viernes, 18 de septiembre de 2015

Las madres solas




Las ves en la compra, por la calle, en el parque, en el hospital, con su hijo en brazos o empujando el cochecito, haciendo mil cosas a la vez con una naturalidad increíble. Cuidan de su niño, juegan con él, lo educan, lo ven crecer, trabajan, luchan, ligan, salen adelante, y sonríen siempre como si los problemas no importaran.

Qué tiernas y a la vez qué admirables me parecen. Ojalá tuvieran menos obstáculos y más motivos para sonreír de verdad.




jueves, 17 de septiembre de 2015

De madrugada




Es madrugada y estamos en la cama. Afuera llueve y sopla el viento, señal inequívoca de que el verano se ha ido y con él las vacaciones, por desgracia. Sueño que navego en un frágil esquife sin más compañía que las olas, haciendo frente a los elementos que amenazan con echarme al agua y que me ahogue irremediablemente. Suena un ruido estridente y pienso que el cielo ha caído sobre mi cabeza, como si fuera un galo de la aldea de Astérix, pero no es más que la alarma de tu móvil, que me despierta sin ninguna consideración. La cosa me fastidia bastante, porque me cuesta mucho conciliar el sueño últimamente. Bueno, digamos que me cuesta mucho conciliar el sueño en general. Siento el impulso de decirte que hagas el maldito favor de no dejar la alarma puesta a esas horas nunca jamás, al menos cuando duermas conmigo, pero entonces abro los ojos y te veo. Te veo cómo te incorporas con tu carita de dormida y apagas tranquilamente ese molesto sonido, y cómo luego te acercas y me abrazas. Sin pronunciar una palabra nos besamos, nos tocamos por todas partes y, claro, terminamos follando como si no hubiera un mañana. Después seguimos abrazados y nos volvemos a dormir. Y así, sin querer, evitamos una discusión absurda transformando el hastío y la tensión en sexo y ternura. Sin darnos cuenta conseguimos que los roces sean caricias y no peleas.

Y al día siguiente pienso, como otras veces, en la suerte que tengo de estar contigo.




miércoles, 16 de septiembre de 2015

sábado, 12 de septiembre de 2015

Hablar demasiado



El Tío Sam mandando callar durante la Segunda Guerra Mundial (por León Helguera)


Hay miles de cosas que se dicen muy a la ligera. Como "te quiero" o "tengo mi propio negocio", por ejemplo. Antes de abrir la boca uno debería asegurarse de que son ciertas, o de lo contrario puede dar lugar a tremendas confusiones, engañándose a sí mismo y, lo que es peor, a los demás.

Querer a alguien o llevar un negocio no son tareas fáciles ni baladíes. Ilusionarse con ello sí. Pero recordemos la primera definición que nos da la Real Academia Española de la palabra ilusión:

Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.

Qué tentador es dejarse querer a cambio solo de bonitas palabras, preocupándonos mucho más de cuánto recibimos que de lo que damos. Qué sugerente es pensar que uno puede forrarse de pasta sin depender de nadie, compatibilizando sin problemas la vida personal y la profesional, teniendo libertad de horarios, dedicándole un mínimo esfuerzo, incluso trabajando desde casa. Qué fácil es vivir en el mundo de las ilusiones, es decir, el de la fantasía y las mentiras. Por un tiempo, eso sí, porque los engaños no suele durar para siempre.

Si en la guerra hay que callar para no revelar la verdad al enemigo, en muchas ocasiones conviene mantener la boca cerrada para no mentirnos a nosotros mismos ni estafar a los que tenemos al lado.


PD: Otro día hablaré del negocio del amor, que es un tema con mucha enjundia. 




viernes, 11 de septiembre de 2015

La historia clínica




-¿Toma algún medicamento?
-No. Bueno, una pastilla para dormir.
-¿Y ninguno más?
-Bueno, y para el colesterol. Y luego la de la tensión. Y para la próstata. Y la del ácido úrico.
-¿Fuma?
-No. Seis o siete cigarrillos al día, como mucho.
-¿Bebe?
-No. 
-¿Nada?
-Bueno, lo normal: un poco de vino con las comidas. Algún carajillo por las mañanas. Y alguna cerveza antes de comer, o por la tarde. Pero vamos, nada. Y luego el fin de semana sí bebo algo más. Pero poca cosa.

Tenemos a un paciente polimedicado, fumador y alcohólico crónico que padece un serio trastrono de negación de la realidad.

Todo un clásico.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Tu propio negocio




Tratar de ser un empresario de éxito -de forma honrada y legal- es fascinante. Te da poderes sobrenaturales, como por ejemplo la capacidad de tener sudores fríos a pesar de que haga un calor asfixiante. Uno se siente como Alfredo Linguini, el inexperto chaval de la peli Ratatouille, aunque sin una rata en la cabeza que le diga lo que tiene que hacer.

Tratar de ser un empresario de éxito de momento me está suponiendo un montón de queyaesdecires, a saber:

-Dormir menos (que ya es decir).

-Más estrés (que ya es decir).

-Muchos más gastos (que ya es decir) sin que aumenten las ganancias (que ya es decir).

-Darle más vueltas aún a todo lo que tengo en la cabeza (que ya es decir).

-Y hablando de la cabeza, que se me caiga más el pelo (que ya es decir).


 ¿Valdrá la pena? 




jueves, 27 de agosto de 2015

Supremacía




El otro día, cuando volvía a casa, me encontré con una cucaracha en el rellano del ascensor. Me planté frente a ella. El animal trataba de huir desesperado empotrándose contra el friso, escarbando en un rincón, intentando trepar inútilmente por la pared. Por un momento me dio lástima, pero cedí a esa idea con la que nos criamos desde pequeños: las cucarachas son lo peor, son asquerosas y merecen la muerte. De modo que la pisé. Pero entonces ocurrió algo tremendo: no murió al primer golpe. Se quedó ahí, herida, moviendo sus patas en el aire como si tratara de agarrar la vida que se le escapaba. La pisé más veces, tres, cuatro, no recuerdo cuántas, hasta que expiró.

Este hecho aparentemente insignificante, tan habitual, me inquietó: ¿era realmente necesario matarla? ¿Me había hecho algo malo? ¿El mundo es mejor sin esa cucaracha? Quizá alguien opine que es muy ridículo todo esto, pero hay algo innegable, y es que la maté porque me creía infinitamente superior a ella, porque la despreciaba, vaya. No es algo de lo que sentirse precisamente orgulloso. Es más, el hecho de que solo consiguiera matarla tras varios intentos, mi torpeza para acabar con ella, hizo que me viniera de inmediato a la mente la imagen de (ATENCIÓN, LO QUE SIGUE ES UN DESTRIPE DE LA SEGUNDA TEMPORADA DE "JUEGO DE TRONOS") la desastrosa decapitación de Ser Rodrik Cassel por parte del inútil y lamentable Theon Greyjoy.




Recordé también la muerte del zarévich Alekséi a manos de los bolcheviques, un chaval de trece años, hemofílico, al que tuvieron que disparar varias veces porque se resistía a irse al otro barrio.

Qué fácil es acabar con la vida de los seres indefensos. Y qué brutal. Qué sádico. Aunque la víctima sea una cucaracha. Se me dirá que las cucarachas son plagas, que suponen un riesgo para nuestra salud, pero son excusas: las matamos porque nos dan asco, porque nos sentimos superiores y porque podemos hacerlo. Las matamos de forma masiva, como a las ratas y a otros seres "inferiores", y para ello empleamos venenos, gases tóxicos, lo que haga falta. Incluso echamos mano de profesionales para que lo hagan en nuestro lugar. Entonces las matamos a distancia porque es más cómodo, pero también porque en el fondo nos desagrada hacerlo, porque la distancia evita que eso de exterminar nos afecte. Algo así ocurre cuando se bombardea una ciudad, se mata fácilmente a mucha gente sin que los verdugos queden tocados psicológicamente porque no ven lo que están haciendo, no ven los cadáveres. Por ese motivo los nazis empezaron a asesinar a la gente en cámaras de gas, y eran algunos prisioneros los encargados de encerrar allí a las víctimas y luego de sacar los cuerpos. "Ojos que no ven...".

Se me alegará ahora que estoy desbarrando mucho, que las cucarachas no son personas. Ya, pero cuando los criminales asesinan en masa sienten exactamente lo mismo que cualquiera que decida acabar con estos insectos: asco y superioridad. Cuando aplasté a aquella cucaracha, lo hice con todo el peso del darwinismo social. Esto es lo turbador del asunto.

Matar al débil es cruel siempre, todos lo sabemos. No es más que abuso de poder, tiranía de los más fuertes, desprecio hacia los indefensos. Otra cosa es que a veces nos parezca aceptable, o dónde queramos colocar el límite de nuestra supuesta superioridad.