lunes, 27 de octubre de 2014

Memoria del nazismo en las dos Alemanias (III)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existen una primera y una segunda parte.


En enero de 1979 se estrenó en Alemania Occidental la miniserie de televisión estadounidenses "Holocausto", dirigida por Marvin J. Chomsky.





sábado, 18 de octubre de 2014

Memoria del nazismo en las dos Alemanias (II)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.


RFA



Konrad Adenauer (1876-1967), primer canciller de la República Federal Alemana, siempre fue partidario de Occidente. Tan es así que en los años veinte, mientras era alcalde de Colonia, se mostró  a favor de la creación de un Estado renano separado de Prusia. Para Adenauer, Occidente y todo lo que según él representaba (cristianismo, civilización, democracia, libertad), se detenían en el Elba. Ni los romanos ni Carlomagno habían llegado apenas más allá, y por tanto al este del Elba estaban los bárbaros, la tierra de la tiranía y la guerra: "Asia". Según decía en aquella época, cuando viajaba en el tren nocturno de Colonia a Berlín y cruzaba el Elba, ya no podía dormir. La Alemania que Adenauer consideraba como propia era, por tanto, la Occidental.


jueves, 16 de octubre de 2014

Memoria del nazismo en las dos Alemanias (I)




Cada 3 de octubre se celebra el Día de la Unidad Alemana, es decir, la fiesta nacional de Alemania, que conmemora la reunificación del país en 1990. Hasta entonces hubo dos repúblicas alemanas, separadas no sólo por una frontera sino también por el mismísimo Telón de Acero. Y además por una forma muy diferente de entender la historia reciente, de suerte que la memoria del nazismo que pervivía en una Alemania no tenía nada que ver con la que existía en la otra.


lunes, 13 de octubre de 2014

Aquellos maravillosos años




Levanto la vista de la acera y de repente lo veo. Mi primer cole. Ahí sigue, igual que la última vez que salí por esa puerta. Y durante unos instantes vuelvo a aquella época. Antes de que pasaran tantas cosas.




sábado, 4 de octubre de 2014

La luna sobre Las Tablas




Brisa de octubre. Nada sobre mis hombros salvo la oscuridad. Salgo a dar una vuelta por la noche otoñal a reflexionar sobre mi existencia, o a ver si me doy de bruces con el amor de mi vida, ya puestos, como en las películas. Sin embargo, como soy prisionero del pasado, acabo pensando en las mujeres con las que he podido dar algún paseo nocturno para contemplar la luna o algo así, que es una actividad que últimamente está muy de moda, por cierto. Pero ahora mismo no recuerdo haber hecho nada parecido con ninguna. Estoy convencido de que ha ocurrido en alguna ocasión, pero la he olvidado. Cosa rara en mí, que soy muy de recordar episodios entrañables de historias terminadas que vuelven así a mi cabeza para torturarme.

Si bien no soy supersticioso, me da por imaginar que acaso sea el influjo mágico de la luna el que me acaba de borrar unos cuantos bonitos recuerdos que podían hacerme daño. O tal vez sea una demencia prematura, aunque prefiero la primera explicación. En todo caso decido prolongar esta fase lunar de mi vida y continuar deambulando bajo nuestro luminoso satélite cada noche.

Y después, me vuelvo a casa.


Esta historia está inspirada en hechos reales y también en esta magnífica canción de Loquillo, escrita por Sabino Méndez:



sábado, 27 de septiembre de 2014

Obstinación




Ya no me llamas ni me escribes, y la verdad es que duele no verte ni saber de ti. Pero se me pasará, tranquila.

Me había acostumbrado a escucharte aunque no nos viéramos, al menos por la noche, cuando hablábamos por teléfono. Echo de menos decirte que me hables más alto, que no te oigo. Y meterme con tus expresiones. Quiero que lo sepas. Pincharte, gastarte mis bromas para que me digas eso de qué tonto. Y que nos contemos nuestras cosas, claro. Pero qué se le va a hacer. Ahora sí que no te oigo de verdad, con lo que me gustaba. Pero no importa.

Ya no veo tus enormes ojos con sus largas pestañas, salvo en sueños, o en las decenas de fotos que tengo tuyas. No, no es lo mismo, por supuesto. Además, en realidad me cuesta mucho mirar esas fotos, porque al hacerlo noto que de repente me falta un poco el aire y que el corazón se me pone a todo trapo. Por eso lo evito, que uno ya tiene más de cuarenta tacos y hay que cuidarse.

Tampoco toco ya tus manos, ni tu pelo, ni tu boca. Ni te beso en el cuello. Y tú ya nunca pones tus pies sobre mis piernas ni me acaricias la cabeza mientras nos besamos tumbados. Porque ya no nos besamos. Así es la vida.

Me sigo despertando contigo, pero ya no estás a mi lado sino dentro de mi cabeza. Sueño contigo cada noche sólo para comprobar que todo es mentira cuando abro los ojos y vuelvo al mundo real. Pero será cuestión de tiempo que esto deje de pasar. Eso me digo.

Sigo teniendo conmigo tu aroma... bueno, en parte. Lo cierto es que cuando te pregunté por el suavizante que ponías en la lavadora fue porque quería tener algo de ese olor tuyo siempre en casa. Porque me encantaba olerte: tu ropa, tu pelo, tu piel. Gracias por regalarme un bote, el problema es que ahora tengo tu suavizante pero no te tengo a ti. Un bote de suavizante gratis a cambio de la novia, caballero. Vaya porquería de oferta y vaya timo, que las condiciones no estaban ni en letra pequeña. Si lo llego a saber no acepto nada.

Llegué incluso a pensar que podrías ser la mujer de mi vida, ya ves qué cosas se me ocurren.

Se me hace un poco cuesta arriba todo esto, para serte sincero, pero no te preocupes, ya verás cómo lo superaré. Un poco de sensación de soledad aplastante y abrumadora sí que tengo, pero vamos, lo voy llevando. Más o menos.

A pesar de que ya no me susurras nada mientras estás encima de mí. Porque no estás. Ni encima, ni debajo, ni al lado, ni en ningún sitio en kilómetros a la redonda.

A pesar de que ya no puedo abrazarte. A pesar de que me acuerdo vivamente del primero y del último de los abrazos que nos dimos. Enero y agosto. El cálido en invierno y el frío en verano. Tiene su lógica.

A pesar de que la última vez que te vi -la última vez que te abracé- era el viento el que te levantaba la blusa y no yo, como otras veces. Lo que el viento me robó podría ser el título de nuestra peli.

A pesar de que ya no me dices que me quieres, ni me escribes esas cosas, ya sabes: que si cada día te sientes más enamorada y tal y cual. Ni me pides que te mande esos mensajes que tú y yo sabemos.

A pesar de que ya no hay ramos de flores, ni regalos, ni planes, ni ilusiones, ni proyectos, ni nada (he de confesarte algo: cuando te dije que podíamos irnos los tres -tu pequeño, tú y yo- a empezar una nueva vida al otro lado del mundo, en realidad no era una broma).

A pesar de que ya ni me acerco a la larga y tortuosa carretera que lleva a tu puerta, que cantaban los Beatles.

A pesar de que aún te recuerdo en mi casa. Abriendo la puerta tan sonriente, entrando para estar conmigo. Y te imagino en el sofá, tapada con la manta. Tu lugar preferido. Y yo a tu lado, sin cansarme de mirarte.

A pesar de que ya no hay un niño -de esos que dan ganas de comérselos- jugando conmigo, devolviéndome a la infancia, y a la vez haciéndome sentir un poquito padre por primera vez en mi vida.

A pesar de que ya no nos podemos pelear por las tonterías de siempre.

A pesar de tantas y tantas cosas que me faltan.

A pesar de que me has hecho llorar mucho más que en toda mi vida.

A pesar de que has demostrado que mis monstruos tenían su razón de ser.

A pesar de que me siento como si hubiera perdido un tesoro... y más perdido que nunca.

A pesar de todo... no me arrepiento de nada.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Caridad




No falla: cada vez que una chica rompe conmigo -cosa que por desgracia ocurre con frecuencia, y siempre de improviso, al menos para mí- me deja la cocina llena de comida. En la nevera, en el congelador, en los armarios... Frutas, verduras, carne, pescado, platos preparados... Tengo que decir que mis sucesivas parejas habitualmente han sido buenas cocineras. Una suerte, dadas mis carencias en las artes culinarias.

Es como si me dijeran: quizá te mueras, pero que sea de aflicción, no de inanición.

No deja de ser un detalle, casi maternal. Lo que parecen ignorar es que esto del mal de amores quita las ganas de comer que no veas.