viernes, 20 de mayo de 2016

Sürgün




Déjate guiar por los gritos
de los ancianos, de las mujeres
y de los niños deportados
entre los que viajo...

Escucha sus lamentos en tártaro...

(...)

Los soldados de la NKVD dicen
que nos llevan a Uzbekistán...
pero no creo que podamos
llegar vivos hasta allí...

"Soy mi sueño", de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell


Confieso que el Festival de la Canción de Eurovisión siempre me ha parecido un evento hortera, cutre y aburrido pero, mira por dónde, me he enterado de que en su última edición ha servido para dar a conocer un triste acontecimiento con el que la historia está en deuda.

La canción que ganó el otro día, “1944”, de la cantante ucraniana Jamala, habla de la deportación de los tártaros de Crimea, más conocida como Sürgün.

Sürgün significa “exilio” en tártaro y en turco, y es como se denomina a la deportación en masa de los tártaros de Crimea ocurrida en mayo de 1944, hace ahora 72 años.

Al igual que otras nacionalidades existentes en la Unión Soviética, los tártaros de Crimea tenían su propia lengua, su propia cultura y sus propias costumbres. De origen túrquico, eran y son musulmanes. En los años treinta, sus líderes intelectuales y políticos habían sido purgados por las autoridades soviéticas.

Como ocurrió en otros lugares durante la ocupación alemana (y en especial en la URSS), unos 20.000 tártaros de Crimea colaboraron con los nazis, sobre todo encuadrados en la Legión Tártara de Crimea de la Wehrmacht, formada por batallones policiales auxiliares conocidos como Schutzmannschaft (o Schuma), que pasarían más tarde a integrar el Tataren-Gebirgsjäger-Regiment der SS,  transformado después en la Waffen-Gebirgs-Brigade der SS (tatarische Nr. 1), cuyos integrantes acabarían finalmente en la  Osttürkischen Waffen-Verbänd der SS.


Ahora bien, a la vez, decenas de miles de tártaros sirvieron con lealtad en el Ejército Rojo, ocho de los cuales alcanzaron la distinción de Héroes de la Unión Soviética.



En mayo de 1944, reconquistada Crimea, Stalin autorizó a Beria –jefe del NKVD- a deportar a los 200.000 tártaros que vivían allí. Toda la población tendría que pagar por las acciones de una minoría. La operación se preparó cuidadosamente  para poder arrestar a todo el pueblo tártaro en un solo día. En ella participaron cerca de 30.000 hombres del NKVD.

Al alba del 18 de mayo, los soldados del NKVD irrumpieron en las aldeas tártaras. Nikonor Perevalov, por entonces teniente del NKVD, tomó parte en la operación: «Cuando llamé a la puerta, vi encenderse la luz y oí preguntar. “¿Quién es?”». Él contestó que representaba al Estado soviético y que debían de abrir de inmediato. Una vez dentro, leyó a los habitantes de la casa el decreto por el que dictaba su deportación. «Y claro, todos se pusieron a dar alaridos. Sin embargo, aunque estaban aterrados, no trataron de agredirnos ni se resistieron. Nadie intentó siquiera huir. Nos recibieron con total obediencia». Perevalov se sintió “desgraciado” al contemplar a aquella familia tártara sumida en la desolación: «Sentí lástima al ver, por ejemplo, que sacaban en camilla a una anciana para llevarla al camión (…) Estaba tan débil que no articuló palabra; ni siquiera se movía. Era muy mayor». Evidentemente una viejecita enferma no podía ser una temible colaboradora de los nazis: «Aquella abuela no tenía culpa de nada. La mayoría no tenía culpa de nada, si he de ser sincero».

Kebire Ametova era todavía una niña cuando los tipos del NKVD llegaron para llevársela junto a su familia. Paradójicamente, su padre estaba en el Ejército Rojo luchando contra los alemanes, y ella había sido testigo de cómo su madre había ayudado a los partisanos soviéticos de la zona: «Hacíamos comida para los partisanos que pasaban por allí; yo les daba pasteles. En aquel tiempo no esperábamos la llegada de nadie; así que mi madre los invitaba a sentarse con nosotros a la mesa». Un día, vieron a unos alemanes que pasaban cerca, y la madre de Kebire escondió a los partisanos hasta que los germanos se marcharon. Estos la habrían matado si hubieran descubierto a los guerrilleros. Pero nada de esto importaba al NKVD. Lo único que había que tener en cuenta era que Kebire, su madre, sus tres hermanas y su hermano eran tártaros: «Llegaron dos soldados de mediana edad, nos dijeron que nos iban a expulsar de nuestra casa y nos dieron quince minutos para prepararnos». Su madre «comenzó a correr de un lado a otro llorando» tratando de reunir el mayor número posible de pertenencias. «La casa se vio invadida, claro, por los gritos y otros ruidos. Gritos, ruidos y dolor, y lágrimas amargas (…) Teníamos leche hervida en un trípode colocado en el suelo, y mi madre les pidió que esperasen a que pudiera dársela de beber a los pequeños; pero [uno de los soldados] la derribó con el pie y la derramó toda. Ni siquiera pensaba dejarnos beber leche».

Los hombres del NKVD registraron la casa en busca de oro ya que sabían que, por tradición, los tártaros conservaban las riquezas que poseían en forma de joyas de dicho metal que escondían en algún lugar de la casa o el jardín. Como no lograron dar con ellas, se llevaron la máquina de coser.

La gente fue trasladada a un cementerio musulmán. Dice Kebire: «El ruido y el griterío eran indescriptibles. En la aldea no se oía otra cosa que gritos. La gente perdía a sus hijas, sus hijos, sus esposos (…) La confusión era ensordecedora y aterraba de veras».

Las familias estuvieron encerradas en el cementerio casi todo el día. Los niños querían hacer sus necesidades, pero su fe les prohibía profanar así aquel lugar sagrado. Sin embargo, el NKVD no dejaba salir a nadie, así que se lo tenían que hacer encima: «Los niños no podíamos aguantar más, y nos lo hicimos en las bragas y en todo lo que pudimos encontrar».

Al final del día, los detenidos fueron trasladados en camiones a la estación, donde se les metió en vagones de ganado, llenos de paja, piojos y en los que había “un hedor indescriptible”. No se tuvo cuidado ni siquiera de que las familias fueran deportadas unidas: «Arrojaban las cosas en un vehículo y a las personas en otro. Lo desparramaron todo. Ponían a los niños en un vehículo y a los adultos en otro (…) Así que, cuando nos llevaron a la estación, todos corrían de un lado a otro como locos por encontrar a sus hijos (…) Mi madre no consintió que nosotros nos moviésemos de su lado; nos decía que estuviésemos quietos y ella, mientras, lo hacía todo. Para embarcarnos, nos cogían por el cogote (…) nos lanzaban como a mininos, nos agarraban del cuello, nos daban patadas… Nos trataban con toda la crueldad que les venía en gana: no se compadecieron ni de un solo niño (…) Era aterrador: una pesadilla».



Kebire Ametova no entendía nada: «No sabía qué habíamos hecho. Éramos niños; ¿qué íbamos a saber? Aún hoy en día seguimos sin saber por qué nos estaban castigando (…) nunca me he tenido por culpable. ¿De qué podía tener la culpa ninguno de aquellos ancianos y niños? ¿Qué habíamos hecho que justificara el que nos diesen quince minutos para abandonar nuestros hogares? ».

Hoy arde en deseos de venganza: «Si topase con aquel soldado [el que les hizo abandonar su casa], lo cortaría en pedacitos y lo colgaría (…) Le quitaría las medallas del pecho para metérselas por los ojos, porque hizo lo que no debía: tenía que estar luchando en el campo de batalla, y no desalojando a niños inocentes (…) Lo acuchillaría, y el que tenga la presión sanguínea a 220 no me lo va a impedir».

Musfera Muslimova fue otra de las niñas a las que metieron junto a su familia en un tren el 18 de mayo. Tenía once años: «Muchos decían: “Stalin no debe de saber nada; si lo supiera, esto no estaría pasando”; y durante el viaje comenzaron a correr rumores de que se había enterado y de que no íbamos a tardar en volver a casa (…) Como nos había liberado de los alemanes confiábamos en él».

Era una época en que muchos trenes recorrían Europa, cargados de soldados, de armas o de prisioneros.

Casi todos los tártaros fueron deportados a Uzbekistán. Los trenes tardaron varias semanas en llegar a su destino. Las condiciones de vida en los vagones en que iba encerrada la gente eran tan malas que muchos (sobre todo los más jóvenes y los más ancianos) murieron en el trayecto: se calcula que unos siete mil. Musfera Muslimova recuerda haber visto morir a un niño pequeño. «Para evitar que nos angustiásemos, los que hacían el viaje con  nosotros [dijeron]: “Niños, no miréis para allá” ». El cadáver fue abandonado al lado de la vía en una parada.

Una vez en Uzbekistán, los deportados sufrieron la hostilidad de sus habitantes. Musfera recuerda que «a los uzbekos les dijeron: “Los que van a venir son caníbales: se comen a la gente, y en especial a los niños. ¡No dejéis que vean a vuestros pequeños, porque les chuparán la sangre!”. Y ellos se lo creyeron. Ni ellos ni nosotros, los tártaros, habíamos estudiado mucho».

Nazlajan Asanova tenía catorce años cuando fue deportada: «A los uzbekos no les hacíamos mucha gracia. Decían siempre: “¡Por ahí van los traidores!”. Y en realidad, nosotros no éramos más que gente honrada (…) Resultaba de veras terrible, indescriptible. No existe en el mundo papel suficiente para expresarlo».

Para desgracia de los tártaros, a la antipatía de los uzbekos se unieron las condiciones climáticas del territorio al que habían sido deportados. Fueron trasladados de una de las regiones más fértiles de Europa –célebre por su clima templado y sus vinos- a una tierra seca y árida en la que poca cosa se podía cultivar. En verano, la temperatura podía subir de los cuarenta grados, y en invierno descendía por debajo de los veinte bajo cero.

Los tártaros fueron confinados en “alojamientos especiales” dispuestos por el NKVD. No había alambre de espino porque no hacía falta: la naturaleza del lugar y la constante presencia de guardias impedían que nadie pudiera salir de allí. Los deportados eran obligados a trabajar durante horas interminables en algodoneras de granjas colectivas o en fábricas. Las condiciones y la falta de alimentos y medicinas hicieron que muchos comenzaran a morir. Refat Muslimov tenía doce años en 1944: «Nos obligaban a trabajar diez horas, dedicadas a labores agrícolas nada livianas. Y no tardaron en aparecer las enfermedades. Una de las más temibles era la disentería, que iba asociada a las aguas sucias. También hubo quien murió de malaria. No teníamos medicamentos, ni médicos ni hospitales. La gente empezó a morir sin más. Mi abuelo pereció después de una semana, y la hermana de mi madre, mi tía preferida, sobrevivió una veintena de días antes de morir, un buen día, a causa del clima; por el calor, quiero decir (…) Cuando mi hermano [que tenía quince años] fue incapaz de seguir trabajando, comenzaron a golpearlo. Fuimos a quejarnos al comandante.

-¿Ha visto qué paliza le han dado? –le dijimos, y él respondió:

-No debían haberle pegado sin más: tenían que haberlo matado. ¡Os tendrían que matar a todos!

Mi prima se acercó a un uzbeko y le pidió pan. Él, que estaba casado, la obligó a entrar en su casa y, tras violarla, le dio un pastelillo. Ella no le dio importancia a semejante proceder, porque el hambre hacía que lo viera normal: habría estado dispuesta a hacer cualquier cosa».

La mayor parte de los tártaros deportados estaba constituida por mujeres y niños, que se convirtieron en las principales víctimas: los más pequeños por tener que trabajar, y las madres por tener que cuidar de sus hijos. Al cabo de poco tiempo, Kebire Ametova, su madre, sus tres hermanas y su hermano empezaron a pasar hambre. «Cuando una pasa una semana sin comer, puede tener la cabeza en su sitio, funcionando perfectamente; pero la lengua deja de movérsele».

Su madre vendió todo lo que tenía para poder comprar comida, pero al cabo de unos meses se había quedado sin nada que canjear. En consecuencia, Ziver, la hermana pequeña de Kebire, que sólo tenía dos años y medio cuando la deportaron, empezó a morir de inanición. «Estaba tan hinchada que, de no haber sido por el pelo, no habríamos sido capaces de decir dónde tenía la cara. Lo tenía todo inflado, y el cabello era lo único que permitía determinar cuál era la parte posterior de la cabeza y cuál la anterior». La niña murió con tres años. Su madre lavó el cadáver, lo envolvió en un paño, y toda la familia le ayudó a cavar una tumba en aquella dura tierra.

La madre de Kebire trató de ganar dinero plantando nabos en la granja colectiva, pero el frío le produjo congelación de una pierna, que se le ulceró. Desesperada, dijo a Kebire y su hermano que sólo sobrevivirían si la abandonaban, alcanzaban a pie la aldea más cercana y trataban de dar con alguien que se compadeciera de ellos. La niña solo tenía diez años cuando dejó a su madre para vagabundear. Los dos niños lograron burlar el puesto de vigilancia del NKVD y se internaron en el bosque. Allí toparon con un uzbeko que los llevó a su casa, les dio de comer y les dijo que, si querían subsistir, tendrían que mendigar. «Nos hizo saber lo que teníamos que decir: “Por el amor de Cristo, denos algo que comer: no tenemos padre, y nuestra madre está enferma”, y nos dijo adónde teníamos que ir. Nos dijo que lucháramos por salvarnos, sin sentir timidez: pedir no era robar, y no había pecado alguno en preguntar si alguien podía darnos comida (…) Así que empezamos a deambular mendigando en busca de algo que echarnos a la boca por el amor de Cristo. A veces, hasta mentíamos, diciendo que no teníamos padres, y nos daban comida (…) [Luego] le llevábamos a nuestra madre las patatas que hubiésemos conseguido o cualquier otra cosa que nos hubieran dado».

Cuando pedían limosna, Kebire y su hermano dormían al raso, salvo las veces que encontraban cobijo en alguna casa. «Cuando nos quitaban la ropa para ponerla sobre la estufa y hacer que se secara, estaba tan llena de piojos que [parecía] pesar más que nosotros mismos». Aunque sobrevivió, Kebire no recibió educación alguna y creció analfabeta. Según sus propias palabras, le robaron la infancia.

Al cabo de los años, todavía algunos tártaros continuaban creyendo que Stalin los había expulsado “por error” de Crimea. Dice Refat Muslimov que «pensábamos que al día siguiente nos volverían a meter en aquellos trenes para llevarnos de nuevo a nuestra patria (…) que alguien lo había llevado [al dirigente soviético] a hacer una cosa así o que no se había enterado. No le miento si le digo que había quien tenía preparado el equipaje y decía: “Nos vamos: por lo visto, ya han dado la orden. Stalin ha dado las instrucciones necesarias, y lo único que debemos hacer es esperar al tren” ».

Sin embargo, hoy los tártaros saben de sobra quién fue el principal responsable de aquella atrocidad: Iósif Stalin. Según Muslimov, «era un carnicero que llevó a la muerte a millones y millones de personas. Un carnicero de verdad. Deberían juzgarlo. El mundo se ha olvidado de él, pero por lo que hizo, merece que lo juzguen. ¡Exijo que lo pongan ante un tribunal! Por más que esté muerto, habría que enjuiciarlo, ¡y castigarlo!».

Según el NKVD, dieciocho meses después de su llegada a Uzbekistán había muerto más del 17 por ciento de los tártaros. Según algunas fuentes, las deportaciones acabaron con la vida de casi la mitad del pueblo exiliado. No obstante, aquel crimen no fue el único de tales características. A los millones de campesinos deportados por las autoridades soviéticas durante las colectivizaciones de inicios de los años treinta, se sumaron 30.000 finlandeses de Carelia en 1935. En 1937 172.000 coreanos sufrieron la misma suerte, siendo trasladados a Kazajistán y Uzbekistán. Allí fueron enviados también los Alemanes del Volga (casi un millón de personas) en 1941. Y entre 1939 y 1951 los países bálticos, Polonia oriental y Moldavia padecieron varias deportaciones selectivas (200.000 bálticos, entre 350.000 y 1.500.000 polacos y entre 200.000 y 400.000 moldavos).

Entre finales de 1943 y junio de 1944, los soviéticos se pusieron a deportar gente y fue un no parar: deportaron a seis pueblos enteros –los chechenos, los ingusetios, los tártaros de Crimea, los karacháis, los balkarios y los calmucos-, acusándoles a todos de colaborar con los nazis. Los lugares de destierro eran Siberia, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán. A ellos se unieron, en la segunda mitad de 1944, los griegos, los búlgaros y los armenios de Crimea, junto a los turcos mesjetas, los kurdos y los hamshenis del Cáucaso. Entre esos dos años, se deportó a un número cercano a los dos millones de personas. Para Stalin, todos habían colaborado con los nazis. Para todos, fue una hecatombe.

De todas estas deportaciones, solo se hicieron públicas en vida de Stalin las de los chechenos y los tártaros. Aunque las deportaciones ocurrieron en 1944, se anunciaron en el periódico Izvestia como si hubieran tenido lugar en junio de 1946. Según lo publicado, ambos pueblos habían sido “reubicados en otras regiones de la URSS” por haberse unido “a las unidades de voluntarios organizadas por los alemanes”.

La inmensa mayor parte de los desterrados no podían ser, ni por asomo, sospechosos de haber colaborado con los alemanes. Alexei Badmaiev era un calmuco que había combatido en Stalingrado en las filas del Ejército Rojo y había sido condecorado por sus acciones de guerra. En enero de 1944 se recobraba de sus heridas en un hospital cuando recibió la orden de presentarse en la estación de ferrocarril. Desde allí, lo enviaron a un campo de trabajo en los Urales, donde vio morir por el hambre y las enfermedades a otros combatientes calmucos. Para Badmaiev, todo aquello era un disparate: «Yo sabía muy bien que en el frente andábamos escasos de soldados, y desterrar a toda aquella gente iba más allá de la estupidez. Además, deportar a una nación entera constituía un crimen. Ya lo es, de sobra, castigar a un inocente; pero sacar de su tierra todo un pueblo y condenarlo a la extinción… En fin, no sé con qué compararlo».

El motivo que llevó a Stalin y Beria a cometer estos crímenes fue un simple deseo de venganza, a la vez que continuar con la estrategia soviética de deportar a minorías étnicas como forma de reprimir posibles actos de disidencia. En el caso de los chechenos y los tártaros, seguramente Stalin quiso librarse de pueblos que habían mostrado en el pasado oposición al dominio ruso y la colectivización. Según dijo Vladimir Semichastni (quien fue jefe del KGB en los años sesenta), «si Stalin se hubiera puesto a tamizar y a descubrir quién era culpable y quién no, quién había luchado en el frente, quién trabajaba en las organizaciones del Partido Comunista y todo eso, habría necesitado veinte años. Pero estábamos en guerra, y si se hubiera puesto a investigar, aún no habríamos acabado. Esa era la forma que tenía él de resolver los problemas (…) Para él, desterrar a un millón de personas no era nada».

Lógicamente, los británicos y los estadounidenses tuvieron noticias de estos crímenes, pero no dijeron nada. Al fin y al cabo, Stalin les estaba ayudando a vencer en una guerra justa contra Hitler. Es más, una de las conferencias más célebres de la Segunda Guerra Mundial, la de Yalta, se celebraría en la misma región de la que se había sacado por la fuerza al pueblo tártaro unos meses antes.

Si el objetivo de la deportación de los tártaros de Crimea fue castigar a los culpables de haber colaborado con los nazis, la operación se saldó un fracaso, pues muchos de los colaboracionistas se retiraron junto a las unidades a las que pertenecían, dejando atrás a un cuantioso número de inocentes. Además, entre los desterrados por el NKVD hubo unos nueve mil tártaros que habían servido en las filas del Ejército Rojo, así como más de setecientos afiliados al Partido Comunista.

El exilio de los tártaros de Crimea se prolongó oficialmente hasta 1989. No pudieron volver a su lugar de origen hasta 1991. Hoy, en un momento de creciente rehabilitación del estalinismo en Rusia, y después de que este país se anexionara Crimea, en el marco de la crisis ucraniana, activistas tártaros luchan por que se considere el Sürgün un genocidio. Así lo hizo el pasado noviembre la Rada Suprema de Ucrania.

Periódicamente se conmemora el aniversario del Desembarco de Normandía, pero no se dice nada de la Operación Bagration, una batalla ocurrida en el frente del Este, también a mediados de 1944, que fue mucho más decisiva e importante en términos cuantitativos que el desembarco de los Aliados occidentales en Francia. Nos seguimos sobrecogiendo con los crímenes nazis, pero apenas se mencionan las deportaciones de millones de personas llevadas a cabo por los soviéticos mientras estos formaban parte del bando de los buenos. Como dice Anne Applebaum, “nadie quiere pensar que derrotamos a un asesino de masas con la ayuda de otro”.

En realidad son solo unos ejemplos de la visión terriblemente sesgada que continuamos teniendo de la Segunda Guerra Mundial.


Nacimiento en un vagón-prisión, por Yevfrosiniya Kersnovskaya (12 años en el Gulag)


En definitiva, la canción ganadora este año en Eurovisión me parece de lo más apropiada, más allá de su valoración artística, en la que no voy a entrar. Jamala nació en Kirguistán, donde su familia de origen tártaro y armenio había sido deportada por Stalin mientras su bisabuelo luchaba en las filas del Ejército Rojo. Tampoco me sorprende que Rusia haya orquestado una campaña de protesta, a la vez que la situación de los tártaros vuelve a ser preocupante.


Más información:
 
-Applebaum, Anne, “Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos”, Debate, 2004.

-Bruneteau, Bernard, “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda”, Alianza, 2006.

-Courtois, Stéphane et al., “El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión”, Planeta/Espasa, 1998.

-Rees, Laurence, “A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial”, Crítica, 2009.






martes, 10 de mayo de 2016

La responsabilidad (feeling Stalin)




Los bolcheviques no nos conformamos con quitarles todo a los ricos, porque eso no cambiaría nada. Lo que hay que hacer es fusilarlos. A los ricos primero y a los pobres después: fusilarlos a todos.

De la peli "La flaqueza del bolchevique", basada en la novela homónima


Llevar un pequeño negocio -como una pequeña clínica dental- es una aventura que conlleva asumir mucha responsabilidad: la propia y la ajena. Conlleva por tanto -entre otros sinsabores- sufrir a menudo la irresponsabilidad ajena, en relación directamente proporcional a la desconfianza, la paranoia y la misantropía propias. Cuantos más irresponsables se encuentra uno, más tirria le va cogiendo a la gente. Y entonces se empieza a sentir un creciente deseo, no de mandar a la puta mierda a los susodichos, sino de enviarlos a un campo de concentración de por vida. De fusilarlos. De despellejarlos vivos. Aflora de pronto todo un universo de instintos criminales que permanecía oculto en el subconsciente. Las ganas de hacer honor a la fama de inhumanos que tenemos los dentistas.

Uno trata de tranquilizarse pensando en las cosas bonitas de la vida: el amor, la amistad, la música, el cine, los libros, las florecillas en primavera, las setas venenosas... y da gracias de no encontrarse en el lugar de Stalin, porque lo superaría en maldad y sadismo.



viernes, 22 de abril de 2016

El corazón roto




En la fantástica peli de Tarantino Kill Bill (ATENCIÓN, AVISO QUE A CONTINUACIÓN HAY DESTRIPES DE KILL BILL, POR SI ALGUIEN AÚN NO LA HA VISTO -aunque no sé a qué estás esperando, la verdad-), la protagonista le rompe el corazón de forma fulgurante a Bill, su antiguo amante, tocándole cinco atinados puntos de presión. El tal Bill resulta ser un nenaza  (además de un criminal muy torpe) porque al poco cae muerto. Quiero decir que a mí me han destrozado el corazón en múltiples ocasiones, y de formas mucho peores, y aún sigo por aquí escribiendo bobadas.

Es cierto que recomponer un corazón roto es una tarea ardua, larga y tediosa, pero se puede hacer. Yo, de hecho, soy un todo experto en el asunto.

A propósito, a todas aquellas que me habéis roto el corazón en algún momento, he de deciros que ya está arreglado de nuevo. Incluso ha pasado la ITV y todo.

Por si estábais preocupadas.




martes, 5 de abril de 2016

Las chicas son guerreras




Estás con tu novia durmiendo en la cama, cada uno en su lado. Y de repente, antes del alba, ella invade tu espacio por sorpresa, te atrapa, te abraza con fuerza, te sobresalta, te despierta bruscamente. Y le dices que ella es tu Hitler y tú su Polonia.




miércoles, 23 de marzo de 2016

Tomar medidas




He visto que en algunas gasolineras hay barreras para evitar que la gente se marche sin pagar. Y no sé, pero igual estaría bien poner una de esas barreras en la clínica.


martes, 15 de marzo de 2016

El legado (II)



Yo lo llevaré. ¡Yo lo llevaré! ¡Yo llevaré el anillo a Mordor! Aunque... no sé cómo voy a hacerlo.


Y ese pequeño hobbit, queridos amigos, soy yo cuando decidí hacerme cargo de una clínica dental.


"¡Que vuelva la URSS!"




Pablo Iglesias Turrión es el líder del tercer partido de España, Podemos. Es también el tipo que aparece detrás de una bandera soviética junto al grupo FRAC (Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz) después de que este interprete su tema ¡Que vuelva la URSS! en una gala de La Tuerka de hace cuatro años. La Tuerka, ese programa de televisión que presenta el propio Pablo Iglesias.




Pablo Iglesias es comunista, como él mismo ha reconocido, y por lo visto de la vertiente prosoviética. Lo que llama la atención no es esto, que marxistas-leninistas ha habido muchos, sino la encendida defensa de la democracia que hizo en su discurso de la fallida sesión de investidura el 2 de marzo de este año. Está muy bien defender la democracia, pero hacerlo desde las simpatías hacia la Unión Soviética para mí es como defender la lucha contra el racismo y a la vez congeniar con el apartheid: un pelín contradictorio. Igual es que soy muy raro, pero no me parece coherente ir de demócrata y a la vez lamentar la caída del Muro de Berlín:



En realidad de lo que quería hablar aquí es de la letra del rap, en concreto de uno de sus argumentos, porque ya lo he escuchado o leído entre las gentes de izquierdas unas cuantas veces. Cantan los FRAC:

No es que crea ciegamente en ello
pero este mundo es un puto cachondeo.
Hace falta equilibrar como sea la balanza
porque el libre mercado solo llena su panza.

Es decir, no se trata tanto de defender el régimen soviético, sino de mostrar cierta añoranza por la Guerra Fría, cuando el equilibrio de bloques supuestamente impedía que ninguno de los dos se desmadrara y, por tanto, el capitalismo era más humano. Es el mismo argumento que emplea Pablo Iglesias en el vídeo sobre la caída del Muro de Berlín. Hoy EEUU no tiene rival y por eso el neoliberalismo campa a sus anchas por el mundo, sin miedo. Analicemos esto.

El famoso neoliberalismo se empezó a poner en practica en los años setenta y ochenta, o sea, en plena Guerra Fría. Margaret Thatcher y Ronald Reagan, principales adalides del neoliberalismo político, llegaron al poder respectivamente en 1979 y 1981. O sea, cuando a la URSS aún le quedaban unos años de existencia. O sea, en plena Guerra Fría. El imperialismo yanqui y, claro está, el soviético, llegaron a su apogeo en plena Guerra Fría, cuando se crearon la OTAN y el Pacto de Varsovia. O sea, cuando ambas potencias controlaban amplias zonas del mundo, cambiando regímenes a su antojo, manteniendo dictaduras e incluso invadiendo países. Si hubo un momento en que el mundo estuvo al borde del conflicto nuclear fue en plena Guerra Fría. La plaga del yihadismo que padecemos hoy se originó en plena Guerra Fría. De hecho, fue directamente la intervención soviética en el mundo árabe lo que causó la aparición del yihadismo. Si nos centramos en nuestro país, durante casi toda la Guerra Fría los españoles soportamos la dictadura de Franco, un nefasto régimen sostenido por EEUU precisamente por su anticomunismo. Después, ya en democracia, el neoliberalismo se manifestó durante los años ochenta a través de la cultura del pelotazo y los inicios de la burbuja inmobiliaria. Era esa época en la que un ministro de Economía supuestamente socialista, Carlos Solchaga, presumía de que "España es el país donde es más fácil enriquecerse en menor tiempo".

La existencia de la URSS no solo no impidió la aparición del neoliberalismo sino que, de hecho, este surgió como reacción frente al socialismo en el contexto de la Guerra Fría, e incluso llegó a ser adoptado por partidos socialdemócratas, como ocurrió en España.


Antes se hacían mejores canciones sobre la URSS


¿No será que muchos de los males que sufrimos en los tiempos actuales vienen precisamente de la Guerra Fría? Dejando aparte que la Unión Soviética no fue más que una larga dictadura que persiguió, torturó, encerró y asesinó a millones de personas -que ya es mucho dejar-, no, no hay ningún motivo racional para añorarla. ¿Que vuelva la URSS? Sí, pero solo en la imaginación de algunos nostálgicos descerebrados.




sábado, 12 de marzo de 2016

Te lo dije



Orestes perseguido por las Furias, de William-Adolphe Bouguereau


Ah, qué sería de nosotros, pobres infelices, sin esas personas dedicadas permanentemente a decirnos lo que tenemos que hacer.




lunes, 7 de marzo de 2016

Not my fucking job




Es que la odontología tendría que estar cubierta por la sanidad pública, me dicen algunos. Así, como si yo fuese ministro, o un líder revolucionario capaz de cambiar el sistema.

Y eso que la alopecia hace ya mucho que no me permite llevar coleta.


jueves, 25 de febrero de 2016

Los proveedores (evolución lógica)




-Buenas. Llamo porque les hicimos un pedido hace días y aún no ha llegado.
-Veamos. Aquí tengo registrado que el pedido se les envió ayer y ustedes no estaban.
-¿En serio? ¿Me puede decir a qué hora fue eso, por favor?
-A las tres y cuarenta y siete de la madrugada.
-Claro, es que a esa hora solemos estar durmiendo. La verdad, prefería cuando llegaban ustedes a la hora de comer. Tampoco estábamos, claro, pero el sentimiento de frustración era menor.


martes, 23 de febrero de 2016

Sobreprotección




Finalmente decidió matar a sus hijos porque no encontró mejor forma de alejarlos de la realidad del mundo.


lunes, 22 de febrero de 2016

El pasado




Hay que saber dejar atrás el pasado. Y esto vale incluso para quienes sean aficionados a la historia. Porque, a pesar de lo que decía Santayana, aunque uno conozca su historia también puede estar condenado a repetirla.




viernes, 19 de febrero de 2016

El conflicto



 Love, de Alexandr Milov


Siempre me digo que no estoy hecho para los conflictos, a pesar de que soy aficionado a leer sobre guerras mundiales y cosas así. Sin embargo, los conflictos son parte inherente de la vida.

Querer huir de los conflictos es como tratar de suicidarse.


viernes, 12 de febrero de 2016

Efectivamente




-Verá, siento decirle que va a perder todos los dientes.
-Ay, los años...
-Sí. Los años que lleva sin lavarse la boca, efectivamente.


miércoles, 10 de febrero de 2016

La adolescencia




"Hay una edad en la que todos somos idiotas", me decía mi madre el otro día hablando de la adolescencia. Y es también justo el momento de las grandes decisiones: la edad en que elegimos una profesión, el primer amor, a quién votar...

La vida está mal hecha.


lunes, 8 de febrero de 2016

Eso de contrastar la información




He visto Jagten (en España "La caza"), una excelente peli del director danés Thomas Vinterberg acerca de un tipo que es acusado de un grave delito que no ha cometido y de cómo esa terrible mentira se va extendiendo entre la gente cual epidemia. Una gente que no se toma la molestia de averiguar si eso que le están contando es o no verdad. La peli es magnífica porque refleja muy bien una tremenda situación que se vive constantemente en nuestra sociedad.

Recordemos el caso de Osama Abdul Mohsen, el refugiado sirio que consiguió trabajo en España como entrenador de fútbol. Hace no mucho me aseguraron que ese señor pertenecía a Al Qaeda, que así se había publicado en internet. Una simple búsqueda desmiente rotundamente esa información, pero el daño ya está hecho. Calumnia, que algo queda.

Gracias a los medios de comunicación e internet tenemos hoy más acceso que nunca a todo tipo de información. De información y también de desinformación, mejor dicho. Las redes sociales se convierten en muchas ocasiones en la herramienta perfecta para difundir bulos creados por desaprensivos o por determinados medios que buscan así algún rédito, normalmente político o económico. Es muy fácil encontrar ejemplos. Así, si nos centramos en el ajetreado y crispado panorama actual español (en el que unos titiriteros acaban de ser enviados a la cárcel sin fianza acusados de "enaltecimiento de terrorismo y de atacar derechos fundamentales y libertades públicas", nada menos), hay una formación política que está siendo víctima una y otra vez de manipulaciones y tergiversaciones. Me estoy refiriendo a Podemos, el partido de Pablo Iglesias. Uno de los últimos despropósitos al respecto ha sido la falsa acusación a los "miembros de Podemos" de mearse a las puertas de la Catedral de la Almudena, en Madrid. Lo cierto es que la imagen difundida por las redes no se correspondía con la Catedral de la Almudena, ni con Madrid, ni las personas que ahí aparecían eran de Podemos. En realidad la foto pertenecía a un suceso ocurrido en Buenos Aires meses antes. El caso es que la trola fue difundida incluso por un diputado del PP que luego se disculpó (aunque no dimitó por injuriar, por supuesto), pero claro, el daño ya estaba hecho.

Más ejemplos. El canal de televisión 13 TV emitió en 2014 un fragmento de un discurso de Pablo Iglesias para acusarle de violento. La verdad es que el vídeo estaba manipulado, pues en realidad Iglesias ironizaba acerca de la política de la organización Izquierda Anticapitalista, es decir, se distanciaba de ella, cosa que se puede comprobar al ver el vídeo completo. La falacia se desmintió, claro, pero da igual, el daño ya estaba hecho. Es más, a fecha de 7 de febrero de 2016, quien esto escribe ha contemplado cómo el mismo canal de televisión ha reincidido exactamente en la misma manipulación. Por supuesto el vídeo manipulado se continúa difundiendo por las redes.

Hoy es muy sencillo mentir y extender las trolas. Veamos todavía otro ejemplo:



Si empleamos unos minutillos en buscar el vídeo de la rueda de prensa del 22 de enero de 2016 en la que Pablo Iglesias propuso un Gobierno de coalición entre PSOE, Podemos e IU, comprobaremos que mencionó las palabras "educación, sanidad y servicios sociales" (minuto 5:40):



Pero da igual, el daño ya está hecho.

De todas formas esto no ocurre solo en España, claro está. Hace poco vi por las redes la supuesta noticia de que la ministra de Salud venezolana, Luisana Melo, había atribuido la escasez de pasta dental en su país a que la gente se cepilla los dientes tres veces al día. Resulta que era mentira.

Ante todo quiero aclarar que no soy simpatizante de Podemos y menos aún del Gobierno venezolano, pero sí lo soy de la verdad y de la ética. Muchas veces creemos lo que nos gusta, creemos algo porque queremos creerlo: para qué comprobar si es verdad aunque tardemos solo unos minutos en hacerlo.



Y hablando de creencias, también he visto por las redes esta supuesta cita del papa Francisco:



Bien, pues es falsa. Se trata de un texto apócrifo al parecer ligeramente inspirado en una carta publicada por el Papa hace tres años.

Los intereses en crear y difundir estos embustes son evidentes. Pero parémonos un momento a pensar qué nos parecería si fuéramos nosotros el objeto de una patraña difundida por las redes sociales, o incluso por los medios de comunicación. ¿Qué tal nos sentaría el acoso permanente de gente que no nos conoce, e incluso la posiblidad de ir a la cárcel?

Desde los tiempos de las cazas de brujas, pasando por los Protocolos de los Sabios de Sión y el macarthismo, no hemos cambiado mucho. Afortunadamente, hoy la facilidad para montar estos infundios es similar en muchos casos a la de desmontarlos, lo que deja en evidencia más bien a quienes los crean y los difunden en lugar de a aquellos a quienes se pretende difamar.




martes, 2 de febrero de 2016

La mitología cotidiana




La declaración trimestral que hacemos los autónomos viene a ser como el castigo impuesto a Prometo, con dos diferencias: es Hacienda quien nos devora periódicamente el hígado en lugar de un águila, y al menos ocurre cada tres meses en lugar de cada día. Un leve respiro que nos da el Sistema, el cual, en su infinita misericordia, supongo que entiende así que no somos inmortales como aquel famoso titán griego.


martes, 26 de enero de 2016

Tres años




Un año más de vida, esta vez con más aventuras que desventuras. Un año más de blog, ya van tres en total, y aún me apetece seguir escribiendo mis historias, aunque pasen desapercibidas para el gran público.

Quizá después de todo existan los milagros, si es que lo podemos llamar así. O igual es que cuando empiezo algo nunca lo dejo.

Va por ustedes.



jueves, 21 de enero de 2016

Ramón Franco y los tipos del "Plus Ultra"



Comienza un año lleno de grandes aniversarios relacionados con nuestra historia reciente: cincuenta años del accidente de Palomares, ochenta del estallido de la Guerra Civil Española… Sin ir más lejos, mañana mismo se cumplen noventa años del inicio del viaje del Plus Ultra, el hidroavión que realizó el primer vuelo entre España y América. En este articulillo vamos a hablar de aquella aventura y de sus protagonistas, pero sobre todo de uno de ellos: Ramón Franco Bahamonde.



viernes, 8 de enero de 2016

Regreso del futuro



Michael J. Fox en Regreso al futuro (1985), de Robert Zemeckis


Cuando Marty McFly regresó del futuro, dejó a su novia.

Se había anticipado a ella.


Fe ciega



Los amantes, de René Magritte


Yo sí creo en una fuerza superior incontrolable: la que me arrastra sin remedio desde la primera vez que me metí en la cama contigo.


viernes, 11 de diciembre de 2015

El implante




Hace unos días, mi amiga y colega Mónica puso un implante dental en la clínica de la que soy responsable. Es el primero que se coloca en la clínica desde que soy el responsable, para ser exactos.

Parafraseando a Neil Armstrong, dicho acontecimiento es posible que ni siquiera representara un pequeño paso para la humanidad, pero para un tipo como yo fue un triple salto mortal con tirabuzón.

Y salió bien.



Tus manos




Me despierto y no me puedo levantar, como en la canción de Mecano. De hecho no me querría ni despertar, aunque ya no hay remedio. Me someto entonces a la dictadura del viejo triunvirato (trabajo, tiempo y responsabilidad) y me dirijo dando tumbos a la ducha. Tras un fugaz café me lanzo de cabeza a la apabullante rutina diaria: el tráfico, el curro, las caras agradables, las caras desagradables, las satisfacciones, las decepciones, los problemas, el estrés... Un largo y cansado día, como tantos otros. 

Pero al final las veo. Ahí siguen, tan bonitas como siempre. Veo cómo se acercan, cómo me tocan, me acarician, me cogen, me sostienen, como si fuera un niño otra vez. Me hacen sentir que todo está bien. Que todo está muy bien, mejor dicho. Y después me recorren entero y me convierten en adulto de nuevo.

Sí, tus manos.




miércoles, 25 de noviembre de 2015

Sobre la memoria histórica, la Guerra Civil y el franquismo



No hay que politizar el pasado

Andrés Trapiello


Leo en las noticias que Barcelona lidera la lucha antifranquista. No, no es un titular de 1936, sino de 2015.

Resulta que el ayuntamiento de Ada Colau apoya una querella que solicita al rey Felipe VI que responda por los crímenes del franquismo “como representante del Estado Español y continuador legítimo” de la dictadura. La verdad es que no siento la menor simpatía por el rey Felipe, pero desde luego tampoco le considero "continuador legítimo de la dictadura", ni creo que reine "gracias a los principios del Movimiento". En todo caso reinará gracias a los principios de la Constitución de 1978. Otra cosa es que el Estado se haga cargo de la reparación a las víctimas de la guerra y la dictadura, que reconozca los crímenes que se cometieron entonces, y que se preocupe de que no caigan en el olvido. Todo eso me parece perfecto, siempre que hablemos de todos los crímenes. Como escribió Andrés Trapiello en su fantástica novela Ayer no más:

"Se dirá que las víctimas de la República tuvieron ya su reparación durante el franquismo, pero no es esa la que reclaman, sino la del Estado y la de toda la sociedad, la de unos y otros, como deberían tener la del Estado y la de toda la sociedad las víctimas del franquismo, no sólo la de los partidos de izquierda".

Seguimos con la idea de que la Guerra Civil Española fue una historia de buenos y malos, lo que termina implicando que condenemos o justifiquemos unos crímenes en función del bando que los cometiera. Seguimos tratando de revisar la historia desde el poder, como han hecho los regímenes totalitarios. El golpe de julio de 1936 lo fue contra un Gobierno legalmente constituido pero, una vez iniciada la guerra, nadie defendía ya la democracia. Si se me apura, ni siquiera defendía ya nadie la República de 1931: en el bando republicano los militantes de cada organización política luchaban por sus ideas particulares, sin más. Prueba de ello es que si observamos fotos de la guerra, comprobaremos que las banderas que más abundaban entre los milicianos republicanos no eran las tricolores, sino las de cada formación política junto a sus propios lemas o siglas: estrellas, hoces y martillos, FAI, CNT, UHP, POUM, etc (véase, sin ir más lejos, la foto que encabeza esta entrada). Todo ello unido, más que por la República, por el antifascismo, que no es lo mismo. Y por eso cada dos por tres los propios republicanos se enfrentaban entre sí. Seguramente se vean muchas más banderas republicanas hoy en ciertas manifestaciones que entonces en la zona republicana, fruto del éxito que tienen en nuestro país los mitos históricos y del afán que tenemos en politizar el pasado y hacerlo servir a nuestros intereses.

Claro que hay muchas cosas que cambiar. Es una vergüenza que el Valle de los Caídos, o incluso el llamado Cementerio de los Mártires de Paracuellos de Jarama, sigan siendo santuarios franquistas. Claro que habría que remodelarlos como se hizo con el Alcázar de Toledo. Claro que hay que cambiar nombres de calles y plazas que continúan siendo un homenaje a la dictadura (más que nada porque lo dice la ley). Pero tampoco parece muy apropiado que haya vías dedicadas a personajes tan siniestros como Dolores Ibárruri o Santiago Carrillo.

Claro que hay que exhumar los restos de los enterrados en fosas comunes, pero los de todas las fosas comunes.

La propia expresión memoria histórica es inadecuada. La memoria es subjetiva, mientras que la historia debe ser objetiva. Y no se puede recordar en plural. "Los pueblos no recuerdan, recuerdan los individuos", dice Trapiello. Puede haber una conciencia colectiva, pero no una memoria colectiva.

Seguimos con la Guerra Civil enquistada, y continuaremos igual mientras unos y otros reclamen solo un reconocimiento parcial, solo a una parte de las víctimas, cuando todas las víctimas inocentes -porque no todas eran inocentes- fueron iguales, sin importar quién las asesinara. Ahí tenemos el ejemplo de Alemania, que ha padecido una dictadura nazi y otra estalinista y que reconoce a las víctimas de ambas. O el del cementerio de Arlington, en Estados Unidos, en el que están enterrados, entre otros, soldados de ambos bandos de la Guerra de Secesión. Y es un cementerio, no un lugar de propaganda. Realmente tenemos mucho que aprender de otros países.

En España hubo una guerra en la que ambos bandos cometieron crímenes. Que uno -el franquista- fuera más criminal cuantitativamente que el otro, no quita responsabilidad al segundo. El Estado actual, el democrático, debería reconocer y reparar todos los crímenes juntos, y mientras no lo haga seguiremos leyendo titulares como el de arriba, que parece más propio de la Guerra Civil que del siglo XXI.




lunes, 23 de noviembre de 2015

El milagro




-Buenas. Tengo la boca hecha un desastre, nunca me la he cuidado. Quiero que me la deje perfecta, que me dure así siempre y que sea por poco dinero. Que no me duela nada. Que no tenga que abrir mucho la boca cuando venga, que me canso. Ah, y lo antes que pueda, que no me gusta venir al dentista.
-Bueno, entonces creo que sería mejor que fuera a hablar con Dios, que yo el tema de los milagros no lo domino.




domingo, 22 de noviembre de 2015

Alejandra


 


Alejandra vino del otro lado del Atlántico hace años, con sus maticas y sus sueños.

No habla mucho, pero así nunca miente. Escucha en silencio y piensa antes de decir nada. Y luego habla bajito, de forma que solo se la oye cuando no hay ruido.

Tiene claro lo que quiere y lo que no. Tiene la cabeza bien amueblada y la casa bien llena de plantas.

A Alejandra le gustan los libros de cuentos ilustrados, las películas raras, las mezclas de colores, las exposiciones, las fotografías, Frida Kahlo, la lluvia, la cerveza, la buena comida, el café, la música brasileña, dormir, caminar, Madrid y el mar, no necesariamente en ese orden.

Y las plantas, claro.

La parte que prefiere de su cuerpo es una cicatriz que lleva en el vientre, porque dice que le salvó la vida. Y cuando era pequeña dibujaba esa cicatriz en todas sus muñecas.

Alejandra se llama como mi sobrina mayor. Ambas coinciden también en tener una bonita sonrisa y unos pómulos pronunciados.

Alejandra dice que no sabe bailar ni cantar, pero canta y baila cuando quiere.

Alejandra es algo despistada, inteligente y trabajadora, tranquila y paciente, discreta y cariñosa, dulce y detallista, se ríe con facilidad y no deja que le afecten los problemas del pasado, del presente o del futuro.

Alejandra hace que uno se reconcilie con el mundo.

Alejandra es, en definitiva, un regalo.




jueves, 19 de noviembre de 2015

Ah, que hay una guerra en Siria




Voy a ejercer de experto en política internacional, que está muy de moda. Ea.

A inicios de 2011, en el marco de la Primavera Árabe, estallaron revueltas contra la dictadura de Bashar al-Asad, en Siria. Durante meses, los manifestantes salieron a las calles una y otra vez, de forma pertinaz, mientras eran masacrados, detenidos o torturados en masa por la policía y el ejército. A la vez que esto ocurría, Occidente y la ONU protestaban enérgicamente. En el verano de aquel año, las protestas se fueron transformando en guerra civil cuando una parte del ejército sirio decidió que no quería seguir aniquilando civiles y se volvió contra el dictador. Occidente seguía a su bola.



En 2012 las fuerzas de Al-Asad perpetraron masacres como la de Homs o la de Hula, en las que fueron asesinadas cientos de personas. Mientras Occidente protestaba otra vez, Rusia y China se revelaban como los grandes aliados del régimen sirio al vetar varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU en su contra. La única base militar que mantiene Rusia desde la Guerra Fría fuera de sus fronteras, la de Tartus, está precisamente en Siria. Este es el motivo de que los rusos hayan apoyado y suministrado armas a Al-Asad hasta ahora sin ningún complejo.



A todo lo anterior había que sumar ya el número incesante de refugiados sirios que huían de la guerra: más de 600.000 a comienzos de 2013 y subiendo.

En el verano de 2013, después de más de dos años de matanzas, de más de 100.000 muertos y de casi dos millones de refugiados, parecía que Al-Asad había ganado la partida. La falta de apoyos a los rebeldes y la pasividad internacional frente a la guerra y las carnicerías contrastaban con la diligencia de los amigos del régimen sirio, entre los que se encontraban Irán y la organización libanesa Hezbolá, además de Rusia y China, claro. Ah, y también cierta izquierda: al fin y al cabo Al-Asad, como líder del partido Baaz, no dejaba de ser un representante del socialismo árabe, al menos para algunos (y recordemos que ese socialismo árabe, apoyado en su día de forma entusiasta por la URSS, tuvo como reacción la aparición del yihadismo).

Hasta ese momento, por lo visto, no había ocurrido nada extraordinario a ojos de Occidente que le hiciera intervenir de alguna forma en Siria, pero las cosas iban a cambiar. A partir de entonces, se sucederían cuatro acontecimientos que harían que por fin los occidentales prestaran un poco más de atención a lo que estaba pasando en esa república árabe. Son los siguientes:

-La masacre de Guta, el 13 de agosto de 2013, cometida con armas químicas.

-La aparición en la escena siria del llamado Estado Islámico de Irak y el Levante, una escisión del Frente Al-Nusra, la Al Qaeda siria.

-La llegada masiva de refugiados sirios a Europa en el verano de 2015. Por entonces, el total de huidos del país superaba ya los cuatro millones.

-Los atentados de París el 13 de noviembre de 2015, que dejaron más de 130 muertos (incluyendo a siete terroristas) y que fueron reivindicados por el Estado Islámico.

Veamos cada punto por separado.

La masacre de Guta, al sur de Damasco, produjo más de 1.400 muertos y 3.000 heridos. Un horror y un escándalo, sobre todo para las autoridades estadounidenses. Lo hipócrita del asunto es que por entonces las armas convencionales habían matado a más de 100.000 sirios, y eso no parecía preocupar mucho a Occidente. Es fácil deducir que lo que removió tantas conciencias cuando lo de Guta no fue el número de muertos, sino la forma de asesinar. Dicho de otra manera: si en Siria se asesina con armas convencionales no hay problema, pero si se asesina con armas químicas hay que hacer algo. Como ya comentamos aquí, las armas químicas son fáciles y baratas de fabricar, motivo por el que se las denomina "armas de los pobres", y a la vez son más eficaces y menos letales que las convencionales. Se las clasifica como armas de destrucción masiva, aunque sean bastante menos mortíferas que las nucleares y produzcan menos muertes que las convencionales. El problema que tienen los yanquis y sus acólitos con estas armas radica precisamente en la facilidad con que se fabrican y en su eficacia, y por eso se empeñan en prohibirlas, para que no pongan en riesgo su supremacía. El Gobierno sirio fue responsabilizado del ataque y se le obligó, bajo amenazas, a destruir todo su arsenal químico. Pero la guerra continuó. El mensaje que Occidente envió a Bashar al-Asad estaba muy claro: podía asesinar en masa a su gente, pero solo con armas convencionales.



Ante la persistente pasividad internacional frente a los crímenes de Al-Asad, la oposición se ha radicalizado cada vez más al ser infiltrada por un número creciente de yihadistas. Esto es lógico también si tenemos en cuenta que el apoyo financiero a los rebeldes ha provenido sobre todo de Arabia Saudita y Catar, deseosos de acabar con el poder chií en Siria. Hoy el Estado Islámico controla amplias zonas de Irak y Siria, amenaza tanto al régimen sirio como a Occidente, y pretende conquistar el mundo entero.



En septiembre de 2014 Estados Unidos y sus aliados empezaron a bombardear al Estado Islámico en Siria.

La llegada masiva a Europa de refugiados sirios que huyen de las matanzas nos ha recordado a los europeos que sí, que hay una guerra en Siria. La aparición de niños muertos en una playa turca llamó mucho la atención de la opinión pública, pero la Unión Europea ha aceptado recoger a solo 120.000 refugiados sirios de un  total de más de cuatro millones. Y con reticencias de algunos países.

Lo cierto es que la gran mayoría de los millones de refugiados sirios se han alojado en los países limítrofes al suyo, como es lógico.


Aylan Kurdi, de tres años de edad, muerto en la costa turca



Campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, que alberga a unas 80.000 personas


Los atentados de París han demostrado brutalmente a la opinión pública europea que las amenazas del Estado Islámico van en serio. A raíz de ellos, parece que la comunidad internacional por fin se ha decidido a actuar de forma conjunta en Siria. Más de cuatro años tarde, eso sí, y contra el Estado Islámico, pero no contra el régimen de Al-Asad, principal causante de la guerra, lo que indirectamente le beneficia.

Bashar al-Asad comenzó a masacrar a su gente a inicios de 2011, cuando esta le pedía reformas democráticas, y la comunidad internacional no hizo nada por detenerlo. Se le amenazó dos años y pico después, pero no por ser un asesino, sino por utilizar armas químicas. Hoy la guerra en Siria se ha transformado en un problema muy complejo, cada vez más sangriento y que difícilmente se va a solucionar a base de bombardeos. De hecho, la historia nos enseña que los bombardeos no suelen resolver nada.

Cuando un dictador empieza a asesinar a la gente en masa no se trata de un problema interno en un país, deberíamos saberlo ya. En mi humilde opinión, habría que haber parado las matanzas en Siria en 2011, por ejemplo amenazando a Bashar al-Asad, como se hizo cuando perpetró el ataque químico. Ahora hay una guerra terrible en Siria que dura varios años y que poquito a poco se va convirtiendo en un conflicto mundial. Y es que las guerras son como las obras: se sabe cómo y cuándo empiezan, pero no cómo ni cuándo terminan.




sábado, 31 de octubre de 2015

La bruja



Fotograma de Los mundos de Coraline (2009), de Henry Selick


Érase una vez una bruja venida a menos.

La conocí hace bastante tiempo, cuando no daba miedo ni risa. O sea, cuando parecía una persona normal. Era una chica atractiva, con el pelo largo y negro, divorciada y madre de un chaval. Tenía mil problemas que solía contarme en largas conversaciones. Creo que yo le interesaba para algo más que como simple oyente de sus desventuras, pero ella en cambio no me acababa de gustar. No era por su aspecto, ya digo, sino que yo intuía que alguna cosilla en su interior no funcionaba del todo como debía.

Un par de años atrás consumó su conversión. Digamos que las dificultades de la vida le hicieron tomar derroteros equivocados, como a Darth Vader. Abandonó la rutina, dejó su trabajo y se zambulló en una existencia de fantasía y magia de mentira. Empezó a relacionarse con gente extraña, a vestirse siempre de oscuro, a tratar de curar enfermedades con pócimas y hierbas, a soltar frases lapidarias, a intentar resolver los problemas propios y ajenos con rezos, velas, conjuros y falacias. A llevar una estúpida vida de ficción, vaya. Por lo demás, resultó ser una hechicera muy torpe, porque nada le salía bien. Igual que hizo con otros, buscó la forma de engatusarme con sus sortilegios, de introducirme en su mundo de falsos encantamientos y absurdas estafas.

Pero fue en vano, porque nunca he creído en las brujas.




Actualización, noviembre de 2015: Vuelvo a verla después de mucho tiempo y constato que ha cambiado de nuevo, aunque esta vez para bien. Me congratulo y deseo que se estabilice en esta fase, para su tranquilidad y la de quienes la rodean.