jueves, 10 de septiembre de 2020

Los principios y las normas



Un grupo de partisanos comunistas se topa con tres soldados enemigos a los que capturan. Como la vida guerrillera no facilita eso de hacerse cargo de prisioneros, los partisanos debaten si han de fusilar a los soldados, pero estos intervienen y les hacen ver que en tiempos de paz eran trabajadores simples y corrientes y por tanto no sería correcto que unos comunistas asesinaran a unos compañeros proletarios, aunque sean enemigos. Añaden además que son reclutas y, en consecuencia, víctimas del sistema capitalista que les ha obligado a combatir en contra de su voluntad. Los partisanos quedan convencidos y dejan a los soldados en libertad. Poco después, y gracias a las informaciones de los prisioneros liberados, llega un gran contingente de tropas a la zona que masacra a los partisanos.

Al cabo de un tiempo, los partisanos supervivientes reorganizan su unidad y deciden matar a todos los prisioneros que capturen, cosa que efectivamente hacen a partir de aquel momento sin ningún reparo. Tras el fin de la contienda, los partisanos son acusados de violar la Convención de Ginebra. Detenidos y jugados, se les responsabiliza de crímenes de guerra y son ejecutados al amanecer.

PD: Esta historia está basada en parte en hechos reales.



viernes, 4 de septiembre de 2020

Asturias



Creo que cuando me llevaron por primera vez a Asturias tenía 13 años. Yo era un adolescente acostumbrado a veranear en las playas de levante, es decir, hecho al sol, el calor y las arenas ardientes, y de repente me encontré en un lugar inhóspito, habitado por gente que hablaba con un extraño acento, en el que en pleno agosto hacía un frío que pelaba y no solo estaba nublado un día sí y otro también, sino que encima llovía sin parar. Para mí aquella tierra resultó ser como Invernalia, o más bien como el norte del Muro, y en consecuencia me moría de ganas de volver a mi casa.

Al año siguiente mis padres adquirieron y rehabilitaron el caserón de la foto de arriba, un edificio de principios del siglo XX, situado a medio camino entre Llanes y Ribadesella, que se encontraba en un lamentable estado, el pobre. En lo que a mí respecta, ese momento significó que era mejor que me fuera acostumbrando al veraneo en Asturias, porque durante unos años no me iba a quedar otra.


Pero la naturaleza siguió su curso y el ir madurando -bueno, en mi caso de forma muy relativa- me hizo poco a poco comenzar a apreciar los tesoros harto conocidos por cualquiera que se haya acercado a esa parte del mundo: sus paisajes, el contacto con la naturaleza (siempre satisfactorio, salvo cuando tuve un encuentro con una víbora en la playa: cosas de ser un urbanita), la gastronomía, el carácter afable de su gente, el clima (sí, me gusta) y un larguísimo etcétera. Digamos que me enamoré perdidamente de aquellos parajes a los que he procurado volver cada vez que he podido, aprovechando la suerte de disponer de una casa familiar en la zona, para recorrerlos de punta a punta. Así, año tras año y cual explorador de poca monta, he ido organizando expediciones y peregrinando por cada rincón de Asturias (en especial del Oriente) y también por unos cuantos de Galicia, Cantabria y el País Vasco, dado que no quedan demasiado lejos. En realidad mi fortuna ha sido mayor, pues emprendí esa tarea ya en los años noventa, antes de internet, del auge del turismo rural y por tanto de que aquello se masificara, como ocurre actualmente.


Mis padres acaban de vender esa casa, justo al volver yo de pasar unos días allí en este pandémico verano. Bueno, porque no la disfrutaban como antes, porque ya no les compensa mantenerla o desplazarse hasta allí, o simplemente porque les ha dado la gana, sin más. Tengo sentimientos encontrados: por un lado me alegro de que hayan conseguido un propósito que perseguían desde hace dos años, pero por otro no puedo evitar que se me haga un pequeño nudo en la garganta al pensar en no volver a ese viejo caserón después de tantos años. A Asturias regresaré siempre, claro, pero sin la casa ya no será lo mismo. En cualquier caso, solo puedo agradecer a mis papás que compraran y arreglaran aquel vetusto edificio y que me llevaran para allá con determinación prusiana en cada verano de mi adolescencia, pues eso me permitió conocer el que es sin duda el lugar más bonito y acogedor de España (y lo siento por los demás, pero es así). También les mando un abrazo a mis vecinos asturianos, que con tanto cariño me han tratado siempre, y en general a toda la gente de allí, pues da gusto la amabilidad y la simpatía con la que se comportan en cualquier momento.

Todo llega a su fin, pero que me quiten lo bailao, lo viajao, lo vivido, lo comido y lo bebido. ¡Puxa Asturies!



Actualización del 16-09-20: Los compradores se han echado atrás. Aunque la casa sigue en venta, al menos tengo una prórroga.

Actualización del 17-07-21: La casa está vendida desde hace dos días, pero me pude despedir de ella.


domingo, 9 de agosto de 2020

Los nazis que vendieron armas (y estafaron) a la República




Para la Alemania nazi, la República fue una fuente de divisa fuerte tan importante como la zona nacional.

Cita recogida por Antony Beevor en su libro "La Guerra Civil Española"


Aunque edulcorados, todavía persisten unos cuantos mitos franquistas sobre nuestra guerra civil. Por ejemplo el que insiste en que la República recibió más ayuda militar que los vencedores, gracias entre otras cosas al supuesto expolio del oro del Banco de España por parte del Gobierno del Frente Popular, mientras que Franco habría contado tan solo con un escaso apoyo financiero exterior. Ángel Viñas, experto en el tema del famoso "oro de Moscú", ha demostrado que en realidad Franco no solo contó con más apoyos financieros que la República, sino que además estuvo en condiciones de movilizarlos más rápidamente. La República fabricó algunas armas y compró la mayoría de las que empleó, aunque con enormes dificultades debido a la "no intervención" internacional. Franco obtuvo las armas a crédito y se fue apoderando de las que tenían los republicanos a medida que los iba derrotando. Pero no quiero entrar demasiado en temas económicos ni jurídicos, sino que me voy a centrar en la ayuda material propiamente dicha que recibieron ambos bandos y, en especial, en aquella que la República obtuvo, aunque suene paradójico, de sus enemigos.

Desde un punto de vista militar, la imagen global de la Guerra Civil Española podría ser esta: en un lado había un ejército perfectamente pertrechado y entrenado, organizado, con amplias ayudas exteriores, ya que burlaba casi siempre el embargo internacional, y con armamento homogéneo; en el otro todo era desorganización, caos, y un ejército abastecido a medias, entrenado a medias, con las ayudas exteriores entorpecidas por el Comité de No Intervención y con una heterogeneidad armamentística que le ocasionaba serios problemas logísticos. El bando franquista contó desde el principio con la ayuda militar de Alemania e Italia y con el combustible -y esto es menos sabido- de empresas petrolíferas estadounidenses como la Texaco, la Standard Oil de Nueva Jersey (Esso) o la Socony-Vacuum Oil Company, más tarde conocida como Mobil. Franco recibió 3.500.000 toneladas de petróleo a crédito durante el curso de la guerra, mucho más del doble de las importaciones que consiguió la República. Por si fuera poco, otras empresas también estadounidenses, Studebaker, Ford y General Motors, proporcionaros a los sublevados unos 12.000 camiones, tres veces más que los entregados por Alemania e Italia juntas. En 1945 José María Doussinague, subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, admitió abiertamente que "sin el petróleo americano, sin los camiones americanos y sin los créditos americanos nunca hubiésemos ganado la guerra". El único país que ayudó a la República con una fuerza militar importante fue la URSS (ante el incumplimiento del "Pacto de No Intervención" por parte de las potencias fascistas en favor de los sublevados), pero el armamento soviético -no muy caro, en contra de lo que se ha repetido durante años- no empezó a llegar a España hasta el 4 de octubre de 1936, es decir, cuando los franquistas habían tomado Toledo y se aproximaban a Madrid. En los meses anteriores los republicanos habían tratado a duras penas de obtener armas de otros lugares, sobre todo de Francia, donde también había un gobierno frentepopulista y se suponía por tanto que era su aliada natural. Si algo se puso de manifiesto en la Guerra Civil Española fue el papel decisivo del poder aéreo, por eso los republicanos comenzaron centrando sus esfuerzos en comprar aviones al país vecino. Pero la airada reacción de la derecha francesa y el riesgo de perder al Reino Unido -que no simpatizaba con el Gobierno republicano español- como aliado en una futura contienda contra Alemania, indujo al Gobierno galo a inhibirse de forma considerable en el suministro de armas a la República. De hecho, el famoso Comité de No Intervención se creó a instancias precisamente de Francia, y aunque no fue respetado por casi ninguno de sus principales países firmantes, terminó perjudicando a los republicanos pues partió de una premisa que resultó falsa: la esperanza de que las potencias fascistas se inhibirían igual que lo harían las democracias. También se pasaron por alto, despectivamente, dos elementos esenciales. El primero es que el Gobierno republicano había sido legítimamente constituido y reconocido por la comunidad internacional y de repente se le negó el derecho inmanente a defenderse. El segundo es que en diciembre de 1935 Francia había llegado a un acuerdo comercial con España que preveía el suministro de armas a nuestro país. 

A lo largo de la Guerra Civil Española, Francia siguió una política de "no intervención atenuada" ayudando a la República de forma muy limitada e intermitente. No hay que olvidar las precarias condiciones en las que llegaban los aviones franceses a suelo republicano durante los primeros meses de la contienda, sin armas y muchas veces sin pilotos, y en mucho menor número que el material que llegaba al otro lado. Eso favoreció enormemente el avance hasta las puertas de Madrid de los sublevados. El armamento soviético que llegó a España en general era de buena calidad, pero no lo hizo en cantidad suficiente como para compensar la ventaja que proporcionaron a los sublevados las armas enviadas por Alemania e Italia. Así, en conjunto la República contó con más tanques y vehículos blindados que sus enemigos, pero estos ingenios estuvieron lejos de resultar determinantes para el resultado de las batallas como sí hicieron la aviación, las armas de infantería o la artillería, más numerosas -salvo, quizá, la artillería- y homogéneas en general entre los franquistas. Y es que la desventaja que sufrieron los republicanos no fue solo cuantitativa. Centrándome de nuevo en la aviación, frente a la frialdad automática y bien organizada con que los nacionales cubrían sus bajas con creces, aumentando la presión sobre el enemigo según lo requerían las circunstancias internacionales, se encontraba un esbozo de fuerza aérea que libraba la más dura batalla solamente para conseguir que el 30% de los aviones disponibles sobre el papel pudiera volar (la República no tenía la capacidad técnica, ni el combustible necesarios, para mantener a tantos aviones en vuelo). Los pilotos republicanos aterrizaban y despegaban sin una DCA que protegiera sus maniobras. Los mecánicos sufrían la pesadilla de la escasez de recambios, producida por un bloqueo que ni la flota ni los diplomáticos supieron romper. El personal de pista vivía bajo las bombas alemanas, cambiando constantemente de aeródromo para seguir a la escuadrilla a través de carreteras plagadas de controles políticos. A los mandos no les iba mejor pues, por un lado, tenían que rechazar los continuos intentos de los diferentes partidos por controlar la aviación, y por otro se enfrentaban a la pesadilla logística que suponía el mantenimiento de más de cien modelos de aviones, con otros tantos tipos de motores y hélices, nueve o diez tipos de ametralladoras de cuatro calibres distintos, veinte tipos de bombas de todas las procedencias imaginables que debían ser distribuidas, probadas y adaptadas cada cual a su correspondiente sistema de lanzamiento. Aparte, los aviones fabricados por la República durante la guerra eran simples células (madera y tela) sin ametralladoras ni motor, pues tan indispensables mecanismos no se habrían podido fabricar en la zona republicana ni aunque los combates hubiesen durado hasta la Segunda Guerra Mundial.

Si bien las penalidades, los riesgos y las bajas sufridas durante los combates aéreos estuvieron repartidos razonablemente entre ambos bandos, habría que reconocer que no ocurrió lo mismo con el apoyo en tierra, el mantenimiento y la disponibilidad de material. En la zona republicana todo ello resultó penoso.

Pero bueno, el caso es que los sublevados tenían acordado el suministro de armas con la Italia fascista desde bastante antes del inicio de la guerra, y tampoco les costó obtener las de los nazis. En cambio, las trabas puestas por Francia obligaron a los republicanos a buscar armas de forma desesperada donde fuera y a tener que tratar desde el inicio de la guerra con ministros, jefes militares y demás altos cargos, a los que tenían que sobornar para que luego en muchos casos ni siquiera les entregaran las armas, o tuvieran que comprarlas "ilegalmente". También sufrieron a menudo la obstrucción de los banqueros y los timos de los traficantes de armas e intermediarios de todo pelaje que eran, en buena medida, parte de la trama que organizara años atrás el multimillonario Basil Zaharoff. Y cuando conseguían por fin las armas, a menudo eran carísimas, obsoletas o incluso inutilizables. Los republicanos fueron víctimas, en definitiva, de chantajes políticos y financieros que socavaron su capacidad para equipar a sus ejércitos, especialmente en los decisivos primeros meses de la contienda. Por eso resulta muy difícil de comprender la insistencia de la República en conseguir armas fuera de la URSS después de que se comenzasen a recibir las de este país, a pesar de que las otras fueran más caras, peores, más heterogéneas y de más complicada adquisición y transporte por tener que obviar los canales oficiales, en lugar de reclamar un mayor volumen de suministros soviéticos. Teniendo en cuenta que Stalin continuó suministrando armas a la República incluso cuando la guerra parecía definitivamente ganada por Franco, no parece que los soviéticos pusieran muchas limitaciones a dichos envíos. Y tampoco hay que olvidar que disponían de las reservas de oro del Banco de España en Moscú.

En todo caso, uno de los traficantes de armas con los que trataron los republicanos se llamaba Veltjens.

Josef Veltjens (1894) fue inicialmente un as de caza alemán que logró 35 victorias en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda se enroló en los Freikorps para luchar contra los espartaquistas (comunistas alemanes) y resultó herido tres veces. Más tarde se hizo traficante de armas y se las suministró a Mustafá Kemal Atatürk para el establecimiento de la República de Turquía, a Chiang Kai-shek para la unificación de la China nacionalista y a los militares alemanes que estaban rearmando en secreto a su país. Se unió al Partido Nazi y las SA, pero fue expulsado de ambos a inicios de los años treinta, aunque siguió continuando con la protección de su viejo compañero de armas, el poderoso Hermann Göring (en la foto de la izquierda, arriba; el de la derecha es Veltjens). A mediados de esa década, Veltjens formaba parte de una consolidada banda internacional de traficantes de armas que suministró material a ambos bandos tanto en la Guerra del Chaco (entre Paraguay y Bolivia) como en la Guerra Civil Española (vendieron armas alemanas, polacas, británicas y belgas a los republicanos y alemanas a los nacionales, blanqueando el dinero a través de Finlandia). Haré un inciso para contar algo. A inicios de la guerra civil, en su desesperación por encontrar armas, los republicanos trataron de comprárselas incluso a la Alemania nazi. Así, el 6 de agosto de 1936 el teniente coronel Luis Riaño se presentó en Berlín con ese propósito, pero los dirigentes nazis estuvieron dándole largas y manteniéndole allí casi como prisionero hasta que el 18 de agosto le dijeron "con pesar" que su solicitud debía ser rechazada porque Alemania iba a firmar el convenio de no intervención, como efectivamente hizo el 24 de aquel mes. Sin embargo, la República sí recibiría armas de Alemania.

El capitán John Ball era un oficial británico que tras la Gran Guerra había decidido dedicarse al negocio de las armas, como Veltjens. De hecho, en 1936 formaba parte de la banda de traficantes de Veltjens. A comienzos de aquel año, Austria había encargado la compra de doce monoplanos alemanes para entrenamiento de caza avanzado Focke-Wulf FW 56 Stösser ("Azor"), pero Ball, a través de un agente suizo, había logrado desviar tres de estos aviones para Haile Selassie, emperador de Etiopía, que estaba haciendo frente a la invasión italiana. Seguramente al agente suizo no le costó convencer a los austriacos, que en ese momento no sentían muchas simpatías hacia Mussolini. Los alemanes, necesitados de divisas, tampoco pusieron reparos. Los Stösser estaban en un barco cuando Etiopía se vino abajo, de manera que Ball aparentemente logró vendérselos a los conspiradores españoles, aunque los aviones terminaron en Amberes, Bélgica, a la espera de acontecimientos. En agosto la aduana mandó retirar las armas de los aviones y estos fueron trasladados a Rotterdam. Entonces los nacionales le dijeron a Ball que ya no les interesaban los aparatos, así que este terminó vendiéndoselos a una agente republicano. Los Stösser llegaron a Alicante el 10 de octubre.



Unos días antes, el 1 de octubre, había llegado a Alicante procedente de Hamburgo el carguero galés Bramhill. Llevaba 19.000 fusiles, 101 ametralladoras y más de 28 millones de cartuchos, todo ello de fabricación checoslovaca y comprado por la CNT. Su presencia en aquel puerto fue detectada por el buque de guerra británico HMS Woolwich, que la comunicó de inmediato al Foreign Office. Los británicos preguntaron a los alemanes y estos se excusaron diciendo que Hamburgo era un puerto franco y que por tanto ellos no podían impedir la exportación, pero lo cierto es que el cargamento de armas había partido con la bendición de los jerarcas nazis. Los artífices de esta venta secreta de armas a la República habían sido de nuevo Veltjens y su banda de traficantes, aunque este en realidad actuaba de acuerdo con el comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Göring. De la misma manera, Veltjens había vendido armas al general Mola antes de la sublevación y, sobre todo, a Prodromos Bodosakis-Athanasiadis, un pirata griego muy próximo al dictador Metaxás.


El 4 de agosto de 1936, quizá inspirado por el general Franco, el general Ioannis Metaxás, primer ministro griego, abolió todos los partidos políticos y estableció una dictadura con la excusa de prevenir un golpe comunista. Metaxás era monárquico y germanófilo, de manera que fomentó la inversión alemana en su país con el resultado de que a los tres años Alemania controlaba el 38% del comercio exterior griego. A Metaxás, que no sentía la menor simpatía hacia los rojos españoles, le parecía muy bien la intervención hitleriana en favor de Franco, pero no tanto la de Mussolini, pues desconfiaba de las ambiciones del Duce en el Mediterráneo. En ese sentido, prefería tener a los británicos de su lado y por eso firmó el "Pacto de No Intervención" el 27 de agosto.

Prodromos Bodosakis-Athanasiadis, nacido de padres griegos en 1890 en la Capadocia, tuvo que emigrar a Grecia tras la expulsión de los helenos por Atatürk. Huido de la pobreza y la guerra, a mediados de los años treinta Bodosakis se las había arreglado para controlar un imperio armamentístico en su país. Desde 1934 dirigía Pyrkal, la principal empresa productora de explosivos y municiones de Grecia. Amigo de Metaxás, en el verano de 1936 se convirtió en el mayor accionista y director general de la empresa Poudreries et Cartoucheries Helleniques, S.A., cuyo principal socio y proveedor era la corporación alemana Rheinmetall-Borsig AG, la cual controlaba personalmente Göring. Bodosakis pasaba los pedidos de armamento que recibía a la Rheinmetall-Borsig, con la cobertura del Gobierno de Metaxás, el cual afirmaba que estaban destinados al ejército griego. Cuando el armamento llegaba a Grecia, Bodosakis lo embarcaba en mercantes que zarpaban oficialmente con destino a México, pero que en realidad iban a España. Como Bodosakis negociaba tanto con los nacionales como con los republicanos, a veces embarcaba las armas en dos buques diferentes, uno con material de buena calidad destinado a los franquistas y otro con armas viejas o inservibles para la República. El mercante que contenía este último cargamento era a menudo descubierto y abordado por los nacionales. Ese juego fue el que siguió Veltjens también por su cuenta, como ya hemos visto, así como el que empleó durante bastante tiempo uno de los principales mecenas de Franco: Juan March, "el último pirata del Mediterráneo".

Entre 1937 y 1938, cuando las ventas germanas a la República por este procedimiento alcanzaron su clímax, la empresa de Bodosakis hizo encargos de armamento a la Rehinmetall-Borsig por valor de 40 millones de marcos (3,2 millones de libras esterlinas). Estos pedidos fueron servidos casi íntegramente a los republicanos, con lo que la cifra del pedido de Bodosakis a Göring puede multiplicarse por cinco o seis para obtener la cifra aproximada que debió pagar la República. Hay que pensar que Bodosakis tenía que repartir el botín con el mismísimo Göring, con Metaxás y con otros altos funcionarios de Alemania y Grecia, y que tenía que pagar también elevados costes del seguro para una carga de entrega tan incierta como aquella. Todo eso iba, naturalmente, a cargo de la República (se sabe que Göring cobró una libra esterlina por cada fusil de un pedido de 750.000 unidades enviadas por Bodosakis a los rojos). En noviembre de 1937, Bodosakis viajó a Barcelona en un avión soviético, acompañado por George Rosenberg, hijo del embajador de la URSS en España, Marcel Rosenberg, y agente de compras de compañías navieras, con objeto de firmar personalmente un contrato con la República para el suministro de municiones por un importe de 2,1 millones esterlinas (las aventuras de George Rosenberg serían denunciadas por Indalecio Prieto -ministro de Marina y Aire y después de Defensa Nacional durante la Guerra Civil- como tejemanejes de los comunistas, aunque él también tenía un hijo, Luis, comprando armas por su cuenta). En aquella ocasión, como en todas las demás, Bodosakis exigió que se le pagase por anticipado (crédito irrevocable al cien por cien) en oro o en moneda fuerte.

Entre septiembre de 1936 y marzo de 1937, el mercante Yorkbrook, de bandera estonia, realizó tres envíos de armas desde Finlandia a la España republicana. En algún envío se descubrió que el armamento era inservible o que había sido saboteado y que incluso había cajas llenas de piedras en lugar de explosivos. El último viaje del Yorkbrook fue un tanto accidentado, ya que el 4 de marzo de 1937 resultó interceptado en el golfo de Vizcaya por el crucero franquista Canarias. El Canarias se encontraba en esas aguas acechando la llegada de barcos mercantes con suministros para la República, en especial la del Mar Cantábrico, que llevaba desde Estados Unidos y México una carga de ocho aviones, armamento, alimentos y ropa. Al día siguiente tuvo lugar un enfrentamiento que se conoce como la batalla del cabo Machichaco, frente a las costas de Vizcaya, en el que el Canarias entabló combate con tres bous (pesqueros armados) vascos hundiendo a uno de ellos y capturando al mercante Galdames, que iba desde Bayona a Bilbao. Mientras tanto, un cuarto bou que no había sido detectado por el Canarias, logró liberar al Yorkbrook y conducirlo a Bermeo donde este dejó su carga. El 8 de marzo el Canarias finalmente apresó al Mar Cantábrico.


Parece ser que pudo haber otro barco con suministros para la República, el vapor sueco Allegro, que también habría sido capturado por los nacionales en 1937, momento en que se habría descubierto que su carga solo consistía en ladrillos y escombros bajo una capa de cartuchos. Los ladrillos habrían sido cargados en Gdynia, Polonia, y los fardos de cartuchos que los ocultaban se habrían llevado a través de Helsinki desde Lübeck, Alemania, que ni siquiera era puerto franco. La existencia de este último buque no queda del todo clara, pero en cualquier caso, tanto el Allegro como el Yorkbrook habrían sido contratados por la compañía A.B. Transport de Helsinki, de la que Veltjens era uno de los administradores.


El suministro de armamento alemán a la República continuó hasta el final de la guerra, como comprobó en enero de 1939 la comisión internacional que se hizo cargo de la repatriación de voluntarios extranjeros. Cuando los franquistas se enteraron de todo este tinglado, protestaron repetidas veces ante las autoridades alemanas afirmando que tenían controlados por lo menos 18 embarques de este tipo entre el 3 de enero de 1937 y el 11 de mayo de 1938, pero jamás llegaron hasta Josef Veltjens y menos aún hasta Hermann Göring.

Pero la República no podía seguir pagando eternamente con oro o con moneda fuerte a aquellos gánsteres que organizaron "la mayor y la más complicada de la operaciones de contrabando de armas de la historia", en palabras del historiador Gerald Howson. A inicios de 1938 las cantidades de oro que quedaban en los depósitos de Moscú y París eran ya escasas, de manera que en marzo de ese mismo año la República tuvo que pedir un crédito a la URSS por valor de 70 millones de dólares y en diciembre otro de 85 millones más. A lo largo de aquel año, la Unión Soviética continuó enviando armas a los republicanos, a crédito y a sabiendas a esas alturas de la guerra de que no tendrían posibilidad de cobrarlas. La última remesa de armamento soviético salió en diciembre de 1938 y en enero de 1939 ya estaba en Francia. Era menos de lo que había pedido Negrín, pero aun así no era nada desdeñable. Una parte de esas armas pasaron a Cataluña, pero casi todas tuvieron que ser devueltas ante el avance franquista. Lo cierto es que, como escribe el historiador Enrique Moradiellos, "Stalin decidió mantener hasta el final su apoyo a la causa republicana". Por eso, como decía más atrás, no se entiende el empeño republicano en conseguir armas fuera de la Unión Soviética.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hermann Göring llegó a ser nombrado sucesor de Hitler, mariscal del Reich y fue uno de los principales responsables del expansionismo germano y del Holocausto. Además de todo eso, se dedicó al saqueo sistemático de obras de arte y bienes culturales por toda la Europa ocupada. Se suicidó en Núremberg en 1946 cuando iba a ser ahorcado por sus crímenes.

Tras la guerra civil, Veltjens suministró armas a Finlandia para que hiciera frente a la agresión soviética durante la Guerra de Invierno. Los finlandeses le condecoraron por ello. Más tarde, como teniente coronel de la Luftwaffe y emisario personal de Göring, negoció con Finlandia el traslado de fuerzas alemanas a este país con vistas a la invasión de la URSS, algo que se hizo efectivo en junio de 1941, días antes de la Operación Barbarossa. En 1942 fue designado plenipotenciario especial con la misión de trasladar el mercado negro de la Europa ocupada a manos alemanas. Siguió trabajando para Göring durante la guerra hasta que en 1943 murió en un accidente aéreo en Italia.

Metaxás y Bodosakis murieron de causas naturales, el primero en 1941 y el segundo en 1979.


Más información:

-Beevor, Antony, "La Guerra Civil Española", Crítica, 2005.

-Howson, Gerald, "Armas para España. La historia no contada de la Guerra Civil española", Península, 2000.

-Miranda, Justo y De Mercado, Paula, "Aviación mundial en España (Guerra Civil) 1936-1939. Tomo I: Aviones americanos y rusos", Sílex, 1985.

-Molina, Lucas y Permuy, Rafael, "Importación de armas en la Guerra Civil Española. Discrepancias historiográficas con Ángel Viñas", Galland Books, 2017.

-Moradiellos, Enrique, "Negrín", Península, 2006.

-Mortera Pérez, Artemio, "España... ¿traicionada?", en Revista Española de Historia Militar, números 49, 50 y 51, Quirón, 2004.

-Rybalkin, Yuri, "Stalin y España", Marcial Pons Historia, 2007.

-Saiz Cidoncha, Carlos, "Aviación republicana. Historia de las Fuerzas Aéreas de la República Española (1931-1939). Tomo I: Desde el Alzamiento hasta la primavera de 1937", Almena, 2006.

-Viñas, Ángel, "Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos de franquismo", Pasado y Presente, 2013.




viernes, 17 de julio de 2020

Los posos del comunismo (el poscomunismo)



El hombre del tanque en una fotografía de Charlie Cole


Lo peor del comunismo es lo que viene después. 

Adam Michnik


Normalmente quienes aseguran que sólo se puede conseguir más seguridad a costa de la libertad están intentando negarnos ambas cosas.


Timothy Snyder, "Sobre la tiranía"



La vida ha perdido contra la muerte, pero la memoria gana en su combate contra la nada.

Tzvetan Todorov, "Los abusos de la memoria"


Qué importa que el gato sea negro o gris con tal de que cace ratones.

Deng Xiaoping


Este texto lo escribí el año pasado para conmemorar el trigésimo aniversario de la matanza de Tiananmén, pero no lo publiqué por aquí. Me ha parecido oportuno hacerlo ahora después de corregirlo y ampliarlo un poco.

El comunismo ha sido "la gran religión secular de los tiempos modernos", en palabras de Tzvetan Todorov: "era una religión posible, prometía el paraíso en la tierra, por eso conquistó tantos adeptos". Lo malo es que también causó cerca de cien millones de muertos en menos de un siglo, más de un millón al año de media. Se instauró primero en Rusia en 1917 y lo hizo de una forma bastante brutal: tras un golpe de Estado, provocando una terrible guerra civil que terminó por ganar y una hambruna que causó cinco millones de muertos. Dio así inicio a una dictadura que se mantendría durante siete largas décadas y que conocemos como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ese triunfo, como suele ocurrir con las grandes victorias militares, otorgó respeto y cierto prestigio a los dirigentes soviéticos, pero en los años siguientes sus siniestros modos de actuar les obligaron a recurrir al secretismo más exacerbado para mantener su credibilidad en el mundo. Se silenciaron la (segunda) hambruna y las sangrientas purgas de los años treinta (el Saturno bolchevique devoraba a sus propios hijos), lo que unido a la victoria de Stalin ("Padre de los pueblos", se le llamaba entonces) sobre los nazis y sus aliados en la Segunda Guerra Mundial, permitió al tirano soviético extender el comunismo más allá de sus fronteras creando sucursales de la URSS por buena parte del planeta. La historia de la estalinización tras la guerra, especialmente en Europa Oriental, demuestra lo frágil que puede llegar a ser la civilización. Los líderes comunistas continuaron ocultando la represión y los crímenes que iban llevando a cabo y se inventaron para ello tremendas fake news, como aquella que culpó durante casi medio siglo de la masacre de Katyn a los nazis, ordenada por la cúpula soviética en 1940. 






sábado, 6 de junio de 2020

El tipo que empezó la Guerra Civil




Las guerras suelen tener causas complejas que involucran directamente a varias personas. Así, el golpe de Estado que dio lugar al conflicto iniciado en España en julio de 1936 fue fruto de una conspiración derechista organizada desde hacía meses, cuyas raíces se pueden rastrear incluso años atrás. No obstante, a veces el comienzo de una guerra puede estar simbolizado o representado por la acción decidida de un solo hombre.

El 17 de julio de 1936, un tipo llamado Luis Soláns Labedán (Albalate de Cinca, Huesca, 1879; es el que está en el centro de la foto) se puso al frente de la sublevación de las fuerzas del Tercio y Regulares en Melilla, dando así inicio a la Guerra Civil Española. Según los planes del general Emilio Mola, organizador de la conspiración contra el Gobierno del Frente Popular, el golpe debería haber comenzado al día siguiente, pero un inesperado registro policial adelantó el momento de pasar a la acción. De manera que Soláns fue el primer líder de la zona sublevada, que en aquel momento se correspondía con el mando oriental del Protectorado español de Marruecos. Por entonces Soláns era coronel de infantería y jefe de la Agrupación de Cazadores. Sus ayudantes en la rebelión fueron los tenientes coroneles Juan Seguí Almuzara (que, aunque estaba retirado en 1936, era jefe de Falange en Marruecos), Darío Gazapo Valdés y Maximino Bartomeu.

Los sublevados detuvieron al comandante militar de la plaza, el general Manuel Romerales Quintero, leal a la República, junto a sus colaboradores del Estado Mayor. Aunque no ofreció resistencia alguna, Romerales acabó siendo fusilado por los sublevados un mes y pico después debido a sus supuestas "ideas extremistas" (curiosamente, le tachaban de extremista los que se habían levantado en armas contra el Gobierno).



Se ha acusado de inacción en aquellos cruciales momentos al entonces presidente del Consejo de Ministros y titular de la cartera de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, hasta el punto de que ante la insistencia de los periodistas preguntándole por una posible sublevación, él les habría respondido que si los militares se levantaban en Marruecos, él se iría a acostar. Lo cierto es que Casares llamó por teléfono aquel día al general Romerales para averiguar qué ocurría y ordenarle que detuviera a los responsables, pero fue el propio Soláns quien contestó: "No pasa nada, presidente", le dijo. Casares se puso en contacto entonces con el general Agustín Gómez Morato, comandante del Ejército de África, que se encontraba en Larache, para que fuese a Melilla a hacerse cargo de la situación, pero este fue detenido por los rebeldes nada más aterrizar. Gómez Morato permanecería preso hasta poco antes de morir, en 1952. Mientras tanto en Tetuán, capital del protectorado, el coronel Eduardo Sáenz de Buruaga y el teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas se sublevaron y detuvieron al Alto Comisario, Arturo Álvarez-Buylla, que sería fusilado al año siguiente. En Ceuta se alzó el coronel Juan Yagüe.

Volviendo a Melilla, los sublevados leyeron en la calle un bando que proclamaba el estado de guerra en nombre del general Francisco Franco, a quien ellos mismos habían adjudicado el puesto de general jefe superior de Marruecos. A pesar de eso, Franco, que estaba en Canarias, no se sublevaría hasta el día siguiente, 18 de julio.

En la madrugada del 17 al 18, Soláns le envió el siguiente telegrama a Franco:

"Este Ejército, levantado en armas, se ha apoderado en la tarde de hoy de todos los resortes del mando en este territorio. La tranquilidad es absoluta. ¡Viva España!"

Rápidamente Soláns transformó Melilla en el reino del terror: los sublevados se hicieron con listas de cientos de sindicalistas, izquierdistas y masones a los que encerraron en el campo de concentración de la Alcazaba de Zeluán, abierto a los pocos días del golpe y que permaneció como tal hasta 1939. Ya en la noche del 17 al 18 de julio, los rebeldes asesinaron a 225 personas en el Marruecos español. Por cierto, varios de los represaliados eran judíos, aunque no se les persiguió por tal motivo, sino por ser de izquierdas o masones. Eso sí, en la zona sublevada y durante el franquismo, los judíos españoles tuvieron que soportar la propaganda del régimen, virulentamente antisemita, que se tradujo en hostigamientos, extorsiones económicas y el cierre temporal de algunas sinagogas, como la de Melilla, donde la Falange también se incautó durante años del Colegio Hebreo para transformarlo en su sede local.




La única resistencia armada que encontraron los sublevados en Melilla fue la de la Base de Hidroaviones del Atalayón, en la Mar Chica, que se defendió a tiros (al inicio de la Guerra Civil, se dio la circunstancia de que la mayoría de los militares de aviación apoyaron a la República). En el combate los atacantes perdieron a dos hombres que fueron los primeros muertos de la Guerra Civil, un soldado y un sargento marroquíes. Finalmente los defensores se rindieron, y su jefe, el capitán de aviación Virgilio Leret Ruiz, fue fusilado con un brazo roto al amanecer del 18 de julio junto a otros dos oficiales. Leret, como ya comenté en otra entrada, además de aviador era ingeniero e inventor y había diseñado y patentado uno de los primeros motores a reacción de la historia que, sin embargo, no llegó a fabricarse: el estallido de la guerra y la muerte de Leret impidieron que el proyecto se llevase a cabo y que, por tanto, España fuera uno de los países pioneros en ese campo.

No contento con ejecutar a Leret, Soláns hizo detener también a su mujer, Carlota O'Neill, y a su criada, Librada Jiménez. O´Neill, feminista de izquierdas, escritora y fundadora de la revista Nosotras, fue separada de sus hijas, Carlota y Mariela, y encerrada junto a otras mujeres republicanas en el Fuerte de Victoria Grande, la primera cárcel franquista, un lugar en el que se sucedieron torturas, violaciones y asesinatos. Carlota permaneció encarcelada hasta 1940 mientras que Librada fue puesta en libertad en 1937. Tras salir de la cárcel, Carlota obtuvo la custodia de sus hijas y más tarde partió con ellas al exilio, a Venezuela y México. Allí escribió su autobiografía, Una mujer en la guerra de España.


El capitán Virgilio Leret, Carlota O'Neill y sus hijas Mariela y Carlota



El Fuerte de Victoria Grande en la actualidad


Bien, Luis Soláns continuó activo durante la guerra y en algún momento ascendió a general. Entre agosto y septiembre de 1936 fue comandante militar de Huesca y, cómo no, responsable de la muerte de decenas de personas en aquella localidad. Solo el 23 de agosto fueron fusiladas 95 personas en las tapias del cementerio de la ciudad. Más adelante, Soláns fue gobernador militar de Cádiz y comandante del II Cuerpo de Ejército, en Extremadura. Tras la guerra fue miembro del Consejo Nacional del Movimiento y procurador en las Cortes franquistas. Murió en Vitoria en 1951.

Para terminar, en la web de Albalate de Cinca, lugar de nacimiento de Luis Soláns, se le menciona como ilustre hijo, y al menos hasta hace cuatro años, el colegio público de dicha localidad llevaba su nombre, aunque por lo visto ya lo cambiaron.

La RAE define el término "ilustre" en su segunda acepción como insigne, célebre. Pues está claro por qué es célebre el señor Luis Soláns Labedán, aunque si yo estuviera al frente del Ayuntamiento de Albalate creo que no me sentiría muy orgulloso de él. 



Más información:

-Medel, Óscar, "La Guerra Civil Española mes a mes: La sublevación (julio 1936)", Unidad Editorial S. A., 2005.

-Preston, Paul, "El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", Círculo de Lectores, 2011.

Carlota O'Neill de Lamo


domingo, 17 de mayo de 2020

Represión y humanitarismo en la Guerra Civil Española





Efectivamente, a este hombre yo le elevo una estatuta por todo el bien que ha hecho a mucha gente, y luego lo fusilo por haber sido ministro.

Coronel Federico Loygorri Vives, presidente del tribunal que condenó a muerte a Joan Peiró


En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.

Francisco Franco


La Segunda República Española fue, con sus muchas imperfecciones, la primera experiencia realmente democrática que hubo en nuestro país. A partir del inicio de la Guerra Civil el Estado de derecho simplemente desapareció en España: en la zona rebelde fue sustituido por un férrea dictadura militar y en la republicana lo fue por una revolución social, eso sí, desencadenada por la sublevación del 17 de julio de 1936.

En ambas zonas se llevó a cabo desde el primer momento una sangrienta represión política que dejó decenas de miles de muertos por el camino: unos 50.000 a manos de los republicanos y otros 150.000 que fueron víctimas de los franquistas durante la guerra y la posguerra. Esta diferencia numérica no es sin embargo muy significativa, como bien explicó el historiador Santos Juliá hace diez años en su artículo "Duelo por la República Española":

La diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la revolución social hubiera culminado como revolución política: en un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una vez la guerra terminó.

La represión republicana, brutal durante el primer medio año de guerra, se atenuó mucho desde inicios de 1937 si bien no desapareció hasta el final de la contienda. Esa disminución a partir de un momento determinado de las muertes por motivos políticos en la zona gubernamental se debió a varios factores, como el hecho de que las matanzas del estilo de la de Paracuellos no estuvieran ofreciendo una buena imagen internacional de la República. Pero la causa fundamental fue la que señaló Santos Juliá: a lo largo de la guerra los republicanos no hicieron prácticamente otra cosa que perder territorio, con lo que llegó un momento en que no tenía sentido continuar con una represión que ya se había cobrado sus víctimas con creces, hasta el punto de que prácticamente ya no había a quién perseguir, encarcelar o matar. En el caso de los franquistas ocurrió justo lo contrario: la conquista de nuevos lugares dejaba en sus manos cada vez a más población y por tanto a nuevas víctimas potenciales de una represión despiadada y sistemática que se prolongó durante años tras la guerra. Si el curso de la contienda hubiera sido al revés, con los republicanos ganando terreno, todo indica que sus cifras de ejecutados en retaguardia habría sido mayores y tenemos una prueba de ello: Teruel fue la única capital de provincia conquistada por el bando republicano en toda la guerra, y aunque sus tropas solo llegaron a controlar la ciudad durante mes y medio, fue tiempo suficiente para que allí se diera rienda suelta a una represión que se llevó por delante a cientos de personas.



Digamos que a partir del golpe de Estado, la suerte que corriera cada uno en cualquier lugar de España dependía en gran medida de las ideas políticas que hubiera manifestado antes de la guerra. No obstante, sí hubo a mi modo de ver una diferencia importante entre ambas zonas referente a la represión. Me explico. Dejando aparte la encomiable labor de las 
embajadas y legaciones extranjeras, así como de la Cruz Roja, que durante la Guerra Civil salvaron a miles de personas, seguramente había mucha gente con inquietudes humanitarias por toda España. 




Pero en lo que respecta a la ayuda hacia los perseguidos políticos, quienes se involucraron en ella de forma altruista solo se hicieron notar en la zona republicana, pues fue exclusivamente ahí donde estos individuos alcanzaron puestos de responsabilidad. Dicho de otra manera, hubo dirigentes republicanos que, además de no tener las manos manchadas de sangre, se esforzaron en salvar de los suyos a la gente de derechas a pesar de que con ello pusieran en grave riesgo sus propias vidas. Quizá entre todos ellos destaque el anarquista Melchor Rodríguez, aunque no fuera el único. Rodríguez, conocido como El ángel rojo y cuya máxima era "morir por las ideas, nunca matar por ellas", salvó a miles de personas durante la Guerra Civil al detener numerosas sacas de las cárceles, paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Aquello no le costó la vida pero sí su matrimonio, pues su mujer le dejó a comienzos de 1939 convencida de que Melchor estaba siendo utilizado por la quinta columna.



Debido a sus principios y su labor humanitaria, entre la monarquía, la Segunda República y el franquismo Melchor Rodríguez pasó por la cárcel más de treinta veces. Y es que su afán por salvar vidas no ha sido reconocido hasta tiempos muy recientes. De hecho, al acabar la guerra los franquistas le mostraron su "agradecimiento" por ayudar a los suyos sometiéndole a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte. Fue condenado a veinte años de cárcel de los que finalmente cumplió cuatro, aunque como se mantuvo fiel a sus ideas anarquistas hasta el final de su vida aún tuvo que permanecer alguna temporada más en prisión.

Pero ya digo que Rodríguez no fue el único republicano significado que puso empeño en detener la represión ejercida por los suyos. Por poner otro ejemplo, Joan Peiró, uno de los cuatro ministros anarquistas del Gobierno de Largo Caballero, denunció los asesinatos en Cataluña en una serie de artículos que fueron reunidos en un libro bajo el título de "Perill a la reraguarda" ("Peligro en la retaguardia").



Algo similar se puede decir del ministro socialista Julián Zugazagoitia, quien desde las páginas del periódico que dirigía, El Socialista, condenó las matanzas en el Madrid de 1936, y como ministro de Gobernación salvó la vida a numerosos presos derechistas.



Menos conocido es el caso de Melitón Serrano Ortiz, un dirigente socialista de la provincia de Ciudad Real que no solo denunció en público los crímenes cometidos en la retaguardia republicana, sino que además llevó a cabo gestiones para liberar de las cárceles a todos los derechistas que pudo. Tanto empeño puso en ello que algunos de sus compañeros de filas le preguntaron que si se había hecho fascista e incluso llegaron a amenazarle de muerte. La respuesta que Melitón daba a estos cerriles era que cometer asesinatos en la retaguardia precisamente servía solo para desprestigiar la causa por la que luchaban.

Como en el caso de Melchor Rodríguez y otros, el destino que encontraron en la posguerra estos personajes fue brutalmente injusto. Zugazagoitia y Peiró fueron atrapados por los nazis en Francia en 1940 y extraditados a España. El primero fue ejecutado ese mismo año, mientras que Peiró fue torturado y fusilado en 1942 después de haberse negado a colaborar con el Sindicato Vertical falangista. Serrano había sido fusilado el año anterior. Por cierto, cuando Peiró estuvo en la cárcel Modelo de Valencia coincidió con el doctor Joan Peset, médico, abogado, rector de la Universidad de Valencia entre 1932 y 1934 y diputado por Izquierda Republicana desde las elecciones de febrero de 1936. Durante la contienda trabajó en hospitales militares a la vez que ayudaba a perseguidos de derechas, llegando a alojar a algunos en su casa igual que hizo Melchor Rodríguez. Los franquistas lo atraparon en Alicante al final de la guerra. Declarado culpable de "adhesión a la rebelión" (en una triste ironía, los defensores de la legalidad republicana eran tachados de rebeldes por quienes se habían rebelado contra ella) en 1940, fue condenado a muerte por dos veces -ya que se repitió el juicio- y sin haber cometido crimen alguno. Todavía pasaron catorce meses hasta que Franco ratificó con su "enterado" la sentencia y lo fusilaron. Hasta entonces, Peset continuó ejerciendo la medicina en la cárcel. 



Todos ellos contaron en sus respectivos procesos con los avales de las personas a las que habían ayudado durante la guerra, pero no sirvió de nada. Los franquistas, tan defensores como decían ser de la civilización cristiana, no solo no fueron generosos ni caritativos a la hora de valorar la labor humanitaria de ciertos dirigentes republicanos, sino que procuraron castigarles con saña precisamente porque habían ostentado cargos de importancia. La estupidez de tan implacable razonamiento está en que si pudieron ayudar a los derechistas perseguidos fue precisamente por su posición en puestos de autoridad. En fin, como escribió el historiador Ángel Viñas, "siempre atento a realzar los valores cristianos, el régimen los fusiló sin la menor compunción, a pesar de los múltiples testimonios a su favor".

Durante la guerra, la represión que llevaron a cabo los sublevados estaba encaminada básicamente a controlar militarmente los territorios que iban ocupando al precio que fuera. Esta situación cambió después, cuando llegó la paz (de los cementerios). Así, en la posguerra, con el enemigo derrotado y todo el país sometido, la represión, cuyas víctimas mortales aún se contaron por decenas de miles, tuvo más que ver con la depuración de la población y la venganza por los crímenes de "los rojos". Para los allegados de los "caídos por Dios y por España" esa fue la forma de exigir justicia y reparación en memoria de sus seres queridos, en la que contaron con el apoyo entusiasta del régimen deseoso de establecer lazos de sangre con sus seguidores. En esas circunstancias, tras una guerra civil y con tanto rencor en el ambiente fomentado por la machacona propaganda franquista que culpaba de todo a la vesanía "roja" obviando el hecho de que la guerra se había producido por un golpe de Estado derechista, era muy complicado que los partidarios de la sensatez y la mesura se hicieran escuchar, de manera que pagaron por los crímenes republicanos tanto responsables como inocentes. Y ello a pesar de la proclama franquista según la cual los republicanos que no hubieran cometido delitos de sangre no tendrían nada que temer, algo que se reveló como absolutamente falso. En cualquier caso, no hubo prácticamente ángeles entre los personajes prominentes del régimen franquista, no hubo casi ninguno que se distinguiera por su labor humanitaria ayudando a los presos "rojos" y tratando de frenar la represión, ya fuera durante la guerra o después. Y si hubo alguno desde luego tuvo escaso éxito. A la hora de hablar de represión, esa es para mí la verdadera diferencia entre ambos bandos de la Guerra Civil Española.


Más información:

-Del Rey, Fernando, "Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española", Galaxia Gutenberg, 2019.

-Domingo, Alfonso, "El ángel rojo. La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano", Almuzara, 2009.

-Juliá, Santos et al., "Víctimas de la guerra civil", Temas de Hoy, 1999.

-Preston, Paul, "El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", Círculo de Lectores, 2011.

-Ruiz-Manjón, Octavio, "Algunos hombres buenos. Historias de mujeres y hombres que pusieron la justicia por encima de las ideologías durante la Guerra Civil", Espasa, 2016.

Conflictos bélicos y ayuda humanitaria: La guerra civil española (1936-1939)




viernes, 1 de mayo de 2020

Aprender de la historia




Expertos cargan contra el doctor Cavadas por su alarmante aviso sobre el coronavirus


Así que era necesario enseñar a la gente a no pensar y no formarse opiniones, obligarla a ver lo que no existía y sostener lo contrario de lo que resultaba obvio para todos.

Boris Pasternak, "Doctor Zhivago"


El ayer llegó de repente.

Paul McCartney


Durante el otoño, un tipo desconocido de coronavirus originó un brote en China que fue silenciado inicialmente por las autoridades de aquel país, las cuales además ofrecieron un menor número de casos que el realmente existente. El resto del mundo tuvo noticias del problema gracias a que un médico dio la alerta por su cuenta.

¿Os suena? Pues es lo que ocurrió entre noviembre de 2002 y abril de 2003 con la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS según sus siglas en ingles). Pero es que, puestos a buscar hechos semejantes en la historia, podemos irnos aún más atrás. 



Hoy todos conocemos a Valery Alekséyevich Legásov, el científico soviético encargado de investigar y frenar los daños causados por la explosión de la central nuclear de Chernóbil ocurrida hace ahora 34 años, en abril de 1986. Legásov hizo su trabajo e informó públicamente sobre el mismo de una forma excesivamente honesta, tanto que a partir de entonces fue censurado y condenado al ostracismo por las autoridades de su país, a pesar de la glásnost de Gorbachov. Es normal, puesto que responsabilizó al propio sistema soviético del accidente y una de las características fundamentales de dicho régimen era el secretismo. Afectado por todo ello y por la radiación, Legásov se suicidó dos años después dejando grabada en unas cintas su versión de lo sucedido.



El abril de 2003, el doctor Jiang Yanyong logró contactar con los medios occidentales y denunciar el encubrimiento de la epidemia del SARS por parte de las autoridades de su país, lo que hizo que el Gobierno chino reconociera la situación y que el mundo fuera consciente del problema. Es bastante probable que la actuación de Jiang Yangyong evitara una pandemia.

En 2004 Jiang fue más lejos y emplazó a su Gobierno a que diera explicaciones por la masacre de Tiananmén. El médico, que por entonces tenía ya 72 años de edad, estuvo detenido durante más de mes y medio y fue sometido a un lavado de cerebro.



En diciembre del año pasado, el doctor Li Wenliang alertó a otros médicos sobre un creciente número de pacientes infectados por un tipo de coronavirus y con síntomas similares a los del SARS. En consecuencia, Li y otros siete médicos fueron castigados por "difundir rumores". Para "salvaguardar la seguridad del Estado", el Gobierno chino no comunicó públicamente la gravedad del problema hasta el 20 de enero, cuando ya se le había ido de las manos. De nuevo, el secretismo oficial contribuyó a agravar una catástrofe que ha afectado a la salud del mundo entero. Y mientras tanto, el 7 de febrero de este año el doctor Li Wenliang murió infectado por coronavirus.

El doctor Jiang Yangyong sigue vivo, aunque por lo visto permanece en arresto domiciliario desde el año pasado.

Ya es casualidad, ¿verdad?

Dicen que es importante conocer la historia para no repetirla. Pues a ver si es verdad, porque hasta ahora parece que no aprendemos. Y eso que las autoridades chinas hacen hoy lo mismo que llevan haciendo desde hace décadas.