When a man loves a woman
Can't keep his mind on nothin' else
He'd trade the world
For a good thing he's found
If she is bad, he can't see it
She can do no wrong
Turn his back on his best friend
If he puts her down
Can't keep his mind on nothin' else
He'd trade the world
For a good thing he's found
If she is bad, he can't see it
She can do no wrong
Turn his back on his best friend
If he puts her down
"When a man loves a woman", de Calvin Lewis y Andrew Wright
Aquella mañana, Leo se despidió de su mujer dándole un beso con cuidado de no despertarla. Ella a veces se quejaba de estar cansada y era sumamente importante que descansara, ya que se trataba de una mujer con múltiples quehaceres diarios.
Salió duchado y afeitado. Fue al gimnasio antes de trabajar, ya que todo hombre del siglo XXI tiene que hacer deporte y cuidarse, sobre todo para su pareja, aunque sin que ella note que es por eso. A mediodía, durante la comida, le preguntó a su mujer que si estaba bien, puesto que llevaba un tiempo notándola extraña, pero ella le respondió que sí, que todo estaba bien y que no le diera vueltas. Él supo inmediatamente que en realidad no todo estaba bien para su mujer y que él no podría evitar darle vueltas, pero tendría que hacerlo sin que ella lo notara, o al menos sin que lo notara demasiado, ya que su anterior mujer le había abandonado precisamente por eso, por darle demasiadas vueltas a las cosas habiéndose dado cuenta ella (claro que entonces él aún no había evolucionado lo suficiente como para darse cuenta a su vez de estas cosas también). Así que aunque la mujer de uno tuviera un comportamiento extraño, si decía que no le pasaba nada no había que agobiarla a preguntas. A menos que ella indicara lo contrario, claro. O no. Pero todo eso ya lo tenía muy controlado Leo, que para eso era un tipo maduro y seguro de sí mismo. Lo importante era no agobiarla.
Por la tarde, al salir de su bien remunerado trabajo (que le llenaba de orgullo y satisfacción, y que jamás le causaba el menor estrés), Leo acudió a su coach personal. Esto lo hacía porque su mujer le había dicho que no estaría de más que tuviera un coach personal que controlara su vida y así no salirse del camino correcto, aunque a la vez él fuera un tipo maduro y seguro de sí mismo. El coach evitaría que pudiera cometer el menor fallo, que en un hombre lo de cometer fallos y errores es inadmisible de cara a una mujer.
Después Leo quedó un rato a tomar unas cervezas con los amigos (que no amigas), ya que todo hombre tiene que demostrar que es independiente aunque, eso sí, sin hacer que su mujer se sienta sola, celosa o triste por ello.
Más tarde preparó la cena (el hombre moderno tiene que saber cocinar de maravilla), y luego hizo el amor con su mujer (no follaron, hicieron el amor), como siempre que a ella le apetecía.
Tenían un par de hijos, concebidos exactamente cuando había querido su mujer, ni antes ni después. Y dos, el número deseado por ella. Leo era un padre ejemplar, huelga decirlo.
Leo no se enfadaba jamás con su mujer ni la presionaba con nada para no agobiarla -que bastante tenía ella con ocuparse de los asuntos verdaderamente importantes-, pero no por ello dejaba de tener su propia personalidad. Eso sí, le daba la razón a ella cada vez que esta percibía que él podía salirse del camino correcto y le llamaba la atención (a veces de forma enérgica, lógicamente).
Leo se llevaba fenomenal con las amigas de su mujer (recordemos que él amigas no tenía), con los amigos de su mujer y con la familia de su mujer.
Era detallista y cariñoso con su mujer, aunque sin pasarse. Y solo tenía ojos para ella, pero esto se lo tenía que hacer ver de forma moderada y en los momentos oportunos, para no agobiarla o molestarla con estupideces.
Cuando su mujer estaba preocupada por algo, él siempre sabía escucharla y ser paciente. Aunque ella se pusiera algo nerviosilla.
Hombre ingenioso, positivo y con gran sentido del humor, a menudo tenía ideas y planes para entretener o divertir a su mujer, incluyendo escapadas románticas que ella podía anular en el último momento por lo que fuera, cosa que a él nunca le sentaba mal.
Leo se llevaba fenomenal con las amigas de su mujer (recordemos que él amigas no tenía), con los amigos de su mujer y con la familia de su mujer.
Era detallista y cariñoso con su mujer, aunque sin pasarse. Y solo tenía ojos para ella, pero esto se lo tenía que hacer ver de forma moderada y en los momentos oportunos, para no agobiarla o molestarla con estupideces.
Cuando su mujer estaba preocupada por algo, él siempre sabía escucharla y ser paciente. Aunque ella se pusiera algo nerviosilla.
Hombre ingenioso, positivo y con gran sentido del humor, a menudo tenía ideas y planes para entretener o divertir a su mujer, incluyendo escapadas románticas que ella podía anular en el último momento por lo que fuera, cosa que a él nunca le sentaba mal.
Y así de perfecta y feliz transcurría la vida de Leo, entre el gimnasio, el trabajo, el coaching, las cervezas con los amigos (que no amigas), los planes con su mujer y la vida familiar.
Hasta que ella le dejó, claro.