Mi amiga
Ana Cepeda se deja los sesos una y otra vez tratando de convencer a todo quisque de que el comunismo ha sido tan malo como el fascismo. Ana tiene razones de peso para pensar así: su padre y su tío, malagueños, formaron parte de los miles de
niños de la guerra que fueron evacuados a la URSS durante nuestra contienda civil. Y no les fue muy bien: el primero murió en una cárcel soviética, mientras que el segundo pasó varios años en el Gulag por tratar de escapar de aquel siniestro país. Además Ana es de madre rusa, y resulta que su abuelo materno fue ejecutado durante las purgas estalinistas.
El problema es que mi amiga Ana es española, vive en España y claro, no pocas veces sufre la incomprensión de sus compatriotas.
Como ya expliqué
aquí, Europa ha padecido en su historia reciente dos tipos de dictaduras, las fascistas y las comunistas. Durante la Segunda Guerra Mundial el fascismo, en su variante nazi, se extendió por casi todo el continente, pero fue derrotado en 1945 y sustituido a partir de entonces en Europa Oriental por el comunismo, en su variante estalinista. Las dictaduras comunistas europeas perdurarían durante más de cuatro décadas.
En España, el fascismo, en su variante franquista, no fue derrotado ni en la Guerra Civil ni después porque nuestro país no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial, de manera que también perduró durante casi cuarenta años desde que se empezó a instaurar en 1936.
Así pues, los europeos tenemos dos experiencias dictatoriales contemporáneas de distinto signo, lo que hace que existan dos memorias históricas diferentes en nuestro continente, dependiendo de si nos situamos en el este o en el oeste. Europa Oriental padeció el fascismo durante la guerra, pero su experiencia más duradera y reciente ha sido con el comunismo, de manera que muchos de sus ciudadanos tendrán una percepción más negativa del segundo que del primero, o al menos igual de mala en ambos casos. Europa Occidental sufrió el fascismo, y en especial España, en la que el régimen franquista duró hasta hace solo cuatro décadas. Además, el PCE tuvo un papel protagonista en la lucha contra la dictadura y por el restablecimiento de la democracia en nuestro país, que por otra parte sirvió para disimular su tenebroso pasado estalinista. En cualquier caso, en España y en Europa Occidental en general la percepción que se tiene del fascismo es peor que la del comunismo.
Esta forma tan particular de ver la historia es lo que he decidido llamar provincianismo histórico. La incultura, el desinterés, el sectarismo, la propaganda o incluso el nacionalismo hacen que a menudo la gente tenga una versión de la historia formada básicamente a partir de la experiencia de su lugar de nacimiento, completamente exenta del sentido global, del conjunto. Así, por regla general un español de izquierdas va a ver peor el fascismo que el comunismo debido a la dictadura de Franco, aunque en otros lugares del mundo los comunistas hayan perpetrado todo tipo de barrabasadas durante décadas. Por otro lado, también hay que tener en cuenta lo que podríamos llamar el factor del triunfador, que vendría a significar, a grandes rasgos, que toda persona que triunfe en la vida tendrá muchos seguidores -más o menos explícitos-, aunque hablemos de un criminal de la peor especie. Este factor es que el hace que tipos como Franco o Stalin cuenten, aún en nuestros días, con no pocos defensores en sus respectivos países a pesar de ser responsables de crímenes de masas: al fin y al cabo ganaron guerras, ¿y qué mayor logro hay en la vida de un ser humano que aplastar al enemigo? En España alguien así sería por ejemplo un tipo -o tipa- que aceptase que Franco se equivocó en algunas cosas pero que ante todo resaltase lo bueno que hipotéticamente también hizo, y que por supuesto considerara a los dictadores comunistas mucho peores que él.
Dejando aparte la evidente doble moral que supone condenar más unas dictaduras que otras según su color político, el provincianismo histórico implica una distorsión importante de la realidad con el añadido de otros efectos indeseables, como cuando se otorga al país propio una importancia excesiva en el contexto internacional. Así, siempre se ha exagerado el papel de España durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que si nuestro país permaneció ajeno a aquel conflicto no fue gracias a la habilidad en cuestiones diplomáticas del invicto Caudillo, como se ha cansado de repetir la propaganda durante décadas, sino porque entonces ningún contendiente nos prestó demasiada atención.
La propaganda es la madre de todos los mitos, y estos forman la masilla con la que rellenamos la pobre visión que aún tenemos de la historia y por tanto del presente, lo que no está exento de riesgos. Sin ir más lejos, los programas de los partidos políticos son siempre maravillosos y está bien votar teniéndolos en cuenta, pero la experiencia histórica nos dice que dichos programas existen sobre todo para incumplirse. Y en un mundo en que los políticos no paran de tirar de mitos históricos para manipular a las masas, parece recomendable conocer un poco la realidad del pasado y de dónde viene cada partido, al menos a la hora de votar.