martes, 27 de octubre de 2015

Franco, ese imbécil


Alegoría de Franco y la Cruzada, de Arturo Reque Meruvia 


Ahora que se van a cumplir cuarenta años desde la muerte del invicto Caudillo, qué mejor momento para hablar de él.

Sobre Franco hay toneladas de propaganda en uno u otro sentido, esto es, para glorificarle o para ponerle a parir. Sin embargo, incluso entre sus más férreos detractores abundan todavía quienes le reconocen como un brillante militar y un buen economista (esto último por aquello del "milagro económico"). Vamos a explicar que no era ni una cosa ni la otra.
 
Con respecto a lo segundo, el nivel de renta per cápita de 1935 no se recuperó en España hasta mediados de los años cincuenta, es decir, que hubo un retraso de veinte años gracias a la fantástica guerra civil que Franco y los suyos se encargaron de provocar. Pero diciendo esto no demostramos que fuera tonto, solo un hijo de puta.

Tras la guerra, Franco proclamó su firme propósito de "reconstruir España" (discurso del 5 de junio de 1939), y para ello se encomendó a un proyecto fundamentado en la autarquía económica, un sistema al que dedicó grandes elogios atreviéndose incluso a señalar que la victoria en la guerra venía a significar "el triunfo de unos principios económicos [los de la autarquía] en pugna con las viejas teorías liberales".

Según Franco, el primer problema de la economía española consistía en la "nivelación de la balanza de pagos", y ofreció una solución genial: "Siendo el déficit la diferencia de los dos capítulos de importaciones y exportaciones, podremos hacerlo desparecer atacando a ambos, haciendo disminuir las importaciones y aumentando las exportaciones".



Resultó que las excelencias de la autarquía hundieron al país en el hambre y el caos, y provocaron el desastre en la agricultura y la industria. Y eso a pesar de que la guerra realmente no había causado exagerados destrozos en las fábricas ni en las explotaciones agrícolas.

El "milagro" vino solo después de que, gracias a la Guerra Fría, los yanquis concediesen a Franco los primeros créditos, y cuando en Europa se venía desarrollando, desde hacía años, un gran crecimiento económico. Mientras Europa occidental gozaba de una ola de prosperidad, la España franquista padecía un déficit comercial crónico y creciente; el Estado agotó sus divisas hasta llegar a la suspensión de pagos, y hubo que decir adiós a la autarquía, a las geniales ideas económicas del Caudillo, y dar un giro de ciento ochenta grados. Un gobierno formado por tecnócratas se encargó de elaborar y ejecutar el correspondiente plan de estabilización y liberación que Franco, muy a su pesar, no tuvo más remedio que aprobar.

En el "milagro" desempeñaron un papel relevante los trabajadores que tuvieron que emigrar a otros países, las divisas proporcionadas por el turismo y el flujo de capitales extranjeros.

El "milagro" llegó, pero de la mano del liberalismo que Franco tanto había denostado, y solo después de que este abandonara las riendas de la economía.

El "milagro" llegó, pero no precisamente gracias a Franco, sino a pesar de Franco.

No obstante, al ser implementado en una dictadura, el "milagro" tuvo también sus secuelas. Como bien explica la Wikipedia:

Sin embargo, este crecimiento descuidado y auspiciado por el Estado, dejó latentes sus carencias con la llegada de la crisis de los años 70. No sólo causó graves daños ecológicos, dejó una estela de gran corrupción y produjo una focalización industrial desigual (dejando a muchas regiones en la absoluta pobreza), sino que además acabó provocando males endémicos que aún hoy son materia económica pendiente para España.  

En cuanto a lo de "brillante militar", recomiendo la interesante lectura de La incompetencia militar de Franco, de Carlos Blanco Escolá, un libro que echa abajo todos los mitos acerca de la invencibilidad del Caudillo, empleando para ello documentos y archivos militares, hojas de servicio, acciones de combate, etc. Franco era un militar rutinario, maniático de las ordenanzas, arribista e intrigante. Tenía una enorme incapacidad para tomar decisiones acertadas en asuntos militares, a la vez que una especial tenacidad en reclamar recompensas y méritos. En 1916 el capitán Franco reclamó la Cruz Laureada, y ante la negativa de sus superiores en aquellas circunstancias, se la concedió a sí mismo en 1939, cuando ya era Jefe del Estado. Y lo hizo mediante la ridícula estratagema de renunciar durante unas horas a su cargo de presidente del Gobierno para que no pareciera una autoconcesión.

Abundemos en esto. La única acción de su vida en la que Franco resultó herido fue la operación de El Biutz, cerca de Ceuta, el 29 de junio de 1916. Sufrió una herida grave al iniciar con su compañía el ataque, así que fue evacuado a un hospital de campaña. Su participación en el combate fue, pues, muy breve, aunque gracias al parte emitido por su compañero, el capitán Lías, se le concedió la Orden militar de María Cristina de primera clase. Sin embargo, el proceso instruido desde el 24 de julio, a propuesta del capitán Lías, lo había sido para determinar si Franco era merecedor de la Cruz Laureada de San Fernando; con la concesión de la Orden de María Cristina el caso debía quedar zanjado.

Pero no, Franco no lo creyó así, y presionó a su amigo Lías para que solicitara la reapertura del expediente para la concesión de la Laureada.

Desgraciadamente para el herido, durante el juicio quedó claro que el capitán Lías carecía de elementos de juicio para promover la instancia que había dado lugar a la apertura del expediente y que, consecuentemente, si llegó a cursarla se debió a las presiones ejercidas por el propio Franco. Este, por su parte, ofreció un testimonio muy poco prudente (dijo que, estando herido, había llegado a coronar una loma, cosa que no era cierta) que no fue corroborado por ninguno de sus compañeros participantes en la operación de El Biutz, aun cuando se mostraran inclinados a favorecerle (sin duda por el corporativismo reinante entre los africanistas).



Es decir, que ni siquiera los compañeros de Franco parecían dispuestos a compartir el talante fabulador del futuro Caudillo. Incluso algunos camaradas decidieron añadir algunos juicios que no favorecían demasiado a Franco ("... el capitán Franco no hizo más que auxiliar el avance de la Caballería, sin ninguna cosa de particular en su actuación..."). Para colmo, el médico que le atendió, demostró irrefutablemente que la herida de Franco no le permitió realizar acción alguna después de sufrirla, es decir, demostró que Franco mintió. Y para finalizar, un marroquí de las tropas regulares ratificó el testimonio del médico, pues él había socorrido a Franco cuando cayó herido.
 
En resumen, a Franco se le denegó la Laureada.

Pero el joven capitán decidió acudir entonces a las más altas instancias, esto es, al Rey. Por entonces era corriente que los héroes africanos se acercaran a palacio para entrevistarse con Alfonso XIII. Y a cuento de esto, dice Pedro Sainz Rodríguez en Testimonio y recuerdo:

El Duque de Miranda [mayordomo real] y el propio Alfonso XIII coincidían en afirmar que el militar que más veces había acudido a palacio pidiendo ayuda o planteando reclamaciones había sido el futuro Caudillo.

De todas formas era el propio monarca quien alentaba a los oficiales pedigüeños para así crear "una especie de camarilla palaciega", en palabras de Stanley Payne (Ejército y sociedad en la España liberal (1808-1936)), quien advierte además que los contactos mantenidos por el Rey con el Ejército eran "fundamentalmente inconstitucionales".

El caso es que el bobo de Alfonso XIII decidió proteger y promocionar a aquel pequeño capitán, al que llamaban "Franquito", con apariencia de persona amable y servicial, y terminó por convertirlo en uno de sus favoritos. Años más tarde, ya próximo a su muerte, el monarca exiliado se lamentó de su error exclamando: "Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso".



En conclusión, que las habilidades de Franco en el campo de batalla eran muy inferiores a las que exhibía en otros terrenos, como la capacidad para la intriga, la tenacidad para hacer reclamaciones y la falta de escrúpulos. Para eso, y para matar civiles en masa, sí tenía los huevos cuadrados.

Desde el punto de vista estrictamente militar, nadie puede ser un buen profesional de las armas a la vez que exterminador de la población civil, tal como lo fue el invicto Caudillo en la Guerra Civil y después. Recalco lo de "y después" porque la represión franquista se llevó por delante a unas 150.000 personas, pero la mitad fue después de la guerra. Cómo sería la cosa que cuenta Paul Preston en El holocausto español que un personaje como Himmler se sintió impactado cuando vio las cárceles y campos de concentración durante su visita a España en octubre de 1940. Dice Preston que a Himmler "le pareció absurdo que cientos de miles de trabajadores permanecieran encerrados en circunstancias lamentables, muchos aguardando la sentencia de muerte, en un momento en que el país requería desesperadamente la reconstrucción  de carreteras, edificios y viviendas destruidos durante la Guerra Civil (...). Dijo a Franco y Serrano Suñer que se estaban desaprovechando unos recursos valiosos y que tenía más sentido incorporar a la clase obrera al nuevo régimen que exterminarlos". Pero Franco no le hizo mucho caso.

 

Si buscamos en su biografía anterior a su vida militar, vemos que ya de niño era de naturaleza acomplejada, lo que contribuía a que sus compañeros le llamasen "El Cerillita" y le tratasen de afeminado. Y que se licenció en la Academia General de Infantería de Toledo en el puesto 251 de un total de 312. Es decir, que no era ninguna lumbrera.

Tuvo la suerte de contar con los apoyos de otros malhechores estúpidos como él.

La Guerra del Rif, fuente inagotable del prestigio militar de Franco, no fue una guerra en el sentido estricto y técnico del término, porque si exceptuamos el Desastre de Annual o el desembarco de Alhucemas (en el que Francia jugó la carta más relevante), se trató esencialmente de un conjunto de escaramuzas coloniales, es decir, algo que no puede servir de ninguna manera como escuela de estrategia.

El ascenso de Franco hasta general ("el general más joven de Europa desde Napoleón", se ha dicho siempre, aunque no es más que una patraña) se debió a la política emprendida por Alfonso XIII, como ya hemos señalado, el cual quiso rodearse de una guardia pretoriana a base de los oficiales africanistas. Su delirio de convertirse en el rey de África hizo que el estúpido monarca confraternizara con esa camarilla de aventureros concediéndoles ascensos y condecoraciones al por mayor, pasándose por el forro la normativa vigente sobre ese particular. Franco era un imbécil insensible, y creo que debemos aceptar que los imbéciles, con su insensata seguridad y la apariencia manejable e inofensiva, siempre han inspirado confianza a las altas instancias del poder. Además, su falta de sensibilidad garantizaba toda suerte de tropelías y crueldades sin ninguna clase de contradicción o arrepentimiento. Pero ocurre a veces que cuando el idiota alcanza la cima, su propia necedad le impide tener el mínimo complejo para creerse instrumento de la Providencia, con lo que prescinde o liquida por lo sano a sus valedores y acaba arrogándose el derecho de exterminar impunemente a todo opositor, real o supuesto. Y también hay que tener en cuenta el apoyo popular, puesto que a las razones simplistas de un imbécil nunca les ha faltado aceptación entre las masas, entre personas que las confunden con sentido común, mientras que su hierática seguridad de asno es tomada por autoridad.

Aparte, Franco tuvo también la fortuna de que en Alemania e Italia gobernasen otros dos maleantes como eran Hitler y Mussolini, que no dudaron en apoyarle en su lucha contra "el comunismo y la democracia corrupta" en 1936. No se metió plenamente en la Segunda Guerra Mundial porque ningún contendiente tuvo mucho interés en nuestro país -tampoco Hitler-, no por falta de ganas, y de no ser por los EEUU y la Guerra Fría, habría llevado a España a la completa ruina años después (tengo que recordar aquí que en la gran manifestación convocada por el régimen en la Plaza de Oriente de Madrid en diciembre de 1946, como respuesta al bloqueo de la ONU debido al fascismo de Franco, por lo visto se exhibió entre otras una pancarta que rezaba "Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos", de la que por cierto no he encontrado imagen alguna).




Es normal que cueste aceptar la imbecilidad de Franco. Teniendo en cuenta que el pueblo español soportó, en su gran mayoría y con insólita paciencia, casi cuarenta años de un régimen carca, meapilas, represivo y ridículo, resulta muy difícil admitir que quien nos tuvo inmovilizados tanto tiempo fuese un completo gilipollas. Así que hay que convertirlo en un villano inteligentísimo para justificar nuestra propia inoperancia y salvar así la dignidad ante la incapacidad de eliminarlo.

El primo y ayudante de Franco, el teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo (Pacón), escribió un libro de memorias titulado Mis conversaciones privadas con Franco, cuyo contenido pretendía ser apologético, pero que resultó ser una colección de perlas y memeces varias que conforman la prueba más palpable y acusatoria de la debilidad mental del Generalísimo. Un ejemplo. En uno de sus párrafos, correspondiente al 5 de enero de 1955, Franco comenta lo siguiente:

Al terminar la Segunda Guerra Mundial no era deseo de las naciones vencedoras el que los vencidos se levantasen pronto de su postración. Por ello se les obligó a que adoptasen el régimen democrático, pues estaban convencidos de que así no les vendría la prosperidad ni mucho menos.

Claro, uno piensa en Italia y, sobre todo, en Alemania y Japón, y efectivamente, la prosperidad no les vino ni por asomo.
  
En fin, que sobran comentarios ante semejante estupidez, aunque esos juicios que emitía S.E. hacen entrever que se había instalado fuera de la realidad y que la adaptaba a sus propias fobias o paranoias, en este caso hacia la democracia. Unas paranoias que se mantendrían inamovibles hasta que cascó.

Para acabar, una postal que el joven teniente Franco envió a una señorita a la que trataba de cortejar, decía así:

... En el día de mañana le escribiré unas líneas en vista de la falta de ocasión que durante mi cortísima estancia en esa para hablarle, pero en fin esperemos que llegue el día que baje a esa y que ya me tarda su llegada...

Una sintaxis propia de un tío inteligentísimo, desde luego.




Más información:

-Blanco Escolá, Carlos, "La incompetencia militar de Franco", Alianza, 2000.

-Boadella, Albert, "Franco y yo", Espasa, 2003.

-Franco Salgado-Araujo, Francisco, "Mis conversaciones privadas con Franco", Planeta, 1976.

-Preston, Paul, "El holocausto español", Círculo de Lectores, 2011.


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