Érase una vez una bella joven que además de bella y joven era prestidigitadora. Su truco favorito consistía en hacer desaparecer repentinamente a su novio para, poco después, hacerlo reaparecer muy sonriente entre los aplausos del público.
Sin embargo, cierto día ocurrió algo y el chico desapareció para siempre.
En estos tiempos de incertidumbre e inestabilidad, qué mejor para tranquilizar los ánimos que hablar de kamikazes nazis.
Mucho
se conoce sobre los kamikazes por excelencia, los japoneses,
todos hemos oído hablar de ellos, pero lo de los pilotos suicidas
germanos –sus aliados en la Segunda Guerra Mundial- es bastante
menos sabido.
La
idea de que los pilotos alemanes se matasen estrellándose contra las
fuerzas enemigas surgió en 1943 y partió de tres personajes: el
Oberleutnant (teniente) HeinerLange, el SS-Obersturmbannführer (teniente coronel de las SS) Otto Skorzeny, y la piloto de pruebas Hanna Reitsch.
A veces imagino que soy un piloto de caza de la Luftwaffe en plena Segunda Guerra Mundial. Lucho por mi país aunque me repugnen los nazis. Raquel es judía y permanece escondida con su hijo de cinco años, que para empeorar las cosas tiene un nombre ruso -Iván-. Su marido los abandonó hace años escapando de Alemania con otra mujer. No soy mal piloto, pero estoy harto de esta guerra y temo por la suerte de mi novia y su hijo. No puedo ver a Raquel tanto como quisiera, así que cuando lo hago trato de disfrutar del tiempo al máximo. Nos conocimos antes de la contienda, cuando ambos teníamos pareja. Yo me dedicaba a hacer acrobacias con una Bücker y cierto día, ella -siempre muy valiente-, quiso que le diera una vuelta por el aire. Le gustó tanto tocar el cielo conmigo que quiso repetir varias veces. Confieso que a mí me encantaba escuchar sus grititos y contemplar sus enormes ojos radiantes de felicidad cuando aterrizábamos. Tengo que añadir que no iniciamos la relación hasta que nuestras respectivas parejas se hubieron largado.
Una noche me decido a hacer algo. Voy a buscar a Raquel e Iván y los llevo al aeródromo. A hurtadillas, nos subimos a un avión biplaza -como el que utilizó Rudolf Hess para volar a Escocia- y escapamos a Suiza. Tras la guerra, nos vamos a vivir a Nueva Zelanda.
Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.
Hay un factor que influyó mucho en la actitud yanqui en todo este asunto, que fue el racismo y el desprecio que los estadounidenses sentían por entonces hacia los japoneses. Más que el ataque a Pearl Harbor, lo que de verdad sorprendió a las autoridades estadounidenses fue la capacidad organizativa y destructora de los japoneses. En diciembre de 1941 los yanquis esperaban una operación aeronaval nipona. Pero una. Japón emprendió siete a la vez, tres de ellas mayores (en Pearl Harbor, Filipinas y Malasia). Hay que pensar que hasta entonces los japoneses habían estado metidos desde hacía años en una guerra inacabable contra China, que era un país caótico y con una más que mediocre capacidad militar. Esa ineptitud japonesa para derrotar definitivamente a los chinos, unido a que eran orientales, hizo que antes de Pearl Harbor ni se pasara por la cabeza de los gerifaltes yanquis que Japón pudiera conseguir tantos éxitos militares y en tan poco tiempo como obtuvo a partir de entonces. El caza Zero, sin ir más lejos, fue una desagradable sorpresa, como veremos después.
Roosevelt,
igual que Churchill, veían
prioritario derrotar a Alemania antes que a Japón, pero es innegable
que las autoridades yanquis esperaban un ataque japonés, aunque sólo
fuese por los mensajes diplomáticos nipones descifrados y
especialmente después de las condiciones exigidas por EEUU en
noviembre (retirada de los japoneses de China e Indochina),
condiciones que los yanquis sabían a ciencia cierta que Japón no
aceptaría. El diario del secretario de la Guerra, Henry L. Stimson, revela que el 25 de noviembre el gabinete de guerra de Roosevelt se reunió para discutir la manera de "dejar que Japón dispare primero".
El
27 de noviembre de 1941 el almirante Stark, Jefe de
Operaciones Navales de los EEUU, envió un despacho a los
almirantes de la flota del Pacífico advirtiéndoles de que las
negociaciones con Japón habían fracasado y que la guerra era
inminente. En concreto les advertía de posibles ataques japoneses
contra Filipinas o las Indias Holandesas, y les ordenaba ejecutar un
despliegue defensivo. Y más aún: aquel mismo 27 de noviembre, un memorando firmado por el general Marshally redactado por Stimson, recordaba al general Short que "los Estados Unidos desean que Japón cometa la primera acción manifiesta":
Los
yanquis sabían de sobra que los japoneses iban a atacar. Puede que
no supieran que el golpe inicial fuese en Pearl Harbor, pero sabían
que iban a atacar. Además, para los japoneses eso de atacar los
primeros ya iba siendo una tradición desde 1904. Lo que los Aliados
no se pudieron imaginar ni en sus peores pesadillas fue que en apenas
medio año las fuerzas japonesas lograran encontrarse a las puertas
de la India y de Australia mientras su flota se hacía dueña del
Pacífico y el Índico, como así ocurrió. Vamos, que subestimaron
-y mucho- la capacidad militar del Japón. Supongamos
-y es mucho suponer- que a los yanquis ni se les pasara por la cabeza
que los japoneses pudieran atacar Pearl Harbor. Lo que sí sabían
seguro era que iban a ir a por las Indias Holandesas y las Filipinas,
y tampoco allí los preparativos de defensa previos a la agresión
nipona fueron desmesurados. Es decir, los Aliados pensaban que los
japoneses atacarían como mucho en uno o dos lugares a la vez, y
desde luego no de de la forma tan eficaz y devastadora como lo
hicieron en Pearl Harbor y durante las semanas siguientes. Pero lo
cierto es que entre el 7 y el 25 de diciembre de 1941 los japoneses
atacaron Pearl Harbor y Wake, desembarcaron en las islas Gilbert, en
Filipinas, en Guam, en Malasia, en Borneo y ocuparon Bangkok y Hong
Kong. Además conquistaron Malasia en cuatro semanas. En enero de
1942 ocuparon Manila, desembarcaron en Nueva Guinea, en la isla de
Célebes y en las Molucas. En febrero conquistaron Singapur,
desembarcaron en Java y atacaron Port Darwin (Australia). En marzo
ocuparon Rangún y conquistaron Java. En abril ocuparon Sumatra y en
mayo conquistaron las Filipinas y Birmania. Para colmo, en los cinco
meses que transcurrieron entre Pearl Harbor y la batalla del Mar del
Coral, los japoneses hundieron a los Aliados dos portaaviones, un
acorazado, ocho cruceros, un transporte de aviones, diecinueve
destructores y una corbeta. He dejado aparte los buques hundidos en
Pearl Harbor y los submarinos, buques menores y mercantes. A cambio,
los nipones sólo perdieron veintitrés buques del tamaño de un
destructor para abajo y un portaaviones ligero en el Mar del Coral.
En el verano de 1942 los japoneses todavía desembarcarían en las
Aleutianas y ocuparían Guadalcanal, en las islas Salomón.
Tal
desastre para los Aliados más que de la sorpresa fue fruto de la
incompetencia. Incompetencia de unos mandos políticos y militares,
tanto yanquis como británicos, que subestimaron al enemigo.
Incompetencia de unas fuerzas armadas estadounidenses muy inexpertas
(como aún demostrarían a comienzos de 1943, en la batalla del paso de Kasserine, cuando los alemanes les dieron una buena tunda en
Túnez). Un ejemplo: horas después del ataque a Pearl Harbor, los
aviones japoneses atacaron la base yanqui de Clark Field, en Luzón.
Ya no había sorpresa posible, en la base se habían enterado del
ataque en Hawái, y sin embargo, los pilotos japoneses se encontraron
con unas cuantas decenas de cazas y bombarderos yanquis perfectamente
alineados junto a las pistas. Obviamente se pusieron las botas de
destrozar aviones en tierra y en un rato privaron a los Estados
Unidos de la mitad de su Fuerza Aérea de Extremo Oriente. Este
suceso sería mucho más decisivo en las posteriores victorias
victorias japonesas que el ataque a Pearl Harbor.
Las
causas de esta falta de reacciones ante la agresión japonesa,
incluso después de conocerse el ataque a Pearl Harbor, están en la
incompetencia yanqui y el desprecio hacia los nipones, insisto.
Desprecio que hizo, por ejemplo, que los yanquis considerasen en 1941
su caza naval Brewster F2A Buffalo superior al Zero japonés, a pesar
de los informes existentes referentes a las actuaciones de éste en
China desde 1940. Y luego el Zero le zurró la badana al Buffalo pero
bien.
Hablemos
pues del Zero.
El
caza japonés Mitsubishi A6M Rei-sen (Caza Cero), o Zero-sen,
Zeke en el código de identificación aliado, y más conocido
por todo el mundo simplemente como Zero, comenzó a actuar en
China en agosto de 1940. Aquel mismo mes, veinticuatro Zeros
recorrieron sin escalas 1.850 kilómetros en una misión, lo cual era
una auténtica barbaridad para la época. En aquel momento quizá era
el mejor caza en servicio del mundo.
El
13 de septiembre de dicho año, trece Zeros se enfrentaron a
veintisiete cazas chinos Polikarpov (de fabricación soviética,
similares a los que habían combatido en España). Todos los cazas
chinos fueron derribados y no se perdió ni un solo Zero.
El
4 de octubre, ocho Zeros derribaron cinco cazas y un bombardero,
nuevamente sin sufrir pérdidas.
Al
acabar el año, los Zeros habían derribado 59 aviones chinos y
destruido 42 más en tierra. No se había perdido ni un caza japonés.
El
14 de marzo de 1941 los Zeros derribaron veinticuatro aviones chinos,
una vez más sin perdidas propias.
Antes
de Pearl Harbor, los japoneses sólo perderían dos Zeros en China,
ambos derribados por la artillería antiaérea, no por la aviación
enemiga.
En
China había observadores yanquis, soviéticos, británicos,
franceses y de otros países. Hasta Pearl Harbor, los Zeros llevaron
a cabo setenta misiones en China. Los japoneses pusieron sobre los
cielos de China un total de 529 cazas Zero, en misiones que a veces
suponían vuelos sin escala de dos mil kilómetros. Con ellos
derribaron 99 aparatos chinos confirmados, además de destruir muchos
más en tierra. Los restos de los dos Zeros derribados por la DCA
quedaron en manos chinas, pudiendo así ser vistos por los
observadores occidentales. Y sin embargo los Aliados no le prestaron
atención, lo que tuvo como consecuencia que para ellos el caza nipón
fuera una amarga sorpresa después de Pearl Harbor. El Zero era más
ágil que todos sus oponentes, incluso superaba al Supermarine Spitfire británico, aunque éste fuera más rápido. El caza diseñado
por Jirō Horikoshilogró
una proporción de victorias de 12 a 1 en su favor. También
tenía una autonomía prodigiosa, lo que le permitía aparecer en
cualquier sitio donde hiciera falta. La
superioridad total del Zero permaneció hasta mediados de 1942,
cuando los Aliados por fin se decidieron a desarrollar nuevas
tácticas para combatirlo. Entre los años 1943 y 1944 quedó
anticuado, pero la Armada Imperial Japonesa nunca lo sustituyó. Voy
a referirme ahora a otro episodio que demuestra que los desastres
iniciales aliados frente a los japoneses no se debieron a falta de
información sino, como siempre, a la incompetencia: la caída de
la colonia británica de Singapur, en febrero de 1942. En
Malasia los japoneses siempre estuvieron en inferioridad numérica,
aunque contaban con una división blindada y disfrutaban de
superioridad aérea gracias al Zero. En Jitra dos batallones nipones
derrotaron a la 27ª división india, y a costa de 27 muertos se
apoderaron de 50 cañones y 3.000 prisioneros. Antes de llegar a
Singapur, los japoneses estaban agotados y casi sin suministros, sin
embargo los británicos les ayudaron mucho dejando en su retirada por
doquier camiones, armas, víveres, combustible y carreteras y
aeródromos intactos.
Singapur debía de haberse evacuado una
vez que los japoneses habían conquistado Malasia. Vamos, que estaba
claro que era un lugar indefendible sin necesidad de descifrar
previamente ningún mensaje nipón interceptado. Pero Churchill
ordenó defenderlo para no tener que hacer frente a la vergüenza de
perderlo sin lucha. Por una cuestión de honor, vaya. Antes del
ataque ya estaban claras dos cosas: que los japoneses iban a atacar y
que iban a vencer. Pero una vez más, como dice Raymond Cartier en su
obra sobre la Segunda Guerra Mundial, la política violó a la
estrategia. Copio lo que escribe al respecto:
En
Londres, la ilusión de Singapur queda brutalmente desgarrada el 29
de enero [de
1942].
Ese día, el director del Gabinete militar de Churchill, el general
sir Henry Ismay, ha encontrado a su jefe vomitando injurias contra
los militares dignas de Adolf Hitler. Un cable de sir Archibald
Wawell, reemplazando a Brooke-Popham en el mandato del Sudeste
asiático, le acaba de revelar que Singapur es indefendible.
Churchill echa espumarajos. ¿Cómo se han podido gastar 63 millones
de libras en la construcción de una fortaleza que equivale a un
barco sin fondo? ¿Cómo se han podido contentar con erizar Singapur
de cañones exclusivamente dirigidos hacia el mar? En los tres años
que duran las hostilidades, ¿cómo no se ha encontrado un general
que construya fortificaciones de campo, excave fosos antitanque, mine
el estrecho y ponga trampas en los pantanos? Los japoneses llegan a
toda marcha. Han tomado Kuala Lampur, capital de la federación de
Estados malayos. Se acercan al sultanato de Johore. Están en
vísperas de atacar Singapur. ¿Y qué es Singapur? A
naked island!
¡Una isla desnuda!
La
pérdida
de Singapur no fue cosa de si los Aliados descifraban mensajes o no,
sino de incompetencia en grado sumo. En primer lugar por no construir
defensas en el estrecho de Johor, que separa la isla de Singapur de
la península de Malaca y que fue atravesado por los japoneses. En
segundo lugar, porque el comandante de las fuerzas británicas, el
general Percival,
se empeñó en creer que el principal ataque japonés se iba a
producir por el nordeste, a pesar de que todo apuntaba a que iba a
ser por el noroeste, mucho más difícil de defender, y que fue por
donde efectivamente se lanzaron en tropel los nipones.
Más ejemplos, aparte del de Singapur:
En
la batalla del Mar de Java los Aliados estuvieron esperando a los
japoneses, y si sufrieron una derrota naval catastrófica no fue
debido a ninguna sorpresa, sino a la incompetencia y la baja moral. En
marzo de 1942 los británicos supieron que una flota japonesa al
mando de Nagumo iba a atacar Ceilán. ¿Y cómo lo supieron? Pues
descifrando los mensajes navales japoneses, claro. En vista de ello
colocaron por allí dos portaaviones, un portaaviones ligero, cinco
acorazados, dos cruceros pesados, cinco cruceros ligeros y dieciséis
destructores. Era la Eastern
Fleet,
una escuadra bastante poderosa. Y estaba esperando
a los japoneses. La flota de Nagumo constaba de cinco portaaviones,
cuatro cruceros de batalla, dos cruceros pesados, un crucero ligero y
ocho destructores. Y no tenía radar.
En
los combates que se produjeron en abril, los británicos perdieron
dos cruceros pesados (el HMS Dorsetshire
y el HMS Cornwall),
un portaaviones ligero (el HMS Hermes),
un destructor (el HMS Vampire),
una corbeta (el HMS Hollyhock)
y un par de petroleros. Los japoneses no perdieron ni un barco.
Si
tenemos en cuenta que los británicos estaban esperando,
repito, a los japoneses (cosa que éstos ignoraban) y que además
contaban con radar (los japoneses no), sólo podremos concluir que
los británicos sufrieron tamaño desastre por ser unos auténticos
patanes. Y suerte tuvieron de que los japoneses decidieran después
retirarse del Índico. Queda
claro entonces que los desastres iniciales aliados frente a los
japoneses fueron fruto de la incompetencia y del menosprecio hacia el
enemigo, independientemente de los mensajes que se interceptaran y
descifraran. Ahora bien, ¿no subestimaron también los japoneses a
su rival teniendo en cuenta contra quién se metieron? Sí y no.
Dejando aparte los aires de superioridad racial que impregnaban el
Japón de la época (igual que ocurría en otras naciones por
entonces), lo cierto es que el ataque a Pearl Harbor supuso una
humillación y una inyección de odio y rabia a un país -los Estados
Unidos-, que hasta ese momento tenía en su población un porcentaje
de aislacionistas del cincuenta por ciento. Las diferencias
referentes a la guerra entre los estadounidenses terminaron aquel 7
de diciembre. Los deseos de venganza quedaron grabados a fuego en una
frase: Recordad Pearl Harbor.
Los
japoneses entraron en la campaña del Pacífico con un caza naval
excelente (el Zero), el mejor torpedo existente entonces en el mundo
(el Tipo 95) y una poderosa flota (eso sí, sin radar). Pero su mejor
arma fue sin duda su altísima moral, conseguida, eso sí, a base de
un lavado masivo de cerebros. Como
ya hemos señalado, la incompetencia aliada también ayudó mucho a
los nipones en los primeros meses de campaña. Pero no es menos
cierto que Japón también subestimó a los Estados Unidos gravemente. No
obstante los militares japoneses eran conscientes de que no podrían
ganar una guerra prolongada contra los yanquis, empezando por el
almirante Isoroku Yamamoto, el hombre que ideó el ataque
contra Pearl Harbor. La intención de Yamamoto fue asestar un golpe
decisivo que anulara rápidamente la presencia militar estadounidense
en el Pacífico, pero a la larga fracasó. Para empezar, los buques
más importantes, los portaaviones, no estaban en la base en el
momento del ataque. Para seguir, seis de los ocho acorazados
presentes en la rada fueron reparados y volverían a entrar en
servicio. Y para terminar, no se destruyeron los depósitos de
combustible, ni los talleres, ni los almacenes, de modo que en unos
meses la base volvió a estar plenamente operativa. Los líderes
japoneses pudieron empezar a hacerse una idea de lo que les esperaba
cuando ya en abril de 1942 el teniente coronel Doolittle llevó a
cabo el primer bombardeo estadounidense sobre Japón. Los daños
materiales fueron mínimos, pero los efectos psicológicos sobre los
nipones fueron enormes.
El
propio Yamamoto, que siempre se mostró contrario a la guerra,
moriría en 1943 al ser interceptado y derribado el avión en el que
viajaba por cazas enemigos que le estaban esperando. Los yanquis se
habían enterado de su vuelo tras descodificar un mensaje japonés.
Como
conclusión final, lo cierto es que Roosevelt consiguió que su país
entrara plenamente en la Segunda Guerra Mundial (aunque los EEUU llevaban varios meses envueltos en una guerra naval de facto contra
Alemania), tal y como él como quería, cosa que no hubiera logrado
si nadie les hubiera atacado.
Es
verdad que falta la prueba decisiva acerca de si las autoridades
yanquis conocían el ataque a Pearl Harbor de antemano, aunque repito
que no sabemos toda la verdad sobre el asunto porque no ha salido aún
a la luz. Pero la imprevisión y la falta de respuesta ante la
acometida japonesa, tanto en Pearl Harbor como en el resto de lugares
atacados, se deben más bien a la incompetencia, no a la sorpresa.
El
ataque japonés contra la base estadounidense convirtió la guerra en
mundial, un conflicto que acabó siendo el peor de la historia de la
humanidad y que transformó a los Estados Unidos y la Unión
Soviética en superpotencias. Japón fue derrotado y terminó
sufriendo dos bombardeos nucleares -casualmente Roosevelt tomó la
decisión de seguir adelante con el proyecto de la bomba atómica el
6 de diciembre de 1941, la víspera de Pearl Harbor-, aunque en los
años de la posguerra alcanzó por medio del trabajo, la industria y
el comercio los objetivos que no había podido obtener con una guerra
devastadora.
Las
autoridades niponas, por supuesto, jamás han perdido perdón.
A
date which will live in infamy...
Actualizado el 8 de febrero de 2017.
Más
información:
-Beevor,
Antony, “La Segunda Guerra Mundial” (Pasado y Presente, 2012). -Caballero, José Luis, "La guerra en el mar" (Robinbook, 2016).
-Cartier,
Raymond, “La Segunda Guerra Mundial”, tomo I (Planeta, 1966). -Frattini, Eric, "Manipulando la historia" (Temas de Hoy, 2016).
-Keegan,
John, “Inteligencia militar: conocer al enemigo, de Napoleón a Al
Qaeda” (Turner, 2012).
-Leguineche,
Manuel, “Recordad Pearl Harbor” (Temas de Hoy, 2001).
-Leguineche,
Manuel, “Pearl Harbor: el cebo”, en La Aventura de la Historia nº
34 (Arlanza, 2001).
Como todo el mundo sabe, este mes se cumple el 70º aniversario del inicio de una de las más importantes batallas de la Segunda Guerra Mundial: la Operación Bagration, que supuso la destrucción del Grupo de Ejércitos Centro alemán en el Frente del Este. Fue además la primera vez que el Ejército soviético tomó la iniciativa en verano y propició su llegada a Polonia y los Balcanes, lo que a su vez tuvo como consecuencias directas que Rumanía y Bulgaria abandonaran el bando del Eje y que los alemanes tuvieran que evacuar Grecia. Además, cuando la batalla terminó la Wehrmacht había tenido cerca de medio millón de bajas y la guerra prácticamente había salido de la URSS después de tres años. En términos numéricos fue la peor derrota sufrida por la Alemania nazi.
Ansioso estoy de recibir noticias de los fastos que sin duda se celebrarán para conmemorar tan trascendental acontecimiento.
El
presidente Roosevelt tenía que habernos condecorado a los japoneses
por haber atacado Pearl Harbor
Almirante
Chūichi
Hara
Resulta
que hace unos días vi la película El viento se levanta,
de Hayao Miyazaki.
Se supone que es un biopic
sobre JirōHorikoshi,
el legendario creador del famoso y no menos legendario caza Zero.
La verdad es que a mí me interesa mucho el personaje y a la vez
también me gustan las pelis de Miyazaki, y sin embargo esta me ha
parecido terriblemente mala. Estéticamente es bonita, es decir, como
todas las de Miyazaki, pero el guión es ñoño y tontorrón a más
no poder, y además es laaaaaaarga y leeeeeeenta de narices. No
obstante lo que más me ha irritado es que no explica por qué
diablos Horikoshi y su caza son tan legendarios. La peli nos cuenta
la historia de un tipo muy friki que siempre está soñando –que
está en las nubes casi permanentemente, vaya- y poco más. Digamos
que se puede resumir en menos de un minuto pero dura dos
interminables horas.
En
fin, esto me ha dado ganas de contar aquí aquello que omite la peli,
o sea, la leyenda del caza Zero. Y ya de paso voy a hablar también
un poco del ataque nipón a la base yanqui de Pearl Harbor, de las
conspiranoias
que hay en torno a dicho suceso, y de las impresionantes victorias
japonesas en los primeros meses de la campaña del Pacífico.
Ea.
Como
todos sabemos -porque así nos lo ha contado Hollywood-, el 7 de
diciembre de 1941 la Armada Imperial Japonesa atacó la base aeronaval de Pearl Harbor, en Hawái, propiciando la entrada de los
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial como parte del bando
aliado. Asimismo, Japón se enfrentó a partir de entonces además al
Imperio británico y a las Indias Holandesas (actualmente Indonesia),
situándose definitivamente en aquella contienda al lado de la
Alemania nazi y la Italia fascista, o sea, en el bando del Eje. El
ataque fue el resultado de varios años de tensiones entre el Imperio
nipón y Estados Unidos, tensiones motivadas por el expansionismo japonés en China y el Sudeste Asiático, y los subsiguientes
embargos comerciales por parte de los yanquis.
La
mayoría de la población estadounidense era aislacionista desde la Gran Guerra, es decir,
no tenía ninguna gana de que su país entrara de nuevo en una guerra
mundial, y de hecho el presidente Franklin D. Roosevelt había logrado
su reelección en 1940 bajo la promesa de “no enviar a muchachos
americanos a ninguna guerra extranjera”, a pesar de que él
estuviera deseando intervenir en Europa. Dicho de otra manera, para
que los Estados Unidos participaran en la Segunda Guerra Mundial
primero tenían que ser atacados. Hay quienes creen pues que el
ataque a Pearl Harbor le vino muy bien a Roosevelt para lograr sus
propósitos intervencionistas, y que por tanto la agresión japonesa
no solo no fue tan inesperada para los dirigentes yanquis como se nos ha
hecho creer, sino que incluso podría haber sido provocada por estos. Veámoslo un poco.
El
Código Naval Japonés (para los yanquis JN-25)
aparentemente apenas si había sido descifrado por los
estadounidenses en diciembre de 1941. Sin embargo, el código
diplomático nipón (Púrpura
para los yanquis) había sido descriptado ya en 1940 gracias al
equipo deWilliam F. Friedman.
Las
cosas no están nada claras con respecto a lo que sabían o no sabían
los yanquis antes del ataque. Pero nada claras, entre otras cosas
porque a estas alturas todavía
no se ha desclasificado toda la información relativa a los mensajes
japoneses interceptados y descifrados antes de Pearl Harbor,
y por tanto no podemos saber a ciencia cierta ni si se mencionaba en
algún mensaje diplomático (en cuyo caso los yanquis sí habrían
conocido el ataque de antemano) o militar (en cuyo caso también
existe una pequeña posibilidad de que los yanquis lo pudieran haber
averiguado).
Oficialmente
hacia diciembre de 1941 los yanquis sólo habían conseguido
descifrar entre el 10 y el 15% del Código Naval Japonés, el JN-25.
Pero en junio de 1942 (batalla de Midway) dicho código ya estaba
totalmente roto. De esa manera los yanquis supieron que el próximo
objetivo de los japoneses era un lugar que éstos denominaban AF.
Quedaba por confirmar si AF era Midway -cosa que los yanquis ya
sospechaban-, para lo cual urdieron una estratagema mediante la cual
transmitieron un mensaje banal que decía que Midway tenía problemas
con su suministro de agua potable. Los japoneses interceptaron el
mensaje y transmitieron a su vez que AF tenía problemas, etc, etc,
etc. En fin, que cuatro portaaviones japoneses hundidos y cambio de
tornas en el Pacífico.
Pero
vamos, que nadie niega que ya por esas fechas los yanquis se leían
todos los mensajes cifrados nipones como quien se lee el periódico
de la mañana. De hecho, un mes antes ya habían averiguado que los
japoneses se disponían a desembarcar en Port Moresby, operación que
acabó siendo frustrada en la batalla del Mar del Coral.
Por
otro lado es tan abrumadora la ceguera de las autoridades
estadounidenses ante la cantidad de evidencias que recibieron antes
del ataque a Pearl Harbor, que resulta sospechosa. Evidencias que son por ejemplo:
-Un
aviso del embajador yanqui en Japón, Joseph Grew, en enero de
1941, diciendo que los japoneses iban a atacar Pearl Harbor. Sí,
como suena.
-En
la primavera de 1941, el comandante Warren J. Clear, del
servicio de inteligencia militar en Extremo Oriente, advirtió a sus
superiores de que los japoneses se preparaban para atacar Guam y
Hawái.
-El
ataque también fue advertido en el verano por el agente doble de
origen yugoslavo Dusko Popov,
aparentemente al servicio de los alemanes pero que en realidad
trabajaba para los británicos. Popov entregó la información al
FBI.
-Entre
octubre y diciembre de 1941 se descifraron varios mensajes japoneses
avisando de que la guerra era inminente, entre ellos los
intercambiados por Tokio y Takeo Yoshikawa,
un espía nipón en Honolulu.
Se
podría decir que la llamativa ceguera yanqui previa al ataque habría
sido similar a la de Stalin antes de que los alemanes
invadieran la URSS, ya que en ambos casos hubo múltiples avisos
previos que advertían claramente de lo que iba a ocurrir y que sin
embargo no fueron tenidos en cuenta. No obstante la comparación no
es adecuada. Sin negar la obcecación de Stalin en no ver la
realidad, en su descargo hay que decir que en el caso del ataque
alemán a la Unión Soviética hay una diferencia muy clara con
respecto a lo de Pearl Harbor, y es que hasta el 22 de junio de 1941
existió un pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, acompañado de una amplia colaboración entre ambos
países en todos los campos, incluyendo el militar. Y a eso hay que
añadir la desconfianza sistemática que tenía Stalin hacia todos
sus colaboradores e informantes. Digamos que la situación entre la
URSS y Alemania era muy distinta a la que hubo entre yanquis y
japoneses en los meses previos al ataque a Pearl Harbor, aun teniendo
en cuenta que las relaciones entre nazis y soviéticos se habían ido
deteriorando desde finales de 1940.
Los
autores revisionistas (Roosevelt
lo sabía),
como John Toland (autor de Infamy:
Pearl Harbor and its Aftermath,
1982) o Robert Stinnett (autor de Day
of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor,
1999), no son unos locos descerebrados, sino que se apoyan en serias
investigaciones. Según Stinnett –que se pasó diecisiete años
investigando sobre esto- es falso que los criptógrafos de radio
yanquis no hubieran descifrado el JN-25 antes del ataque, y también
lo es que los almirantes japoneses no identificaran el objetivo como
Pearl Harbor. Así, en el epílogo de la edición de bolsillo de su
libro, escribe:
Estos
dos asertos han caído por tierra con la aparición de nuevos
documentos. En mayo de 2000 los documentos del Acta de Libertad de
Información revelan que a mediados de 1941, cuando la flota de
guerra japonesa se dirigía hacia Hawái, los criptógrafos de radio
estadounidenses habían descifrado los principales códigos navales
nipones y que a través de las ondas de radio los primeros almirantes
(Nagano, jefe de operaciones navales, o Yamamoto) habían dejado
claro en sus mensajes que Pearl Harbor era el objetivo del raid.
La documentación, prohibida durante casi sesenta años para el
Congreso y para el público, revela la verdad: los mensajes de los
principales almirantes japoneses constituyen una fuente de
información de primer orden para nuestros servicios de inteligencia
en la travesía hacia Pearl Harbor a través del Pacífico
septentrional y central.
Tampoco
es necesario defender oscuras conspiraciones para opinar que el
ataque japonés no pilló a Roosevelt desprevenido. Así, el
prestigioso historiador J.F.C. Fuller escribe en su obra Batallas
decisivas del Mundo Occidental:
La
asombrosa historia de cómo los japoneses fueron inducidos a la
guerra por el presidente Roosevelt queda resumida por el almirante
Theobald, cuando dice: “Sosteniendo una débil flota del Pacífico
–era inferior a la japonesa en todo- en Hawái como invitación a
un ataque por sorpresa y negando a su jefe la información que le
hubiera hecho posible rechazar dicho ataque, el presidente Roosevelt
llevó a la guerra a los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941.
Lanzó a una sobreexcitada nación a la lucha sin que nadie pudiera
sospechar hasta qué punto el ataque japonés encajaba en los planes
presidenciales. Aunque desastroso desde el punto de vista naval, el
ataque a Pearl Harbor constituyó el preludio diplomático para la
completa derrota de las fuerzas del Eje”.
El
historiador suizo Eddy Bauer concluye en su Historia
Controvertida de la Segunda Guerra Mundial:
Una
vez que en Washington el coronel William F. Friedman y su equipo de
criptólogos lograron descifrar, con tiempo suficiente, las claves
diplomáticas japonesas, ¿cómo se explica que en Pearl Harbor la
flota del Pacífico no fuera advertida de la maniobra que se preparaba
para sorprenderla? (…) Porque el presidente Roosevelt y sus
consejeros, el general Marshall y el almirante Stark, decidieron
hacerla servir de cebo al tigre japonés, y que el riesgo al que se
exponía de esta manera, era el único medio de provocar la agresión
que llevaría a los Estados Unidos, por fin, a la guerra.
También
está la posibilidad de que Roosevelt lo ignorase pero no sus
colaboradores, que le habrían ocultado información. O incluso sus
aliados. Así, Rusbridger y Nave (autores de Betrayal
at Pearl Harbor: how Churchill lured Roosevelt into war,
1991) sostienen que eran los británicos quienes podían descifrar
los códigos navales japoneses, y que el primer ministro Winston Churchill
prefirió no advertir a Roosevelt del ataque. De esa forma, el premier británico habría conseguido un objetivo largamente anhelado: meter a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial (algo muy meritorio si tenemos en cuenta que Roosevelt, a la vez que intervencionista, era un enemigo declarado del Imperio británico). No pocos historiadores sostienen que Roosevelt, que deseaba influir en la opinión pública de su país para que esta apoyara la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, mantuvo una política destinada a provocar un ataque japonés y de esa forma no violar las Leyes de Neutralidad. En octubre de 1940, el comandante Arthur H. McCollum, jefe de la sección de Extremo Oriente de la Oficina de Inteligencia Naval, redactó un memorando en el que recomendaba ocho acciones para provocar al Japón: - Llegar a un acuerdo con Gran Bretaña para el uso de sus bases en el Pacífico, sobre todo la de Singapur - Llegar a un acuerdo con Holanda para usar sus bases y aprovisionarse con suministros de las Indias Holandesas. - Proporcionar toda la ayuda posible al gobierno chino de Chiang Kai-shek(entonces en guerra con Japón). - Enviar una división de cruceros pesados a Oriente, Filipinas o Singapur. - Enviar dos divisiones de submarinos a Oriente. - Mantener el grueso de la flota estadounidense del Pacífico en el área de las islas Hawái. - Insistir a los holandeses en que se nieguen a satisfacer las demandas económicas japonesas, en especial en lo referente al petróleo. - Establecer un completo embargo comercial entre Estados Unidos y Japón, en colaboración con un un embargo similar impuesto por el Imperio Británico. McCollum concluía su informe explicando que "si de esa forma pudiéramos llevar a Japón a cometer un acto de guerra, tanto mejor. En todo caso debemos estar enteramente preparados para aceptar la amenaza de una guerra".
No existen pruebas de que Roosevelt recibiera el memorando de McCollum, pero lo cierto es que se pusieron en práctica casi todas sus recomendaciones. Parece que Estados Unidos buscaba de nuevo una forma de arrastrar a otro país a la guerra, tal y como sucedió en 1898, cuando tras la explosión del USS Maine, en la bahía de La Habana, Washington hizo creer que había sido un acto de agresión español. En
fin, que la cosa no está tan clara como para despachar el asunto con
un otra
conspiración más.
Y
en cualquier caso quienes no lo supieron de antemano fueron el
almirante Kimmel
-comandante de la Flota del Pacífico- y el general Short
-jefe de las defensas de Pearl Harbor-, que pagaron el pato: ambos
fueron degradados.
Hay
un elemento aparentemente sospechoso sobre el que tradicionalmente se
han apoyado los revisionistas, que es el hecho de que el día del
ataque japonés no hubiera ningún portaaviones yanqui en la base.
Daría la sensación de que los portaaviones, que se convertirían en
un arma decisiva de la campaña del Pacífico, habrían sido
mantenidos lejos de allí a propósito. Para los propios nipones fue
una sorpresa enterarse de que no estaba en Pearl Harbor ni uno solo
de los tres portaaviones que los estadounidenses tenían por la zona
(el USS Saratoga, el USS Lexington y el USS Enterprise).
Alguien
podría alegar que la teoría de que los tres buques fueron
mantenidos fuera de Pearl Harbor intencionadamente tiene muchas
lagunas, entre otras cosas porque si los japoneses hubiesen
bombardeado los depósitos de combustible y los talleres de
reparaciones de la base (cosa que podrían haber hecho en una tercera
oleada de ataque que el vicealmirante Nagumo
se negó a llevar a cabo), ésta simplemente habría quedado
inutilizada durante meses, obligando a retirar la flota a la Costa
Oeste de los EEUU. Sin embargo, lo cierto es que si los nipones
hubieran hundido los portaaviones yanquis, el daño habría sido
mucho peor. Y
es correcto que hasta el ataque a Pearl Harbor todos los países,
incluyendo Japón, seguían viendo en el acorazado el arma más
importante de la guerra naval (por eso Japón construyó esos dos
monstruos inútiles que fueron el Yamato
y el Musashi).
Pero no es menos verdad que tanto en Japón como en EEUU había
quienes empezaban ya a ser conscientes de la importancia del
portaaviones, a diferencia de lo que ocurría en otros países. De
hecho, cuando antes del ataque el comandante Mitsuo Fuchida
-que lideraría la primera oleada de aviones sobre Pearl Harbor y
exclamaría la famosa frase en clave tora, tora, tora-,
supo de la ausencia de los portaaviones estadounidenses en la base,
planteó a su superior, el vicealmirante Nagumo,
la posibilidad de abandonar la empresa. Nagumo, perteneciente a la
vieja escuela, y que por tanto daba más importancia a los ocho
acorazados presentes en la rada, se negó.