Somos socialistas, somos enemigos del actual sistema
capitalista por su explotación de quien es económicamente débil, con sus
salarios injustos, con su indigna valoración del ser humano según su fortuna y
propiedades en lugar de por su responsabilidad y sus logros. Y estamos decididos a
destruir este sistema bajo cualquier circunstancia.
Adolf Hitler, 1927
¿Fue Hitler de
izquierdas en algún momento de su vida?
La pregunta puede
ser perturbadora: ¿cómo va a haber pertenecido uno de los mayores genocidas de
la historia al campo del progresismo?
La cuestión no es
baladí, por lo que veremos a continuación. Y no me refiero a sesudos
razonamientos, tan característicos de determinados círculos conservadores, del
estilo: "Hitler promulgó una legislación antitabaco y ZP también, ergo
Hitler era de izquierdas". No, hablo en serio.
Dos fotos de Hitler
en la Primera Guerra Mundial
Para contar esta historia tenemos que
remontarnos a la época en que Adolf Hitler
era soldado del Ejército alemán durante la Gran Guerra (antes solo había sido un tirado de la vida). O mejor dicho, al
momento en que ésta acabó.
El final de la
Primera Guerra Mundial (11 de noviembre de 1918) le pilló a Hitler en el
hospital militar de Pasewalk, Pomerania, a cien kilómetros al noroeste de
Berlín. No podía ver teóricamente debido a un ataque británico con gas mostaza
en Ypres, aunque su ceguera transitoria también pudo deberse a una reacción
histérica. De hecho, no estuvo ingresado en el servico de oftalmología, sino en
el de psiquiatría.
Según relataría él
mismo en su libro Mein Kampf ("Mi lucha"), cuando se enteró de que Alemania había pedido el
armisticio se le nublaron los ojos y lloró desconsoladamente (cosa que, por lo
visto, hacía por primera vez desde la muerte de su madre, once años antes).
Hitler en el hospital militar de Pasewalk (detrás, segundo por la derecha)
También afirmaría
que tuvo noticias de la revolución alemana -que provocó la abdicación del káiser y dio lugar a la República-,
por unos jóvenes marineros que llegaron anunciándola al hospital. Según él,
esos jóvenes eran "cabecillas judíos" que jamás habían pisado el
frente. Y añadiría que fue entonces cuando decidió dedicarse a la política convertido ya al nacionalsocialismo.
Cuando Hitler salió
del hospital, el 19 de noviembre de 1918, pasó por Berlín. Las cosas habían
cambiado, ese mismo mes se había proclamado la República, con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD)
al frente. Adolf, que por entonces tenía 29 años, continuó viaje hasta Múnich.
En Baviera la
revolución había comenzado incluso antes que en Berlín. El 7 de noviembre,
aniversario de la Revolución Bolchevique, Kurt Eisner había proclamado
en Múnich la república socialista. La revolución derrocó así a la Casa de Wittelsbach, que llevaba
gobernando Baviera desde hacía más de 700 años. Eisner, el nuevo presidente,
pertenecía al Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), una escisión izquierdista del SPD, y además era judío.
Como cabecilla de la huelga de enero de 1918, había pasado nueve meses en la
cárcel.
Kurt Eisner
Eisner, por tanto, sin ser comunista, sí estaba situado políticamente a la izquierda de
quienes habían encabezado la transición política en la capital del Reich (que
fueron también los que terminaron aplastando la revolución en toda Alemania).
Hitler fue testigo
de todos aquellos acontecimientos. En Mein
Kampf aseguró que detrás de la revolución habían estado los judíos y que
para él el ambiente en que se vio rodeado entonces era repugnante. Ahora bien,
esto lo escribía en 1924, pero ¿qué era lo que pasaba realmente por su cabeza en
esos días de finales de 1918 y principios de 1919? ¿Pensaba igual entonces que
cuando escribió su famoso libro?
Para esclarecer esto
nada mejor que una interesante obra publicada hace solo un par de años en
nuestro país:
"La primera
guerra de Hitler", de Thomas Weber (Taurus,
2012).
El libro se centra
en las experiencias de Hitler durante la Primera Guerra Mundial y en los años
inmediatamente posteriores, y desmiente algo que propaló el propio Adolf en su
día y que ha sido más o menos sostenido por los historiadores hasta hace poco:
que su pensamiento político ya estaba formado cuando terminó aquella guerra, y
que fue esta lo que más influyó en aquel. Que la guerra engendró a Hitler, por
así decirlo.
En realidad, esa
tesis ya fue desmentida parcialmente por Ian Kershaw en su biografía de
Hitler, pero Weber profundiza aún más.
La verdad es que el
futuro Führer, en contra de lo que durante mucho tiempo se ha defendido, no se
pasó la guerra saltando por las trincheras y esquivando proyectiles, sino que
estuvo más bien en retaguardia como correo del puesto de mando de su unidad, el
16º Regimiento de Infantería de Reserva bávaro o Regimiento List. Corría
riesgos, pero no tantos como los soldados de primera línea. Es verdad que fue
herido (aunque lo de que perdió un testículo es otro mito: parece ser que tenía criptorquidia) y condecorado,
curiosamente por recomendación de un oficial judío, Hugo Gutmann, que tendría que abandonar Alemania en 1939
precisamente por su condición de hebreo. Pero no es menos cierto que apenas si
ascendió porque sus superiores -a los que solía hacerles la rosca- no
veían en él dotes de mando. Si durante la guerra ya era antisemita o
anticomunista, jamás lo expresó en público. A lo sumo, se ponía a echar
peroratas contra el enemigo (los británicos y los franceses), los Habsburgo y la religión. Como escribe
Weber: "Si Hitler hubiera sido verdaderamente un antisemita ferviente y
activo en 1918, parece raro, cuando menos, que un oficial judío hiciera cuanto
estuviera en su mano para que se le concediera la cruz de hierro".
Pero vayamos al
capítulo que Weber dedica a lo que hizo Hitler durante la revolución alemana.
Aunque hay un
acuerdo general entre los autores en que Hitler adornó en Mein Kampf con fines propagandísticos los detalles de su estancia
en Pasewalk y Múnich cuando acabó la guerra, durante mucho tiempo la esencia de
su relato de finales de 1918 y principios de 1919 se ha aceptado como verídica.
De todas formas, en Mein Kampf no hay
prácticamente ningún detalle de lo que Hitler hizo durante esos meses ya que
los resume en menos de una página. No deja de ser llamativo, teniendo en cuenta
lo mucho que se extiende en otras cuestiones y que presenció un hecho muy
relevante en la historia de Alemania.
Durante la
contienda, Hitler había estado un tiempo en Múnich tras resultar herido en la batalla del Somme. La ciudad le había hecho sentir
incómodo porque había visto a la gente hambrienta y harta de la guerra. Sin embargo, cuando
salió del hospital en 1918 volvió a esa ciudad. ¿Por qué? Pues porque la unidad
de desmovilización de su regimiento estaba allí y él deseaba con todas sus
fuerzas seguir en el Ejército.
Seguramente por
entonces su estado de ánimo no estaba en su mejor momento. Con cerca de 30 años
no tenía casi dinero, ni trabajo, ni estudios, ni contacto con familiares o
amigos ni, en definitiva, una vida a la que regresar. Lógicamente no quería
convertirse de nuevo en el ser bohemio y marginal que era antes de la guerra.
Su "familia" era el Ejército, que lo había acogido en los últimos
cuatro años. Ahí quería seguir, y lo conseguiría hasta el 31 de marzo de 1920.
Desde luego por
entonces no hizo ningún intento de entrar en política.
Dos semanas después
de su llegada a Múnich, Hitler y un camarada, Ernst Schmidt, fueron enviados a
Traunstein, cerca de la frontera austriaca. Estaban encargados de vigilar el
acceso a un campo de prisioneros de guerra franceses y rusos a punto de ser
desmantelado, cuya autoridad era un consejo de soldados que apoyaba la
revolución bávara.
Ernst Schmidt, Max
Amann y Adolf Hitler
Seguramente se
presentaron voluntarios. ¿Por qué? Pues para que no los desmovilizaran como al
resto de sus compañeros, cosa que ocurrió el 12 de diciembre.
Por esas fechas, la
derecha radical alemana empezó a culpar de la derrota a un supuesto
"enemigo interior", que no eran otros que los revolucionarios, a
pesar de que la iniciativa de pedir el armisticio había partido en septiembre
de 1918 de Ludendorff y Hindenburg, quienes habían ejercido el
poder de facto en Alemania desde 1916. Este fue el origen de la famosa leyenda de la "puñalada por la espalda" (Dolchstoss), según
la cual la derrota de Alemania se había debido a sabotajes por parte de
izquierdistas y judíos y no a errores militares. La leyenda sería incluso
defendida por el propio Ludendorff, que además llegó a participar en el Putsch de Múnich junto a Hitler, en
1923. El tal Ludendorff tuvo que ser un tipo con muy poca vergüenza.
Hindenburg y
Ludendorff
Fue también entonces
cuando se comenzaron a reclutar los primeros Freikorps, Cuerpos Libres o Cuerpos Francos, unos grupos
paramilitares de voluntarios que el Gobierno de la República de Weimar emplearía tanto para combatir a los
revolucionarios como para proteger las fronteras orientales del Reich frente a
los bolcheviques. O sea, para evitar
a sangre y fuego que Alemania se convirtiera en una segunda Rusia.
Entre los veteranos
del regimiento de Hitler hubo muy pocos que se enrolaran en los Freikorps en
ese momento, ya que la gran mayoría de los soldados solo quería volver a casa y
a su vida civil. Hitler no, pero tampoco se enroló en los Freikorps.
A finales de enero o
principios de febrero de 1919, Hitler y Schmidt estaban de vuelta en Múnich.
Adolf dice en Mein Kampf que regresó
en marzo, pero esto no es cierto ya que su expediente militar muestra que el 12
de febrero fue destinado a la segunda compañía de desmovilización a la espera
del licenciamiento.
Desde el 20 de
febrero y durante dos semanas estuvieron de vigilancia en la Estación Central
de Múnich. De momento nada que ver con actividades políticas. Y gracias al
dinero que ganaban, podían ir tirando.
Hitler dice también en Mein Kampf
que su primera actividad política fue su participación en una comisión investigadora
que se formó tras la desaparición de la Räterepublik (República de
Consejos) bávara, en mayo. Pero no es verdad. Le faltó explicar qué hizo
durante los meses que gobernaron en Múnich los "criminales de
noviembre", como se les tacharía una y otra vez más tarde.
Los resultados de
las elecciones del 19 de enero de 1919 a la Asamblea Nacional, que dieron lugar
a la formación de la llamada Coalición de Weimar, demostraron que los alemanes
se decantaban mayoritariamente por los mismos partidos que antes de la guerra:
el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el Partido Democrático Alemán
(DDP, liberal de izquierdas) y el Partido del Centro (o Zentrum, conservador y
católico). Es decir, partidos que no buscaban un
cambio radical, sino en todo caso una transición a un sistema más democrático.
En definitiva, la guerra tuvo muy poco impacto en las opiniones políticas del
pueblo alemán, incluyendo a los veteranos de guerra. De hecho, si Alemania
había dejado de ser una monarquía había sido por exigencia de los aliados de la
Entente, no por presión popular.
Además, cuando se
celebraron elecciones en Baviera la semana anterior a los comicios para la
Asamblea Nacional, sólo el 2,5% de los votos fue para el USPD, el partido de
Eisner, mientras que el 82% fue a parar al Partido del Pueblo Bávaro (BVP, la rama bávara del Zentrum), el SPD y el Partido del Pueblo Alemán (DVP,
liberal). O sea, que los bávaros tenían unas opiniones políticas similares a
las del resto de los alemanes, o incluso eran aún más conservadores. Pero
desde luego no secundaban la república socialista de Eisner.
Por otro lado, los
partidos de la derecha radical, sucesores del Partido de la Patria, disuelto tras la guerra, apenas si recibieron
votos en ninguno de ambos comicios.
Desde luego los
radicalismos parecían aparcados en Alemania y el futuro se mostraba
esperanzador. Pero ocurrió algo que dio al traste con todo.
El 21 de febrero,
cuando se dirigía a entregar el poder, Kurt Eisner fue asesinado por un
ultraderechista de 24 años llamado Anton von Arco auf Valley.
Por lo visto, el
chico cometió el asesinato para demostrar su valía tras no ser admitido por la
protonazi Sociedad Thule debido a que su madre era de origen judío.
En respuesta, el
Consejo revolucionario de Baviera se negó a entregar el poder a los partidos
que habían ganado las elecciones ignorando así por completo al electorado. No
sólo eso, sino que además prohibió la libertad de prensa. Para colmo, el líder
del SPD en Baviera, Erhard Auer, fue
herido de un disparo por un comunista llamado Alois Lindner.
En abril se proclamó
la República Soviética de Baviera, y
el gobierno de coalición legítimo, liderado por el socialdemócrata Johannes Hoffmann, se
"exilió" a Bamberg.
Mientras los rojos
combatían victoriosamente contra los blancos para impedir que estos
recuperaran el control de Múnich, el 13 de abril el Partido Comunista de Alemania (KPD) se hizo con el poder absoluto y
proclamó la dictadura del proletariado, siguiendo así el mandato de la Internacional Comunista (fundada en
marzo en Petrogrado) y el ejemplo de Béla Kun en Hungría. Al frente estaba un tipo llamado Eugen Leviné, un
judío nacido en San Petersburgo y educado en Alemania. Leviné fue capaz de
reunir un "Ejército Rojo" de miles de hombres y, siguiendo
instrucciones directas de Lenin,
tomó rehenes y requisó reservas de alimentos y casas. Varios rehenes fueron
ejecutados, algunos de los cuales eran miembros de la Sociedad Thule, que tuvo
así sus primeros mártires. Hago un inciso para apuntar que en el otoño de
1918, en una reunión de su partido, Lenin había expuesto lo siguiente: "Se
me ha acusado a menudo de haber triunfado en la revolución con dinero alemán.
Nunca he negado este hecho ni lo haré ahora. Sin embargo, quiero añadir que pondremos
en escena una revolución similar en Alemania con dinero ruso".
Eugen Leviné
En vista de los
acontecimientos, muchos bávaros ingresaron en los Freikorps o en milicias
locales siguiendo un llamamiento del Gobierno de Hoffmann, dispuestos a liberar
Múnich. Ahora se trataba de defender la República y sus hogares de la amenaza
comunista, percibida o real. Entre ellos estuvieron unos cuantos veteranos del
Regimiento List, el de Hitler. Pero Hitler no.
Continuará...
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