Así que era necesario enseñar a la gente a no pensar y no formarse opiniones, obligarla a ver lo que no existía y sostener lo contrario de lo que resultaba obvio para todos.
Boris Pasternak, "Doctor Zhivago"
El ayer llegó de repente.
Paul McCartney
Durante
el otoño, un tipo desconocido de coronavirus originó un brote en China que fue silenciado inicialmente por las autoridades de
aquel país, las cuales además ofrecieron un menor número de casos
que el realmente existente. El resto del mundo tuvo noticias del
problema gracias a que un médico dio la alerta por su cuenta.
¿Os
suena? Pues es lo que ocurrió entre noviembre de 2002 y abril de
2003 con la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS
según sus siglas en ingles). Pero es que, puestos a buscar hechos
semejantes en la historia, podemos irnos aún más atrás.
Hoy todos
conocemos a Valery Alekséyevich Legásov, el científico soviético
encargado de investigar y frenar los daños causados por la explosión
de la central nuclear de Chernóbil ocurrida hace ahora 34 años, en
abril de 1986. Legásov hizo su trabajo e informó públicamente
sobre el mismo de una forma excesivamente honesta, tanto que a partir
de entonces fue censurado y condenado al ostracismo por las
autoridades de su país, a pesar de la glásnost de Gorbachov. Es
normal, puesto que responsabilizó al propio sistema soviético del
accidente y una de las características fundamentales de dicho
régimen era el secretismo. Afectado por todo ello y por la
radiación, Legásov se suicidó dos años después dejando grabada
en unas cintas su versión de lo sucedido.
El
abril de 2003, el doctor Jiang Yanyong logró contactar con los
medios occidentales y denunciar el encubrimiento de la epidemia del
SARS por parte de las autoridades de su país, lo que hizo que el
Gobierno chino reconociera la situación y que el mundo fuera
consciente del problema. Es bastante probable que la actuación de
Jiang Yangyong evitara una pandemia.
En
2004 Jiang fue más lejos y emplazó a su Gobierno a que diera
explicaciones por la masacre de Tiananmén. El médico, que por
entonces tenía ya 72 años de edad, estuvo detenido durante más de
mes y medio y fue sometido a un lavado de cerebro.
En
diciembre del año pasado, el doctor Li Wenliang alertó a otros
médicos sobre un creciente número de pacientes infectados por un
tipo de coronavirus y con síntomas similares a los del SARS. En
consecuencia, Li y otros siete médicos fueron castigados por
"difundir rumores". Para "salvaguardar la seguridad del Estado", el Gobierno chino no comunicó públicamente la
gravedad del problema hasta el 20 de enero, cuando ya se le había
ido de las manos. De nuevo, el secretismo oficial contribuyó a
agravar una catástrofe que ha afectado a la salud del mundo entero. Y
mientras tanto, el 7 de febrero de este año el doctor Li Wenliang
murió infectado por coronavirus.
Dicen
que es importante conocer la historia para no repetirla. Pues a ver
si es verdad, porque hasta ahora parece que no aprendemos. Y eso que las autoridades chinas hacen hoy lo mismo que llevan haciendo desde hace décadas.
Tú que eres tan guapa y tan lista. Tú que te mereces un príncipe, un dentista.
La Cabra Mecánica, "La lista de la compra"
Hoy en día persiste el mito del sacamuelas anodino, torturador, ricacho y facha (o sea, un tanto psicópata pero en soso) que, aunque ha podido ser cierto en algunos casos y en determinadas épocas, ni lo es hoy, ni lo ha sido siempre. Y es que en esta profesión -hoy copada por mujeres- también ha habido tipos legendarios, como el famoso pistolero "Doc" Holliday, el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente o el futbolista Hugo Sánchez. Incluso Roger Taylor, el gran batería de Queen, estuvo a punto de ser odontólogo. Además la dentistería ha servido de inspiración para personajes novelescos o de película, bien siniestros como el doctor Christian Szell (Marathon Man), terroríficos como el doctor Alain Feinstone (The Dentist), sádicos como el doctor Orin Scrivello (Little Shop of Horrors), severos como el doctor Wilbur Wonka (Charlie and the Chocolate Factory), animados como el doctor Philip Sherman (Finding Nemo), divertidos como el doctor Stuart "Stu" Price (The Hangover), o heroicos como el doctor King Schulz (Django Unchained).
No obstante, en esta entrada quería hablar de algunos ejemplos concretos de odontólogos que lo pasaron muy mal a causa de un hecho muy concreto: la Guerra Civil Española. Por lo demás, se trata de dentistas que formaron parte del bando republicano. Que eran rojos, vaya, por desmitificar más el tema.
Empezaré comentando que, tras la guerra, el profesor Bernardino Landete Aragó, pionero de la estomatología y la cirugía maxilofacial en España y director de la Escuela de Odontología de Madrid, fue depurado y apartado de la docencia igual que otros catedráticos, científicos, intelectuales y profesores en general, de ideas izquierdistas.
Pero no es Landete en quien me voy a centrar.
Dos familias de judíos ucraniano-gallegos
Cuenta el doctor Miguel Marco Igual en su libro "Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética", que a comienzos del siglo pasado se trasladó a Galicia procedente del Imperio ruso una familia de origen judío en la que abundaban los odontólogos. Así, Simeón Kúper, nacido en Kamianets-Podilskyi (Ucrania) en 1879, acabó estableciéndose en Vigo hacia 1907 donde abrió una clínica dental que fue de las primeras de España en tener aparatos de radiología. De ideología socialdemócrata, Kúper había sido encarcelado tras participar en la Revolución rusa de 1905, aunque logró fugarse y salir de su país. Las hermanas de Simeón, Elisa y Sofía -conocida como Sonia-, y el marido de la segunda, Abraham Zbarsky, también eran odontólogos y emigraron asimismo a Galicia siguiendo los pasos de aquel. Elisa, viuda y con una hija, se puso a trabajar en la clínica de su hermano, en Vigo, mientras que los Zbarsky abrieron una consulta en Pontevedra. Simeón estaba casado con Ana Kuperstein, con quien tuvo un hijo en 1911 al que llamaron Alejandro y que acabó siendo médico endocrinólogo. Lydia Kúper, hija de Elisa, optó por las letras, mientras que Jacobo y Elías Zbarsky, hijos de Sonia y Abraham, se hicieron también dentistas.
A mediados de los años treinta había hasta ocho odontólogos de origen judío y ruso (o ucraniano) registrados en Galicia aunque, según una investigación del estomatólogo José Manuel Álvarez Vidal, "todos, menos uno, se ausentaron sin aviso ni petición de baja, en agosto de 1936". Procedían de dos familias, la ya mencionada de los Kúper-Zbarsky y la formada por Marie Dicker, sus hijos Marc Zilberman Dicker y Miguel Dainow Dicker, y su segundo marido Wladimiro Dainow, padre de Miguel. Esta segunda familia de odontólogos abrió consultas en Orense capital y otros lugares de la provincia. Además, la hermana de Wladimiro, Leya Dainow, y su marido Salvador Rozental, tuvieron una clínica dental en La Coruña. Hay que decir que ni Sonia Kúper ni Wladimiro Dainow aparecían en el registro oficial, aunque ejercían como odontólogos igual que el resto. En cualquier caso, el colectivo de dentistas judeorusos gozaba de gran prestigio en la sociedad gallega, tanto a nivel humano como profesional.
En 1936, Jacobo Zbarsky, hijo de Sonia y Abraham, de 22 años de edad, además de odontólogo era alférez de complemento del Ejército de la República y militante del PSOE. Cuando se enteró de la sublevación militar del 18 de julio, se presentó uniformado en el Gobierno Civil de Pontevedra y se hizo cargo de las milicias antifascistas. Pistola en mano, exigió al gobernador civil Gonzalo Acosta Pan (de Izquierda Republicana) que entregara armas a la población civil, pero este se negó. Los sublevados se hicieron rápidamente dueños de la situación, detuvieron a Jacobo el 21 de julio y lo sometieron a consejo de guerra el 7 de agosto. Acusado de tomar parte en la formación de milicias para oponerse a la sublevación, de actuar como jefe de las fuerzas resistentes y de haber disparado con su pistola contra un hidroavión de la base de Marín, fue condenado a muerte y fusilado el 10 de agosto en el polígono de tiro de Campolongo. La prensa de los sublevados dio la noticia del fusilamiento con el siguiente titular: "Un soviético juzgado por oponerse al Movimiento".
Abraham Zbarsky, de 54 años de edad y padre de Jacobo, también fue detenido ya que era miembro destacado del PSOE. Lo encerraron en el lazareto de la isla de San Simón, un lugar transformado en el que con el tiempo sería, probablemente, el peor centro penitenciario franquista. En la práctica fue un auténtico campo de concentración en el que hasta 1943 se hacinaron miles de personas en espantosas e insalubres condiciones. Cientos de presos murieron allí de hambre, malos tratos o en las sacas que había por las noches, a pesar de que los funcionarios de la prisión se aseguraban de extorsionar económicamente primero a buena parte de los fusilados, o a sus familias, bajo falsas promesas de liberación. Precisamente Abraham fue sacado de la prisión, junto a otros tres presos, con la excusa de ser trasladados a la cárcel de Puente Caldelas. El 29 de diciembre de 1936 sus cadáveres aparecieron el cementerio de San Amaro de Pontevedra. Oficialmente se argumentó que Abraham aprovechó una avería del coche en el que viajaba para intentar huir y que hubo que dispararle por la espalda causándole la muerte, en una aplicación clásica de la ley de fugas. Parece ser que en realidad fue fusilado en el cuartel de la Guardia Civil de Pontevedra después de que hubiese amenazado con llevar ante la Sociedad de Naciones el caso del fusilamiento de su hijo Jacobo. Después de asesinar a Abraham, los franquistas asaltaron la casa que la familia tenía en Pontevedra y la desvalijaron.
Simeón Kúper, sus hermanas Elisa y Sonia, y su sobrino Elías Zbarsky fueron asimismo detenidos en julio de 1936 y encerrados en la cárcel de Vigo durante más de dos años. En agosto de 1938 fueron canjeados, gracias a la mediación de la Cruz Roja, por los familiares de un importante militar rebelde, probablemente del general Sanjurjo. Todos ellos pasaron a Cataluña a través de Francia y en 1939 se marcharon a Moscú donde se reunieron con los miembros supervivientes de la familia.
Una orden judicial de marzo de 1939 decretó la incautación de los bienes de Simeón Kúper. También se subastó la casa que poseía en Vigo para pagar una multa que se le había impuesto. El juez que organizó la subasta era a la vez el director de la cárcel donde había estado Simeón. En 1985 sus familiares pudieron recuperar unas monedas de oro de su propiedad depositadas en el Banco Pastor de Vigo.
A comienzos de los años setenta, el odontólogo Celso González Muñoz tuvo que prestar un servicio profesional en la cárcel de Vigo. En la enfermería del centro llamó su atención una caja de instrumental de exodoncia, de diseño y calidad especial. Un funcionario le informó que había pertenecido a un dentista ruso fusilado. Ante la insistencia del odontólogo en preguntar por el motivo de la ejecución, el funcionario le espetó: "¡porque era ruso, joder!". En visitas posteriores a la prisión, el odontólogo advirtió que la caja había desaparecido. Afortunadamente, el propietario de la caja, Simeón Kúper, no había sido fusilado.
Una vez en la Unión Soviética, Simeón Kúper fue profesor del Instituto de Medicina nº 1 de Moscú. Su trabajo era enseñar latín y ruso a los alumnos extranjeros. Cuando a inicios de 1953 se desató el llamado Complot de los Médicos (una supuesta conspiración integrada por médicos, mayoritariamente judíos, destinada a asesinar a dirigentes soviéticos, incluido Stalin), Simeón se quedó sin empleo debido a su condición de judío. Tras la muerte de Stalin, en marzo, se demostró que todo había sido un montaje cuyo objetivo era llevar a cabo una sangrienta purga antisemita, pero Simeón ya no pudo recuperar su puesto de trabajo. Murió en Moscú en 1957.
Elías Zbarsky trabajaba antes de la guerra como odontólogo con su familia y entre sus pacientes estaba Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade, madre del general Francisco Franco. Elías era un tipo culto, extrovertido y de talante liberal que frecuentaba a la alta sociedad gallega. Fue campeón de La Coruña de ajedrez y, como gran aficionado al fútbol, acompañaba al club Celta de Vigo en sus desplazamientos. Cuando fue puesto en libertad de la cárcel de Vigo en 1938 quiso llevarse a su hijo Alejandro con él, pero las autoridades franquistas no se lo permitieron. Ya en la URSS, trabajó de intérprete y profesor de español en la Komintern (Internacional Comunista) y más tarde en la Escuela Superior de Diplomacia de la Universidad Estatal Lomonósov de Moscú. A lo largo de su vida tuvo varias relaciones sentimentales, se casó dos veces y, además de su hijo Alejandro, en Moscú tuvo una hija, Natasha, que se dedicó a la pintura. La ola de antisemitismo que recorrió la Unión Soviética en los últimos años de vida de Stalin también afectó a Elías, que perdió su puesto de trabajo. El motivo fue que era sobrino de Boris Zbarsky, hermano de su padre Abraham y uno de los artífices del embalsamamiento del cadáver de Lenin cuando este murió en 1924, así como de su posterior conservación. Boris fue encarcelado en marzo de 1952, dentro de la ola de represión ejercida sobre los científicos de origen judío, y aunque fue puesto en libertad en 1953, después de la muerte de Stalin, ya no recobró sus cargos anteriores. Elías tampoco recuperó su trabajo, así que sobrevivió ejerciendo como dentista en la fábrica de automóviles Lijachov. Tras la muerte de Franco, pudo volver en ocasiones a España y reunirse con su hijo en Madrid. Falleció en Moscú en 1994.
Alejandro Kúper, hijo de Simeón, se licenció en Medicina en la Universidad de Santiago de Compostela y se especializó como endocrinólogo trabajando en la clínica del doctor Gregorio Marañón, en Madrid. En 1936 ingresó en el PCE y, tras el estallido de la Guerra Civil, ejerció de médico en el frente y de intérprete de los consejeros soviéticos en la Brigada de Carros de Combate del Ejército Popular de la República. Después trabajó como secretario cultural de la Comisión del PCE en el Consulado General (entonces Embajada) soviético en Barcelona, época en la que ya era un agente de la NKVD. Alejandro estaba casado con la radióloga Concepción Ema Berenguer, que durante la guerra ejerció también como médica en la Brigada de Carros de Combate y después en el hospital militar de Barcelona. En 1938 el matrimonio residía junto a la madre de Alejandro, Ana Kuperstein, y otros miembros de la familia en un sexto piso de la calle Muntaner de Barcelona. Una noche, Ana pidió a su nuera Conchita, en avanzado estado de gestación, que interpretara al piano una pieza que le gustaba especialmente. Mientras Concepción tocaba, Ana, que sufría una profunda depresión por la separación de la familia y las circunstancias de la guerra, se suicidó arrojándose por el balcón. Al día siguiente, 3 de agosto, Conchita dio a luz a su primera hija, a la que llamaron Ana, como su abuela.
Como ya he dicho, en 1939 los miembros supervivientes de la familia se marcharon a la Unión Soviética. Durante la Segunda Guerra Mundial Alejandro se incorporó al Ejército Rojo en calidad de médico, aunque en 1942 se fue a México como jefe de una célula de la NKVD encargada de proteger a Ramón Mercader, encarcelado allí por el asesinato de Trotsky, y de paso evitar que hablara. Los agentes soviéticos en México planearon la fuga de Mercader de la prisión de Lecumberri, pero esta fracasó por lo visto debido a las rencillas entre ellos, a la poca disposición del propio Ramón, temeroso de acabar igual que su víctima, y a la inesperada irrupción en escena de su madre, Caridad del Río, que puso en alerta a los servicios de seguridad del país. De hecho, parece ser que Alejandro Kúper llegó a organizar un par de atentados contra ella para asustarla y que huyera de México, como así ocurrió. Mientras tanto, en 1943 murió en Moscú la mujer de Alejandro, Conchita, probablemente a causa de una leucemia contraída debido a la radiación a la que estuvo expuesta durante su ejercicio profesional. A finales de los años cuarenta Alejandro volvió a la URSS y se dedicó a la traducción de libros, entre otros las obras completas de Stalin al castellano. Posteriormente vivió en Rumanía y Checoslovaquia y en 1988 regresó a España, instalándose en Valencia. Murió de cáncer de hígado al año siguiente.
Lydia Kúper, hija de Elisa y sobrina de Simeón, no siguió la tradición familiar. Se decantó por estudiar Filosofía y Letras y trabajó como profesora de Historia en el Instituto Velázquez de enseñanza media de Madrid. Se casó con Gabriel León Trilla, uno de los fundadores del PCE, y durante la Guerra Civil fue intérprete de los asesores militares soviéticos, entre ellos Rodion Y. Malinovsky, quien más tarde sería mariscal y ministro de Defensa de la URSS. Según Julián Gorkin, Lydia y Malinovsky fueron además amantes. Lydia salió de España en avión al final de la contienda acompañando a los últimos consejeros soviéticos, y tras un accidentado viaje por el norte de África y Francia, se exilió en la Unión Soviética. Mientras tanto Trilla, su marido, se había separado de ella y escapado a Francia, aunque en 1943, siguiendo directrices del partido, volvió a España de forma clandestina. Acabó asesinado por sus propios camaradas en el Madrid de 1945, en una purga ordenada por la dirección del PCE.
Lydia se casó dos veces más, la última con el antiguo alumno piloto de la cuarta expedición a Kirovabad, Leoncio Velasco, que durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la Fuerza Aérea Soviética tripulando el famoso Sturmovik. El matrimonio regresó a España en 1957 en el buque Krym. Excelente traductora de literatura rusa, Lydia recibió un importante reconocimiento en los medios culturales españoles por su traducción al castellano de la novela de Tolstoi, Guerra y Paz. Murió en Madrid en 2011.
Marie Diecker y su marido Wladimiro Dainow, también originarios de Ucrania, se establecieron en Orense hacia 1909. Cuando estalló la Guerra Civil los sublevados se incautaron de todas sus propiedades y la familia tuvo que exiliarse en Francia. En 1942 fueron encerrados en el campo de internamiento de Drancy, al nordeste de París, por ser judíos. Gracias a las organizaciones internacionales hebreas y a las gestiones del Cónsul General de España en Francia, Bernardo Rolland de Miota, lograron salir en 1943 y regresar a España en un convoy de refugiados de origen sefardita, pero Marie murió al llegar a la estación de Irún debido a las duras condiciones que había padecido durante su internamiento. Wladimiro se estableció en Cádiz mientras que su hijo Miguel volvió a Orense donde continuó ejerciendo la odontología.
Un dentista, alcalde de Ciudad Real
José Maestro San José nació en Salamanca en 1900 en el seno de una humilde familia. Huérfano de padre a los ocho años, desde muy joven tuvo que buscar trabajo recorriendo para ello varias ciudades. A partir de los años veinte ejerció como protésico dental y odontólogo en Ciudad Real. Afiliado a la UGT y al PSOE, llegó a ser alcalde de la ciudad entre 1931 y 1934 logrando gran popularidad por su labor en el puesto. Se presentó a las elecciones de 1936 y fue elegido diputado del Frente Popular por Ciudad Real. Al producirse la sublevación del 18 de julio, el partido le envió a Valladolid junto al también diputado Juan Lozano Ruiz y el subsecretario de Hacienda, José María Sánchez Izquierdo, para ayudar a los militantes socialistas de la zona a mantener la legalidad. Los tres fueron detenidos el 23 de julio y sometidos a un consejo de guerra el 13 de agosto. Condenados a muerte por "rebeldes", fueron ejecutados el 18 de agosto, justo un mes después del golpe militar.
La fatal noticia de la suerte de José Maestro se confirmó en Ciudad Real el 22 de agosto por boca de su mujer, ya que hasta entonces era solo un rumor. Calixto Pintor, "hombre de acción" del Partido Socialista que llegaría a ser también alcalde de la localidad entre 1937 y 1939, era además amigo íntimo de José Maestro. De manera que, al enterarse de su asesinato, proclamó públicamente que había que vengarlo y que Ciudad Real debía pagar un tributo de sangre por esa muerte. Según el odontólogo Juan José Sánchez Rivero, las palabras de Pintor crearon "un estado de terror" entre los vecinos de la ciudad. Hay que decir que Sánchez Rivero era hijo de Gaspar Sánchez Pérez, sucesor de José Maestro al frente de la alcaldía de Ciudad Real por el Partido Republicano Radical, tras la Revolución de octubre de 1934. Gaspar Sánchez Pérez fue fusilado el 23 de octubre de 1936 en Fernán Caballero tras ser detenido por orden del Comité de Defensa.
El caso es que, en medio de aquel ambiente revolucionario que impregnó la retaguardia republicana durante meses y que se cobró muchas víctimas desde los primeros días de la Guerra Civil, varios milicianos salieron de Ciudad Real el 20 de agosto hacia Piedrabuena con el objeto de asesinar al diputado de la CEDA, José María de Mateo de la Iglesia, junto a otras seis personas, cosa que llevaron a cabo ese mismo día. No eran los primeros asesinatos producidos durante la guerra en la provincia manchega, pero sí supuso un preludio de lo que vino poco después. Por lo visto, Mateo de la Iglesia, que había intentado escapar, sobrevivió a la primera descarga y fue arrastrándose hasta los márgenes del río Guadiana donde lo remataron de un tiro.
En la noche del 22 de agosto y a lo largo del día siguiente, tras conocerse el asesinato de José Maestro y pedir venganza su amigo Calixto Pintor, fueron fusiladas en Ciudad Real o sus alrededores otras 33 personas. Entre ellas el obispo de la diócesis, Narciso de Estenaga y Echevarría, y su capellán, el sacerdote Julio Melgar, así como el abogado del Estado y diputado por el Partido Agrario, Daniel Mondéjar Fúnez.
Calixto Pintor fue ejecutado en 1940 por los franquistas.
Y hasta aquí este breve relato, basado en hechos reales, en el que las vidas de unos cuantos odontólogos discurren a duras penas a lo largo de una oscura época . Con él espero haber contribuido un poquillo a derribar viejos estereotipos sobre los dentistas que en absoluto se corresponden con la realidad. Que esto de ser sacamuelas no siempre es una suerte, vaya. Por decir algo positivo, también podemos sacar como conclusión que ha habido tiempos peores que los actuales de los que la humanidad ha sabido salir. Recordemos, por ejemplo, que ese periodo al que llamamos Renacimiento vino después de una pandemia de peste negra. Pero sobre todo mi intención ha sido la de entretener a quien haya tenido la paciencia de leer hasta aquí y, si puede ser, que se haya olvidado por un rato de los también difíciles días que nos está tocando vivir últimamente.
Más información:
-Del Rey, Fernando, "Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española", Galaxia Gutenberg, 2019.
-Gorkin, Julián, "Contra el estalinismo", Laertes, 2001.
-Marco Igual, Miguel, "Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética", Flor del Viento, 2010.
Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?
Mario Vargas Llosa, "Conversación en La Catedral"
Entre
1980 y 2000, la llamada época del terrorismo en Perú se cobró la
vida de cerca de 70.000 personas en la lucha entre el Estado y los
grupos subversivos Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA). Fue un número de muertos superior al de cualquier
guerra sufrida por Perú desde su independencia.
Uno
de los colectivos más perseguidos por el grupo terrorista maoísta Sendero Luminoso y el MRTA, de inspiración castrista, fue el
LGTB. En la madrugada del 31 de mayo de 1989, seis miembros armados
del MRTA irrumpieron en la discoteca Las Gardenias, en la ciudad de
Tarapoto, porque se rumoreaba que funcionaba como bar gay
clandestino. Sacaron a ocho personas gays y travestis y las mataron a
tiros. El propio MRTA justificó el crimen tachando "la
drogadicción, prostitución y homosexualismo" de "lacras
sociales que eran utilizadas para corromper a la juventud". Para
los terroristas, los homosexuales eran "indeseables".
Las
persecuciones a personas LGTB por parte de Sendero Luminoso y el MRTA
se enmarcaban dentro de sus políticas de "limpieza social".
Se cree que asesinaron a unas 500 personas por su condición sexual. Para
conmemorar la "Noche de las Gardenias", cada 31 de mayo se
celebra en Perú el Día Nacional de Lucha Contra la Violencia y los
Crímenes de Odio hacia Lesbianas, Trans, Gays y Bisexuales. Pero la
vida sigue sin ser fácil para el colectivo LGTB en aquel país. Aparte
de asesinar a decenas de miles de personas, Sendero
Luminoso mató a más de dos millones de animales a lo largo de dos
décadas. Practicando un socialismo muy poco respetuoso con la fauna,
los terroristas opinaban que los animales formaban parte del sistema
capitalista, que eran simples
instrumentos
del imperialismo. Así, masacraban ganado de todo tipo, perros e incluso
peces. Con los perros en concreto se ensañaron la noche del día de Navidad
de 1980 de una forma tan surrealista como brutal. La mañana del 26
de diciembre, las calles de Lima aparecieron con varios perros
ahorcados como protesta por las reformas económicas que estaba
llevando a cabo Deng Xioaping en China. El fundador de Sendero
Luminoso, Abimael Guzmán, era maoísta radical, y por lo visto
prefería que en China la gente siguiera muriendo en masa de hambre o
en las purgas de la Revolución Cultural, como en tiempos de Mao,
antes que aceptar una economía de mercado. Y por eso mataba a los
perros peruanos.
Y
quiero terminar citando un artículo escrito por un psiquiatra acerca
de este tema, algo que me parece de lo más apropiado teniendo en
cuenta que todo lo que concierne al terrorismo peruano es ciertamente una historia de locos:
"Las
creencias. Las creencias asesinas. José Ortega y Gasset tiene un
libro breve y delicioso titulado Ideas y creencias. Para Ortega, las
personas tienen un conjunto de ideas diversas, que va desde las
ocurrencias a las verdades científicas. Dichas ideas conviven e
interactúan con un estrato más profundo: las creencias, a las que
no llegamos como llegamos a las ocurrencias. Para Ortega, las ideas
se tienen o se dejan de tener, pero las creencias «nos tienen», son
«ideas que somos». Las ideas, incluso las científicas, se
discuten y hasta se muere por ellas, pero no se puede vivir de ellas.
La propia vida, en cambio, se sostiene sobre un profundo plano
creencial que no elaboramos nosotros, ni cuestionamos, sino que
estamos en ellas, en las creencias. Nosotros sostenemos las ideas,
pero son las creencias las que nos sostienen a nosotros. Las ideas se
tienen, en las creencias se está. Por ejemplo, como ejemplifica José
Lázaro: «aunque usted tenga una cirrosis terminal no debe aceptar
un trasplante de hígado porque la resurrección de los muertos
devolverá ese hígado a su donante». Hay una idea, la cirrosis y su
tratamiento, y una creencia que nos impide desarrollar ideas. De ahí
el famoso deseo orteguiano: «más pensantes y menos creyentes», o
esa exquisitez einsteniana: «es más fácil creer que pensar».
Cierto
que no todos los creyentes son fanáticos violentos porque no todas
las creencias tienen la misma capacidad mortífera, pero hay una
pendiente muy inclinada que une a las creencias con la barbarie. Hay
un proceso mediante el cual ciertos creyentes se convierten en
dogmáticos, los dogmáticos en fanáticos y los fanáticos en
genocidas. Lázaro narra con detalle este proceso: «hay una
afirmación cada vez mayor de las convicciones propias, que van
ganando afectividad y haciéndose cada vez más refractarias a la
crítica racional; esas creencias emocionales se identifican con el
grupo al que se pertenece; se designan grupos próximos como
competidores y enemigos peligrosos y, finalmente, se decide
exterminar al enemigo ante de que él pueda llevar a cabo su secreta
intención de eliminarnos a nosotros. No hay terrorista que no esté
convencido de que actúa en defensa propia». Y prosigue: «Todos los
grandes asesinos son creyentes. Y todos actúan por amor. Los grandes
asesinos, no los pequeños. Stalin mató a millones de personas por
amor al proletariado; Bin Laden mataba por amor al islam; Franco por
amor a España; De Juana Chaos por amor a Euskal Herria, el Che por
amor a las masas oprimidas; Bush por amor a la democracia y a la
libertad». Y Abimael Guzmán, Elena Iparraguirre y los miembros de
Sendero Luminoso mataban por amor al pueblo peruano. Tal vez esto sea
lo que confunde a Santiago Roncagliolo tras tantas entrevistas con
los senderistas presos: que no hay un gran asesino que no tenga una
inmensa capacidad de amar".
El
8 de mayo de 1898, una semana después de la derrota naval española
contra EEUU en la batalla de Cavite (Filipinas), el semanario
catalán La Veu de
Catalunya publicó un artículo
que sentenciaba que "España está perdida sin remedio, es un
pueblo enfermo y con tendencia a los delirios" y terminaba con
la siguiente propuesta:
"Estamos
clavados a una barca que hace agua; si queremos salvarnos hemos de
aflojar las ataduras".
El
artículo se titulaba "Aném callant" y lo firmaba Narcís
Verdaguer y Callís, fundador y director del periódico. Al año
siguiente se crearon los primeros partidos políticos catalanistas,
el Centre Nacional Català y la Unió Regionalista, que en 1901 se
fusionarían dando lugar a la Lliga Regionalista. La Lliga, de corte
conservador y autonomista, ostentaría la hegemonía del catalanismo
político hasta los tiempos de la Segunda República.
Por
otro lado, fue a partir de 1898 y el fin de la guerra
hispano-estadounidense, con la pérdida de las últimas posesiones
españolas en América y el Pacífico, cuando el Partido Nacionalista
Vasco, fundado por el racista e integrista Sabino Arana tres años
antes, empezó a cosechar sus primeros éxitos electorales.
Y
así, amigos, es como surgieron los separatismos en España.
Ahora
que todos sabemos que Teruel existe, no está de más recordar que
allí, en el crudo invierno de 1937 a 1938, se desarrolló la batalla
más sangrienta de la Guerra Civil Española. En aquella ocasión resultó
gravemente herido mi tío abuelo Manolo, por cierto.
Teruel
fue la única capital de provincia conquistada por el bando
republicano, aunque fuera por poco tiempo. En la efímera victoria
republicana, sucedida el 7 de enero de 1938, tuvo un papel estelar la
84ª Brigada Mixta del Ejército Popular, a la que acompañaron en su
avance conocidos corresponsales extranjeros, como Ernst Hemingway,
Herbert Matthews o Robert Capa. Este último, además de fotografiar
la batalla, realizó sobre la misma la única crónica escrita que
publicó en toda la contienda.
El
16 de enero, los hombres de la 84ª Brigada Mixta, que habían
sufrido un tercio de bajas, recibieron una semana de merecido
descanso y fueron enviados a Rubielos de Mora, en retaguardia, a
medio centenar de kilómetros del frente, adonde se trasladaron a
pie. Pero al día siguiente Franco inició una gran ofensiva para
reconquistar Teruel, de manera que el 19 de enero el mando
republicano, en la necesidad de recurrir a todas las fuerzas
disponibles para evitar el hundimiento del frente, ordenó a la 84ª
Brigada Mixta suspender el permiso y regresar al frente. Los hombres
de dicha unidad se sintieron estafados y 600 de ellos se
insubordinaron negándose a volver al combate después de haber
luchado en la ciudad de Teruel durante más de tres semanas, calle
por calle, casa por casa, a veinte grados bajo cero y tras sufrir
cuantiosas bajas. Reclamaron continuar con el descanso que les habían
prometido y que otra unidad fuera al frente en su lugar. En
represalia, y como en la película "Senderos de gloria",
las autoridades republicanas seleccionaron a varios de ellos para que
fueran pasados por las armas. Algunos lograron escapar, pero 46
hombres resultaron fusilados sin posibilidad alguna de defensa. La
brigada terminó disuelta y más de un centenar de sus supervivientes
fueron enviados a campos de trabajos forzados para el resto de la
contienda.
Teruel
volvió a caer en manos de sublevados el 22 de febrero de 1938.
Siempre
se recalca que la represión franquista fue mucho mayor que la
republicana, pero esto fue así básicamente porque los primeros dispusieron de más
tiempo para ello, durante la guerra y después. Cuando empezó la contienda, en
el verano de 1936, la represión en la capital turolense se cebó en
los izquierdistas, pero más tarde, en el poco tiempo que controlaron
los republicanos la ciudad de Teruel y sus alrededores, tampoco estos
dudaron en dar rienda suelta a los asesinatos llevándose por delante
a cientos de personas. De hecho, a lo largo de la guerra los
republicanos mataron en la provincia de Teruel a más gente que los
franquistas durante la guerra y la posguerra juntas: 1.702 víctimas
de los republicanos contra 1.340 de los nacionales. Y hay que tener
en cuenta que ya entonces era una de las provincias más despobladas
de España. La represión republicana se recrudeció precisamente
durante la batalla y la ocupación de la ciudad. Todavía en febrero
de 1939, unos soldados republicanos que huían hacia Francia
fusilaron en Cataluña a una cuarentena de prisioneros franquistas de
la batalla de Teruel, entre ellos al jefe de la guarnición, el
coronel Domingo Rey d'Harcourt (repudiado por los franquistas tras
haberse rendido), y al obispo de la ciudad, Anselmo Polanco. Después,
quemaron los cuerpos cuando algunos todavía agonizaban.
Todo
esto también es memoria histórica.
Más información: -Corral, Pedro, "Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil", Almuzara, 2019.
Todos
sabemos que, tras la Segunda Guerra Mundial, una buena colección de
criminales nazis y fascistas se marcharon a hacer las Américas para
no caer en manos de los vencedores. Lo que no es tan sabido es que,
entre los exiliados políticos que había por allí en aquellos años,
también estaba algún otro asesino de masas y no precisamente nazi o
fascista, sino del extremo opuesto.
Siempre
me ha llamado la atención la doble vida que llevó Segundo
Serrano Poncela,
un personaje muy desconocido en nuestros días que, sin embargo,
cumplió un oscuro e importante papel en un siniestro episodio de
nuestra guerra civil.
Serrano
Poncela fue un tipo cultivado, licenciado en Filosofía y Letras y en
Derecho, socialista, dirigente de las Juventudes Socialistas
Unificadas junto a su amigo Santiago Carrillo -que era secretario
general de la organización- y con el que ingresó en el Partido
Comunista de España al empezar la Guerra Civil.
En
noviembre de 1936, con 24 años, Serrano Poncela fue nombrado
delegado de Orden Público en Madrid, un cargo equivalente al de
director general de Seguridad. Estaba a las órdenes de su camarada Carrillo, de 21 años, que era consejero de Orden Público
de la Junta de Defensa de Madrid. El caso es que la firma de Serrano Poncela aparece en algunas de las órdenes de "liberación"
o "evacuación" de muchos cientos de presos que acabaron
fusilados en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz. Digamos que
entre Carrillo, Serrano Poncela y otras autoridades republicanas
organizaron las matanzas, y ellos dieron las órdenes.
Antes
de que terminara la guerra, Serrano Poncela se enfrentó a su amigo
Carrillo y a todo el PCE y se marchó a Hispanoamérica a trabajar de
profesor de Literatura Española. Parece ser que antes de cruzar el Atlántico, mientras estaba en Francia, escribió una carta al PCE abjurando del comunismo. Cuando alguien en el exilio le
inquirió por su papel en las masacres de Paracuellos, Serrano se
limitó a decir que las órdenes se las pasaba Carrillo y que él
solo las firmaba. Como si no se enterase de nada, como una infanta
Cristina cualquiera, vaya. Por su lado Carrillo negó de forma
contumaz y hasta su muerte -hace siete años- haber sabido nada de
las matanzas mientras sucedían y, por supuesto, culpó de ellas a su
antiguo amigo y camarada Serrano Poncela.
Mientras
tanto, Serrano pudo procurarse una nueva vida como profesor
universitario en Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela, e incluso
alcanzó cierto prestigio. Es cierto que mientras estuvo en Puerto Rico, apareció señalado en la
Causa General junto a Carrillo como responsable de los crímenes, motivo por el que Juan Ramón Jiménez, exiliado como él, se negó a saludarle ("no me he exiliado para acabar dándole la mano a un asesino", diría el autor de Platero y yo). No obstante, Serrano logró que su nombre se relacionara más bien con su trayectoria académica y literaria en
el exilio, pues también escribió varias obras de ficción y ensayo que llegaron a ser publicadas en España a partir de los años
sesenta. Su libro "Formas de vida hispánica" tuvo incluso
buenas críticas nada menos que en el diario ABC, aunque el autor de la
reseña, desconocedor de la trayectoria de Serrano Poncela, tuvo que
rectificar unos días después tras recibir una llamada de atención
del Tribunal Supremo.
Hoy
casi nadie se acuerda de Segundo Serrano Poncela -muerto en Caracas
en 1976-, y mucho menos se relaciona su nombre con las matanzas de
Paracuellos, al contrario de lo que ocurre con el de Carrillo, que
decidió seguir metido en política. En ese sentido se puede decir
sin lugar a dudas que Serrano pudo hacer borrón y cuenta nueva con
su vida. Y es que, como él mismo escribió, "recordar es dejar
de vivir".