El tema es nuevo y a la
vez no lo es. Es nuevo porque está de actualidad en España desde hace unos
años. No lo es porque en nuestro país el asunto empezó a raíz de la Guerra
Civil y se prolongo hasta finales de los ochenta o principios de los noventa.
Lo que pasa es que nos estamos enterando ahora de su magnitud.
El secuestro en masa de
menores por motivos políticos o raciales ha ocurrido en otros lugares también,
por desgracia.
En cuanto a número,
hasta ahora los nazis se llevaban la
palma. Se calcula que secuestraron a cientos de miles de niños arios en varios países
ocupados, sobre todo en Polonia, para germanizarlos. Sólo entre el 10 y el 15% de ellos fueron
devueltos a sus familias.
A lo largo del siglo
pasado, más de 100.000 menores
aborígenes australianos fueron
secuestrados por las autoridades para que se criasen entre blancos, o sea, de
forma “civilizada”. El Gobierno australiano pidió perdón por ello hace tan sólo cinco años.
De la misma forma, una cantidad similar de niños indígenas de la provincia de Terranova y Labrador fueron secuestrados por las autoridades canadienses durante décadas, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, e internados en residencias religiosas. Se suponía que el propósito era educarlos, pero en la práctica el objetivo fue "matar al indio en el niño", es decir, erradicar la cultura indígena. Los niños secuestrados sufrieron todo tipo de abusos, incluyendo obviamente los sexuales. Canadá pidió disculpas por ello en 2008, aunque el daño ya está hecho: el millón de indígenas que quedan en Canadá sufren las mayores tasas de pobreza, delincuencia, suicidios, alcoholismo y drogadicción del país.
De la misma forma, una cantidad similar de niños indígenas de la provincia de Terranova y Labrador fueron secuestrados por las autoridades canadienses durante décadas, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, e internados en residencias religiosas. Se suponía que el propósito era educarlos, pero en la práctica el objetivo fue "matar al indio en el niño", es decir, erradicar la cultura indígena. Los niños secuestrados sufrieron todo tipo de abusos, incluyendo obviamente los sexuales. Canadá pidió disculpas por ello en 2008, aunque el daño ya está hecho: el millón de indígenas que quedan en Canadá sufren las mayores tasas de pobreza, delincuencia, suicidios, alcoholismo y drogadicción del país.
En 1948, durante la
Guerra Civil Griega, unos 30.000
niños fueron secuestrados por los comunistas
y enviados a países como Albania, Yugoslavia y Bulgaria para que fueran
reeducados políticamente. Las condiciones en que se desarrolló aquel exilio
forzado hicieron que muchos murieran. La
ONU condenó el secuestro de los niños griegos. Sólo unos pocos miles fueron
repatriados.
La dictadura argentina secuestró a unos 500 niños. Hasta hoy, sólo se ha recuperado a poco más de cien.
Según Amnistía Internacional, hoy hay en el mundo al menos 300.000 niños secuestrados por milicias
regulares o irregulares para servir como soldados y sufrir todo tipo de
abusos.
En España, el secuestro
de niños por parte del régimen franquista comenzó en 1944. Su artífice fue el
eminente psiquiatra Antonio Vallejo Nágera,
jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército.
Vallejo Nágera, influido por algunas teorías eugenésicas de la época, opinaba que la raza hispánica había degenerado a causa de las ideas democráticas e izquierdistas hasta el punto incluso de crear un nuevo tipo biológico:
“El
fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro
redondeado, ventrudo, sensual, venal y arribista, hoy predominante. Tiene tan
estrecha relación la figura corporal con la psicología del individuo que hemos
de entristecernos de la pululación de Sanchos y penuria de Quijotes”.
Vallejo no era un
genetista acérrimo y daba importancia a los factores ambientales en la mejora
de la raza. Tampoco era un racista estricto, aunque no abominaba del racismo
como lo concebían los nazis:
“Agradezcamos
al filosofo Nietzsche la resurrección de las ideas espartanas acerca del
exterminio de los inferiores orgánicos, de los llamados parásitos de la
sociedad. La civilización moderna rechaza tan crueles postulados en el orden
material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas
incruentas, que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que
imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que les
afecten. El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en penales,
asilos y colonias para los tarados, con separación de sexos”.
La moral católica de
Vallejo le impedía aprobar el asesinato (“eutanasia” para los nazis) o la
esterilización de los supuestos tarados. La solución estaba en la “eugenesia
positiva”, que trataba de “multiplicar a los selectos” en perjuicio de los
débiles. Y puesto que ciertas ideologías habían influido en la decadencia de la
raza, había que exaltar las cualidades espirituales, moralizar las costumbres y
reprimir las bajas pasiones y las ideologías inmorales. El patriotismo era la
esencia de la raza.
Durante la guerra,
Vallejo llevó a cabo una serie de investigaciones biopsíquicas en prisioneros
republicanos, concretamente sobre miembros de las Brigadas Internacionales
encerrados en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) y
sobre cincuenta mujeres republicanas presas en la cárcel de Málaga. En San
Pedro de Cardeña había agentes nazis, por cierto. El objetivo de su trabajo era
hallar
las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto
y el fanatismo político-democrático-comunista. Después publicó informes al respecto.
Acerca de las mujeres,
el estudio dejaba claro desde el principio la opinión de sus autores:
“Recuérdese
para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución
marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del equilibrio
mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del
control sobre la personalidad y la tendencia a la impulsividad, cualidades
psicológicas que en circunstancias excepcionales acarrean anormalidades en la
conducta social y sumen al individuo en estados psicopatológicos... Si la mujer
es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso débese a los frenos
que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de
contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que
contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenatrices de
las impulsiones instintivas, entonces despiértase en el sexo femenino el
instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente
por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas... Suele observarse que las
mujeres lanzadas a la política no lo hacen arrastradas por sus ideas, sino por
sus sentimientos, que alcanzan proporciones inmoderadas o incluso patológicas
debido a la irritabilidad propia de la personalidad femenina”.
En sus investigaciones
Vallejo concluyó lo que ya era presumible de antemano: el marxismo (que él
confundía con el antifascismo) tenía una clara y directa relación con
determinados problemas psíquicos, así como con unos niveles bajos de
inteligencia y de cultura. No es que el marxismo fuese una enfermedad, sino que
las personas con características psíquicas degenerativas e inferiores, en
contacto con determinados ambientes, se volvían fanáticas seguidoras de las
ideas de izquierdas. La mujer, al tener unas características psicológicas
potencialmente degeneradas, era más propensa a caer en el izquierdismo. Vamos,
que ser de izquierdas era más propio de degenerados, imbéciles y mujeres.
Los estudios de
Vallejo Nágera fueron una forma de estigmatización psicosocial del adversario
político, una cobertura científica para la represión llevada a cabo por el
régimen, en la misma línea en que ocurriría después en la Unión Soviética,
cuando se encerraba a los disidentes en manicomios.
La vida de las presas rojas en las cárceles franquistas era
infernal.
Antonia García,
militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, ingresó con 18 años en la
cárcel madrileña de Ventas, tras pasar largo tiempo en la comisaría de Núñez de
Balboa, donde había sido torturada:
“El
primer día que estuve en la sala, después de haber sufrido el shock de la enfermería,
llegó la hora del recuento. Al término, todo el mundo se tiraba al suelo para
coger sitio, y según caían, así se quedaban; yo me quedé pegada a la pared y
seguí toda la noche en la misma posición. A la mañana siguiente tenía las
piernas hinchadísimas y una visión angustiosa de la vida que me esperaba. Por
la mañana aquello era un cuadro demencial, las mujeres se estaban despiojando,
se rascaban las que tenían sarna. Lo primero que pensé es que nos estaban
convirtiendo en animales. Nos daban de comer cada veinticuatro horas un plato
de lentejas, si te llegaban, y estaban duras, no tenían sal ni aceite o grasa,
no teníamos agua, se cortaba y no había apenas. No te podías duchar. Ibas al
váter y estaba hasta arriba de mierda. Y pensaba que no podía vivir así”.
A Antonia García la
condenaron a muerte. Pasó un mes angustioso esperando que la “sacaran”
cualquier madrugada y luego le conmutaron la pena. Estuvo varios meses en la
cárcel de Claudio Coello y como se fatigaba mucho y le dolía la cabeza, la trasladaron
a una prisión para locas, en la calle Quiñones. Allí había mujeres con
grilletes en el patio a las que les ponían un plato de leche en el suelo y
tenían que beber con la lengua, como si fueran animales. Y otras desnudas en
sus celdas con la boca llena de sangre. “Había
enfermas de los nervios, locas rematadas no eran, a ellas las volvía locas de
las inyecciones, de las duchas frías que les daban”.
Muchas mujeres se
llevaban a sus hijos a la cárcel o daban a luz allí. Estos niños eran objeto de
la propaganda franquista, comenzando por ser bautizados, con o sin permiso de
las madres, en ostentosas ceremonias religiosas que recogía la prensa.
En 1944 todos los niños
que vivían con sus madres en la cárcel de Santurrarán (Guipúzcoa)
desaparecieron de golpe. Así empezó el secuestro masivo de niños rojos por parte del Estado. Se los
llevaron a hospicios, colegios religiosos, internados de Auxilio Social o se
los entregaron a familias adoptivas cambiándoles el apellido. El objetivo era “combatir la progresión degenerativa de los muchachos criados en ambiente republicano”, según escribió Vallejo Nágera
en 1941. También recomendaba para estos niños la red asistencial falangista o
católica, que garantizaba ”una exaltación de las cualidades biopsíquicas
nacionales y la eliminación de los factores ambientales que en el curso de una
generación conducen a la degradación del biotipo”. Era la puesta en
práctica de las teorías de la “eugenesia positiva”, de la mejora de la raza a
través de la educación política y religiosa.
No fueron sólo los
niños que vivían con sus madres en las cárceles. La intención del Ministerio de
Justicia era recoger a todos los hijos de los asesinados, encarcelados o
desaparecidos: “Miles y miles de niños
han sido liberados de la miseria material y moral; miles y miles de padres de
esos miles de niños, distanciados políticamente del nuevo Estado español, se van acercando a él,
agradecidos a esta tremenda obra de protección”, afirmaba el Patronato de
la Merced a mediados de 1944.
La verdad es que los niños
eran castigados por los pecados de sus padres, se les decía que eran “hijos de
Satanás”, se les obligaba a rezar de rodillas durante horas, y por supuesto
ellos no entendían nada. Fue todo un proyecto de
reeducación masiva, dirigido a los más débiles, a los hijos de las familias sin
posibilidad de defensa ni capacidad de reacción alguna, a los vencidos de la
guerra.
Hasta mediados de los
años cincuenta, el número de niños secuestrados fue de 30.000. Después, y como pone en este artículo, durante
las cuatro décadas siguientes, el robo o apropiación de niños se perpetraron de
forma más sutil, en clínicas y casas cuna, la mayoría ligadas a organizaciones
religiosas. Las madres ya no eran presas, rojas
o esposas de rojos, sino mujeres en camisón que intimidadas por un médico,
aturdidas por el dolor de haber perdido supuestamente al hijo recién nacido,
lamentan hoy no haber insistido más para que les enseñaran el cadáver.
Generalmente eran madres solteras, muy jóvenes y con pocos recursos, incapaces
de reaccionar frente a la presión de médicos, monjas y funcionarios.
Por lo visto, el número
total de secuestros estaría en torno a los 300.000,
lo que nos convertiría, por lo que yo sé, en el país con mayor número de niños robados del mundo.
Acerca de esa eminencia
que fue Antonio Vallejo Nágera, recomiendo el libro Los Psiquiatras de Franco. Los rojos
no estaban locos (Península, 2008), del psiquiatra Enrique González
Duro.
También el documental Els nens perduts del franquisme,
de Montse Armengou y Ricard Belis.
Acojonante muchacho, no tenía ni idea de prácticamente nada de lo que cuentas, asombroso, parece que hace siglos y casi fue anteayer, en fin, aunque la historia contada sea de olvidar es de agradecer que no se olvide.
ResponderEliminarSaludos.
Yo conozco a un "niño robado" que se enteró no hace mucho de su condición. Después de asumirlo, no tiene ganas de rebuscar a sus verdaderos padres. El miedo le puede. Supongo que es duro, obvio.
ResponderEliminarEl tema está ahora en el "candelabro", como decía la otra. Y bueno, supongo que habrá quienes prefieran no rebuscar, eso es algo personal, pero está bien que vaya saliendo todo el asunto a la luz.
ResponderEliminarY a saber cuánta porquería hay en nuestro pasado reciente (y no sólo en España) que aún no ha salido...
http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-40465823
ResponderEliminarhttps://www.elmundo.es/espana/2019/10/21/5dae0704fc6c831d3e8b45c6.html
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