jueves, 24 de noviembre de 2016

Por nuestro bien




Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas.

"1984", de George Orwell


El otro día supimos que hace cuarenta años el por entonces presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas decían que perdería. Se lo confesó a la periodista Victoria Prego en 1995, eso sí, tapándose el micrófono para que no se le oyera. Pero se le oyó.

Resulta que Felipe González y los líderes extranjeros presionaban al presidente del Gobierno para que hiciera un referéndum sobre monarquía o república, pero como las encuestas decían que la monarquía perdía, Suárez decidió colarla en la Ley para la Reforma Política de 1977 y así evitar tener que hacer la consulta. Aquella ley, que supuso la transformación de la dictadura franquista en un régimen democrático, sí se sometió a referéndum, claro, porque la alternativa era que las cosas siguieran como estaban, y se aprobó. Y con ella se aprobó de forma implícita la monarquía metida con calzador. Hecha la ley, hecha la trampa, como se suele decir. La noticia no es que en la Transición  hubiera reforma en lugar de ruptura, algo harto conocido, ni que llevemos cuarenta años con una monarquía que al fin y al cabo restauró Franco, no, la noticia es que por lo visto y según las encuestas, si le hubieran dado a elegir la gente habría preferido ruptura, es decir, república. Y entonces se optó por no preguntar a la gente no fuera que las encuestas acertaran y se votara lo que no se debía votar. Al menos esto es lo que dijo Suárez hace veintiún años.

Y bueno, no ha pasado nada. Los medios en general han reaccionado quitándole importancia al asunto. Victoria Prego ha defendido que no se emitieran las declaraciones de Suárez en su momento y, aunque reconoce que sí, que tras la muerte de Franco un referéndum le habría dado el triunfo a la república, a la vez justifica la monarquía porque está en la Constitución. Y punto. Pedro G. Cuartango, director de El Mundo, despacha las palabras de Suárez alegando que en 1995 el hombre ya estaba demenciado y por tanto no sabía lo que decía, y achaca el revuelo al "revisionismo en las redes". Pero quiero detenerme en este artículo, "Larga vida a la monarquía", de Víctor Lapuente Giné, aparecido en El País, porque creo que no tiene desperdicio. El autor se pregunta si los españoles estaríamos mejor con una república, añadiendo que los países mejor gobernados del mundo están encabezados por monarquías constitucionales. Dejando aparte que es una afirmación harto discutible de por sí, confunde además el término constitucional con parlamentaria, pues los ejemplos que pone (de las antípodas a Canadá, pasando por los países nórdicos) son más bien monarquías parlamentarias, es decir, aquellas en que los reyes no gobiernan y a los que por tanto difícilmente se les pueden adjudicar los méritos de sus administraciones. Al final se contradice y da a entender que precisamente lo bueno de estos reyes es eso, que no gobiernan. Según pone, las repúblicas entrañan más riesgos que las monarquías constitucionales. Los jefes de Estado elegidos en las urnas pueden caer en la tentación de extralimitarse en sus funciones, dice. Menos mal que un rey constitucional solo puede vivir a cuerpo de sí mismo (junto a su familia, amantes y amiguetes varios), con varios palacios a su disposición y organizando cacerías de osos y elefantes por el mundo. Todo ello pagado con el dinero de los contribuyentes, claro. Supongo que esas son sus funciones, aunque de todas formas un rey constitucional puede hacer lo que le venga en gana porque, total, tiene inmunidad jurídica, tal y como recoge la sacrosanta Carta Magna. Y el último argumento que esgrime contra la república es sacar a colación las actuales Italia y Grecia, que le parecen al autor poco ejemplares. Seguramente sus ciudadanos no sabían lo que hacían cuando eligieron en sendos referéndums echar a sus respectivos reyes. Con lo felices que vivían los italianos con su rey constitucional Víctor Manuel III, que aceptó que el país se convirtiera en una dictadura fascista que los acabó metiendo en la Segunda Guerra Mundial del lado de los nazis. En 1946, con todo el país arrasado por la guerra, los italianos estaban mucho mejor que ahora, hombre, dónde va a parar. Los monarcas constitucionales griegos, por su parte, también aceptaron la instauración de dictaduras, faltaría más. Como hizo Alfonso XIII en España, sin ir más lejos.

Un artículo para enmarcar, vaya.

Me parece muy probable que una consulta celebrada en 1976 le hubiese dado la victoria a la opción republicana, no solo por lo que dijeran las encuestas, sino por los propios resultados de las elecciones generales de 1977. Si nos fijamos, la suma de votos de UCD y AP -los partidos que presuntamente defendían la monarquía- es inferior a la de los del PSOE -hasta entonces rupturista- más los del PCE, del partido socialista de Tierno Galván y de los nacionalistas catalanes y vascos. Incluso si añadimos al lado monárquico a los democristianos de Ruiz-Giménez y Antón Cañellas, la mayoría sigue estando de parte de los republicanos.

Parece bastante claro que la tan ensalzada Transición resulta cada vez menos modélica. Volviendo al ejemplo de Italia, en 1946 el fascismo había sido derrotado en aquel país, pero en la España de finales de los setenta definitivamente no. Lo que ha salido a la luz es la prueba definitiva de que hace cuarenta años hubo en España un nuevo despotismo ilustrado, un pasarse por el forro la voluntad de la gente porque es boba y no sabe lo que le conviene. Suárez, el jefe de gobierno modelo de nuestra democracia, actuó de forma completamente injustificable desde el punto de vista democrático. Es, en definitiva, un problema ético de dimensión nacional. Pero no pasa nada. Es más, el tono dominante es defender a Suárez y al rey. Luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cada vez que aflora un nuevo caso de corrupción, pero claro, si nos parece aceptable olvidarnos de la ética en un caso tan obvio y tan grave como el que nos ocupa... pues no sé de qué nos quejamos. Dejemos a los políticos que sigan haciendo lo que les salga de las narices y ya está.

Habla, pueblo, se decía por entonces, cuando el lema honesto habría sido Habla, pueblo... pero hasta cierto punto, no te pases. Y en esas seguimos.