Ahora
que todos sabemos que Teruel existe, no está de más recordar que
allí, en el crudo invierno de 1937 a 1938, se desarrolló la batalla
más sangrienta de la Guerra Civil Española. En aquella ocasión resultó
gravemente herido mi tío abuelo Manolo, por cierto.
Teruel
fue la única capital de provincia conquistada por el bando
republicano, aunque fuera por poco tiempo. En la efímera victoria
republicana, sucedida el 7 de enero de 1938, tuvo un papel estelar la
84ª Brigada Mixta del Ejército Popular, a la que acompañaron en su
avance conocidos corresponsales extranjeros, como Ernst Hemingway,
Herbert Matthews o Robert Capa. Este último, además de fotografiar
la batalla, realizó sobre la misma la única crónica escrita que
publicó en toda la contienda.
El
16 de enero, los hombres de la 84ª Brigada Mixta, que habían
sufrido un tercio de bajas, recibieron una semana de merecido
descanso y fueron enviados a Rubielos de Mora, en retaguardia, a
medio centenar de kilómetros del frente, adonde se trasladaron a
pie. Pero al día siguiente Franco inició una gran ofensiva para
reconquistar Teruel, de manera que el 19 de enero el mando
republicano, en la necesidad de recurrir a todas las fuerzas
disponibles para evitar el hundimiento del frente, ordenó a la 84ª
Brigada Mixta suspender el permiso y regresar al frente. Los hombres
de dicha unidad se sintieron estafados y 600 de ellos se
insubordinaron negándose a volver al combate después de haber
luchado en la ciudad de Teruel durante más de tres semanas, calle
por calle, casa por casa, a veinte grados bajo cero y tras sufrir
cuantiosas bajas. Reclamaron continuar con el descanso que les habían
prometido y que otra unidad fuera al frente en su lugar. En
represalia, y como en la película "Senderos de gloria",
las autoridades republicanas seleccionaron a varios de ellos para que
fueran pasados por las armas. Algunos lograron escapar, pero 46
hombres resultaron fusilados sin posibilidad alguna de defensa. La
brigada terminó disuelta y más de un centenar de sus supervivientes
fueron enviados a campos de trabajos forzados para el resto de la
contienda.
Teruel
volvió a caer en manos de sublevados el 22 de febrero de 1938.
Siempre
se recalca que la represión franquista fue mucho mayor que la
republicana, pero esto fue así básicamente porque los primeros dispusieron de más
tiempo para ello, durante la guerra y después. Cuando empezó la contienda, en
el verano de 1936, la represión en la capital turolense se cebó en
los izquierdistas, pero más tarde, en el poco tiempo que controlaron
los republicanos la ciudad de Teruel y sus alrededores, tampoco estos
dudaron en dar rienda suelta a los asesinatos llevándose por delante
a cientos de personas. De hecho, a lo largo de la guerra los
republicanos mataron en la provincia de Teruel a más gente que los
franquistas durante la guerra y la posguerra juntas: 1.702 víctimas
de los republicanos contra 1.340 de los nacionales. Y hay que tener
en cuenta que ya entonces era una de las provincias más despobladas
de España. La represión republicana se recrudeció precisamente
durante la batalla y la ocupación de la ciudad. Todavía en febrero
de 1939, unos soldados republicanos que huían hacia Francia
fusilaron en Cataluña a una cuarentena de prisioneros franquistas de
la batalla de Teruel, entre ellos al jefe de la guarnición, el
coronel Domingo Rey d'Harcourt (repudiado por los franquistas tras
haberse rendido), y al obispo de la ciudad, Anselmo Polanco. Después,
quemaron los cuerpos cuando algunos todavía agonizaban.
Todo
esto también es memoria histórica.
Más información: -Corral, Pedro, "Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil", Almuzara, 2019.
Todos
sabemos que, tras la Segunda Guerra Mundial, una buena colección de
criminales nazis y fascistas se marcharon a hacer las Américas para
no caer en manos de los vencedores. Lo que no es tan sabido es que,
entre los exiliados políticos que había por allí en aquellos años,
también estaba algún otro asesino de masas y no precisamente nazi o
fascista, sino del extremo opuesto.
Siempre
me ha llamado la atención la doble vida que llevó Segundo
Serrano Poncela,
un personaje muy desconocido en nuestros días que, sin embargo,
cumplió un oscuro e importante papel en un siniestro episodio de
nuestra guerra civil.
Serrano
Poncela fue un tipo cultivado, licenciado en Filosofía y Letras y en
Derecho, socialista, dirigente de las Juventudes Socialistas
Unificadas junto a su amigo Santiago Carrillo -que era secretario
general de la organización- y con el que ingresó en el Partido
Comunista de España al empezar la Guerra Civil.
En
noviembre de 1936, con 24 años, Serrano Poncela fue nombrado
delegado de Orden Público en Madrid, un cargo equivalente al de
director general de Seguridad. Estaba a las órdenes de su camarada Carrillo, de 21 años, que era consejero de Orden Público
de la Junta de Defensa de Madrid. El caso es que la firma de Serrano Poncela aparece en algunas de las órdenes de "liberación"
o "evacuación" de muchos cientos de presos que acabaron
fusilados en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz. Digamos que
entre Carrillo, Serrano Poncela y otras autoridades republicanas
organizaron las matanzas, y ellos dieron las órdenes.
Antes
de que terminara la guerra, Serrano Poncela se enfrentó a su amigo
Carrillo y a todo el PCE y se marchó a Hispanoamérica a trabajar de
profesor de Literatura Española. Parece ser que antes de cruzar el Atlántico, mientras estaba en Francia, escribió una carta al PCE abjurando del comunismo. Cuando alguien en el exilio le
inquirió por su papel en las masacres de Paracuellos, Serrano se
limitó a decir que las órdenes se las pasaba Carrillo y que él
solo las firmaba. Como si no se enterase de nada, como una infanta
Cristina cualquiera, vaya. Por su lado Carrillo negó de forma
contumaz y hasta su muerte -hace siete años- haber sabido nada de
las matanzas mientras sucedían y, por supuesto, culpó de ellas a su
antiguo amigo y camarada Serrano Poncela.
Mientras
tanto, Serrano pudo procurarse una nueva vida como profesor
universitario en Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela, e incluso
alcanzó cierto prestigio. Es cierto que mientras estuvo en Puerto Rico, apareció señalado en la
Causa General junto a Carrillo como responsable de los crímenes, motivo por el que Juan Ramón Jiménez, exiliado como él, se negó a saludarle ("no me he exiliado para acabar dándole la mano a un asesino", diría el autor de Platero y yo). No obstante, Serrano logró que su nombre se relacionara más bien con su trayectoria académica y literaria en
el exilio, pues también escribió varias obras de ficción y ensayo que llegaron a ser publicadas en España a partir de los años
sesenta. Su libro "Formas de vida hispánica" tuvo incluso
buenas críticas nada menos que en el diario ABC, aunque el autor de la
reseña, desconocedor de la trayectoria de Serrano Poncela, tuvo que
rectificar unos días después tras recibir una llamada de atención
del Tribunal Supremo.
Hoy
casi nadie se acuerda de Segundo Serrano Poncela -muerto en Caracas
en 1976-, y mucho menos se relaciona su nombre con las matanzas de
Paracuellos, al contrario de lo que ocurre con el de Carrillo, que
decidió seguir metido en política. En ese sentido se puede decir
sin lugar a dudas que Serrano pudo hacer borrón y cuenta nueva con
su vida. Y es que, como él mismo escribió, "recordar es dejar
de vivir".
Hola,
amigos. Os traigo un ejemplo de cómo por muy loables que sean los
objetivos, no todo vale. De que el fin no justifica los medios, vaya.
Se
cumplen ahora 75 años de los brutales bombardeos aliados de El
Havre, una ciudad situada en la desembocadura del Sena, al noroeste
de Francia.
A
comienzos de septiembre de 1944 El Havre estaba completamente rodeada
por las tropas británicas. La ciudad había sido declarada fortaleza
(“festung”) por Hitler, de manera que una guarnición alemana de
12.000 hombres se disponía a defenderla. Previamente al asedio, gran
parte de la población había sido evacuada, pero 50.000 de sus
habitantes decidieron quedarse. El general “Honesto John”
Crocker, jefe del I Cuerpo de Ejército británico, lanzó un
ultimátum a los alemanes antes de atacar para que se rindieran bajo
la amenaza de un tremendo bombardeo, pero el general Hermann-Eberhard
Wildermuth, jefe de la guarnición, se negó. No obstante, este pidió
a Crocker una tregua de 48 horas para evacuar a todos los civiles, y
esta vez fue el británico quien dijo que no. Crocker justificó su
drástica decisión alegando que aquel plazo solo serviría para que
los alemanes ganaran tiempo. El general británico tenía prisa.
Y
entonces comenzó la Operación Astonia. Entre los días 5 y 6 de
septiembre, El Havre fue arrasada por los bombarderos de la Royal Air
Force (RAF) en el que resultó ser el ataque aéreo más mortífero
sufrido por Francia durante la Segunda Guerra Mundial. El colmo de
aquel absurdo y criminal bombardeo es que no sirvió para nada desde
el punto de vista militar: mató a solo 19 soldados alemanes y a más
de 2.000 civiles franceses.
Como ya comenté por aquí, los Aliados tenían la costumbre de liberar
territorios ocupados por Alemania arrasándolos primero con sus
famosos bombardeos de saturación. De esa forma, causaron más de
60.000 víctimas civiles en Francia y otras tantas en Italia. Por
cierto, el “honesto” general Crocker también había sido el
encargado de conquistar Caen, una ciudad que tenía que haber sido
tomada el mismo día del desembarco de Normandía pero que tardó
seis semanas en caer. Eso sí, antes de ser liberada, por supuesto,
fue arrasada por la RAF en un bombardeo llevado a cabo el 7 de julio
de 1944 que, vaya sorpresa, no afectó a las posiciones alemanas pero
sí mató a cientos de civiles.
El
10 de septiembre, tras un nuevo bombardeo, las tropas británicas
atacaron El Havre que cayó dos días más tarde. Cada bando sufrió
unos 500 muertos.
Obviamente,
la recepción de los civiles supervivientes a sus libertadores
británicos fue bastante fría. El Havre fue reconstruida en la
posguerra, aunque no a gusto de sus habitantes. Quizá por tratar de
compensarles, en 2005 el centro reconstruido de la ciudad fue
inscrito en el patrimonio de la Unesco.
La
verdad es que el tema de los bombardeos aliados sobre territorios
ocupados por los nazis es bastante desconocido aún y la bibliografía
existente es escasa. No obstante, os dejo un buen documental donde se
relata todo esto con más detalle:
Tras la guerra, la Wehrmacht pervivió durante décadas en forma de una leyenda, la de una Wehrmacht "limpia", leyenda concebida y difundida ya en la fase final de la contienda, así como en la inmediata posguerra por parte de los integrantes de su cúpula militar. Esa leyenda habría de convertirse tal vez en el mayor de todos los éxitos de la Wehrmacht, como sugiere un jocoso y certero dicho popular, según el cual ésta perdió la segunda guerra mundial, pero obtuvo una victoria después del año 1945, esto es, la referida a su imagen ante la opinión pública. Wolfram Wette, "La Wehrmacht: Los crímenes del ejército alemán" Desde medianoche callan las armas en todos los frentes. Por orden del gran almirante Dönitz la Wehrmacht ha puesto fin a una guerra sin salida. Así acaba una heroica lucha que se ha prolongado durante casi seis años y que nos ha deparado grandes victorias, pero también amargas derrotas. Al final la Wehrmacht ha sucumbido con honra ante un enemigo netamente superior.
El soldado alemán, fiel a su juramento, ha llevado a cabo gestas por siempre inolvidables en la altísima contienda por su pueblo. La Patria les ha prestado apoyo hasta el final con todas sus fuerzas y con ímprobos sacrificios.
Las hazañas desarrolladas en el frente y en el suelo patrio sabrán hallar posteriormente, en una justa valoración de la historia, su reconocimiento definitivo.
Tampoco el adversario podrá negar su admiración ante el valor y el sacrificio demostrado por los soldados alemanes de tierra, mar y aire. Todo soldado puede, por tanto, deponer su arma erguido y con orgullo y aprestarse a trabajar, en las más difíciles horas de nuestra historia, con valentía y esperanza por la eterna pervivencia de nuestro pueblo.
La Wehrmacht rinde homenaje en esta difícil hora a todos los camaradas caídos frente al enemigo. Ellos nos obligan a mantener fidelidad incondicional, obediencia y disciplina hacia la Patria que se desangra por incontables heridas.
Último parte de guerra emitido por la Wehrmacht, 9 de mayo de 1945
Karl Dönitz
Hoy se cumple el 80º aniversario del inicio de la Segunda Guerra
Mundial y a estas alturas nos seguimos tragando un montón de mitos
al respecto, incluidos algunos nazis. Sí, amigos, hay leyendas de
origen nazi que continúan en cierta medida vigentes a día de hoy, como por ejemplo:
-La
gran ventaja cualitativa y tecnológica de las fuerzas armadas
alemanas, que solo fueron derrotadas debido a los errores militares
de Hitler y a la abrumadora superioridad numérica aliada (véase por
ejemplo la invención del "rodillo soviético").
-Que
el grueso de la Wehrmacht salió "limpia" de crímenes de
aquella guerra, los cuales se debieron básicamente a Hitler, su
camarilla de jerarcas nazis y las SS.
Veamos esto. En
realidad, ni las fuerzas armadas germanas fueron nunca tan modernas y
avanzadas como se ha dicho durante décadas (algo de eso comenté ya aquí y aquí), ni sus armas eran tan
perfectas e innovadoras. Baste decir que el enorme ejército nazi que
invadió la URSS en 1941 estaba formado sobre todo por soldados que
iban a pie con la única ayuda, casi siempre, de caballos. Por otro
lado, si la propia invasión de la Unión Soviética fue un disparate
estratégico, hay que decir que el alto mando alemán apoyó en su
día los planes de Hitler al respecto de forma entusiasta. A mediados de 1941, después
de sus victorias en los años anteriores, los generales teutones se
creían invencibles, capaces de conquistar el mundo y hacer con él
lo que les viniese en gana. Esto produjo cierta
relajación industrial alemana: no se mejoró el equipamiento de la
Wehrmacht, que seguía siendo básicamente el mismo que en el año
anterior. De hecho, al inicio de Barbarossa, el ejército de invasión
alemán tenía más de mil tanques ligeros Panzer I y II, totalmente
anticuados, en especial frente a los carros soviéticos. La campaña
de los Balcanes tampoco supuso un gran retraso para la invasión de la URSS, porque las lluvias de
la primavera de 1941 habrían imposibilitado que el ataque se
produjera mucho antes del 22 de junio. La llegada del invierno ya
había sido prevista antes de la invasión. De hecho, se había
planteado la posibilidad de que la Wehrmacht se acuartelara hacia
octubre para reorganizar la logística, pasar el invierno y acabar la
campaña en 1942. El desvío de fuerzas hacia Kiev -e incluso hacia
el Báltico- también se había previsto, pues el Grupo de Ejércitos
Centro no podría avanzar hacia Moscú dejando importantes fuerzas
enemigas en sus flancos. El objetivo de la guerra moderna, de la
guerra acorazada, no era la conquista rápida del territorio, sino la
destrucción del enemigo. Así se había hecho en Polonia y en
Francia. Por tanto, la decisión de embolsar a los soviéticos en
Kiev fue acertada, y de hecho supuso una enorme victoria alemana. El
error germano estuvo pues en lanzarse inmediatamente después a por
Moscú en lugar de consolidar sus posiciones, y ahí la culpa no fue
tanto de Hitler, sino de sus generales, que se consideraban imparables y
que le convencieron de que era posible tomar la ciudad antes de que
terminara el año. Culpable fue el capitán general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Alto Mando del Ejército alemán, que por
entonces se creía Napoleón. Halder, que tres años antes había
llegado a conspirar contra Hitler temblando ante la idea de que este
pudiera atacar Checoslovaquia, ahora se embriagaba de gusto
imaginando a las tropas alemanas desfilando por la Plaza Roja. Y
culpable fue Heinz Guderian, jefe del II Grupo Panzer, un prima donna que
no dudaba en saltarse la cadena de mando y acudir directamente a
Hitler para que este le autorizase a hacer lo que le diera la gana.
Los generales de los Panzer, como Guderian, Hoth o Kleist, se
creyeron dioses después de sus victorias en los primeros años de la
contienda. Y no tuvieron en cuenta que las enormes distancias del
frente del Este iban a implicar una sobrecarga enorme sobre sus
hombres, máquinas y suministros. Y por supuesto también
influyó en el fracaso alemán la capacidad de resistencia del
Ejército Rojo, que soportó unas pérdidas espantosas y que sin
embargo aguantó hasta el final. Antes de aquel invierno, en realidad
Hitler no se había inmiscuido directamente demasiado en las operaciones
militares. Después del fracaso de la operación Tifón sí lo hizo,
porque empezó a dejar de fiarse de sus generales. Y claro, esto
tampoco ayudaría a Alemania a ganar la guerra.
En
cuanto a la cuestión de los crímenes nazis, en realidad los mandos militares
alemanes que se opusieron a ellos fueron una excepción, pues la gran
mayoría participaron en todo tipo de fechorías cometidas en nombre
de Hitler, especialmente en territorio soviético.
El verdadero origen de esas leyendas está en el último parte de guerra de la Wehrmacht, que he transcrito arriba y que fue obra del gran almirante Karl Dönitz, sucesor de Hitler como líder supremo del Reich en los últimos días de la guerra. Ahí ya quedaba reflejada esa visión de la contienda según la cual Alemania había sido derrotada por la abrumadora superioridad del enemigo, a pesar de lo cual la Wehrmacht lo había dado todo en una lucha heroica y honrosa, realizando enormes sacrificios, algo que habría de ser reconocido por el enemigo y valorado por la historia. A continuación los mitos se fueron alimentando en la posguerra, en primer lugar cuando la División Histórica del Ejército de los Estados Unidos ofreció a antiguos oficiales de la Wehrmacht prisioneros la posibilidad de dar su versión de los hechos. En junio de 1946 estaban involucrados en el proyecto no menos de 328 antiguos oficiales -casi todos generales- que hasta marzo de 1948 redactaron más de mil manuscritos con un volumen aproximado de 34.000 páginas. Todo bajo la dirección del antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército alemán Franz Halder.
Franz Halder
Bávaro y católico, Halder era tenido en gran estima por todo el cuerpo de oficiales y gozaba de la fama de haberse opuesto a Hitler. Y bueno, es cierto, como ya he mencionado, que formó parte de la llamada conspiración de Zossen, un fracasado intento de derrocar a Hitler en 1938 ante sus proyectos de invadir Checoslovaquia, pero también lo es que a partir de 1939 dejó de oponerse al Führer y de hecho participó en la elaboración de los planes de invasión de Polonia, los Países Bajos, Francia, el Reino Unido, los Balcanes y la Unión Soviética. Además, fue responsable de dictar órdenes contra los ciudadanos soviéticos en general y los judíos en particular, las cuales causaron numerosos crímenes y atrocidades en el frente oriental. Es significativo que su decisión de colaborar con los estadounidenses fuera bajo el argumento de "proseguir la guerra contra el bolchevismo". De hecho, la propaganda nazi siempre trató de vender su guerra de exterminio contra la URSS como una cruzada contra el comunismo en la que las tropas de la Wehrmacht eran una suerte de baluarte de la civilización occidental, un dique contra la "inundación asiático-bolchevique". Esta visión no logró evitar el colapso del Reich, pero sí preparó el terreno para la futura alianza de la República Federal Alemana y Occidente y proporcionó un poderoso argumento a los apologistas de la Wehrmacht. En términos similares a los de Halder se expresaron el gran almirante y fugaz sucesor de Hitler, Karl Dönitz, así como el general de la inteligencia militar alemana Reinhard Gehlen, máximo responsable de la organización -creada a iniciativa estadounidense- que llevaba su nombre, la Organización Gehlen (y que era conocida como la "Org", algo de lo que ya hablé aquí), que fue embrión del futuro servicio de inteligencia de la República Federal Alemana. Por aquel entonces, entre las fuerzas armadas británicas y estadounidenses pervivía (y quizá perviva hasta hoy), además del sentimiento de repulsión hacia los crímenes nazis, cierta admiración hacia la profesionalidad, la capacidad táctica y el empeño de los militares alemanes. Y a partir de 1947 el interés de las autoridades estadounidenses comenzó a centrarse, más que en el estudio general de las operaciones alemanas en la Segunda Guerra Mundial, en la campaña del frente del Este, es decir, en la Unión Soviética. El caso es que Halder estuvo colaborando con la División Histórica durante quince años, y la visión de la Wehrmacht que se ofreció bajo sus directrices fue abiertamente la de una víctima de Hitler o, al menos, como manipulada por él de cara a imponer su política criminal, a la que los altos mandos trataron de oponerse por todos los medios, incluyendo el intento de asesinato del dictador (hay que decir que Halder fue detenido por los nazis tras el atentado del 20 de julio de 1944, si bien no había participado en el mismo). Vamos, que el modo en que los altos mandos militares alemanes habían conducido la guerra aparecía casi milagrosamente desligado de los objetivos políticos del régimen. Digamos que, según esta gente, hubo diferentes guerras: en el plano moral, la practicada por la Wehrmacht, dura pero decente y supuestamente limpia, y la sucia y criminal llevada a cabo por las SS; y en términos de profesionalidad militar, la de los triunfos germanos, que fueron mérito de los militares, y la de los fallos y las derrotas que, por supuesto, se debieron al incorregible diletantismo de Hitler como estratega. Obviamente se evitó hacer referencia a la guerra de exterminio llevada a cabo por la Wehrmacht en la URSS, llegándose incluso a "hacer desaparecer diferentes documentos inculpatorios -con ayuda estadounidense- que habrían podido verse utilizados en el proceso de Núremberg", según palabras del antiguo general Leo Geyr von Schweppenburg, que prestó sus servicios en la mencionada División Histórica.
El siguiente episodio, el de la consolidación del mito, consistió en que muchos antiguos generales y oficiales alemanes pasaron de trabajar para los distintos servicios históricos aliados a empezar a
publicar sus memorias en las que, de nuevo, daban a entender de forma clara que
ellos habían sido los artífices de brillantes planes tácticos y
estratégicos, los cuales al final se habían ido al traste por la
intromisión de Hitler, ese cabo ignorante. Pero ahora era a la opinión pública a la que buscaban transmitir la idea de que Alemania podía haber ganado la guerra porque tenía buenos
mandos, buenas ideas, buenos soldados y buenas armas (por algo eran
la raza superior, claro), pero la perdió por culpa de Hitler (que
estaba muerto y ya no se podía defender). Entre ellos cabe mencionar otra vez al general Franz Halder, al gran almirante Karl Dönitz -condenado como criminal de guerra-, al destacado general de blindados Heinz Guderian, al mariscal de campo y comandante de la Wehrmacht en Italia Albert Kesselring -condenado como criminal de guerra-, al mariscal de campo Erich von Manstein -condenado como criminal de guerra y creador del mito del "rodillo soviético"- y al famoso mariscal de campo Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, cuyas memorias de la Segunda Guerra Mundial se publicaron de forma póstuma en 1953.
Por supuesto estos
ilustres generales no dedicaban ni una línea a hablar de los
crímenes de guerra o del Holocausto, como si ellos no hubieran
tenido nada que ver. Esta versión de los hechos, presentada en plena
Guerra Fría, fue bien acogida no solo en Alemania, sino también por
renombrados historiadores y periodistas anglosajones, como el prestigioso historiador militar británico sir Basil Liddell Hart, editor de las memorias de Guderian y Rommel en inglés, los cuales
además la utilizaban para explicar por qué a sus respectivos países
les había costado tanto derrotar al Reich: en lugar de admitir sus
propios errores, era mejor alegar que al fin y al cabo se enfrentaban
a superhombres. De hecho, el mismo Liddell Hart no dejó de mostrar en sus obras su entusiasmo por el talento militar de los oficiales de la Wehrmacht.
Heinz Guderian
Erich von Manstein con Hitler
Y es que, por si no ha quedado claro hasta ahora, a medida que la Guerra Fría se hacía más patente, aumentaba el número de estadounidenses y británicos que opinaban que convenía hacer cuanto fuera posible por ganar a los alemanes como aliados y rearmarlos frente al enemigo común soviético, hasta que llegó un momento en que los más firmes valedores de la actuación de la Werhmacht en la Segunda Guerra Mundial fueron precisamente ciudadanos de sus otrora países enemigos. Así, con
respecto al mito de la Wehrmacht "limpia" de crímenes, el mismísimo Winston Churchill llegó a donar públicamente una suma de
dinero para que el mariscal de campo Erich von Manstein, uno de los
más afamados militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial y autor
del libro de memorias "Victorias frustradas" (guiño,
guiño), contratara los servicios de dos abogados defensores
británicos durante su juicio, celebrado en 1949. Manstein fue
finalmente condenado a 12 años de prisión de los que solo cumplió
cuatro. El problema es que era responsable de aplicar órdenes
criminales en el frente oriental. El filósofo Bertrand Russell, uno de los más destacados pacifistas británicos, declaró públicamente en Alemania en 1949 que Manstein merecía seguramente castigo, pero que, a la vista de la situación política del momento, el proceso era un error. Según Russell, había que tener en cuenta que los crímenes de guerra de los vencedores no habían sido juzgados, y que si Europa quería recuperarse, habría de ser junto a Alemania, por lo que, en política, había que pensar más en el futuro que en el pasado. En 1950, un grupo de antiguos oficiales de la Wehrmacht escogidos por el canciller de la República Federal Alemana Konrad Adenauer, entre los que estaba el general Hermann Foertsch, uno de los principales responsables del adoctrinamiento nazi de los soldados alemanes llevado a cabo en los años treinta, redactaron el "memorando de Himmerod". En él, exponían claramente a Adenauer su convicción de que solo sería posible establecer unas fuerzas armadas en Alemania en la medida en que representantes de las potencias occidentales efectuasen declaraciones que rehabilitaran el honor de la Wehrmacht. Además le reclamaron la puesta en libertad de los miembros de aquella condenados por crímenes de guerra, "siempre y cuando estos solo hubiesen actuado cumpliendo órdenes y no hubiesen cometido ningún acto punible según las leyes alemanas de aquel tiempo". Finalmente, en 1951, durante su
gira por Alemania, Dwigt D. Eisenhower realizó una declaración de desagravio
a la Wehrmacht alegando que existía "una diferencia real entre
los soldados y oficiales alemanes como tales y Hitler y su banda
criminal". "Ike" anteriormente se había pronunciado en términos muy negativos sobre la Wehrmacht, llegando a tacharla de nazi, pero no tuvo problemas en rectificar. Sí, ese mismo Eisenhower que, siendo ya presidente de los Estados Unidos, vino a España a abrazar al dictador Francisco Franco para tenerle como aliado.
El Holocausto además se llegó a equiparar a los bombardeos
aliados sobre Alemania.
En la campaña para las elecciones de 1953, el canciller Adenauer no dudó en acudir al penal de Werl -bajo autoridad británica- para visitar a los criminales de guerra nazis allí internados. Este gesto claramente contribuyó a que los partidos de la coalición gubernamental se alzasen con una mayoría de dos tercios de los sufragios. Por cierto, de los 509 diputados electos entonces, 129 habían estado afiliados al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. En 1955 varios antiguos generales y oficiales de la Wehrmacht, como Erich von Manstein o Heinz
Guderian, participaron en la creación de la Bundeswehr, las fuerzas
armadas de la República Federal de Alemania. Interesaba por tanto, y mucho, que permanecieran incólumes.
Así, en la primera mitad de los años cincuenta culminó el proceso de interpretación del pasado según el cual la culpa de la guerra y los crímenes cometidos durante el régimen nazi se hizo recaer únicamente sobre Hitler y una reducida camarilla de "criminales de guerra con responsabilidad principal". O dicho de otra manera, que debido al contexto internacional, en Occidente se ha
aceptado durante mucho tiempo la idea de que las derrotas alemanas en
la Segunda Guerra Mundial y los crímenes nazis se debieron solo a
Hitler y unos pocos que le rodeaban, de los que la gran mayoría del
pueblo alemán, incluyendo a casi todos sus jefes militares, solo
habían sido unas víctimas más.
Y así continuó siendo hasta que medio siglo después del fin de la Segunda Guerra Mundial -y justo al acabar la Guerra Fría-, en 1995, se rompió el tabú gracias a la inauguración de una exhibición itinerante, la llamada "Exposición sobre la Wehrmacht" (Wehrmachtsausstellung), que recorrió decenas de ciudades alemanas y austriacas hasta 1999 y luego de nuevo, revisada, entre 2001 y 2004. Recibió la visita de más de un millón de personas y tuvo como objetivo demostrar que las fuerzas armadas alemanas habían llevado a cabo una guerra de agresión y de exterminio de los judíos, los prisioneros de guerra soviéticos y la población civil, es decir, la falsedad del mito de la Wehrmacht "limpia". Obviamente la exposición fue controvertida y se enfrentó a las protestas de los partidos de derechas como la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su aliada bávara, la Unión Social Cristiana (CSU), a los que se unieron el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), de extrema derecha, y las agrupaciones de antiguos combatientes. La exposición sufrió incluso un atentado con bomba en 1999, aunque no hubo víctimas (hago notar que en España somos muy dados a la autocrítica con el tema de la memoria histórica, incluso poniendo a Alemania como ejemplo a seguir, pero está claro que en todas partes cuecen habas). Hoy la exhibición se puede ver de forma permanente en el Museo de Historia Alemana de Berlín.
A estas alturas sabemos que las tropas de la Wehrmacht fueron adoctrinadas a través de propaganda antibolchevique, antisemita y antieslava. Sabemos que dicha propaganda fue difundida en parte por sus mandos, acompañándola en ocasiones de órdenes criminales. Sabemos que los soldados de la Wehrmacht no solo estaban en muchos casos al tanto de los crímenes nazis, sino que colaboraban en su ejecución o a veces los iniciaban ellos mismos. Sabemos que la Wehrmacht estableció por la Europa ocupada una red de cientos de burdeles militares donde se utilizaba como esclavas sexuales a mujeres y adolescentes secuestradas. La Wehrmacht no fue, sin más, forzada a obedecer al régimen nazi por el terror y la intimidación, no fue manipulada para que colaborase por parte de una minoría de oficiales nazis, ni apoyó a Hitler debido a un malentendido sobre lo que significaba el nacionalsocialismo. La Wehrmacht formaba más bien parte integral del régimen y, como organización social, reflejó a la sociedad civil en un grado mayor que en el pasado.
Sin embargo, a pesar de todo, los mitos y cuñadismos sobre una Wehrmacht heroica, avanzadísima tecnológicamente para su época e inocente de crímenes, aún persisten entre muchos. En esas seguimos.
Más información:
-Bartov, Omer, "El Ejército de Hitler", La Esfera de los Libros, 2017.
-Peñas Artero, José Antonio, "Detrás del mito. Panzer, los años de las victorias", HRM, 2014.
-Peñas Artero, José Antonio, "Detrás del mito. Panzers: contra la marea", HRM, 2015.
-Wette, Wolfram, "La Wehrmacht: Los crímenes del ejército alemán", Crítica, 2006.
En 1933 las ciudades sabían que las aldeas se estaban muriendo. Los líderes y los administradores del Partido Comunista y del Gobierno sabían que las aldeas se estaban muriendo. Las pruebas estaban ante los ojos de todo el mundo: los campesinos en las estaciones de ferrocarril, los informes procedentes de las zonas rurales, las escenas en los cementerios y las morgues. No cabe duda de que la cúpula dirigente soviética también lo sabía.
Anne Applebaum, "Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania"
Entre 1932 y 1933, una terrible hambruna causada por la política estalinista de la colectivización forzosa asoló Ucrania y otros territorios de la URSS. Aquella catástrofe, que se cobró la vida de al menos cinco millones de personas, es conocida como Holodomor en Ucrania. Más de diez años antes, en 1921, otra brutal hambruna había matado a un número similar de personas en los territorios controlados por los bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa. Las causas fueron similares, básicamente el llamado comunismo de guerra, es decir, la política leninista de requisas de grano a los campesinos. La diferencia entonces con lo que ocurrió en los años treinta fue que en 1921 las autoridades bolcheviques hicieron frente a la hecatombe pidiendo ayuda internacional, la cual obtuvo una buena respuesta, pero en 1933 el comportamiento de Stalin y sus secuaces fue negar la hambruna de forma absoluta, tanto en la URSS como en el extranjero, con el propósito de hacer como si nunca hubiera ocurrido. En un tiempo en que no había televisión, ni internet, y las fronteras estaban cerradas, podría parecer que tal cosa se pudo hacer sin gran esfuerzo, y sin embargo implicó a muchísimas personas, incluidos unos cuantos tontos útiles, durante varios años.
Desde los tiempos de la Revolución bolchevique, los soviéticos se habían valido de extranjeros para afianzar su propaganda en el exterior. Tras la hambruna de los años treinta, volvieron a alentar a esos "compañeros de viaje" para que hablasen en su favor, esta vez desmintiendo cualquier mención a la escasez de alimentos en la URSS. Algunos lo hicieron. Así, en 1931, cuando se vivían en la Unión Soviética los primeros efectos de la carestía, el escritor y Premio Nobel de Literatura George Bernard Shaw disfrutó en Moscú junto a Nancy Astor de un banquete celebrado en su honor por su septuagésimo quinto cumpleaños. Tras dar las gracias a sus anfitriones, se declaró contrario a quienes difundía rumores antisoviéticos y comentó que, cuando sus amigos se habían enterado de que iba a viajar a la URSS, le habían dado latas de comida para que las repartiera entre la gente. "Creían que Rusia se estaba muriendo de hambre, pero yo arrojé toda esa comida por la ventana en Polonia, antes de cruzar la frontera soviética", añadió. Antes tales palabras, parece que el público "se quedó sin aliento" y que "se pudo oír la reacción convulsiva de sus estómagos": una lata de carne de ternera británica habría supuesto una auténtica fiesta en la casa de cualquiera de los ciudadanos soviéticos allí reunidos.
Pero Bernard Shaw no fue el único intelectual que les siguió el juego a las autoridades soviéticas. Walter Duranty fue un afamado y potentado periodista británico que trabajó como corresponsal en la Unión Soviética de The New York Times entre 1922 y 1934. Resultó ganador del Premio Pulitzer en 1932 precisamente por una serie de artículos sobre el éxito de la colectivización soviética y el plan quinquenal estalinista. Duranty defendía cosas como que la vivisección de animales y la represión de los kulaks (campesinos supuestamente acomodados) en la Unión Soviética podían resultar espantosas, pero que "en ambos casos el sufrimiento infligido obedece a una causa noble". Ofrecía una imagen benigna de los "campos de concentración y trabajo" soviéticos, cada uno de los cuales, según él, formaba "una especie de«comuna»donde todos viven en relativa libertad, no encarcelados, pero obligados a trabajar por el bien de la comunidad. Tienen comida y alojamiento gratuitos y se les paga por su trabajo... desde luego, no son presos en el sentido estadounidense de la palabra". Esta postura hizo que el régimen soviético tratase muy bien a Duranty mientras vivió en Moscú, donde llevaba una existencia de lujo y placer, algo inaudito para la época en aquella ciudad: tenía una gran casa, un frigorífico eléctrico traído de Estados Unidos, un asistente estadounidense que buscaba datos, una anciana cocinera rusa, una joven doncellas rusa, un coche, un chófer, una amante con la que tuvo un hijo, y era el corresponsal que más fácilmente podía acceder a las altas esferas, hasta el punto de que logró entrevistar dos veces a Stalin. De hecho, tenía una foto firmada del líder soviético.
Walter Duranty
En realidad, todos los diplomáticos y periodistas que había en la URSS estaban al tanto de la hambruna -también Duranty, claro- o al menos habían oído hablar de ella, pero casi ninguno la mencionaba para no importunar al régimen. Aunque hubo alguna notable excepción.
Gareth Jones fue un joven periodista galés que viajó varias veces por la Unión Soviética entre 1931 y 1933, y que fue testigo de la hambruna.
En febrero de 1933, mientras cubría la subida de los nazis al poder, se convirtió en el primer periodista extranjero que viajaba con Hitler en un avión. Jones, que había leído Mein Kampf y suponía las ambiciones de su autor, escribió: "Si este avión se estrellara, toda la historia de Europa cambiaría". Contempló la reacción de los alemanes ante su nuevo canciller percibiendo "una pura adoración primitiva". En un anticipo de lo que le ocurriría después, no parece que sus opiniones fueran tenidas muy en cuenta.
A comienzos de marzo estaba de vuelta en la URSS. Logró un permiso especial para viajar a Járkov, pero se apeó del tren unos sesenta y cinco kilómetros al norte de la ciudad. Con una mochila cargada de alimentos y sin acompañantes, recorrió durante días aldeas y granjas colectivas contemplando el horror que se estaba viviendo en la Ucrania rural. Documentó todo lo que vio en unos cuadernos que más tarde conservó su hermana:
Crucé la frontera de la Gran Rusia con Ucrania. En todos los lugares hablaba con los campesinos con los que me cruzaba. Todos contaban la misma historia. "No hay pan. Llevamos más de dos meses sin pan. Se está muriendo mucha gente". En la primera aldea ya no había patatas y se estaban quedando sin reservas de buriak (remolacha). Todos decían lo mismo: "El ganado se está muriendo, nechem kórmit (no hay nada con lo que alimentarlo). Solíamos alimentar al mundo y ahora tenemos hambre. ¿Cómo nos vamos a alimentar si solo nos quedan unos pocos caballos? ¿Cómo vamos a poder trabajar en los campos si estamos débiles por falta de comida?". Luego me junté con un campesino con barba que caminaba conmigo. Tenía los pies cubiertos con yute. Empezamos a charlar. Hablaba en ruso de Ucrania. Le di [un] pedazo de pan y otro de queso. "Eso no se puede conseguir en ningún lugar por veinte rublos. Es que no hay nada de comida". Caminamos juntos y hablamos. "Antes de la guerra esto era todo oro. Teníamos caballos, vacas, cerdos y gallinas. Ahora estamos en la ruina [...] Estamos condenados".
Jones encontró "hambre a una escala colosal" y en todas partes escuchaba dos frases repetidas: "todo el mundo tiene el vientre hinchado por el hambre" y "estamos esperando la muerte". Convivió con los moribundos y durmió en el suelo de tierra de las cabañas de los campesinos. Una vez compartió su comida con una niña que después exclamó: "Ahora que he comido cosas tan buenas ya puedo morir tranquila".
En Járkov continuó tomando notas. Vio interminables colas de personas para conseguir pan y habló con la gente sobre la represión, los arrestos y las deportaciones en masa que estaban teniendo lugar en toda Ucrania a la vez que la hambruna.
Cadáveres por las calles de Járkov en 1933 (fotografía de Alexander Wienerberger)
Jones salió discretamente de la URSS y el 30 de marzo dio una rueda de prensa en Berlín donde anunció que se estaba produciendo una gran hambruna en toda la Unión Soviética y emitió un comunicado. Su trabajo se convirtió así en el primero publicado en Occidente sobre la hambruna soviética de los años treinta.
Casi nadie le creyó, pues la mayoría de la intelectualidad de la época simpatizaba con el comunismo. Malcolm Muggeridge, que por entonces trabajaba como corresponsal del Manchester Guardian, publicó de forma anónima y medio censurados tres artículos sobre la hambruna, pero el resto del cuerpo de prensa se posicionó contra Jones. Entre sus críticos destacó Walter Duranty, que el 31 de marzo publicó un artículo en The New York Times titulado "Los rusos están hambrientos, pero no se mueren de hambre", en el que hacía todo lo posible por ridiculizar a Jones:
Ha aparecido en la prensa estadounidense, de cierta fuente británica, una gran historia de terror sobre una hambruna en la Unión Soviética, con "miles de personas ya muertas y millones bajo la amenaza de muerte e inanición". Su autor es Gareth Jones, que fue secretario de David Lloyd George y que recientemente pasó tres semanas en la Unión Soviética y que llegó a la conclusión de que el país estaba "al borde de una crisis horrible", en palabras del autor. El señor Jones es un hombre de mente aplicada y activa, y se ha tomado la molestia de aprender ruso, idioma que habla con considerable fluidez; pero el autor de este artículo estimó que la opinión del señor Jones parecía algo precipitada y le preguntó en qué se basaba. Parece ser que hizo un viaje a pie de sesenta y cinco kilómetros por aldeas de las proximidades de Járkov y que las condiciones le parecieron lamentables. Le insinué que esa era una muestra representativa bastante inapropiada de un país enorme, pero nada hacía flaquear su convicción de que estábamos a las puertas de una gran catástrofe.
Duranty continuaba empleando una expresión que más tarde se haría famosa ("pero -diciéndolo de forma brusca- no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos") y explicaba que había hecho "indagaciones exhaustivas" y que había llegado a la conclusión de que las "condiciones son malas, pero no hay hambruna". Es lo que hoy llamaríamos una fake new.
Indignado, Jones escribió una carta al editor de The New York Times en la que enumeraba sus fuentes -muchísimas personas entrevistadas, entre ellas más de veinte diplomáticos- y atacaba a los cuerpo de prensa en Moscú:
La censura los ha convertido en maestros del eufemismo y el circunloquio. Por ello, a la "hambruna" le dan el agradable nombre de "escasez de alimentos", y "muriéndose de hambre" se suaviza para que se pueda leer como "amplia mortalidad fruto de enfermedades causadas por la desnutrición".
Y ahí quedó todo. Duranty era más famoso, más leído y más creíble que Jones, de manera que lo eclipsó. Nadie salió a defender a Jones, ni siquiera Muggeridge, uno de los pocos corresponsales de prensa en Moscú que se habían atrevido a manifestar un punto de vista similar. Además, a Occidente en aquel momento le preocupaba más Hitler que Stalin. Hasta Polonia, que tenía información detallada sobre la hambruna, guardó silencio, pues había firmado un pacto de no agresión con la URSS en 1932. En agosto de 1933, el político radical francés Édouard Herriot, que había sido jefe del Gobierno de su país en tres ocasiones, fue invitado a visitar Ucrania para desmentir los rumores sobre la hambruna. En un viaje que duró dos semanas, Herriot inspeccionó una colonia modelo infantil, vio tiendas en Kiev cuyos escaparates, vacíos todo el año, se habían llenado convenientemente para la ocasión, viajó en barco por el Dniéper, se reunió con obreros y campesinos entusiastas aleccionados de antemano, y visitó una granja colectiva de la que después recordaría lo "admirablemente bien irrigadas y cultivadas" que estaban sus huertas. Obviamente todo había sido preparado hasta el último detalle para que Herriot contemplara una imagen idílica del país. "He viajado por toda Ucrania y puedo aseguraros que he visto un vergel en todo su esplendor", declaró después. En cuanto a Estados Unidos, su nuevo presidente, Franklin Delano Roosevelt, había decidido que tras los últimos acontecimientos en Alemania y la necesidad de contener a Japón, era hora de que el país entablase plenas relaciones diplomáticas con Moscú. Roosevelt, que leía a Duranty, tenía mucho interés en la planificación centralizada y en lo que creía que eran los grandes éxitos económicos de la URSS. En noviembre de 1933, Estados Unidos reconoció a la URSS en una ceremonia que tuvo lugar en la Casa Blanca, después de lo cual se celebró un lujoso banquete en el Waldorf Astoria de Nueva York, presidido por el comisario de Asuntos Exteriores soviético, Litvínov, y el propio Duranty, el cual se levantó e hizo una reverencia ante mil quinientos invitados. Se produjo un fuerte aplauso. Según informó después The New Yorker, aquel fue "el único momento de alboroto realmente prolongado" de la noche. "De hecho, daba la impresión de que Estados Unidos, en un arrebato de buen criterio, estaba reconociendo tanto a Rusia como a Walter Duranty".
Y así, el encubrimiento de la hambruna soviética pareció estar completo.
Podríamos pensar que algo así, la ocultación de un crimen de tales dimensiones, sería difícil que ocurriera en nuestro siglo XXI, con la televisión, internet y las fronteras abiertas. Sin embargo, la historia parece empeñada en repetirse en cierto grado. Hoy desde luego es difícil no haber oído hablar o leído algo sobre el drama que lleva viviendo Venezuela desde hace años propiciado por sus autoridades. Sin embargo, hace unos meses leímos que la escritora Almudena Grandes no tiene claro lo que ocurre en aquel país y que, en consecuencia, opta por la equidistancia. Y hace poco, la corresponsal del canal estatal ruso RT en América, Anya Parampil, nos ha contado en la cadena Fox News que la culpa de todo lo malo que ocurre en Venezuela la tienen la oposición y los Estados Unidos, y que los medios nos mienten al respecto:
De manera que en el presente, a pesar de tanta información como tenemos a nuestra disposición, sigue habiendo quienes desde los grandes medios de comunicación tratan de disfrazar o tergiversar la realidad con el objeto de apoyar de forma más o menos directa a gobiernos tiránicos.
Tras sacar a la luz los crímenes de Stalin, por supuesto a Jones se le prohibió la entrada en la URSS. En 1935 estaba en Manchukuo, la Manchuria ocupada por los japoneses, que lo detuvieron y le forzaron a salir de allí. Pero antes de que pudiera hacerlo, fue secuestrado y asesinado en circunstancias un tanto misteriosas. Se cree que detrás de su muerte pudo estar el NKVD, en venganza por sacar a la luz los crímenes de Stalin.
Walter Duranty murió en Orlando. Florida, en 1957, a los setenta y tres años de edad. Llevaba años sin escribir y se había casado con una viuda rica poco antes de morir, en el mismo hospital. Su hijo y su amante habían quedado abandonados y olvidados en la URSS hacía mucho. Parece ser que en el tiempo en que permaneció en territorio soviético fue un informante de la OGPU. Siempre había tenido debilidad por las chicas jovencitas de las que el empresario Armand Hammer, también muy ligado a la URSS, le mantuvo bien abastecido. Cuando murió, el nombre de Walter Duranty significaba muy poco para el público estadounidense.
Hoy, quince países reconocen el Holodomor como un genocidio y otros cinco lo califican de crimen estalinista.
Sirva el recuerdo a Gareth Jones de homenaje a todos aquellos que persisten en denunciar públicamente la tiranía allá donde ocurra, aunque no se les haga mucho caso, aunque les cueste la vida.
Más información:
-Applebaum, Anne, "Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania", Debate, 2019.
-Snyder, Timothy, "Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin", Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2011.
Esta vez quiero aprovechar el éxito de esa fantástica serie de televisión llamada "Chernobyl" para publicar algo que escribí hace tiempo y que tenía por ahí guardado.
Mykola Melnyk, más conocido como Nikolai
Melnik, nuestro héroe, nació
en 1953, cerca de Kiev. Ingresó en la Escuela de Pilotos Militares
de Viazma, cerca de Moscú, donde consiguió sus alas. Su padre
también fue piloto de pruebas militar y murió en accidente probando
un prototipo de un reactor soviético cuando Melnik tenía tres años. Voló en distintos tipos de
aviones y un día, pilotando un MiG-21bis, sufrió una
despresurización accidental a 15.000 metros de altitud por la que
afortunadamente no se vio seriamente afectado. No obstante, según
los procedimientos de la fuerza aérea, cuando un piloto sufre este
tipo de incidente e independientemente de cómo haya quedado
físicamente, es dado inmediatamente de baja en vuelo de reactores
supersónicos y transferido a volar aviones de transporte o
helicópteros, a elección del piloto.Voló más tipos de aparatos,
tanto aviones como helicópteros, y en 1978 solicitó su ingreso en
Kamov OKB como piloto de pruebas, donde entró finalmente en 1980
tras seguir un curso específico. 2011 fue el año del accidente de la central nuclear de Fukushima I, ocurrido como consecuencia del terremoto y maremoto que afectaron a Japón
en el mes de marzo. Además, en abril de aquel año se cumplió el 25º aniversario de otro accidente
nuclear, el de Chernóbil, Ucrania, en 1986.
Seguramente el bombardeo más famoso de la Guerra Civil Española sea el de Guernica, pero esto no quiere decir que fuera el peor. En cuanto a número de muertos, los bombardeos más virulentos de aquella contienda se dieron en la costa levantina durante 1938, y corrieron a cargo de la Aviazione Legionaria italiana con base en Mallorca, que actuaba al servicio de Franco. De hecho, varios de estos ataques fueron auténticos bombardeos de terror que buscaban ante todo causar un gran número de víctimas civiles. De esa manera, los italianos trataban de poner en práctica las enseñanzas de su compatriota Giulio Douhet, uno de los primero teóricos del bombardeo estratégico. El autor de la obra de dos volúmenes "Bombardeos del litoral mediterráneo durante la Guerra Civil", José Luis Infiesta Pérez, escribe que "la guerra de España fue la cuna, el primer precedente, aunque modesto, de los bombardeos de terror que multiplicados por cien se han producido en los conflictos posteriores". Efectivamente: escuelas, hospitales, bibliotecas, iglesias, mercados, autobuses y colas se convirtieron de un día para otro en blancos potenciales. Además, una parte muy importante de las víctimas fueron mujeres, ancianos y niños, pues en ese momento la mayoría de la población de ciudades y pueblos estaba conformada por ellos, ya que los hombres, e incluso los casi niños, estaban en los frentes de guerra. De manera que los soldados en el frente no solo sufrían por su propia suerte, sino también por la de sus seres queridos en retaguardia.
Los bombardeos del litoral mediterráneo tuvieron algún brutal antecedente. Así, el 2 de noviembre de 1937 fue atacada Lérida por bombarderos italianos con base en Zaragoza, causando cerca de doscientos muertos, más de sesenta de los cuales eran niños, alumnos del Liceo Escolar.
Con respecto a los bombardeos de localidades costeras o cercanas a la costa, voy a mencionar solo los más destacados. El 25 de mayo de 1938 fue bombardeado el Mercado Central de Alicante provocando más de trescientos muertos. Seis días después, el 31 de mayo, Granollers sufrió un brutal ataque aéreo que produjo más de doscientos muertos. Pero la peor suerte la corrió Barcelona. En enero de 1938 sufrió una serie de ataques aéreos, de los cuales el más sangriento se llevó a cabo el 30 de aquel mes ocasionando más de doscientos muertos. Especialmente afectada aquel día fue la iglesia de San Felipe Neri, en la que se habían refugiados numerosos civiles. Tras el ataque solo quedaron en pie la fachada y parte de la estructura. Hubo 42 muertos, en su mayoría niños. Aún hoy se pueden contemplar en la fachada las marcas del bombardeo.
Sin embargo aquello fue solo la primera parte. Entre el 16 y el 18 de marzo, la capital catalana fue víctima de unos devastadores bombardeos que causaron alrededor de mil muertos y que fueron ordenados personalmente por Mussolini. En realidad, desde el primer día de 1938 hasta el inicio de la batalla del Ebro (25 de julio), buena parte de las poblaciones de la cuenca mediterránea que van desde la provincia de Gerona hasta la de Murcia estuvieron expuestas a ataques aéreos sistemáticos.
Y bueno, en medio de esta orgía de terror fascista un aviador italiano decidió rebelarse.
Giovanni Spilzi nació en la localidad véneta de Cresole di Caldogno, en el norte de Italia, el 31 de mayo de 1915. Hijo de una familia de campesinos, las dificultades económicas le obligaron a abandonar sus estudios en 1934 para alistarse en la aviación militar, previo ingreso en el Partido Nacional Fascista. El 12 de mayo de 1938, sin recibir explicaciones sobre su destino, lo embarcaron rumbo a España y así se convirtió en uno de los cerca de 1.400 italianos que sirvieron en nuestro país como pilotos de la Aviación Legionaria. Al poco de llegar, y al entrar en combate sobre el frente de Aragón pilotando un caza Fiat CR.32 (conocido en España como Chirri), sufrió un accidente que le llevó a estar ingresado dos meses en un hospital de Zaragoza. Tras ser dado de alta, participó en un combate sobre Tortosa que para él sería el último.
Dos días después, el 21 de julio, Spilzi despegó junto a su escuadrilla de caza del aeródromo de Caudé (Teruel) para dar escolta a aviones de reconocimiento en el sector valenciano de Alcublas, a unos cuarenta kilómetros de la base republicana de Manises. La misión marchaba con normalidad cuando de forma repentina Spilzi abandonó la formación y dio medio vuelta para dirigirse, presumiblemente, hacia las lineas propias. Cuando el resto de la escuadrilla regresó a la base, supieron que Spilzi no había aparecido, por lo que temieron que hubiera sido derribado o que, a causa de una avería o una equivocación en la ruta, se hubiera visto obligado a aterrizar en territorio enemigo. La verdad se supo después de que el Ministerio de Defensa republicano informara de su deserción en el parte de guerra del 23 de julio:
"En uno de los aeródromos del frente del Centro aterrizó ayer [sic] un avión marca «Fiat», cuyo piloto, de nacionalidad italiana, se pasó espontáneamente a nuestras filas con su aparato".
La deserción de Spilzi es el único caso documentado de un piloto extranjero al servicio del bando franquista que se pasó volando a los republicanos. En el momento en que desertó al aeródromo de Manises, Spilzi era sargento y tenía 23 años. Su avión estaba cargado con 120 litros de combustible y llevaba la munición de sus ametralladoras intacta. Faltaban cuatro días para que comenzara la batalla del Ebro.
Obviamente el suceso fue recogido por la prensa republicana con profusión, e incluso mereció una crónica en el diario Las Noticias de Barcelona, órgano de la UGT. Ahí fue donde Spilzi expuso los motivos que le habían llevado a desertar, que fueron básicamente los bombardeos de objetivos civiles:
"El hecho no tiene nada de particular cuando se trata de un hombre que como yo tiene sentimientos de persona civilizada. He venido a la zona republicana apenas me convencí de que me habían traído a combatir contra un pueblo que defiende su independencia, su hogar y su dignidad ultrajada (...). Por orden del mando se bombardean las poblaciones civiles y los grupos escolares y los hospitales, porque aseguran que así se quebranta la moral de la retaguardia y las mujeres piden más pronto la paz".
El aviador italiano cobraba 1.500 pesetas al mes por sus servicios en la Aviación Legionaria. Días antes de escapar, había enviado a su padre la cantidad de 9.000 liras, importe de su sueldo de tres meses, para que pudiera hacer frente a posibles represalias por su deserción. Se ofreció a combatir como piloto republicano, aunque él mismo reconocía que "mi afán es imposible, no tendrán confianza en mí para entregarme un aparato, pero puedo instruir, enseñar, porque creo que soy un piloto competente". Sus antiguos superiores al frente de la Aviación Legionaria supieron que Spilzi había suministrado al enemigo todo tipo de información acerca del número, tipos y eficacia de sus aparatos. Además, se le acusó de:
"Exaltar el espíritu de la población y las milicias "rojas" mediante declaraciones públicas, discursos en la radio, entrevistas a los periódicos, en los cuales eran retratadas desfavorablemente las condiciones de vida en la zona nacional, inventadas o exageradas las pérdidas sufridas por las fuerzas franquistas, y difamados los sistemas e ideales del régimen fascista".
Spilzi se incorporó como sargento a la aviación republicana, aunque solo cumplió funciones de propaganda e información. Según el testimonio de algunos pilotos italianos capturados por los republicanos, Spilzi actuaba de intérprete en sus interrogatorios, durante los cuales "llegaba a pronunciar invectivas contra los oficiales de la Real Aeronáutica y contra el Duce".
En enero de 1939 Spilzi envió un telegrama a su familia a través de la Cruz Roja Italiana en el que aseguraba encontrarse bien y "bajo la protección de la República". Unos días después, la Embajada italiana propuso incluirle en un canje de aviadores prisioneros, a lo que las autoridades republicanas respondieron, según se dice en el expediente del tribunal militar italiano que lo juzgó en rebeldía, que Spilzi "no era un prisionero sino un desertor y que vivía tranquilo en el hotel Ritz de Barcelona".
Tras la caída de Cataluña, en febrero de 1939, Spilzi pasó a Francia junto a decenas de miles de españoles republicanos y fue internado en el campo de Gurs.
Un año más tarde fue juzgado en rebeldía por un tribunal militar italiano en Vitoria, por los delitos de deserción y traición. Fue sentenciado a la pena de muerte, previa degradación, mediante fusilamiento por la espalda.
Cuando los alemanes invadieron Francia capturaron a Spilzi y lo entregaron a las autoridades italianas. En 1942 se le conmutó la pena de muerte por diez años de cárcel. En septiembre de 1943, tras la caída de Mussolini y el armisticio de Italia con los Aliados, los alemanes invadieron rápidamente el país. En aquel momento Spilzi se encontraba preso en la cárcel militar habilitada en el cuartel XXX Maggio de la localidad de Pesquera del Garda, en la provincia de Verona, en el Véneto. El 9 de septiembre, Spilzi y otros presos decidieron rebelarse frente los alemanes, pero fracasaron. Los germanos les dieron a elegir entre unirse a ellos o ser deportados a Alemania. La mayor parte de los prisioneros, entre ellos Spilzi, se negó a combatir contra los Aliados, de manera que ese mismo día fueron conducidos a la estación de tren para ser enviados en vagones de ganado a los campos de concentración nazis. Su primer destino fue Dachau. A finales de 1944, Spilzi y otros compañeros fueron trasladados a Buchenwald.
Giovanni Spilzi, el joven piloto italiano que se negó a colaborar en el bombardeo de civiles españoles, y que más tarde se negó también a colaborar con los nazis, murió a consecuencia de la tortura y la enfermedad en el subcampo de Ohrdruf, Buchenwald, el 21 de enero de 1945, dos meses y medio antes de que el lugar fuera liberado por los estadounidenses. En 1951 el Estado italiano amnistió a Spilzi de todos los cargos que le había impuesto el régimen fascista.
A veces hay personas que anteponen su ética y la suerte de los demás a la suya propia. Cuántos casos habrá en que, por desgracia, sus acciones no hayan trascendido y permanezcan en el anonimato. Por eso creo que hay que dar difusión a historias como la de Giovanni Spilzi, no solo porque es de justicia, sino también para que podamos seguir teniendo fe en la naturaleza humana, a pesar de tantos horrores.
Más información:
-Corral, Pedro, "Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil", Almuzara, 2019.
-Infiesta Pérez, José Luis y Coll Pujol, José, "Bombardeos del litoral mediterráneo durante la Guerra Civil" (vols. 1 y 2), Quirón, 1998 y 2000.
-Solé i Sabaté, Josep María y Villarroya, Joan, "España en llamas. La Guerra Civil desde el aire", Temas de Hoy, 2003.