en la crítica de Roca Barea, acierta cuando dice que se exportaban muchas manufacturas locales desde ese puerto: loza,
paños, libros, vino, sal... y hasta sofisticados productos farmacéuticos
trasatlánticos como la quinina, que era el no va más de la medicina de la época.
Yo añadiría el trigo y el aceite, por ejemplo.
También parece absurdo,
como señala Roca Barea, que aparezcan tantas velas encendidas incluso a plena
luz del día.
En cuanto a la Biblia del Oso, que realmente existió,
dice Roca Barea que al protagonista, impresor de aquel libro y protestante, quizá le
hubiera ido como a Miguel Servet, o sea, muy mal, si hubiese logrado su propósito
de escapar a Ginebra con los calvinistas, sobre todo por el discurso que se
marca borracho en una taberna: en Ginebra estaban prohibidos el alcohol y la
música, las tabernas habían sido cerradas y el panteísmo estaba muy mal visto
como en toda la cristiandad. Sabemos que el autor de la Biblia del Oso,
Casiodoro de Reina, se convirtió al protestantismo y efectivamente huyó a
Ginebra, mientras la Inquisición quemaba su imagen en un auto de fe y prohibía
sus obras. Pero de Ginebra salió por patas después de ver cómo los calvinistas quemaban a Servet. Estuvo en Inglaterra, donde tampoco le fue demasiado bien, y
terminó muriendo en Fráncfort después de pasar por Amberes. Digamos que se pasó
la vida huyendo de unos y otros.
Roca Barea comenta que
el personaje del médico Monardes (confusamente
tocado con un gorrito que recuerda la kipá judía) se queja de que si la
Iglesia supiera que emplea piñas para cicatrizar heridas, como los indios,
"lo quemaban todo conmigo dentro. Por brujo. Con la mitad de todo lo que
aquí hay se podrían curar más de cien enfermedades y, sin embargo, tengo que
esconderlo". Roca Barea recuerda con acierto entonces que donde más se
quemó a la gente por brujería no fue en España, sino más al norte, sobre todo
en territorios protestantes, y como prueba nos remite a la Wikipedia. En su
libro, Roca Barea emplea los trabajos del estudioso de la Inquisición, Gustav
Henningsen, para darnos algunos datos: en la Edad Moderna fueron quemadas unas
50.000 personas acusadas de brujería, la mitad en territorios alemanes; 4.000
en Suiza (en la Wikipedia pone que 10.000); 4.000 en Francia; 1.500 en Inglaterra...
y en España, el número de brujas quemadas por el Santo Oficio fue de 27. La diferencia me parece abrumadora,
sobre todo porque también está muy extendida la imagen de la Inquisición
española quemando brujas y herejes día sí y día también. De hecho, así termina
la serie: con los herejes ardiendo en la hoguera. Como bien señala John, los autos de fe finalizados en ejecuciones
en la hoguera resultaban bastante esporádicos y para nada tan comunes como a
veces la imaginación popular ha pretendido, y Roca Barea nos da también un
número exacto de protestantes víctimas de la Inquisición española: 12, los cuales han dado lugar a tantos libros,
comentarios y menciones que parecen doce mil. Los mártires católicos que
produjo el protestantismo pueden competir con la guía de teléfonos de una
ciudad mediana.
La última crítica de
Roca Barea a la serie es sobre una frase
genial: «Se embarcan los deshechos, los que aquí no tenían futuro, esperando
volver a empezar». Hay pocas migraciones en la Historia de Occidente más
supervisadas, cuidadas y mimadas que la que fue al Nuevo Mundo desde España. A
Cervantes no le fue permitido viajar. ¿Por qué? Pues porque no tenía oficio ni
beneficio. Había sido soldado pero ya no podía serlo tras quedarse manco. Y
había que evitar que las Indias se llenaran de aventureros sin cualificar.
Bien, el debate que se
plantea aquí es: ¿hasta qué punto el Imperio español, la España de la Edad
Moderna, fue ese lugar oscuro, tenebroso, atrasado, represivo, en permanente bancarrota y
fallido -John lo compara con la URSS de Stalin-, o más bien, como se nos quiere
hacer creer por otro lado, representa una época gloriosa de la historia de nuestro
país, regido por grandes gobernantes y, en fin, en su máximo esplendor?
Pues creo que ni una
cosa ni la otra, pero sí me parece fundamental encontrar una perspectiva
adecuada para contemplar nuestra historia. Una perspectiva basada en la verdad
de los hechos, vaya.
Es importante destacar
los aspectos más oscuros de la sociedad de entonces: la marginación de las
mujeres y las persecuciones a herejes, brujas, homosexuales y otros grupos. Hay
que hablar también de la esclavitud y hay que hablar de
la Inquisición, por supuesto, pero desmitificándola. La Inquisición, que se ha
convertido en la encarnación de todo mal, para empezar ni siquiera surgió en
España, sino en Francia, en el siglo XII. Su función era reprimir a los herejes,
efectivamente, pero también poner orden, es decir, evitar que cualquiera se
tomara la justicia por su mano y le quemara la casa a un vecino o lo colgara de
un árbol porque se llevaban mal, acusándole de hereje o de brujo. La
Inquisición sometía el delito de herejía a un proceso reglamentado. Sí, hoy
esto nos parecería una barbaridad igualmente, pero no hay que olvidar que estamos hablando de una
institución medieval. Y no solo hay que situar este tema en su contexto, sino
también verlo con perspectiva. Según Jaime Contreras y Gustav Henningsen, entre
1550 y 1700 la Inquisición abrió 44.674 causas, de las que resultaron 1.346
condenas a muerte. Según Henry Kamen, el total de personas ejecutadas por la
Inquisición en toda su historia y territorios en que existió, es de 3.000. Es necesario aclarar además que no todas esas personas fueron acusadas de herejía o
brujería, también de crímenes que así son considerados hoy en día: violaciones,
abusos a menores, contrabando, falsificación de documentos, etc. Según James
Stephen, durante los tres siglos de la Edad Moderna solo en Inglaterra se ejecutó a
264.000 personas.
¿No será que esta
visión tan negativa de la historia de España que seguimos teniendo está un
poquillo influida por nuestra leyenda negra? Quizá Roca Barea exagere con eso
de que estamos echando abajo el trabajo de la Marca España y el Instituto
Cervantes, pues creo que los acontecimientos políticos del último siglo nos han
hecho también mucho daño en cuestiones de imagen, pero a la vez me parece
innegable que desde finales del siglo XIX (o sea, tras la pérdida de las colonias),
los españoles hemos sido muy críticos en general con nuestra propia historia,
quizá demasiado, cosa que han aprovechado los apologistas de nuestra leyenda
negra, que a su vez suelen hacer propaganda en favor de los protestantes. Lo
dice también García de Cortázar: "en España hemos sido muy torpes a la hora de
contar nuestra historia. No sólo no hemos tenido sentido de la propaganda sino,
al contrario, hemos cultivado un sentido justiciero de nuestra propia historia
que ha permitido la pervivencia de mitos muy dañinos".
No creo que la
situación de la España del siglo XVI fuera la ideal, pero tampoco tan
desastrosa como se da a entender con frecuencia teniendo en cuenta el contexto.
Resulta muy difícil de entender que un país en continua crisis, que iba de
bancarrota en bancarrota y que además estaba atrasado, política, económica e
intelectualmente, fuera capaz de crear el primer imperio mundial de la historia
y que lo mantuviera durante más de tres siglos. Un imperio cuya estabilidad y prosperidad fueron mucho más duraderas que las de cualquier imperio colonial creado después por el resto de potencias de Europa Occidental (Inglaterra, Países Bajos, Francia, Portugal, Alemania, Bélgica o Italia). Eso por no hablar del Siglo de Oro español.
Es verdad que el
panorama español en el siglo XVII no era para tirar cohetes, pero es que
hubo una crisis que afectó a toda Europa, por eso es importante situar los
hechos en su contexto. Una crisis en la que por cierto tuvo mucha influencia
cierto cambio climático que se dio por entonces y que se conoce como Pequeña
Edad de Hielo. El descenso demográfico que hubo en España a principios de aquel
siglo se debió, entre otras cosas, a la migración a América (que no estaba
formada por prófugos, como los calvinistas del Mayflower) y a la expulsión de los moriscos.
Si nos situamos en el
Siglo de las Luces, desde luego el resto de países europeos no es que
estuvieran en su mayor momento de esplendor, ni en el terreno de las libertades
ciudadanas ni en el de la economía. En lo intelectual es el siglo de la
Ilustración, pero es que también hubo una Ilustración española como la hubo
inglesa, francesa y de otros lugares. Fijémonos en Francia. Su participación en
la Guerra de Sucesión española arruinó a nuestro país vecino y agravó allí la
tremenda hambruna de 1709, una de las peores ocurridas en Europa desde el
Renacimiento y que mató a cientos de miles de personas. A lo largo del siglo
XVIII hubo muchas decenas de levantamientos en Francia provocados por el hambre.
Pero vamos, que lo de las revueltas en Francia por causa del hambre para
entonces ya era una tradición. La justicia francesa era inexistente y las detenciones
arbitrarias mediante la lettre de cachet
eran la norma. Se habla mucho de la toma de la Bastilla en 1789, lo que no es
tan conocido es que aquella acción se debió precisamente a que la famosa cárcel
se había utilizado durante mucho tiempo para encerrar a las víctimas de los
abusos monárquicos. En fin, que en esas condiciones no es raro que estallara
una revolución en Francia y lo que llama la atención es que no ocurriera antes.
En Francia, por cierto, se perseguía a los protestantes, y en Inglaterra a los
católicos... y a todos los que no fueran anglicanos. Es muy gracioso que a
María I, que era católica, la llamen Bloody
Mary por matar a 284 protestantes cuando los reyes anglicanos, empezando
por su padre Enrique VIII y continuando con su hermanastra Isabel I, fueron
bastante más sanguinarios. Por no hablar de la Gran Hambruna que provocaron los
ingleses en la católica Irlanda a mediados del siglo XIX.
En cuanto a la América
española, la situación de los indígenas en el siglo XVI, tras la llegada de los primeros conquistadores, por supuesto era nefasta debido al criminal comportamiento inicial de estos y a las enfermedades epidémicas que involuntariamente llevaron consigo. Aunque tampoco resultaba envidiable bajo el dominio de los incas o los aztecas, motivo por el que el imperio se construyó gracias a pactos entre los españoles y distintos pueblos indígenas. En los siglos XVII y XVIII, distando mucho de ser ideales las condiciones de vida de los indígenas, desde luego fueron mucho mejores que en el XIX y el XX cuando, tras la independencia de los Estados hispanoamericanos, se les marginó y persiguió con el objeto de hacerlos desaparecer ya que no encajaban en las sociedades modernas.
Con el Imperio español pasó algo muy llamativo, y es que en 1551 la flor y
nata de los legisladores y teólogos se reunieron en Valladolid para discutir
acerca de los derechos de los indios. No es muy común que un imperio en plena
expansión detenga sus máquinas para debatir la legitimidad moral y legal de sus
conquistas. Y como como pone en la Wikipedia,
"no hubo una resolución final, aunque fue el inicio de un cambio que se
tradujo en más derechos para los indígenas".
Para España sus territorios
en América no eran simples colonias, en realidad eran la España de ultramar. La
intención de España era reproducir la metrópoli en América, por eso los
españoles construyeron tantas ciudades, caminos, hospitales, escuelas y universidades allí. Para ilustrar esta cuestión, dejo algunas fotos que hice en el Museo del Ejército, en Toledo:
Para acabar, en su
libro Roca Barea da una explicación a por qué EEUU ha sido desde su creación
una nación exitosa, mientras que las repúblicas que surgieron del Imperio
español en América han experimentado un fracaso tras otro. Existe un esquema
mental al respecto, el cual procede de la historiografía del siglo XIX, que
viene a achacar la responsabilidad de este asunto a quienes colonizaron unos y
otros territorios. El resumen sería que Norteamérica (o EEUU) es próspera
porque allí hubo colonias inglesas, mientras que los países fracasados
surgieron precisamente en territorio hispano. El debate es muy interesante y
creo que la autora lo resuelve de forma acertada. Hubo un Imperio español en
América que duró más de tres siglos, y hubo un proyecto de imperio británico en
el territorio de EEUU que fracasó. Los españoles llegaron a América en 1492 y
en cincuenta años habían conquistado más de quince millones de kilómetros
cuadrados (con la inestimable ayuda de muchos indígenas, por supuesto). En 1584
Sir Walter Raleigh exploró una zona de Norteamérica a la que llamó Virginia (en
honor a Isabel I, conocida como "la Reina Virgen"), pero su intento
de establecer allí una colonia no prosperó. El primer asentamiento inglés en el
Nuevo Mundo fue Jamestown (Virginia), fundada en 1607. Tres años después habían
muerto el 80 por ciento de los colonos. En 1620 llegó a América el Mayflower, un acontecimiento considerado
por la mitología fundacional como el origen de las famosas Trece Colonias y por
tanto de EEUU. Hay que señalar que aquel barco iba tripulado por puritanos
(similares a los calvinistas) que huían de las persecuciones anglicanas. Los
prófugos del Mayflower fundaron la
colonia de Plymouth. Ciento cincuenta años después, los colonos ingleses habían
podido llegar a controlar un territorio aproximadamente tan grande como España.
A finales del siglo XVIII, cuando EEUU se independizó de Inglaterra, los
territorios americanos controlados por España, además de mucho más extensos,
eran asimismo mucho más prósperos que los del Norte. En 1800 la América
española contaba con las ciudades más pobladas y con las mejores
infraestructuras del continente. México tenía 137.000 habitantes, y Lima,
Bogotá y La Habana superaban los 100.000. En cambio Boston, una de las ciudades
más pobladas del Norte, tenía 37.000. La prosperidad en el Norte se alcanzó
después de la independencia, no antes. A comienzos del siglo XIX el Imperio
español estaba cerca de su final, mientras que el del Norte, que era
estadounidense y no inglés, comenzaba a expandirse: en sesenta años multiplicó
por ocho su superficie.
En resumen, el Imperio
español era próspero, al menos en comparación con otros lugares de su época,
mientras que la prosperidad de EEUU se debe a los propios estadounidenses, no a
los ingleses. Así pues, la suerte que han vivido los países americanos tras su
independencia no parece que guarde mucha relación con sus respectivos
colonizadores. Quedarían por explicar los motivos de las sucesivas crisis que
han vivido las repúblicas independizadas de España en América. Como imperio que
es, tras expandirse rápidamente los EEUU se han caracterizado desde el siglo
XIX por intervenir en el resto del continente americano, al que han considerado
su patio trasero, y es innegable que este intervencionismo (o imperialismo) ha
condicionado en gran medida su historia. Pero esto, que es cómodo y
tranquilizador porque echa todas las culpas a otro, no explica del todo la
crisis permanente que existe en Hispanoamérica desde hace dos siglos (una
crisis que quizá sí explica las intervenciones yanquis en esos países, y no al
revés). Copio unas palabras de Roca Barea al respecto:
"No es asunto de
este libro, pero hago notar que los territorios de un imperio, cuando este se
derrumba, pasan por una larga etapa de problemas sociales y políticos, y se ven
arrastrados por toda suerte de tendencias disgregadoras que generan una enorme
conflictividad. Y esto sucedió en Hispanoamérica y en España por igual. El
feudalismo es el resultado de la caída del Imperio romano, esto es, del fracaso
del Estado. Se genera automáticamente una situación feudal siempre que se
produce esta quiebra estatal, porque el feudalismo no es más que la búsqueda de
alianzas personales por encima de la ley. El mundo se vuelve demasiado inseguro
para confiar en extraños. Consciente de que la situación de Hispanoamérica era
pareja a la de Europa tras el fin del Imperio romano, Simón Bolívar dijo que
era necesario dejar que América del Sur hiciera su Edad Media. De semejante
manera, viven los Balcanes en una situación de angustia permanente. Las
terribles guerras que allí se han comenzado tienen una relación directa con el
final del Imperio otomano y el Imperio austrohúngaro. El Imperio español hizo
durante varios siglos que el milagro e
pluribus unum fuera posible, y cuando el imperio faltó, afloraron todas las
diferencias de sustrato, que eran enormes, y lo que triunfó fue ex uno, plures".
De aquí se podrían
extraer algunas conclusiones. Una sería que el Imperio español se asemejaría
bastante más al romano que a la URSS, por ejemplo. Y otra sería una pregunta:
¿qué pasará cuando se acabe el Imperio estadounidense, del que por cierto
formamos parte?
La
ofensiva de 1919 no se llevó a cabo, pero su filosofía ha seguido
viva (…). Quizá la próxima vez se trate de matar a mujeres, niños
y toda la población civil.
Winston Churchill, 1925
Se ha resuelto que el objetivo principal de sus operaciones debe ser minar la moral de la población enemiga y, en especial, la de los trabajadores industriales.
Directiva del Bombardeo de Área del Ministerio del Aire británico al Mando de Bombardeo de la RAF, 14 de febrero de 1942
Supongo que está claro que los objetivos [de los bombardeos de área] deben ser los núcleos de población y no, por ejemplo, los astilleros o la industria aeronáutica (...). Esto debe quedar bien claro si aún no se entiende.
Charles Portal, jefe del Estado Mayor de la RAF, en respuesta a la Directiva del Bombardeo de Área, 15 de febrero de 1942
El objetivo de la ofensiva combinada de bombardeo (...) debe declararse sin ambigüedades [como] la destrucción de las ciudades alemanas, la muerte de los trabajadores alemanes y la desarticulación de la vida social civilizada en toda Alemania. (...) Debería subrayarse que la destrucción de edificios, instalaciones públicas, medios de transporte y vidas humanas, la creación de un problema de refugiados de unas proporciones hasta ahora desconocidas y el derrumbe de la moral tanto en la patria como en los frentes de guerra por medio de unos bombardeos todavía más amplios y violentos, constituyen objetivos asumidos y deliberados de nuestra política de bombardeos. En ningún caso son efectos colaterales de los intentos de destruir fábricas.
Carta de Arthur "Butcher" Harris, mariscal del aire y jefe del Mando de Bombardeo de la RAF, a Charles Portal, 25 de octubre de 1943
Aunque Overy en ella se refiere sobre todo a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, cuenta también cómo ese tipo de ataques sobre civiles se han prolongado hasta nuestros días, muchas veces con el objeto de obtener beneficios políticos.
Por hacer un pequeño resumen, aunque los bombardeos de ciudades comenzaron ya en la Primera Guerra Mundial, este tipo de estrategia se desarrolló sobre todo en el periodo de entreguerras. Se pensaba que se podría derrotar al enemigo minando la moral de su población a base de machacarla y aterrorizarla con bombardeos masivos, que se podría ganar la guerra desde el aire, siendo los británicos los mayores entusiastas de este tipo de teorías. De hecho, fueron ellos también los primeros en ponerlas en práctica en la Segunda Guerra Mundial.
Curiosamente, la aviación militar surgió con la idea de que cooperara con las fuerzas de tierra y la marina, en un uso que más tarde se denominaría "táctico" para diferenciarlo del "estratégico". El bombardeo estratégico básicamente consiste en utilizar la fuerza aérea de forma independiente para atacar la retaguardia enemiga, y ahí entra el bombardeo de ciudades como parte también de la guerra total, es decir, la que implica directamente a la población civil.
Como ya he dicho, fueron los británicos los primeros en poner en práctica el bombardeo masivo de ciudades en la Segunda Guerra Mundial, y también quienes lo hicieron en mayor magnitud. Aunque se podría pensar que los nazis serían grandes partidarios de la guerra total, lo cierto es que, a diferencia de la RAF, la Luftwaffe se había formado como una fuerza aérea táctica. Por eso, con la excepción de los bombardeos precisamente sobre el Reino Unido, los alemanes no llevaron a cabo ninguna campaña de bombardeo estratégico pues no las consideraban útiles (y las campañas de bombardeo contra los británicos se hicieron en respuesta a ataques de estos sobre suelo alemán). No es que no bombardearan ciudades, que lo hicieron, sino que dichos bombardeos se llevaban a cabo habitualmente como apoyo directo a las fuerzas de tierra germanas, es decir, justo antes de que estas ocuparan las poblaciones atacadas. No obstante, los nazis podrían haber sido juzgados por esos bombardeos en Núremeberg, pues al fin y al cabo dichas acciones eran contrarias a las leyes de la guerra. Pero claro, los alemanes a la vez podrían haberse defendido señalando que los Aliados habían hecho exactamente lo mismo, de manera que se prefirió soslayar el tema.
En la Segunda Guerra Mundial murieron cerca de dos millones de personas por los bombardeos estratégicos (Overy habla de un millón, pero se queda corto), que sirvieron básicamente para eso, para matar a muchos civiles. Los bombardeos no quebraron la voluntad de continuar luchando de ningún país, y en realidad jamás lo han hecho. En las ciudades bombardeadas la gente se organizaba para protegerse y reducir las bajas, y en Alemania, por ejemplo, los ataques aéreos no solo no frenaron el esfuerzo de guerra, sino que este fue aumentando a lo largo del conflicto. Los nazis solo fueron derrotados cuando los ejércitos de tierra aliados ocuparon su país. Es más, los Aliados occidentales tomaron la costumbre de liberar territorios arrasándolos primero con bombardeos, y así causaron más de 60.000 víctimas civiles en Francia y otras tantas en Italia.
El poder aéreo aliado lograba sus mayores éxitos cuando apoyaba a las fuerzas de tierra y a la marina, en operaciones anfibias y en el avance por tierra hacia Alemania. Es decir, en acciones tácticas.
Los estadounidenses, que al comienzo de la contienda se manifestaron en contra de los bombardeos a la población, recogieron el testigo de los británicos y terminaron haciendo lo mismo que ellos: participaron en la campaña de bombardeo estratégico sobre Alemania, arrasaron las ciudades niponas con bombas incendiarias e incluso lanzaron dos bombas atómicas en Japón de forma totalmente innecesaria, pues el bloqueo económico y la invasión soviética de Manchuria habrían conducido a la capitulación japonesa en cuestión de semanas. Después, al no poder lanzar más bombas nucleares debido el contexto de la Guerra Fría, continuaron empleando la estrategia del bombardeo de saturación en Corea, Vietnam, Laos (proporcionalmente la nación más bombardeada de la historia) y Camboya. Hay que señalar que en Vietnam, y sobre una población subdesarrollada, los EEUU lanzaron más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de provocar el derrumbe de Vietnam del Norte y "democratizar" el país. Pero no lo consiguieron y todo Vietnam se volvió comunista.
Con excepciones como la Guerra de las Malvinas, en la que la fuerza aérea se empleó exclusivamente -y de forma exitosa- como apoyo del ejército de tierra y la marina, la misma estrategia errónea de los bombardeos masivos la hemos visto repetida durante las últimas décadas en otros lugares y con similares resultados: en los Balcanes, Afganistán (tanto por parte de los soviéticos como de los estadounidenses), Irak, Libia, Yemen y Siria. En este último país, hoy mismo, las fuerzas gubernamentales y rusas sobre todo, pero también las estadounidenses y turcas, machacan a la población civil de forma constante. Los bombardeos sobre territorios controlados por los rebeldes sirios o por el Estado Islámico, lejos de haberlos derrotado, lo que consiguen es aumentar su sed de venganza. Y, como antaño, estos bombardeos también se tratan de justificar bajo la excusa de haberse realizado buscando objetivos militares, se habla de "daños colaterales", o directamente se intenta deshumanizar a las víctimas: hoy se tacha de salvajes a quienes sufren los ataques en los territorios controlados por los rebeldes sirios o por el Estado Islámico, como hace un siglo eran tachados de primitivos quienes se levantaban contra el Imperio Británico y eran bombardeados por ello, o como en la Segunda Guerra Mundial se calificaba de bárbaros a los alemanes y a los japoneses.
Afortunadamente cada vez está peor visto por la opinión pública esto de los bombardeos, gracias entre otras cosas a la labor de los historiadores, como el propio Overy. Y por cierto, a pesar de que en esta entrada no he dejado a los hijos de la Gran Bretaña en muy buen lugar, también he de decir que hoy en día son precisamente los historiadores británicos quienes ofrecen las mejores obras sobre la Segunda Guerra Mundial, quizá porque no necesitan justificar ya ningún imperio.