Efectivamente,
a este hombre yo le elevo una estatuta por todo el bien que ha hecho
a mucha gente, y luego lo fusilo por haber sido ministro.
Coronel Federico Loygorri Vives, presidente del tribunal que condenó a muerte a Joan Peiró
En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.
Francisco Franco
Digamos que a partir del golpe de Estado, la suerte que corriera cada uno en cualquier lugar de España dependía en gran medida de las ideas políticas que hubiera manifestado antes de la guerra. No obstante, sí hubo a mi modo de ver una diferencia importante entre ambas zonas referente a la represión. Me explico. Dejando aparte la encomiable labor de las embajadas y legaciones extranjeras, así como de la Cruz Roja, que durante la Guerra Civil salvaron a miles de personas, seguramente había mucha gente con inquietudes humanitarias por toda España.
Pero en lo que respecta a la ayuda hacia los perseguidos políticos, quienes se involucraron en ella de forma altruista solo se hicieron notar en la zona republicana, pues fue exclusivamente ahí donde estos individuos alcanzaron puestos de responsabilidad. Dicho de otra manera, hubo dirigentes republicanos que, además de no tener las manos manchadas de sangre, se esforzaron en salvar de los suyos a la gente de derechas a pesar de que con ello pusieran en grave riesgo sus propias vidas. Quizá entre todos ellos destaque el anarquista Melchor Rodríguez, aunque no fuera el único. Rodríguez, conocido como El ángel rojo y cuya máxima era "morir por las ideas, nunca matar por ellas", salvó a miles de personas durante la Guerra Civil al detener numerosas sacas de las cárceles, paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Aquello no le costó la vida pero sí su matrimonio, pues su mujer le dejó a comienzos de 1939 convencida de que Melchor estaba siendo utilizado por la quinta columna.
Coronel Federico Loygorri Vives, presidente del tribunal que condenó a muerte a Joan Peiró
En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.
Francisco Franco
La
Segunda República Española fue, con sus muchas imperfecciones, la
primera experiencia realmente democrática que hubo en nuestro país.
A partir del inicio de la Guerra Civil el Estado de derecho
simplemente desapareció en España: en la zona rebelde fue
sustituido por un férrea dictadura militar y en la republicana lo
fue por una revolución social, eso sí, desencadenada por la
sublevación del 17 de julio de 1936.
En
ambas zonas se llevó a cabo desde el primer momento una sangrienta
represión política que dejó decenas de miles de muertos por el
camino: unos 50.000 a manos de los republicanos y otros 150.000 que
fueron víctimas de los franquistas durante la guerra y la posguerra.
Esta diferencia numérica no es sin embargo muy significativa, como bien
explicó el historiador Santos Juliá hace diez años en su
artículo "Duelo
por la República Española":
La
diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no
logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza
ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la
revolución social hubiera culminado como revolución política: en
un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a
quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la
revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un
pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política
de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los
consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión
triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron
otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una
vez la guerra terminó.
La
represión republicana, brutal durante el primer medio año de
guerra, se atenuó mucho desde inicios de 1937 si bien no
desapareció hasta el final de la contienda. Esa disminución a
partir de un momento determinado de las muertes por motivos políticos en la zona
gubernamental se debió a varios factores, como el hecho de que las
matanzas del estilo de la de Paracuellos no estuvieran ofreciendo una
buena imagen internacional de la República. Pero la causa
fundamental fue la que señaló Santos Juliá: a lo largo de la
guerra los republicanos no hicieron prácticamente otra cosa que
perder territorio, con lo que llegó un momento en que no tenía
sentido continuar con una represión que ya se había cobrado sus
víctimas con creces, hasta el punto de que prácticamente ya no
había a quién perseguir, encarcelar o matar. En el caso de los
franquistas ocurrió justo lo contrario: la conquista de nuevos
lugares dejaba en sus manos cada vez a más población y por tanto a
nuevas víctimas potenciales de una represión despiadada y
sistemática que se prolongó durante años tras la guerra. Si el
curso de la contienda hubiera sido al revés, con los republicanos
ganando terreno, todo indica que sus cifras de ejecutados en
retaguardia habría sido mayores y tenemos una prueba de
ello: Teruel
fue la única capital de provincia conquistada
por el bando republicano en toda la guerra, y aunque sus tropas solo
llegaron a controlar la ciudad durante mes y medio, fue tiempo
suficiente para que allí se diera rienda suelta a una represión que
se llevó por delante a cientos de personas.
Digamos que a partir del golpe de Estado, la suerte que corriera cada uno en cualquier lugar de España dependía en gran medida de las ideas políticas que hubiera manifestado antes de la guerra. No obstante, sí hubo a mi modo de ver una diferencia importante entre ambas zonas referente a la represión. Me explico. Dejando aparte la encomiable labor de las embajadas y legaciones extranjeras, así como de la Cruz Roja, que durante la Guerra Civil salvaron a miles de personas, seguramente había mucha gente con inquietudes humanitarias por toda España.
Pero en lo que respecta a la ayuda hacia los perseguidos políticos, quienes se involucraron en ella de forma altruista solo se hicieron notar en la zona republicana, pues fue exclusivamente ahí donde estos individuos alcanzaron puestos de responsabilidad. Dicho de otra manera, hubo dirigentes republicanos que, además de no tener las manos manchadas de sangre, se esforzaron en salvar de los suyos a la gente de derechas a pesar de que con ello pusieran en grave riesgo sus propias vidas. Quizá entre todos ellos destaque el anarquista Melchor Rodríguez, aunque no fuera el único. Rodríguez, conocido como El ángel rojo y cuya máxima era "morir por las ideas, nunca matar por ellas", salvó a miles de personas durante la Guerra Civil al detener numerosas sacas de las cárceles, paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Aquello no le costó la vida pero sí su matrimonio, pues su mujer le dejó a comienzos de 1939 convencida de que Melchor estaba siendo utilizado por la quinta columna.
Debido
a sus principios y su labor humanitaria, entre la monarquía, la
Segunda República y el franquismo Melchor Rodríguez pasó por la
cárcel más de treinta veces. Y es que su afán por salvar vidas no
ha sido reconocido hasta tiempos muy recientes. De hecho, al acabar
la guerra los franquistas le mostraron su "agradecimiento"
por ayudar a los suyos sometiéndole a dos consejos de guerra que
pedían para él la pena de muerte. Fue condenado a veinte años de
cárcel de los que finalmente cumplió cuatro, aunque como se mantuvo
fiel a sus ideas anarquistas hasta el final de su vida aún tuvo que
permanecer alguna temporada más en prisión.
Pero
ya digo que Rodríguez no fue el único republicano significado que
puso empeño en detener la represión ejercida por los suyos. Por
poner otro ejemplo, Joan
Peiró,
uno de los cuatro ministros anarquistas del Gobierno de Largo
Caballero, denunció los asesinatos en Cataluña en una serie de
artículos que fueron reunidos en un libro bajo el título de "Perill
a la reraguarda" ("Peligro en la retaguardia").
Algo
similar se puede decir del ministro socialista Julián
Zugazagoitia,
quien desde las páginas del periódico que dirigía, El
Socialista,
condenó las matanzas en el Madrid de 1936, y como ministro de
Gobernación salvó la vida a numerosos presos derechistas.
Menos
conocido es el caso de Melitón
Serrano Ortiz,
un dirigente socialista de la provincia de Ciudad Real que no solo
denunció en público los crímenes cometidos en la retaguardia
republicana, sino que además llevó a cabo gestiones para liberar de
las cárceles a todos los derechistas que pudo. Tanto empeño puso en ello que algunos de sus compañeros de filas le preguntaron
que si se había hecho
fascista e
incluso llegaron a amenazarle de muerte. La respuesta que Melitón
daba a estos cerriles era que cometer asesinatos en la retaguardia
precisamente servía solo para desprestigiar la causa por la que
luchaban.
Como
en el caso de Melchor Rodríguez y otros, el destino que encontraron
en la posguerra estos personajes fue brutalmente injusto.
Zugazagoitia y Peiró fueron atrapados por los nazis en Francia en
1940 y extraditados a España. El primero fue ejecutado ese
mismo año, mientras que Peiró fue torturado y fusilado en 1942 después de haberse negado a colaborar con el Sindicato Vertical
falangista. Serrano había sido fusilado el año anterior. Por
cierto, cuando Peiró estuvo en la cárcel Modelo de Valencia coincidió con el doctor Joan
Peset,
médico, abogado, rector de la Universidad de Valencia entre 1932 y
1934 y diputado por Izquierda Republicana desde las elecciones de
febrero de 1936. Durante la contienda trabajó en
hospitales militares a la vez que ayudaba a perseguidos de derechas,
llegando a alojar a algunos en su casa igual que hizo Melchor
Rodríguez. Los franquistas lo atraparon en Alicante al final de la
guerra. Declarado culpable de "adhesión a la rebelión"
(en una triste ironía, los defensores de la legalidad republicana
eran tachados de rebeldes por quienes se habían rebelado contra
ella) en 1940, fue condenado a muerte por dos veces -ya que se
repitió el juicio- y sin haber cometido crimen alguno. Todavía
pasaron catorce meses hasta que Franco ratificó con su "enterado"
la sentencia y lo fusilaron. Hasta entonces, Peset continuó
ejerciendo la medicina en la cárcel.
Todos
ellos contaron en sus respectivos procesos con los avales de las
personas a las que habían ayudado durante la guerra, pero no sirvió
de nada. Los franquistas, tan defensores como decían ser de la
civilización cristiana, no solo no fueron generosos ni caritativos a
la hora de valorar la labor humanitaria de ciertos dirigentes
republicanos, sino que procuraron castigarles con saña precisamente
porque habían ostentado cargos de importancia. La estupidez de tan
implacable razonamiento está en que si pudieron ayudar a los
derechistas perseguidos fue precisamente por su posición en puestos
de autoridad. En fin, como escribió el historiador Ángel Viñas,
"siempre atento a realzar los valores cristianos, el régimen
los fusiló sin la menor compunción, a pesar de los múltiples
testimonios a su favor".
Durante
la guerra, la represión que llevaron a cabo los sublevados estaba
encaminada básicamente a controlar militarmente los territorios que
iban ocupando al precio que fuera. Esta situación cambió
después, cuando llegó la paz (de los cementerios). Así, en la posguerra, con el enemigo derrotado y todo el
país sometido, la represión, cuyas víctimas mortales aún se
contaron por decenas de miles, tuvo más que ver con la depuración
de la población y la venganza por los crímenes de "los rojos".
Para los allegados de los "caídos por Dios y por España" esa fue la forma de exigir
justicia y reparación en memoria de sus seres queridos, en la que contaron con el apoyo entusiasta del régimen deseoso de
establecer lazos de sangre con sus seguidores. En esas
circunstancias, tras una guerra civil y con tanto rencor en el
ambiente fomentado por la machacona propaganda franquista que culpaba de todo a la vesanía "roja" obviando el hecho de que la guerra se había producido por un golpe de Estado derechista, era muy complicado que los
partidarios de la sensatez y la mesura se hicieran escuchar, de
manera que pagaron por los crímenes republicanos tanto responsables como
inocentes. Y ello a pesar de la proclama franquista según la cual los republicanos que no hubieran cometido delitos de sangre no tendrían nada que temer, algo que se reveló como absolutamente falso. En cualquier caso, no hubo prácticamente ángeles entre
los personajes prominentes del régimen franquista, no hubo casi
ninguno que se distinguiera por su labor humanitaria ayudando a los
presos "rojos" y tratando de frenar la represión, ya fuera
durante la guerra o después. Y si hubo alguno desde luego tuvo
escaso éxito. A la hora de hablar de represión, esa es para mí la
verdadera diferencia entre ambos bandos de la Guerra Civil Española.
Más información:
-Del Rey, Fernando, "Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española", Galaxia Gutenberg, 2019.
-Domingo, Alfonso, "El ángel rojo. La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano", Almuzara, 2009.
-Juliá, Santos et al., "Víctimas de la guerra civil", Temas de Hoy, 1999.
-Preston, Paul, "El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", Círculo de Lectores, 2011.
-Ruiz-Manjón, Octavio, "Algunos hombres buenos. Historias de mujeres y hombres que pusieron la justicia por encima de las ideologías durante la Guerra Civil", Espasa, 2016.
Conflictos bélicos y ayuda humanitaria: La guerra civil española (1936-1939)
Conflictos bélicos y ayuda humanitaria: La guerra civil española (1936-1939)