-Cuando vuelvas me habré ido.
-No es así. Es: "cuando tú vas, yo vuelvo".
-No pretendía decir frases hechas. Es que te estoy dejando.
-Ah. ¿Y por qué?
-Verás, no es por ti, es por mí.
-Vaya, y eso que no pretendías decir frases hechas...
Este artículo no pretende ser político, o al menos no defender una ideología concreta. Pretende más bien atacar la mojigatería que nos invade otra vez. O que nunca se ha terminado de ir.
Tras la llegada de Manuela Carmena a la alcaldía de Madrid el pasado 13 de junio estalló el escándalo:
Guillermo Zapata, recién nombrado concejal de Cultura y Deportes, fue acusado de haber publicado varios tuits ofensivos hace cuatro años, cuando no era ni conocido. Se trataba de ciertos chistes sobre Irene Villa, Marta del Castillo y el Holocausto. No han importado ni los motivos por los que pudo hacer tal cosa -la defensa del humor negro-, ni que él no fuese autor de algunos de los chistes -motivo por el que los publicó entrecomillados-, y ni siquiera que la propia Irene Villa o el padre de Marta del Castillo hayan restado importancia a los famosos tuits: Zapata ha tenido que dimitir después de pedir disculpas a todo el mundo. Eso sí, continúa en el Ayuntamiento como concejal del distrito Fuencarral-El Pardo.
Obviamente todo esto ha formado parte de una campaña apoyada por varios partidos y medios de comunicación con claros objetivos políticos: atacar a Carmena y a su equipo de Ahora Madrid justo desde el inicio de su gestión en el Ayuntamiento. Pero el resultado ha sido desastroso más allá del punto de vista político. Me explico.
Según se ha sabido, otros miembros del equipo de Ahora Madrid tienen en su haber comentarios en redes sociales bastante peores, ya puestos y a mi modo de ver, que los de Zapata: por ejemplo los de Pablo Soto y Jorge García Castaño, concejales de Participación Ciudadana y del distrito Centro, respectivamente. O los de Alba López Mendiola. Pero ninguno de ellos ha sido apartado de su puesto como Zapata. Y si empezamos a tirar de hemeroteca nos encontramos que muchos cargos políticos, en especial del PP, tienen una buena colección de chistes, publicaciones, declaraciones y actos lamentables por los que nadie ha dimitido. Como aquello que escribió hace más de tres décadas un tal Mariano Rajoy, sin ir más lejos. Pero dejemos la hemeroteca, que sería un no parar, y vayamos al grano: ¿por qué se ha obligado a Zapata a dejar su cargo? Ya hemos visto que los mensajes con gracietas que aluden a una persona en concreto no parecen ser motivo suficiente para hacer renunciar a nadie: ni Irene Villa ni el padre de Marta del Castillo pidieron la dimisión del concejal. Sí lo hizo en cambio la Federación de Comunidades Judías de España, y por ahí ya empieza a asomar la patita el quid de la cuestión: el Holocausto.
No creo que haya nadie que desprecie más que yo a quienes niegan el Holocausto. Con la información de que se dispone hoy, cualquier persona mínimamente interesada en el tema que se empeñe en negar o disculpar aquel genocidio está claro de qué pie cojea: del mismo que Goebbels. Ahora bien, si por defender la verdad o los valores democráticos censuramos a quienes expresan una opinión, por muy repugnante que nos parezca, nos estaremos acercando precisamente a los que odian la libertad, a aquellos de los que pretendemos distanciarnos. Los argumentos absurdos hay que rebatirlos con argumentos fundados e inteligentes para dejar los primeros en evidencia, no prohibirlos, porque de hacerlo estaremos victimizando a sus autores, que es justo lo que buscan. Peor aún es que, llevados por una suerte de mesianismo democrático, prohibamos incluso hacer chistes sobre el genocidio judío, convirtiendo así la realidad del Holocausto en un dogma de fe. En una religión, vaya. Un hecho histórico que, como cualquier otro, está sujeto a debates entre investigadores e historiadores, revisiones y nuevos descubrimientos, pasa de esa forma no solo a ser una doctrina incontestable, sino incluso algo sagrado que no admite ni bromas. Un tabú.
Un tabú, por cierto, que puede volverse fácilmente contra quienes más lo instrumentalizan últimamente. Y en especial contra el PP, cuyos orígenes franquistas son muy serios y nadie puede negar. Pero dejemos la hemeroteca, sí.
Recuerdo que en mi infancia mis amigos y yo nos contábamos chistes sobre el Holocausto (¿por qué se suicidó Hitler?, porque le pasaron la factura del gas) y no ocurría nada, nadie se llevaba las manos a la cabeza. Eso no significaba que fuéramos furibundos antisemitas, claro: solo nos reíamos de un simple chiste. Parece ser que la mojigatería de nuevo campa a sus anchas en nuestra sociedad y que la ha tomado con este tema. Hemos ido hacia atrás y me parece preocupante: por lo visto a Zapata incluso le va a investigar la policía. Las consecuencias de todo este asunto pueden ser graves. La censura no solo parece avanzar en el terreno político, sino también en el cultural y en el social.
Incluso la propia Manuela Carmena ha defendido unos supuestos límites del humor. Cuando se estrenó La vita è bella -una comedia ambientada en el Holocausto- recuerdo haber leído en una entrevista a Roberto Benigni algo así como que el humor es el antídoto del fascismo. Es posible que lo sea. La censura desde luego no lo es.
Habitan entre nosotros. Creen en cosas absurdas como los chemtrails, la homeopatía, los gurús del desarrollo personal ("autoayuda", lo llaman), los guías espirituales, el éxito económico rápido y fácil, las conspiraciones mundiales, que las vacunas son perniciosas o que las limpiezas bucales dañan los dientes. Creen también en los extraterrestres, lo cual tiene mucha lógica porque ellos mismos lo son: su cuerpo está en la Tierra, pero su mente suele estar en la Luna, o incluso más lejos aún.
No, esto no tiene nada que ver con la canción de Los Planetas. Un buen día sería por ejemplo aquel en que abriera los ojos sin despertador y me levantara tranquilamente. En el que no oyera a los vecinos de arriba. En el que no hubiera atascos. En el que los conductores de las furgonetas no trataran de imitar al Equipo A y fueran a una velocidad normal, respetando las reglas de tráfico. En el que no me topara con ninguna persona maleducada. Un día sin discusiones, sin malas caras y sin prisas, sin malas noticias, en el que no hiciera ni frío ni calor. Un día en el que incluso me durmiera apaciblemente.
Podréis decir que soy un soñador, que cantaba John Lennon, pero qué bonito sería.
A menudo me dicen que físicamente aparento menos edad de la que tengo. Y no sé, pero me parece que el secreto de mi eterna juventud podría estar en que el 90% del tiempo me comporto como si efectivamente tuviera bastantes menos años. Como un crío, vaya.
Ni dietas, ni gimnasio, ni cremas, ni operaciones estéticas. Si quieres mantenerte joven, si quieres lograr el sueño de Dorian Gray, simplemente sé un chaval. Ay, si la Condesa Sangrienta levantara la cabeza.
Es que estoy harto de los dentistas, me dice un tío al que no había visto en mi vida. Entonces pienso en responderle que por mi parte estoy harto de la gente maleducada como él. De idiotas que se dejan hacer cualquier chapuza en clínicas donde cobran barato, y que luego van a quejarse a quien no tiene culpa de nada. Y ya puestos, de la gente deshonesta, falsa. También de los bocazas, claro. Por eso mismo me callo y trato de buscar una solución a su problema.
Aunque sepa de antemano que no me va a hacer ni caso.