Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas. Melchor Rodríguez García, el ángel rojo El 8 de diciembre de 1936 fue derribado un avión de la Embajada
francesa sobre Guadalajara. Se trataba de un Potez 540, un bombardero
transformado en transporte, cuyo piloto consiguió realizar un
aterrizaje forzoso, no sin capotar y volcar, en un campo cerca de Pastrana.
En él viajaban el médico suizo Georges Henny -delegado de la Cruz Roja
Internacional-, dos periodistas franceses -Louis Delaprée,
corresponsal del diario Paris-Soir, y André Château, de la
agencia Havas- y dos niñas españolas -María Carlota y María Dolores Cabello- que eran trasladadas a Francia por la Cruz
Roja. La tripulación del avión estaba formada por el piloto Charles Boyer (nada que ver con el conocido actor) y el radiotelegrafista Bougrat.
En su magnífica obra "La izquierda feng-shui" (Ariel, 2017), Mauricio-José Schwarz escribe que "una empresa no es un ser humano. No puede ser buena ni mala, no es irresponsable o agresiva, pero sí lo son quienes toman las decisiones en ella aunque en ocasiones ni siquiera estén de acuerdo".
Desde cierta izquierda se hace gala de un tipo de pensamiento mágico, según el cual, los grandes males del mundo se deben a un determinado número de empresas -y no a otras- que actuarían al unísono. Estas empresas serían la auténtica personificación de Satán, un monstruo de varias cabezas y apetito insaciable que solo perseguiría su propio beneficio a costa de acabar con todo lo bueno que pueda existir en el planeta. A nivel mundial, entre las empresas fetiche de la izquierda están Monsanto, Bayer, McDonald´s o Coca-Cola. Ninguna de ellas, por cierto, aparece en la lista de las 15 peores empresas para el medio ambiente compilada hace diez años por Business Insider. Ni tampoco en esta otra lista de 20 grandes empresas cuyo comportamiento ético ha sido más que dudoso. En la España del siglo XXI, el símbolo del mal es el temido IBEX 35, que ostentaría el poder absoluto del Estado. He aquí el mantra, digo la trama, explicada con un croquis por Pablo Iglesias:
La simple mención de alguna de esas empresas, o del IBEX 35, en tal o cual acusación sin datos que la sustenten, ya otorga credibilidad más que suficiente. El otro día, en su discurso de regreso tras la baja de paternidad, Pablo Iglesias dijo que "hay veinte familias en este país que tienen más poder que cualquier diputado". Mencionó como ejemplos a Amancio Ortega, Ana Botín, Isidre Fainé y Florentino Pérez, todos ellos directivos de empresas del terrorífico IBEX 35. Como se explica en el vídeo de arriba, el mensaje que transmiten Pablo y quienes piensan como él es que todas las decisiones políticas y económicas que se toman desde el Gobierno español, sea este del PP o del PSOE, están siempre muy condicionadas, y hasta dirigidas, por el IBEX 35, al que lo que voten los sufridos ciudadanos se la trae al pairo. Lo mismo en lo que respecta a los tribunales y las sentencias en casos de relevancia política o económica. Y por supuesto que casi todos los medios de comunicación, en especial los privados, publican sus cosas al dictado del IBEX 35.
El IBEX 35 se ha convertido así en un símbolo que no necesita contenido. ¿Pero qué diablos es el IBEX 35? Pues no es más que un índice bursátil, es decir, una serie de acciones pertenecientes a las 35 empresas de mayor liquidez que cotizan en las bolsas españolas, que se emplean para calcular el valor de la Bolsa, así como sus subidas y caídas. El principal criterio para incluir una empresa dentro del índice es el valor total de sus acciones, y los que deciden tal cosa son unos técnicos bursátiles que se reúnen dos veces al año para añadir y quitar empresas de su lista. Hay más de sesenta empresas que alguna vez estuvieron en el IBEX 35 y ya no forman parte de él. Y, sorprendentemente, algunas de las empresas que más facturan en España, como Mercadona, El Corte Inglés, Ford España o Seat, tampoco están en el IBEX 35, aunque difícilmente se pueda decir que no sean poderosas. A la vez, hay empresas pertenecientes al famoso índice que facturan mucho menos, como Arcelor, que es la cuadragésimo segunda empresa de España, Indra, que es la septuagésimo quinta, Acciona, que es la nonagésimo octava, o Acerinox, que es la centésima.
Por otro lado, y según Business Insider de nuevo, parece que entre las diez empresas líderes en sostenibilidad en todo el mundo, hay varias del IBEX 35. Al menos sobre el papel, no parecen tan malas como las pintan.
Es obvio que desde el poder económico se ejercen presiones sobre los gobernantes, igual que hacen otros agentes sociales. Es obvio que, en ocasiones, el poder económico es superior al de otros agentes sociales (lo que quizá nos tendría que llevar a reforzar a quienes representan a los trabajadores, consumidores y ciudadanos comunes). También es evidente que hay partidos más afines al poder económico y que, por tanto, cuando llegan al gobierno responden más claramente a las necesidades de este. Y nadie dice que el comportamiento de los directivos de las empresas del IBEX 35 sea intachable. Todo ello es de cajón. Pero algo muy diferente es pensar que existe un grupo de grandes empresas que actúan como un equipo, de forma concertada y sin fisuras, para controlar el país, o incluso el mundo, manejando en la sombra los resortes de la política, la justicia, la información y, en fin, de todas las instancias de decisión. Esta visión del asunto es lo que Schwarz llama simplismo-leninismo y no deja de ser una teoría de la conspiración de lo más absurda.
Está muy bien que la izquierda busque la justicia, pero tal cosa se debe hacer desde la verdad, desde los datos, desde la seriedad, desde la razón. Ah, y desde la coherencia. No desde la demagogia.
No se puede acusar a nadie, ni siquiera a un conjunto de empresas, de tremendas atrocidades solo porque sus directivos sean enemigos de clase. Sobre todo cuando estos pueden ser criticados y denunciados por auténticas tropelías. Pero es más fácil sacar a pasear el espantajo del IBEX 35 una y otra vez, en un mensaje que quizá gane adeptos para la causa, pero que está más vacío que la nevera de Carpanta. Cito de nuevo a Schwarz:
"El fin no justifica los medios. No vale mentir en nombre de la verdad, ser injusto en nombre de la justicia, promover la desigualdad en nombre de la igualdad. Un respeto sólido a los principios básicos nos exige ser justos con todos (...).
Si uno no es moralmente superior a quienes promueven la injusticia, finalmente se iguala a ellos. Y perder la autoridad moral es un lujo que la izquierda simplemente no puede permitirse".
¿Quién no ha oído hablar de la masacre de Oradour-sur-Glane?
En aquella localidad del interior de Francia, el 10 de junio de 1944, tras el Desembarco de Normandía, soldados de la 2ª División Panzer de las SS Das Reich perpetraron una masacre contra la población civil acusándola falsamente de colaborar con la Resistencia. Resultaron asesinadas 642 personas, hombres, mujeres y niños. Los hombres fueron fusilados, mientras que las mujeres y los niños, que eran mayoría (245 y 207, respectivamente), fueron quemados vivos en la iglesia, siendo ametrallados los que trataban de escapar.
Hoy Oradour se mantiene en ruinas como testimonio de aquel terrible crimen, aunque tras la guerra se construyó una nueva villa a cierta distancia de la original. También cuenta con un centro conmemorativo inaugurado en 1999 por el presidente de la República, Jaques Chirac, que alberga una exposición permanente y salas para muestras temporales.
¿Quién ha oído hablar de la masacre de Jaibaj?
Es sabido que Stalin le cogió el gusto a eso de deportar en masa a la gente, y que desde los años treinta en adelante se cebó a base de bien con unos cuantos grupos étnicos. De hecho, y como ya comenté aquí, entre 1943 y 1944 los soviéticos deportaron a varios pueblos enteros de la URSS a los campos de concentración de Asia Central y Siberia. En total, las víctimas fueron cerca de dos millones de personas tras ser acusadas de forma demencial de colaborar con los alemanes. Entre los pueblos deportados en esos años estuvieron más de medio millón de chechenos e ingusetios (Operación Chechevitsa -"Lenteja"-), de los que murieron como consecuencia de ello cerca de doscientos mil. Es cierto que entre 1940 y 1944 unos 5.000 chechenos protagonizaron una insurrección armada contra el poder soviético liderada por Hasan Israilov, pero este nunca llegó a colaborar claramente con los nazis. Y en todo caso Stalin se lo hizo pagar a cientos de miles de inocentes.
Una familia ingusetia velando el cuerpo de su hija muerta en Kazajistán
La comparación con lo ocurrido en Oradour-sur-Glane viene ahora. El 27 de febrero de 1944 -se ha cumplido estos días el 75º aniversario-, en el marco de las deportaciones de chechenos e ingusetios, las tropas del NKVD llegaron a la aldea de Jaibaj, en el Cáucaso, con el propósito de llevarse a todos sus habitantes. A los que eran capaces de caminar varios kilómetros bajo la nieve se les ordenó que se dirigieran a la estación de ferrocarril más próxima, pero el problema que se le presentó al comisario del NKVD Mijail Maksimovich Gvishiani fue qué hacer con los más de 700 ancianos, enfermos, mujeres embarazadas y niños pequeños (incluidos dos recién nacidos) que no estaban en condiciones de echarse a andar a la intemperie por la montaña y en pleno invierno. Su jefe, Lavrenti Beria, había dado orden verbal de que cualquier checheno que no se pudiera trasladar debía de ser liquidado en el acto, de manera que Gvishiani decidió encerrarlos a todos en un enorme establo y quemarlos vivos. Y así se hizo. Los que trataron de escapar fueron ametrallados. Fue exactamente lo mismo que harían los nazis en Oradour solo cuatro meses más tarde.
Gracias a este éxito, Gvishiani (en la foto) sería felicitado por Beria, quien le prometió una medalla y todo.
Aunque fue la peor, hay que decir que evidentemente la de Jaibaj no fue la única masacre cometida por los soviéticos contra los civiles chechenos por aquellos días. Además, es importante señalar que casi 20.000 chechenos combatieron en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, varios fueron condecorados y unos 2.300 murieron en combate. Resulta que mientras los soldados chechenos luchaban y morían en el frente, en retaguardia sus familiares eran deportados o asesinados por el NKVD. Algunos quemados vivos.
El Gobierno soviético permitió a los chechenos e ingusetios volver a su tierra a partir de 1957, pero no fue hasta 1991 cuando Moscú rehabilitó oficialmente al pueblo checheno, reconociendo que las acusaciones que habían conducido a su deportación eran falsas.
En 2004 el Parlamento Europeo calificó la deportación estalinista del pueblo checheno como un acto de genocidio.
En 1992 el presidente de la autoproclamada y efímera República Chechena de Ichkeria, Dzhojar Dudáyev, inauguró un monumento conmemorativo en la capital, Grozni, en recuerdo a los chechenos deportados por Stalin. El monumento fue parcialmente destruido por los rusos en 1995 y de nuevo en 1999, durante las guerras con Chechenia. En 2014 fue definitivamente desmantelado por el Gobierno de Ramzán Kadýrov, pertenciente al partido de Putin, Rusia Unida.
También en 2014 las autoridades rusas prohibieron la distribución en su país de la única película rodada hasta la fecha sobre la masacre de Jaibaj: "Ordenado para olvidar", de Hussein Erkenov. Según el Gobierno ruso, el largometraje no era más que una "falsificación histórica" y su difusión podía incitar al "odio étnico".
Y bueno, aquí tenemos dos terribles episodios de la Segunda Guerra Mundial, dos crímenes de masas prácticamente idénticos, casi con el mismo número de víctimas, uno cometido por los nazis y otro por los soviéticos. La gran diferencia entre ellos es que el primero es harto conocido y del segundo no ha oído hablar ni el Tato. De la masacre de Jaibaj no hay casi bibliografía, ni tampoco monumentos conmemorativos. Pensemos además en qué diría la opinión pública si el Gobierno alemán no solo censurase una película, sino que además esta versara sobre los crímenes nazis y que las autoridades germanas alegaran que se tratase de una "falsificación histórica" y que promoviera el "odio étnico".
Y es que es por cosas así que el nazismo tiene tan mala fama -muy merecida, por supuesto-, pero el comunismo no.
Más información:
-Hernández, Jesús, "Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial", Almuzara, 2018.
Seamos hoy revolucionarios conscientes, hagamos la acción eficaz y coordinémosla de modo que sea un ejemplo de entusiasmo, de inteligencia y de capacitación.
Ramón J. Sénder
Siempre me han llamado la atención esos políticos republicanos
españoles que huyeron a Francia en 1939, sólo para ser capturados allí por los
nazis no mucho tiempo después, devueltos a España, y finalmente encarcelados o ejecutados. Su historia
me parece terrible, por la múltiple crueldad que supone tener que dejar tu
casa, tu país, para tratar de ponerte a salvo y, una vez que crees que ya lo
estás, ser devuelto a las garras de los que te persiguen para matarte.
Fueron unos cuantos los que corrieron esa suerte, aunque
de todos, el caso más conocido, y con diferencia, es el de Lluís Companys,
presidente de la Generalitat catalana durante la Guerra Civil. El nombre de
Companys ha sido profusamente utilizado por el nacionalismo catalán, en
ocasiones de forma harto demagógica (desde
ciertos sectores políticos catalanes se ha exigido reiteradamente que el Estado español pidiese perdón por su fusilamiento). Además, se ha pedido la revocación de su consejo de
guerra, y se le han realizado durante mucho tiempo múltiples homenajes desde
diferentes instituciones, no sólo catalanas. Nada que objetar por mi parte a
esto último, al contrario más bien. Creo que toda víctima de la barbarie merece, aparte de justicia, un recuerdo, un homenaje. Por eso
precisamente me parece injusto que otros que corrieron la misma suerte que
Companys hayan caído en el olvido excepto para unos pocos, como los
socialistas Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido, o el anarquista Joan
Peiró.
El caso de Peiró es especialmente sangrante, dado que fue
un hombre honesto y trabajador que dedicó su vida tanto a luchar por los más
desfavorecidos, como a enfrentarse a la violencia. No hay un solo punto oscuro
en su biografía.
Hasta
el Medievo, la península ibérica estuvo cubierta de bosques que
cobijaban una enorme variedad de grandes mamíferos como ciervos,
corzos, jabalíes, osos, linces o lobos. Esas masas forestales se
conservaban aún en los primeros tiempos de la Reconquista, pues
conformaban muchas veces la ancha tierra de nadie que separaba los
reinos cristianos y musulmanes. Pero después, la corona castellana
fue deforestando todo el territorio a la vez que lo cristianizaba. Se
roturaron millones de hectáreas de bosque para transformarlo en
cultivo, y Alfonso X el Sabio (que por lo visto no lo era tanto) creó
la poderosa Mesta, una agrupación gremial de pastores y ganaderos
que perduró hasta el siglo XIX y cuyos ingentes rebaños necesitaban
ingentes pastos. En tiempos de los Reyes Católicos, la deforestación
ya comenzaba a ser masiva. Obviamente esto hizo que los grandes
vertebrados empezaran a escasear, permaneciendo algunos de forma
estable exclusivamente en los terrenos dedicados a la caza mayor o en
las cadenas montañosas. El lobo fue una excepción, pues en vista de
la progresiva desaparición de los herbívoros salvajes, se
sustentaba gracias a los millones de cabezas de ganado que había por
toda la geografía peninsular. Pero claro, ahí empezó el
interminable conflicto entre ganaderos y lobos, en el que los últimos
siempre han llevado las de perder. De hecho, el lobo ibérico estuvo
a punto de extinguirse hace solo cuarenta años. Afortunadamente, a
partir de entonces se convirtió en especie protegida y su población
comenzó a recuperarse poco a poco. Pero bueno, viendo esta noticia
está claro que el ser humano es un animal que no solo no aprende de
sus errores, sino que parece que le gusta repetirlos:
Es sabido que cuando murió Freddie Mercury, hace casi treinta años, la diversidad sexual no estaba tan aceptada como ahora, ni mucho menos. Bueno, en realidad por entonces apenas comenzaba a ser aceptada. Recordemos que la OMS había dejado de considerar la homosexualidad como enfermedad solo un año antes, en 1990. Así que al dolor que sentí por la pérdida de Freddie, se unieron durante cierto tiempo muchos comentarios despectivos que tuve que aguantar por parte de personas lejanas y no tan lejanas. Por ejemplo:
-¿Y ese que se ha muerto quién era?
-Freddie Mercury, el cantante de Queen.
-Ah, el marica.
O historias de lo más absurdas que algunos se creían a pies juntillas, como aquella tan extendida de que en la autopsia le habían sacado cinco litros de semen del estómago. Me acuerdo muy bien de que cuando se publicó el disco póstumo "Made in Heaven", en 1995, hubo alguno que me comentó que ese título no era nada apropiado: ¿cómo iba a estar en el cielo un maricón sidoso?.
Hoy Queen continúa teniendo masas de seguidores, es considerada una de las mejores bandas de rock de la historia y la peli "Bohemian Rhapsody", que no oculta los gustos sexuales de Freddie, se ha convertido en un éxito mundial de taquilla. Aún hay mucha gente con prejuicios frente a las personas LGBT, pero quiero creer que el legado de Freddie Mercury (quien goza en nuestros días de más respeto y admiración aún que cuando vivió) ha contribuido de forma decisiva a que el panorama haya cambiado bastante y para bien en las últimas décadas.