Parece ser que en estos tiempos modernos e informatizados es habitual que la gente acuda a los hospitales pidiendo que se borren determinados episodios y datos de sus historiales clínicos, como si la vida fuera un vulgar buscador de internet. Vivimos en una época en que la información, por lo general, está más disponible que nunca, pareciera que al alcance de cualquiera, lo que creo que potencia ciertos comportamientos obsesivos la mar de interesantes. Están los que tratan de ocultarse desesperadamente, los celosos de su intimidad, los desconfiados, los paranoicos, los neuróticos. También están los cotillas, los morbosos, los que exploran sin descanso la vida de los demás, los que husmean incluso donde no deben. Y finalmente están los exhibicionistas sin complejos, los que no pueden dejar de contar cada cosa que hacen y enseñar cada lugar que visitan al instante. Yo, como en otros aspectos, siento que vivo desubicado, porque acostumbro a exponer mi vida impúdicamente ante todo el mundo y de mil formas distintas, pero en diferido. Hablo de mi pasado y lo destapo sin tapujos, el lejano y el reciente, mis pocas grandezas y mis muchas miserias. Quizá como catarsis, quizá como forma de superar los daños, quizá porque pienso que no tengo nada que esconder, quizá porque sea un completo sinvergüenza (y sin duda un egocéntrico), quizá por reírme de mí mismo, quizá porque no quiero arrepentirme de nada. No solo no borro mi historial, sino que lo cuento.
Y al que no le guste, que no mire.
Y al que no le guste, que no mire.
Tú eres tú, con tus circunstancias...y con tu historial (sin borrar).
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