domingo, 17 de mayo de 2020

Represión y humanitarismo en la Guerra Civil Española





Efectivamente, a este hombre yo le elevo una estatuta por todo el bien que ha hecho a mucha gente, y luego lo fusilo por haber sido ministro.

Coronel Federico Loygorri Vives, presidente del tribunal que condenó a muerte a Joan Peiró


En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.

Francisco Franco


La Segunda República Española fue, con sus muchas imperfecciones, la primera experiencia realmente democrática que hubo en nuestro país. A partir del inicio de la Guerra Civil el Estado de derecho simplemente desapareció en España: en la zona rebelde fue sustituido por un férrea dictadura militar y en la republicana lo fue por una revolución social, eso sí, desencadenada por la sublevación del 17 de julio de 1936.

En ambas zonas se llevó a cabo desde el primer momento una sangrienta represión política que dejó decenas de miles de muertos por el camino: unos 50.000 a manos de los republicanos y otros 150.000 que fueron víctimas de los franquistas durante la guerra y la posguerra. Esta diferencia numérica no es sin embargo muy significativa, como bien explicó el historiador Santos Juliá hace diez años en su artículo "Duelo por la República Española":

La diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la revolución social hubiera culminado como revolución política: en un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una vez la guerra terminó.

La represión republicana, brutal durante el primer medio año de guerra, se atenuó mucho desde inicios de 1937 si bien no desapareció hasta el final de la contienda. Esa disminución a partir de un momento determinado de las muertes por motivos políticos en la zona gubernamental se debió a varios factores, como el hecho de que las matanzas del estilo de la de Paracuellos no estuvieran ofreciendo una buena imagen internacional de la República. Pero la causa fundamental fue la que señaló Santos Juliá: a lo largo de la guerra los republicanos no hicieron prácticamente otra cosa que perder territorio, con lo que llegó un momento en que no tenía sentido continuar con una represión que ya se había cobrado sus víctimas con creces, hasta el punto de que prácticamente ya no había a quién perseguir, encarcelar o matar. En el caso de los franquistas ocurrió justo lo contrario: la conquista de nuevos lugares dejaba en sus manos cada vez a más población y por tanto a nuevas víctimas potenciales de una represión despiadada y sistemática que se prolongó durante años tras la guerra. Si el curso de la contienda hubiera sido al revés, con los republicanos ganando terreno, todo indica que sus cifras de ejecutados en retaguardia habría sido mayores y tenemos una prueba de ello: Teruel fue la única capital de provincia conquistada por el bando republicano en toda la guerra, y aunque sus tropas solo llegaron a controlar la ciudad durante mes y medio, fue tiempo suficiente para que allí se diera rienda suelta a una represión que se llevó por delante a cientos de personas.



Digamos que a partir del golpe de Estado, la suerte que corriera cada uno en cualquier lugar de España dependía en gran medida de las ideas políticas que hubiera manifestado antes de la guerra. No obstante, sí hubo a mi modo de ver una diferencia importante entre ambas zonas referente a la represión. Me explico. Dejando aparte la encomiable labor de las 
embajadas y legaciones extranjeras, así como de la Cruz Roja, que durante la Guerra Civil salvaron a miles de personas, seguramente había mucha gente con inquietudes humanitarias por toda España. 




Pero en lo que respecta a la ayuda hacia los perseguidos políticos, quienes se involucraron en ella de forma altruista solo se hicieron notar en la zona republicana, pues fue exclusivamente ahí donde estos individuos alcanzaron puestos de responsabilidad. Dicho de otra manera, hubo dirigentes republicanos que, además de no tener las manos manchadas de sangre, se esforzaron en salvar de los suyos a la gente de derechas a pesar de que con ello pusieran en grave riesgo sus propias vidas. Quizá entre todos ellos destaque el anarquista Melchor Rodríguez, aunque no fuera el único. Rodríguez, conocido como El ángel rojo y cuya máxima era "morir por las ideas, nunca matar por ellas", salvó a miles de personas durante la Guerra Civil al detener numerosas sacas de las cárceles, paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Aquello no le costó la vida pero sí su matrimonio, pues su mujer le dejó a comienzos de 1939 convencida de que Melchor estaba siendo utilizado por la quinta columna.



Debido a sus principios y su labor humanitaria, entre la monarquía, la Segunda República y el franquismo Melchor Rodríguez pasó por la cárcel más de treinta veces. Y es que su afán por salvar vidas no ha sido reconocido hasta tiempos muy recientes. De hecho, al acabar la guerra los franquistas le mostraron su "agradecimiento" por ayudar a los suyos sometiéndole a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte. Fue condenado a veinte años de cárcel de los que finalmente cumplió cuatro, aunque como se mantuvo fiel a sus ideas anarquistas hasta el final de su vida aún tuvo que permanecer alguna temporada más en prisión.

Pero ya digo que Rodríguez no fue el único republicano significado que puso empeño en detener la represión ejercida por los suyos. Por poner otro ejemplo, Joan Peiró, uno de los cuatro ministros anarquistas del Gobierno de Largo Caballero, denunció los asesinatos en Cataluña en una serie de artículos que fueron reunidos en un libro bajo el título de "Perill a la reraguarda" ("Peligro en la retaguardia").



Algo similar se puede decir del ministro socialista Julián Zugazagoitia, quien desde las páginas del periódico que dirigía, El Socialista, condenó las matanzas en el Madrid de 1936, y como ministro de Gobernación salvó la vida a numerosos presos derechistas.



Menos conocido es el caso de Melitón Serrano Ortiz, un dirigente socialista de la provincia de Ciudad Real que no solo denunció en público los crímenes cometidos en la retaguardia republicana, sino que además llevó a cabo gestiones para liberar de las cárceles a todos los derechistas que pudo. Tanto empeño puso en ello que algunos de sus compañeros de filas le preguntaron que si se había hecho fascista e incluso llegaron a amenazarle de muerte. La respuesta que Melitón daba a estos cerriles era que cometer asesinatos en la retaguardia precisamente servía solo para desprestigiar la causa por la que luchaban.

Como en el caso de Melchor Rodríguez y otros, el destino que encontraron en la posguerra estos personajes fue brutalmente injusto. Zugazagoitia y Peiró fueron atrapados por los nazis en Francia en 1940 y extraditados a España. El primero fue ejecutado ese mismo año, mientras que Peiró fue torturado y fusilado en 1942 después de haberse negado a colaborar con el Sindicato Vertical falangista. Serrano había sido fusilado el año anterior. Por cierto, cuando Peiró estuvo en la cárcel Modelo de Valencia coincidió con el doctor Joan Peset, médico, abogado, rector de la Universidad de Valencia entre 1932 y 1934 y diputado por Izquierda Republicana desde las elecciones de febrero de 1936. Durante la contienda trabajó en hospitales militares a la vez que ayudaba a perseguidos de derechas, llegando a alojar a algunos en su casa igual que hizo Melchor Rodríguez. Los franquistas lo atraparon en Alicante al final de la guerra. Declarado culpable de "adhesión a la rebelión" (en una triste ironía, los defensores de la legalidad republicana eran tachados de rebeldes por quienes se habían rebelado contra ella) en 1940, fue condenado a muerte por dos veces -ya que se repitió el juicio- y sin haber cometido crimen alguno. Todavía pasaron catorce meses hasta que Franco ratificó con su "enterado" la sentencia y lo fusilaron. Hasta entonces, Peset continuó ejerciendo la medicina en la cárcel. 



Todos ellos contaron en sus respectivos procesos con los avales de las personas a las que habían ayudado durante la guerra, pero no sirvió de nada. Los franquistas, tan defensores como decían ser de la civilización cristiana, no solo no fueron generosos ni caritativos a la hora de valorar la labor humanitaria de ciertos dirigentes republicanos, sino que procuraron castigarles con saña precisamente porque habían ostentado cargos de importancia. La estupidez de tan implacable razonamiento está en que si pudieron ayudar a los derechistas perseguidos fue precisamente por su posición en puestos de autoridad. En fin, como escribió el historiador Ángel Viñas, "siempre atento a realzar los valores cristianos, el régimen los fusiló sin la menor compunción, a pesar de los múltiples testimonios a su favor".

Durante la guerra, la represión que llevaron a cabo los sublevados estaba encaminada básicamente a controlar militarmente los territorios que iban ocupando al precio que fuera. Esta situación cambió después, cuando llegó la paz (de los cementerios). Así, en la posguerra, con el enemigo derrotado y todo el país sometido, la represión, cuyas víctimas mortales aún se contaron por decenas de miles, tuvo más que ver con la depuración de la población y la venganza por los crímenes de "los rojos". Para los allegados de los "caídos por Dios y por España" esa fue la forma de exigir justicia y reparación en memoria de sus seres queridos, en la que contaron con el apoyo entusiasta del régimen deseoso de establecer lazos de sangre con sus seguidores. En esas circunstancias, tras una guerra civil y con tanto rencor en el ambiente fomentado por la machacona propaganda franquista que culpaba de todo a la vesanía "roja" obviando el hecho de que la guerra se había producido por un golpe de Estado derechista, era muy complicado que los partidarios de la sensatez y la mesura se hicieran escuchar, de manera que pagaron por los crímenes republicanos tanto responsables como inocentes. Y ello a pesar de la proclama franquista según la cual los republicanos que no hubieran cometido delitos de sangre no tendrían nada que temer, algo que se reveló como absolutamente falso. En cualquier caso, no hubo prácticamente ángeles entre los personajes prominentes del régimen franquista, no hubo casi ninguno que se distinguiera por su labor humanitaria ayudando a los presos "rojos" y tratando de frenar la represión, ya fuera durante la guerra o después. Y si hubo alguno desde luego tuvo escaso éxito. A la hora de hablar de represión, esa es para mí la verdadera diferencia entre ambos bandos de la Guerra Civil Española.


Más información:

-Del Rey, Fernando, "Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española", Galaxia Gutenberg, 2019.

-Domingo, Alfonso, "El ángel rojo. La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano", Almuzara, 2009.

-Juliá, Santos et al., "Víctimas de la guerra civil", Temas de Hoy, 1999.

-Preston, Paul, "El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", Círculo de Lectores, 2011.

-Ruiz-Manjón, Octavio, "Algunos hombres buenos. Historias de mujeres y hombres que pusieron la justicia por encima de las ideologías durante la Guerra Civil", Espasa, 2016.

Conflictos bélicos y ayuda humanitaria: La guerra civil española (1936-1939)




viernes, 1 de mayo de 2020

Aprender de la historia




Expertos cargan contra el doctor Cavadas por su alarmante aviso sobre el coronavirus


Así que era necesario enseñar a la gente a no pensar y no formarse opiniones, obligarla a ver lo que no existía y sostener lo contrario de lo que resultaba obvio para todos.

Boris Pasternak, "Doctor Zhivago"


El ayer llegó de repente.

Paul McCartney


Durante el otoño, un tipo desconocido de coronavirus originó un brote en China que fue silenciado inicialmente por las autoridades de aquel país, las cuales además ofrecieron un menor número de casos que el realmente existente. El resto del mundo tuvo noticias del problema gracias a que un médico dio la alerta por su cuenta.

¿Os suena? Pues es lo que ocurrió entre noviembre de 2002 y abril de 2003 con la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS según sus siglas en ingles). Pero es que, puestos a buscar hechos semejantes en la historia, podemos irnos aún más atrás. 



Hoy todos conocemos a Valery Alekséyevich Legásov, el científico soviético encargado de investigar y frenar los daños causados por la explosión de la central nuclear de Chernóbil ocurrida hace ahora 34 años, en abril de 1986. Legásov hizo su trabajo e informó públicamente sobre el mismo de una forma excesivamente honesta, tanto que a partir de entonces fue censurado y condenado al ostracismo por las autoridades de su país, a pesar de la glásnost de Gorbachov. Es normal, puesto que responsabilizó al propio sistema soviético del accidente y una de las características fundamentales de dicho régimen era el secretismo. Afectado por todo ello y por la radiación, Legásov se suicidó dos años después dejando grabada en unas cintas su versión de lo sucedido.



El abril de 2003, el doctor Jiang Yanyong logró contactar con los medios occidentales y denunciar el encubrimiento de la epidemia del SARS por parte de las autoridades de su país, lo que hizo que el Gobierno chino reconociera la situación y que el mundo fuera consciente del problema. Es bastante probable que la actuación de Jiang Yangyong evitara una pandemia.

En 2004 Jiang fue más lejos y emplazó a su Gobierno a que diera explicaciones por la masacre de Tiananmén. El médico, que por entonces tenía ya 72 años de edad, estuvo detenido durante más de mes y medio y fue sometido a un lavado de cerebro.



En diciembre del año pasado, el doctor Li Wenliang alertó a otros médicos sobre un creciente número de pacientes infectados por un tipo de coronavirus y con síntomas similares a los del SARS. En consecuencia, Li y otros siete médicos fueron castigados por "difundir rumores". Para "salvaguardar la seguridad del Estado", el Gobierno chino no comunicó públicamente la gravedad del problema hasta el 20 de enero, cuando ya se le había ido de las manos. De nuevo, el secretismo oficial contribuyó a agravar una catástrofe que ha afectado a la salud del mundo entero. Y mientras tanto, el 7 de febrero de este año el doctor Li Wenliang murió infectado por coronavirus.

El doctor Jiang Yangyong sigue vivo, aunque por lo visto permanece en arresto domiciliario desde el año pasado.

Ya es casualidad, ¿verdad?

Dicen que es importante conocer la historia para no repetirla. Pues a ver si es verdad, porque hasta ahora parece que no aprendemos. Y eso que las autoridades chinas hacen hoy lo mismo que llevan haciendo desde hace décadas.