Voy a ejercer de experto en política internacional, que está muy de moda. Ea.
A inicios de 2011, en el marco de la Primavera Árabe, estallaron revueltas contra la dictadura de Bashar al-Asad, en Siria. Durante meses, los manifestantes salieron a las calles una y otra vez, de forma pertinaz, mientras eran masacrados, detenidos o torturados en masa por la policía y el ejército. A la vez que esto ocurría, Occidente y la ONU protestaban enérgicamente. En el verano de aquel año, las protestas se fueron transformando en guerra civil cuando una parte del ejército sirio decidió que no quería seguir aniquilando civiles y se volvió contra el dictador. Occidente seguía a su bola.
A inicios de 2011, en el marco de la Primavera Árabe, estallaron revueltas contra la dictadura de Bashar al-Asad, en Siria. Durante meses, los manifestantes salieron a las calles una y otra vez, de forma pertinaz, mientras eran masacrados, detenidos o torturados en masa por la policía y el ejército. A la vez que esto ocurría, Occidente y la ONU protestaban enérgicamente. En el verano de aquel año, las protestas se fueron transformando en guerra civil cuando una parte del ejército sirio decidió que no quería seguir aniquilando civiles y se volvió contra el dictador. Occidente seguía a su bola.
En 2012 las fuerzas de Al-Asad perpetraron masacres como la de Homs o la de Hula, en las que fueron asesinadas cientos de personas. Mientras Occidente protestaba otra vez, Rusia y China se revelaban como los grandes aliados del régimen sirio al vetar varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU en su contra. La única base militar que mantiene Rusia desde la Guerra Fría fuera de sus fronteras, la de Tartus, está precisamente en Siria. Este es el motivo de que los rusos hayan apoyado y suministrado armas a Al-Asad hasta ahora sin ningún complejo.
A todo lo anterior había que sumar ya el número incesante de refugiados sirios que huían de la guerra: más de 600.000 a comienzos de 2013 y subiendo.
En el verano de 2013, después de más de dos años de matanzas, de más de 100.000 muertos y de casi dos millones de refugiados, parecía que Al-Asad había ganado la partida. La falta de apoyos a los rebeldes y la pasividad internacional frente a la guerra y las carnicerías contrastaban con la diligencia de los amigos del régimen sirio, entre los que se encontraban Irán y la organización libanesa Hezbolá, además de Rusia y China, claro. Ah, y también cierta izquierda: al fin y al cabo Al-Asad, como líder del partido Baaz, no dejaba de ser un representante del socialismo árabe, al menos para algunos (y recordemos que ese socialismo árabe, apoyado en su día de forma entusiasta por la URSS, tuvo como reacción la aparición del yihadismo).
Hasta ese momento, por lo visto, no había ocurrido nada extraordinario a ojos de Occidente que le hiciera intervenir de alguna forma en Siria, pero las cosas iban a cambiar. A partir de entonces, se sucederían cuatro acontecimientos que harían que por fin los occidentales prestaran un poco más de atención a lo que estaba pasando en esa república árabe. Son los siguientes:
-La masacre de Guta, el 13 de agosto de 2013, cometida con armas químicas.
-La aparición en la escena siria del llamado Estado Islámico de Irak y el Levante, una escisión del Frente Al-Nusra, la Al Qaeda siria.
-La llegada masiva de refugiados sirios a Europa en el verano de 2015. Por entonces, el total de huidos del país superaba ya los cuatro millones.
-Los atentados de París el 13 de noviembre de 2015, que dejaron más de 130 muertos (incluyendo a siete terroristas) y que fueron reivindicados por el Estado Islámico.
Veamos cada punto por separado.
La masacre de Guta, al sur de Damasco, produjo más de 1.400 muertos y 3.000 heridos. Un horror y un escándalo, sobre todo para las autoridades estadounidenses. Lo hipócrita del asunto es que por entonces las armas convencionales habían matado a más de 100.000 sirios, y eso no parecía preocupar mucho a Occidente. Es fácil deducir que lo que removió tantas conciencias cuando lo de Guta no fue el número de muertos, sino la forma de asesinar. Dicho de otra manera: si en Siria se asesina con armas convencionales no hay problema, pero si se asesina con armas químicas hay que hacer algo. Como ya comentamos aquí, las armas químicas son fáciles y baratas de fabricar, motivo por el que se las denomina "armas de los pobres", y a la vez son más eficaces y menos letales que las convencionales. Se las clasifica como armas de destrucción masiva, aunque sean bastante menos mortíferas que las nucleares y produzcan menos muertes que las convencionales. El problema que tienen los yanquis y sus acólitos con estas armas radica precisamente en la facilidad con que se fabrican y en su eficacia, y por eso se empeñan en prohibirlas, para que no pongan en riesgo su supremacía. El Gobierno sirio fue responsabilizado del ataque y se le obligó, bajo amenazas, a destruir todo su arsenal químico. Pero la guerra continuó. El mensaje que Occidente envió a Bashar al-Asad estaba muy claro: podía asesinar en masa a su gente, pero solo con armas convencionales.
Ante la persistente pasividad internacional frente a los crímenes de Al-Asad, la oposición se ha radicalizado cada vez más al ser infiltrada por un número creciente de yihadistas. Esto es lógico también si tenemos en cuenta que el apoyo financiero a los rebeldes ha provenido sobre todo de Arabia Saudita y Catar, deseosos de acabar con el poder chií en Siria. Hoy el Estado Islámico controla amplias zonas de Irak y Siria, amenaza tanto al régimen sirio como a Occidente, y pretende conquistar el mundo entero.
En septiembre de 2014 Estados Unidos y sus aliados empezaron a bombardear al Estado Islámico en Siria.
La llegada masiva a Europa de refugiados sirios que huyen de las matanzas nos ha recordado a los europeos que sí, que hay una guerra en Siria. La aparición de niños muertos en una playa turca llamó mucho la atención de la opinión pública, pero la Unión Europea ha aceptado recoger a solo 120.000 refugiados sirios de un total de más de cuatro millones. Y con reticencias de algunos países.
Lo cierto es que la gran mayoría de los millones de refugiados sirios se han alojado en los países limítrofes al suyo, como es lógico.
Campo de refugiados de Zaatari, en Jordania, que alberga a unas 80.000 personas
Los atentados de París han demostrado brutalmente a la opinión pública europea que las amenazas del Estado Islámico van en serio. A raíz de ellos, parece que la comunidad internacional por fin se ha decidido a actuar de forma conjunta en Siria. Más de cuatro años tarde, eso sí, y contra el Estado Islámico, pero no contra el régimen de Al-Asad, principal causante de la guerra, lo que indirectamente le beneficia.
Bashar al-Asad comenzó a masacrar a su gente a inicios de 2011, cuando esta le pedía reformas democráticas, y la comunidad internacional no hizo nada por detenerlo. Se le amenazó dos años y pico después, pero no por ser un asesino, sino por utilizar armas químicas. Hoy la guerra en Siria se ha transformado en un problema muy complejo, cada vez más sangriento y que difícilmente se va a solucionar a base de bombardeos. De hecho, la historia nos enseña que los bombardeos no suelen resolver nada.
Cuando un dictador empieza a asesinar a la gente en masa no se trata de un problema interno en un país, deberíamos saberlo ya. En mi humilde opinión, habría que haber parado las matanzas en Siria en 2011, por ejemplo amenazando a Bashar al-Asad, como se hizo cuando perpetró el ataque químico. Ahora hay una guerra terrible en Siria que dura varios años y que poquito a poco se va convirtiendo en un conflicto mundial. Y es que las guerras son como las obras: se sabe cómo y cuándo empiezan, pero no cómo ni cuándo terminan.