Entre 1939 y 1945, Polonia se convirtió en un lugar de muerte, pero en el mal sentido. Fue invadida primero conjuntamente por los nazis y los soviéticos, luego completamente por los nazis, y luego completamente por los soviéticos. A los muertos en combate, o por causa directamente de la guerra, se sumaron en aquellos años millones de personas asesinadas allí por motivos de clase, raza o ideología. Los nazis asesinaron primero a los polacos "prominentes", luego a los judíos (de Polonia y también procedentes de otros lugares) y a cualquiera que les mostrara algún tipo de resistencia. Los soviéticos deportaron a cientos de miles de polacos, muchos de los cuales murieron, siguiendo criterios de clase o étnicos (de hecho, la NKVD había ejecutado a más de cien mil polacos étnicos en la propia URSS antes de la guerra). No pocos de ellos, además de polacos, también eran judíos.
Los judíos estaban muy presentes en la Polonia anterior a la guerra. Eran cerca del 10% de la población (más de tres millones), pero aportaban más de un tercio de los impuestos y sus empresas representaban casi la mitad del comercio exterior. Al acabar la Segunda Guerra Mundial había desaparecido casi el 90% de los judíos polacos.
Si en aquella época era difícil de por sí sobrevivir en Polonia, mucho más aún lo era para los judíos: por judíos y por polacos.
Sin embargo, hubo algunas personas -pocas, muy pocas- que se arriesgaron a ayudar a los perseguidos, a sabiendas de que les podía salir muy caro.
En su libro sobre el Holocausto, Tierra negra, Timothy Snyder cuenta la historia de Josel Lewin, un judío polaco que seguía vivo en noviembre de 1943. Después de que hubieran asesinado a su familia, Lewin vagaba perdido, sin rumbo, hasta que se refugió en el granero de un campesino conocido, en la aldea de Janowo. El campesino lo descubrió y se sobresaltó, como es lógico. Por entonces, los polacos que vivían en el campo pensaban que ya no quedaban judíos, y en todo caso prestar algún tipo de auxilio a un judío vulneraba las órdenes alemanas.
Cuando el campesino iba a hablar, Lewin le interrumpió y le pidió un singular favor: que esperara media hora antes de hacer nada, y que transcurrido ese tiempo volviera al granero. Entonces Lewin le diria algo. Así lo hizo el campesino, y cuando regresó, Josel Lewin le dijo lo siguiente: "No quiero seguir viviendo; voy a suicidarme y usted me enterrará". El campesino le contestó que la tierra estaba congelada y que sería difícil cavar en ella. Quizá fue una forma de decirle a Lewin que reconsiderara su decisión. Escribe Snyder:
Si Josel no le hubiese dado tiempo al campesino para que se calmase, quizás el campesino habría reaccionado de otra manera. Si el campesino no hubiese hecho aquel comentario sobre el suelo helado, puede que Josel se hubiese suicidado. El campesino le proporcionó techo y comida durante los siguientes ocho meses, y Josel sobrevivió.
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