sábado, 19 de diciembre de 2020

Rapadas


"La Tondue de Chartres", de Robert Capa


Mi corazón es francés, pero mi culo es internacional.

Arletty


La foto está tomada el miércoles 16 de agosto de 1944, durante la liberación de Chartres, Francia, y fue publicada el 4 de septiembre de aquel año por la revista Life. La mujer del centro de la imagen se llamaba Simone Touseau y en ese momento tenía 23 años. En 1941, tras conseguir un trabajo como intérprete para los ocupantes alemanes, se había liado con unos de ellos llamado Erich Göz. El bebé que llevaba en brazos, una niña, era hija de ambos.



La fotografía ilustraba una reportaje titulado "La chica partisana de Chartres" cuyo texto hablaba en realidad de otra Simone sobre la que volveré más adelante.

Aquella mañana, después de la llegada de las tropas estadounidenses a Chartres, se procedió a reunir a los colaboracionistas. Tres de ellos fueron ejecutados de forma sumaria y más tarde un peluquero procedió a rapar a una decena de mujeres acusadas de "colaboración horizontal", es decir, de haber intimado con el enemigo.



En ese momento apareció Capa con su cámara y se puso a retratar a los sujetos humillados antes y durante su exposición a la turba ansiosa de venganza. La icónica foto que publicó Life fue tomada por la tarde, mientras la policía escoltaba a Simone Touseau y su familia rodeados por el populacho, en humillante procesión. Además de raparle la cabeza, a Simone le habían marcado la frente con un hierro candente. A su izquierda iba su madre, Germaine Touseau, también rapada, y delante caminaba su padre, Georges Touseau, con una bolsa de tela. Para la muchedumbre por lo visto el espectáculo era de lo más divertido.



Madre e hija fueron encarceladas y sometidas a un proceso, esta vez con garantías, que solo concluyó en 1947. La sentencia condenó a Simone a diez años de degradación nacional, una fórmula que privaba de derechos a los colaboracionistas convirtiéndolos en ciudadanos de segunda. En 1966 Simone murió alcoholizada con 44 años. Su padre murió tres años después y su madre en 1980. Erich, el padre de su hija, había muerto combatiendo a los soviéticos en 1944. Y aquella niña, Catherine, trató de permanecer en el anonimato cuando se hizo mayor. Ignoro si seguirá viva, pero de ser así hoy tendría 76 años.




Bueno, considero que el tema de esta entrada, el de las mujeres castigadas en los tiempos modernos a base de raparles la cabeza, goza de plena actualidad por dos motivos: porque, por un lado, muchos de sus detalles solo se han conocido en las últimas décadas, y por otro, porque está muy relacionado con el feminismo, una cuestión que lleva siendo tendencia desde hace unos años. Vamos allá.

El afeitado de la cabeza como forma de humillación es muy antiguo. Se trata de un castigo corporal que tiene por objeto dejar en evidencia al sujeto y exponerle al escarnio público en ese momento y también a lo largo del tiempo, pues el estigma es visible durante meses. El "paseo de la vergüenza" al que se ve sometida Cersei Lannister en la serie "Juego de Tronos" por lo visto está inspirado en un suceso real que afectó a Jane Shore, amante de Eduardo IV de Inglaterra, allá por el siglo XV.



La secuencia puede servir para que nos hagamos una idea del suplicio por el que han pasado muchísimas mujeres, como Simone Touseau, especialmente en tiempos recientes. Y es que en el siglo XX la práctica del rapado como castigo se cebó en ellas con una clara connotación sexual, ya que se les privaba de uno de sus elementos de seducción, el pelo. Así, desde los inicios de la Guerra Civil Española los franquistas practicaron con fruición el rapado de las mujeres republicanas. El ritual de humillación solía incluir la ingesta forzada de aceite de ricino, un potente laxante, después de lo cual eran obligadas a pasearse en público para que se defecasen mientras caminaban y recibían insultos y agresiones por parte de la multitud. 



En esta fotografía, tomada en Montilla (Córdoba) en agosto de 1936, aparece un hombre rodeado de veinte mujeres, la mayoría adolescentes, pertenecientes al grupo de canto que ensayaba en la Casa del Pueblo. Llevan la cabeza rapada salvo un pequeño mechón, y están haciendo el saludo fascista de forma forzada. Las chicas habían sido detenidas sin cometer delito alguno, solo por pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas o tener familiares de izquierdas. Después de raparles la cabeza, las habían obligado a ingerir aceite de ricino para que así expulsaran "el comunismo del cuerpo". Más tarde, junto al director de la banda de música, Joaquín Gutiérrez Luque (apodado Bartolo, el hombre de la foto), habían sido obligadas a pasear por las calles del centro para sufrir las burlas de la gente, y luego vino la foto en el patio del Ayuntamiento. Todavía soportaron algunas vejaciones más, como tener que hacer de sirvientas para los guardias civiles, hasta que finalmente fueron puestas en libertad.

Durante la Guerra Civil la violencia contra las mujeres se produjo en ambos bandos, aunque mucho más en la zona sublevada. Por supuesto incluía encarcelamientos, torturas, fusilamientos -como a los hombres- y, cómo no, violaciones, pues las agresiones sexuales nunca han dejado de ser un arma de guerra. En este sentido hay que destacar las palabras radiadas desde Sevilla el 23 de julio de 1936 de uno de los cabecillas de la sublevación, el general Queipo de Llano -que además de aficionado a dar discursos incendiarios en la radio fue responsable de numerosos crímenes-, instando a sus tropas a violar a las rojas:
Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen.


En España, el robo de bebés (iniciado en la posguerra y que se prolongó hasta la democracia) y el rasurado de la cabeza fueron formas de sometimiento de las mujeres llevadas a cabo exclusivamente por los franquistas. Esto no es de extrañar, ya que tales castigos poseían un componente ideológico importante: uno de los pilares del reformismo republicano había sido precisamente el avance en materia de derechos para las mujeres. 



Al comienzo de la guerra las mujeres del bando republicano incluso habían asumido papeles hasta entonces reservados a los hombres. Sin ir más lejos, sirvieron como milicianas, aunque no tardaron ser retiradas del frente cuando las fuerzas republicanas se "profesionalizaron" al formarse el Ejército Popular. 



De manera que el franquismo supuso una brutal involución al empeñarse en devolver por la fuerza a las mujeres a su papel "natural" y tradicional en la sociedad: el de esposas y madres dóciles, el del sometimiento y la invisibilidad. En ese sentido, los castigos públicos servían de advertencia para todas aquellas que tuvieran la tentación de salirse del camino correcto.



La siguiente oleada de mujeres rapadas llegó no mucho después, con la Segunda Guerra Mundial.

Las mujeres conforman como tales un grupo de víctimas de la Segunda Guerra Mundial, aunque solo sea por el hecho de que durante la misma se produjeron más violaciones -sobre todo en sus fases finales- que en cualquier otro conflicto bélico de la historia. Por si no fuera suficiente, en no pocas ocasiones las mujeres eran asesinadas después de la violación (por ejemplo, cuando los soldados alemanes violaban a alguna mujer judía, a continuación la mataban para no ser descubiertos y sufrir la "vergüenza racial").

Hubo tres ejércitos que se distinguieron por cometer un gran número de violaciones: el alemán (en Polonia y la Unión Soviética), el japonés y, sobre todo, el soviético. Digamos que desde que salió de la URSS en 1944 y avanzó hacia Alemania, el Ejército Rojo se convirtió en una colección de violadores en serie. Solo en Alemania y hasta 1948 se cree que pudieron ser violadas dos millones de mujeres de todas las edades, aunque los soviéticos llevaron a cabo violaciones masivas por casi toda Europa Oriental. Violaban incluso a las supervivientes de los campos de concentración nazis, incluso a sus compatriotas que habían caído prisioneras de los alemanes para castigarlas por la traición de haberse entregado al enemigo. En un entorno en el que los soldados tenían un poder ilimitado sobre las mujeres, donde todos los compañeros de armas se entregaban a la violencia sexual, y sin riesgo apenas de sufrir un castigo, la violación se convirtió en la norma. Una prueba de la impunidad con que los soldados del Ejército Rojo cometían todo tipo de agresiones a las mujeres que se iban encontrando es que cuando el dirigente partisano Milovan Djilas se quejó ante el mismísimo Stalin de que los soviéticos violaban a sus compatriotas yugoslavas, este le respondió que no veía nada de malo en que un hombre se divirtiera con una mujer después de pasar por los horrores de la guerra.

Entre los motivos por los que los nazis violaban masivamente a las eslavas y las judías, y los japoneses a las mujeres de los países que ocupaban (especialmente en China y Corea), estaba el desprecio racista que sentían hacia ellas. Las veían como seres inferiores desde cualquier punto de vista y por tanto sentían que podían abusar de ellas a placer. Se podría pensar en cambio que el motivo de los soviéticos era simplemente la venganza por los crímenes perpetrados durante la invasión de su país, lo cual explicaría -muy relativamente, eso sí- las agresiones a las alemanas, austriacas, húngaras y rumanas, pero no las padecidas por las polacas, yugoslavas y presas liberadas de los campos nazis. Tampoco explica las violaciones a japonesas y chinas cometidas cuando los soviéticos invadieron Manchuria, en agosto de 1945. En realidad el motivo es más complejo, pues se trataba de una mezcla de revanchismo, castigo sexista y choque cultural. En cualquier caso todos ellos, nazis, japoneses y soviéticos, llevaron a cabo violaciones en masa porque nadie se lo impedía, por el mero hecho de que podían hacerlo.

Hay que añadir, por cierto, que los soviéticos muchas veces obligaban a los hombres a mirar cómo violaban a sus mujeres, madres, hermanas o hijas, de manera que las violaciones en masa no solo fueron violentas y denigrantes para ellas, sino también humillantes y castrantes para ellos, que observaban impotentes tales escenas.



Los soldados estadounidenses, británicos y franceses también cometieron violaciones, por supuesto, sobre todo en Italia, Alemania y Japón, pero en muchísima menor proporción que los soviéticos... salvo una excepción: la de las tropas coloniales francesas procedentes de Marruecos, que llevaron a cabo violaciones masivas de mujeres, hombres y niños en Italia y Alemania con un empeño similar al del Ejército Rojo. La influencia de la brecha cultural en estos terribles hechos es clara.

En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, Alemania controlaba de forma directa o indirecta la mayor parte de los países de Europa y ejercía su influencia sobre alguno más. A pesar de su poderío militar, es evidente que no podría haber logrado tal dominio sobre tantos millones de personas sin la colaboración directa de muchas de ellas, cientos de miles. Al final de la guerra no había nadie más odiado en los países liberados del nazismo que los colaboracionistas. Más incluso que los alemanes, que al fin y al cabo tenían la excusa de ser extranjeros. En cambio los colaboracionistas eran traidores a su país, y en un ambiente de fervor patriótico como el que impregnaba Europa en aquel momento, ese era un pecado imperdonable. El castigo a estas personas (políticos, miembros de milicias, policías, empresarios, periodistas, locutores, directores de cine, actores, cantantes, sacerdotes, prostitutas, mujeres que simplemente habían confraternizado con los alemanes, etc.) se produjo en cierta medida en todos esos países y tuvo dos etapas, una descontrolada y otra controlada. La primera, que los franceses llamarían épuration sauvage, comenzó a la vez que ocurría la liberación de cada país y es la que más víctimas mortales se cobró: entre 9.000 y 10.000 en Francia y entre 12.000 y 20.000 en Italia, según las fuentes. En otros lugares, como Bélgica y los Países Bajos, las cifras fueron muchísimo menores. Esta "depuración salvaje" fue llevada a cabo básicamente por los movimientos de resistencia, y las autoridades aliadas le pusieron freno en cuanto pudieron dando paso así a la controlada por los tribunales, que fue mucho más leve. Dejando aparte que hubiera grupos, especialmente los comunistas, que aprovecharan el río revuelto de la liberación para ajustar cuentas y practicar purgas dentro de la propia Resistencia (en los últimos meses de 1944, los comunistas españoles exiliados en Francia asesinaron a unos 200 de sus compatriotas también refugiados allí, simplemente porque no simpatizaban con el estalinismo), el motivo de que los partisanos, sobre todo en Italia y Francia, decidieran tomarse la justicia por su mano en lugar de esperar a los Aliados fue que no confiaban demasiado en que los tribunales castigaran a los fascistas y colaboracionistas con eficacia. Por eso, sin ir más lejos, mataron a Mussolini (y a su amante Clara Petacci, no lo olvidemos). De hecho, en Europa Occidental la depuración terminó siendo decepcionante para mucha gente. De los más de 300.000 casos investigados en Francia, solo alrededor de 95.000 tuvieron algún tipo de castigo, un 30% del total (en ocasiones los tribunales estaban compuestos por... ¡jueces de Vichy!). De esos, menos de la mitad (unas 45.000 personas) recibieron una condena de prisión o peor. Se dictaron 6.763 condenas a muerte, casi 4.000 de ellas in absentia, pero se llevaron a cabo menos de 800 ejecuciones pues casi todas fueron conmutadas por De Gaulle (la depuración francesa se cobró en total 10.500 víctimas mortales, la inmensa mayoría de ellas a manos de la Resistencia, es decir, en la etapa "salvaje"). El castigo más común era la degradación nacional de la que he hablado antes, una pérdida de derechos civiles como el del voto o el de ostentar un cargo público. Sin embargo, la mayoría de estos castigos se revocaron tras una amnistía en 1947 y gran parte de los presos fueron puestos en libertad. Después de una nueva amnistía, en 1951 solo quedaba en prisión 1.500 de los peores criminales de guerra. Así, el mariscal Pétain, que había dirigido el Estado títere de Vichy, vio cómo De Gaulle conmutaba su pena de muerte por la de cadena perpetua en 1945 para ser puesto en libertad por problemas de salud finalmente en 1951 (murió un mes después). En Italia el asunto fue aún más escandaloso. De los 50.000 fascistas encarcelados, solo una pequeña minoría pasó mucho tiempo en la cárcel, pues en 1946 todas las condenas de menos de cinco años de prisión fueron anuladas y los presos puestos en libertad. Italia fue uno de principales países del Eje, y sin embargo sus tribunales de la posguerra dictaron menos sentencias de muerte en proporción que ningún otro país de la región: 92 con una población de 45 millones de personas. Para colmo, y a diferencia de sus socios alemanes y japoneses, ningún italiano fue procesado por crímenes de guerra cometidos fuera de su país. 

Una vez acabada la guerra y castigados los principales culpables, se hizo necesario crear la imagen de que cada nación europea se había mostrado unida frente a la agresión alemana, de tal forma que solo una exigua minoría era responsable de haber colaborado con el invasor. Lo de menos era que esto no fuese realmente cierto (en países como Francia, Rumanía, Hungría, Eslovaquia o Croacia, el propio Estado había colaborado con Alemania), pues al fin y al cabo el mito de la unidad nacional era no solo conveniente, sino imprescindible para aliviar tensiones y reconstruir el país en paz.

El lugar de Europa donde un colaboracionista tenía más probabilidades de ser ejecutado tras un juicio era Bulgaria, donde se cumplieron 1.500 sentencias de muerte, aunque esto tuvo más que ver con la toma del poder por los comunistas que con el castigo de cualquier delito real. De hecho, la depuración en la Europa Oriental dominada ya por los soviéticos fue muy diferente de lo ocurrido en el oeste. A los juicios y ejecuciones se sumaron hechos terribles, como por ejemplo la deportación de unos doce millones de alemanes étnicos, sobre todo de Polonia y Checoslovaquia. Durante la guerra los nazis habían obligado a los europeos a tomar conciencia de su raza porque, según ellos, en ese terreno había un problema que resolver. En el este de Europa además habían atizado los enfrentamientos étnicos y fomentado en su provecho determinados nacionalismos, como el croata o el ucraniano. Fue allí donde el Holocausto ocurrió a la vista de todo el mundo. Si tras la liberación de Europa Occidental los Aliados trataron de eliminar el odio racial e imponer la armonía entre los distintos grupos étnicos, en la Oriental ocurrió lo contrario: a pesar de su doctrina internacionalista, los soviéticos trataron de aprovechar el odio racial y nacionalista de forma similar a como lo habían hecho los nazis y apoyaron las limpiezas étnicas como si no hubiera un mañana. En realidad esto no tiene nada de extraño, pues los soviéticos llevaban más de dos décadas deportando a pueblos enteros dentro la URSS como si fueran piezas en un tablero de ajedrez, desde los cosacos a los tártaros de Crimea pasando por muchos otros. Así, en 1945, además de los alemanes, se expulsó a decenas de miles de húngaros de Eslovaquia y Rumanía, a cientos de miles de polacos de la Unión Soviética, a otros cientos de miles de ucranianos de Polonia, y a los italianos de Yugoslavia después de que los partisanos de Tito asesinaran a miles de ellos en la masacre de las foibe

Por cierto, hablando de Tito, en mayo de 1945 sus partisanos asesinaron a un número de personas comprendidas entre las 50.000 y las 60.000 en la zona situada entre Bleiburg (Austria) y Maribor (Eslovenia). Las víctimas eran en su mayoría croatas y bosnias a las que se unieron al menos entre 8.000 y 9.000 miembros de la Guardia Nacional Eslovena que fueron asesinados en los bosques y barrancos del macizo Kočevski Rog. Todos ellos habían huido a Austria desde Yugoslavia para tratar de rendirse a los británicos, pero estos les entregaron a los partisanos comunistas. En total, unas 70.000 personas, militares y civiles, fueron asesinadas por los partisanos yugoslavos después de la guerra. La acusación que pesaba sobre todas ellas era la de haber colaborado con los nazis, y su muerte fue en venganza por los crímenes cometidos por el régimen ustacha, el Estado títere croata dirigido durante la guerra por el fascista Ante Pavelić. Sin embargo también influyeron otros factores en las masacres: la criminal limpieza étnica que los ustachas habían llevado a cabo condujo a otra similar, pues los partisanos no distinguieron entre culpables e inocentes al elegir a sus víctimas por su origen étnico, básicamente croata, bosnio y esloveno. Sin duda hubo también un motivo político: puesto que los comunistas tenían la intención de obligar a Croacia y Eslovenia a reincorporarse a una federación yugoslava, no tenía sentido dejar que decenas de miles de acérrimos nacionalistas croatas y eslovenos pusieran en peligro esos planes (de hecho, cualquiera que no profesara las ideas comunistas podía ser perseguido). En realidad el asunto lo resumió muy bien quien fuera mano derecha de Tito por entonces, Milovan Djilas, en una entrevista que concedió en 1979: "No había forma de que los casos de 20.000-30.000 personas pudieran investigarse de forma fiable. Así que la salida más fácil era fusilarles a todos y acabar para siempre con el problema". Si en Europa Occidental la depuración resultó ser decepcionante, como dije más atrás, la Yugoslavia de Tito resolvió la situación prescindiendo completamente del sistema judicial.

Y como no podía ser menos, Stalin hizo algo similar para lo que también contó con colaboración británica. Alrededor de 50.000 cosacos fueron entregados de mala manera por las tropas británicas al Ejército soviético en Austria, entre mayo y junio de 1945. Entre los cosacos se encontraban muchos militares que habían combatido en las filas alemanas contra los partisanos, pero también estaban sus familias, mujeres, ancianos y niños. Por otro lado, no todos eran ciudadanos soviéticos, ya que muchos de ellos se habían exiliado en tiempos de la Guerra Civil Rusa o habían nacido en el extranjero. En cualquier caso no se hizo ninguna criba: todos ellos, militares y civiles, soviéticos y no soviéticos, fueron entregados a Stalin por la única circunstancia de ser cosacos y a sabiendas de que les esperaba lo peor. De hecho, algunos de ellos fueron asesinados de inmediato, otros serían ejecutados más tarde y el resto acabaron en el Gulag donde muchos morirían.


"Entrega de los cosacos en Lienz", de S. G. Korolkov


En total, unos dos millones de personas fueron entregadas por los Aliados occidentales a los soviéticos. Stalin consideraba a cualquier ciudadano soviético que cayera prisionero del enemigo como sospechoso de traición. En ese sentido, cientos de miles de ellos, tras ser liberados de los campos nazis, fueron a parar a los del Gulag. 

Este inciso ha sido para dejar claro que la depuración en Europa Oriental se llevó a cabo básicamente a través de deportaciones y masacres, mientras que en el oeste fue muchísimo menos violenta e incompleta con el ánimo de crear en cada país un mito de unidad nacional. ¿Cómo se canalizó entonces en Europa Occidental el afán de venganza que sin duda estaba en el ánimo de muchos? Pues sí: rapando a las mujeres.

Al final de la Segunda Guerra Mundial todo el mundo en Europa consideraba traidoras a las mujeres que se habían acostado con soldados alemanes. Esa "colaboración horizontal", como se llamó en Francia, no suponía sin embargo ningún crimen que pudiera perseguirse legalmente, a pesar de lo cual los policías y los sodados aliados permitieron sin ningún problema que las turbas castigaran a estas mujeres. En algunos casos las autoridades incluso alentaban las agresiones contra ellas porque pensaban que eran una válvula de escape útil para la cólera popular. De todas las venganzas que se llevaron a cabo contra los colaboracionistas en el oeste de Europa, esta fue sin duda la más pública y extensa. Las mujeres afectadas se justificaban alegando que el amor no era delito o que las relaciones sentimentales nada tenían que ver con la política, pero a los ojos de sus vecinos eso no era excusa: las relaciones sexuales con alemanes por supuesto que eran una cuestión política. Que Alemania no solo hubiera ocupado Dinamarca, Noruega, los Países Bajos o Francia sino que encima se acostara con sus mujeres era como si estuviera violando al país entero. Además, esto suponía la castración de sus hombres, que no solo se habían demostrado impotentes contra el poderío militar alemán sino que se encontraban ahora con que sus propias mujeres les ponían los cuernos.

De hecho, la cantidad de relaciones sexuales que se dieron entre soldados alemanes y mujeres de la Europa ocupada fue bastante alta. En Noruega hasta un 10% de las chicas con edades comprendidas entre los 15 y los 30 años tuvieron novios alemanes durante la guerra. La cantidad de ellas que se acostaron con germanos por toda Europa occidental seguramente fue de cientos de miles. Los movimientos de resistencia tachaban a estas mujeres de ignorantes, pobres o incluso de deficientes mentales, y afirmaban que se acostaban con los alemanes por necesidades económicas. Sin embargo hoy sabemos que, aunque ese sin duda fue el caso de algunas, lo cierto es que aquellas mujeres que tuvieron sexo con alemanes eran de toda clase y condición social, y que en su gran mayoría no lo hacían por obligación, ni porque sus propios hombres estuvieran ausentes, o porque necesitaran dinero y comida, sino sencillamente porque les daba la gana. Básicamente les parecía atractiva la imagen fuerte, viril y "caballeresca" de los militares teutones, sobre todo comparándola con la débil impresión que tenían de sus propios hombres. En Dinamarca, por ejemplo, las encuestas en tiempo de guerra descubrieron que el 51% de las danesas admitían con toda franqueza que encontraban a los alemanes más tractivos que a sus compatriotas.







La necesidad de castigar a esas mujeres se sentía muy vivamente en Francia, donde la gran presencia germana, casi exclusivamente masculina, era equivalente a la correspondiente ausencia de hombres franceses, de los cuales dos millones eran prisioneros o trabajadores en Alemania. No es extraño entonces que la ocupación de Francia se contemplara en términos sexuales, como si fuera una "putilla" que se entregaba a Alemania mientras el Gobierno de Vichy actuaba de chulo. La liberación fue una oportunidad para enderezar algo las cosas. Al tomar las armas de nuevo, los franceses tuvieron ocasión de redimirse tanto a los ojos de sus mujeres como a los del mundo. Charles de Gaulle se convirtió en un símbolo durante la guerra para sus compatriotas porque se negó con tenacidad a someterse a la voluntad de nadie, incluidos sus aliados, y también porque nunca renunció a su espíritu marcial. Los discursos que transmitía por la BBC estaban cargados de alusiones a la "Francia combatiente", al "orgulloso, valiente y gran pueblo francés", a la "fortaleza militar de Francia" y a la "aptitud para la guerra de nuestra raza". Estas palabras no solo animaban a los franceses a luchar contra los alemanes, sino que además contrastaban poderosamente con el derrotismo "afeminado" de Vichy. La rehabilitación de la masculinidad francesa comenzó más en serio tras el desembarco aliado del Día D en junio de 1944, cuando De Gaulle y sus tropas de la "Francia Libre" regresaron al país y protagonizaron una serie de éxitos militares de enorme valor propagandístico. El primero de ellos fue la liberación de París, que llevó a cabo principalmente la 2ª División Blindada francesa del general Leclerc. Hoy es sabido, por cierto, que la primera avanzadilla que envió Leclerc a la ciudad, la 9ª compañía, más conocida como "La Nueve", estaba casi íntegramente formada por republicanos españoles.




El segundo hito militar fue el desembarco de las fuerzas aliadas en Provenza los días 15 y 16 de agosto, entre las que iba todo un ejército francés que, comandado por el general De Lattre, luchó sin descanso liberando Tolón, Marsella, Lyon -la segunda ciudad de Francia-, hasta llegar a Alsacia. Finalmente las tropas francesas entraron en Alemania y tomaron Stuttgart. Obviamente los franceses libres no pudieron haber hecho nada de eso sin la inestimable ayuda de estadounidenses y británicos -que fueron realmente quienes liberaron Francia-, pero al tener ellos también un papel en la derrota alemana, empezaron a redimirse de la vergüenza militar de 1940.

Sin embargo, el mayor motivo de orgullo galo fue la formación de otro ejército en la propia Francia que se sublevó y luchó contra los alemanes desde dentro. Las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), o les fifis, como se las conocía con cariño y a la vez con desdén, fue el nombre oficial que se otorgó a partir de 1944 a todos los grupos clandestinos de resistencia franceses reunidos bajo el mando del general Pierre Koenig. Tras los desembarcos aliados, las FFI liberaron casi todo el suroeste francés (después de que lo evacuaran los alemanes, eso sí), se sublevaron en París antes de la llegada de los Aliados y despejaron la región de Lyon para las tropas que se dirigían hacia el norte desde Marsella. 


Españoles de la Resistencia francesa desfilan por Toulouse después de liberarla. Llevan cascos alemanes capturados y la bandera republicana.


El fenómeno de la Resistencia hizo tanto por la moral francesa que, tras el desembarco de Normandía, sus integrantes subieron como la espuma: entre junio y octubre de 1944 pasaron de 100.000 a 400.000. Hay que decir que la gran mayoría se unió a las FFI en septiembre, cuando los alemanes ya prácticamente habían sido expulsados de Francia. Fue realmente en ese momento cuando la resistencia en Francia se convirtió en un fenómeno de masas: todo el mundo decía pertenecer a la misma. Se podía distinguir a los reclutas de última hora de los resistentes más avezados porque estos solían ser discretos, mientras que aquellos eran muy aficionados a presumir de su hombría y su valor. Tal exhibición de virilidad, aparte de resultar cansina, tuvo otro efecto negativo, y es que acabó por dejar al margen a no pocas résistantes femeninas con bastante más experiencia. Con respecto a ellas, escribe el historiador Robert Gildea: "Dado que los varones en edad militar habían quedado dispersos tras la derrota o habían sido recluidos en campos de prisioneros, las tareas de organización de los primeros grupos de la resistencia en la Francia ocupada recayeron sobre las mujeres y los hombres de mayor edad".

Una de esas primeras mujeres resistentes, Margerite Gonnet, fue detenida en 1942 por los nazis. Durante el juicio, el fiscal militar alemán le preguntó el motivo por el que había tomado las armas, a lo que ella respondió: "Muy sencillo, coronel, porque los hombres las habían depuesto". Fue sentenciada a dos años de prisión.




Otra fue Simone Segouin, la chica partisana sobre la que hizo el reportaje la revista Life del que he hablado al principio. Con solo 18 años, Segouin capturó a 25 soldados alemanes en el pueblo de Thivars y participó en la liberación de Chartres y París.



Jeanne Bohec, que huyó a Inglaterra en junio de 1940, durante la invasión alemana, fue lanzada en paracaídas sobre Francia cuatro años después, antes de la liberación. Experta en explosivos, se dedicó a instruir al maquis, pero no se le permitió participar en los combates: "Me dijeron cortésmente que me olvidara. Una mujer no debería luchar cuando se dispone de tantos hombres. Sin embargo, seguramente sé utilizar un fusil ametrallador mejor que muchos de los voluntarios FFI que acaban de hacerse con estas armas".



El caso es que, como había hecho el Ejército Popular de la República en España, los grupos de resistencia franceses terminaron por relegar completamente a las mujeres. Y si esta repentina reafirmación de la masculinidad francesa apartó a las mujeres "buenas", el destino reservado para las "malas" que le habían sido "infieles" a su patria fue mucho más severo. En la mayoría de los casos el castigo impuesto era el afeitado de la cabeza, que casi siempre se realizaba en público para que la humillación fuera mayor. Es lo que le pasó por ejemplo a Simone Touseau. A menudo el espectáculo se completaba obligando a las mujeres rapadas a recorrer las calles desnudas o con poca ropa, marcadas con esvásticas y untadas con brea. Estas escenas no fueron para nada exclusivas de Francia, pues hubo acontecimientos similares por toda Europa Occidental. En los Países Bajos, Dinamarca, Italia o las islas del Canal -el único territorio británico que fue ocupado por Alemania- hubo miles de mujeres con la cabeza rapada por acostarse con fascistas o germanos. Los partisanos italianos tenían hasta alguna canción que alardeaba de ello:
E voi fanciulle belle                                                                
Che coi fascisti andate                                                           
Le vostre chiome belle                                                                             
Presto saran tagliate                                                              

Y vosotras hermosas señoritas
Que con fascistas andáis
Vuestro bello cabello 
Pronto os lo cortarán
No hay muchos ejemplos en el cine que ilustren este triste fenómeno, aunque fuera generalizado en tantos países de Europa. En ese sentido, el que aparece en la película "Malèna", protagonizada por Monica Bellucci y dirigida por Giuseppe Tornatore, es una más que notable excepción:




Sin embargo sí hay en la red una buena colección de imágenes y vídeos reales que dan testimonio de aquella desgracia:














La gran popularidad que tenían estos castigos parece apuntar a una profunda necesidad de los pueblos liberados de expresar la indignación que les producía el colaboracionismo. Ya he señalado que las autoridades veían en el rapado de las mujeres una catarsis, una salida emocional para las comunidades locales que ayudaba a prevenir un derramamiento de sangre generalizado de colaboracionistas más importantes, como si se tratara de una ofrenda expiatoria. Hay historiadores, de hecho, que apoyan esta tesis de que la visión de las mujeres rapadas y humilladas en las calles y plazas daba lugar a una caída de la tensión local y evitaba males mayores. Lo que parece innegable es que el sacrificio de estas "colaboracionistas horizontales" unía a las comunidades ya que se trataba de una forma relativamente segura y temporal de violencia y el único acto de venganza en el que todos podían participar. Durante las ceremonias de rapado, las multitudes incluso entonaban de forma espontánea canciones patrióticas. El hecho de que estos rituales tuvieran lugar en las plazas o en las escaleras de los ayuntamientos significaba que los movimientos de resistencia reclamaban que los cuerpos de esas mujeres fueran de utilidad pública. Algunas de ellas eran muy conscientes de que las estaban usando de forma simbólica, pero también les indignaba verse condenadas por un acto privado que, en su opinión, nada tenía que ver con la guerra. No faltó quien incluso se lo tomó con humor. La actriz francesa Arletty tuvo una relación sentimental con un oficial de la Luftwaffe, Hans Jürgen Soehring, con el que se había dejado ver en todas partes. 



Tras la liberación, estuvo oculta un tiempo pero a los dos meses fue arrestada y enviada al campo de Drancy (anteriormente utilizado por los nazis para encerrar a los judíos). Más tarde recordaría: "En la cárcel, una monja joven intentó que me acercara a Dios. Yo le dije que ya nos habíamos conocido y que no había funcionado". Durante el juicio, el fiscal le preguntó que cómo se sentía. "Pues no muy résistante", dijo Arletty, que siempre tenía alguna aguda réplica a mano. A la principal acusación en su contra, esto es, que hubiera tenido un amante alemán, respondió: "En mi cama no hay uniformes". A continuación pronunció su frase más recordada, "mi corazón es francés, pero mi culo es internacional", aunque he leído otras versiones como "mi corazón pertenece a Francia, pero mi vagina es mía". Tras pasar seis semanas en Drancy, Arletty fue recluida en régimen de arresto domiciliario en la finca de unos amigos, a treinta kilómetros de París. En 1947 retomó su carrera. Mantuvo la amistad con Soehring hasta la muerte de este en 1960.



La anécdota de Arletty con la monja es significativa porque el castigo a las mujeres que se habían acostado con alemanes traslucía también un marcado puritanismo: aunque algunas estuvieran casadas, lo cual ya implicaba una inmoralidad de por sí, en realidad todas ellas habían cometido un adulterio antipatriótico.

Obviamente hubo alguna "colaboracionista horizontal" que se libró de las represalias por tener buenos contactos, por el clásico "no sabe con quién está usted hablando", y es que en estas cuestiones también había categorías. Fue el caso por ejemplo de la famosa diseñadora y creadora de la marca que lleva su nombre Coco Chanel, que estuvo durante toda la ocupación conviviendo en el Hotel Ritz de París con el barón Hans Günther von Dincklage, un agente secreto alemán adscrito a la Embajada de su país como jefe de Prensa y Propaganda. El asunto es de traca porque parece ser que la propia Chanel también fue agente nazi, es decir, que estamos ante una auténtica colaboracionista que incluso tuvo un lío con su jefe, Walter Schellenberg, un apuesto oficial de las SS el cual durante la guerra llegaría a dirigir todo el espionaje alemán. Tras la liberación, Chanel fue interrogada pero en un rato volvió a ser puesta en libertad y nadie la molestó nunca más por sus actividades durante la guerra. Durante unos años continuó su relación con Von Dincklage, que se había refugiado en Suiza (finalmente, como buen alemán, se instalaría en Mallorca). Coco Chanel también conoció personalmente a Winston Churchill quien, según ella, habría intervenido en su favor.



Asimismo es llamativo el caso de la escritora y mecenas estadounidense Gertrude Stein, que vivía en Francia desde inicios del siglo XX. No tengo noticias de que se liara con ningún nazi (quizá porque era lesbiana), pero sí colaboró con el régimen de Vichy. Es más, elogió públicamente a Pétain y continuó haciéndolo tras la guerra sin sufrir castigo alguno. Stein, por cierto, era judía.



Solo en Francia en torno a 20.000 mujeres fueron castigadas por "colaboración horizontal". En ocasiones la pena impuesta no se limitó al rapado de la cabeza, la humillación pública y la pérdida de derechos: más de 2.000 fueron además ejecutadas.




La grácil escultura de las imágenes se llamaba La jeune fille au chevreau ("La joven con el cabrito"), representaba a una adolescente desnuda ofreciendo una mazorca de maíz a un cabritillo y en 1926 fue ubicada en los Jardins de la Fontaine de Nimes, en el sur de Francia. El autor se llamaba Marcel Courbier y la obra recibió tantos premios y alabanzas que el Ayuntamiento de Nimes, localidad natal del artista, decidió adquirirla para exponerla en los jardines de la ciudad, uno de los parques públicos más antiguos de Europa. El feliz acontecimiento otorgó fama también a Marcelle Battu, la joven que el año anterior, cuando aún tenía 17 años, había posado como modelo para la escultura.

Pasaron los años y Marcelle Battu se convirtió en madame Polge al casarse con Albert Polge, un futbolista del Sporting Club Nîmois nacido en Indochina. Durante la ocupación alemana, la señora Polge se amancebó con el comandante alemán de la ciudad, un tipo de apellido francés llamado Saint-Paul, y parece ser que gracias a esa circunstancia recibió toda clase de bienes materiales. Fue detenida el 24 de agosto de 1944, tras la liberación de Nimes, y juzgada un mes más tarde. El diario socialista Le Populaire publicó que Marcelle "reconoció recibir todos los días (...) un kilo de carne, dos o tres litros de leche, y del comandante boche Saint-Paul, carne de caza con mucha regularidad, dos o tres veces a la semana; y haber ido bien calzada y peinada sin gastar un solo céntimo (...). Y mientras tanto, la clase obrera y sus hijos morían de hambre".



A la sensación de adulterio y de afrenta antipatriótica se unía a veces la envidia económica, el odio de clase. Marcelle fue condenada a muerte y conducida desnuda y rapada al paredón el 2 de octubre. Tras fusilarla, exhibieron su cadáver ante las buenas gentes de la ciudad que lo cubrieron de escupitajos e incluso le introdujeron un palo de escoba por la vagina, seguramente para dejar claro que a ojos de la turba no era más que una bruja. 

A su marido, Albert, se le perdió la pista después de aquello y parece que acabó suicidándose en los años setenta.

La escultura para que la que posó Marcelle siendo adolescente, que tanta belleza, delicadeza e inocencia había inspirado a sus vecinos, terminó destrozada y sus restos fueron retirados de los jardines de Nimes.



La práctica del rapado y la humillación de tantas mujeres al final de la Segunda Guerra Mundial puede contemplarse hoy como un episodio vergonzoso de la historia europea, pero entonces se celebró con orgullo y aire festivo, y desde luego los soldados y administradores aliados no hicieron nada por evitarla. En palabras de Anthony Eden, secretario del Foreign Office británico: "Quien no ha pasado por los horrores de una ocupación por parte de un ejército extranjero no tiene derecho a pronunciarse sobre lo que hace un país que sí ha pasado por ello". Como siempre, puede parecer fácil juzgar aquellos hechos a posteriori, pero lo que resulta innegable es que aquellas mujeres fueron cabezas de turco, chivos expiatorios cuyo castigo era una forma simbólica de extirpar no solo sus propios pecados, sino los de la comunidad entera.



Para empezar, los más fieros perseguidores de estas filles de boches no eran generalmente personas que se hubieran distinguido por sus actos de valor durante la guerra. Fueron más bien resistentes de última hora, esos que se apuntaban al antifascismo militante cuando ya no había fascistas, después de la liberación, que se pavoneaban de un lado a otro con brazaletes y subfusiles recién adquiridos y que demostraban su entrega a la causa persiguiendo a traidores y "malas" mujeres. La venganza puede servir para encubrir el sentimiento de culpa de quien no se ha puesto en pie cuando era peligroso.

De hecho, a pesar del llamamiento a continuar la lucha que en junio de 1940 dirigió el general De Gaulle al pueblo francés a través de la BBC, la verdad es que a lo largo del primer año de ocupación la resistencia en Francia fue prácticamente inexistente. Las cosas empezaron a cambiar a partir del 22 de junio de 1941, cuando Alemania invadió la URSS y no mucho después los comunistas franceses crearon un movimiento de resistencia armada llamado Francotiradores y Partisanos (FTP). No hay que olvidar que hasta ese momento el comportamiento del Partido Comunista francés (PC-SFIC) había sido muy diferente. Debido al Pacto Ribbentrop-Mólotov, y siguiendo instrucciones de la Komintern, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial el PC-SFIC adoptó una actitud tan derrotista que terminó siendo ilegalizado el 26 de septiembre de 1939 por el Gobierno de Daladier. Maurice Thorez, líder del partido, fue movilizado pero huyó a la Unión Soviética, también por orden de la Komintern. Juzgado in absentia por deserción, fue condenado a muerte, aunque el devenir de la guerra impediría que se cumpliera la pena. El acuerdo firmado por Alemania y la URSS, en teoría un simple pacto de no agresión, fue seguido de un Tratado de Amistad, Cooperación y Demarcación, todo lo cual supuso una auténtica alianza política y militar entre ambos países. En esas circunstancias, Francia y el Reino Unido, los enemigos de la Alemania nazi, habían pasado a ser también los rivales de la Unión Soviética y por tanto de los comunistas en general. Británicos y franceses eran los culpables de la guerra mientras nazis y soviéticos invadían y se repartían Polonia (a la que también responsabilizaban del conflicto). El propio Stalin, con bastante cinismo, declaró en Pravda el 30 de noviembre de 1939:
"No es Alemania quien ha atacado a Francia e Inglaterra, sino Inglaterra y Francia quienes han atacado a Alemania, asumiendo así la responsabilidad de haber empezado la guerra".
Tras el inicio de la ocupación alemana de Francia, los comunistas galos evitaron realizar ninguna acción contra los germanos y mantuvieron esa actitud hasta 1941. A cambio los nazis pusieron en libertad a más de 300 presos comunistas detenidos por las autoridades francesas meses atrás, tras la ilegalización del partido. Después del inicio de la Operación Barbarossa, y de nuevo cumpliendo órdenes de los soviéticos, los comunistas franceses iniciaron la lucha armada contra los alemanes y de hecho se convertirían en el grupo más importante de cuantos integraron la resistencia en Francia. Como buenos estalinistas, la auténtica patria de los comunistas galos era la Unión Soviética y en consecuencia solo cumplían órdenes de su líder supremo: Stalin.

En cualquier caso, la Resistencia francesa solo se convirtió en motivo de seria preocupación para los alemanes después del Día D, en junio de 1944. Hasta ese momento, ser destinado en Francia fue para los militares germanos casi como estar de vacaciones.






El mito de la France Résistante se instauró desde que el 25 de agosto de 1944 De Gaulle llegó a París y dio un discurso que decía lo siguiente:
¡París! ¡París ultrajado! ¡París destrozado! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado! Liberado por sí mismo, liberado por su pueblo con la colaboración de los ejércitos de Francia, con la ayuda y la colaboración de toda Francia, es decir, de la Francia que lucha, es decir, de la única Francia, de la verdadera Francia, de la Francia eterna.



Esa inmediata reescritura de la historia impuso un relato según el cual los franceses tuvieron un papel decisivo en la liberación de su país mientras que los colaboracionistas no habían pasado de ser una minoría. La realidad, por supuesto, era bien diferente. Escribe Alan Riding que en la Francia ocupada "el colaboracionismo y la autoconservación fueron instintos más fuertes que la Resistencia". La administración estatal, la policía, la Magistratura, buena parte del ejército y un largo etcétera colaboraron con los nazis y, como hemos visto, muy pocos pagaron por ello. En París, que había sido tomado por los alemanes sin ninguna oposición, la vida cultural y el ocio se mantuvieron en el mismo apogeo que antes de la guerra. El régimen de Vichy, establecido legalmente en 1940 (el 10 de julio de aquel año, 569 diputados y senadores de la Asamblea Nacional francesa, incluyendo la mayoría de los parlamentarios del Partido Socialista -SFIO-, votaron a favor de otorgar plenos poderes al mariscal Pétain; solo 80 parlamentarios votaron en contra), instauró ya entonces las primera leyes antisemitas en Francia sin esperar a que los nazis se las impusieran. A través de la policía y la Milicia, Vichy participó de forma entusiasta en las deportaciones de los judíos residentes en Francia, de forma que más de 70.000 de ellos desaparecieron para siempre. Francia solo pudo ser liberada cuando las tropas aliadas -estadounidenses, británicas y canadienses- desembarcaron y se hicieron fuertes en Normandía. Francia no estuvo unida en ningún momento, ni durante la ocupación ni después. Igual que ocurrió en otros países, la llegada de los Aliados desencadenó un enfrenamiento civil, en el caso francés entre los partidarios de Vichy y la Resistencia. Pero es que las propias FFI estaban divididas entre los grupos de izquierda, donde predominaban los estalinistas, y los partidarios de De Gaulle (finalmente ganaron estos últimos, pues en 1944 los líderes aliados reconocieron al general como presidente del Gobierno provisional de la República francesa). Ya he mencionado que los comunistas aprovecharon la guerra y la liberación para dar rienda suelta a sus purgas. De hecho, el Partido Comunista Francés (PCF desde 1943) elaboró entre 1932 y 1945 una serie de listas negras señalando a cientos de "traidores", "delatores", "provocadores", "trotskistas" e incluso a los militantes que se habían negado a aprobar el pacto entre Hitler y Stalin. Hoy resulta muy complicado saber cuántos de los fusilados bajo la acusación de ser colaboracionistas de Vichy lo fueron realmente o cayeron más bien víctimas de una depuración comunista.

En realidad, hasta cierto punto es normal que la gran mayoría de los franceses no se opusieran a los ocupantes alemanes o que incluso colaboraran con ellos de alguna forma. Los ciudadanos de Francia vieron cómo sus fuerzas armadas habían sido incapaces de derrotar al enemigo mientras un héroe de guerra como el mariscal Pétain, puesto al frente del Estado con el apoyo de casi todos los parlamentarios, ordenaba cesar la lucha. Qué iban a hacer los franceses: ¿marcharse a Inglaterra?, ¿echarse al monte? Sí, algunos lo hicieron, pero precisamente esos fueron una minoría y no los colaboracionistas. Sin embargo, la leyenda de la France Résistante perduró durante décadas y solo se empezó a venir abajo cuando en 1995 un presidente francés, Jacques Chirac, reconoció la responsabilidad de su país en el Holocausto.

Lógicamente, lo sucedido en Francia durante la ocupación se repitió en otros países en mayor o menor medida. En resumidas cuentas, y como señaló el escritor francés Robert Brasillach, toda la Europa occidental "se acostó con Alemania" a través de innumerables acciones cotidianas que hicieron posible la ocupación germana (Brasillach, por cierto, fue fusilado por colaboracionismo). Pero en muchos lugares quienes pagaron el pato fueron solo las mujeres que se habían acostado con alemanes (y eso que, en cualquier país sometido a ocupación militar, se suceden las relaciones de todo tipo entre ocupantes y ocupados; también ocurrió así en Alemania y Japón cuando ambos fueron ocupados por los Aliados al final de la Segunda Guerra Mundial). De forma similar a la represión franquista sobre las mujeres republicanas, este castigo sexista tuvo también algo que ver con el avance de los derechos femeninos que se venía dando desde principios de siglo. Por ejemplo, en 1944 De Gaulle autorizó el sufragio femenino de manera que al año siguiente las francesas pudieron votar por primera vez en su historia. Esto levantó aún más suspicacias hacia las mujeres que durante la ocupación habían escogido la compañía equivocada. Así, en febrero de 1945 un periódico de la Resistencia, Le Patriote de l'Eure, publicaba el siguiente texto, por otro lado bastante cargado de moralismo:
"De aquí a poco veremos a estas señoras depositando su voto al lado de nuestras valientes francesas de a pie, madres de familia o esposas de prisioneros. No vamos a consentir que las que se han reído a nuestra costa, las que quizá nos han amenazado, las que se han extraviado para caer rendidas en los brazos de los alemanitos participen en el destino de la Francia renacida".
En fin, el único consuelo de aquellas mujeres era pensar que podría haber sido mucho peor. Ya hemos visto que en el este de Europa el castigo a las mujeres se llevó a cabo a base de violaciones masivas. En Europa occidental el hecho de cortarles el pelo representaba una forma mucho menos depravada de violencia sexual para lograr un mismo fin político.

Finalmente este relato quedaría cojo si no hablara de un último aspecto directamente relacionado con la "colaboración horizontal", hasta el punto de que fue una prueba irrefutable de su existencia: los niños que nacieron como resultado de la misma. En Dinamarca hubo 5.579 bebés de padre alemán registrado, aunque el número real sin duda fue bastante mayor. En los Países Bajos se cree que el número de niños de padres alemanes estaría entre los 16.000 y los 50.000. En Noruega, cuya población es un tercio de la neerlandesa, el número se sitúa en torno a los 12.000 (de los cuales 8.000 formaron parte del programa nazi Lebensborn, un plan de reproducción selectiva que tenía como objetivo expandir la raza aria por Europa). Y en Francia se piensa que la cantidad fue como mínimo de 85.000. El número total de niños engendrados por soldados alemanes en la Europa ocupada se desconoce, pero las estimaciones varían entre uno y dos millones.

Huelga decir que estos bebés no fueron muy bien recibidos en las sociedades en las que nacieron. Una relación indiscreta se puede perdonar, ocultar u olvidar, pero un niño es un recordatorio permanente de la vergüenza de una mujer y, por extensión, de la comunidad entera. Las mujeres rapadas podían animarse pensando que su cabellos volverían a crecer, pero un niño no se podía deshacer. O sí, porque de hecho hubo casos en los que la vergüenza era de tal magnitud que los bebés fueron asesinados poco después de nacer, generalmente a manos de los padres de las chicas descarriadas. Afortunadamente este tipo de sucesos no era frecuente, pero sí refleja un sentimiento muy extendido en la sociedad europea de la posguerra según el cual los niños nacidos de padres alemanes durante la ocupación eran una afrenta para la nación entera. En ese contexto, el diario noruego Lofotposten publicaba el siguiente editorial el 19 de mayo de 1945:
"Todos esos niños alemanes estaban predestinados a crecer y desarrollarse en una amplia minoría bastarda dentro del pueblo noruego. Debido a su origen están condenados de antemano a adoptar una actitud combativa. No tienen nación, no tienen padre, solo tienen odio, y esta es su única herencia. No pueden convertirse en noruegos. Sus padres eran alemanes y sus madres eran alemanas de pensamiento y acción. Permitirles quedarse en este país equivale a legalizar la cría de una quinta columna. Van a constituir siempre un elemento de irritación e intranquilidad entre la población noruega pura. Tanto para Noruega como las propios niños es mejor que continúen su vida bajo los cielos del lugar al que pertenecen por naturaleza".
En ningún país el tema de los "niños de la guerra" de soldados germanos ha sido tan bien investigado y documentado como en Noruega. Esto se debe a que tras la contienda las autoridades noruegas crearon un Comité de Niños de la Guerra para estudiar qué hacer con ellos, y mucho más tarde, en 2001, el Gobierno de aquel país financió un programa de investigación para averiguar qué trato habían recibido esas personas en la posguerra y que se podía hacer para tratar de reparar toda posible injusticia cometida con ellas. Hoy sabemos que en el verano de 1945 miles de mujeres noruegas acusadas de acostarse con alemanes fueron encarceladas o encerradas en campos de prisioneros (unas 1.000 solo en Oslo). Como ya he comentado, a muchas les afeitaron la cabeza y fueron humilladas en público (las llamaban tyskerhoren, "putas de los alemanes"), pero lo más preocupante es que las autoridades noruegas planearon despojarlas de la nacionalidad y deportarlas a Alemania con sus hijos. Tomar tales medidas era ilegal, aunque el Gobierno noruego sí logró arrebatar la nacionalidad a las mujeres que habían llegado al extremo de casarse con alemanes. Así, de un día para otro cientos -quizá miles- de mujeres noruegas que creyeron haber actuado dentro de la ley perdieron su nacionalidad mientras veían cómo se las tachaba de "alemanas" y como tales se enfrentaban a una posible deportación junto a sus hijos. El Comité de Niños de la Guerra estudió esta última cuestión durante meses y a finales de 1945 recomendó que no se deportara a la fuerza ni a los niños ni a sus madres. Como el tema de las deportaciones parecía que no iba a ser posible, se empezaron a estudiar las consecuencias de mantener a todos esos niños en Noruega. Ya he indicado que en los países que habían sido ocupados por los nazis existía la creencia generalizada de que cualquier mujer que se hubiera dejado seducir por un soldado alemán seguramente era débil mental. De igual manera, cualquier alemán que eligiera a una compañera deficiente debía ser él mismo imbécil. La inevitable conclusión de dicho razonamiento era que sus hijos tendrían casi con toda seguridad los mismos defectos (no deja de ser irónico que para los nazis los hijos de alemanes y noruegas automáticamente pertenecieran a la raza superior, mientras que para los noruegos fueran retrasados). Para valorar la cuestión, el Comité nombró a un destacado psiquiatra llamado Ørnulv Ødegård al que encargó el estudio del estado mental de los niños de la guerra y de sus madres. 



Como se esperaba, Ødegård concluyó que las noruegas que habían confraternizado con soldados alemanes durante la ocupación tenían un nivel de inteligencia inferior a la media, y que hasta 4.000 de los niños que habían tenido con ellos podrían ser oligofrénicos. En consecuencia, muchos niños de la guerra fueron catalogados de deficientes sin ningún tipo de prueba y algunos de ellos quedaron condenados a pasar el resto de su vida en instituciones mentales donde, al parecer, sufrieron incluso experimentos médicos.

La calificación de estos niños como débiles mentales por su país, su comunidad y en ocasiones hasta por sus profesores, añadió un nuevo estigma a un grupo ya de por sí vulnerable. Obviamente el bullying, el acoso escolar del que tanto se habla hoy, aquellos niños lo sufrieron en ración doble o triple. Habitualmente objeto de mofa por parte de sus compañeros de clase, los "niños alemanes" eran excluidos de las celebraciones, apartados de los que eran noruegos "puros", y tenían que soportar que les pintaran esvásticas en sus libros escolares y sus carteras. Además, muchos eran rechazados por sus familias, que les consideraban el origen de todos sus problemas. Cuando sus madres se casaban después, muchos padecían abusos verbales, psicológicos y físicos a manos de padrastros que les odiaban por ser "hijos de enemigo" o tyskerunger ("niños alemanes"). Algunos padecían el rechazo incluso de su madre. Así, Tove Laila Strand, nacida en 1941 de padre alemán y madre noruega, fue enviada por los nazis con un año de edad a una casa del programa Lebensborn. Su padre había muerto en el frente y su madre fue declarada no apta para criarla. Al año siguiente se la llevaron a Alemania, con sus abuelos paternos, pero en 1947 fue devuelta a su madre, que mientras tanto había encontrado otra pareja con la que se había casado. Tove Laila tenía seis años y solo hablaba alemán, un idioma que su madre y su padrastro se encargaron de eliminar a golpes en tres meses. No solo no recibió ningún afecto por parte de ninguno de los dos, sino que durante el resto de su infancia tuvo que aguantar que su madre la llamara "maldita cerda alemana" mientras sufría todo tipo de abusos físicos y sexuales, un infierno que solo acabó cuando se escapó de casa con 16 años.




La experiencia más común de los niños de la guerra fue el silencio vergonzoso acerca de su ascendencia paterna, un ocultamiento que existía tanto a nivel nacional como personal. Cuando el Gobierno noruego comprobó que no podría deshacerse de esos niños, trató de borrar toda huella de herencia alemana que hubiera en ellos. Llegaba incluso al extremo de cambiarles el nombre si este sonaba demasiado germano. Pero a nivel personal era peor. Muchas madres se negaban a hablar a los niños de su progenitor, o les prohibían a ellos hacerlo. Algunos niños no se enteraron de quién era su padre hasta que fueron a la escuela y se burlaban de ellos. Hubo historias que terminaron bien. Quizá la niña de la guerra noruega más famosa sea Anni-Frid Synni Lyngstad, una de las integrantes del grupo ABBA. Nacida unos meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial, su madre y su abuela decidieron huir con ella a Suecia para evitar represalias. Debido a la temprana de muerte de su madre, Anni-Frid fue criada por su abuela. A través de una revista alemana, en 1977 supo que su padre, a quien creía muerto, en realidad estaba vivo, de manera que pudo conocerle en persona.

Quién sabe si la letra del tema "Chiquitita", uno de las más famosos de ABBA, no estará inspirada en la historia de Anni-Frid o en la de los niños de la guerra en general.



En 1950 las noruegas que se habían casado con alemanes pudieron volver a adquirir su nacionalidad, pero a los niños de la guerra se les negó ese derecho hasta que cumplieran los dieciocho años de edad.

Para conocer los devastadores efectos que el rechazo universal tuvo sobre estos niños de la guerra ha habido que esperar al siglo XXI. Según el estudio financiado por el Gobierno noruego en 2001, los niños de la guerra han sufrido más divorcios, peor salud y tasas de mortalidad más elevadas que el resto de la población de su país. Por lo general su nivel educativo es más bajo, han tenido peores salarios y más probabilidad de suicidarse. 

La cultura del silencio sobre estos niños ha perdurado pues durante décadas. En Polonia, por ejemplo, el número oficial de niños de la guerra sigue siendo cero. Obviamente la realidad no encaja en el mito nacional de la unidad y la "resistencia universal" frente a la ocupación que se creó a posteriori en cada país.

Las experiencias de los niños de la guerra noruegos son bastante representativas de las del resto de Europa occidental. Durante la posguerra, los niños de padres germanos sufrían amenazas, acoso, abusos y marginación en cualquier país que hubiera sido ocupado por Alemania. Ser hijo de padre alemán implicaba como mínimo tener un apodo despectivo: bébé boche, tyskerunge, moeffenkind...

En la gran mayoría de los casos no había nadie que defendiera a estos niños salvo sus madres, que a su vez eran también objeto de desprecio. Creo que la mejor forma de cerrar esta entrada es con estas palabras del historiador Keith Lowe:

"Uno solo puede aplaudir el valor de una madre francesa que se enfrentó a una maestra que había llamado a su hija bâtard du Boche con estas palabras: «Señora, no fue mi hija la que se acostó con un alemán, sino yo. Cuando quiera usted insultar a alguien, guárdelo para mí en vez de descargarlo sobre una niña inocente»".


Más información:

-AAVV, "El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión", Planeta/Espasa, 1998.

-Beevor, Antony y Cooper, Artemis, "París después de la liberación: 1944-1949", Crítica, 2003.

-Buruma, Ian, "Año Cero. Historia de 1945", Pasado y presente, 2014.

-Caballero Jurado, Carlos, "¿Hitler o Napoleón? La Legión de Voluntarios Franceses en la Campaña de Rusia", García Hispán, 2000.

-Caballero Jurado, Carlos, "Contra Stalin y De Gaulle. Resistencia y colaboración: la guerra civil en Francia", García Hispán, 2001.

-Gildea, Robert, "Combatientes en la sombra. La historia definitiva de la resistencia francesa", Taurus, 2016.

-Lottman, Herbert, "La depuración (1943-1953)", Tusquets, 2007

-Lowe, Keith, "Continente salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial", Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2012.

-Neitzel, Sönke y Welzer, Harald, "Soldados del Tercer Reich. Testimonio de lucha, muerte y crimen", Crítica, 2012.

-Preston, Paul, "El holocausto español", Círculo de Lectores, 2011.

-Rees, Laurence, "Los verdugos y las víctimas. Las páginas negras de la historia de la Segunda Guerra Mundial", Crítica, 2008.

-Rees, Laurence, "El holocausto asiático. Los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial", Crítica, 2009.

-Riding, Alan, "Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis", Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2011.







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