Habitualmente, cuando oímos hablar de Kenia nos vienen a la cabeza viajes turísticos, safaris o la romántica historia de Memorias de África.
Sin embargo su historia es bastante más cruda.
El declive francés tras la derrota de Napoleón y las luchas entre árabes en el sultanato de Zanzíbar, favorecieron el aumento de la influencia británica en el territorio que hoy conocemos como Kenia. Además, se abolió allí la esclavitud como consecuencia de una corriente humanista que proponía, como alternativa al comercio de esclavos, el comercio con los productos de la tierra. Vamos, que se sustituía la explotación de los negros por la explotación de sus tierras.
El Reino Unido abanderó esta lucha antiesclavista, lo que le facilitó las cosas, y la Conferencia de Berlín de 1884, que sirvió para que las potencias europeas se repartieran alegremente todo el continente africano, aseguró la presencia británica en lo que se llamaría el África Oriental Británica (más tarde Kenia y Uganda). La zona fue declarada protectorado británico en 1895, y la franja costera quedó arrendada al sultán de Zanzíbar, aunque éste no era sino una mera figura decorativa: quienes manejaban (y explotaban) el cotarro eran los británicos.