viernes, 23 de diciembre de 2016

Sí, la historia se repite (por desgracia)




Andrea Levy Soler es una joven abogada y política española, diputada en el Parlamento de Cataluña por el Partido Popular. A raíz del reciente atentado en Berlín, que ha dejado doce muertos y decenas de heridos, resulta que Levy ha responsabilizado nada menos que a toda la civilización islámica de este tipo de ataques terroristas. Su compañera de partido Lola Merino ha ido más lejos y ha aprovechado para arremeter contra los refugiados. Según el escritor Jorge M. Reverte, Levy no anda muy lejos de la verdad.

En fin, me parece muy preocupante que esta clase de juicios de valor sea cada vez más habitual entre los políticos y analistas varios, sobre todo teniendo en cuenta el auge generalizado de la xenofobia que vivimos últimamente. Por desgracia es muy cierto eso de que la historia se repite, no sé si por ignorancia de la gente, como apuntaba Santayana, por estupidez o por ambas. En su día se criminalizó a los armenios, a los burgueses, a los enemigos del pueblo, a los judíos, a los comunistas, a los tutsis y a tantos otros. Ahora toca hacerlo con los musulmanes, los refugiados, los inmigrantes, y ya se está empezando a identificar a todos ellos con el fanatismo y el terrorismo, igual que hace no mucho se identificaba a los judíos con los temibles comunistas. El resultado siempre es el mismo: cientos de miles o millones de inocentes que vienen muy bien como chivos expiatorios, una masa de desgraciados a los que responsabilizar de los problemas del mundo y así quedarnos tranquilas y satisfechas las personas de bien.

Luego las generaciones venideras se preguntarán cómo fuimos capaces de cometer semejante barbaridad y bla, bla, bla... hasta que la caguen igual con otro enorme grupo de gente.

Dejo un enlace por si interesa, aunque bueno, ahora no conviene recordar por ejemplo que el concepto de "guerra santa" lo inventó el papa Urbano II, promotor de la Primera Cruzada:

Diez errores que cometemos cuando hablamos del islam




jueves, 24 de noviembre de 2016

Por nuestro bien




Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas.

"1984", de George Orwell


El otro día supimos que hace cuarenta años el por entonces presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas decían que perdería. Se lo confesó a la periodista Victoria Prego en 1995, eso sí, tapándose el micrófono para que no se le oyera. Pero se le oyó.

Resulta que Felipe González y los líderes extranjeros presionaban al presidente del Gobierno para que hiciera un referéndum sobre monarquía o república, pero como las encuestas decían que la monarquía perdía, Suárez decidió colarla en la Ley para la Reforma Política de 1977 y así evitar tener que hacer la consulta. Aquella ley, que supuso la transformación de la dictadura franquista en un régimen democrático, sí se sometió a referéndum, claro, porque la alternativa era que las cosas siguieran como estaban, y se aprobó. Y con ella se aprobó de forma implícita la monarquía metida con calzador. Hecha la ley, hecha la trampa, como se suele decir. La noticia no es que en la Transición  hubiera reforma en lugar de ruptura, algo harto conocido, ni que llevemos cuarenta años con una monarquía que al fin y al cabo restauró Franco, no, la noticia es que por lo visto y según las encuestas, si le hubieran dado a elegir la gente habría preferido ruptura, es decir, república. Y entonces se optó por no preguntar a la gente no fuera que las encuestas acertaran y se votara lo que no se debía votar. Al menos esto es lo que dijo Suárez hace veintiún años.

Y bueno, no ha pasado nada. Los medios en general han reaccionado quitándole importancia al asunto. Victoria Prego ha defendido que no se emitieran las declaraciones de Suárez en su momento y, aunque reconoce que sí, que tras la muerte de Franco un referéndum le habría dado el triunfo a la república, a la vez justifica la monarquía porque está en la Constitución. Y punto. Pedro G. Cuartango, director de El Mundo, despacha las palabras de Suárez alegando que en 1995 el hombre ya estaba demenciado y por tanto no sabía lo que decía, y achaca el revuelo al "revisionismo en las redes". Pero quiero detenerme en este artículo, "Larga vida a la monarquía", de Víctor Lapuente Giné, aparecido en El País, porque creo que no tiene desperdicio. El autor se pregunta si los españoles estaríamos mejor con una república, añadiendo que los países mejor gobernados del mundo están encabezados por monarquías constitucionales. Dejando aparte que es una afirmación harto discutible de por sí, confunde además el término constitucional con parlamentaria, pues los ejemplos que pone (de las antípodas a Canadá, pasando por los países nórdicos) son más bien monarquías parlamentarias, es decir, aquellas en que los reyes no gobiernan y a los que por tanto difícilmente se les pueden adjudicar los méritos de sus administraciones. Al final se contradice y da a entender que precisamente lo bueno de estos reyes es eso, que no gobiernan. Según pone, las repúblicas entrañan más riesgos que las monarquías constitucionales. Los jefes de Estado elegidos en las urnas pueden caer en la tentación de extralimitarse en sus funciones, dice. Menos mal que un rey constitucional solo puede vivir a cuerpo de sí mismo (junto a su familia, amantes y amiguetes varios), con varios palacios a su disposición y organizando cacerías de osos y elefantes por el mundo. Todo ello pagado con el dinero de los contribuyentes, claro. Supongo que esas son sus funciones, aunque de todas formas un rey constitucional puede hacer lo que le venga en gana porque, total, tiene inmunidad jurídica, tal y como recoge la sacrosanta Carta Magna. Y el último argumento que esgrime contra la república es sacar a colación las actuales Italia y Grecia, que le parecen al autor poco ejemplares. Seguramente sus ciudadanos no sabían lo que hacían cuando eligieron en sendos referéndums echar a sus respectivos reyes. Con lo felices que vivían los italianos con su rey constitucional Víctor Manuel III, que aceptó que el país se convirtiera en una dictadura fascista que los acabó metiendo en la Segunda Guerra Mundial del lado de los nazis. En 1946, con todo el país arrasado por la guerra, los italianos estaban mucho mejor que ahora, hombre, dónde va a parar. Los monarcas constitucionales griegos, por su parte, también aceptaron la instauración de dictaduras, faltaría más. Como hizo Alfonso XIII en España, sin ir más lejos.

Un artículo para enmarcar, vaya.

Me parece muy probable que una consulta celebrada en 1976 le hubiese dado la victoria a la opción republicana, no solo por lo que dijeran las encuestas, sino por los propios resultados de las elecciones generales de 1977. Si nos fijamos, la suma de votos de UCD y AP -los partidos que presuntamente defendían la monarquía- es inferior a la de los del PSOE -hasta entonces rupturista- más los del PCE, del partido socialista de Tierno Galván y de los nacionalistas catalanes y vascos. Incluso si añadimos al lado monárquico a los democristianos de Ruiz-Giménez y Antón Cañellas, la mayoría sigue estando de parte de los republicanos.

Parece bastante claro que la tan ensalzada Transición resulta cada vez menos modélica. Volviendo al ejemplo de Italia, en 1946 el fascismo había sido derrotado en aquel país, pero en la España de finales de los setenta definitivamente no. Lo que ha salido a la luz es la prueba definitiva de que hace cuarenta años hubo en España un nuevo despotismo ilustrado, un pasarse por el forro la voluntad de la gente porque es boba y no sabe lo que le conviene. Suárez, el jefe de gobierno modelo de nuestra democracia, actuó de forma completamente injustificable desde el punto de vista democrático. Es, en definitiva, un problema ético de dimensión nacional. Pero no pasa nada. Es más, el tono dominante es defender a Suárez y al rey. Luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cada vez que aflora un nuevo caso de corrupción, pero claro, si nos parece aceptable olvidarnos de la ética en un caso tan obvio y tan grave como el que nos ocupa... pues no sé de qué nos quejamos. Dejemos a los políticos que sigan haciendo lo que les salga de las narices y ya está.

Habla, pueblo, se decía por entonces, cuando el lema honesto habría sido Habla, pueblo... pero hasta cierto punto, no te pases. Y en esas seguimos.




jueves, 13 de octubre de 2016

El historial




Parece ser que en estos tiempos modernos e informatizados es habitual que la gente acuda a los hospitales pidiendo que se borren determinados episodios y datos de sus historiales clínicos, como si la vida fuera un vulgar buscador de internet. Vivimos en una época en que la información, por lo general, está más disponible que nunca, pareciera que al alcance de cualquiera, lo que creo que potencia ciertos comportamientos obsesivos la mar de interesantes. Están los que tratan de ocultarse desesperadamente, los celosos de su intimidad, los desconfiados, los paranoicos, los neuróticos. También están los cotillas, los morbosos, los que exploran sin descanso la vida de los demás, los que husmean incluso donde no deben. Y finalmente están los exhibicionistas sin complejos, los que no pueden dejar de contar cada cosa que hacen y enseñar cada lugar que visitan al instante. Yo, como en otros aspectos, siento que vivo desubicado, porque acostumbro a exponer mi vida impúdicamente ante todo el mundo y de mil formas distintas, pero en diferido. Hablo de mi pasado y lo destapo sin tapujos, el lejano y el reciente, mis pocas grandezas y mis muchas miserias. Quizá como catarsis, quizá como forma de superar los daños, quizá porque pienso que no tengo nada que esconder, quizá porque sea un completo sinvergüenza (y sin duda un egocéntrico), quizá por reírme de mí mismo, quizá porque no quiero arrepentirme de nada. No solo no borro mi historial, sino que lo cuento.

Y al que no le guste, que no mire.





martes, 11 de octubre de 2016

El Che, ese carnicero




Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el Che Guevara, es como el Volkswagen Escarabajo: no pasa de moda. Sin embargo, imaginemos que hoy algún político celebrase los orígenes nazis de aquel simpático cochecito, en plan ¿qué pasa con las cosas buenas que hizo Hitler?



Quedaría bastante feo. Pues algo parecido ocurre cuando un político actual rinde homenaje a un tipejo como el Che. A ver si se me entiende: no estoy diciendo que el Che fuese como Hitler, que en el mundo del crimen también hay grados. Estoy diciendo que no está bien honrar a un criminal, aunque parezca romántico. Se me podría decir que claro, que hay que situarlo en su contexto. Por supuesto, como a todos los fanáticos del siglo XX.

Se ha cumplido estos días el 49º aniversario de la muerte del Che y, aunque no sea una fecha redonda, se le ha recordado con profusión en los medios, para mi sorpresa incluso de forma apologética. El caso es que he decidido evocar también un poco su lado antipático, que parece ser que sigue siendo muy desconocido a pesar de la ingente cantidad de información que existe hoy disponible al respecto.

Para empezar, los métodos del Che fueron un fracaso porque cuando trató de exportarlos fuera de Cuba la fastidió una y otra vez hasta que lo cogieron en Bolivia precisamente por no lograr el apoyo de aquellos a quienes decía defender. Y sus ideas también fueron un fracaso porque tanto el régimen que él ayudó a instaurar en Cuba como otros similares no han sido sino repugnantes dictaduras, la mayor parte de las cuales ya hace tiempo que se han venido abajo, por fortuna.

El Che fue un idealista, pero también un gran admirador de Stalin (incluso después de la desestalinización), un fanático, y el tipo que abrió en Cuba el primer campo de concentración, en Guanacahabibes, en 1960. Sería el primero de una serie de campos en los que se encerraba a gente que no había hecho nada: homosexuales, alcohólicos, etc.  El Che también fue un carnicero: solo en 1959 ordenó fusilar a cientos de personas, cuando dirigía las ejecuciones en La Cabaña.

De todas formas, para averiguar cómo era el Che lo mejor es acudir a él mismo. Sobre el campo de Guanacahabibes dijo: 

(Nosotros) solo mandamos a Guanahacabibes aquéllos casos dudosos de los que no estamos seguros que sean gente que deba ir a la cárcel. Yo creo que la gente que debería ir a la cárcel debería ir a la cárcel de todas maneras. Aunque, sean militantes desde hace mucho tiempo o lo que sean, deberían ir a la cárcel. Nosotros mandamos a Guanahacabibes a la gente que no debería ir a la cárcel, gente que ha cometido crímenes contra la moral revolucionaria, en mayor o menor grado, y reciben sanciones simultáneas, como ser privado de su correspondencia, y en otros casos sólo se les reeduca a través del trabajo. Es un trabajo duro, no un trabajo brutal, mas bien las condiciones de trabajo son severas pero no brutales...

"Crímenes contra la moral revolucionaria". Pues eso. Pero sigamos leyéndole:

El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. 

Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. 

Estos párrafos pertenen a su Mensaje a la Tricontinental. Incidiendo en por qué fracasaron sus métodos, eso lo escribió en 1967, estando ya en Bolivia. Y a esos métodos hoy se les llama terrorismo.

Acerca de los fusilamientos que llevó a cabo, he aquí una carta escrita por el Che a comienzos de 1959:

5 de Febrero de 1959

Luis Paredes López
José María Paz,
Pabellón N° 8, piso N° 9
Depto. 93, Villa Celina,
Buenos Aires.

Estimado amigo:

Me alegra mucho recibir cartas de personas que se interesan por la actualidad americana.

De toda su exposición le diré que capta mi atención especialmente el tema a que usted se refiere sobre los fusilamientos. Creo que está en un error completo. Los fusilamientos son, no tan sólo una necesidad del pueblo de Cuba, sino también una imposición de este pueblo.

Quisiera que usted se informara por prensa que no fuera tendenciosa para poder apreciar en toda su magnitud el problema que entraña.

Reciba un afectuoso abrazo de su siempre amigo.

Dr. Ernesto (Che) Guevara,
Cmdte. En Jefe Depto, Mtar.
La Cabaña.

Claro, la responsabilidad de los fusilamientos no recaía en los verdugos, sino en el pueblo. Todo un clásico.

El Che no tuvo problemas en reconocer esos fusilamientos ante la ONU, concretamente el 11 de diciembre de 1964. Cuando le preguntaron por ellos, contestó lo siguiente: 

El señor delegado de Venezuela también empleó un tono moderado, aunque enfático. Manifestó que son infames las acusaciones de genocidio y que realmente era increíble que el Gobierno cubano se ocupara de estas cosas de Venezuela existiendo tal represión contra su pueblo. Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, y la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba.


No dudo que seguramente entre los fusilados habría feroces criminales, pero es que hablamos de miles de personas (según Hugh Thomas, hacia 1970 el número de fusilados por el régimen castrista sería por lo menos de 5.000). ¿Todos esos miles merecían realmente la muerte? 

Creo que ha quedado sobradamente demostrado que el Che fue un fanático y un carnicero. Un fanático y un carnicero en aquel contexto y en cualquier otro. Cada cual es libre de admirar a quien quiera, claro, pero luego en España muchos se preguntan una y otra vez por qué a la izquierda le cuesta tanto ganar votos a pesar de la evidente corrupción de la derecha. Pues bueno, igual el truco está en dejar de ensalzar a tipos tan despreciables como el Che Guevara.

 

sábado, 24 de septiembre de 2016

Las apariencias




Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
«todo es según el color
del cristal con que se mira»

Ramón de Campoamor

Las apariencias, a menudo, engañan

Esopo


-Buenas, ¿es aquí el club de las apariencias?
-Por supuesto, caballero.
-Verá, hace tiempo decidí dedicarme a la política, me gané el corazón de la gente y triunfé en unas elecciones prometiendo un montón de cosas que jamás cumplí; incluso hice lo contrario de lo prometido. En mi trabajo pongo todo mi empeño en aparentar ser un buen profesional, el mejor, pero solo busco forrarme de pasta a toda costa. A mís amigos y familiares les repito lo muchísimo que los aprecio, pero en realidad solo me acuerdo de ellos para lo que me interesa, y cuando me necesitan me hago el loco. Y a mi pareja siempre le hago ver que la quiero, que ando enamoradísimo de ella, aunque lo cierto es que cualquier día de estos me cansaré y la dejaré con alguna excusa barata.
-Vaya, desde luego es usted todo fachada, podría ser incluso nuestro presidente. Lástima que esto en realidad no sea ningún club de las apariencias pero, ¿a que da el pego?




viernes, 9 de septiembre de 2016

Sobre la ética (o su ausencia)




Recuerdo que en el cole había que elegir entre clase de ética o de religión, y que la segunda ganaba por goleada. Me decía hace tiempo mi amigo Javier que Dios es muy humano. Pienso que la ética, en cambio, es completamente inhumana. Por eso muchos millones de personas tienen muy presente siempre a algún dios, mientras que la ética ni está ni se la espera en este mundo.
 



jueves, 25 de agosto de 2016

El Holocausto y el mito de la Gran Guerra Patria (III)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existen una primera y una segunda parte.



El frente oriental entre el 22 de junio y el 5 de diciembre de 1941


Homo homini lupus est

Plauto


En las entradas anteriores hemos visto que las matanzas del Holocausto comenzaron, durante el verano de 1941, en los territorios doblemente ocupados, en las zonas en las que los Estados de entreguerras habían sido destruidos por los soviéticos justo antes de la ocupación alemana. Lo cierto es que en pocas semanas los alemanes alcanzaron las tierras de la URSS prebélica, y allí continuaron las masacres organizadas con apoyo local. La tasa de mortalidad judía en las regiones ocupadas por Alemania que ya eran soviéticas antes de la guerra (95%) fue casi igual de alta que en las de doble ocupación (97%). Los ciudadanos soviéticos colaboraban en los asesinatos masivos de judíos con independencia de que hubieran recibido el pasaporte soviético entre 1939 y 1940, o de que hubieran vivido desde antes en la URSS. Los militantes comunistas colaboraban con los nazis con independencia de que sus carnés del partido tuviesen el sello del año anterior o de hacía una década.


miércoles, 20 de julio de 2016

Tranquilidad (soneto)




He vivido más de cuarenta años
y quizá, llegado a este trance,
sea hora de hacer un balance
de los beneficios y los daños.

He estudiado cuanto he podido,
he currado por cuenta ajena y propia,
supongo que habré estado en la inopia
y que mejor me podría haber ido.

He creído en el amor y la amistad,
en Dios y en los grandes ideales,
y casi nada de ello era verdad.

Así que, como remedio a mis males,
solo pido un poco de tranquilidad
para poder seguir en mis cabales.


jueves, 7 de julio de 2016

Negacionismo




Siempre he sido muy partidario de que cada cual pueda expresar las ideas que le dé la gana, por muy repugnantes que estas puedan parecer. Es decir, de la famosa libertad de expresión (acerca de la censura de chistes y parodias, que es algo que últimamente se lleva mucho, ya expuse mi opinión en otra entrada y por eso ahora solo diré que me parece demencial). Sobre la proscripción del negacionismo del Holocausto ya escribí aquí lo que pensaba. Únicamente añadiré que creo que la justicia no está adaptada para buscar la verdad de un hecho histórico, porque solo entiende de extremos: sí/no, culpable/inocente, y la certeza histórica suele estar a medio camino. La historia no es de color blanco o negro, sino gris. Los jueces no están preparados para sustituir a los historiadores, y si lo hacen corremos el riesgo de crear una historia oficial, como en las dictaduras. Por todo ello me parece mal, sin ir más lejos, el encarcelamiento de personajes como David Irving o Pedro Varela, aunque no me caigan simpáticos.


El Ku Klux Klan negando alegremente el Holocausto


Dicho esto, me resulta difícil de entender que a estas alturas el negacionismo del Holocausto siga siendo tan habitual. Hace unos días murió el escritor Elie Wiesel, superviviente del Holocausto, al que definía como "la tragedia más documentada de la historia". Y probablemente lo sea. Con el advenimiento de internet, cualquiera tiene mucho más acceso que antes a todo tipo de información al respecto: la red está plagada de archivos, documentos, fotografías e incluso vídeos de época referentes a la Segunda Guerra Mundial y los crímenes nazis. Digamos que conocer el Holocausto está al alcance de todo el que tenga un mínimo de interés en ello. Sin embargo, y de forma sorprendente, por foros y redes sociales abundan quienes insisten machaconamente en reiterar los tópicos neonazis de toda la vida. Falacias que son repetidas incluso por un dirigente político como el presidente de Irán. Da la sensación de que cuanta más información sobre el Holocausto hay disponible, más negacionistas aparecen. Es como si hubiera un montón de ignorantes y equivocados de la vida a los que les encantase serlo, que ya tendría delito. O que quizá los neonazis y antisemitas en general padezcan un mecanismo de negación colectivo que haría las delicias de Freud.



Para acabar, dejo el vídeo de un tema de Roger Taylor, batería de Queen, que va sobre todo este asunto. La canción tiene más de veinte años, pero sigue estando de triste actualidad. Hay que decir que en su día fue censurada por temor a represalias de los neonazis. Lo cierto es que Taylor tuvo mucho valor al escribir una letra tan explícita.

Y tiene razón: tenemos que parar a esos jodidos nazis.



domingo, 3 de julio de 2016

Esas pequeñas cosas que te acercan a Hitler




Todos nos creemos mejores que Hitler. Sin embargo, podemos parecernos al Führer más de lo pensamos cuando reunimos algunas de las siguientes características:

- La falta absoluta de humildad. A lo largo de su vida Hitler se equivocó en casi todo, pero jamás reconocía ningún error. La culpa siempre era ajena, por eso sus disparates los pagaban otros (en especial, los judíos), y muy caro además. Si habitualmente te cuesta reconocer que te has equivocado, y encima se lo haces pagar a otras personas, te pareces a Hitler.

- Si te crees no solo infalible, sino también imprescindible, te pareces a Hitler. Y si además eres carismático, te pareces más aún.



- Si eres una persona autoritaria e incluso piensas que estás por encima de las normas, de las leyes y del Estado. Es más, crees que las leyes tendrían que redactarse a tu antojo. Entonces te pareces a Hitler.

- Si piensas que la única auténtica ley es la ley de la selva, te pareces a Hitler.

- Si opinas que la especie humana se divide en razas, que no deben mezclarse y que hay unas más aceptables que otras. O sea, si eres racista, te pareces a Hitler.



- Si desprecias a grandes colectivos por su etnia, su naturaleza, sus ideas o sus creencias, te pareces a Hitler.

- Si crees en conspiraciones judías, te pareces a Hitler.

- Si perteneces a alguna organización de extrema derecha, te pareces a Hitler. Y si fuiste de izquierdas antes de pasarte a la extrema derecha, te pareces a Hitler más todavía.



- Si se te da bien aterrorizar a la gente, te pareces a Hitler.

- Si eres Vladimir Putin, te pareces a Hitler.

- Si necesitas mucho espacio vital, te pareces a Hitler.

- Si crees en la guerra y el exterminio como solución final a los problemas de la humanidad, te pareces a Hitler.

- Si te gustan los nazis, te pareces a Hitler.


Si posees un par o más de estos rasgos, eres un poco Hitler. Y lo sabes.




jueves, 30 de junio de 2016

El Holocausto y el mito de la Gran Guerra Patria (II)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.



"Bolchevismo sin máscara": propaganda nazi sobre el mito judeobolchevique


Con sus crímenes de masas, los soviéticos ofrecieron a los nazis la ventaja de la promesa de una guerra de liberación. La trágica coincidencia fue que cuando los soviéticos tuvieron a punto los trenes para llevar a cabo sus masivas deportaciones, los alemanes tenían dispuestos los suyos para invadir la URSS. Cuando los germanos cruzaron la frontera el 22 de junio, hacía solo una semana que los soviéticos habían perpetrado una oleada de deportaciones, pero tenían preparada otra aún mayor para finales de mes, de modo que sus cárceles estaban repletas. Tanto Hitler como Stalin eran muy conscientes de que la alianza que habían firmado en 1939 tendría fecha de caducidad más pronto que tarde, pero el primero se adelantó en finiquitarla. De hecho, Stalin se empeñó en creer que todas las informaciones que había recibido acerca de la invasión alemana no eran más que una sarta de mentiras, de modo que no se había podido preparar una evacuación ni una defensa. En tal caso los prisioneros eran la última prioridad, así que muchos fueron asesinados por sus guardianes justo antes de huir. Cuando los alemanes llegaron a los países bálticos contemplaron los cadáveres frescos, igual que en Ucrania occidental. Así, el proyecto soviético de destrucción del Estado coincidió con el nazi en espacio y en tiempo.


domingo, 26 de junio de 2016

Diferencias y similitudes entre el Manifiesto Comunista y un libro de autoayuda




-El Manifiesto Comunista, del dúo socialdemócrata Marx y Engels, va dirigido a todos los trabajadores del mundo. Un libro de autoyuda, en principio, va dirigido a todo el mundo, trabaje o no.

-El Manifiesto Comunista anima a los individuos a formar parte activa de un colectivo. Un libro de autoayuda anima a los miembros de un colectivo a remarcar su individualismo. 

-Ambos son farragosos de leer.

-Ambos pretenden explicar cómo funciona el mundo, nada menos.

-Ambos pretenden ser salvíficos: prometen el paraíso si se siguen correctamente sus indicaciones.

-Ambos van más allá de la utopía: son imposibles de poner en práctica de forma satisfactoria.


jueves, 23 de junio de 2016

El Holocausto y el mito de la Gran Guerra Patria (I)




En mayo de 1942, el alcalde ruso, el destacado jurista soviético Boris Menshagon, sugirió a los alemanes que la limpieza del gueto mejoraría las condiciones de vida de los rusos. Pocas semanas más tarde, los policías locales rusos ayudaron a los alemanes a asesinar al remanente de judíos de Smolensk.

Timothy Snyder


Hace 75 años, en el verano de 1941, Alemania invadió la Unión Soviética en la llamada Operación Barbarossa. Comenzó así lo que los soviéticos denominarían Gran Guerra Patria, una de las mayores, más brutales y más duraderas campañas terrestres de la historia. También en aquel verano, los nazis empezaron a asesinar en masa a los judíos, y lo hicieron precisamente en los territorios que iban ocupando de la URSS. Es decir, en ese momento empezó el Holocausto propiamente dicho. La coincidencia en tiempo y lugar de ambos trágicos acontecimientos no fue nada casual.




viernes, 17 de junio de 2016

Libertad




En vano insisten en decirnos que el hombre está determinado por el placer; reconocen así, sin darse cuenta, la libertad; puesto que hacer lo que causa placer es ser libre.

Voltaire


¿Libertad para qué?, decía Lenin. Para poder hacer grandes cosas, se le podría responder. Para ser felices. Para tocar el cielo. Pero la libertad puede ser un regalo con trampa. Qué fácil es despegar hacia el infinito. Pero qué difícil es ser como Lindbergh, quizá porque él tenía un camino trazado.


miércoles, 8 de junio de 2016

Los doce trabajos de cada día



Hércules cansado


1 - El despertador de Nemea.

2 - El desayuno de Lerna.

3 - El atasco de Cerinea.

4 - El colegio de Erimanto.

5 - El curro de Augías.

6 - Los tocapelotas del Estínfalo.

7 - La comida de Creta.

8 - Los imprevistos de Diomedes.

9 - La discusión de Hipólita.

10 - Las tareas pendientes de Gerión.

11 - La cena del Jardín de las Hespérides.

12 - A dormir, Cerbero, que ya está bien por hoy.


Todos somos Hércules.


domingo, 29 de mayo de 2016

Autoayuda




-¿Y cómo dice que se salvó de su agresor?

-Pues... le tiré a la cabeza un libro de autoayuda.


lunes, 23 de mayo de 2016

La importancia de pensar antes de actuar




Entre 1939 y 1945, Polonia se convirtió en un lugar de muerte, pero en el mal sentido. Fue invadida primero conjuntamente por los nazis y los soviéticos, luego completamente por los nazis, y luego completamente por los soviéticos. A los muertos en combate, o por causa directamente de la guerra, se sumaron en aquellos años millones de personas asesinadas allí por motivos de clase, raza o ideología. Los nazis asesinaron primero a los polacos "prominentes", luego a los judíos (de Polonia y también procedentes de otros lugares) y a cualquiera que les mostrara algún tipo de resistencia. Los soviéticos deportaron a cientos de miles de polacos, muchos de los cuales murieron, siguiendo criterios de clase o étnicos (de hecho, la NKVD había ejecutado a más de cien mil polacos étnicos en la propia URSS antes de la guerra). No pocos de ellos, además de polacos, también eran judíos.

Los judíos estaban muy presentes en la Polonia anterior a la guerra. Eran cerca del 10% de la población (más de tres millones), pero aportaban más de un tercio de los impuestos y sus empresas representaban casi la mitad del comercio exterior. Al acabar la Segunda Guerra Mundial había desaparecido casi el 90% de los judíos polacos. 

Si en aquella época era difícil de por sí sobrevivir en Polonia, mucho más aún lo era para los judíos: por judíos y por polacos.

Sin embargo, hubo algunas personas -pocas, muy pocas- que se arriesgaron a ayudar a los perseguidos, a sabiendas de que les podía salir muy caro.

En su libro sobre el Holocausto, Tierra negra, Timothy Snyder cuenta la historia de Josel Lewin, un judío polaco que seguía vivo en noviembre de 1943. Después de que hubieran asesinado a su familia, Lewin vagaba perdido, sin rumbo, hasta que se refugió en el granero de un campesino conocido, en la aldea de Janowo. El campesino lo descubrió y se sobresaltó, como es lógico. Por entonces, los polacos que vivían en el campo pensaban que ya no quedaban judíos, y en todo caso prestar algún tipo de auxilio a un judío vulneraba las órdenes alemanas.

Cuando el campesino iba a hablar, Lewin le interrumpió y le pidió un singular favor: que esperara media hora antes de hacer nada, y que transcurrido ese tiempo volviera al granero. Entonces Lewin le diria algo. Así lo hizo el campesino, y cuando regresó, Josel Lewin le dijo lo siguiente: "No quiero seguir viviendo; voy a suicidarme y usted me enterrará". El campesino le contestó que la tierra estaba congelada y que sería difícil cavar en ella. Quizá fue una forma de decirle a Lewin que reconsiderara su decisión. Escribe Snyder:

Si Josel no le hubiese dado tiempo al campesino para que se calmase, quizás el campesino habría reaccionado de otra manera. Si el campesino no hubiese hecho aquel comentario sobre el suelo helado, puede que Josel se hubiese suicidado. El campesino le proporcionó techo y comida durante los siguientes ocho meses, y Josel sobrevivió.



viernes, 20 de mayo de 2016

Sürgün




Déjate guiar por los gritos
de los ancianos, de las mujeres
y de los niños deportados
entre los que viajo...

Escucha sus lamentos en tártaro...

(...)

Los soldados de la NKVD dicen
que nos llevan a Uzbekistán...
pero no creo que podamos
llegar vivos hasta allí...

"Soy mi sueño", de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell


Confieso que el Festival de la Canción de Eurovisión siempre me ha parecido un evento hortera, cutre y aburrido pero, mira por dónde, me he enterado de que en su última edición ha servido para dar a conocer un triste acontecimiento con el que la historia está en deuda.

La canción que ganó el otro día, “1944”, de la cantante ucraniana Jamala, habla de la deportación de los tártaros de Crimea, más conocida como Sürgün.

Sürgün significa “exilio” en tártaro y en turco, y es como se denomina a la deportación en masa de los tártaros de Crimea ocurrida en mayo de 1944, hace ahora 72 años.

Al igual que otras nacionalidades existentes en la Unión Soviética, los tártaros de Crimea tenían su propia lengua, su propia cultura y sus propias costumbres. De origen túrquico, eran y son musulmanes. En los años treinta, sus líderes intelectuales y políticos habían sido purgados por las autoridades soviéticas.

Como ocurrió en otros lugares durante la ocupación alemana (y en especial en la URSS), unos 20.000 tártaros de Crimea colaboraron con los nazis, sobre todo encuadrados en la Legión Tártara de Crimea de la Wehrmacht, formada por batallones policiales auxiliares conocidos como Schutzmannschaft (o Schuma), que pasarían más tarde a integrar el Tataren-Gebirgsjäger-Regiment der SS,  transformado después en la Waffen-Gebirgs-Brigade der SS (tatarische Nr. 1), cuyos integrantes acabarían finalmente en la  Osttürkischen Waffen-Verbänd der SS.


Ahora bien, a la vez, decenas de miles de tártaros sirvieron con lealtad en el Ejército Rojo, ocho de los cuales alcanzaron la distinción de Héroes de la Unión Soviética.



En mayo de 1944, reconquistada Crimea, Stalin autorizó a Beria –jefe del NKVD- a deportar a los 200.000 tártaros que vivían allí. Toda la población tendría que pagar por las acciones de una minoría. La operación se preparó cuidadosamente  para poder arrestar a todo el pueblo tártaro en un solo día. En ella participaron cerca de 30.000 hombres del NKVD.

Al alba del 18 de mayo, los soldados del NKVD irrumpieron en las aldeas tártaras. Nikonor Perevalov, por entonces teniente del NKVD, tomó parte en la operación: «Cuando llamé a la puerta, vi encenderse la luz y oí preguntar. “¿Quién es?”». Él contestó que representaba al Estado soviético y que debían de abrir de inmediato. Una vez dentro, leyó a los habitantes de la casa el decreto por el que dictaba su deportación. «Y claro, todos se pusieron a dar alaridos. Sin embargo, aunque estaban aterrados, no trataron de agredirnos ni se resistieron. Nadie intentó siquiera huir. Nos recibieron con total obediencia». Perevalov se sintió “desgraciado” al contemplar a aquella familia tártara sumida en la desolación: «Sentí lástima al ver, por ejemplo, que sacaban en camilla a una anciana para llevarla al camión (…) Estaba tan débil que no articuló palabra; ni siquiera se movía. Era muy mayor». Evidentemente una viejecita enferma no podía ser una temible colaboradora de los nazis: «Aquella abuela no tenía culpa de nada. La mayoría no tenía culpa de nada, si he de ser sincero».

Kebire Ametova era todavía una niña cuando los tipos del NKVD llegaron para llevársela junto a su familia. Paradójicamente, su padre estaba en el Ejército Rojo luchando contra los alemanes, y ella había sido testigo de cómo su madre había ayudado a los partisanos soviéticos de la zona: «Hacíamos comida para los partisanos que pasaban por allí; yo les daba pasteles. En aquel tiempo no esperábamos la llegada de nadie; así que mi madre los invitaba a sentarse con nosotros a la mesa». Un día, vieron a unos alemanes que pasaban cerca, y la madre de Kebire escondió a los partisanos hasta que los germanos se marcharon. Estos la habrían matado si hubieran descubierto a los guerrilleros. Pero nada de esto importaba al NKVD. Lo único que había que tener en cuenta era que Kebire, su madre, sus tres hermanas y su hermano eran tártaros: «Llegaron dos soldados de mediana edad, nos dijeron que nos iban a expulsar de nuestra casa y nos dieron quince minutos para prepararnos». Su madre «comenzó a correr de un lado a otro llorando» tratando de reunir el mayor número posible de pertenencias. «La casa se vio invadida, claro, por los gritos y otros ruidos. Gritos, ruidos y dolor, y lágrimas amargas (…) Teníamos leche hervida en un trípode colocado en el suelo, y mi madre les pidió que esperasen a que pudiera dársela de beber a los pequeños; pero [uno de los soldados] la derribó con el pie y la derramó toda. Ni siquiera pensaba dejarnos beber leche».

Los hombres del NKVD registraron la casa en busca de oro ya que sabían que, por tradición, los tártaros conservaban las riquezas que poseían en forma de joyas de dicho metal que escondían en algún lugar de la casa o el jardín. Como no lograron dar con ellas, se llevaron la máquina de coser.

La gente fue trasladada a un cementerio musulmán. Dice Kebire: «El ruido y el griterío eran indescriptibles. En la aldea no se oía otra cosa que gritos. La gente perdía a sus hijas, sus hijos, sus esposos (…) La confusión era ensordecedora y aterraba de veras».

Las familias estuvieron encerradas en el cementerio casi todo el día. Los niños querían hacer sus necesidades, pero su fe les prohibía profanar así aquel lugar sagrado. Sin embargo, el NKVD no dejaba salir a nadie, así que se lo tenían que hacer encima: «Los niños no podíamos aguantar más, y nos lo hicimos en las bragas y en todo lo que pudimos encontrar».

Al final del día, los detenidos fueron trasladados en camiones a la estación, donde se les metió en vagones de ganado, llenos de paja, piojos y en los que había “un hedor indescriptible”. No se tuvo cuidado ni siquiera de que las familias fueran deportadas unidas: «Arrojaban las cosas en un vehículo y a las personas en otro. Lo desparramaron todo. Ponían a los niños en un vehículo y a los adultos en otro (…) Así que, cuando nos llevaron a la estación, todos corrían de un lado a otro como locos por encontrar a sus hijos (…) Mi madre no consintió que nosotros nos moviésemos de su lado; nos decía que estuviésemos quietos y ella, mientras, lo hacía todo. Para embarcarnos, nos cogían por el cogote (…) nos lanzaban como a mininos, nos agarraban del cuello, nos daban patadas… Nos trataban con toda la crueldad que les venía en gana: no se compadecieron ni de un solo niño (…) Era aterrador: una pesadilla».



Kebire Ametova no entendía nada: «No sabía qué habíamos hecho. Éramos niños; ¿qué íbamos a saber? Aún hoy en día seguimos sin saber por qué nos estaban castigando (…) nunca me he tenido por culpable. ¿De qué podía tener la culpa ninguno de aquellos ancianos y niños? ¿Qué habíamos hecho que justificara el que nos diesen quince minutos para abandonar nuestros hogares? ».

Hoy arde en deseos de venganza: «Si topase con aquel soldado [el que les hizo abandonar su casa], lo cortaría en pedacitos y lo colgaría (…) Le quitaría las medallas del pecho para metérselas por los ojos, porque hizo lo que no debía: tenía que estar luchando en el campo de batalla, y no desalojando a niños inocentes (…) Lo acuchillaría, y el que tenga la presión sanguínea a 220 no me lo va a impedir».

Musfera Muslimova fue otra de las niñas a las que metieron junto a su familia en un tren el 18 de mayo. Tenía once años: «Muchos decían: “Stalin no debe de saber nada; si lo supiera, esto no estaría pasando”; y durante el viaje comenzaron a correr rumores de que se había enterado y de que no íbamos a tardar en volver a casa (…) Como nos había liberado de los alemanes confiábamos en él».

Era una época en que muchos trenes recorrían Europa, cargados de soldados, de armas o de prisioneros.

Casi todos los tártaros fueron deportados a Uzbekistán. Los trenes tardaron varias semanas en llegar a su destino. Las condiciones de vida en los vagones en que iba encerrada la gente eran tan malas que muchos (sobre todo los más jóvenes y los más ancianos) murieron en el trayecto: se calcula que unos siete mil. Musfera Muslimova recuerda haber visto morir a un niño pequeño. «Para evitar que nos angustiásemos, los que hacían el viaje con  nosotros [dijeron]: “Niños, no miréis para allá” ». El cadáver fue abandonado al lado de la vía en una parada.

Una vez en Uzbekistán, los deportados sufrieron la hostilidad de sus habitantes. Musfera recuerda que «a los uzbekos les dijeron: “Los que van a venir son caníbales: se comen a la gente, y en especial a los niños. ¡No dejéis que vean a vuestros pequeños, porque les chuparán la sangre!”. Y ellos se lo creyeron. Ni ellos ni nosotros, los tártaros, habíamos estudiado mucho».

Nazlajan Asanova tenía catorce años cuando fue deportada: «A los uzbekos no les hacíamos mucha gracia. Decían siempre: “¡Por ahí van los traidores!”. Y en realidad, nosotros no éramos más que gente honrada (…) Resultaba de veras terrible, indescriptible. No existe en el mundo papel suficiente para expresarlo».

Para desgracia de los tártaros, a la antipatía de los uzbekos se unieron las condiciones climáticas del territorio al que habían sido deportados. Fueron trasladados de una de las regiones más fértiles de Europa –célebre por su clima templado y sus vinos- a una tierra seca y árida en la que poca cosa se podía cultivar. En verano, la temperatura podía subir de los cuarenta grados, y en invierno descendía por debajo de los veinte bajo cero.

Los tártaros fueron confinados en “alojamientos especiales” dispuestos por el NKVD. No había alambre de espino porque no hacía falta: la naturaleza del lugar y la constante presencia de guardias impedían que nadie pudiera salir de allí. Los deportados eran obligados a trabajar durante horas interminables en algodoneras de granjas colectivas o en fábricas. Las condiciones y la falta de alimentos y medicinas hicieron que muchos comenzaran a morir. Refat Muslimov tenía doce años en 1944: «Nos obligaban a trabajar diez horas, dedicadas a labores agrícolas nada livianas. Y no tardaron en aparecer las enfermedades. Una de las más temibles era la disentería, que iba asociada a las aguas sucias. También hubo quien murió de malaria. No teníamos medicamentos, ni médicos ni hospitales. La gente empezó a morir sin más. Mi abuelo pereció después de una semana, y la hermana de mi madre, mi tía preferida, sobrevivió una veintena de días antes de morir, un buen día, a causa del clima; por el calor, quiero decir (…) Cuando mi hermano [que tenía quince años] fue incapaz de seguir trabajando, comenzaron a golpearlo. Fuimos a quejarnos al comandante.

-¿Ha visto qué paliza le han dado? –le dijimos, y él respondió:

-No debían haberle pegado sin más: tenían que haberlo matado. ¡Os tendrían que matar a todos!

Mi prima se acercó a un uzbeko y le pidió pan. Él, que estaba casado, la obligó a entrar en su casa y, tras violarla, le dio un pastelillo. Ella no le dio importancia a semejante proceder, porque el hambre hacía que lo viera normal: habría estado dispuesta a hacer cualquier cosa».

La mayor parte de los tártaros deportados estaba constituida por mujeres y niños, que se convirtieron en las principales víctimas: los más pequeños por tener que trabajar, y las madres por tener que cuidar de sus hijos. Al cabo de poco tiempo, Kebire Ametova, su madre, sus tres hermanas y su hermano empezaron a pasar hambre. «Cuando una pasa una semana sin comer, puede tener la cabeza en su sitio, funcionando perfectamente; pero la lengua deja de movérsele».

Su madre vendió todo lo que tenía para poder comprar comida, pero al cabo de unos meses se había quedado sin nada que canjear. En consecuencia, Ziver, la hermana pequeña de Kebire, que sólo tenía dos años y medio cuando la deportaron, empezó a morir de inanición. «Estaba tan hinchada que, de no haber sido por el pelo, no habríamos sido capaces de decir dónde tenía la cara. Lo tenía todo inflado, y el cabello era lo único que permitía determinar cuál era la parte posterior de la cabeza y cuál la anterior». La niña murió con tres años. Su madre lavó el cadáver, lo envolvió en un paño, y toda la familia le ayudó a cavar una tumba en aquella dura tierra.

La madre de Kebire trató de ganar dinero plantando nabos en la granja colectiva, pero el frío le produjo congelación de una pierna, que se le ulceró. Desesperada, dijo a Kebire y su hermano que sólo sobrevivirían si la abandonaban, alcanzaban a pie la aldea más cercana y trataban de dar con alguien que se compadeciera de ellos. La niña solo tenía diez años cuando dejó a su madre para vagabundear. Los dos niños lograron burlar el puesto de vigilancia del NKVD y se internaron en el bosque. Allí toparon con un uzbeko que los llevó a su casa, les dio de comer y les dijo que, si querían subsistir, tendrían que mendigar. «Nos hizo saber lo que teníamos que decir: “Por el amor de Cristo, denos algo que comer: no tenemos padre, y nuestra madre está enferma”, y nos dijo adónde teníamos que ir. Nos dijo que lucháramos por salvarnos, sin sentir timidez: pedir no era robar, y no había pecado alguno en preguntar si alguien podía darnos comida (…) Así que empezamos a deambular mendigando en busca de algo que echarnos a la boca por el amor de Cristo. A veces, hasta mentíamos, diciendo que no teníamos padres, y nos daban comida (…) [Luego] le llevábamos a nuestra madre las patatas que hubiésemos conseguido o cualquier otra cosa que nos hubieran dado».

Cuando pedían limosna, Kebire y su hermano dormían al raso, salvo las veces que encontraban cobijo en alguna casa. «Cuando nos quitaban la ropa para ponerla sobre la estufa y hacer que se secara, estaba tan llena de piojos que [parecía] pesar más que nosotros mismos». Aunque sobrevivió, Kebire no recibió educación alguna y creció analfabeta. Según sus propias palabras, le robaron la infancia.

Al cabo de los años, todavía algunos tártaros continuaban creyendo que Stalin los había expulsado “por error” de Crimea. Dice Refat Muslimov que «pensábamos que al día siguiente nos volverían a meter en aquellos trenes para llevarnos de nuevo a nuestra patria (…) que alguien lo había llevado [al dirigente soviético] a hacer una cosa así o que no se había enterado. No le miento si le digo que había quien tenía preparado el equipaje y decía: “Nos vamos: por lo visto, ya han dado la orden. Stalin ha dado las instrucciones necesarias, y lo único que debemos hacer es esperar al tren” ».

Sin embargo, hoy los tártaros saben de sobra quién fue el principal responsable de aquella atrocidad: Iósif Stalin. Según Muslimov, «era un carnicero que llevó a la muerte a millones y millones de personas. Un carnicero de verdad. Deberían juzgarlo. El mundo se ha olvidado de él, pero por lo que hizo, merece que lo juzguen. ¡Exijo que lo pongan ante un tribunal! Por más que esté muerto, habría que enjuiciarlo, ¡y castigarlo!».

Según el NKVD, dieciocho meses después de su llegada a Uzbekistán había muerto más del 17 por ciento de los tártaros. Según algunas fuentes, las deportaciones acabaron con la vida de casi la mitad del pueblo exiliado. No obstante, aquel crimen no fue el único de tales características. A los millones de campesinos deportados por las autoridades soviéticas durante las colectivizaciones de inicios de los años treinta, se sumaron 30.000 finlandeses de Carelia en 1935. En 1937 172.000 coreanos sufrieron la misma suerte, siendo trasladados a Kazajistán y Uzbekistán. Allí fueron enviados también los Alemanes del Volga (casi un millón de personas) en 1941. Y entre 1939 y 1951 los países bálticos, Polonia oriental y Moldavia padecieron varias deportaciones selectivas (200.000 bálticos, entre 350.000 y 1.500.000 polacos y entre 200.000 y 400.000 moldavos).

Entre finales de 1943 y junio de 1944, los soviéticos se pusieron a deportar gente y fue un no parar: deportaron a seis pueblos enteros –los chechenos, los ingusetios, los tártaros de Crimea, los karacháis, los balkarios y los calmucos-, acusándoles a todos de colaborar con los nazis. Los lugares de destierro eran Siberia, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán. A ellos se unieron, en la segunda mitad de 1944, los griegos, los búlgaros y los armenios de Crimea, junto a los turcos mesjetas, los kurdos y los hamshenis del Cáucaso. Entre esos dos años, se deportó a un número cercano a los dos millones de personas. Para Stalin, todos habían colaborado con los nazis. Para todos, fue una hecatombe.

De todas estas deportaciones, solo se hicieron públicas en vida de Stalin las de los chechenos y los tártaros. Aunque las deportaciones ocurrieron en 1944, se anunciaron en el periódico Izvestia como si hubieran tenido lugar en junio de 1946. Según lo publicado, ambos pueblos habían sido “reubicados en otras regiones de la URSS” por haberse unido “a las unidades de voluntarios organizadas por los alemanes”.

La inmensa mayor parte de los desterrados no podían ser, ni por asomo, sospechosos de haber colaborado con los alemanes. Alexei Badmaiev era un calmuco que había combatido en Stalingrado en las filas del Ejército Rojo y había sido condecorado por sus acciones de guerra. En enero de 1944 se recobraba de sus heridas en un hospital cuando recibió la orden de presentarse en la estación de ferrocarril. Desde allí, lo enviaron a un campo de trabajo en los Urales, donde vio morir por el hambre y las enfermedades a otros combatientes calmucos. Para Badmaiev, todo aquello era un disparate: «Yo sabía muy bien que en el frente andábamos escasos de soldados, y desterrar a toda aquella gente iba más allá de la estupidez. Además, deportar a una nación entera constituía un crimen. Ya lo es, de sobra, castigar a un inocente; pero sacar de su tierra todo un pueblo y condenarlo a la extinción… En fin, no sé con qué compararlo».

El motivo que llevó a Stalin y Beria a cometer estos crímenes fue un simple deseo de venganza, a la vez que continuar con la estrategia soviética de deportar a minorías étnicas como forma de reprimir posibles actos de disidencia. En el caso de los chechenos y los tártaros, seguramente Stalin quiso librarse de pueblos que habían mostrado en el pasado oposición al dominio ruso y la colectivización. Según dijo Vladimir Semichastni (quien fue jefe del KGB en los años sesenta), «si Stalin se hubiera puesto a tamizar y a descubrir quién era culpable y quién no, quién había luchado en el frente, quién trabajaba en las organizaciones del Partido Comunista y todo eso, habría necesitado veinte años. Pero estábamos en guerra, y si se hubiera puesto a investigar, aún no habríamos acabado. Esa era la forma que tenía él de resolver los problemas (…) Para él, desterrar a un millón de personas no era nada».

Lógicamente, los británicos y los estadounidenses tuvieron noticias de estos crímenes, pero no dijeron nada. Al fin y al cabo, Stalin les estaba ayudando a vencer en una guerra justa contra Hitler. Es más, una de las conferencias más célebres de la Segunda Guerra Mundial, la de Yalta, se celebraría en la misma región de la que se había sacado por la fuerza al pueblo tártaro unos meses antes.

Si el objetivo de la deportación de los tártaros de Crimea fue castigar a los culpables de haber colaborado con los nazis, la operación se saldó un fracaso, pues muchos de los colaboracionistas se retiraron junto a las unidades a las que pertenecían, dejando atrás a un cuantioso número de inocentes. Además, entre los desterrados por el NKVD hubo unos nueve mil tártaros que habían servido en las filas del Ejército Rojo, así como más de setecientos afiliados al Partido Comunista.

El exilio de los tártaros de Crimea se prolongó oficialmente hasta 1989. No pudieron volver a su lugar de origen hasta 1991. Hoy, en un momento de creciente rehabilitación del estalinismo en Rusia, y después de que este país se anexionara Crimea, en el marco de la crisis ucraniana, activistas tártaros luchan por que se considere el Sürgün un genocidio. Así lo hizo el pasado noviembre la Rada Suprema de Ucrania.

Periódicamente se conmemora el aniversario del Desembarco de Normandía, pero no se dice nada de la Operación Bagration, una batalla ocurrida en el frente del Este, también a mediados de 1944, que fue mucho más decisiva e importante en términos cuantitativos que el desembarco de los Aliados occidentales en Francia. Nos seguimos sobrecogiendo con los crímenes nazis, pero apenas se mencionan las deportaciones de millones de personas llevadas a cabo por los soviéticos mientras estos formaban parte del bando de los buenos. Como dice Anne Applebaum, “nadie quiere pensar que derrotamos a un asesino de masas con la ayuda de otro”.

En realidad son solo unos ejemplos de la visión terriblemente sesgada que continuamos teniendo de la Segunda Guerra Mundial.


Nacimiento en un vagón-prisión, por Yevfrosiniya Kersnovskaya (12 años en el Gulag)


En definitiva, la canción ganadora este año en Eurovisión me parece de lo más apropiada, más allá de su valoración artística, en la que no voy a entrar. Jamala nació en Kirguistán, donde su familia de origen tártaro y armenio había sido deportada por Stalin mientras su bisabuelo luchaba en las filas del Ejército Rojo. Tampoco me sorprende que Rusia haya orquestado una campaña de protesta, a la vez que la situación de los tártaros vuelve a ser preocupante.


Más información:
 
-Applebaum, Anne, “Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos”, Debate, 2004.

-Bruneteau, Bernard, “El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas desde Armenia a Ruanda”, Alianza, 2006.

-Courtois, Stéphane et al., “El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión”, Planeta/Espasa, 1998.

-Rees, Laurence, “A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial”, Crítica, 2009.