jueves, 5 de octubre de 2017

Franco y Pétain: los dos patitos



Franco y Pétain en Montpellier, febrero de 1941.


Si repites una mentira lo suficiente, la gente la creerá, e incluso tú mismo llegarás a creerla.

Cita atribuida a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi.


Las vidas de Francisco Franco y Philippe Pétain, dos militares ultraconservadores que no sentían demasiadas simpatías hacia los comunistas, los judíos, los masones o la democracia, discurrieron por lo general de forma paralela y coincidente, aunque tuvieron finales dispares. Ambos fueron encumbrados por acciones militares, el francés en Verdún y el español en Marruecos. Lucharon del mismo lado contra los rebeldes rifeños en los años veinte y los dos fueron condecorados por el rey Alfonso XIII.




Franco recibió en 1928 la Legión de Honor francesa precisamente por recomendación de Pétain.

Pétain fue en 1939 el primer embajador francés ante el régimen franquista. Después de que en febrero la República francesa reconociera al Gobierno de Franco, antes incluso de que hubiera caído el Gobierno republicano español, las autoridades galas decidieron enviar como su representante a un militar de prestigio y de ideas similares a las del Generalísimo con el objetivo de mantener a España quietita cuando estallara la guerra con Alemania que se veía venir. Pétain se dedicó entonces a favorecer al régimen franquista todo lo que pudo. Así, hizo que Francia le entregara la flota republicana, que había huido al final de la Guerra Civil al puerto de Bizerta, en Túnez, bajo control galo. También facilitó que el ejecutivo de Édouard Daladier traspasara al Gobierno de Franco algo más de cuarenta toneladas de oro que el Banco de España tenía depositadas en Francia. Con esos fondos se habría podido facilitar alojamiento y comida al medio millón de refugiados españoles que había en Francia, hombres, mujeres y niños que sin embargo fueron encerrados en campos de internamiento bajo condiciones infrahumanas. No obstante Pétain tuvo que dejar el cargo de embajador al año siguiente y volver a su país, el cual estaba siendo invadido por los germanos. Entró en el Gobierno francés como vicepresidente y un mes después fue nombrado primer ministro. Bajo ese cargo firmó el armisticio con Alemania el 22 de junio de 1940, y el 10 de julio el Senado y el Parlamento franceses, reunidos en la Asamblea Nacional, votaron a favor de conceder a Pétain plenos poderes, de manera que a sus ochenta y cuatro tacos se convirtió en presidente del Estado Francés. Se estableció entonces la capital gala en Vichy, que era como Marina d'Or (ciudad de vacaciones) pero francesa, así que al nuevo Estado se le empezó a conocer comúnmente como Francia de Vichy. El nuevo régimen no fue en realidad más que un gobierno títere de los nazis que controló menos del 40% del territorio francés, la llamada "zona libre", la cual terminó siendo ocupada también por el Eje en noviembre de 1942.



Igual que Franco (que se apellidaba como la moneda francesa), Pétain instauró un régimen dictatorial, pero las maneras utilizadas para ello fueron muy distintas: si el español lideró una sublevación militar que aplastó a un régimen democrático -la Segunda República Española- tras una cruenta guerra civil, el francés llegó al poder supremo de forma perfectamente legal y pacífica, aunque bajo una ocupación militar extranjera. Eso sí, el resultado fue el mismo ya que Pétain abolió la Tercera República Francesa. Sin duda Pétain tuvo que inspirarse para lograr sus fines en Franco, a quien admiraba en cierto grado (en 1939 había calificado al Caudillo en una entrevista de "gran intelecto" y de "tranquilo y reflexivo", que ya se sabe que Dios los cría y el fascismo los junta).

De la diferencia entre los métodos empleados por tan insignes personajes para establecer su tiránica potestad se deriva otra: si Franco tuvo que someter España por la fuerza de las armas persiguiendo a gran parte de su población, es un hecho indiscutible que en 1940 había en Francia cuarenta millones de petainistas, es decir, que prácticamente toda su población apoyaba a Pétain. Los franceses, fuera cual fuese su ideología, veían en el anciano mariscal a un padre, un héroe que ya los había librado de los alemanes en el pasado y que volvería a hacerlo. Con él al frente el país estaban a salvo, o eso creían (aún en la primavera de 1944, poco antes del desembarco de Normandía, sería aclamado en lugares como París o Nancy). La popularidad de Pétain disminuiría con el paso del tiempo, justo al revés de lo que ocurriría con la de Franco, lo cual, a mi modo de ver, habla bastante mejor de los franceses que de los españoles.




Aupados al poder total, tanto Franco como Pétain ofrecieron una imagen de sí mismos como de eminentes prohombres elegidos por el destino para sacrificar su existencia en pro de la patria. Como de padres de sus pueblos. "Hago donación a Francia de mi persona", "los franceses me llaman solo cuando sucede alguna catástrofe", se lamentaba el mariscal. Todavía en el verano de 1944, mientras los Aliados liberaban su país y los nazis se preparaban para llevárselo a Alemania, Pétain escribía (o escribieron por él) a los franceses: "Si no he podido ser durante más tiempo vuestra espada, al menos he querido seguir siendo vuestro escudo". Que casi daban ganas de darle un abrazo al hombre. Por su parte Franco, con algo menos de modestia, diría unos años más tarde en su tradicional discurso de Nochevieja: "Quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje, en ningún momento puede legítimamente acogerse al relevo ni al descanso. Ha de consumir su existencia en la vanguardia de la empresa fundacional para la que fue llamado por la voz y la adhesión de su pueblo, enraizando y perfeccionando todo el sistema levantado".


Je, je, je.


Otro importante nexo entre Franco y Pétain es que ambos tuvieron el dudoso honor de entrevistarse con Hitler y además lo hicieron casi a la vez: el primero el 23 de octubre de 1940, en Hendaya, y el segundo al día siguiente, en Montoire. Y si la entrevista entre Franco y el líder germano dio lugar al mito de Hendaya, de la de Pétain y el Führer nació el mito de Montoire. Estos mitos fueron bastante parecidos entre sí.

Cuando Pétain firmó el armisticio con los alemanes, la gran mayoría del pueblo francés respiró aliviada. El anciano mariscal había evitado una carnicería como la de la Gran Guerra, en la que Francia perdió a un millón cuatrocientos mil hombres. Un millón y medio estaban prisioneros de los germanos, sí, pero seguro que Pétain lograría que fueran pronto liberados. Nadie lamentó el fin de una República que había fracasado tanto política como militarmente, y los conservadores pensaron que por fin alguien libraría a Francia de los comunistas, los judíos y los masones, que la habían llevado a la ruina (recordemos que los gobiernos franceses de los años inmediatamente anteriores a la guerra habían sido de izquierdas). A partir de Montoire, los apologistas de Pétain transmitieron la idea de que el héroe de Verdún estaba jugando con los alemanes, sorteando las presiones de Hitler para meter a Francia en la guerra de parte del Eje a la vez que obtenía jugosas contrapartidas como la liberación de los prisioneros de guerra, que se materializaría pronto (en realidad solo unos pocos fueron repatriados durante la contienda, y en cambio muchos prisioneros formaron parte de los cientos de miles de franceses obligados a trabajar en Alemania para el esfuerzo de guerra nazi, encuadrados en el Servicio de Trabajo Obligatorio -STO- con la aquiescencia de Vichy; miles de ellos murieron por las duras condiciones de trabajo). La verdad, sin embargo, es que fue Pétain quien propuso al Führer entrar de nuevo en la contienda, esta vez al lado de Alemania, porque codiciaba las colonias británicas en África, pero Hitler lo rechazó porque no le interesaba ni rearmar a Francia, ni despertar recelos entre sus aliados italianos, que también buscaban expandirse por el continente africano. Por otra parte, el líder germano obtuvo gracias a Montoire todo lo que buscaba, que básicamente era una actitud francesa servil hacia Alemania: el permiso para la explotación económica y social de Francia, una colaboración militar que se limitara a la defensa de las colonias galas frente a los británicos, y por supuesto la introducción de leyes y medidas contra los judíos. La policía de Vichy y la Milicia Francesa participarían de forma entusiasta en la lucha contra la Resistencia y en las deportaciones de judíos: unos 75.000 judíos residentes en Francia fueron deportados a los campos nazis, de los que 24.000 eran franceses y 51.000 refugiados extranjeros, en su mayoría polacos. Fueron todos asesinados salvo 2.600. Más de las tres cuartas partes de los hebreos que había en el país galo en 1939 lograron sobrevivir, aunque no fue precisamente gracias a Pétain, como se afirmaría más tarde, sino a pesar de él.

El mito que se creó en torno a la entrevista de Hendaya era similar al de Montoire. La habilidad del Caudillo habría impedido que España entrase en la Segunda Guerra Mundial a pesar de la insistencia y las aviesas intenciones de Hitler al respecto, cuando la realidad, como en el caso francés, es que fue Franco el más interesado en meter a su país en la contienda. Los costes de la intervención española en la guerra habrían sido demasiado altos para Alemania, y por eso fue el propio Hitler quien la desestimó. Franco, como Pétain, tenía intereses coloniales en África, en concreto codiciaba el Marruecos francés y el Oranesado (la región circundante a Orán, en el noroeste de Argelia, entonces perteneciente a Francia). Hitler prefería que las colonias francesas fueran defendidas por el ejército galo, al que consideraba mil veces más fuerte que el español. Como mucho, estaba dispuesto a entregar Gibraltar a España. Además, la entrada de España en la guerra habría supuesto una gran carga económica para Alemania al tener que suministrarle armas, petróleo, materias primas y alimentos en cantidad.




La ocupación alemana de Francia ciertamente tuvo una consecuencia ventajosa para España en el terreno cultural, que la fue la devolución por parte de Pétain de ciertas obras de arte de gran relevancia, como la Dama de Elche, la Inmaculada de Murillo o el Tesoro de Guarrazar. El año pasado, el pueblo toledano de Guadamur, con alcaldesa del PP, recordó el episodio en un espectáculo de luz y color que destacaba la "gran pericia" de Franco entre imágenes del Caudillo, el Führer, Himmler y Pétain.



Aparte de ver a Hitler en persona, Pétain y Franco hicieron una quedada juntos. Fue en Montpellier, el 13 de febrero de 1941, después de que el Caudillo se entrevistara con Mussolini en Bordighera ("un verdadero genio latino", diría el Generalísimo del Duce). Pétain andaba un poco mosca, consciente de las ambiciones africanas de Franco (el año anterior las tropas españolas habían ocupado Tánger, con la aprobación de Alemania, y allí se quedarían hasta 1945), y quería saber si había tratado algo el tema con Mussolini, pero el Caudillo no soltó prenda (en Bordighera Franco se había limitado a quejarse de la poca disposición germana en proporcionar suministros a España). Por lo visto hablaron de los republicanos españoles refugiados en la Francia de Vichy, de los que Franco se desentendió completamente igual que hizo con los miles que cayeron prisioneros de los nazis y terminaron en campos de concentración (porque Pétain se negó a reconocerlos como miembros del ejército francés, aunque habían combatido por Francia), o con los exiliados en la URSS que fueron enviados al Gulag. Miles de ellos tuvieron que trabajar para Vichy y para los alemanes, encuadrados en el STO y la Organización Todt. Franco solo había mostrado interés en algunos republicanos prominentes que se habían escapado a Francia al final Guerra Civil, como Julián Zugazagoitia, Francisco Cruz Salido, Lluís Companys o Joan Peiró, que fueron detenidos por la Gestapo y entregados a las autoridades españoles para que fueran castigados con la cárcel o la muerte (los cuatro mencionados fueron fusilados).

En la entrevista de Montpellier parece ser que Pétain encontró a Franco, como otras veces, "tan orondo, tan pretencioso". Para la ilustre fundación que lleva el nombre del Caudillo, el encuentro fue una entrañable reunión de dos viejos compañeros de armas.



Como jefe del Estado Francés, Pétain firmó decretos contra los judíos que facilitaron el desarrollo del Holocausto en su país. Ya he dicho que la gran mayoría de las víctimas fueron judíos extranjeros, pero también hubo miles de hebreos franceses entre ellas, lo que no impidió a Pétain tener la desfachatez de mostrarse al final de la guerra, cuando lo iban a juzgar, como gran un defensor de los judíos.



Los crímenes franquistas se quedan pequeños al lado de los nazis, aunque lo cierto es que si el Caudillo hubiera tenido los mismos medios para asesinar en masa que el Führer habría actuado de forma parecida, con la única diferencia de que las víctimas habrían sido básicamente los rojos en lugar de los judíos. En cualquier caso la complicidad de ambos regímenes fue mucho mayor de lo que tradicionalmente se nos ha hecho creer. A los alegatos antisemitas de Franco hay que sumar el hecho de que su régimen elaborara en 1941 un censo de los judíos que vivían en España para entregárselo a los nazis. Durante la Segunda Guerra Mundial, varios diplomáticos españoles situados en distintos países de la Europa controlada por Hitler lograron salvar a algunos miles de judíos, en muchos casos desobedeciendo las órdenes del Gobierno de Franco, que solo admitía que se pudieran proporcionar visados a los que tuvieran la ciudadanía española, y ni siquiera para que se quedasen en España. El régimen franquista solo empezó a mostrar interés en salvar de verdad a los judíos en 1944, cuando estaba claro que Alemania iba a perder la guerra. A pesar de eso, la propaganda presentaría a Franco como "salvador de los judíos", y lo que es peor, continúa haciéndolo.

Si Alemania explotó económicamente a Francia, también hizo algo parecido con España, que había quedado en deuda con ella y con Italia por sus respectivas ayudas a los sublevados en la Guerra Civil. Las autoridades españolas favorecieron además las actividades militares y de inteligencia alemanas en nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial. Tanto la Francia de Vichy como la "neutral" España enviaron a partir de 1941 a miles de hombres a combatir en las filas de la Wehrmacht contra el Ejército Rojo. Todavía en la batalla de Berlín se pudo ver a soldados españoles y franceses encuadrados en las Waffen-SS.

Pétain fue juzgado en 1945 y condenado a muerte, aunque la pena fue inmediatamente conmutada a cadena perpetua gracias a De Gaulle (a pesar de que este a su vez había sido condenado a muerte en rebeldía por Vichy). Casi todas las culpas recayeron el odiado Pierre Laval, que se había refugiado en España. Laval tuvo la pésima suerte de caerle mal a todo el mundo, y quizá fue por eso que de todos los cientos de nazis y fascistas que se escondieron en España, el antiguo jefe del Gobierno de Vichy fue el único criminal de guerra que Franco entregó a los Aliados.



Por su parte el Caudillo continuó en el poder hasta su muerte, en 1975. Hay que decir que en 1951, cuando Pétain estaba a punto de morir, Franco decidió enviarle fruta como obsequio mientras los españoles se morían de hambre por su absurda y criminal política económica.

Con la derrota del Eje, tanto Pétain como Franco trataron de borrar toda colaboración con Hitler, si bien el segundo lo tuvo mucho más fácil porque no fue juzgado y, de hecho, su operación de lavado de imagen logró convencer a gran cantidad de personas. Por otro lado la Guerra Fría contribuyó a alimentar tanto el mito de Hendaya como el de Montoire, por eso la tumba de Pétain estuvo adornada con flores hasta los años noventa. Afortunadamente, en 1995 un presidente de Francia, Jacques Chirac, reconoció por primera vez que el Holocausto también había sido un crimen francés. A partir de entonces pocos han podido defender con un mínimo de seriedad el legado de Vichy. Sin embargo, en España los restos de Franco continúan reposando en un mausoleo, su tumba sigue hoy adornada con flores y existe una fundación que lleva su nombre, una fundación que defiende que el Caudillo fue "la antítesis de Hitler" y que por supuesto continúa manteniendo vivo el mito de Hendaya. Una fundación que está en poder de documentos clasificados y que entre los años 2000 y 2003 recibió del Gobierno de la España democrática 150.000 euros en subvenciones.

Otro día, más.


Más información:

-Boadella, Albert, "Franco y yo", Espasa Calpe, 2003.

-Costa, Mario, "Pétain", Orbis, 1985.

-Gildea, Robert, "Combatientes en la sombra", Taurus, 2016.

-Hernández de Miguel, Carlos, "Los últimos españoles de Mauthausen", Ediciones B, 2015.

-Lottman, Herbert, "Pétain", Espasa Calpe, 1998.

-Lottman, Herbert, "La Depuración", Tusquets, 2007.

-Preston, Paul, "Franco: Caudillo de España", Debate, 2015.


jueves, 20 de julio de 2017

El mito de Skorzeny (II)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.




En las SS corría un chiste sobre Skorzeny: le concedieron la Cruz de Caballero por rescatar al Duce, pero le darían una condecoración aún mayor si lo devolvía.

Antony Beevor


"EL HOMBRE MÁS PELIGROSO DE EUROPA"


Después de "su" éxito en la liberación de Mussolini, Skorzeny se convirtió en el jefe de comandos favorito de Hitler. En la primavera de 1944 participó en la planificación de la Operación Salto de Caballo -Unternehmen Rösselsprung-, destinada a capturar al mariscal Tito, líder de los partisanos yugoslavos. La operación fracasó debido a la rivalidad entre los servicios de información alemanes (la Abwehr, de la Wehrmacht, y el SD, de las SS), que se ocultaron mutuamente sus indagaciones, y a que los partisanos se enteraron del plan. Total, que Tito escapó.

Como buen nazi, en julio de 1944 Skorzeny colaboró en la neutralización de los conspiradores que atentaron contra Hitler. En octubre de aquel año, y por encargo del Führer, Skorzeny llevó a cabo una acción de lo más honorable: secuestró al hijo del regente de Hungría, el almirante Miklós Horthy, para evitar que su país se rindiera a los soviéticos y cambiara de bando. Así, Skorzeny y sus hombres no solo actuaron como unos gánsteres, sino que además facilitaron la toma del poder en Hungría por el Partido de la Cruz Flechada, de ideología nazi, y la prolongación del Holocausto en aquel país. Por esta acción, Hitler volvió a condecorar a Skorzeny y lo ascendió a SS-Obersturmbannführer (teniente coronel de las SS).


Skorzeny en Budapest, octubre de 1944.


viernes, 16 de junio de 2017

Cuando Alemania la lió parda




Todos recordamos a aquella pobre socorrista reconociendo en la tele que había mezclado sin querer unos peligrosos compuestos químicos causando "una reacción que lo flipas". Pues bien, hoy voy a hablar de cuando hace un siglo Alemania hizo algo parecido pero más a lo bestia, porque las consecuencias de sus tejemanejes no afectaron solo a un barrio, sino al mundo entero.


jueves, 18 de mayo de 2017

La posverdad




Este cartel propagandístico trataba de convencer a los estadounidenses que combatían en la Segunda Guerra Mundial de que los soldados de Stalin luchaban por la libertad. Hoy todos sabemos que no era así, pero seguramente los que diseñaron el cartel también lo sabían ya. De hecho, nadie luchaba en el fondo por la libertad, ya que aquel conflicto no fue más que la expresión del choque de intereses entre grandes potencias. Lo que pasa es que algunos de esos intereses eran más perniciosos para el conjunto de la humanidad que otros. El término posverdad es un neologismo, pero el concepto es antiguo. Seguramente data del momento en que se inventaron las palabras "pueblo", "nación" y "libertad".


domingo, 14 de mayo de 2017

Las inocentes




Sufrimos primero la persecución de los alemanes, y luego llegaron los rusos. Para nosotras, cuando ellos irrumpieron en nuestro convento fue como... fue un horror inimaginable que solamente Dios podrá ayudarnos a superar. 

Se quedaron durante días.


Hoy quiero recomendar una de esas películas tan alegres que suelo ver: Las inocentes (2016), de Anne Fontaine.

Basada en hechos reales, va del encuentro de una médica francesa con unas monjas polacas violadas por los soldados del Ejército soviético al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una historia de mujeres narrada por mujeres, que al fin y al cabo conforman un tipo muy concreto de víctimas de las guerras: las que sufren violaciones sistemáticas como forma de dominación militar, como arma de guerra.

En la Segunda Guerra Mundial hubo tres ejércitos que se caracterizaron por llevar a cabo violaciones sistemáticas: el alemán y sobre todo el japonés y el soviético. La diferencia entre el último y los otros dos es que el Ejército Rojo se supone que formó parte del bando de los buenos. Es más, fue el artífice de la derrota de los nazis.

De siempre se ha sabido que cuando los soldados soviéticos entraron en Alemania al final de la contienda violaron a mansalva, a mujeres de todas las edades, un crimen terrible que se ha tratado de justificar como venganza por las barbaridades cometidas por los nazis en la URSS. Si esto ya de por sí se trata de una excusa muy burda, puesto que no parece que una niña de doce años, por ejemplo, pudiera tener culpa de los crímenes hitlerianos, pierde todo sentido desde el momento en que sabemos que los soviéticos no violaban solo a las alemanas, sino a mujeres de múltiples nacionalidades que se iban encontrando mientras "liberaban" Europa Oriental. Mujeres que incluían a sus compatriotas y también a prisioneras de los campos de concentración y de exterminio nazis, como ya expliqué aquí. Se puede decir que el Ejército Rojo era un ejército de violadores.

Además, Polonia no solo formó parte del bando aliado, como la URSS, sino que fue el primer país aliado. De hecho, la invasión alemana de Polonia fue el casus belli de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Y en 1945 el país no solo terminó ocupado por los soviéticos, sino también con sus mujeres violadas por ellos.

Pero la película tiene más enjundia. Aunque es obvio que un grupo de monjas encerradas en un convento de Polonia no podía suponer una gran amenaza para el Ejército soviético, el resto de países aliados miraban hacia otro lado ante los crímenes estalinistas (quizá porque también tenían vergüenzas que esconder). En la pelí, la protagonista forma parte de una misión de la Cruz Roja francesa que está en Polonia para atender exclusivamente a deportados franceses antes de repatriarlos, cerrando los ojos a todo lo que ocurriera alrededor. Pero ella rompe en secreto esa barrera para ayudar a las monjas, no pocas de las cuales están embarazadas como resultado de las violaciones, y estas rompen a su vez sus propias reglas permitiéndole acceder al recinto donde viven. La película es también una crítica a las ideologías y a la religión. La protagonista es comunista, pero su doctrina se tambalea cuando comprueba lo que hacen los soldados de la patria socialista. A la vez, algunas monjas se replantean su fe después de ser violadas, mientras la madre superiora ve en los embarazos el resultado del pecado, no la consecuencia de agresiones sexuales, y actúa como si lo que más le preocupara es que le pudieran cerrar el chiringuito.

La peli es dura pero no melodramática. Y deja espacio para la esperanza cuando esas mujeres, con ideas aparentemente antagónicas, se unen y buscan un feliz modo de salir adelante.

Huelga decir que las actuaciones, la ambientación y todo lo demás es perfecto. No voy a contar más para no destripar la película, pero creo sinceramente que debería ser de obligada visión en todos los colegios, institutos y conventos del mundo entero.




jueves, 11 de mayo de 2017

La Cosa del Valle de los Caídos




Hoy el Congreso de los Diputados ha aprobado una propuesta no de ley para sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos y trasladar los de José Antonio Primo de Rivera a un lugar "no preeminente" del faraónico edificio. Queda por ver si realmente se hace, aunque esto depende del Gobierno de Mariano Rajoy. Sería lo suyo, lo justo, lo decente y lo ético, algo que en realidad se debería haber hecho hace mucho.

O sea, que probablemente no se haga.

Pero bueno, el caso es que, como todo el mundo sabe, aparte de los cadáveres del invicto Caudillo y del creador del fascismo hispano, allí están enterradas otras 33.847 personas muertas en la Guerra Civil, de ambos bandos. Ese es el número oficial hasta ahora porque, según explicó en 2009 el diputado del PP y luego ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, podrían ser hasta 60.000. Parece ser que al menos varios cientos de cuerpos fueron trasladados allí sin el consentimiento de sus familiares. Y si bien podríamos sacar de aquel lugar los cadáveres del Centinela de Occidente y del Ausente sin problemas logísticos, otra cosa sería la exhumación, recuento e identificación del resto de decenas de miles de personas allí enterradas. De hecho, según este estudio de Francisco Ferrándiz tal tarea sería harto imposible. El motivo, para empezar, es que los cuerpos estarían mezclados y no depositados ni en nichos ni en columbarios, sino simplemente dejados a la buena de Dios en criptas. Para seguir, las goteras y la humedad que padece el lugar desde hace décadas "han afectado de tal manera a las criptas donde están depositados los cadáveres que el osario se ha disuelto en la roca, haciendo indistinguibles unos cuerpos de otros". Como pone en este artículo de EL PAÍS: "Los restos sirvieron para llenar cavidades internas de las criptas y ahora forman parte del edificio. Las humedades han hecho el resto". Como escribe Ferrándiz, "las continuas filtraciones y la acción corrosiva del agua, por lo tanto, habrían "hecho el resto", que significa la disolución de las identidades, conocidas y "desconocidas" o por conocer, en un complejo y contradictorio cadáver colectivo indisoluble y su consolidación arquitectónica en los subterráneos del monumento, en lo que posiblemente llegue a ser uno de los legados más extravagantes del franquismo a largo plazo"

Dicho de otra manera, el arte de quienes diseñaron el edificio, junto al tiempo y el agua, han transformado decenas de miles de cadáveres en una especie de magma humano, en argamasa. En algo parecido a La Cosa, ese ser terrorífico que absorbe y se mezcla con otras formas de vida para imitarlas. 

No soy arquitecto, pero no sé si esto es muy ortodoxo.


viernes, 28 de abril de 2017

El provincianismo histórico




Mi amiga Ana Cepeda se deja los sesos una y otra vez tratando de convencer a todo quisque de que el comunismo ha sido tan malo como el fascismo. Ana tiene razones de peso para pensar así: su padre y su tío, malagueños, formaron parte de los miles de niños de la guerra que fueron evacuados a la URSS durante nuestra contienda civil. Y no les fue muy bien: el primero murió en una cárcel soviética, mientras que el segundo pasó varios años en el Gulag por tratar de escapar de aquel siniestro país. Además Ana es de madre rusa, y resulta que su abuelo materno fue ejecutado durante las purgas estalinistas.

El problema es que mi amiga Ana es española, vive en España y claro, no pocas veces sufre la incomprensión de sus compatriotas.

Como ya expliqué aquí, Europa ha padecido en su historia reciente dos tipos de dictaduras, las fascistas y las comunistas. Durante la Segunda Guerra Mundial el fascismo, en su variante nazi, se extendió por casi todo el continente, pero fue derrotado en 1945 y sustituido a partir de entonces en Europa Oriental por el comunismo, en su variante estalinista. Las dictaduras comunistas europeas perdurarían durante más de cuatro décadas.

En España, el fascismo, en su variante franquista, no fue derrotado ni en la Guerra Civil ni después porque nuestro país no participó directamente en la Segunda Guerra Mundial, de manera que también perduró durante casi cuarenta años desde que se empezó a instaurar en 1936.

Así pues, los europeos tenemos dos experiencias dictatoriales contemporáneas de distinto signo, lo que hace que existan dos memorias históricas diferentes en nuestro continente, dependiendo de si nos situamos en el este o en el oeste. Europa Oriental padeció el fascismo durante la guerra, pero su experiencia más duradera y reciente ha sido con el comunismo, de manera que muchos de sus ciudadanos tendrán una percepción más negativa del segundo que del primero, o al menos igual de mala en ambos casos. Europa Occidental sufrió el fascismo, y en especial España, en la que el régimen franquista duró hasta hace solo cuatro décadas. Además, el PCE tuvo un papel protagonista en la lucha contra la dictadura y por el restablecimiento de la democracia en nuestro país, que por otra parte sirvió para disimular su tenebroso pasado estalinista. En cualquier caso, en España y en Europa Occidental en general la percepción que se tiene del fascismo es peor que la del comunismo.

Esta forma tan particular de ver la historia es lo que he decidido llamar provincianismo histórico. La incultura, el desinterés, el sectarismo, la propaganda o incluso el nacionalismo hacen que a menudo la gente tenga una versión de la historia formada básicamente a partir de la experiencia de su lugar de nacimiento, completamente exenta del sentido global, del conjunto. Así, por regla general un español de izquierdas va a ver peor el fascismo que el comunismo debido a la dictadura de Franco, aunque en otros lugares del mundo los comunistas hayan perpetrado todo tipo de barrabasadas durante décadas. Por otro lado, también hay que tener en cuenta lo que podríamos llamar el factor del triunfador, que vendría a significar, a grandes rasgos, que toda persona que triunfe en la vida tendrá muchos seguidores -más o menos explícitos-, aunque hablemos de un criminal de la peor especie. Este factor es que el hace que tipos como Franco o Stalin cuenten, aún en nuestros días, con no pocos defensores en sus respectivos países a pesar de ser responsables de crímenes de masas: al fin y al cabo ganaron guerras, ¿y qué mayor logro hay en la vida de un ser humano que aplastar al enemigo? En España alguien así sería por ejemplo un tipo -o tipa- que aceptase que Franco se equivocó en algunas cosas pero que ante todo resaltase lo bueno que hipotéticamente también hizo, y que por supuesto considerara a los dictadores comunistas mucho peores que él.

Dejando aparte la evidente doble moral que supone condenar más unas dictaduras que otras según su color político, el provincianismo histórico implica una distorsión importante de la realidad con el añadido de otros efectos indeseables, como cuando se otorga al país propio una importancia excesiva en el contexto internacional. Así, siempre se ha exagerado el papel de España durante la Segunda Guerra Mundial, cuando lo cierto es que si nuestro país permaneció ajeno a aquel conflicto no fue gracias a la habilidad en cuestiones diplomáticas del invicto Caudillo, como se ha cansado de repetir la propaganda durante décadas, sino porque entonces ningún contendiente nos prestó demasiada atención.

La propaganda es la madre de todos los mitos, y estos forman la masilla con la que rellenamos la pobre visión que aún tenemos de la historia y por tanto del presente, lo que no está exento de riesgos. Sin ir más lejos, los programas de los partidos políticos son siempre maravillosos y está bien votar teniéndolos en cuenta, pero la experiencia histórica nos dice que dichos programas existen sobre todo para incumplirse. Y en un mundo en que los políticos no paran de tirar de mitos históricos para manipular a las masas, parece recomendable conocer un poco la realidad del pasado y de dónde viene cada partido, al menos a la hora de votar.