sábado, 7 de diciembre de 2013

"Érase una vez en Francia"




Joseph Joanovici (o Joinovici) nació en el seno de una familia judía de Chisináu, Moldavia, hacia 1905. Por entonces la ciudad se llamaba Kishinev y pertenecía al Imperio Ruso.

Según relataría él mismo, tras el asesinato de sus padres durante un pogromo, Joanovici llegó a Francia en 1925. Se instaló en Clichy, un suburbio de París, donde supo hacer negocio con la chatarra. Un inmigrante pobre, huérfano e iletrado se transformó así en alguien importante, llegando a ser conocido como el Señor Joseph

Este increíble éxito le haría pensar durante el resto de su vida que con dinero podría conseguir lo que quisiera y comprar a quien fuera. Casi siempre fue así.

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, permaneció en Francia durante la ocupación alemana y se convirtió en multimillonario vendiendo metal a los nazis, a pesar de ser judío.

No sólo tuvo trato con los nazis, también con el crimen organizado parisino. Por ese motivo necesitó de la protección de la llamada Gestapo francesa, una siniestra organización dirigida por dos maleantes, Henri Chamberlin, conocido como Lafont, y Pierre Bonny, a los que los nazis habían otorgado puestos de responsabilidad.


Lafont



Bonny

 
Se dice que durante una cena, Lafont le espetó a Joanovici:
-Después de todo, Joseph, no eres más que un sucio judío.
A lo que éste respondió:
-¿Y cuánto costaría dejar de serlo, Hauptsturmführer?




A la vez, Joanovici formó parte también de la resistencia francesa, y en 1944, tras la liberación de París, delató a Lafont y Bonny, que fueron juzgados y ejecutados.




Tras la guerra Joanovici fue detenido por colaboracionista, pero se le puso en libertad por falta de pruebas (a pesar de ser sospechoso incluso de participar en el asesinato un miembro de la resistencia: Robert Scaffa). En 1947 escapó a Munich, y al cabo de unos meses regresó esperando contar con la ayuda de algunos amigos de la Prefectura de Policía de París, burlando además a la DST que le estaba esperando en Phalsbourg para detenerlo.
  
En 1949 fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel. 
 



En 1952 salió de prisión, pero tuvo que permanecer bajo arresto domiciliario en Mende. 



En 1957, acusado de fraude fiscal, escapó a Suiza y de ahí a Israel, pero fue expulsado de este país (junto a Robert Soblen y Meyer Lansky, es uno de los tres único judíos a los que no se les ha aplicado la Ley del Retorno de Israel).



Murió arruinado en 1965.
 
Este año se ha publicado en España una trilogía de cómics titulada Érase una vez en Francia (Nury y Vallée, Norma Editorial), que narra la vida de Joanovici. Los autores mezclan hechos reales con otros ficticios que rellenan las lagunas existentes en la biografía de este ambiguo personaje.



El resultado es magistral, no sólo por la excelente calidad del dibujo, sino también porque la narración engancha desde la primera a la última viñeta. La intensa vida de Joanovici es un reflejo de la propia Francia durante la guerra, que se movió entre la resistencia y la colaboración con el ocupante. A lo largo de la historia va apareciendo una serie de personajes más o menos oscuros, de dudosa ética, corruptos, de gánsteres y de asesinos. Nadie se libra de mostrar su lado maligno, empezando por el principal protagonista, cuyos escrúpulos dependen de su ambición y su instinto de supervivencia. El título de la serie, obviamente, hace referencia a la famosa película de Sergio Leone.
 
Una obra muy recomendable, desde luego.







viernes, 6 de diciembre de 2013

Cuando faltan las palabras




Una pareja discutiendo a voz en grito mientras otra la mira con envidia. La envidia de los segundos era porque ambos eran mudos y les habría encantado poder gritarse lo mucho que se querían.


Cuando sobran las palabras




Aquella pareja decidió no hablarse nunca más: se querían mucho pero no se entendían nada, a pesar de que discutían en el mismo idioma. Fue la primera vez en que estuvieron de acuerdo en algo, y se quisieron para siempre.


domingo, 1 de diciembre de 2013

Sadismo




Todas mis ex, después de destrozarme, me recuerdan con cariño.