Ya no me llamas ni me escribes, y la verdad es que duele no verte ni saber de ti. Pero se me pasará, tranquila.
Me había acostumbrado a escucharte aunque no nos viéramos, al menos por la noche, cuando hablábamos por teléfono. Echo de menos decirte que me hables más alto, que no te oigo. Y meterme con tus expresiones. Quiero que lo sepas. Pincharte, gastarte mis bromas para que me digas eso de qué tonto. Y que nos contemos nuestras cosas, claro. Pero qué se le va a hacer. Ahora sí que no te oigo de verdad, con lo que me gustaba. Pero no importa.
Ya no veo tus enormes ojos con sus largas pestañas, salvo en sueños, o en las decenas de fotos que tengo tuyas. No, no es lo mismo, por supuesto. Además, en realidad me cuesta mucho mirar esas fotos, porque al hacerlo noto que de repente me falta un poco el aire y que el corazón se me pone a todo trapo. Por eso lo evito, que uno ya tiene más de cuarenta tacos y hay que cuidarse.
Tampoco toco ya tus manos, ni tu pelo, ni tu boca. Ni te beso en el cuello. Y tú ya nunca pones tus pies sobre mis piernas ni me acaricias la cabeza mientras nos besamos tumbados. Porque ya no nos besamos. Así es la vida.
Me sigo despertando contigo, pero ya no estás a mi lado sino dentro de mi cabeza. Sueño contigo cada noche sólo para comprobar que todo es mentira cuando abro los ojos y vuelvo al mundo real. Pero será cuestión de tiempo que esto deje de pasar. Eso me digo.
Sigo teniendo conmigo tu aroma... bueno, en parte. Lo cierto es que cuando te pregunté por el suavizante que ponías en la lavadora fue porque quería tener algo de ese olor tuyo siempre en casa. Porque me encantaba olerte: tu ropa, tu pelo, tu piel. Gracias por regalarme un bote, el problema es que ahora tengo tu suavizante pero no te tengo a ti. Un bote de suavizante gratis a cambio de la novia, caballero. Vaya porquería de oferta y vaya timo, que las condiciones no estaban ni en letra pequeña. Si lo llego a saber no acepto nada.
Llegué incluso a pensar que podrías ser la mujer de mi vida, ya ves qué cosas se me ocurren.
Se me hace un poco cuesta arriba todo esto, para serte sincero, pero no te preocupes, ya verás cómo lo superaré. Un poco de sensación de soledad aplastante y abrumadora sí que tengo, pero vamos, lo voy llevando. Más o menos.
A pesar de que ya no me susurras nada mientras estás encima de mí. Porque no estás. Ni encima, ni debajo, ni al lado, ni en ningún sitio en kilómetros a la redonda.
A pesar de que ya no puedo abrazarte. A pesar de que me acuerdo vivamente del primero y del último de los abrazos que nos dimos. Enero y agosto. El cálido en invierno y el frío en verano. Tiene su lógica.
A pesar de que la última vez que te vi -la última vez que te abracé- era el viento el que te levantaba la blusa y no yo, como otras veces. Lo que el viento me robó podría ser el título de nuestra peli.
A pesar de que ya no me dices que me quieres, ni me escribes esas cosas, ya sabes: que si cada día te sientes más enamorada y tal y cual. Ni me pides que te mande esos mensajes que tú y yo sabemos.
A pesar de que ya no hay ramos de flores, ni regalos, ni planes, ni ilusiones, ni proyectos, ni nada (he de confesarte algo: cuando te dije que podíamos irnos los tres -tu pequeño, tú y yo- a empezar una nueva vida al otro lado del mundo, en realidad no era una broma).
A pesar de que ya ni me acerco a la larga y tortuosa carretera que lleva a tu puerta, que cantaban los Beatles.
A pesar de que aún te recuerdo en mi casa. Abriendo la puerta tan sonriente, entrando para estar conmigo. Y te imagino en el sofá, tapada con la manta. Tu lugar preferido. Y yo a tu lado, sin cansarme de mirarte.
A pesar de que ya no hay un niño -de esos que dan ganas de comérselos- jugando conmigo, devolviéndome a la infancia, y a la vez haciéndome sentir un poquito padre por primera vez en mi vida.
A pesar de que ya no nos podemos pelear por las tonterías de siempre.
A pesar de tantas y tantas cosas que me faltan.
A pesar de que me has hecho llorar mucho más que en toda mi vida.
A pesar de que has demostrado que mis monstruos tenían su razón de ser.
A pesar de que me siento como si hubiera perdido un tesoro... y más perdido que nunca.
A pesar de todo... no me arrepiento de nada.