lunes, 2 de enero de 2017

An Gorta Mór: la Gran Hambruna irlandesa




Mucho se habla de los crímenes nazis, o del fascismo en general. También con frecuencia se mencionan los del comunismo, haciendo especial hincapié en las hambrunas. Yo mismo en este blog me refiero una y otra vez a todo ello, pero hoy quiero dedicar esta entrada a otras maldades menos conocidas, las del capitalismo, de las que ya hablé de forma genérica en otra ocasión. Mencionar los crímenes del capitalismo puede traernos a la cabeza en primer lugar el imperialismo estadounidense, un fenómeno asimismo muy trillado, sobre todo en círculos izquierdistas. Pero los responsables de lo que vamos a hablar hoy no son tampoco los yanquis, sino los británicos.

El Reino Unido, que al fin y al cabo es la cuna del capitalismo y de la Revolución Industrial, tiene tras de sí un largo historial colonialista y de crímenes de masas. Dejando aparte su sangrienta relación con Irlanda, de la que me ocuparé después, y por poner algunos ejemplos, resulta que la política colonial británica provocó una serie de hambrunas en la India que se llevaron por delante a decenas de millones de personas. La época victoriana fue en realidad un largo y oscuro periodo plagado de episodios que compiten entre sí por su brutalidad. El Imperio británico fue el primer gran narcotraficante de la historia, pues en el siglo XIX extendió el consumo de opio por China y lo hizo a la fuerza, gracias a dos guerras. El lado mafioso del Imperio británico quizá tuvo un exponente muy claro durante la Guerra de la Triple Alianza. Con el objeto de beneficiar sus intereses económicos, parece ser que la diplomacia británica azuzó en 1864 un conflicto contra Paraguay que se saldó con la devastación de este país y un genocidio: el de casi todos sus varones mayores de doce años, un desastre demográfico del que tardaría en recuperarse. Ya en el siglo XX, los británicos tuvieron un papel estelar en los orígenes del conflicto árabe-israelí. En plena descolonización, los británicos llevaron a cabo un genocidio en Kenia que se saldó con cientos de miles de personas asesinadas después de que se encerrara a un millón y medio en campos de concentración. Y en tiempos más recientes, el Reino Unido participó muy activamente en la absurda invasión de Irak liderada por el presidente de EEUU, George W. Bush, que contribuyó notablemente al auge del islamismo radical en la zona.

Pero vamos con Irlanda. Tras una tenaz resistencia que duró centenares de años, a mediados del siglo XVII las tropas inglesas comandadas por Oliver Cromwell consumaron la conquista de aquel país, que fue despiadada y sangrienta a más no poder. Las consecuencias de estos hechos fueron absolutamente criminales. Hasta el siglo XIX, y a través de las Leyes Penales (también vigentes en Gran Bretaña, aunque menos duras que en Irlanda), los católicos irlandeses -que eran más del 80% de la población- tuvieron prohibido estudiar, votar, ocupar cargos políticos o puestos de funcionarios, ingresar en un gremio profesional o en el Ejército, vivir en una ciudad o a menos de ocho kilómetros de alguna, y poseer tierras. Los irlandeses eran parias en su propia tierra.



Al llegar el siglo XIX la situación mejoró, pero la gran mayoría de los católicos irlandeses vivían en condiciones de pobreza y tres cuartas partes de los trabajadores estaban en paro, mientras la población crecía de forma exagerada. Casi todos los representantes de Irlanda en el Parlamento británico eran terratenientes ingleses o de origen inglés, y a su vez, la mayor parte de las tierras eran de estos terratenientes. Muchos campesinos irlandeses trabajaban en esas tierras, cuyos propietarios en no pocos casos vivían en Inglaterra. Los alimentos y las rentas obtenidas de las tierras se enviaban entonces a Inglaterra, en un prolongado saqueo inhumano, organizado e institucionalizado. Los campesinos subsistían casi exclusivamente a base de patatas obtenidas en la huerta familiar. Las bases para una catástrofe estaban bien asentadas y solo era cuestión de tiempo que esta ocurriera.

Y el cataclismo llegó en 1845 en forma de organismo microscópico: un protista, similar a un hongo, llamado Phytophthora infestans y más conocido como tizón tardío, que destruyó tanto las plantas de la patata como los tubérculos almacenados. Parece ser que el microorganismo iba en el guano que transportaban los barcos desde Sudamérica al resto del mundo para ser utilizado como fertilizante. Precisamente el guano era el producto más importante del comercio entre la costa sudamericana e Irlanda. Hay que decir que la penuria de la patata no afectó solo a Irlanda, sino a toda Europa. Esto significó que todo el Reino Unido se vio perjudicado, pero curiosamente solo Escocia y sobre todo Irlanda padecieron hambruna. Como es obvio, una hambruna se produce no por falta de patatas, sino de alimentos. La patata no es lo único que se puede comer. La crisis alimentaria que afligió a Europa a mediados de la década de 1840 no provocó una catástrofe humana como la de Irlanda en ningún otro lugar.

Escribe el catedrático de Biología Celular José Ramón Alonso que "Phytophthora podía haber causado un daño menor pero las políticas de los dirigentes ingleses se movieron en un rango que va de la crueldad a la ineptitud pasando por la arrogancia, el desprecio y la codicia". Según escribió en 1860 el periodista y activista irlandés John Mitchel: "El Todopoderoso, de hecho, envió la plaga de la patata, pero los ingleses crearon la hambruna".

La respuesta de las autoridades británicas ante el hambre que comenzó a asolar Irlanda fue criminal. Las patatas se pudrían, pero los trigales no se veían afectados. No obstante, los irlandeses no podían acceder al trigo, pues pertenecía a los ingleses y se continuaba exportando desde Irlanda a pesar de la hambruna. Los barcos con víveres tardaban meses en llegar y muchos terratenientes expulsaban a sus aparceros para no tener que ayudarlos o porque estos no podían pagar el arriendo. 





La Triple Alianza de la Hambruna, el Desahucio y la Coerción

El Gobierno británico, dirigido desde 1846 por John Russell, y sobre todo Sir Charles Trevelyan, encargado de administrar la ayuda a Irlanda, decidieron aprovechar la hambruna para poner en práctica las ideas sobre el libre mercado, el laissez faire y las teorías malthusianas sobre la superpoblación. De esa forma se limitó severamente la asistencia a Irlanda, puesto que las autoridades británicas estaban en contra de cualquier intervención del Estado y opinaban que debían ser los propios irlandeses quienes costeasen las ayudas que necesitaran gracias a la iniciativa privada. Vaya, que tenían que apañárselas solitos para salir del entuerto. Como los campesinos que poseían alguna tierra dejaron de recibir ayudas, tuvieron que malvenderlas a los grandes señores para que sus familias no murieran de hambre. En palabras de Trevelyan, la hambruna era "una calamidad enviada por Dios para enseñar a los irlandeses una lección" a la vez que "un mecanismo efectivo para reducir la población excedente". Añadió que "el verdadero mal con el que tenemos que lidiar no es el mal físico de la hambruna, sino el mal moral del carácter egoísta, perverso y turbulento del pueblo".


Sir Charles Trevelyan


Nada como unos seres inferiores -en este caso los irlandeses, desde el punto de vista inglés- para experimentar con ellos. Nassau William Senior, economista, profesor en la Universidad de Oxford y asesor del Gobierno británico, lamentó sin embargo que la hambruna irlandesa "would not kill more than one million people, and that would scarcely be enough to do any good" ("no mataría más que un millón de personas, y eso apenas sería suficiente para hacer algo bueno"). Parece bastante claro que las autoridades británicas decidieron llevar a cabo una limpieza étnica como Dios manda en Irlanda por motivos racistas. 

La hambruna se prolongó hasta 1852, mató a un millón de personas en Irlanda e hizo emigrar a otros dos millones, la mayor parte a EEUU y Canadá. El país perdió así más de la cuarta parte de su población.




La Gran Hambruna irlandesa fue el culmen de la colonización inglesa de la isla. Resultó ser la consecuencia lógica de la larga y brutal explotación de Irlanda en todos los terrenos: económico, social, político y biológico. Recordemos, por cierto, que antes de la colonización Irlanda estaba poblada de bosques que fueron diezmados por los ingleses para construir barcos y por el uso de la madera como carbón vegetal durante la Revolución Industrial. Esta masiva deforestación alteró radicalmente el ecosistema y la apariencia física de Irlanda. Además, muchas de sus especies animales, como el lobo, fueron cazadas hasta su extinción. 

La hambruna supuso un punto de inflexión en la historia de Irlanda. Sus efectos cambiaron para siempre el panorama demográfico, político y cultural de la isla. Quedó grabada a fuego en la memoria colectiva de los irlandeses y potenció su nacionalismo (hago un inciso para resaltar la extrema demagogia de quienes igualan las motivaciones de ciertos nacionalismos españoles con la del irlandés: ni el País Vasco, ni Cataluña, ni Galicia han recibido jamás un trato ni remotamente similar al de Irlanda).


Monumento conmemorativo en Dublín


En 1997, con motivo del 150º aniversario del desastre y en el marco del conflicto norirlandés, el primer ministro Tony Blair reconoció tímidamente la inacción del Gobierno británico durante la hambruna de la patata. Tony Blair, que seis años más tarde participaría de forma entusiasta en la invasión de Irak, y por lo que a su vez también pediría disculpas en 2015. En fin.

Por fortuna, en esta aterradora historia también hay algún espacio para la bondad. Cuando tuvo noticias de la hambruna, el sultán turco Abdülmecid I mostró su intención de enviar 10.000 libras de ayuda a los campesinos irlandeses, pero la reina Victoria le pidió que mandara solo 1.000, pues ella no había donado más que 2.000. El sultán así lo hizo, pero envió a escondidas tres barcos llenos de comida. Los tribunales británicos trataron de bloquearlos, pero los marineros turcos se saltaron las normas, llevaron la comida al puerto de Drogheda y la descargaron, jugándose una posible estancia en la cárcel. Este relato viene muy a cuento en una época como la actual, en la que desde el Occidente cristiano se criminaliza todo lo que provenga de los incivilizados países musulmanes.

Y hubo también por entonces otro pueblo de salvajes que mostró bastante más humanidad que los supuestamente civilizados británicos. Los choctaws son unos indios norteamericanos que en 1831 fueron obligados por el Gobierno estadounidense a abandonar sus tierras ancestrales, cruzar el Misisipi y establecerse en el oeste. Las condiciones del viaje fueron terribles, de forma que de los 17.000 hombres, mujeres y niños que iniciaron el viaje, entre 2.500 y 6.000 murieron de agotamiento, hambre, enfermedades y frío. Hay que decir que en esos años hubo otras tribus que corrieron la misma suerte que los choctaws, en lo que se conoce como el Sendero de Lágrimas (Trail of Tears). Pues bien, dieciséis años después, los choctaws se enteraron de la hambruna en Irlanda, se identificaron con aquellos campesinos que estaban muriéndose de inanición y juntaron todo lo que pudieron para ayudarlos. Reunieron en total 710 dólares (casi 20.000 dólares actuales). En 1995, Mary Robinson, por entonces presidenta de Irlanda, rindió homenaje en agradecimiento a la nación Choctaw.



Mary Robinson saluda al líder de la nación Choctaw, Hollis E. Roberts



Choctaw Give Aid to the Irish, por America Meredith



Kindred Spirits ("almas gemelas"), una escultura de Alex Pentek inaugurada en junio de este año en Midleton, Irlanda, como agradecimiento a la nación Choctaw


Termino recogiendo de nuevo unas palabras del catedrático José Ramón Alonso:

"Phytophthora infestans sigue causando un daño a las cosechas de patata estimado en unos 5.000 millones de euros anuales y es necesario seguir buscando medios para hacer a las patatas más resistentes o para tratar la infección pero es que además, a veces, la estupidez, la avaricia o el racismo, hacen que el daño sea aún mayor".


Revisado y ampliado el 6 de diciembre de 2017.

Más información:

-Alonso, José Ramón y González, Yolanda, "Botánica insólita", Next Door Publishers, 2016.

-Roca Barea, María Elvira, "Imperiofobia y leyenda negra", Siruela, 2017.

https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_hambruna_irlandesa




viernes, 23 de diciembre de 2016

Sí, la historia se repite (por desgracia)




Andrea Levy Soler es una joven abogada y política española, diputada en el Parlamento de Cataluña por el Partido Popular. A raíz del reciente atentado en Berlín, que ha dejado doce muertos y decenas de heridos, resulta que Levy ha responsabilizado nada menos que a toda la civilización islámica de este tipo de ataques terroristas. Su compañera de partido Lola Merino ha ido más lejos y ha aprovechado para arremeter contra los refugiados. Según el escritor Jorge M. Reverte, Levy no anda muy lejos de la verdad.

En fin, me parece muy preocupante que esta clase de juicios de valor sea cada vez más habitual entre los políticos y analistas varios, sobre todo teniendo en cuenta el auge generalizado de la xenofobia que vivimos últimamente. Por desgracia es muy cierto eso de que la historia se repite, no sé si por ignorancia de la gente, como apuntaba Santayana, por estupidez o por ambas. En su día se criminalizó a los armenios, a los burgueses, a los enemigos del pueblo, a los judíos, a los comunistas, a los tutsis y a tantos otros. Ahora toca hacerlo con los musulmanes, los refugiados, los inmigrantes, y ya se está empezando a identificar a todos ellos con el fanatismo y el terrorismo, igual que hace no mucho se identificaba a los judíos con los temibles comunistas. El resultado siempre es el mismo: cientos de miles o millones de inocentes que vienen muy bien como chivos expiatorios, una masa de desgraciados a los que responsabilizar de los problemas del mundo y así quedarnos tranquilas y satisfechas las personas de bien.

Luego las generaciones venideras se preguntarán cómo fuimos capaces de cometer semejante barbaridad y bla, bla, bla... hasta que la caguen igual con otro enorme grupo de gente.

Dejo un enlace por si interesa, aunque bueno, ahora no conviene recordar por ejemplo que el concepto de "guerra santa" lo inventó el papa Urbano II, promotor de la Primera Cruzada:

Diez errores que cometemos cuando hablamos del islam




jueves, 24 de noviembre de 2016

Por nuestro bien




Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Esta perspectiva me preocupa mucho más que las bombas.

"1984", de George Orwell


El otro día supimos que hace cuarenta años el por entonces presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía porque las encuestas decían que perdería. Se lo confesó a la periodista Victoria Prego en 1995, eso sí, tapándose el micrófono para que no se le oyera. Pero se le oyó.

Resulta que Felipe González y los líderes extranjeros presionaban al presidente del Gobierno para que hiciera un referéndum sobre monarquía o república, pero como las encuestas decían que la monarquía perdía, Suárez decidió colarla en la Ley para la Reforma Política de 1977 y así evitar tener que hacer la consulta. Aquella ley, que supuso la transformación de la dictadura franquista en un régimen democrático, sí se sometió a referéndum, claro, porque la alternativa era que las cosas siguieran como estaban, y se aprobó. Y con ella se aprobó de forma implícita la monarquía metida con calzador. Hecha la ley, hecha la trampa, como se suele decir. La noticia no es que en la Transición  hubiera reforma en lugar de ruptura, algo harto conocido, ni que llevemos cuarenta años con una monarquía que al fin y al cabo restauró Franco, no, la noticia es que por lo visto y según las encuestas, si le hubieran dado a elegir la gente habría preferido ruptura, es decir, república. Y entonces se optó por no preguntar a la gente no fuera que las encuestas acertaran y se votara lo que no se debía votar. Al menos esto es lo que dijo Suárez hace veintiún años.

Y bueno, no ha pasado nada. Los medios en general han reaccionado quitándole importancia al asunto. Victoria Prego ha defendido que no se emitieran las declaraciones de Suárez en su momento y, aunque reconoce que sí, que tras la muerte de Franco un referéndum le habría dado el triunfo a la república, a la vez justifica la monarquía porque está en la Constitución. Y punto. Pedro G. Cuartango, director de El Mundo, despacha las palabras de Suárez alegando que en 1995 el hombre ya estaba demenciado y por tanto no sabía lo que decía, y achaca el revuelo al "revisionismo en las redes". Pero quiero detenerme en este artículo, "Larga vida a la monarquía", de Víctor Lapuente Giné, aparecido en El País, porque creo que no tiene desperdicio. El autor se pregunta si los españoles estaríamos mejor con una república, añadiendo que los países mejor gobernados del mundo están encabezados por monarquías constitucionales. Dejando aparte que es una afirmación harto discutible de por sí, confunde además el término constitucional con parlamentaria, pues los ejemplos que pone (de las antípodas a Canadá, pasando por los países nórdicos) son más bien monarquías parlamentarias, es decir, aquellas en que los reyes no gobiernan y a los que por tanto difícilmente se les pueden adjudicar los méritos de sus administraciones. Al final se contradice y da a entender que precisamente lo bueno de estos reyes es eso, que no gobiernan. Según pone, las repúblicas entrañan más riesgos que las monarquías constitucionales. Los jefes de Estado elegidos en las urnas pueden caer en la tentación de extralimitarse en sus funciones, dice. Menos mal que un rey constitucional solo puede vivir a cuerpo de sí mismo (junto a su familia, amantes y amiguetes varios), con varios palacios a su disposición y organizando cacerías de osos y elefantes por el mundo. Todo ello pagado con el dinero de los contribuyentes, claro. Supongo que esas son sus funciones, aunque de todas formas un rey constitucional puede hacer lo que le venga en gana porque, total, tiene inmunidad jurídica, tal y como recoge la sacrosanta Carta Magna. Y el último argumento que esgrime contra la república es sacar a colación las actuales Italia y Grecia, que le parecen al autor poco ejemplares. Seguramente sus ciudadanos no sabían lo que hacían cuando eligieron en sendos referéndums echar a sus respectivos reyes. Con lo felices que vivían los italianos con su rey constitucional Víctor Manuel III, que aceptó que el país se convirtiera en una dictadura fascista que los acabó metiendo en la Segunda Guerra Mundial del lado de los nazis. En 1946, con todo el país arrasado por la guerra, los italianos estaban mucho mejor que ahora, hombre, dónde va a parar. Los monarcas constitucionales griegos, por su parte, también aceptaron la instauración de dictaduras, faltaría más. Como hizo Alfonso XIII en España, sin ir más lejos.

Un artículo para enmarcar, vaya.

Me parece muy probable que una consulta celebrada en 1976 le hubiese dado la victoria a la opción republicana, no solo por lo que dijeran las encuestas, sino por los propios resultados de las elecciones generales de 1977. Si nos fijamos, la suma de votos de UCD y AP -los partidos que presuntamente defendían la monarquía- es inferior a la de los del PSOE -hasta entonces rupturista- más los del PCE, del partido socialista de Tierno Galván y de los nacionalistas catalanes y vascos. Incluso si añadimos al lado monárquico a los democristianos de Ruiz-Giménez y Antón Cañellas, la mayoría sigue estando de parte de los republicanos.

Parece bastante claro que la tan ensalzada Transición resulta cada vez menos modélica. Volviendo al ejemplo de Italia, en 1946 el fascismo había sido derrotado en aquel país, pero en la España de finales de los setenta definitivamente no. Lo que ha salido a la luz es la prueba definitiva de que hace cuarenta años hubo en España un nuevo despotismo ilustrado, un pasarse por el forro la voluntad de la gente porque es boba y no sabe lo que le conviene. Suárez, el jefe de gobierno modelo de nuestra democracia, actuó de forma completamente injustificable desde el punto de vista democrático. Es, en definitiva, un problema ético de dimensión nacional. Pero no pasa nada. Es más, el tono dominante es defender a Suárez y al rey. Luego todos nos llevamos las manos a la cabeza cada vez que aflora un nuevo caso de corrupción, pero claro, si nos parece aceptable olvidarnos de la ética en un caso tan obvio y tan grave como el que nos ocupa... pues no sé de qué nos quejamos. Dejemos a los políticos que sigan haciendo lo que les salga de las narices y ya está.

Habla, pueblo, se decía por entonces, cuando el lema honesto habría sido Habla, pueblo... pero hasta cierto punto, no te pases. Y en esas seguimos.




jueves, 13 de octubre de 2016

El historial




Parece ser que en estos tiempos modernos e informatizados es habitual que la gente acuda a los hospitales pidiendo que se borren determinados episodios y datos de sus historiales clínicos, como si la vida fuera un vulgar buscador de internet. Vivimos en una época en que la información, por lo general, está más disponible que nunca, pareciera que al alcance de cualquiera, lo que creo que potencia ciertos comportamientos obsesivos la mar de interesantes. Están los que tratan de ocultarse desesperadamente, los celosos de su intimidad, los desconfiados, los paranoicos, los neuróticos. También están los cotillas, los morbosos, los que exploran sin descanso la vida de los demás, los que husmean incluso donde no deben. Y finalmente están los exhibicionistas sin complejos, los que no pueden dejar de contar cada cosa que hacen y enseñar cada lugar que visitan al instante. Yo, como en otros aspectos, siento que vivo desubicado, porque acostumbro a exponer mi vida impúdicamente ante todo el mundo y de mil formas distintas, pero en diferido. Hablo de mi pasado y lo destapo sin tapujos, el lejano y el reciente, mis pocas grandezas y mis muchas miserias. Quizá como catarsis, quizá como forma de superar los daños, quizá porque pienso que no tengo nada que esconder, quizá porque sea un completo sinvergüenza (y sin duda un egocéntrico), quizá por reírme de mí mismo, quizá porque no quiero arrepentirme de nada. No solo no borro mi historial, sino que lo cuento.

Y al que no le guste, que no mire.





martes, 11 de octubre de 2016

El Che, ese carnicero




Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el Che Guevara, es como el Volkswagen Escarabajo: no pasa de moda. Sin embargo, imaginemos que hoy algún político celebrase los orígenes nazis de aquel simpático cochecito, en plan ¿qué pasa con las cosas buenas que hizo Hitler?



Quedaría bastante feo. Pues algo parecido ocurre cuando un político actual rinde homenaje a un tipejo como el Che. A ver si se me entiende: no estoy diciendo que el Che fuese como Hitler, que en el mundo del crimen también hay grados. Estoy diciendo que no está bien honrar a un criminal, aunque parezca romántico. Se me podría decir que claro, que hay que situarlo en su contexto. Por supuesto, como a todos los fanáticos del siglo XX.

Se ha cumplido estos días el 49º aniversario de la muerte del Che y, aunque no sea una fecha redonda, se le ha recordado con profusión en los medios, para mi sorpresa incluso de forma apologética. El caso es que he decidido evocar también un poco su lado antipático, que parece ser que sigue siendo muy desconocido a pesar de la ingente cantidad de información que existe hoy disponible al respecto.

Para empezar, los métodos del Che fueron un fracaso porque cuando trató de exportarlos fuera de Cuba la fastidió una y otra vez hasta que lo cogieron en Bolivia precisamente por no lograr el apoyo de aquellos a quienes decía defender. Y sus ideas también fueron un fracaso porque tanto el régimen que él ayudó a instaurar en Cuba como otros similares no han sido sino repugnantes dictaduras, la mayor parte de las cuales ya hace tiempo que se han venido abajo, por fortuna.

El Che fue un idealista, pero también un gran admirador de Stalin (incluso después de la desestalinización), un fanático, y el tipo que abrió en Cuba el primer campo de concentración, en Guanacahabibes, en 1960. Sería el primero de una serie de campos en los que se encerraba a gente que no había hecho nada: homosexuales, alcohólicos, etc.  El Che también fue un carnicero: solo en 1959 ordenó fusilar a cientos de personas, cuando dirigía las ejecuciones en La Cabaña.

De todas formas, para averiguar cómo era el Che lo mejor es acudir a él mismo. Sobre el campo de Guanacahabibes dijo: 

(Nosotros) solo mandamos a Guanahacabibes aquéllos casos dudosos de los que no estamos seguros que sean gente que deba ir a la cárcel. Yo creo que la gente que debería ir a la cárcel debería ir a la cárcel de todas maneras. Aunque, sean militantes desde hace mucho tiempo o lo que sean, deberían ir a la cárcel. Nosotros mandamos a Guanahacabibes a la gente que no debería ir a la cárcel, gente que ha cometido crímenes contra la moral revolucionaria, en mayor o menor grado, y reciben sanciones simultáneas, como ser privado de su correspondencia, y en otros casos sólo se les reeduca a través del trabajo. Es un trabajo duro, no un trabajo brutal, mas bien las condiciones de trabajo son severas pero no brutales...

"Crímenes contra la moral revolucionaria". Pues eso. Pero sigamos leyéndole:

El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. 

Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. 

Estos párrafos pertenen a su Mensaje a la Tricontinental. Incidiendo en por qué fracasaron sus métodos, eso lo escribió en 1967, estando ya en Bolivia. Y a esos métodos hoy se les llama terrorismo.

Acerca de los fusilamientos que llevó a cabo, he aquí una carta escrita por el Che a comienzos de 1959:

5 de Febrero de 1959

Luis Paredes López
José María Paz,
Pabellón N° 8, piso N° 9
Depto. 93, Villa Celina,
Buenos Aires.

Estimado amigo:

Me alegra mucho recibir cartas de personas que se interesan por la actualidad americana.

De toda su exposición le diré que capta mi atención especialmente el tema a que usted se refiere sobre los fusilamientos. Creo que está en un error completo. Los fusilamientos son, no tan sólo una necesidad del pueblo de Cuba, sino también una imposición de este pueblo.

Quisiera que usted se informara por prensa que no fuera tendenciosa para poder apreciar en toda su magnitud el problema que entraña.

Reciba un afectuoso abrazo de su siempre amigo.

Dr. Ernesto (Che) Guevara,
Cmdte. En Jefe Depto, Mtar.
La Cabaña.

Claro, la responsabilidad de los fusilamientos no recaía en los verdugos, sino en el pueblo. Todo un clásico.

El Che no tuvo problemas en reconocer esos fusilamientos ante la ONU, concretamente el 11 de diciembre de 1964. Cuando le preguntaron por ellos, contestó lo siguiente: 

El señor delegado de Venezuela también empleó un tono moderado, aunque enfático. Manifestó que son infames las acusaciones de genocidio y que realmente era increíble que el Gobierno cubano se ocupara de estas cosas de Venezuela existiendo tal represión contra su pueblo. Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, y la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba.


No dudo que seguramente entre los fusilados habría feroces criminales, pero es que hablamos de miles de personas (según Hugh Thomas, hacia 1970 el número de fusilados por el régimen castrista sería por lo menos de 5.000). ¿Todos esos miles merecían realmente la muerte? 

Creo que ha quedado sobradamente demostrado que el Che fue un fanático y un carnicero. Un fanático y un carnicero en aquel contexto y en cualquier otro. Cada cual es libre de admirar a quien quiera, claro, pero luego en España muchos se preguntan una y otra vez por qué a la izquierda le cuesta tanto ganar votos a pesar de la evidente corrupción de la derecha. Pues bueno, igual el truco está en dejar de ensalzar a tipos tan despreciables como el Che Guevara.

 

sábado, 24 de septiembre de 2016

Las apariencias




Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
«todo es según el color
del cristal con que se mira»

Ramón de Campoamor

Las apariencias, a menudo, engañan

Esopo


-Buenas, ¿es aquí el club de las apariencias?
-Por supuesto, caballero.
-Verá, hace tiempo decidí dedicarme a la política, me gané el corazón de la gente y triunfé en unas elecciones prometiendo un montón de cosas que jamás cumplí; incluso hice lo contrario de lo prometido. En mi trabajo pongo todo mi empeño en aparentar ser un buen profesional, el mejor, pero solo busco forrarme de pasta a toda costa. A mís amigos y familiares les repito lo muchísimo que los aprecio, pero en realidad solo me acuerdo de ellos para lo que me interesa, y cuando me necesitan me hago el loco. Y a mi pareja siempre le hago ver que la quiero, que ando enamoradísimo de ella, aunque lo cierto es que cualquier día de estos me cansaré y la dejaré con alguna excusa barata.
-Vaya, desde luego es usted todo fachada, podría ser incluso nuestro presidente. Lástima que esto en realidad no sea ningún club de las apariencias pero, ¿a que da el pego?




viernes, 9 de septiembre de 2016

Sobre la ética (o su ausencia)




Recuerdo que en el cole había que elegir entre clase de ética o de religión, y que la segunda ganaba por goleada. Me decía hace tiempo mi amigo Javier que Dios es muy humano. Pienso que la ética, en cambio, es completamente inhumana. Por eso muchos millones de personas tienen muy presente siempre a algún dios, mientras que la ética ni está ni se la espera en este mundo.