domingo, 11 de agosto de 2013

Bajo presión




Aquella mañana, Boyle fue al encuentro de su nueva novia, Marietta. “Quiero que me prometas amor eterno”, le espetó ella de pronto. “Pero si casi no nos conocemos. No te puedo prometer algo que no sé si se va a cumplir, ni por mi parte ni por la tuya”, contestó él intentando ser sincero. Ella insistía. Él entonces trató de explicarle que el amor rara vez dura eternamente, que lo sabía por experiencia, y que además estaba de acuerdo con Platón cuando decía aquello de que la mayor declaración de amor es la que no se hace. Marietta se puso a llorar. Él la abrazó, la besó y trató de hacerle ver que no tenía sentido perder el tiempo con discusiones absurdas, que debían disfrutar de cada momento, que ella le gustaba mucho, que quería seguirla viendo y conociendo, y hacer todo lo que estuviera en su mano para que fueran muy felices juntos. Viendo que a pesar de todo ella no parecía satisfecha, Boyle empezó a sudar como un pollo asado, cosa que le extrañó ya que la temperatura permanecía constante. Cuando más tarde llegó a su casa notó que la ropa le quedaba algo más grande, pero no le dio importancia.  

Poco tiempo después, Marietta, en un ataque de celos, le hizo saber que no le gustaba que él tuviera amistades femeninas. “Pero son eso, amigas. Y ya las tenía cuando me conociste”, dijo él honestamente. Ella se enfadaba con frecuencia por ese motivo, y cuanto más le presionaba al respecto, más pequeño se sentía Boyle. De hecho, tuvo que comprarse ropa nueva de una talla menor.

Unas semanas más tarde, ella le anunció su intención de irse a vivir con él a su casa. “¿Ya? No sé, yo te quiero pero ahora tenemos demasiadas discusiones, la convivencia es complicada y podría empeorar la situación, te lo digo por experiencia; creo que deberíamos esperar un poco”, respondió él. De nuevo se repitió el mismo trance: ella lloraba y él se sentía presionado. Al cabo de un rato se levantaron y él comprobó asombrado que ya no era más alto que su novia. Y además se le cayeron los pantalones.

Un día en que estaban en casa de la familia de Marietta, el padre, que era como Robert de Niro pero calvo y con bigote, lanzó a Boyle la siguiente pregunta delante de todos: “Y tú en qué plan vas con mi hija, a ver”. “Bueno, yo la quiero, claro”, acertó a decir Boyle empapado en sudor mientras se sujetaba los pantalones. No olvidaba que su suegro tenía una escopeta de caza en casa y que la usaba a menudo.

Marietta vivía sola en una casa alquilada. Bueno, exactamente sola no: la casa tenía cucarachas y le daban un asco terrible. Una mañana, encontró uno de esos repugnantes bichos en su brazo, por dentro de la manga de su pijama, lo que la sumió en un ataque de pánico. “¡Dicen mis amigas que por qué no haces algo!”, le gritó a Boyle en cuanto le vio. “¿Y qué quieres que haga?”, contestó él mientras empezaba a sudar. “¡Se supone que eres mi novio, tú sabrás!”, continuó gritando ella. “¿Tengo cara de plaguicida? Quéjate a los dueños de la casa y que se ocupen ellos de que desaparezcan las cucarachas, que para eso les pagas”. Boyle sabía que Marietta esperaba que la rescatara de los temibles insectos llevándola a vivir con él, pero seguía pensando que era demasiado pronto para dar ese paso. De nuevo tuvo que comprarse ropa nueva. Más pequeña aún.

Hay que decir que, a pesar de que tenían problemas, en general se sentían bien juntos. En cierta ocasión dieron un paseo en un globo aerostático conducido por un tal señor Arquímedes. 

Así las cosas, al cabo de pocos meses Boyle accedió a que Marietta viviera con él. Durante un tiempo observó satisfecho cómo recuperaba su estatura, hasta el día en que ella le dijo que se veía muy bien con un bebé en brazos y que quería que tuvieran un hijo. “Ahora no, más adelante, no te preocupes”, añadió. “Ah, vale”, respondió él aliviado. “¿Pero tú quieres tener un hijo conmigo?”, preguntó ella de repente. “Pues no sé, nos tenemos que conocer más, cuando llegue el momento ya veremos”, se defendió él. Aunque Boyle había sido sincero, a Marietta no le gustó su respuesta, y él de nuevo empezó a notar que la ropa le quedaba enorme. Boyle pensó que si seguía así no tendrían necesidad de tener ningún hijo: él mismo podría hacer de bebé.

Un tiempo después, Marietta le anunció una nueva propuesta: “Mi padre quiere que esta casa sea de los dos, que esté a nombre de ti y de mí, así que ha pensado en pagarte la mitad de su valor”. En ese momento Boyle ya tenía que mirar hacia arriba para ver la cara de su novia. “Mira, no creo que tu padre tenga que meterse en nuestros asuntos, la verdad”, fue la respuesta que acertó a dar mientras ella ponía cara de decepción.

Después de aquello, Boyle empequeñeció aún más. Usaba tallas de niño, y aunque acudió al médico varias veces, nadie supo explicarle lo que le ocurría.

No mucho más tarde, Marietta rompió la relación. Él era demasiada poca cosa para ella y ya no lo quería, así que se perdieron de vista.

Boyle recuperó rápidamente su tamaño normal.


viernes, 9 de agosto de 2013

El poeta soldado




Gabriele D'Annunzio fue un singular personaje, hoy muy olvidado fuera de Italia, pero que alcanzó mucha fama en vida, especialmente durante el episodio de la conquista de Fiume.

Poeta, dramaturgo, soldado, aviador, héroe, conquistador y dictador de una ciudad-estado de efímera existencia. Durante su corto mandato en Fiume creó un sistema en parte fascista, en parte anarquista y en parte democrático (¿sería eso el fascismo democrático?), y uno de los pocos que lo reconocieron fue el Gobierno soviético de Lenin.

Como escritor ya había alcanzado el éxito antes de la Primera Guerra Mundial (publicó su primer libro con 16 años). Cuando estalló la contienda logró alistarse a pesar de tener ya más de 50 años. Sirvió en la caballería, en las lanchas torpederas y sobre todo en la aviación. Perdió la visión de un ojo, bombardeó Viena con panfletos de propaganda redactada por él mismo (por algo era escritor) y recibió un montón de condecoraciones.



Tras la guerra, en 1919, decidido a que Fiume (hoy Rijeka) no pasara a ser de Yugoslavia (conocida en sus primeros años como Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos), lideró una tropa de más de dos mil entusiastas nacionalistas que se apoderaron de ella y la declararon ciudad-estado independiente.




En realidad, la intención inicial de D'Annunzio fue que Fiume formara parte de Italia, pero el desprecio que sentía hacia los gobernantes de su país le hizo cambiar de idea. Aquel desprecio era tal que en cierta ocasión permitió que uno de sus hombres, Guido Keller, lanzara un orinal desde un avión contra el edificio del Parlamento.

Hagamos un inciso para hablar un poco de Keller. Amigo de D'Annunzio, de origen aristocrático, durante la Primera Guerra Mundial estuvo en la escuadrilla del famoso as de caza Francesco Baracca.





Keller era anarquista, futurista, dadaísta, naturista y nudista. Y un poco payaso:



En Fiume fundó el grupo “Yoga”, la Unión de espíritus libres que tienden a la perfección. Sus símbolos eran una esvástica y una rosa de cinco pétalos.



Y aquí lo tenemos cagando en el orinal antes de lanzarlo contra el Parlamento italiano desde su avión:



Después de lo de Fiume viajó mucho y murió con 37 años. Vivió muy rápido, como buen futurista.


Keller (a la izquierda) con Marinetti (en el centro)


Otro pintoresco tipo que participó en la aventura de Fiume fue el karateka japonés Harukichi Shimoi. Voluntario de los Arditi, amigo de D'Annunzio (que lo llamaba camarada Samurai) y futuro simpatizante fascista. Un hombre con carácter, vamos.



Volviendo al hilo de nuestra historia, la población de Fiume aclamaba a D'Annunzio como su salvador. Montó un Estado corporativista uno de cuyos principios era la música. Redactó una Constitución con su amigo el sindicalista Alceste De Ambris conocida como la Carta del Carnaro, que anticipaba la idea de la imaginación al poder y que pretendía sentar las bases de un Estado aconfesional y socialmente avanzado, en el que la educación era gratuita, las mujeres podían votar y el divorcio era legal. El Comandante (así se hacía llamar D'Annunzio en Fiume) se proclamó defensor de las naciones sin estado, de todas las naciones pobres y empobrecidas contra las naciones usurpadoras y acumuladoras de toda riqueza, desde Irlanda hasta Egipto y la India pasando por los pueblos de los Balcanes. Recibió la visita de Marinetti, Marconi, Toscanini y Mussolini.


Las masas de Fiume recibiendo a D'Annunzio como su libertador
 


D'Annunzio en Fiume con sus Arditi


Hagamos otro inciso para hablar de los Arditi. Los Arditi eran unas tropas de élite italianas creadas en la Primera Guerra Mundial. Su arma característica era el cuchillo, que muchas veces llevaban en la boca, como se puede apreciar en la imagen de arriba. Durante la aventura de Fiume adquirieron gran protagonismo. Como no pocos de ellos eran unos exaltados nacionalistas, de entre sus filas saldrían muchos camisas negras fascistas. En ese sentido equivaldrían a los Freikorps alemanes que luego dieron lugar a las SA nazis.

Hay que decir que entre los Arditi también había anarquistas (exaltados, por supuesto), que formarían los llamados Arditi del Popolo, una organización antifascista cuyo emblema era tal que así:



De estos Arditi antifascistas todavía quedarían ecos en nuestra Guerra Civil. El Batallón de la Muerte italiano de las Brigadas Internacionales (también conocido como “Centuria Malatesta”) empleaba calaveras y camisas negras, aunque estaba formado por anarquistas:






En diciembre de 1920, después de 16 meses, la flota italiana bombardeó Fiume. Tras algunos combates y medio centenar de muertos, D'Annunzio se rindió. Así terminaba el sueño del poeta conquistador, el tipo que rechazó una carta dirigida al mejor poeta de Italia porque él era el mejor del mundo; "el único revolucionario de Italia", según Lenin. En definitiva, un revolucionario cultural, defensor de la acción y la imaginación.

Gracias a la acción de D'Annunzio, en 1920, según el Tratado de Rapallo, la ciudad dálmata de Zara pasó a ser de Italia, y Fiume quedó como ciudad libre. No obstante, en 1924 Mussolini se apoderaría de ella. Vamos, que corrió la misma suerte que otras "ciudades libres" que fueron fruto de los desatinos del final de la Gran Guerra: Memel y Danzig.


Las anexiones italianas entre 1919 y 1924
 

Los fascistas de Mussolini adoptaron toda la simbología d’annunziana: el brazo en alto, las calaveras, las camisas negras y el himno Giovinezza. El Duce lo mantendría el resto de su vida en una jaula de oro de la que D'Annunzio sólo salió para aconsejarle que no se juntara con Hitler.

D’Annunzio y Mussolini


Más información:

-Caballero Jurado, Carlos, "Gabriele D'Annunzio, el poeta soldado", en Revista Española de Historia Militar nº 64, Quirón, 2005.



La fascinante historia de D´Annunzio en Fiume: El comandante y la décima musa.

D’Annunzio: sexo, política y fascismo

El poeta cocainómano que diseñó la estética fascista