miércoles, 6 de diciembre de 2017

Reformar la Ilustración



Lectura en casa de Madame Geoffrin, de Charles Gabriel Lemonnier.


Por último, no deben ser tolerados quienes niegan la existencia de Dios. Las promesas, los convenios y los juramentos, que son lazos de la sociedad humana, no pueden tener efecto en los ateos. Pues quitar a Dios, aunque solo sea en el pensamiento, lo disuelve todo. Además, aquellos que por su ateísmo socavan y destruyen toda religión, no pueden pretender que la religión a la cual desafían les brinde el privilegio de la tolerancia.

John Locke, "Carta sobre la tolerancia", 1689


A casi todas las niñas pequeñas les desagrada aprender a leer y a escribir, pero siempre están dispuestas a aprender a usar la aguja.

Jean-Jacques Rousseau, "Emilio, o De la educación", 1762


¿Por qué los judíos no habían de ser antropófagos? Es la única condición que hubiera faltado al pueblo de Dios para ser el más abominable del mundo.

Voltaire, "Diccionario filosófico", 1764


Libertad, igualdad, fraternidad.

Maximilien Robespierre, 1790


El terror, sin virtud, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente.

Maximilien Robespierre, 1794


La República no necesita científicos ni químicos.

Jean-Baptiste Coffinhal, presidente del tribunal revolucionario que condenó a la guillotina a Antoine Lavoisier, padre de la química moderna, 8 de mayo de 1794


Hay que juzgar a los hombres por cómo actúan ante un problema determinado y no por las ideas con que se enfrentan a él.

(...)

Venden libertad. Esto ha funcionado bien tantas veces: un grupo de hombres aparece en el escenario social pidiendo poder y notoriedad para acabar con la opresión y ofreciendo libertad, justicia, etcétera, y el pueblo ingenuo tiende a creerlo y necesita grandes dosis de realidad implacable para llegar a comprender (si alguna vez lo hace) que solo ha sustituido una casta por otra. Pero el pedestal no hay quien lo mueva. Solo varía el inquilino.

María Elvira Roca Barea, "Imperiofobia y leyeda negra", 2017


Cuando no se puede lo que se quiere, hay que querer lo que se puede.

Terencio


Está de moda decir que hay que reformar la Constitución, pero yo, que soy de ir al origen de las cosas, creo que lo que habría que reformar más bien es la madre de todas las constituciones: la Ilustración. La Ilustración, ese movimiento intelectual que dio paso a la Edad Contemporánea, a la modernidad.

Y es que es rarísimo encontrar en nuestros días a alguien que critique la sacrosanta Ilustración, y sin embargo, o por eso mismo, a mí me parece que está un poco sobrevalorada. Nada más lejos de mi intención que negar todo lo que aquel movimiento nos ha traído de positivo, que no es poco: ese afán de anteponer la razón a la superstición; la popularización de las ciencias y las letras, de la cultura y de la educación; la revolución científica; la Revolución Industrial; la democracia y los derechos humanos llevados a la práctica; la separación de poderes; el feminismo. Lo que ocurre es que con frecuencia se olvida lo negativo que también derivó de la Ilustración y que tampoco es moco de pavo: sangrientas revoluciones como la francesa; otras, como la bolchevique, que fueron origen de tremendas dictaduras; genocidios; el nacionalismo, que llevado al extremo dio lugar al fascismo; brutales industrializaciones; el capitalismo exacerbado; el racismo científico; el neocolonialismo; la sustitución de la religión por ciertas ideologías; el totalitarismo en sus distintas variantes; las crisis económicas; los desastres ecológicos provocados por el hombre; la peor guerra de la historia.

Paradójicamente existe mucho desconocimiento en torno a la realidad de la Ilustración. Aunque fructificara en el llamado Siglo de las Luces, el gran público no ha llegado aún a verla tal y como fue. Para empezar, se suele pensar que es un fenómeno genuinamente francés que se exportó a otros países, pero esto es porque se confunde con el enciclopedismo, que es solo una parte de la Ilustración, no el conjunto. En realidad la Ilustración fue un movimiento paneuropeo que revistió diferentes formas según el lugar en que se asentara. Para seguir, la Ilustración es una de las etapas de la historia de Occidente en que más prejuicios, fobias y leyendas se han creado. Sin ir más lejos, a través de textos e imágenes, es decir, de la propaganda, la Ilustración dio forma y envoltorio a nuestra leyenda negra presentando a España como un país atrasado, inculto, incivilizado y cruel desde sus mismos orígenes. Muchos de los mitos históricos que padecemos hoy son obra del romanticismo y de los nacionalismos, artífices de una serie de historias oficiales desde el siglo XIX. A su vez, los nacionalismos, que actúan apoderándose de la voz de los pueblos, proceden sin excepción de la Ilustración.

Fruto directo del inusitado interés por la historia surgido hace un par de siglos, otra herencia de la Ilustración muy relacionada con los mitos sobre el pasado es la novela histórica, tan de moda en nuestros días. Las novelas históricas han provocado entre millones de lectores cierta confusión entre literatura e historia, es decir, entre ficción y realidad. Además, los mitos propagados por las novelas históricas fueron recogidos por el cine en cuanto este apareció, el cual a su vez creó otros nuevos.

Desde hace tiempo en los regímenes democráticos estamos asistiendo a un distanciamiento entre las instituciones y la gente, a un nuevo despotismo ilustrado, un nuevo "todo para el pueblo pero sin el pueblo", en definitiva. Las crisis económicas se suceden una tras otra y cada vez parecen más complicadas de solucionar, sobre todo cuando se aderezan de apabullantes casos de corrupción. Se mantiene la brecha entre ricos y pobres, la desigualdad, y se acrecienta la precariedad laboral. A pesar de la globalización, los nacionalismos gozan de un nuevo auge, y el odio, la guerra y el terror adquieren insólitas formas. Las viejas ideologías surgidas de la Ilustración se ven insuficientes para solucionar los problemas de los nuevos tiempos. Necesitamos reformar la Ilustración, identificar y distanciarnos de todo lo que nos trajo de pernicioso, quedarnos con aquello que ha servido para el progreso y mejorarlo. Precisamente uno de los errores de los ilustrados en su afán de crear algo nuevo fue condenar todo hecho histórico anterior a su tiempo, sin discriminar lo válido de lo desechable. Hace falta una Ilustración más respetuosa con las distintas opiniones, menos despótica y menos ingenua también. Sin falsos idealismo que nos hagan perder el norte. Que facilite la convivencia, la paz, la prosperidad y la solidaridad, y no que unos prosperen a costa de otros empleando procedimientos poco éticos. Una Ilustración más valedora de la libertad, la igualdad y la fraternidad, vaya. En realidad necesitamos una nueva Ilustración que inspire y sirva de ejemplo a seguir para todos aquellos pueblos que aún no han pasado por un proceso así, quizá porque la anterior era demasiado imperfecta y muy poco atrayente para demasiada gente.